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Nova REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. VII, núm. 146(009), 1 de agosto de 2003 |
EL TERRITORIO ES UN PROCESO: PROTOARQUITECTURAS
Eduardo Serrano Muñoz
Arquitecto
El territorio es un proceso: protoarquitecturas (Resumen)
Hoy es notorio el bloqueo que suponen las dualidades conceptuales que han dominado en nuestras prácticas profesionales y en el proceder científico general. El concepto "territorio" permite comprender cómo funciona el biodispositivo de gobierno habitación, separando y después vinculando según fórmulas deterministas el espacio respecto a las actividades, la habitación respecto al habitante. Desde el siglo XIX la vivienda obrera y después la de consumo masivo se le da así a sus ocupantes: determinada (por el arquitecto) y terminada. Pero el proceso puede ser muy diferente como demuestran los múltiples modos de acceso a la vivienda que se dan históricamente y en la actualidad. La protoarquitectura es una invitación operativa para que el usuario construya su propio territorio y, para los técnicos, una propuesta para una práctica de la investigación crítica y rigurosa, para que construyamos un territorio apto para la creatividad intersubjetiva, sin cierres epistémicos y técnicos: sin dueños.
Palabras clave: territorio, arquitectura, tecnología.Territory is a process: protoarchitectures (Abstract)
It is well known nowadays the freezing on our professional working and the general scientific labour due to conceptual dualities. The concept land let us understand the bio disposal to govern inhabitation, first separating later joining through determinist formulas space and activities, house and inhabitant. Since XIX century, working class housing and after that of massive consuming is given determined (by architect) and finished. But process may be quite different as seen on the multifarious ways to get a home through history and nowadays. Protoarchitecture is an operative invitation for the user to build his own territory and, for technicians, a proposal to practise a critical and rigorous investigation for us to build a territory useful for intersubjective creativity, with no epistemic or technical locks: with no owners.
Key words: territory, architecture, technology.Un marco conceptual insatisfactorio
El gran físico Ilya Prigogine, coautor, junto con Isabelle Stengers, de un formidable manifiesto (La nueva alianza (Prigogine y Stengers 1990)) sobre la necesidad de una ciencia creativa en nuestro tiempo, escribió:
"El ideal clásico de la ciencia, el descubrimiento de un mundo inteligible pero sin memoria, sin historia, remite a la pesadilla anunciada por Kundera, Huxley y sobre todo Orwell. En 1984 la lengua misma ha sido amputada de su pasado y por tanto también de su poder de invención de los futuros: contribuye a apresar a los hombres en un presente sin salida ni alternativa. Esta pesadilla es sin duda el poder" (Prigogine 1992: 73 a 74).
Hoy podemos decir que el poder del que habla ha conseguido avanzar un gran trecho con la puesta a punto de una potente intermediación técnica de la comunicación entre los hombres por lo que la tarea que anunciaba el gran científico ha adquirido una insospechada profundidad y es, si cabe, todavía más urgente.
La alianza del hombre con la naturaleza que propone Prigogine es inseparable de la aproximación entre las dos culturas, la ciencia de las cosas y la que se refiere a los hombres. Los viejos dualismos no son sino signo de las distribuciones de ámbitos de soberanía o dominios que llegan hasta los campos del saber de menor escala. De este modo la ciudad se entiende de maneras muy diferentes según el lugar desde el que se tome en consideración: analíticos contra propositivos, cantidad frente a calidad, ciencias duras o humanidades; y aún en el seno de una misma disciplina y con un marco epistémico idéntico se siguen produciendo divergencias: así, al decir de Luis Castro Nogueira hace unos años, este es el caso de dos grandes personalidades de la geografía (y eso aunque ambos autores compartan una visión crítica): D. Harvey procedería a una "devaluación histórica del espacio frente al tiempo" mientras que E. W. Soja "propugna la necesidad de compensar (revalancing) esta priorización del tiempo sobre el espacio" (Castro Nogueira 1992: 93 y 94 respectivamente).
