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Nova REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. VII, núm. 146(053), 1 de agosto de 2003 |
INSALUBRES E "INMORALES": ALOJAMIENTOS TEMPORALES EN LA CIUDAD DE MÉXICO, 1900-1920
Mario Barbosa Cruz.
El Colegio de México, México
Insalubres e "inmorales": alojamientos temporales en la ciudad de México, 1900-1920 (Resumen)
Los archivos locales de la ciudad de México muestran diversos tipos de alojamientos populares. Aparte de las vecindades que, sin lugar a dudas, albergaban a la mayor parte de la población, existían alojamientos temporales de diferentes categorías (casas de huéspedes, mesones y posadas y dormitorios públicos) en donde pernoctaban no sólo los visitantes pobres de la ciudad sino una buena parte de la población que no tenía residencia fija. En las siguientes páginas se describen las condiciones materiales de los alojamientos temporales para habitantes pobres en esta ciudad a finales del Porfiriato y durante la época revolucionaria. Así mismo, se caracteriza el discurso gubernamental en que se basaban las políticas de control de este tipo de viviendas que, en las primeras décadas del siglo XX, fueron motivo de álgidos debates derivados de las preocupaciones por la salubridad y la "civilización de los comportamientos.
Unhealthy and Immoral: Temporary Lodgings in Mexico City, 1900-1920 (Abstract)
The local archives of Mexico City show diverse types of popular housings. Apart from the tenements that, no doubt, they were sheltering to most of the population, there existed temporary housings of different categories (boarding houses, inns and public bedrooms) in where there were staying not only the poor visitors of the city but a good part (report) of the population who did not have fixed residence. In the following pages there are described the material conditions of the temporary lodgings for poor inhabitants in this city at the end of the Porfiriato and during the revolutionary epoch. Likewise, there is characterized the governmental speech on which there were based the political ones of control of this type of housings that, in the first decades of the century XX, were a motive of culminating debates derived from the worries for the health and the "civilization" of the behaviors.
La ciudad de México recibió el siglo XX con unos 350.000 habitantes en su área urbana y hacia 1910 el área construida ocupaba unos 8.5 km2. Desde la segunda mitad del siglo XIX y hasta la primera década de la siguiente centuria, el área construida había crecido casi cinco veces, mientras que la población había aumentado 2.3 veces. Según los estudios existentes sobre expansión urbana, este aumento del área no implicó un mayor espacio para el alojamiento de las mayorías pobres urbanas. Gran parte del crecimiento estaba en colonias para élites y sectores medios y en amplios fraccionamientos destinados a sectores bajos que se poblaron lentamente.[1] Las mayorías pobres continuaban hacinadas en alojamientos calificados de insalubres e inmorales.
La insuficiencia de la vivienda popular era, por tanto, uno de los problemas sociales más álgidos para las élites letradas, como puede percibirse en los apartes de un artículo del diario El Imparcial en 1902, el cual tenía como base el análisis de los datos del censo realizado dos años atrás:
Hay 13,199 familias sin domicilio propio en la buena ciudad de México. Esta noticia no es nuestra; pertenece al órgano oficial del Ayuntamiento, el que para obtener tan sugestivo dato se vale de las estadísticas relativas al último censo (1900).
Véanse las cifras:
Número de familias:
92,405
Número de viviendas
79,206
Diferencia
13,199
El Boletín Municipal infiere de esta exposición que existen 13,000 familias que no tienen casa y que probablemente habitan con otras familias, compartiendo con ellas el estrecho alojamiento que proporcionan al vecindario las viviendas de última categoría.
[...] Esas casas de vecindad, esas accesorias de las que ya alguna vez hemos hablado, ofrecen el más sorprendente espectáculo de hacinamientos humanos que podría imaginarse. Sólo los antiguos "Guetos de la Edad Media, aquellos típicos barrios a que se confinaba a los judíos, podrían dar una idea de la estrechez, la injuria, del desaseo de las moradas.[2]
El artículo, además de presentar con cifras este problema de la ciudad, señalaba otro hecho importante de tener en cuenta al pensar en los alojamientos de los pobres de la ciudad. Durante el Porfiriato, y también en la década de la Revolución, la construcción de nuevas viviendas y la expansión de la ciudad tenía unos destinatarios específicos: los sectores altos y medios, "entre los que se reclutan empleados del gobierno y particulares, con un sueldo medio típico de ochenta á cien pesos.[3] La creciente población pobre continuaba viviendo, en su gran mayoría, en condiciones de hacinamiento en vecindades (tanto en antiguas casonas como en nuevas edificaciones construidas con este fin), en barracas improvisadas en terrenos no permitidos y en los que llamaremos de ahora en adelante alojamientos temporales.
