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Nova REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. VII, núm. 146(012), 1 de agosto de 2003 |
LA VIVIENDA SALUBRE. EL SANEAMIENTO DE POBLACIONES (1908) EN LA OBRA DEL INGENIERO MILITAR EDUARDO GALLEGO RAMOS
Antonio Buj BujLa vivienda salubre. El saneamiento de poblaciones (1908) en la obra del ingeniero militar Eduardo Gallego Ramos (Resumen)
En los inicios del siglo XX empezó a consolidarse lo que Lewis Mumford denominó la fase neotécnica de la humanidad. Hacia 1900 estaban esbozadas si no perfeccionadas invenciones como la lámpara eléctrica, el teléfono, el fonógrafo o el ascensor eléctrico, junto a mejoras significativas en los sistemas de calefacción y canalización de aguas en las viviendas, que sirvieron para revolucionar la vida cotidiana en las aglomeraciones urbanas surgidas con la industrialización. Los descubrimientos paralelos en el campo de la bacteriología sirvieron para establecer nuevos criterios en el control de las enfermedades epidémicas, causantes de graves problemas higiénicos derivados del hacinamiento de las gentes. En ese contexto de creación científico-tecnológica, pretendemos analizar la obra del ingeniero militar español Eduardo Gallego Ramos, autor de una interesante contribución en el terreno de la ingeniería sanitaria en los inicios del siglo XX y que ayudó a transformar las condiciones de salubridad de las viviendas españolas.
Healthy housing. Saneamiento de poblaciones (1908) at the work of the military engineer Eduardo Gallego Ramos (Abstract)
What Lewis Mumford called the neotechnical phase of mankind began to gain strength in the early part of the twentieth century. About 1900 inventions such as the electric light bulb, the telephone, the gramophone and the electric lift, together with a better understanding of heating and mains water systems served to change daily life in the mass of towns which arose with industrialisation. Parallel discoveries in the field of bacteriology established new approaches to the control of illnesses caused by epidemics originating from the serious hygiene problems which arose from the overcrowding of people in the towns. In the context of scientific-technological creation we endeavour to analyse the work of the Spanish military engineer Eduardo Gallego Ramos, author of an interesting contribution in the field of sanitary engineering in the early twentieth century which helped to change the health conditions of Spanish housing.
Hasta bien entrado el siglo XIX las ideas sobre los orígenes de las enfermedades eran confusas. Las enfermedades infecciosas se atribuían a los miasmas, las no contagiosas eran un misterio y mucha gente negaba que hubiera una relación entre las condiciones de vida y la salud. Todo ello provocaba graves problemas sanitarios tanto en el espacio público como en el privado. A finales de la centuria, tales concepciones habían cambiado de manera significativa. El fenómeno médico que impulsó esa transformación, la bacteriología, vinculado al concepto de laboratorio moderno, tuvo mucho que ver con la revolución industrial que estaba expandiéndose por toda Europa. Curiosamente, la industrialización había agudizado negativamente algunas de las condiciones de vida de las clases trabajadoras, mayoritarias en las nuevas urbes. Unas condiciones laborales muy duras, unos procesos de urbanización muy rápidos y desordenados o el hacinamiento en casas insalubres por parte de las clases populares provocaron en muchos casos el empeoramiento de sus modos de vida. De todas maneras, ningún grupo social estuvo a salvo del contagio colérico, tuberculoso, palúdico o tífico, por poner algunas de entre las muchas patologías infectocontagiosas que pueden derivarse de la insalubridad, de la falta de higiene o simplemente del desconocimiento científico. Si sirve de ejemplo, la Barcelona de los inicios del siglo XX todavía padecía con dureza la tuberculosis, el paludismo o la fiebre tifoidea; por el contrario, el cólera había dejado de ser un problema grave después de que durante el siglo XIX la ciudad hubiese sido castigada intensamente por la enfermedad.
Por otro lado, en aquellos países en los que existía una tradición tecnológica como en España, fue relativamente sencilla la aplicación de soluciones prácticas que se podían desprender de los nuevos descubrimientos científicos en el campo de la higienización. Pensemos por ejemplo en los trabajos que se aplicaron en una ciudad como Barcelona en la lucha contra el cólera. La última epidemia grave de esta patología se manifestó en 1885 y, sin duda, como respuesta a ésta y a otras anteriores se fueron imponiendo toda una serie de transformaciones urbanas significativas, entre ellas la introducción de un sistema de alcantarillado o la aplicación de soluciones de ingeniería sanitaria a la nueva megápolis, una ciudad que pocos años después ya sobrepasaba el medio millón de habitantes. La nueva Barcelona no se puede entender sin los trabajos de ingenieros como Ildefonso Cerdá o Pedro García Faria, el primero ideando el ensanche de la ciudad y el segundo proyectando su saneamiento. No debemos olvidar, sin embargo, que en los inicios del siglo XX la mayor parte de la población española era todavía rural y, por tanto, con necesidades algo diferentes a las de las ciudades. No hace falta decir que fue en éstas donde aparecieron las novedades tecnológicas favorecedoras de la higienización, y desde su seno se difundió a las zonas rurales.