Creo que en la herencia del pensamiento de Nietzche sobre el poder se produce la apertura que tanto bloqueo al estilo del asno de Buridán (que se murió de hambre por no saber escoger entre dos montones idénticos de paja) se produce. El pensar que no se acomoda en compartimentos estancos y que de tanto trajinar buscando no sabe qué entre las junturas de unas y otras categorías, disciplinas o saberes, acaba rompiendo las fronteras que las separan (por ahí entra aire fresco). Eso es lo que necesitamos: un pensamiento estratégico y no institucionalizado, que se construya sobre la marcha, que nos permita hacernos un territorio vivo con fragmentos de un medio que hace ya tiempo fue capturado para el servicio de intereses que son ajenos a la mayoría de la población.
Buscando encontramos la palabra "territorio" y descubrimos que en una de sus acepciones puede enunciarse como la composición de una población y de un medio (entendiendo por medio el que es soporte y a la vez fuente de materiales y recursos). He aquí una síntesis prometedora, pues mediante un solo concepto damos cuenta de dos términos que son generalmente tratados por separado, como objetos propios que son de disciplinas a su vez separadas (la ciudad para el urbanista es cosa bastante diferente que para el historiador).
Ahora
bien, el territorio nunca es algo dado, está siempre (auto)construyéndose,
supera tanto al organismo como a las circunstancias del medio (Deleuze y
Guattari 1988: 513); incluso tiempo y espacio conviene que se redefinan
como funciones de una única variable que podemos identificar con
"movimiento".
Un espacio sin territorio
La cada vez más aguda crisis de la vivienda es más bien una crisis de la habitación, entendiendo por tal, tanto el contenedor espacial como el acto de habitar, ambas cosas a la vez. Este problema desborda por completo a lo que corrientemente se entiende por vivienda, pues el habitar tiene lugar también fuera de la vivienda, en el contexto urbano y por otro lado ésta no se reduce a un mero instrumento puesto a disposición de determinados sujetos, sus usuarios.
Ciñéndonos a este segundo aspecto una densa opacidad impide percibir la verdadera naturaleza de esa supuesta relación entre un sujeto (habitante) con un objeto (vivienda). Es muy instructivo explorar los orígenes de la vivienda moderna; ahí, en el surgimiento de ese fragmento del territorio moderno, es posible encontrar uno de los motivos profundos del malestar actual a la vez que una confirmación de la pertinencia del uso del concepto "territorio" que aquí se propone.
Entre las cinco funciones que pueden predicarse del biodispositivo habitación, a saber (Serrano 2002):
- registro de localización,
- movilización forzada de los habitantes,
- producción de escasez social y económica,
- inserción territorial y
- formación de la familia nuclear
las dos últimas se refieren claramente al territorio, en el sentido que ya se ha comentado, según se trate del ámbito de puertas adentro de la vivienda (lo que podría llamarse "hogar familiar") o de puertas afuera, implicando esto último una territorialización, un anclaje en un contexto urbano y social previo.
Respecto del proceso hacia el interior, la vivienda tal como la conocemos es en sus múltiples formas actuales el resultado de un complejo proceso en el que es posible seguir el encuentro de dos líneas evolutivas diferentes: la correspondiente a la casa burguesa y la propia de la vivienda obrera. Aquí sólo se reseña, brevemente, esta segunda componente, utilizando para ello el concepto de biodispositivo de Foucault (Foucault 1998: 168 a 174; Deleuze 1987: 101), entendido como instrumento de gobierno de las poblaciones que ponen en relación objetivos o finalidades y medios instrumentales mediante determinados saberes expertos.
A mediados del siglo XIX la burguesía, todavía una clase creativa, emprende la tarea de poner fin a la desordenada movilidad de las enormes muchedumbres desarraigadas que el proceso capitalista estaba produciendo; fijémonos que son dos tipos de movimiento los que deben ser controlados: de desplazamiento, es decir el vagabundeo; y el de transformación caótica de la misma masa y de sus integrantes (por ejemplo la revolución) por efecto de la promiscuidad.