Las vecindades habían sido desde la Colonia el lugar por excelencia de la diversidad y de la combinación de diferentes usos (vivienda familiar, taller, comercio). En su interior convivían familias de sectores sociales diferentes en habitaciones estratificadas de acuerdo con su superficie y con las comodidades que tuvieran.[4] En el siglo XIX y comienzos del XX, las vecindades continuaban albergando diversidad de población pero sobretodo sectores medios y pobres. Esta situación generó un desmejoramiento en los servicios básicos de saneamiento y salubridad agravado por el hacinamiento dentro de las viviendas.[5] Al comenzar el siglo, en la ciudad de México había vecindades que tenían hasta 300 viviendas; tal es el caso de una conocida como "La Bella Elena cuyos cuartos estaban separados por unos callejones internos en los que corrían los desperdicios y excrementos de sus habitantes.[6]
Con base en los censos del siglo XIX, también se ha señalado un proceso creciente de densificación de estas viviendas en la ciudad de México. Según María Dolores Morales y María Gayón, las casas que tenían más de 10 viviendas aumentaron de 1,015 a 1,721 entre 1848 y 1882. Había una gran diversidad de viviendas al interior de una casa: cuartos independientes, accesorias (las cuales tenían acceso directo a la calle), jacales (habitaciones construidas con madera u otros materiales perecederos), cajones (espacios para el comercio en donde también vivían), covachas (situados debajo de las escaleras) o corrales (lugares cercados donde, además de animales, pernoctaban familias).[7]
De otra parte, tanto alrededor de la ciudad como en lotes vacíos de nuevas colonias muchos habitantes improvisaban casas con materiales de desecho, conocidas como jacales. Allí se alojaron muchos inmigrantes rurales y habitantes pobres. A los contemporáneos, les llamaba la atención la miseria de estos conjuntos de viviendas, en la mayoría de casos, de invasión de terrenos no autorizados para tal fin. Para muchas familias era una alternativa de alojamiento en medio de la ausencia de trabajo y donde podían residir sin pagar renta.[8] Aunque tradicionalmente se cree que estos jacales se ubicaban en las afueras de la ciudad, en las colonias más pobres y a la orilla de las calzadas y vías del ferrocarril, hemos encontrado que incluso se ubicaban en lotes vacíos de colonias como la Condesa y la Roma.[9] Incluso en las mismas vecindades había jacales en algún rincón de los patios o espacios comunes, como lo mencionaban las autoras citadas en el párrafo anterior.
Aunque muchos autores consideran que las vecindades más pobres y los jacales eran las viviendas más modestas, había también otros lugares míseros de habitación, nos referimos a los alojamientos temporales. Entendemos estos últimos como lugares que se rentan por períodos cortos que van desde una noche, días, semanas o meses; algunos de ellos contaban con muebles básicos (cama) y en otros casos solo había un espacio reducido para ubicar el petate[10], como lo veremos más adelante. Estos alojamientos eran el lugar donde pernoctaban una parte de esa población que no tenía residencia y que mencionaba la cita del diario de párrafos atrás.
Desde finales de la Colonia, algunos estudios han señalado la existencia de una población sin residencia fija o "flotante que vivía en la calle, en hoteles o mesones, o pedían alojamiento en casa de familiares o amigos.[11] En su estudio sobre la población de la parroquia Santa Catarina en el siglo XVIII, Juan Javier Pescador y Cecilia Fernández señalan que las inmigración rural, así como las epidemias que rompen la estructura familiar, producían reagrupamientos de la población que buscaba habitación con amigos o familiares lejanos.[12] Si bien sería necesario un estudio más a fondo, consideramos que a comienzos del siglo XX, el aumento de la inmigración rural,[13] la insuficiencia de las habitaciones existentes y las epidemias generaron un aumento de esta población que vivía itinerante en la ciudad y que ni siquiera tenía mobiliario básico de vivienda. Este artículo pretende estudiar dichos lugares y este tipo de población.
Es un lugar común hablar de las difíciles condiciones de vida de los sectores medios y pobres en las grandes ciudades a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Sin embargo, poco se sabe aún de la vida material al interior de las habitaciones populares. Se habla en general de insalubridad y de hacinamiento pero pocos estudios abordan estos problemas. En adelante vamos a fijar la mirada en las condiciones materiales de los diversos alojamientos temporales en las dos primeras décadas del siglo XX, una época convulsionada por las crisis políticas generadas en la decadencia del gobierno de Porfirio Díaz (1876-1911) y durante la década revolucionaria, época de aumento de la inmigración interna, de hambrunas y de epidemias. Concentraremos la atención en los alojamientos temporales, los menos estudiados ni mencionados en investigaciones históricas, crónicas o artículos de prensa. Inicialmente, describiremos las condiciones físicas, de salubridad y de convivencia de estos alojamientos de propiedad privada y de iniciativa oficial. Luego intentaremos caracterizar el tipo de control social[14] que ejercían las autoridades del Distrito Federal y de la Federación para modificar prácticas y comportamientos, teniendo como modelo las ciudades europeas o estadounidenses.
La sección "Casas de alojamiento" del Archivo Histórico del Distrito Federal permite observar las condiciones materiales de los alojamientos que solicitaban licencia para su funcionamiento. De la documentación encontrada sobre este particular, privilegiaremos aquella relacionada con los hospedajes más humildes para tratar de establecer sus características fundamentales; sin embargo, también abordaremos la estratificación interna y la presencia de diversos sectores sociales en su interior.
Casas de huéspedes, posadas, mesones y dormitorios públicos
Aparte de los hoteles, los cuales se encontraban en el escalón más alto, existían otros tres tipos de alojamientos temporales: casas de huéspedes, mesones o posadas y dormitorios públicos. Una estadística enviada al Gobierno del Distrito por la Subdirección de Contribuciones Directas del Departamento de Empadronamiento en octubre de 1907 señala que a esa fecha estaban registrados en la ciudad de México 43 hoteles, 80 casas de huéspedes, 12 mesones y 10 posadas o dormitorios públicos. En la municipalidad de Guadalupe Hidalgo había un mesón y una posada; en San Ángel un hotel, una casa de huéspedes y tres mesones; en Xochimilco un mesón, en Atzcapotzalco un mesón y en Tacuba dos mesones.[15] Según estas estadísticas periódicas enviadas por esta Subdirección, entre 1907 y 1915 se presentó un aumento de los mesones y posadas, hecho que además tiene que ver con los controles puestos en práctica por las instituciones distritales para definir su existencia legal y con las contribuciones que tenían que pagar al gobierno local. En la documentación revisada es perceptible que muchos de los pequeños hoteles y casas de huéspedes solicitaron el cambio de su calidad para disminuir el impuesto mensual. No importaba cambiar la calidad, si el objetivo era aminorar los gravámenes establecidos por el gobierno.[16] Pero, ¿cuáles eran las características de cada uno de estos tipos de alojamientos temporales?