La obra del ingeniero militar Eduardo Gallego Ramos (Sevilla, 1873 - Madrid, 1959), comprendida dentro de lo que en aquellos años se conocía como ingeniería sanitaria, debe de ser enmarcada en el contexto descrito en los párrafos precedentes. Su obra más significativa fue la memoria premiada por la Sociedad Española de Higiene en el concurso de 1907, con el título Saneamiento de poblaciones (urbanas y rurales), y que fue publicada un año después en Madrid. Vale la pena señalar que los ingenieros militares españoles habían adquirido como corporación, después de varios siglos de existencia, una elevada capacitación científica que les permitía desempeñar un papel destacado en la ordenación territorial y en la introducción de nuevas tecnologías y conocimientos científicos[1]. Todo ello se desprende también de Saneamiento de poblaciones, obra por otra parte crítica al denunciar su autor el "atraso sanitario de nuestra nación" y la existencia de una incompleta y deficiente legislación sanitaria. Lo primero lo extraía Gallego Ramos al estudiar las soluciones prácticas que se estaban llevando a cabo en algunos países europeos en el campo de la ingeniería sanitaria. La perfección legislativa, sentenciaba, era otra de las obligaciones de los gobiernos para que se instaurase la higiene pública, que "en las naciones modernas viene a ser el verdadero signo indicador de su cultura y de su bienestar".
Por todo lo indicado hasta aquí, en este trabajo pretendemos contextualizar la obra de Eduardo Gallego Ramos en el debate que se estaba produciendo en España, y en muchos otros países, dentro de la llamada ingeniería sanitaria, en relación con la salubridad o insalubridad de la vivienda en los inicios del siglo XX. Para ello, en primer lugar intentaremos averiguar con datos empíricos el estado sanitario en el que se encontraban algunos lugares significativos de nuestro país en relación a la vivienda. A continuación, trataremos de analizar la obra del ingeniero Eduardo Gallego en el contexto de la llamada ingeniería sanitaria, una de las disciplinas que a caballo entre los siglos XIX y XX pretendía mejorar las condiciones higiénicas de las viviendas, ya fuesen rurales o urbanas, e intentaba llevar a cabo políticas de carácter reformista en unas décadas de explosiva conflictividad social. Finalmente, trataremos de extraer las conclusiones pertinentes.
Vivienda y salubridad en la España de los inicios del siglo XX
Los inicios del siglo XX no vieron transformaciones radicales en las formas de habitación humana por lo que se refiere a su salubridad. Hacia 1900 el cuarto de baño era un lujo para las clases privilegiadas y los sistemas de conducción de agua eran todavía bastante insatisfactorios. Siegfried Giedion, autor de la ya clásica La mecanización toma el mando (1948), escribió que habría que esperar hasta bien entrado el siglo para que "el lavabo adquiriese su forma natural bajo la influencia de la producción en serie y para su integración con la obra de fontanería"[2]. Todo apunta a que los cambios en este campo tuvieron lugar de manera lenta y que, lógicamente, las mejoras empezaron entre las clases socialmente favorecidas. Como sabemos, la producción masiva de bienes empezó algo más tarde, ya avanzado el siglo, y por lo que se refiere al equipamiento doméstico no es hasta la segunda década de la centuria cuando se elabora un nuevo ideal de mobiliario del hogar, racionalista, higiénico y funcional, obra de los arquitectos de la Bauhaus y sus seguidores, como el de los muebles de las oficinas o los que se estaban diseñando para los transatlánticos[3]. El ya mencionado Giedion designó como el tiempo de la plena mecanización al periodo que va de 1918 a 1939, y fue alrededor de 1920 cuando la mecanización abarcó la esfera doméstica; por vez primera tomó posesión de la vivienda y de todo lo que en ella fuese susceptible de mecanización, es decir, la cocina y el baño y sus respectivos equipos.
Es en ese contexto previo a la plena mecanización en el que hay que tratar de entender Saneamiento de poblaciones de Eduardo Gallego Ramos, publicado en un periodo en el que se estaban fraguando profundos cambios en el terreno de la higiene privada y colectiva. Los esfuerzos de Gallego Ramos por dar a conocer las soluciones prácticas que en cuestiones higiénicas se estaban aplicando en otros países, especialmente en Francia, país del cual parece tener un conocimiento más que notable, son especialmente significativos. Como tendremos ocasión de señalar más adelante, Eduardo Gallego fue sobre todo un divulgador riguroso de los adelantos de su época en el terreno de la ingeniería sanitaria.
Por lo que respecta al conocimiento sobre el estado de salubridad en la vivienda en la España de aquellos años, los datos que disponemos permiten forjarnos un cuadro bastante preciso del mismo. En este sentido, además de las fuentes primigenias, tenemos también numerosas fuentes secundarias, a partir de estudios realizados sobre las condiciones de vida de la población española de la época. Empezando por las fuentes primarias, el ya mencionado Pedro García Faria[4], ingeniero jefe de saneamiento de Barcelona, había presentado en el Congreso Internacional de Ciencias Médicas de esa ciudad, celebrado en setiembre de 1888, un informe titulado Insalubridad de las viviendas de Barcelona. El título de la comunicación nos da a entender claramente que la situación de las viviendas en esa ciudad española, puntera en la industrialización, era ciertamente precaria.
El análisis de los datos empíricos nos confirma plenamente las aseveraciones del ingeniero. Al mismo tiempo, su propia biografía es de enorme interés para comprender mejor la situación de las cuestiones relacionadas con la ingeniería sanitaria de la época y las fuertes tensiones que se originaban en su seno. Pedro García Faria figura en el informe como secretario de la sección de higiene de aquel congreso internacional[5]. Poco después se le encargó, desde instancias consistoriales, la redacción de un proyecto de alcantarillado para la ciudad, titulado en el momento de su publicación como Proyecto de saneamiento del subsuelo de Barcelona[6]. En esta obra, García Faria recoge los métodos y soluciones que se habían empezado a aplicar ya en diversos lugares del mundo a la cuestión higiénica. Sin duda, tanto en la elaboración de este proyecto como en la realización del congreso internacional pesó la epidemia de cólera de 1885, que había matado a varios miles de barceloneses. Desgraciadamente, las intrigas caciquiles apartaron a García Faria de la materialización del proyecto, que de manera fragmentaria se empezó a desarrollar en Barcelona a partir de 1902.