Frente al primero de esos movimientos, vagabundeo, hay que fijar y separar, es decir, crear individuos; la individualización consiste en extraer del conjunto informe de la masa de "los pobres", del caos, ciertos elementos que de ahora en adelante son identificables permanentemente gracias a su localización.
Y respecto al segundo, transformación caótica por la promiscuidad, hay que intermediar las relaciones entre los individuos, invistiéndolos como sujetos con arreglo al tipo de relaciones, siempre dicotómicas, que se les impone; por ejemplo, en el marco de la institución familiar nuclear: cabeza de familia y ama de casa.
Como resultado se produce la conjugación de esos sujetos entre sí. Un verdadero proceso productivo:
- en cuanto al ámbito social general, regulado de acuerdo con la lógica de la mercancías: producción de consumo;
- en el sustrato vital: reproducción de la fuerza de trabajo y de la especie;
- y en su interioridad individual: producción de subjetividad.
El producto resultante será una nueva sociedad y una nueva subjetividad; es decir, a largo plazo y aunque sus promotores no lo pretendan, un territorio nuevo.
¿Qué tiene que ver la vivienda con este proceso?
La vivienda obrera moderna se concibe en su origen como el receptáculo de confinamiento que permite la creación de la familia nuclear, una auténtica fábrica de los miembros productivos de la sociedad capitalista. Y eso mediante la composición de un medio o espacio rigurosamente conformado (la vivienda aislada de superficie cuidadosamente ajustada con la distribución básica de espacios donde se pone especial énfasis en la separación entre los dormitorios de los padres y de los hijos) y de una población extraída del territorio premoderno: "Prácticamente se saca a la mujer del convento (o del prostíbulo) para que saque al hombre del bar,..." (Donzelot 1998: 42).
El espacio de visibilidad (Foucault) que constituye la vivienda funciona mediante la separación: de la familia respecto del resto de la comunidad y en especial respecto la masa; de ciertos miembros entre sí, según edades y géneros; entre diversos tipos de actividades en relación con otras. Y mediante la vinculación de espacios con sujetos y actividades: estamos en el oscuro corazón del funcionalismo.
Los espacios preceden a sus usos y la vivienda precede a sus ocupantes. Una firme separación se establece de entrada entre ambos de modo que es posible proyectar la vivienda sin conocer quiénes la habitarán; la vivienda obrera se da a sus ocupantes ya terminada en sus elementos principales, tratando de conjurar la evolución indeterminista.
Y otra separación se establece entre dos sujetos: los arquitectos, (de ahora en adelante con una nueva y masiva misión social) y los anónimos residentes.
Lo
que se pretende es que el espacio de habitación construya literalmente
al habitante (estamos ante el mecanismo de la norma (Macherey 1995: 172
a 178); curiosamente, dicho sea de paso, se trata del mismo fenómeno
que ahora sucede en la Red con lo que habitualmente se llama "código"
o "arquitectura": un espacio que condiciona de una manera rigurosa la conducta
de los "habitantes"). Que esa construcción era el propósito
de sus promotores lo demuestra el hecho de que éstos a menudo recurren
al mecanismo de la ley (en forma de severos reglamentos del régimen
interno del barrio por ellos promocionado) como refuerzo para conseguir
ese condicionamiento de la conducta.
Sin embargo los territorios brotan por todas partes
Sin embargo el territorio no se confunde nunca con el espacio al que se le confía la imposición de determinada conducta; la población, y es lo característico del territorio, es un agente activo en su devenir, existe apropiación y transformación del medio por parte de las poblaciones. El territorio es una multiplicidad, un múltiple al cuadrado (espacio x tiempo): en el espacio, como variedad de singularidades; y en el tiempo, como variación de esas mismas singularidades.
