Scripta
Nova REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. VII, núm. 146(135), 1 de agosto de 2003 |
GAS EN TODOS LOS PISOS. EL LARGO PROCESO HACIA LA GENERALIZACIÓN DEL CONSUMO DOMÉSTICO DEL GAS
Mercedes Arroyo
Universidad de Barcelona
Gas en todos los pisos. El largo proceso hacia la generalización del consumo doméstico del gas (Resumen)
La generalización del gas de hulla como combustible doméstico encontraría numerosos obstáculos debido a dos razones principales: su elevado precio y la percepción de inseguridad que suscitaba en la población. Numerosos son los testimonios de dichas dificultades. Ya desde mediados del siglo XIX, se iniciaron los estudios con el objetivo de potenciar la utilización doméstica del gas. Numerosas fueron, también, las publicaciones en que se intentó incrementar su uso; pero sólo cuando su precio disminuyó de forma importante y, sobre todo, cuando se pusieron en funcionamiento algunos imprescindibles sistemas de seguridad, el gas fue aceptado en los hogares. En toda Europa la introducción del gas en el consumo doméstico encontró las mismas dificultades. En España, además, la Guerra Civil de 1936-39 desorganizaría la estructura económica y, en consecuencia, las infraestructuras, lo cual sería un obstáculo más para la generalización del gas en la vivienda. En esta comunicación presentaremos algunas consideraciones de carácter general para mostrar el desarrollo del consumo doméstico del gas en Barcelona entre los años 1930 y 1963.
Gas in all floors. The long process to the generalized domestic gas consumption (Abstract)
The generalization of coal gas as a domestic combustible found numerous obstacles because two main reasons: its high price and its insecurity perception by the population. There were numerous testimonies of those difficulties. Already from mid-19th century, began a lot of studies with the objective of build up the domestic use of coal gas. There were numerous, also, the publications in which it was tried to reinforce its use; but only when the price of gas diminished notably and, mainly, when some essential security systems were effective, the gas was accepted in the home. In all Europe the introduction of the gas in the domestic scope found the same difficulties. In Spain, in addition, the Civil War of 1936-39 disorganized the economic structure and, consequently, the infrastructures, which were another obstacle for the generalization of the gas in the homes. In our communication we will present some considerations of general character to show, later, the development of the gas domestic consumption in Barcelona between 1930 and 1963.
"La llama de gas cocerá vuestros alimentos, y vuestros cocineros no estarán expuestos a los vapores del carbón. El gas calentará esos mismos alimentos sobre la mesa, secará vuestra ropa, calentará vuestros baños, vuestras coladas, vuestro horno, con todas las ventajas económicas que podáis desear". (Philippe Lebon, Thermolampes ou poêles qui chauffent...1801)
Las previsiones que hizo en el inicio de su opúsculo[1] el Ingeniero de Caminos francés Philippe Lebon (Brachay, 1767- París, 1804) con el objetivo de dar a conocer las ventajas del gas no fueron plenamente cumplidas hasta más de cien años más tarde. Sus sucesivos hallazgos, entre 1796 y 1799 [2], sobre las posibilidades de utilización del espíritu de la madera no serían plenamente integrados en la vida doméstica por algunas razones, entre ellas, y en primer lugar, debido al precio a que se obtenía el gas, que era desproporcionadamente elevado para los menesteres que imaginaba Philippe Lebon; en segundo lugar, los peligros que siempre acompañaron al gas de hulla -algunos de ellos acompañan también al gas natural- tales como incendio, asfixia y explosión, le hacían escasamente apto para ser utilizado en lugares cerrados, como la vivienda. Sólo cuando el precio del gas se situó en cotas admisibles para la economía doméstica y, también, cuando se consiguió generalizar algunos mecanismos de seguridad imprescindibles, el gas entraría en los hogares europeos hasta ser el elemento prácticamente insustituible que conocemos en la actualidad.
La introducción del gas en las ciudades industriales
Después de algunos primeros fracasos, el gas de hulla se introdujo en las ciudades europeas por dos vías principales, el alumbrado público y el consumo industrial. Esos fracasos iniciales se debieron esencialmente a dos diferentes obstáculos: por una parte, las condiciones técnicas de la producción de gas no estaban lo suficientemente afinadas respecto a la presión de salida o el tipo de canalizaciones; por otra, un cálculo excesivamente optimista del precio de producción de gas y de todo lo relativo a las condiciones de su distribución consumiría rápidamente los primeros capitales destinados a la nueva industria.
Respecto a la primera de sus utilizaciones, el alumbrado público, se debe señalar que el gas supuso un considerable adelanto respecto a métodos de iluminación del espacio urbano anteriores por sus características de estabilidad, luminosidad y fiabilidad. Hasta la introducción del nuevo tipo de alumbrado público, las ciudades europeas se habían iluminado generalmente con faroles de aceite, lo cual suponía contar con brigadas especiales que reponían diariamente el combustible de cada uno de los faroles. Cuando el combustible se agotaba, el farol quedaba apagado. En cambio, con el nuevo sistema de iluminación, el gas llegaba a los distintos elementos del alumbrado público por medio de canalizaciones procedentes de una fábrica que elaboraba continuamente el gas, con lo que se aseguraba su continuidad.