Pedro García Faria relaciona repetidamente las condiciones sanitarias de las viviendas con las enfermedades. Después de analizar la cuestión del emplazamiento de la vivienda, de los materiales con los que debe ser construida, de la disposición y distribución de la misma, de la cantidad de metros cúbicos de aire que debe contener --cuya falta es causa de tos ferina, sarampión, viruela, tifus y otras enfermedades contagiosas, escribe--, de la luz y ventilación necesarias, pasa a criticar el abastecimiento de aguas de Barcelona, que "es de todo punto deficiente e incompleto y debería unificarse mejorándolo no sólo en cuanto a cantidad, sino a la calidad, pues hoy se consiente la distribución de aguas realmente impotables"[7]. García Faria es muy critico respecto al estado sanitario de Barcelona y habla de "descuido y abandono de la ciudad" en lo relativo a la higiene urbana y pública, tanto en el casco antiguo como en el Ensanche. Nuestro ingeniero distingue las casas de los obreros de las de "primer orden", aunque señala que todas tienen aberraciones en punto a la higiene. La puerta en una escalera habitada por obreros,
es mezquina, de mal aspecto y facilita el ingreso a un prolongado y estrecho vestíbulo que termina en la escalera, la cual toma escasa e indecisa luz de un patio reducidísimo e inmundo; en este vestíbulo frecuentemente lleno de basura en el suelo y de mugre en las paredes se ve a menudo una tapa de madera que cubre el depósito de letrinas, que despide frecuentemente una hedor infecta irresistible; ascendiendo por la escalera oscura y estrecha, se llega a los descansos de los pisos exteriores e interiores, en los cuales muchas veces se hallan reunidos los niños y aun las personas mayores de la familia, que no disponiendo de capacidad ni de aire suficiente en el interior de la casa rebasan las puertas y pasan allí muchas horas del día jugando o trabajando[8].
La llegada al interior de la vivienda obrera no mejora esa descripción, sino todo lo contrario. En su interior reducido se observan varias habitaciones oscuras, "de pareces sucias de color indefinible y ofreciendo una distribución, cuyos principales defectos son el de subdividir demasiado los locales queriendo multiplicar el número de piezas, en perjuicio de sus condiciones, al extremo que muchas de ellas resultan sin luz ni ventilación directa a pesar de lo cual se destinan a dormitorios, cuyas condiciones sanitarias son detestables", escribe a continuación. Los patios, sigue García Faria, son sólo chimeneas por los que establece "la mancomunidad de la respiración del aire viciado" de las distintas habitaciones y que facilitan la propagación de graves enfermedades infectivas y contagiosas. La falta de espacio hace, además, que en numerosas ocasiones los escusados se emplacen en el interior de las cocinas y comedores. El problema se agrava, escribe, cuando, con frecuencia, la situación de miseria obliga a los inquilinos de muchas casas a realquilar gran parte de la reducida vivienda, "de suerte que son a veces tres y más familias las que casi en común habitan un solo piso que es naturalmente incapaz para cualquiera de ellas". García Faria apunta acertadamente que en la epidemia de fiebre amarilla de 1870 y en la de cólera de 1885 que sufrió Barcelona, las habitaciones insalubres constituyeron graves focos de infección y aumentaron considerablemente el número de muertos.
En el Ensanche de la ciudad, según García Faria tampoco se cumplían los requisitos higiénicos. Esta parte de Barcelona se había convertido en zona palúdica, debido a la ausencia de alcantarillas destinadas a la evasión del agua de lluvia. La existencia de esa patología todavía era asociada a los miasmas como productores de la enfermedad. Las aguas, escribe, van penetrando "en el subsuelo que se empapa y origina una serie de descomposiciones orgánicas, que se manifiestan a veces en el individuo con los síntomas de alarmante paludismo". Asimismo, muchos pisos eran exiguos, húmedos, sin luz ni ventilación lo que provocaba numerosos casos de tuberculosis y otras enfermedades; por otra parte,
el problema de la evacuación de inmundicias ni siquiera está estudiado, hallándose reducido al establecimiento de escusados, fregaderos y conductos que comunican a veces directamente la casa y la red de evacuación de aguas sucias, faltando a lo que prescriben los más rudimentarios principios higiénicos y terminando generalmente en pozos negros, vituperable sistema que además de ocasionar la infección del terreno en que están ahuecados, origina en muchas ocasiones la contaminación del aire y agua de que se surten los habitantes de la casa[9].
Muchos otros estudios han confirmado la pésima situación de la salubridad en el tránsito del siglo XIX al XX, no sólo en Barcelona[10], sino en todo el país, al igual que más allá de nuestras fronteras. Por los datos empíricos que poseemos, para toda la geografía española se desprende la existencia de paludismo, cólera, tuberculosis, fiebres tifoideas, difteria, lepra o carbunco, la mortalidad y morbilidad de las cuales eran muy elevadas. De estas endemias, todas ellas ligadas de alguna manera a la insalubridad de las viviendas, el paludismo era predominantemente rural[11], y el cólera y la tuberculosis eran sobre todo urbanas[12], al igual que las fiebres tifoideas, estrechamente relacionadas con los deficientes aprovisionamientos de aguas potables y con redes de alcantarillado insuficientes o en mal estado.