En las casas de huéspedes se destinaban algunos cuartos o covachas de una casa de familia para el hospedaje temporal. En algunos casos, también se brindaba asistencia en alimentación a los huéspedes, función que requería el permiso respectivo de la autoridad competente y que llevaba a definirlas como "casas de asistencia". Allí generalmente convivía la familia responsable del alojamiento con los huéspedes temporales:
La casa... hace esquina con la de los Migueles y hacia este lado está el departamento que la familia que ocupa la casa ha destinado para recibir huéspedes. Este departamento incomunicado del resto de las habitaciones aunque tiene acceso por la misma escalera, se compone de tres piezas aseadas y ventiladas convenientemente, las que han sido divididas en once alcobas por medio de unos tabiques de género que no alcanzan el techo; habiendo, para el servicio de los huéspedes, dos excusados ingleses en buenas condiciones de higiene situados uno en el primer piso y otro en el segundo.[17]
En la mayor parte de estos alojamientos, como en las vecindades, una característica claramente observada es la división de cuartos amplios de viejas casas o departamentos mediante piezas de madera o de otros géneros, impidiendo el paso de la luz y disminuyendo el espacio para cada habitante. En algunos casos mencionados por los inspectores, cada "cuarto" se restringía al lugar para la cama. Esta disposición y división arbitraria de los espacios generaba una estratificación de los cuartos alquilados y de los precios cobrados a los huéspedes. La luz y el aire costaban, así como la comodidad material y el acceso a servicios sanitarios, los cuales variaban de acuerdo con la calidad del "cuarto".
Para los organismos de control de la Ciudad, había dos condiciones fundamentales para conceder una licencia a una casa de huéspedes: un informe del comisario de la demarcación donde se ubicaba el inmueble, así como el aval del inspector del Consejo Superior de Salubridad. Cada instancia tenía argumentos distintos para apoyar la solicitud. Para la primera, era fundamental la ubicación en una zona de "reconocida moralidad". Este aspecto se evaluaba por la cercanía de burdeles o casas de asignación a donde acudían no sólo las prostitutas y sus clientes, sino también los amantes furtivos. Esta cercanía era un indicio de que estas casas de huéspedes podrían "perder su moralidad. La inspección también tenía en cuenta la proximidad de otros lugares de sociabilidad, en particular, de expendios de bebidas embriagantes y de establecimientos de juego; también se insistía en que estuvieran alejados de planteles de educación. Un aspecto que importaba mucho era la presencia de vigilancia policial permanente para supervisar su funcionamiento.
Por su parte, el Consejo evaluaba las condiciones sanitarias, la presencia de baños, el tipo de materiales utilizados en la construcción, la ventilación y el acceso a los servicios públicos. En ocasiones, las diferencias entre los informes de una y otra instancia no eran muy claras y por el contrario abordaban los mismos aspectos. El informe del comisario de la Cuarta Demarcación sobre la casa de huéspedes ubicada en la calle cerrada de Jesús No 9 (hoy avenida 20 de noviembre) nos permite conocer los aspectos evaluados en la inspección de una casa de huéspedes en abril de 1912:
Se halla establecida en la planta alta de la casa que se indica y consta de 7 piezas, de las que dos se hallan divididas mediante canceles de madera que no llegan al techo, resultando por consiguiente 9 departamentos, en los que hay camas, bureaus y lavabos, todo corriente y usado y de las piezas citadas una tiene dos balcones y la otra uno que dan a la calle en que se halla establecida la casa y en otra dos de las referidas piezas hay en una un lavadero y un excusado y en la otra un bracero. En la misma casa en que se halla establecida la de huéspedes de que se trata, se encuentran cinco viviendas ocupadas por otras tantas familias. El referido establecimiento no obstante de estar destinado para casa de huéspedes, tiene el rótulo de hotel y en las bocacalles de la Cerrada de Jesús, en la que se halla establecida, no hay vigilancia de la policía.
En la actualidad la casa de huéspedes de que se trata, tiene además de los 9 departamentos que se citan en el anterior informe, cuatro cuartos en la planta alta y diez en la baja; habiendo tanto en éste piso como en aquel un excusado en cada uno, ambos en malas condiciones. Los pisos de algunos de los cuartos inferiores, tienen el piso más bajo que el del patio.[18]
En este caso, la casa de huéspedes se encontraba dentro de una vecindad, hecho que demuestra la diversidad presente en la interior de estas viviendas, como ya lo hemos señalado. El firmante del citado testimonio era el comisario de la demarcación, quien emitió su concepto sobre las condiciones sanitarias a pesar de no estar dentro de sus funciones. En los expedientes revisados que comprenden los años de 1907 a 1915, se observa que para las casas de huéspedes se exigía la independencia de los espacios, así solo fuera con divisiones de madera. Éstas fueron muy comunes en este tipo de alojamientos, a pesar de los riesgos de incendio manifestados en algunos informes.