Las autoridades municipales de las principales ciudades europeas comprendieron muy pronto que el gas venía a cumplir funciones de seguridad en las calles; además, el hecho de iluminar determinadas zonas urbanas constituía un elemento que añadía prestigio y representatividad tanto a dichas zonas como a las mismas ciudades. Capitales europeas del rango de París o Londres vieron por primera vez el alumbrado público tempranamente. En París, serían la Plaza del Carroussel -situada a la entrada del Jardín de las Tullerías y de máxima representatividad- y el Passage des Panoramas, por entonces recientemente inaugurado como una de las primeras galerías comerciales de Europa. En Londres, la primera zona iluminada con gas sería el Pall Mall, la zona de negocios y de las sedes económicas de mayor representatividad de la ciudad, por entonces metrópoli de un imperio ultramarino de considerables dimensiones. En Barcelona, siguiendo esa misma tendencia, la primera zona que se iluminó con gas fueron las Ramblas y las calles adyacentes al Pla de Palau, la zona en que se encontraban edificios tan simbólicos como la Lonja de Barcelona o zonas de clara representatividad como la Plaza Real.
En sus primeros años, el alumbrado público a gas fue utilizado por los empresarios gasistas como la mejor demostración de las ventajas del nuevo sistema de iluminación. En general, la secuencia de las instalación de las redes de gas supuso extenderlas en primer lugar para el alumbrado público para, a continuación, derivar ramales hacia los lugares de consumo particular. Esa era la franja de consumo que interesaba verdaderamente a los empresarios gasistas, centrada hasta los años treinta del siglo XX en sus utilizaciones industriales, ya que a pesar de ser caro, el gas permitía a las numerosas industrias de las ciudades europeas aumentar sus beneficios. El hecho de poder continuar el trabajo en las horas nocturnas era motivo suficiente para ello, puesto que hacía aumentar la productividad industrial y, en consecuencia, los beneficios empresariales. El precio del gas quedaba, pues, compensado por el incremento de la productividad. De hecho, en las ciudades que por esa época no contaron con una estructura industrial sólida, la industria gasista no prosperó. Es el caso de tantas ciudades españolas, en que las empresas gasistas experimentaron una vida harto precaria, como en Málaga [3], o se fueron sucediendo las quiebras y cambios de propiedad, como en Madrid[4].
El consumo industrial, pues, constituía la franja de demanda que proporcionaba los mayores beneficios económicos a las empresas gasistas por dos razones esenciales: por la diferencia de precios respecto al que pagaban los ayuntamientos -de un 15 a un 20 por ciento más caro para el consumo industrial- y por la cantidad de abonados que, además, tenían escasas posibilidades de incidir sobre la trayectoria de las empresas gasistas, cosa que no sucedía con los ayuntamientos. Éstos, por ser instancias públicas, contaban con algunos mecanismos para influir en la construcción de las canalizaciones; por ejemplo, para llevar el alumbrado público a algunas zonas escasamente representativas pero con un cierto grado de inseguridad. Esto supuso que los empresarios gasistas debiesen plegarse en algunas ocasiones a las demandas de los ayuntamientos en zonas que no contaban con posibilidades de extender la red de canalizaciones hacia las industrias.
A los inconvenientes que suponía el tenerse que plegar a algunas solicitudes de los ayuntamientos que no eran excesivamente rentables para las empresas gasistas, en España, éstas se debieron enfrentar a un inconveniente añadido en sus relaciones con las instancias municipales, debido al estado de permanente endeudamiento por el pago del gas en que se encontraron los ayuntamientos. Por una parte, los cálculos cuidadosamente elaborados por algunos ayuntamientos sobre lo que podía suponer el cambio de alumbrado del aceite al gas fueron rápidamente sobrepasados por la realidad; por otra, el estado de la Hacienda española tampoco permitía excesivas desviaciones de los presupuestos -por lo demás, extraordinariamente ajustados- para las necesidades de los municipios [5].
Por lo que respecta a la industria gasista española, se debe indicar, también, que el precio de producción del gas fue siempre bastante más caro que en otros países europeos debido a la carestía de los carbones necesarios para fabricar el gas. No todos los carbones eran adecuados para esa función, y en general se debieron importar de Gran Bretaña o, en caso contrario, conformarse con los carbones españoles, en cuyo caso, los rendimientos se veían extraordinariamente disminuidos, lo cual suponía que el precio del gas llegase a cotas escasamente alcanzables para una determinada franja de demanda.