Por ejemplo, a través de los informes de la Comisión de Reformas Sociales se puede estudiar que la deficiente alimentación, el hacinamiento o la insalubridad, especialmente de las masas trabajadoras, fue una constante a finales del siglo XIX[13]. El informe de la ciudad de Palencia --muestra de las endemias generalizadas que se padecían en todo el país-- señala que las causas de las 325 muertes de esa capital, entre el 1 de enero de 1879 y el 31 de diciembre de 1883, son en 40 casos por pulmonía, otros tantos por tuberculosis, 34 por catarro, 21 por fiebres intermitentes, o sea paludismo, 20 por fiebres y 18 por disentería. Es decir, todo un mosaico de patologías infectocontagiosas hoy superadas o controladas en España. Por su parte, Fernando García Arenal, ingeniero de caminos, canales y puertos, socio activo del Ateneo-Casino Obrero de Gijón, denunciaba las condiciones de hacinamiento de las escuelas de su ciudad, en algunas de las cuales no había excusado, origen según él de una epidemia de sarampión en 1882, causante de centenares de muertos entre los niños de la ciudad. La enfermedad se cebó casi exclusivamente entre los pobres. Los obreros de la localidad también padecían las consecuencias de otro hacinamiento, el que obligaba a reunir a más de una familia en una casa pequeña, con los consiguientes trastornos para la higiene. En otros casos, afirmaba que vivían "hacinados y confundidos los hombres y los cerdos".
Los inicios del siglo XX mostraron una continuidad casi absoluta respecto al final del anterior, aunque poco después empezaron a notarse algunos cambios. Según las investigaciones de Mercè Tatjer, en la Barcelona de aquellos años se produjo un retroceso de enfermedades como la viruela y el sarampión. En pocos años se redujeron a menos de una tercera parte; así, en 1913 fueron responsables de 532 y 525 decesos respectivamente, pero siete años más tarde causaron 173 y 120 muertes. El mayor número de defunciones entre los barceloneses correspondía a las causadas por la tuberculosis pulmonar, el tifus, la gripe, las diarreas y las enteritis. Por ejemplo, la tuberculosis pulmonar causaba, entre 1913 y 1920, unas 1.500 víctimas anuales, con un importante aumento en 1918, con 1.966 defunciones. Esta patología, típica del hacinamiento humano, aparecía muy fragmentada por barrios, por grupos sociales y por profesiones, y así lo puso de manifiesto el Dr. Eduard Xalabarder, autor de una conferencia en el Ateneu Enciclopèdic Popular de Barcelona en 1921, titulada Problema social de la tuberculosi des del punt de vista higiènic, en la que señaló que las tasas de mortalidad de las clases pobres eran muy superiores a las de las clases acomodadas, debido por un lado a las diferencias en la alimentación pero también, y de manera especial, a las condiciones de las viviendas[14].
Otro médico, el Dr. Lluís Claramunt, del Laboratorio Municipal de Barcelona hasta 1908 y después director del Instituto Municipal de Higiene de esa ciudad, señalaba años más tarde, en 1933, que todavía se producían unos dos mil casos anuales de fiebre tifoidea en Barcelona, de los cuales 200 fallecían. Esta patología estaba, y está, estrechamente relacionada con las canalizaciones insalubres del agua. De todas maneras, es cierto que se había producido un retroceso de la enfermedad, en especial después del brote epidémico de 1914, pues la crisis sanitaria de ese año hizo que las autoridades municipales se plantearan un nuevo sistema de aprovisionamiento de aguas para la ciudad, una red de saneamiento y un sistema de cloacas con presupuestos higiénicos y saludables. La epidemia de 1914 empezó en el mes de octubre y acabó hacia mediados de enero de 1915 provocando 2.267 defunciones. El brote epidémico se extendió primero por el barrio antiguo de Barcelona, en el que provocó la mortalidad más elevada, y después por los otros barrios de la ciudad.
El origen del brote de tifoidea estuvo relacionado con la contaminación de las aguas que abastecían a Barcelona desde la mina de Montcada. Según los análisis del Laboratorio Municipal, las aguas se contaminaron como consecuencia de la rotura del acueducto de aprovisionamiento, lo que provocó la contaminación con aguas sucias procedentes de pozos negros del Ensanche. Las calles no disponían en aquellos años de un sistema de alcantarillado eficiente. Después de 1914 todavía se produjeron otras epidemias de tifoidea debidas a la contaminación del agua. Fueron significativas las de 1919, 1922 y 1932. En esta última se produjeron 232 defunciones. El Dr. Claramunt consideró que el brote de 1932 se produjo por culpa de la falta de higiene, ya que las medidas profilácticas, como el lavado de manos, verduras, ropa, eran insuficientes por culpa del escaso caudal de agua a disposición de las familias, algunas de las cuales no la tenían en sus viviendas. De los 154 hogares afectados, 55 no disponían ni de agua ni de instalaciones y 69 tenían agua de depósito con un aforo de 50 a 150 litros de agua por día y vivienda[15].
En el mismo sentido, Mercè Tatjer ha señalado recientemente que las tres primeras décadas del siglo XX fueron de vital importancia para el verdadero inicio en la resolución de los problemas de higiene pública y privada de Barcelona. Son los años de la popularización de numerosas y nuevas prácticas higiénicas, con anterioridad reservadas a determinados grupos sociales. Naturismo, higienismo, helioterapia, talasoterapia, baños de mar, higiene y culto al cuerpo "irán de la mano de nuevas modas como la del bronceado o la de la práctica del deporte, en el marco del inicio de las vacaciones pagadas y de la incorporación de las capas medias al ocio y al turismo"[16]. En este sentido, la institucionalización de la práctica deportiva desempeñó un papel destacado en la modernización de las prácticas higiénicas, primero de la burguesía y después de las capas populares[17].