En el siguiente rango de la escala, encabezada por los hoteles y seguida por las casas de huéspedes, se encontraban los mesones o posadas[19] y los dormitorios públicos. Éstos se ubicaban en cercanías de las entradas de la ciudad y desde finales de la Colonia eran los lugares donde se alojaban los arrieros y otros visitantes temporales. Si en 1907, como mencionábamos arriba, existían 12 mesones y 10 posadas, a finales de 1912 entre mesones y posadas había registrados 39. De éstos, Miguel Frías, Pedro V. Manrique y Marcelino Guerrero eran propietarios de cuatro cada uno. La mayoría estaban localizados en las demarcaciones uno, dos y tres, en cercanías de los accesos a la ciudad al norte y al oriente y a las estaciones del ferrocarril más concurridas.
Los precios muestran las condiciones ofrecidas a los viajeros. Mientras que en una casa de huéspedes se podía pagar hasta 50 centavos la noche,[20] en los mesones los cuartos se alquilaban por una noche en 1913
"desde la cantidad de DIEZ CENTAVOS. Además por la cantidad de TRES CENTAVOS, se admite a personas para que entren a dormir proporcionándoseles un petate".[21]
Muchos de estos mesones tenían cuartos independientes que ofrecían el mobiliario básico para los viajeros y además contaban con espacios para caballerizas. En su interior había una estratificación interna de acuerdo con las mismas condiciones que ya señalábamos para las casas de huéspedes.
Y, sin lugar a dudas, los más míseros alojamientos temporales eran los dormitorios públicos, cuartos grandes o medianos con filas de camas en donde los viajeros pagaban en promedio tres centavos la noche. Sin embargo, en algunos ni siquiera había camas. Al visitante sólo se le entregaba un petate y tenía que buscar un lugar en el piso de amplias galeras en donde se alojaban hasta 60 personas. Un informe de la Confederación Cívica Independiente describía de la siguiente manera en 1912 los dormitorios públicos ubicados en la colonia de La Bolsa y en la plaza Juan José Baz, al norte de la ciudad:
... los expresados dormitorios son galeras largas y estrechas, con ninguna o poquísima ventilación; otros, son cobertizos y piezas en sucesión, sin puertas para cerrarse, y todos con el único ajuar de dos series de vigas en los costados, que tienen el destino de servir de cabeceras á guisa de almohada. Esos dormitorios, que son de empresas particulares, tienen por servidumbre una persona, hombre ó mujer, que se encarga de recoger en la entrada tres centavos que importa el alojamiento personal por una noche, con derecho a utilizar un petate de tule tomado al acoso de entre un gran montón que se ha formado en las mañanas a medida que van siendo desocupado; pero ¡qué petates! Uniformes todos en color por los matices que han dejado allí su huella inequívoca de asquerosidad toda especie de deyecciones y de vómitos, con el acompañamiento inseparable de los más inmundos parásitos, el asilado que llega no escoge el menos sucio, sino el menos roto...[22]
Más allá de la sordidez en la descripción plasmada en este testimonio, esta era la realidad de muchos dormitorios. Los informes de las comisiones de habitaciones del Consejo Superior de Salubridad de este mismo año insistían en la necesidad de reformas a los dormitorios para concederles la licencia. En algunos casos se pedía la separación de espacios para animales y personas, el mejoramiento de las condiciones de los techos, especialmente tapar los agujeros que hacían aún más frío el ambiente de dichas galeras y mejorar las condiciones del piso. Por ejemplo, el mesón ubicado en la 5a del Estanco de Mujeres nº 110.
Visitado por la 1a Comisión de habitaciones, encontró que no está en buenas condiciones higiénicas, por lo que no puede concederse licencia respectiva mientras no se corrijan los siguientes defectos:
1.Que no se alojen en el mismo local los animales y las
gentes.
2.Que se ponga en todo
el patio, incluyendo la parte destinada a dormitorio, un piso impermeable
o cuando menos loza.[23]
Un oficio de los inspectores fechado unos días después (a finales de marzo de 1912) afirmaba que éste no era un mesón sino un dormitorio público: "El techo y los muros están llenos de aberturas y agujeros, siendo el primero de lámina y los otros de madera. El piso también es de madera, está sumamente sucio lo mismo que los muros".[24] El Consejo decidió no conceder el permiso hasta tanto no se solucionaran los problemas señalados.