Indudablemente, hasta bien entrado el siglo XX, el gas estuvo presente en algunas viviendas, aunque se limitó a un estrato social muy determinado, el de mayor poder adquisitivo, que lo utilizó como alumbrado y generalmente para usos suntuarios y puntuales. En ese sentido, recordamos que desde sus inicios, el gas tuvo amplia aceptación en lugares representativos, como los teatros [6], así como en otros cuya actividad económica se vería favorecida, como restaurantes y cafés. Sólo cuando su precio se situó en cotas admisibles para la mayoría de la población, se pudo introducir en la vivienda.
La entrada de la electricidad en el ámbito industrial, hacia finales de la década de los años 1870, haría entender a los empresarios gasistas la necesidad de buscar nuevos segmentos de consumo. Primero, serían los motores, que dejaremos al margen en esta comunicación; después, el ámbito doméstico. De hecho, tal como ya había señalado Philippe Lebon, el gas fue concebido para numerosas funciones, como el alumbrado, pero sobre todo, podría ser utilizado para calentar los alimentos, el agua y la vivienda, lo que hasta entonces sólo raramente se había conseguido. En la ampliación de sus utilizaciones los empresarios gasistas vieron su oportunidad para aumentar su producción; la demanda doméstica sería el campo elegido para dar salida a la producción de gas que previsiblemente quedaría sin utilización por la aparición de la electricidad, demanda que, por otra parte, sólo el elevado precio del gas había diferido.
El fomento del consumo de gas en la vivienda
Desde finales de los años 1850, existían ya estudios sobre las aplicaciones domésticas del gas aunque, y a pesar de la propaganda, quedaron en el terreno de las propuestas sin una aplicación concreta. En época tan temprana como 1856, el Journal de l'Èclairage au Gaz, la prestigiosa revista francesa dedicada a los negocios gasistas, anunciaba la Exposición de aparatos de gas en el local de la Compagnie Parisienne de Gaz, situado en la Rue Rivoli cerca de la Place du Palais Royal, haciendo hincapié en la posibilidad de utilizar el gas para usos tan variados como cocinas, hierros de peluquería, chimeneas de salón, caloríferos, aparatos para hacer el té y máquinas para asar. Se consignaba, además, las posibilidades de utilización por industriales como tallistas, farmacéuticos, ebanistas –para los que se recomendaba su uso para fundir la cola al baño María- o soldaduras de hierros. Otros profesionales podrían favorecerse de la utilización del gas: "el químico se servirá también del gas para analizar sustancias orgánicas" y de igual manera, las aplicaciones del gas se podrían extender "a las máquinas locomotoras" [7]. No obstante, el gas continuaba sin entrar de manera generalizada en la vivienda europea, ya que, además de su excesivo precio, la percepción de peligrosidad le hacía escasamente atractivo para la mayoría de la población urbana.
Esa es una de las razones de que pronto se buscasen mecanismos que, al menos, paliasen esos peligros. En 1862, el Journal de l'Éclairage au Gaz [8] anunciaba que el fabricante de aparatos de gas "Beyuet, Nueva de Orléans, 32, cerca de la estación de Sceux" había iniciado con éxito la fabricación de aparatos del "Dr. Tavigny, que por fin pueden controlar los peligros de explosión del gas, prevenir el calor sofocante, el viciado del aire, el deterioro de las pinturas, tintes y dorados, dando una luz más blanca, más viva, más luminosa con una economía de combustible del 20 por ciento" lo cual, junto al anuncio en el mismo número del Journal de la mejora del sistema de ventilación y de iluminación del Teatro de la Opera y del del Châtelet y de la explicación de que se tuviese que alejar la llama de gas de la pantalla de las lámparas de cristal de dichos locales para no romperlo indica que en esos años las dificultades para iluminar interiores eran todavía importantes. Si esto sucedía en los teatros, no puede sorprender que su uso en espacios más reducidos como la vivienda, aún lo hiciesen más problemático.
El mismo Journal, en un número anterior, insertaba en sus páginas abundante propaganda de estufas para calefación y cocinas del fabricante Geo Brower, de Sain-Neots, aparatos para iluminación en bronce de la Maison Brichon, lámparas de sobremesa de despacho, "con cuatro tulipas y reloj en el centro" o el candelabro-buzón de Albert Potts de Filadelfia, patentado en marzo de 1858 y reproducido de otra prestigiosa revista gasista, el americano Journal of Gas Light [9].
Estos pocos ejemplos muestran que las dificultades por hacer entrar el gas en la vivienda fueron importantes y no sólo relacionados con su elevado precio. Sólo la entrada de la electricidad en el mercado, a finales de los años 1870, haría que los empresarios gasistas se diesen cuenta de que sin innovaciones que facilitasen el uso del gas, la electricidad les tomaría muy pronto la delantera. Cosa muy distinta era la iluminación de fábricas y lugares que debían contar con mayor ventilación, en cuyo caso, el problema del enrarecimiento del aire debía ser menor y en donde las cuestiones estéticas no eran primordiales.