De todas maneras, las cuestiones higiénicas más importantes no estaban totalmente resueltas, entre otras cosas porque la falta de dotación de agua comprometía seriamente el control de la salubridad doméstica y pública. Todavía en 1930 había en Barcelona casi dos mil quinientas fincas sin agua corriente, en total unas cien mil personas sin este servicio en sus casas. Algunos años antes, en 1917, había llegado a todos los distritos de Barcelona el nuevo sistema de limpieza pública y domiciliaria con carros automóviles, carros de tracción animal y escobas mecánicas arrastradas por caballerías. En 1925 el reglamento de sanidad municipal de la ciudad prohibió la construcción de pozos negros. En síntesis, se puede afirmar que si bien se establece un mayor control sobre la higiene pública, al producirse un mayor intervencionismo municipal,
todavía no se ha producido la total privatización o domesticación de ciertas prácticas higiénicas, de aseo personal y de lavado de ropa, posiblemente, también, a causa de las dificultades técnicas y de coste económico que a todos niveles --público y privado (de propietarios y de inquilinos)-- supone aumentar el caudal de agua y completar la red de alcantarillado. En definitiva, el water closed, el agua corriente y el cuarto de baño y el lavadero en cada vivienda no estarán al alcance de la mayoría de barceloneses hasta la segunda mitad del siglo XX[18].
Un testimonio muy cualificado de las deficientes condiciones sanitarias españolas en los inicios del siglo XX nos lo ofrece Philiph Hauser, autor de Madrid bajo el punto de vista medico-social, publicada por primera vez en 1902, y obra referenciada por Eduardo Gallego Ramos en su Saneamiento de poblaciones. Los datos que nos aporta Hauser no modifican sino que complementan los anteriores referidos a Barcelona, y por tanto nos podemos ahorrar un análisis detallado de los mismos. No obstante, quizás valga la pena reseñar que en aquellos años, según apunta este médico, en Madrid todavía quedaban más de cien calles, unos 500 kilómetros, sin alcantarillas. O que da a conocer la existencia de las denominadas casas colectivas,
habitadas por numerosas familias pobres, ocupando una o más piezas pequeñas, sucias, con escasa cubicación de aire y mala ventilación, situadas a lo largo de un corredor y teniendo todos o la mitad de los inquilinos de un piso un retrete en común y sin agua. Estas casas representan el mefitismo urbano y son conocidas bajo el nombre de viviendas insalubres[19].
Las viviendas insalubres madrileñas podían ser de dos clases. Las primeras eran las casas de vecindad, "habitadas por la clase obrera o indigente, que no cuenta sino con un salario mezquino". Éstas se hallaban en unas deplorables condiciones higiénicas, con ausencia del aseo y limpieza indispensables; "muchas de ellas carecen de agua y hasta de luz, y no son aptas para ser habitadas por seres humanos". El total de casas de Madrid, declaradas oficialmente como insalubres, era de 438, albergando a una población de 52.531 personas. Nuestro ingeniero militar, Eduardo Gallego, recoge estos datos en su obra y señala que eran muchísimas más las casas en esas condicones aunque no estuviesen declaradas como tales. La segunda clase de vivienda insalubre, apuntada por Hauser para Madrid, la formaban las casas llamadas de dormir, "destinadas a recibir los desheredados, pertenecientes a la última escala social, que pagan de 0,10 a 0,20 céntimos por el albergue de una noche".
En ese contexto, no es nada extraño que la media anual de muertos por tuberculosis en Madrid, en el periodo 1889-1900, hubiese sido de 1.842, o que otras enfermedades infectocontagiosas tuviesen en aquellos mismos años unos índices de mortalidad muy elevados. Estos datos aportados por Philiph Hauser eran bien conocidos por Gallego Ramos, que los utiliza repetidamente en su obra sobre la ingeniería sanitaria de las poblaciones. A continuación, vamos a analizar las aportaciones de este último en ese campo del conocimiento.
La salubridad de las viviendas. La obra sanitaria según el ingeniero militar Eduardo Gallego Ramos
Eduardo Gallego Ramos nació en 1873 e ingresó en la Academia General Militar de Segovia en 1897, de donde pasó a la de Ingenieros de Guadalajara en 1890, saliendo teniente en 1893. Dos años después embarcó para Filipinas y en 1897 alcanzó el grado de capitán de ingenieros por méritos de guerra. Participó en las campañas de Mindanao y Luzón. Asimismo tomó parte en la campaña de Marruecos de finales de 1909. Al final de su vida militar llegó al grado de general de brigada. Eduardo Gallego se especializó, entre muchos otros conocimientos, en cuestiones relacionadas con la telegrafía eléctrica, llegando a ser profesor de las Escuelas de Jefes de Estación y Telegrafistas, según aparece en su hoja de servicios que se conserva en el Instituto de Historia y Cultura Militar del Archivo General Militar de Segovia. Publicó numerosas obras relacionadas con la telegrafía y con cuestiones más estrictamente militares como historia, organización o municionamiento del ejército.
La llamada ingeniería sanitaria fue otra de las actividades en las que trabajó Gallego Ramos. En realidad, no es nada extraño pues hasta prácticamente la pérdida de las colonias los ingenieros militares españoles estaban encargados de las obras civiles en las mismas; las tareas de saneamiento, por tanto, formaban parte de sus obligaciones[20]. Además del Saneamiento de poblaciones (urbanas y rurales), este ingeniero militar publicó otras obras relacionadas con la ingeniería sanitaria, entre ellas unas Relaciones entre la tuberculosis y la habitación (Madrid, 1908), presentadas previamente en el I Congreso Nacional de la tuberculosis de Zaragoza (1908), o unos Estudios de alcantarillado (Madrid, 1914). Lo que sí nos interesa resaltar aquí es el hecho de que Eduardo Gallego viera recompensados sus afanes en esta disciplina con el reconocimiento militar. Esto aparece de distintas maneras en su hoja de servicios. Por ejemplo, cuando se le concede la cruz de 1ª clase del mérito militar con distintivo blanco, pensionada con el diez por ciento del sueldo, por la obra que estamos analizando en este trabajo, o bien cuando se hace publicidad de sus méritos como jefe vocal de la Comisión Sanitaria Central o como miembro de la Academia de Higiene de Cataluña. En la hoja de servicios de Eduardo Gallego aparece asimismo la concesión en 1928 del diploma de Ingeniero Sanitario. Gallego Ramos también desarrolló actividades estrictamente privadas, empresariales y periodísticas, como por ejemplo la fundación y dirección de las revistas La Energía Eléctrica, desde 1902, o La Construcción Moderna, desde 1903.