Además de las condiciones de salubridad material, el hacinamiento era un grave problema presente tanto en estos alojamientos, como en el interior de los cuartos más humildes de las vecindades. En el mismo informe de la Confederación que hemos citado, causaba gran asombro esta situación, tanto como la pobreza material de estos lugares:
... y con ese andraje, que lleva los gérmenes de la muerte, se va el huésped al rincón más lejano, para que no le toque la mayor aglomeración, toda vez que al llenarse las galeras noche a noche, la acumulación aumenta en los sitios próximos a las entradas y la última gente que entra es la más cargada de alcohol y de impertinencias, última gente que se incrusta como cuña entre dos que se han tirado en el suelo ó se echa sobre ellos sin miramiento alguno, pues la galera admite el número de gente que quiera penetrar, sin tasa ni condición, porque se trata de lucro, el rico propietario de esos antros lo que quiere es que en cada galera quepan no cincuenta ó cien personas que puedan formar una capa de tendido, sino otras cien más, para que el producto se duplique.[25]
Según los testimonios que brinda la inspección del Consejo Superior de Salubridad, en estos primeros años de la década de 1910 hubo una gran preocupación por el espacio necesario para un individuo en su habitación. El artículo 70 del Código Sanitario de 1903 -vigente hasta 1925- ordenaba "que cada individuo disponga para dormir, cuando menos, de un espacio de 20 metros cúbicos".[26] Este argumento fue la base para determinar el número de personas que podía albergar una galera de un dormitorio público de acuerdo con su capacidad:
Por los datos que proporcionó el médico, respecto al dormitorio situado en la casa número 35 de la calle de la Industria, se infiere que ocupadas todas las camas, solo disfrutan, los de la primer sala de 7 metros cúbicos, los de la 2a, 3a y 5a de 3 metros 33 centímetros y los de la 4a de 3 metros 20 centímetros cúbicos... Es claro que debe prohibirse que haya en cada pieza las camas que se indican, pues en la 1a solo pueden dormir 7 personas, en cada una de las 2a, 3a, 4a y 5a únicamente tres personas.[27]
Además del hacinamiento, causaba gran preocupación la convivencia de hombres, mujeres y niños en las mismas galeras. El mismo documento puntualizaba que,
... la acumulación es completa; allí está a la vista de todos, con la ayuda de la luz artificial que no se apaga en toda la noche, mezclados los hombres, las mujeres, las niñas y los niños, de todas las edades, de todas las condiciones de salud y de todas las inclinaciones sanas y perversas; con otra, que muchos hombres van ya acompañados y que otros tantos encuentran allí la compañía, pues en uno de los dormitorios visitados vimos una cuadrilla de arpías de la clase más inmunda por su miseria, por su desaseo y por sus enfermedades asquerosas, que ofrecen al acomodo y lo halla; a vil precio. Así nos lo refirieron ellas mismas con estantable [sic] ingenuidad.[28]
Tanto las inquietudes de los higienistas del Consejo Superior de Salubridad como de la organización cívica que hemos citado, llevaron a la administración de la ciudad a hacer un censo de los dormitorios públicos existentes en 1913 con el propósito de que los inspectores realizaran visitas a fin de comprobar la situación de estos alojamientos. De los 35 dormitorios, dos de ellos eran gratuitos y los demás eran "de paga", según la relación de los comisarios de las ocho demarcaciones de la ciudad. Como un año atrás, la mayor parte estaban localizados en las tres primeras demarcaciones. Cabe señalar que esta inspección coincidió con una multiplicación de las reglamentaciones urbanas durante la dictadura de Victoriano Huerta, entre 1913 y 1914.
Un año después, el 27 de julio de 1914, el Consejo Superior de Gobierno del Distrito y la Secretaría de Gobernación enviaron una solicitud al Consejo Superior de Salubridad para que propusiera con carácter urgente un reglamento en el cual "se comprendan todas las prescripciones de orden, de salubridad y de higiene que son indispensables en establecimientos de ese género principalmente en esta ciudad, donde hay tanta afluencia de gente de diversas procedencias".[29] Sin embargo, en esos momentos no existía un gobierno de la ciudad que pudiera asumir la promoción de un reglamento sobre este particular; unos días antes, el 15 de julio, Huerta había renunciado y el gobierno de la ciudad había quedado en entredicho. El ayuntamiento no había recobrado sus funciones de gobierno de la ciudad que le concedió Venustiano Carranza en septiembre de este año (aunque solo por unos meses). Ante esta situación, el control de los alojamientos se hacía aún bajo reglamentaciones del siglo XIX, las cuales analizaremos luego de abordar los alojamientos promovidos por los primeros gobiernos revolucionarios.
Los lugares de asistencia social
Los dormitorios, comedores, baños y lavaderos públicos gratuitos se multiplicaron en la ciudad en esta década y se constituyeron en una de las novedades de las políticas sociales del período revolucionario. Fueron una de las estrategias de la política social para aliviar, aunque fuera en parte, la difícil situación de los sectores pobres e indigentes de una ciudad en crisis. Recordemos que a la caída del gobierno de Victoriano Huerta, la ciudad vivió uno de los períodos más críticos de su historia. Con la primera ocupación por parte de los carrancistas, "la población sufrió otros males a consecuencia del deterioro de la salud pública, la escasez de alimentos, el aumento de los precios de alimentos básicos y el exceso de papel moneda.[30] Los alimentos escasearon, muchos habitantes de la ciudad quedaron sin empleo y vieron disminuidas sus mínimas condiciones de vida.
Entre julio de 1914 y agosto de 1916, la incertidumbre se apoderó de la ciudad. En estos dos años, como lo muestran varios estudios, la urbe vivió una de sus peores crisis como consecuencia de las amenazas de las fuerzas en conflicto. En uno de los pocos estudios sobre la ciudad de México en estos meses, René Rabell Jara sostiene que los desórdenes en el abasto comenzaron con la entrada y salida de los grupos en contienda debido, sobre todo, al manejo militar de los ferrocarriles. No sólo escasearon los alimentos, también hubo deficiencias graves en el suministro de agua, energía eléctrica y carbón. El desempleo aumentó con la crisis económica; sólo por mencionar un dato, en agosto de 1914 cuando las fuerzas carrancistas al mando de Álvaro Obregón ocuparon por primera vez la ciudad se ordenó el licenciamiento de 40,000 integrantes de las fuerzas federales.[31]
Si bien ya existían algunos dormitorios públicos antes de 1914, luego de la consolidación del carrancismo en 1916 y de la decisión de don Venustiano de devolverle a la ciudad su calidad de capital del país, el gobierno puso un mayor énfasis en este tipo de proyectos de asistencia social, los cuales describiremos en adelante de forma más detallada con base en la información del Archivo Histórico de la Secretaría de Salud. Estos documentos permiten conocer las acciones de los primeros gobiernos revolucionarios para enfrentar el aumento de la indigencia en las calles.
A finales de 1915, Venustiano Carranza creó dormitorios para niños y adultos con el propósito de dar asilo a personas sin hogar, así como albergues y centros educativos para niños huérfanos.[32] Estos dormitorios o asilos fueron mencionados como una de las acciones de la Beneficencia Pública para brindar techo a "personas indigentes de ambos sexos". Así lo reza el reglamento interno de 1917 del dormitorio ubicado en el callejón del Triunfo, en la cuarta demarcación.[33] En el mencionado archivo, se conservan las estadísticas de los asistentes al dormitorio en algunos meses de 1917; entre febrero y marzo fueron atendidas unas 70 personas, por ejemplo[34].