De la percepción de caro y peligroso a la idea de confort
Hemos señalado que hasta bien entrado el siglo XX, el gas sólo entró en la vivienda de las clases altas por motivos suntuarios y por lo tanto, se encontró vinculado al uso esporádico, distinto del consumo industrial. Hasta 1890, sólo el 5 por ciento de las viviendas de París contaba con gas y a partir de esa fecha, la previsible competencia de la electricidad forzó a los empresarios gasistas a ofrecer ventajas para fomentar el uso del gas, como pagar la instalación a plazos, bajar sensiblemente el precio del suministro, ofrecer cocinas gratis o simplificar las instalaciones[10] y, casi cien años después de su invención, en 1895, la Compagnie Parisienne de Gaz elaboraría un proyecto para "aumentar el consumo del alumbrado particular de gas" [11], lo cual muestra las dificultades de introducción del nuevo sistema en la vida cotidiana de la que se ha llamado Ciudad Luz.
Respecto a la percepción de su peligrosidad, se sabe que entre 1882 y 1886, hubo en París 123 explosiones de gas con el consecuente incendio posterior [12]. El letrero de cerámica azul Gaz dans tous les étages, de algunas fachadas de inmuebles de París, se ha querido ver como una evidente señal de lujo y de confort [13]; sin embargo, también constituía un sistema de aviso para los bomberos en caso de explosión o incendio hasta bien entrado el siglo XX. Lo primero que debían hacer en ese caso era cerrar rápidamente las entradas de gas situadas en la fachada de los edificios para evitar en lo posible dichos peligros en el inmueble afectado.
De hecho, el cuento de Camilo José Cela Santa Balbina, 37, gas en cada piso, muestra una situación escasamente idílica sobre las utilizaciones del gas en la vivienda, muchos de cuyos inconvenientes todavía hoy deben de ser tenidos en cuenta. Durante los años 1950, se instaló en Madrid el gas en los pisos de muchas casas. Lo que se presentó, también, como "muy conveniente" además de "higiénico y económico" no dejó de ser en ocasiones la causa de desastres, como el que se relata en clave de humor. En el cuento, una joven fallece por las emanaciones de la cocina de gas, lo cual no debe de sorprender dadas las condiciones de suministro que se producían en los años centrales del siglo XX.
Es cierto que esa época se caracterizó en España por la autarquía, el racionamiento de los bienes más básicos de consumo y el aislamiento internacional. Se salía de una guerra civil que había dejado el país en estado de extrema precariedad no sólo de la producción de gas sino de todos los sectores económicos. No obstante, el gas se había ido introduciendo desde años antes en la vivienda vinculado, como se verá, a un determinado estrato social. La guerra y sus secuelas harían que su introducción quedase frenada y, en muchos casos, como en el cuento de Cela, con instalaciones precarias y, seguramente, sin las necesarias revisiones periódicas.
Aparte de algunas muestras de la percepción de la mujer "creada para cocinar", en lo que no vamos a entrar, el folleto de Rossini se declara "dirigido al ama de casa inteligente, que ha sustituido los procedimientos obsoletos de cocción a la leña o al carbón por el combustible moderno por excelencia, el gas".
"La cocina antiguamente, era un antro lleno de humo y por tanto, difícil de mantener limpio por razón del combustible, leña o carbón. La cocina, hoy es un lugar que no tiene que envidiar a cualquier otra habitación de la casa. Entremos en la casa moderna: la dueña de la casa, arreglada de forma que no excluye la elegancia, con la mano en la cacerola, sin tener que soportar el humo, el polvo del carbón, el ácido carbónico o el óxido de carbono. La habitación es clara, una mesa de madera ocupa el centro. La batería de utensilios de cobre, hierro, níquel o aluminio, convive con la porcelana y la cristalería.
Encima de la fregadera, un aparato surte de agua caliente para todos los usos y necesidades. La cocina, adecuada a la importancia de la casa, está dotada de diversas coronas y un horno. Todo es brillante de limpieza y sólo necesita una cerilla y una vuelta de grifo".
Y prosigue: "En nuestra época ya no hay mansión burguesa o modesto interior obrero que no tenga a su disposición el precioso calentador a gas, instrumento dócil, cómodo, limpio, higiénico, regular, constante, intenso y además económico". Después de esta magnífica apología de las ventajas del gas, sigue una serie de recetas para cocinar en la cocina casera, tales como la bouillabaise provenzal, el matelot de París o el cassoulet de Toulouse, así como preparaciones-tipo, como asar, hervir, freír, brasear que
Abundando en la cuestión de la instalación de calentadores de agua en la vivienda obrera, en 1929, apareció un opúsculo editado por la Association Technique des Ingenieurs Gaziers de France[16] en el que se señalaba las características principales de la utilización del gas en viviendas de bajo precio "destinadas a personas poco acaudaladas, que viven principalmente de sus salarios". En esta publicación se cita expresamente la necesidad de que el precio del gas experimentase un descenso, ya que ello favorecería su generalización, por ejemplo, con la instalación de una cocina a gas y "al menos, un radiador a gas en una de las habitaciones y un mechero de emergencia en la cocina cerca del mismo aparato de cocina". Creemos importante señalar que a dichas viviendas populares se les calculaba una superficie de 5 m2 por habitante.