Pasando ya a Saneamiento de poblaciones, en su prólogo, escrito por el miembro de la Real Academia de Medicina y destacado miembro de la Sociedad Española de Higiene, Dr. Ángel de Larra y Cerezo, se señala que en España, "en las casas del pobre o no hay agua o es escasísima" y que la higiene es un bien inexistente en las ciudades y "sus maltrechos hogares". Larra y Cerezo apunta igualmente, con afán reformista, que los gobiernos y las clases directoras deben procurar el saneamiento rústico y urbano, "que transforme las ciudades, creando casas higiénicas por decenas de millar". Previamente señala que sólo en una docena de ciudades españolas había empezado lo que él llama regeneración sanitaria. Ésta era una consecuencia de la aplicación de la llamada ingeniería sanitaria, y que ya en palabras de Gallego Ramos, según apuntaba en la introducción a la obra, era la rama de la ingeniería por la que la higiene se elevaba a la categoría de ciencia, y el ingeniero y el arquitecto se ponían de acuerdo con el médico "para laborar reunidos por el progreso sanitario de las naciones". Los nombres de Pasteur, Koch y Pettenkofer eran asociados correctamente a la nueva disciplina.
La insalubridad de las viviendas tiene para Gallego Ramos causas múltiples y vienen a ser las mismas que para una urbe, a saber, la pureza del aire que en ella se respira, la cantidad de agua disponible, la humedad de sus muros y entramados horizontales, y la aireación, iluminación y soleamiento de sus distintos pisos. Gracias a los trabajos de los médicos, ingenieros, arquitectos y químicos, señala el autor, se había podido conocerlas con detalle. Desmenuzar cada una de aquellas causas según los parámetros teóricos del momento es el fin de nuestro ingeniero militar. Los objetivos últimos tienen un carácter marcadamente reformista. Por ello, nada más iniciar su obra, Gallego escribe que los beneficios de la higiene se extienden "no sólo al individuo o agrupación que la practica, sino a la ciudad en que aquél o aquélla habitan, y de aquí que a todos, pobres y ricos, gobernantes y gobernados, importe, aunque sólo sea por propio interés, su fomento"[21]. Esta idea de armonizar intereses sociales contrapuestos aparece como una constante en la obra de Gallego Ramos y, por lo que sabemos, también en la de otros ingenieros del momento como José Marvá y Mayer, profesor en la Academia de Ingenieros del Ejército y miembro de la Academia de Ciencias y del Instituto de Reformas Sociales[22]. Otros participaron activamente en esas instituciones o en las sociedades de amigos del país y en las sociedades higienistas de la época.
Antes de entrar directamente en los capítulos que tratan de la salubridad de la vivienda, en Saneamiento de poblaciones se nos plantean otras cuestiones de interés, como por ejemplo la pervivencia de las ideas científicas y la dificultad para su renovación. A pesar del conocimiento de la obra de Pasteur o Koch, en la obra de Eduardo Gallego aparecen todavía concepciones de la teoría miasmática de la enfermedad o bien la idea de la fiebre amarilla o el paludismo como enfermedades telúricas. Así, al hablar de la recogida y alejamiento de las inmundicias líquidas, escribe que al cabo de diez o doce horas de producirse estas materias se inicia su descomposición,
que viene acompañada de la producción de hidrocarburos, hidrógeno sulfurado, amoniaco, ácido carbónico y otros gases nocivos y mal olientes, cuya existencia en la atmósfera respirable es causa preponderante del desarrollo de enfermedades epidémicas e infecciosas como las fiebres tifoideas, el paludismo, la escarlatina, y sobre todo, la tuberculosis, enfermedades todas que pueden propagarse por los productos intestinales[23].
Esta cita textual quizás nos dé el tono general de la obra de Gallego Ramos. Éste fue básicamente un divulgador de los conocimientos tecnológicos del momento. Por ejemplo, de la importancia del alcantarillado, "ya que su no existencia es signo evidente de atraso, de incuria, de desprecio a la salud y a la vida", y también del almacenamiento, conducción y distribución de las aguas, de los sistemas de tratamiento y destino de las basuras o de la casa con desagües (Figura 1). De lo primero, señala que en España se podían contar con los dedos de las manos las poblaciones rurales que disponían en aquellos años de un alcantarillado aceptable y donde no llegaban a media docena las urbanas que a ese buen alcantarillado unían el adecuado tratamiento para la depuración de las aguas residuales. En el mismo sentido, señala Gallego que en la mayoría de las poblaciones rurales no existía un solo retrete y,
se considera como la cosa más lógica satisfacer las necesidades naturales en el mismo punto en que se encuentra el individuo en el momento de sentirlas, considerándose como lugares adecuados para sustituir a las letrinas la cuadra y el corral. Cuando más, se contentan con abrir un agujero en el terreno, que sirve de foso, en el que se acumulan las materias sólidas, perdiéndose las líquidas por filtración, con lo que se contamina el subsuelo y con ello muy frecuentemente las aguas de los pozos[24].