Tampoco el territorio es la fábrica de hombres ni el espacio de conjugación determinista que se pretendía conseguir de la vivienda obrera. Eso se manifiesta en la vivienda burguesa, donde los márgenes de actuación de los usuarios son mucho mayores, sin que se dé la severa vinculación entre espacios y actividades que se propugnaba para el alojamiento moderno para los trabajadores.
Del mismo modo la promoción de las viviendas burguesas se aparta mucho de la estricta heteronomía de las primeras promociones de estas viviendas obreras. En los casos de la gente con más recursos el contacto directo con el arquitecto o constructor permite soluciones adaptadas a los gustos de los futuros habitantes.
Pero aun en el caso en que tal contacto no se pueda dar bien pronto hubo mecanismos que permitían ajustar la casa a sus preferencias: los pattern books ingleses (desde 1780), después extendidos a otros países, permitían la elección de la construcción, materiales y sobre todo del aspecto exterior gracias a una combinatoria entre diversas opciones. El principio de una doble combinación tipológica y constructiva enunciado por Durand tiene en el sistema fachada-interior del edificio uno de los ámbitos de más éxito (ejemplo: la propuesta de diez fachadas distintas para el mismo interior de edificio contenido en La casa del hidalgo inglés de Kerr, 1871 (Sica 1981: 1047)). Esto implica una eficaz operatividad constructiva; el viejo lamento de los tratadistas del Movimiento Moderno del siglo XX y sus epígonos sobre la escasa capacidad de los edificios para ser fabricados industrialmente no parece que fuera una preocupación en esa época en que ya se disponía de métodos para la construcción sistemática de edificios personalizados.
Un paso más atrevido lo representa el caso de las dos terraces llamadas Clarendon y Percival que fueron construidas en torno a 1830 en Brighton; se componían de una macroestructura (supuestamente los muros exteriores y portantes y la cubierta) y de una microestructura más ligera que debía ser ejecutada posteriormente según el gusto de su futuro dueño (Sica 1981: 986).
Para la población con escasa solvencia no dejaron de surgir alternativas a la vivienda de-terminada: un desarrollo muy interesante surge cuando lo que se considera es la participación de los usuarios como mano de obra en la construcción de su propia casa en una economía de mercado madura; este interesante fenómeno se hace fácilmente realidad (como anticipo de una auténtica prefabricación ligera) cuando su base tecnológica no es la de la construcción húmeda, sino la correspondiente a la construcción seca, derivada del trabajo con madera que implica el ensamblaje de piezas más o menos grandes previamente preparadas.
Personajes fronterizos y nómadas, llevados por su ardor de reformadores sociales, inventaron fórmulas para resolver los gravísimos problemas del alojamiento de los pobres. Un caso muy conocido es el de Octavia Hill: constatando la ineficacia de la filantropía privada y la inexistencia de la iniciativa pública aprovecha la Cross Act de 1865 para sugerir un camino diferente: la idea consistía en que los mismos vecinos podrían sanear y reparar su propio alojamiento; y la puso en práctica comprando, con la ayuda de William Morris, casas que luego alquilaba. Hill sostenía que la causa de la pobreza residía, sobre todo, en la precariedad moral de la gente; fundó la COS (Charity Organization Society) con un grupo de colaboradoras que con el tiempo evolucionaron hacia una concepción estructuralista de la pobreza (como algunos liberales y socialistas), pero, y esto me parece importante, sin perder nunca de vista los problemas singulares y concretos de la gente (Walkowitz 1995: 116, 117 y 119).