La propaganda en la España de finales de los años 1920
Así como el alumbrado de las viviendas fue introduciéndose más o menos lentamente, las otras aplicaciones domésticas eran difícilmente aceptadas por la mayoría. En los años finales del siglo XIX y principios del XX, tuvieron gran importancia los catálogos industriales que mostraban el gas como la energía de elección ante la irregularidad de otros combustibles, evitar la suciedad del carbón y evitar sus molestos humos. En alguna propaganda se encuentran reproducidas algunas apreciaciones sobre la "dificultad de romper con costumbres arraigadas" y con ciertas previsiones "del todo infundadas" sobre la peligrosidad del gas. En uno de estos catálogos industriales, de finales del XIX, se llegaba a afirmar que España no avanzaría hasta que no se adoptase de manera generalizada el gas en la vivienda, tal como ya sucedía "en América, Bélgica, Inglaterra y Cataluña"[19].
Sin embargo, no parece que en Cataluña estuviese tan extendido el uso del gas en cocinas y calentadores domésticos como se quería hacer creer en el citado catálogo, ya que en la Exposición de Hostelería de Barcelona, de 1927[20] -que supuso una oportunidad indudable para mostrar las ventajas del gas en sus aplicaciones domésticas- se mostraban éstas como innovaciones, lo cual nos hace suponer que, efectivamente, quedaba mucho camino por recorrer hasta la generalización del gas en la vivienda (figura 1).
Figura 1. Propaganda de La Catalana de Gas y
Electricidad 1927. Fuente: Catalana de Gas y Electricidad, Catálogo de la Exposición de Hostelería, 1927. Dibujos de Junceda |
Todavía en 1927 se debía llamar la atención de los futuros usuarios de gas sobre cuestiones relacionadas con las instalaciones, sobre el diámetro de las tuberías, sobre la necesidad de instalar llaves de paso para cada uno de los aparatos, señal de que más de un incidente debía de haber sucedido por su falta. Por ejemplo, en dicho catálogo se señala: "No se abrirá la llave de paso de ningún aparato antes de tener preparado el utensilio que haya de calentarse y menos aún antes de tener preparada y encendida una cerilla o un encendedor" (cursivas en el original)
También se puede leer en recuadros y con tipo de letra grande: "Cierre siempre en primer término las llaves de los aparatos de consumo. Por la noche y en casos de ausencia, deje siempre cerrada la llave general".
Al precio del gas, el otro problema a que se enfrentaban las compañías gasistas, se le dedicó amplio espacio, desde afirmar en grandes letras que "El gas no es caro: es el combustible de mayor rendimiento" a ofrecer unas "Comparaciones" entre las circunstancias que se debían tener en cuenta para la cocina de carbón y para la de gas. En el primer caso, se debía, en primer lugar, "avisar periódicamente al carbonero, disponer, asimismo de un espacio como carbonera que"se convierte, con mucha frecuencia, en nido de cucarachas" (figura 2); también era preciso hacer acopio de leña, limpiar la cocina diariamente. Las labores directamente de encendido se componían de "echar virutas, echar leña, disponer de cerillas y encender. Suponiendo que el fuego se inicie sin dificultad, esperar a que se caliente la plancha, absorbiendo, como es natural, gran cantidad de calor... que es dinero perdido" y por último, se debía transportar las cenizas. En cambio, para disponer de la cocina de gas bastaba con abrir el grifo y aplicar una cerilla.
Figura 2. Fuente: Catalana de Gas y Electricidad, Catálogo de la Exposición de Hostelería, 1927. Dibujos de Junceda |
Los textos que acompañan las imágenes son altamente significativos y, como otras numerosas publicaciones de la época, están dirigidos a mostrar las ventajas del gas, tanto respecto a los combustibles tradicionales como respecto a su precio y condiciones de seguridad, limpieza y confort (figuras 3 y 4).
Figura 3. Fuente: Catalana de Gas y Electricidad, Catálogo de la Exposición de Hostelería, 1927. Dibujos de Junceda |
Figura
4. Fuente: Catalana de Gas y Electricidad, Catálogo de la Exposición de Hostelería, 1927. Dibujos de Junceda. |
Cuando se estaban cumpliendo todas las
condiciones para que el gas enraizase definitivamente en el consumo doméstico,
la Guerra Civil española truncaría por bastante tiempo las posibilidades de
desarrollo de esa industria. La posguerra aún acentuaría más las
dificultades y se puede asegurar sin lugar a dudas que la época del gas de hulla
había pasado mucho antes de su sustitución por otros medios de obtención de
energía, como la electricidad.