En el mismo sentido, y de acuerdo con algunos informes del Primer Congreso de Saneamiento de la Habitación (París, 1904), recogido por nuestro ingeniero, éste magnifica la importancia del denominado baño popular con ducha de agua fría y caliente, al ser en extremo recomendables como medida de primera necesidad para el servicio de las clases proletarias, "por ser el aseo corporal, preservativo eficaz de muchas enfermedades epidémicas e infecciosas". Gallego Ramos recoge el proyecto de 1905, parece ser que fracasado, del arquitecto Luis María Cabello de baños-duchas populares para Madrid.
Figura 1. En los inicios del siglo XX tuvieron lugar diversas
polémicas sobre cómo organizar los desagües en los edificios,
tal como aparece en la obra de Eduardo Gallego Ramos, Saneamiento
de poblaciones (1908). Éste recomendaba llevar las distintas
aguas a un colector general (E'). |
Otra de las facetas estudiadas por el ingeniero Eduardo Gallego es la que se refiere al saneamiento de los grupos o manzanas de casas insalubres y a la creación de barriadas obreras. Gallego menciona el proyecto de la Sociedad Constructora de casas de obreros de Valencia, las casas para obreros en Cádiz, la casa del pobre en Albacete o sus propios proyectos como empresario, llevados a cabo a través de la Sociedad Benéfica Española de casas higiénicas, fundada en Madrid en 1906, aunque como él mismo reconocía "en situación nada próspera". En cualquier caso, Gallego Ramos se hacía eco de las recomendaciones del Instituto de Reformas Sociales de la época. Esta institución, en su Preparación de las bases para un proyecto de ley de casas para obreros, de 1907, y siguiendo las recomendaciones de la Sociedad Española de Higiene, señalaba en sus primeros artículos que:
Dado el carácter de la sociología moderna en relación con las aspiraciones de las clases obreras, debe rechazarse en lo posible la idea de aglomerar en puntos especiales, separados del resto de los ciudadanos, a los trabajadores.
Igualmente:
Siendo toda aglomeración peligrosa, principalmente en el orden higiénico, se harán por grupos las casas obreras, procurando que en cada uno no pasen de cincuenta las familias albergadas[25].
Más que el orden higiénico lo que atemorizaba a los miembros de aquellas instituciones eran las posibles alteraciones del orden social dominante. En este sentido, creemos que las concepciones sociales de Eduardo Gallego son marcadamente reformistas. El capítulo que nos interesa resaltar aquí, titulado "salubridad de las viviendas", sigue ese camino como comprobamos seguidamente. Después de señalar la "desastrosa influencia que sobre la mortalidad ejerce la insalubridad de la vivienda", denuncia la marcada diferencia en la esperanza de vida del rico y del pobre, de veinte años, a partir de los estudios que había hecho el Dr. Gaspar en Berlín.
Gallego Ramos dedicaba una especial atención a un apartado que él denominaba dotación de agua. El volumen de agua necesario para los servicios de la habitación estaba creciendo notablemente desde que se había encomendado al agua el papel de arrastrar, alejándolos de la vivienda, "los residuos de la vida", que después se convertían en foco infeccioso. Igualmente, llama la atención el hecho de que Gallego escriba que el comercio "expende ya" --prueba de que era todo un lujo-- como artículos de uso corriente los water-closed o retretes de agua (Figuras 2-3), individuales o colectivos,
y los urinarios con descarga de agua a voluntad o automática cada quince o treinta minutos, generalmente, siendo condición indispensable para el debido funcionamiento de este sistema que no falte jamás la buena ventilación, tanto de los sifones de las tazas como de las tuberías de bajada[26].
Más adelante propagaba la idea de que no sólo los water-closed, y en general los retretes y urinarios, debían estar en comunicación con las tuberías de bajada y por intermedio de éstas con las alcantarillas, sino también los fregaderos, los lavabos, los baños y todos los lugares donde se producían aguas sucias.
Junto al desalojo de las inmundicias de la casa, la otra gran cuestión en el tema de la salubridad de la vivienda era, correctamente indicado por Eduardo Gallego, la de la calefacción, deficientemente resuelta en aquellos años, como se encargaba de señalar. Los sistemas existentes eran, entre otros, el brasero, "el sistema más imperfecto higiénicamente", las chimeneas, "de rendimiento escaso", las estufas de carbón, culpables de numerosas intoxicaciones, las estufas de gas, muy caras, las de petróleo y alcohol, con graves problemas en el orden higiénico, o las estufas eléctricas, la más perfecta higiénicamente pero con un empleo circunstancial "por depender del precio del fluido, por lo general elevado para aplicarse a este uso". Todos estos sistemas eran catalogados como sistemas aislados de calefacción. Gallego Ramos también habla de los sistemas de calefacción colectiva, los cuales con un solo aparato central podían servir habitaciones distintas y distanciadas entre sí. Menciona el sistema de calefacción por aire caliente, los de agua caliente y los de calefacción por vapor. Todos estos sistemas, sin embargo, presentaban un problema en aquellos momentos; eran excesivamente caros para que se plantease su generalización.
Figuras 2-3. En Saneamiento de poblaciones de Eduardo Gallego
se indica que el comercio expendía ya como artículo de uso
corriente los water-closed o retretes de agua individuales.