La información existente también deja percibir que las autoridades utilizaron estrategias coercitivas para evitar que continuara creciendo el número de habitantes de la ciudad que dormía en las calles. Por ejemplo, en 1920 el diario El Heraldo de México impulsó una campaña para aumentar la capacidad de los lugares que albergaban en la noche a los niños indigentes.[35]
En respuesta, el presidente Adolfo de la Huerta ordenó la adecuación de otros nueve centros asistenciales adscritos a la Dirección de Beneficencia Pública como alojamientos nocturnos para la niñez. De acuerdo con la correspondencia cruzada entre las dependencias del gobierno federal, la estrategia para llevar a los indigentes a los dormitorios era a través de la fuerza. La mencionada Dirección dispuso de dos camiones para "la recolección de niños y mendigos" y ante la "renuencia de muchos menesterosos a ir voluntariamente" -según el titular de esta dependencia-, se pidió a la policía la ayuda de dos agentes para recorrer las calles de la ciudad entre las ocho de la noche y las cuatro de la mañana.[36]
Estas acciones de asistencia social de parte del gobierno de Carranza, requirieron de una inversión presupuestal importante, según un informe económico de la administración del dormitorio ubicado en la calle del Triunfo (cuadros 1 y 2).
Año | Gasto
anual |
1916 | 29,200 |
1917 | 21,900 |
1918 | 54,750 |
1919 | 32,850 |
1920 | 32,850 |
Total | $171,550 |
Fuente: Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, Beneficencia Pùblica, Establecimientos Asistenciales, Dormitorios Públicos, leg. 1, exp. 5. |
Año | Personal y sueldo anual[37] | Total de gastos al año | |
1915 | Administradora Leonor
Gutiérrez Ayudante Magdalena Gutiérrez Mozo Antonio Vega Mozo José Amescua |
730.oo 547.oo 365.oo 365.oo |
2,007.50 |
1916 | Administradora Magdalena
Gutiérrez Ayudante Beatriz Noverón Mozo José Amescua |
1,460.oo 1,095.oo 547.oo |
3,102.50 |
1917 | Administradora Magdalena
Gutiérrez Ayudante Beatriz Noverón Mozo María Pérez Mozo Guadalupe Cano |
2,737.50 1,825.oo 1,095.00 1,095.oo |
6,750.50 |
1918 | Administradora Magdalena
Gutiérrez Ayudante Luz Jiménez Mozo María Pérez |
500.05 365.00 273.75 |
1,138.85 |
1919 | Administradora
Cecilia Gaviria Ayudante Guadalupe López |
949.oo 365.oo |
1,314.oo |
1920 | Administradora
Blanca Ugarte Ayudante Guadalupe López Mozo Natalia Rodríguez |
949.oo 511.oo 365.oo |
1,825.oo |
$12,999.35 | |||
Fuente: Archivo Histórico de la Secretaría de Salud, Beneficencia Pùblica, Establecimientos Asistenciales, Dormitorios Públicos, leg. 1, exp. 5. [38] |
También crearon comedores públicos que atendieron sobre todo a niños, mujeres lactantes y ancianos. Los informes diarios de la administración de dos de ellos en febrero de 1916 en Tacubaya y en la calle de Vidal Alcocer registran los servicios brindados: desayunos a las 7 de la mañana y comidas a las 12 del día a casi 800 personas, en su mayoría niños y ancianos. El menú del desayuno era café y pan; de la comida, un caldo, carne y frijoles. Aparte de la alimentación, también se ofrecía servicio de aseo y curación (al parecer obligatorio como condición para recibir los alimentos). Los administradores hacían una relación tanto de los auxiliados como de las mercancías utilizadas en el día y las medicinas administradas. En las observaciones generales consignaban otras actividades realizadas durante la comida, como las lecturas públicos que hacían niños y niñas y las conferencias sobre industria, aseo e higiene pública, el amor a la patria o la economía.[39] Sin duda, estrategias como la asistencia obligatoria a estas conferencias, responden al interés de las élites de cambiar o moldear comportamientos con base en la educación y no solo con la regulación o la coerción, derivadas de la puesta en práctica de reglamentaciones urbanas.
Los carrancistas insistieron en la protección de la niñez y sobre todo de los huérfanos de la Revolución. Las pocas referencias sobre el tema hablan de una gran cobertura en el campo de la distribución de comida. Según el estudio de José Félix Gutiérrez de Olmo, se atendían mensualmente a más de 90 mil personas; este autor brinda un cálculo menor al que encontramos en los registros de los comedores populares, sólo 500 comidas diarias en promedio.[40]
Las fuentes consultadas también permiten calcular la asistencia a los baños públicos gubernamentales. Estos existían desde finales del Porfiriato pero hay una ampliación de la cobertura durante el mismo período de la segunda década del siglo XX. Por ejemplo, en los Baños de la Lagunilla en enero de 1914 se lavaron 7,466 prendas de ropa y fueron usuarios de los baños 3,981 hombres y 4,447 mujeres. Mientras que en los Baños Juárez en este mismo mes se lavaron 8,364 prendas y usaron los baños 915 hombres y 2,097 mujeres.[41] Un proyecto de reglamento del baño de la Lagunilla señalaba en 1917 que el objeto de este establecimiento era brindar gratuitamente "a los pobres baño y lavado de ropa". También atenderían el lavado y la desinfección de la ropa de los establecimientos asistenciales para ciegos y sordomudos. Su horario de servicio se extendía de 8 a 12 del día y de 2 a 5 de la tarde.[42]
En octubre de 1915, el gobierno de Carranza estableció convenios con varios propietarios de lavaderos, algunos de ellos ubicados en grandes vecindades de la ciudad, para destinar dos días al servicio gratuito de "las clases menesterosas". Los propietarios de los lavaderos aceptaron la propuesta gubernamental "pidiendo únicamente el envío de policía, a fin de evitar algunos abusos y desórdenes, los que no es difícil se cometan, dado que los lavaderos se hallan instalados en casas de vecindad".[43] Para tal fin el gobierno, además de la vigilancia policial, dispuso la contratación de dos inspectores que vigilarían este servicio los días domingo y lunes; los demás días se designarían a la vigilancia de los comedores públicos.