Esta
propuesta es, que yo conozca, el antecedente más temprano de lo que
podría reconocerse como la tercera vía en la promoción
del acceso a la vivienda para las clases bajas(las otras dos serían
la propia de la iniciativa privada y la promoción inmobiliaria por
parte del Estado). Pero ya en ese momento el objetivo era bastante más
ambicioso que una mera contribución a la solución del problema
de la vivienda: propiciar un proceso en el que los habitantes fueran reeducados
en el uso autónomo de su vivienda y su barrio. Esta idea de articular
los procesos de construcción y habitar fue reinventado por Patrik
Geddes 50 años después, olvidado y propuesto de nuevo después,
hacia 1948 por Giancarlo de Carlo, empezando a ser usado con eficacia en
la decada de los 50 en algunos países de América Latina(Hall
1996: 255 y 260), para ser reintroducido en Gran Bretaña por John
Turner, quien había colaborado en su sistematización en Perú.
Las fronteras son también densos territorios
Todo esto es producto genuino de la más estricta modernidad. Pero junto a ello subsisten los modos ancestrales con que los modestos siempre han resuelto autónomamente sus necesidades de habitación, lo que hoy llamaríamos arquitecturas sin arquitecto, actividad que paulatinamente ha pasado de la alegalidad a lo ilegal.
En efecto, ese es un aspecto central en la forma típica en que la promoción de la habitación se resuelve en la modernidad: mediante unos arquitectos que tienen como patrimonio propio un saber experto y que como cuerpo social (un verdadero territorio-red) debe establecer una nítida separación de sus miembros respecto el destinatario de su trabajo.
Mas esta frontera no es una línea nítida, por más que muchos se empeñan en invocarla y exigirla, como la que dibuja sobre un plano las alineaciones de una ciudad; las fronteras son también un territorio habitable, poblado por nómadas, mercaderes, tránsfugas. Un territorio inventado una y otra vez. Veamos la actualización al día de hoy de esas prácticas que hemos considerado y que son rigurosamente contemporáneas del surgimiento del territorio urbano moderno:
- En Estados Unidos de América sobre todo, aunque se va imponiendo como una opción cada vez más atractiva en otros países industrializados europeos, está el bricolaje que permite a la gente sin especiales conocimientos técnicos de construcción montar su propia vivienda con medios ligeros pero con reglas muy estrictas en cuanto a lo que es posible construir con cada kit. Como contraste auténtica y estéticamente inventivo, y ésta es la referencia conceptual que realmente me interesa, se sitúa el trabajo de Charles y Ray Eames que representan la potencia creativa de lo que el bricolaje es sólo una ingeniosa combinatoria. "En vez de ofrecer un entorno completo al consumidor de la posguerra, los Eames ofrecían una variedad de componentes con la que los propios individuos podrían construir y disponer. Los Eames insistían en que la vida consistía en tomar alternativas. Dejaban la mayoría de éstas a los ocupantes, rechazando su función de artistas en beneficio del de diseñadores industriales y distribuidores de catálogos" (Colomina1997: 73).
- En el tercer mundo (en Latinoamérica afecta a 7 de cada 10 viviendas construidas (Colavidas 2000: 32)) la autoconstrucción representaría aquello que se sitúa fuera del tiempo de la mercancía como producto cerrado, debido a que se propone como inacabado. Dos importantes diferencias respecto el bricolaje desarrollado: que el proceso de acabar o ampliar las casas por parte de los habitantes se realiza con técnicas escasamente sofisticadas (las disponibles en cada localidad), por lo cual el resultado constructivo, el aspecto e incluso la distribución funcional están mucho más abiertas, dependiendo muy directamente de las decisiones de los habitantes en cada momento; y en segundo lugar que el usuario-destinatario no coincide con el de la unidad elemental de la mercancía inmobiliaria en la sociedad moderna (es decir, la familia nuclear) sino colectividades mucho más numerosas y variables: la construcción de sus alojamientos se hace inseparable de una autoconstrucción social, problemática y nada fácil, como demuestra la azarosa vida de muchas de estas experiencias.