Sin duda, una novedad todavía poco frecuente en los inicios
del siglo XX. |
Por último, quizás valga la pena reproducir aquí alguna de las conclusiones que Eduardo Gallego extrae al final del apartado sobre salubridad en la vivienda. Se titulan "La higiene y el estilo moderno de arquitectura", y --no olvidemos que la obra está publicada en 1908-- en ellas se habla de la "ecléctica y decadente arquitectura del pasado siglo", que camina a ciegas, sin encontrar una verdadera orientación moderna, que interprete las nuevas necesidades de comodidad e higiene. Nos encontramos, de este modo, con un manifiesto a favor de las nuevas concepciones más racionales que se estaban gestando sobre la ciudad pero también sobre la vivienda. Además de tener en cuenta las cuestiones ya mencionadas sobre las canalizaciones de agua y sobre la calefacción, se hacía preciso, concluía, dar entrada en las viviendas al sol, al aire y a la luz,
modificando las antiguas formas arquitectónicas cuanto lo exijan las conveniencias higiénicas, primeras a que debe atender el constructor, no escaseando oberturas, ni reduciendo innecesariamente las dimensiones de los vanos, ni interponiendo obstáculos a la más amplia aireación. La higiene, pues, debe, en definitiva, imponer sus mandatos hoy que no es dudosa su eficacia, y caracterizar, por lo tanto, los modernos estilos arquitectónicos, ganando no poco las urbes, cuando esto sucede, en salubridad[27].
Sin duda, un manifiesto por una nueva racionalidad urbana y habitacional, la que se empezaba a gestar tanto en la arquitectura como en la ingeniería sanitaria occidental.
Conclusión
Se ha afirmado repetidamente que las condiciones de vida de las clases populares en aquellos países en los que se había iniciado el proceso de industrialización se deterioraron a partir de 1900 y continuaron empeorando en los años siguientes. Las jornadas laborales eran excesivamente largas, las condiciones de vida de los barrios obreros eran muy duras, con viviendas insalubres, faltas de agua, de luz y de cualquier atención básica, vista con los parámetros occidentales de hoy en día. La situación de otros grupos sociales que no participaban en el proceso industrial no era muy diferente.
En ese contexto, no es extraño que surgieran iniciativas como la del ingeniero militar Eduardo Gallego Ramos, dentro de lo que se conocía en aquellos momentos como ingeniería sanitaria, de marcado carácter reformista. La ciudad, y también la vivienda, eran vistas como espacios de experimentación de aquellas políticas que pretendían armonizar los intereses de clase. Unas políticas que, por otra parte, ya contaban en España con un proceso de institucionalización de la reforma social. Pensemos por ejemplo en el Instituto de Reformas Sociales, creado en 1903, o en la fundación del Instituto Nacional de Previsión, en 1908.
De todas maneras, sabemos positivamente que el proceso de higienización de las ciudades y pueblos españoles fue bastante lento. Por ejemplo, uno de los elementos importantes para decir hoy que una vivienda es higiénica es que tenga agua corriente. Sin embargo, esto era una excepción en los inicios del siglo XX, aunque no sólo en España sino en todos los países de su entorno. En este sentido, muchos de nosotros pudimos ver todavía en nuestra infancia cómo llegaba este bien tan preciado a las casas, a mediados de la década de 1960. Estamos hablando de la España rural, pero en la urbana, en Barcelona, que conocimos personalmente, lo habitual era la falta de ducha o bañera en las viviendas populares de esos años. Lo mismo se puede decir de los sistemas de calefacción, muy precarios para la mayoría de la gente. También podríamos hablar de la deficiente alimentación, con unos mercados poco abastecidos, de la escasa electricidad o de la falta generalizada de comodidades en la mayoría de las viviendas españolas en aquellos años no tan lejanos. Por no hablar de la existencia del barroquismo, una realidad en numerosas ciudades de la época.
Todo ello tuvo una importante incidencia en la salud de la población española, por ejemplo en su esperanza de vida. Por el contrario, en estos momentos nuestro país tiene una de las esperanzas de vida más altas de mundo y en ello tiene mucho que ver la mejora en las condiciones de sus viviendas, de su alimentación, de su vestido o de sus sistemas de calefacción, pero también la democratización de su sistema educativo, la expansión de sus sistemas públicos de salud o la formulación de otras propuestas del llamado estado del bienestar. Quedan para las conclusiones últimas advertir sobre los riesgos del futuro, teniendo en cuenta los intentos de desmantelar ese estado del bienestar por parte de los gobiernos actuales de derecha al tiempo que, en una lectura menos coyuntural, señalar la complejidad del proceso de globalización en lo que se refiere a las cuestiones sanitarias. La fragilidad de los sistemas sociales la estamos palpando de manera evidente desde hace varios meses. Las pérdidas en China por culpa del síndrome respiratorio agudo y severo (SARS) están siendo multimillonarias y pesando gravemente sobre su futuro. ¿Quién garantiza que estemos inmunes a semejante o parecido mal?
[1] CAPEL, H.; SÁNCHEZ, J. E. y MONCADA, O., 1988.
[2] GIEDION, S. 1978, p. 685.
[3] CAPEL, H. 2002, p. 392.
[4] Véase GÓMEZ ORDÓÑEZ, J.L., 1987, p. 21-28.
[5] GARCÍA FARIA, P., 1890.
[6] GARCÍA FARIA, P., 1893.
[7] GARCÍA FARIA, P., 1890, p. 11.
[8] Ibidem, p. 14.
[9] Ibidem, p. 23.
[10] Véase CAPEL, H. y TATJER, M, 1991, p. 31-73.
[11] BUJ, A., 2000.
[12] BUJ, A., 2001.
[13] BUJ, A., 1994, 2002.
[14] TATJER, M., 1995a, p. 89.
[15] Ibidem, p. 93.
[16] TATJER, M., 2001, p. 71.
[17] BUJ, A., 1983.
[18] TATJER, M., 2001, p. 78.
[19] HAUSER, Ph., 1979, vol. 1, p. 322.
[20] MURO, J.I., 2002.
[21] GALLEGO RAMOS, E., 1908, p. 7-8.
[22] MURO, J.I., 2002.
[23] GALLEGO RAMOS, E., 1908, p. 19.
[24] Ibidem, p. 124.
[25] Ibidem, p. 462.
[26] Ibidem, p. 488.
[27] Ibidem, p. 522.
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