Según el gobierno, también se forzaría a los menesterosos a concurrir a los lavaderos. El jefe del Departamento de Comedores Públicos puso a consideración del Gobernador del Distrito Federal en octubre de 1915 "la idea de que se recomiende a los Comisarios de las Demarcaciones de Policía, den sus órdenes a efecto de que la policía obligue a los menesterosos a que concurran a los lavaderos, en los días expresados pues con ello se logrará mejorar, aunque sea en pequeña escala, el aspecto que nuestro pueblo ofrece".[44]
Si bien, la documentación sobre estos establecimientos asistenciales gubernamentales es fragmentaria y sólo se tienen referencia de algunos años, con una revisión más minuciosa de esta documentación será posible en el futuro conocer más a fondo las políticas de asistencia para sectores indigentes o menesterosos, como se denominaban en la época, o población flotante, como se llama en este artículo. Avanzando en esta dirección, las cifras que hemos presentado en los cuadros 2 y 3 nos permiten observar un aumento de los rubros asistenciales entre 1915 y 1917 y una disminución paulatina en los últimos años de la segunda década que mostraría una tendencia hacia la desaparición de estos servicios o hacia la concentración de esfuerzos en la protección de la niñez, principalmente, restringiendo la atención de adultos a ancianos y mujeres en embarazo.
Ya hemos mencionado que llama la atención la calidad de obligatorio de estos servicios. La civilización de comportamientos por la fuerza se hace evidente en muchas comunicaciones de las instancias oficiales. Ante la problemática de la indigencia durante la Revolución se continuaron implementando políticas coercitivas que ofrecían servicios de salubridad con la apariencia de castigo. La renuencia a utilizar los servicios gratuitos de dormitorios, baños y lavaderos citada reiteradamente, nos hace pensar en una continuidad en la forma de enfrentar la vagancia desde un siglo antes, ahora agravada por las políticas de control social, de ordenamiento urbano y sanitarias, cuestiones que examinaremos en el último apartado.
El control de los alojamientos temporales, a modo de conclusión
Ni durante el Porfiriato ni en la década revolucionaria se expidió un reglamento específico para los alojamientos y todavía en julio de 1914 -cuando el Consejo Superior de Salubridad pedía infructuosamente actualizar la normatividad- seguía vigente el bando 2898 de septiembre de 1846, el cual contenía algunas normas de vigilancia que no eran aplicables solamente a este tipo de establecimientos sino a lugares de habitación más permanente, como las vecindades.
De acuerdo con el artículo primero del mencionado bando era necesario el nombramiento de un "comisionado de vigilancia pública" en cada manzana de la traza de la ciudad. Este comisionado debía ser "una persona de conocida honradez y energía" cuya función era "vigilar cada uno en su respectiva manzana, la conducta social de todos los individuos residentes en ella; averiguar su profesión, su oficio, ocupaciones habituales, el objeto de su residencia en el paraje donde vive, los motivos de la variación de su domicilio de un punto a otro de esta ciudad".[45] Esta vigilancia no les permitía averiguar "directa ni indirectamente las costumbres religiosas de individuo alguno", afirmaba el bando. El artículo segundo contenía las obligaciones de administradores y encargados de mesones, posadas, fondas, casas de vecindad, de huéspedes y "en general, todos los que proporcionen habitación fija o temporal, por cualquier motivo en esta capital". Éstos estaban obligados,
... a remitir diariamente a este Gobierno, un parte circunstanciado de las personas que entren o salgan de dichos establecimientos, expresando la profesión y oficio de cada uno, el número de individuos y de sirvientes domésticos que compongan cada familia, si la tuvieran, el de los que los acompañan por cualquier motivo, el objeto conocido o probable de su llegada o su salida, la licencia que tengan para usar armas, y de cualquier circunstancia que pueda servir de regla o de motivo a la autoridad.[46]
Dicha información se consignaría en un libro, el cual debía "estar foliado y tener rubricadas todas sus hojas por el comisionado de la manzana respectiva".
Esta disposición vigente desde mediados del siglo XIX no fue cumplida. En varios partes de inspectores, así como en el informe de la confederación cívica que hemos citado, se afirma que no hay ningún registro diario de quienes entraban en los dormitorios públicos. Tampoco existe algún indicio de que esta ausencia fuera causal para alguna sanción o multa por parte de los funcionarios de la administración de la ciudad que en el Porfiriato asumieron las funciones del comisionado de manzana.[47]
Este control de la movilidad de la población no era funcional en una ciudad donde el problema del alojamiento se hacía más grave con los años, debido a que la población no creció en la misma proporción que la disponibilidad de viviendas, hecho que generó una mayor densidad de población en varias zonas de la ciudad. La pretensión de un control del lugar de vivienda temporal o permanente de los habitantes no era -ni ha sido- posible pues en la ciudad había un alto grado de movilidad de los sectores populares que sobrepasaba la capacidad de acción de un inspector de manzana con una condición de voluntario.