- En el otro polo espacio-temporal está la ruina, pero, al igual que lo inacabado, se sitúa fuera del dominio de la mercancía, de momento; y digo de momento porque la ruina es un territorio parcialmente colonizado por la mercancía, bien sea como valor sacralizado del patrimonio histórico o como negación de la misma, aunque tomando la construcción todavía en pie para su rehabilitación, con propósitos de crear una escenografía urbana la mayor parte de las veces. Tal vez son los okupas quienes mejor han entendido la oportunidad para hacerse un territorio a partir de la ruina en nuestras ciudades. La reutilización de edificios industriales en Estados Unidos de América, los lofts, va en esa misma dirección; en este caso no se trata de acciones clandestinas, siendo lo más interesante el modo en que estos espacios son ocupados sin compartimentarlos, haciendo posible su adaptación a cualquier uso.
- Una tendencia que ha tenido una historia ciertamente accidentada, debido a sus dificultades, es la que propone la participación colectiva de los usuarios en las decisiones proyectuales. Sin embargo se trata de una tendencia muy viva, como demuestran los ejemplos de William Alsop y Lucien Kroll quienes la siguen impulsando con bastante éxito e incluso cosechando reconocimiento como arquitectura de diseño.
- Otra variante interesante es la que consiste "en hacer ´metaproyectos´: no se proyecta el hábitat social, sino las condiciones para que sus habitantes puedan apropiarse de él" (Manzini 1996: 80), es decir el experto ya no se ocupa de definir las cosas, sino que propone cómo deben ser técnica, funcional y económicamente con vistas a ese propósito fundamental de apertura para su libre utilización.
- La arquitectura de soportes, tal como fue divulgada en los años 70 por N. J. Habraken, consiste en la construcción mediante tecnología pesada de la parte estructural y del sistema básico de infraestructuras de edificios plurifamiliares, dejando para los usuarios la ejecución de los sistemas ligeros y el acabado de cada unidad residencial (Habraken 1972: 71 y 84); la propuesta de este sistema va más allá de un mero sistema constructivo pues implica un conjunto de acuerdos políticos, sociales y económicos, aunque también puede ser desarrollado a pequeña escala, tal como lo han llevado a cabo en Europa Frei Otto y Lucien Kroll, estando también implícito en el concepto del loft; es la idea que así mismo subyace en la modalidad de la autoconstrucción llamada pie de casa en el tercer mundo, una especie de embrión formado por una elemental estructura y la conexión básica con los servicios de las redes municipales.
Sobre la protoarquitectura
Lo anterior remite a una cierta topología de los conceptos, a regiones conceptuales que lindarían con el concepto de protoarquitectura que yo propongo. La protoarquitectura no se trata simplemente de construcción o edificación ya que desborda el ámbito de lo instrumental; la protoarquitectura es más humilde que la arquitectura (como resultado cualificado de la actividad profesional de los arquitectos), en cuanto supone abstenerse de dar el paso con el que el arquitecto determina y cierra su proyecto; y al mismo tiempo supone la ambición un tanto insensata de atinar con lo primordial como condición necesaria del habitar, y por lo tanto de la arquitectura; respecto a la cual no es lo simplemente previo, sino su premisa y condición, según lo entiende el que esto escribe.
Acudiendo a la distinción-conjunción con que Vitrubio definía la arquitectura, en la convergencia de firmitas, utilitas y venustas, expondré qué tienen en común las cinco regiones mencionadas respecto estas venerables categorías, convenientemente actualizadas.
Sin embargo apenas me detendré en las dos primeras porque pienso que han sido objeto de atención preferente por parte de muchos tratadistas y profesionales, incidiendo sólo en unas ideas importantes y muy generales.
Protoarquitecturas (I): sobre la tecnología
Firmitas, lo seguro y estable que es consecuencia del sabio bien construir. Técnica, que no tecnología, debido a que no existe la deuda respecto una superior y universal teoría previa que dirija la acción; sólo un compuesto teórico-práctico que se va construyendo--destruyendo sobre la marcha, y de ahí su cualidad de problemático; otra característica es que este modo de actuar se toma muy en serio que se ejerce en lo local, donde se dan fenómenos difícilmente transferibles a otros entornos, lo que obliga a una continua y siempre renovada lucha cuerpo a cuerpo, auténticamente pasional, con las cosas (medios y pobladores) de cada localidad.