Algunas cifras sobre el consumo doméstico del gas entre 1930 y 1963
Una vez finalizada la guerra, la estructura industrial y de infraestructuras se encontraba prácticamente destruida o con escasas posibilidades de reactivación. Es el caso de la industria del gas. Por entonces, la destilación del carbón de hulla era el procedimiento generalizado para la obtención de gas; pero el carbón, como ya hemos señalado, debía proceder de las minas británicas, cuya entrada en España se vio, en los primeros tiempos, obstaculizada por diversas circunstancias, entre ellas, un primer bloqueo como represalia al bando vencedor, y los inicios de la II Guerra Mundial. Los escasos carbones británicos que podían entrar en España lo fueron por cuenta de La Catalana de Gas y Electricidad de Barcelona; pero esos carbones pocas veces fueron dedicados a la fabricación del gas, ya que las autoridades políticas generalmente los incautaban "a título de préstamo"[21] para aplicarlos a otras funciones estratégicas de mayor envergadura, como el transporte por ferrocarril. Lo mismo sucedía con los carbones procedentes de Asturias, donde La Catalana, que poseía el total de las acciones de la empresa Carbones Asturianos, se proveía de carbones que, aunque de menor calidad, podían cumplir las funciones de la producción de gas.
El número de abonados a La Catalana[22] entre los años 1930 y 1963 muestra las
dificultades que debería sortear la empresa para continuar siendo la primera
suministradora de gas del país (figura 5). Como se puede observar, los consumos
de los tres años de la Guerra Civil no constan en las memoras de la empresa, lo
cual es debido a que la fábrica funcionó de manera precaria debido a las
condiciones de violencia. Por otra parte, el hecho de haber sido
gestionada por los comités revolucionarios, hizo, como en otros muchos aspectos
del conflicto, que se obviase dar a conocer cualquier dato que hiciese
referencia a ese período.
Figura
5. |
El último año en que La Catalana pudo comprar carbones británicos fue 1950 con una cantidad que representaba el 0,46 por ciento del total utilizado[23] De manera que la empresa gasista decidió abastecerse, también, de otros combustibles que por su composición orgánica también podían producir gas, como las semillas de uva o los huesos de aceituna[24]. En 1952, a título de ensayo se inició el proceso de fabricación de gas a partir de gas de agua que por su escaso poder lumínico sería desplazado poco después por la fabricación del gas a partir del craking de naftas ligeras; primero como complemento y entre 1962 y 1964, sustituyendo completamente la producción de gas por los otros medios[25].
Todas esas circunstancias frenaron en gran medida la producción de gas y en consecuencia su utilización para otros usos que no fuesen los ya establecidos, como el alumbrado público. No es de extrañar que la producción y la distribución de gas en esos años siguiese la tendencia inversa a lo que es de esperar de las empresas que actúan por medio de redes, cuya tendencia a la expansión ya ha sido explicada en otros lugares[26]. A título ilustrativo veremos algunas cifras de producción y emisión de gas en la década 1950-1960 así como un dato que no debe pasar desapercibido: el poder calorífico del gas. Se puede observar que el número de Kilocalorías por metro cúbico fue disminuyendo entre 1955, fecha en que se cerraría la fábrica de El Arenal por su escasa productividad, y 1961, justamente antes de eque, finalmente, la fábrica de Sant Martí iniciase el funcionamiento de la unidad ONIA[27] para el craking de las naftas ligeras.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
Fuente: AHGN, Fondo CGESA Memorias del Servicio de Producción (1950-1961) |
Estas cifras nos permiten constatar, en primer lugar, que, aparte de los años posteriores a la guerra de 1936-39 que lógicamente fueron difíciles, los peores años de la historia de La Catalana estuvieron fuertemente relacionados con la calidad y cantidad de los carbones para la fabricación de gas y, en consecuencia, con la calidad del gas producido y con su aceptación por la población. Los valores de las Kilocalorías, en concreto, explican claramente dichos problemas. En la actualidad, el poder calorífico del gas natural, por ejemplo, fluctúa entre las 10.400 y las 10.600 Kilocalorías por metro cúbico, mientras que los números que se muestran en el cuadro 1 son suficientemente expresivos.
Se sabe que en 1950 el número de abonados en la ciudad de Barcelona era de 175.249 a los que se les suministraba el gas por medio de 993.614 mecheros. En 1951, dicha cifra había descendido discretamente (hasta los 173.521) y el año siguiente, 1952, aún se había reducido más, hasta los 171.811 consumidores. Ese año, las cifras del consumo particular se desglosaron, de manera que es posible seguir la evolución del consumo doméstico de manera más fiable que en los dos años precedentes. Como se puede observar en el cuadro 2, de un total de 171.811 abonados particulares 157.459 lo eran de carácter doméstico; 11.401 de carácter industrial (recuérdese que por esos años las restricciones y los cortes de electricidad eran habituales) y 2.951 de carácter médico-benéfico.