Las denuncias de las autoridades sobre los alojamientos temporales se concentraron en su situación de inmoralidad e insalubridad, como ya lo hemos mostrado. Consideramos importante explorar las motivaciones de las personas y organizaciones que emitieron los informes denunciando dicha situación. Por una parte, se encontraban las prevenciones frente a quienes dormían en estos lugares: eran "millares de individuos de una población flotante compuesta de algunos que vienen de fuera y de muchos que aquí no tienen hogar, y es casi seguro que de la mayor parte de esa gente no debe apartarse el ojo de la policía".[48] La década de 1910 fue una etapa de descontrol para la ciudad de México por la inestabilidad política, por el desempleo, así como por el rompimiento de las estructuras familiares consecuencia de las epidemias, el hambre y la participación de la confrontación armada en la década revolucionaria. Los extraños se convirtieron en sospechosos y aumentaron el número de aquellos llamados vagos sin "ocupación honesta o lucrativa y, en algunos casos, sin residencia fija. En los registros de vagos hay varios hombres recién llegados de otras partes del país, a quienes se les aplicaron las normas de control y, en particular, el artículo 855 de la misma normativa que amonestaba con arresto o con una fianza de $50 a $500, a quien no acreditara en el término de 10 días que viva una "ocupación honesta y lucrativa.[49] Sin embargo, cabe preguntarse si en años de crisis y de aumento del desempleo, habría ocupaciones disponibles para estos recién llegados.
Por su parte, la preocupación por la salubridad iba más allá de las condiciones en que vivían los pobres de la ciudad. En este sentido, una inquietud mayor tenía que ver con el foco de infecciones en el que se convertían estos hacinados lugares de alojamiento y convivencia popular:
...en el barniz llevado airosamente en el cuerpo de esa gente infeliz hace el cultivo más eficaz de toda una especie de microorganismos morbosos, cuya difusión en la atmósfera es tan fácil, que basta el aleteo del harapo; pero que se hace con mayor facilidad y peligro cuando esas gentes, que son vendimieros en el día, ofrecen la fruta, las legumbres, la carne, la leche, etc. tomando los objetos con las manos que nunca se lavan, objetos que el comprador se lleva generalmente a la boca sin precauciones para recibir el contagio pues a preguntas nuestras pudimos averiguar que los asilados más constantes en esos dormitorios públicos son, precisamente la mayor parte de los comerciantes ambulantes que recorren diariamente la ciudad, ofreciendo en la cubierta del néctar de las frutas el áspid de la muerte.[50]
Este tipo de argumentaciones apoyaba un mayor control sanitario y veía en esta población sin residencia fija -tanto en su habitación como en su ocupación laboral- el foco de graves infecciones para la salud. Para nuestro interés de estudio, las preocupaciones de las élites se reflejaron en políticas de control social como las que hemos ido esbozando anteriormente. Es importante hacer énfasis que dichos argumentos no sólo estaban relacionados con la higiene, el control moral también estaba presente al momento de tomar decisiones frente a la licencia de un alojamiento.[51]
El control moral se evidencia en la preocupación por el vecindario de los alojamientos y por las sanciones impuestas cuando se permitía "la entrada a mujeres públicas",[52] así como por las mismas sanciones contra los extraños, contra los pobres y contra la población flotantes. Tenía como base unas normas seculares para el comportamiento ideal del ciudadano urbano, cuyos argumentos se encontraban en los manuales de urbanidad, asunto que ya hemos subrayado en secciones anteriores.[53] Siguiendo la teoría del proceso de la civilización de Norbert Elias, podemos afirmar que estas intenciones de normas y prácticas regulativas o coercitivas -a las que nos hemos referido como control social urbano-, tenían la intención de que los comportamientos de todos los habitantes se rigieran más por la razón que por la pulsiones de los instintos;[54] el habitante de la ciudad debería tener buenos modales de higiene y comportamiento para ser parte de una nueva urbe que se transformó desde finales del siglo XIX con base en el modelo de aquellas que eran el símbolo de la "civilización occidental.
Sin embargo, era difícil
cumplir el modelo en una ciudad de México en crecimiento y en
medio de la crisis política y social más profunda del
siglo XX. El aumento de esta población flotante fue considerada
en otros contextos de ese momento de cambio de siglo como el símbolo
de la ciudad moderna -recordemos a los clochards y a los hoboes,
tipos sociales creados por la naciente sociología urbana.[55]
Sin embargo, para las élites mexicanas era una población
peligrosa que iba en contravía de ese ideal de la civilización
urbana. Los valores de moralidad y salubridad tardarían en ser
interiorizados por las mayorías y, entre tanto, estos alojamientos
insalubres e inmorales eran la puerta más accesible a una ciudad
que crecía desordenadamente y que no tenía la capacidad
para alojar a la creciente población.
[1] Estos datos corresponden a uno de los estudios históricos pioneros sobre la expansión urbana en México y se hizo a partir de medir los planos a escala elaborados para este trabajo. La autora resalta que los intereses de los Morales. 1974, p. 74. Jorge Jiménez en su trabajo sobre negocios urbanos en el Distrito Federal entre 1824 y 1928 menciona la existencia de los "portafolieros, especuladores que se dedicaron a la compra-venta de grandes terrenos urbanos. Jiménez. 1993, p. 70-71.
[2] Archivo Histórico del Distrito Federal (en adelante AHDF), sección: "Policía en general (en adelante PG), vol. 3643, exp. 3643.
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