La protoarquitectura implica un proceso indefinido que no concluye cuando lo construido se pone en servicio; por ello es fundamental considerar la vida útil de los materiales y elementos utilizados: duración, modo de envejecimiento, mantenimiento, limpieza, reparación o reposición, reutilización, reciclaje... Así como un uso oportunista de la tecnología, aunque sea especializada (con más motivo por tanto), lo cual implica romper su cierre epistémico, de modo que la gente no sólo pueda utilizarla sino también adaptar y reparar con autonomía los artefactos; y más allá de eso, divulgar, transformar, recombinar esas tecnologías, hacer con fragmentos del medio (tecnológico) sus propios territorios (técnicos).
Reivindicación del arquitecto inventor, tanto de su práctica corriente como del modo en que ejerce su actividad; tal vez podríamos aprender de los hackers y proponer una GPL (como la de GNU-Linux), una licencia pública general que autorizara un uso libre de la tecnología por ella cubierta, su modificación y mejora, con la obligación de no privatizar el resultado de ese trabajo y de agregarlo a lo que de esta manera se pretende sea común patrimonio de todos.
Protoarquitecturas (II): sobre la funcionalidad
Así como la firmitas sería el ámbito propio del la tecnología de los artefactos, la utilitas implicaría una tecnología de lo social: Utilitas, en nuestros términos profesionales, lo funcional, asegurando que cada cosa, que cada espacio y que cada elemento sirvan adecuadamente a la finalidad que se les supone. ¡Ay! Pero es que resulta que no solamente es el dormitorio, la cama, la lámpara lo que se ponen al dócil servicio de sus habitantes-usuarios, sino que la relación de dependencia es recíproca: el dormitorio sólo es apto para dos personas y no cualesquiera dos personas; la cama es para un individuo o es para dos, dependiendo del tipo de dormitorio; la lámpara permite liberarse de la imposición de la oscuridad por parte de la noche y a la vez introduce la norma del tiempo abstracto e incansable de la modernidad. Lo importante no es ahora averiguar si todo eso es bueno o malo (o más bien ambos), sino que el que en esos juegos participe sepa que está en eso y que otros juegos son posibles; y que los que intervienen como presuntos expertos se planteen la oportunidad de dar ese paso último que clausura, o si, por el contrario, conviene abrir un resquicio para que otros algún día puedan decidir, relajando los vínculos entre medios y fines, entre espacios o elementos y funciones o actividades, proponiendo una utilidad no dirigida.
El profesional que se atreve con estas aventuras renuncia a muchas cosas a cambio, como el artista; lo problemático afectará a su misma persona, deberá desterritorializarse (entre otros territorios deberá abandonar el de su ámbito corporativo profesional: "en arquitectura, los miembros de los mecanismos autorreguladores --como los cuerpos profesionales, las instituciones educativas y las revistas de arquitectura-- son la fuerza policial que defiende los ataques contra la ´integridad´ de la disciplina" (Hill 1998: 2)). El abandono de la firmitas universal lo coloca fuera de la tierra firme de su saber disciplinar y fuera de cualquier otro saber, aunque los frecuente y los use, como un marino que tiene que aprovisionarse en diversos puertos; el abandono de la utilitas única al servicio de una finalidad que nos sobrepasa es todavía más peligrosa pues en cierto modo supone una traición al cuestionar que sigamos siendo los delegados del poder que nos nombró con exclusivas competencias para firmar y sellar los proyectos, planes urbanísticos, etc.