Se sabe, también que 1952 se inició como un año difícil por muchos motivos, principalmente económicos, que quedarían enmascarados en buena medida por la celebración del Congreso Eucarístico Internacional. A pesar de los intentos de las autoridades políticas por fomentar el ornato de la ciudad, lo cierto es que las cifras de producción, emisión y abonados de esos años coinciden en señalar la pérdida en el consumo del gas. A titulo ilustrativo, resumiremos algunos datos sobre el consumo del gas en Barcelona entre 1950 y 1963. En esos trece años, precisamente, se realizaría el cambio tecnológico, se dejaría de producir gas de hulla y se iniciaría su fabricación por medio del craking a que nos hemos referido.
Año |
Viviendas de ocupación permanente |
|
Total |
% gas/ | ||
doméstico | industrial | médico-benéf. comercial | ||||
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
980 |
|
|
Fuente: AHGN, Fondo CGESA. Memorias del
Servicio Exterior y Sindicato Nacional de Agua, Gas y Electricidad.
Datos estadísticos técnicos de la industria del gas. Ayuntamiento de
Barcelona, Servicio de Estadística. Población y vivienda, 1965 y
Patronato Municipal de la Vivienda. La vivienda en Barcelona.
Barcelona: 1967. |
También en ese caso las cifras apuntan a una importante reactivación del consumo doméstico del gas a partir del ya señalado cambio tecnológico.
La conversión en los años 1962-64 desde la producción de gas por materias orgánicas a la utilización de combustibles derivados del petróleo constituiría la posibilidad real de que el uso del gas se generalizase. Obsérvese que es precisamente en esos años que se incrementa de manera llamativa el consumo doméstico y la importante disminución en el consumo industrial. La razón respecto a éste último se debe de buscar, esencialmente, en la generalización de la electricidad para esas actividades y, en consecuencia, el abandono definitivo del consumo industrial del gas. Es interesante observar que es precisamente en esos años (1962 y 1963) en los que se desglosó el consumo relacionado con las actividades comerciales.
Se puede afirmar, pues, que el consumo doméstico de gas no llegaría a generalizarse hasta que las condiciones de producción fuesen las que debían proporcionar la fiabilidad y, sobre todo, las calorías necesarias que permitiesen que fuese competitivo a pesar de su mayor precio respecto de los combustibles tradicionales, como algunos carbones, o los derivados de la propia destilación del carbón de hulla, como el carbón de orujo o el mismo coke.
El otro gran freno para la generalización del consumo doméstico de gas era la percepción de su peligrosidad, lo cual, a pesar de las aseveraciones de las empresas gasistas -pasadas y actuales- era y es bien real[29]. Baste saber que entre 1950 y 1956 -justamente en la época del cuento de Camilo José Cela citado anteriormente- los accidentes por el gas en la ciudad de Barcelona ascendieron a la cifra de 331, en los cuales se produjo un total de 536 situaciones de asfixia, de intoxicación o de ambas causas combinadas. De todos esos accidentes sólo 10 pudieron ser achacados a intentos de suicidio; en la mayoría de los otros casos, las razones que internamente consideró la empresa fueron, por este orden, "escapes en instalaciones internas, ramales y tuberías", "espitas abiertas", "descuidos" y "actos atribuidos a terceros". La empresa, por esos años llevaría un control riguroso no sólo sobre los accidentes sucedidos sino, y muy especialmente, sobre todas las noticias aparecidas en los medios de comunicación[30].
Conclusiones
Hemos señalado que el gas, como medio de alumbrado doméstico, presentó desde el principio determinados inconvenientes: desprendía calor, ajaba los colores, deterioraba las pinturas, los tintes y los dorados de los muebles. Su uso implicaba, fundamentalmente, numerosos peligros, como incendio y asfixia; viciaba el aire en ambientes cerrados y tenía una fuerte predisposición a explotar. Sólo cuando las condiciones de suministro mejoraron -esencialmente el precio- y cuando las medidas de seguridad fueron mayores, el gas entró en la vivienda urbana.
También hemos indicado que hasta bien entrado el siglo XX, sólo una pequeña parte de la población urbana pudo disponer de gas en la vivienda, ya que a finales del siglo XIX e inicios del XX las condiciones de la vivienda de las clases menos favorecidas dejaban mucho que desear. Si muchas no contaban con agua corriente, mucho menos con un sistema de alumbrado que se distinguía por su elevado precio.
Ante la competencia de la electricidad, las empresas gasistas decidieron iniciar una estrategia de largo alcance que cubriría diversos campos económicos. Además de introducirse en el negocio eléctrico con la creación de centrales eléctricas desde las que se organizaban nuevas redes que articulaban el espacio urbano, ampliaron las aplicaciones del gas en diversos campos, entre ellos, el doméstico.
Los catálogos a que hemos aludido son una muestra de las dificultades que se produjeron para entrar en el mercado doméstico hasta bien entrado el siglo XX, tanto por el precio como por las cuestiones vinculadas a la seguridad. En España, hacia los años 1930, las utilizaciones del gas para usos domésticos se verían fuertemente incrementadas, pero dicho incremento quedaría frenado por el conflicto bélico de 1936-39 y luego por las difíciles circunstancias de la posguerra. A todo ello se vendrían a añadir las dificultades de abastecimiento de los carbones ingleses por causa del inicio de la II Guerra Mundial.
Hemos mostrado, también, algunas cifras
sobre el consumo doméstico en Barcelona que constituyen una buena muestra de lo
que sucedía en el resto del país. Sólo la innovación tecnológica que supuso el
procedimiento del craking de naftas ligeras, consiguió remontar el
consumo particular del gas en Barcelona hasta cotas que se pudieron considerar
equiparables a las habituales de otros países europeos.
Notas
Bibliografía
ARROYO, M. La industria del gas en Barcelona, 1841-1933. Innovación tecnológica, territorio urbano y conflicto de intereses. Barcelona: Serbal, 1996, 420 p.
ARROYO, M. El desarrollo diferencial de la industria del gas en algunas ciudades españolas (1842-1924). Estudos Ibero-Americanos. Pontificia Universidade Catolica de Rio Grande do Sul, vol. XXVIII, nº 1, 2002a, p. 85-100.
ARROYO, M. Estrategias empresariales y redes territoriales en dos ciudades españolas, Barcelona y Madrid (1832-1923). Historia Contemporánea, Universidad del País Vasco, nº 24, 2002b, p. 137-160.
ARROYO, M. Iniciativa privada e intereses públicos en el desarrollo de la industria del gas en España, 1842-1924. In MENDOZA, H. RIBERA, E. SUNYER, P. (Eds). La integración del territorio en una idea de Estado, 1820-1940. Instituto de Geografía, UNAM, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, Agencia Española de Cooperación Internacional, 2002c, p. 220-234.
Association Technique des Ingenieurs Gaziers de France. Comment installer le gaz dans la maison?. Folleto, 1929.
Ayuntamiento de Barcelona, Patronato Municipal de la Vivienda. La vivienda en Barcelona. Barcelona: Ayuntamiento de Barcelona, 1967.
BERLANSTEIN, Lenard. Big Business and Industrial Conflict in Nineteenth Century of France. A social History of the Parisian Gas Company. Berkeley: University of California Press, 1991. 348 + xvi p.
CAPEL, H. (dir.) Las Tres Chimeneas. Implantación industrial, cambio tecnológico y transformación de un espacio urbano barcelonés. Barcelona: FECSA, 1994, 3 vols.
Catalana de Gas y Electricidad. I Exposición de la Industria Hotelera y de la Alimentación. Barcelona: Seix y Barral, 1927. Dibujos de Junceda.
CELA, C. J. Santa Balbina, 37, gas en cada piso y otros relatos. Madrid: Aguilar, 1994, 79 p. (otras ediciones anteriores)
DUPUY, G. L'urbanisme des réseaux. Théories et méthodes. París: Armand Colin, 1991 y eds. posteriores, 198 p.
Journal de l'Éclairage au Gaz. 1856; 1860; 1862.
LEBON, Philippe. Thermolampes ou poêles qui chauffent, éclairent avec economie et offrent plusieurs produits précieux. Une force motrice aplicable à toute espèce de machines. Inventé par Philippe Lebon, Ingénieur des Ponts et Chaussées, París: Ch. Pougnes, 1801. Edición de 50 ejemplares a cargo del autor. Original en la Bibliothéque Nationale de París.
LUCAN, Jacques. Eau et gaz à tous les étages. París, 100 ans de logement. París: Picard, 1992.
ROSSINI.La cuisine au gaz c'est la cuisine moderne. Folleto de 1924 localizado en la Biblioteca Nacional de París.
VEILLERETTE, François. Philippe Lebon ou l'homme aux mains de lumiére. Colombey les deux Églises: Mourot, 1987. 400 p.
WILLIOT, J. P. Nouvelle ville,
nouvelle vie: croissance et rôle du réseau gazier parisien au XIXe siècle.
In CARON, F. DERENS, J. PASSION, L. CEBRON DE L'ISLE, Ph. (eds). París et ses
réseaux: naissance d'un mode de vie urbain, XIXe-XXe siècles. París: Hôtel
d'Angouleme-Lamoignon, 1990, p. 213-232.
© Copyright Mercedes Arroyo,
2003
© Copyright
Scripta Nova, 2003
Índice de Scripta Nova |