Este doble abandono, el del territorio que le vio nacer como profesional y el de la simbiosis con el campo del poder es lo que en definitiva postula Jonathan Hill: "Propongo, en primer lugar, la muerte del arquitecto legal y profesional, y, en segundo lugar, el nacimiento del arquitecto ilegal y politizado, el arquitecto que cuestione y subvierta las convenciones, los códigos y las ´leyes´ de la arquitectura" (Hill 1998: 7).
Protoarquitecturas (III): sobre la subjetividad
Para completar la exploración de las regiones conceptuales fronterizas con mi propuesta de protoarquitectura me falta lo que debe cubrir ese amplísimo y descuidado flanco que las otras regiones sólo indirectamente registran y que se sitúa fuera del plano eminentemente instrumental de firmitas y utilitas.
Creo que un excelente ejemplo de lo que quiero decir es una obra reciente de Rem Koolhaas, la casa unifamiliar de Burdeos. Con este ejemplo me gustaría ilustrar un efecto paradójico de la protoarquitectura. En todos los casos antes mencionados hay una tarea que le incumbe al usuario, consistente en completar o adaptar un medio a sus necesidades, oportunidad así mismo para hacerse un territorio y correlativamente una cierta retirada del arquitecto. Y es ahora donde el ejemplo escogido es particularmente útil porque revela un atrevimiento inaudito; que creo que en la obra de arte no sólo permitido es, sino necesario.
Porque la casa de Burdeos, lejos de representar una contención en el comportamiento del arquitecto, es una extralimitación, yendo mucho más allá de lo habitual en cuanto a la prefiguración de espacios y demás elementos, imponiendo al parecer su soberano capricho de mil maneras (por fastidiar, se dirá): en la distribución de partes pesadas y ligeras (debiendo resolverlo con una estructura portante extrañísima), en el uso de materiales y elementos insólitos que a menudo cohabitan de manera estridente, en el desinterés por las normas, legales o simplemente aconsejables (caso de las escaleras, peligrosas a los ojos de cualquiera que no esté hecho a su uso), en la insólita configuración y distribución de huecos, etc.
Diríase que los diversos inventos en vez de ajustarse dócilmente a los hábitos establecidos de sus habitantes, los destruyen, imponiendo nuevos comportamientos (para los cuales las empinadas escaleras sin barandilla no representan mayor peligro que las basadas en las fórmulas estándar para las dimensiones de huella h y contrahuella c de los peldaños: h + 2c = 64 cm), reconstruyendo esos esquemas de actividad que prolongan nuestro cuerpo como su propio potencial; y que tiene su paroxismo (entonces uno empieza a entender ciertas cosas) en la singular habitación-ascensor especialmente diseñada para el dueño de la casa, tetraplégico a causa de un accidente; entonces uno entiende que la escalera incómoda expresa, a partir de su composición con el cuerpo del que la usa, que transitamos por un verdadero umbral que restituye, más que impone, una distancia entre lo que está ostensiblemente arriba y lo que queda abajo, ambas cosas diferentes, de ningún modo equivalentes, bien distintas a como resultan de la indiferente estratificación de los diversos pisos de un edificio moderno (tal como mandan los cánones). Lo mismo se puede decir del interior y del exterior de la casa, que no son lo mismo, como ponen dramáticamente en evidencia los huecos de hormigón con pequeñas ventanas ojo de buey...
O que sí son lo mismo, que interior y exterior son lo mismo, tal como se confirma en flagrante contradicción con lo anterior, en la planta intermedia, cuya frontera respecto el exterior (un enorme plano de vidrio) se hace imperceptible. Todo es convención, pues, para Koolhaas; la verdad, como también para los sofistas, no reside en las cosas, sólo es un efecto del lenguaje; pero tras esto "persiste el planteamiento radical cínico según el cual la vida tiene que ser el escándalo de la verdad" (Larrauri 1999a: 138).
Porque en este proyecto puede haber juego, guiños, detalles divertidos, pero ninguna frivolidad. Lo que disparó esta proliferación de extraños efectos fue una catástrofe, el accidente que dejó gravemente discapacitado al dueño: "La casa de Burdeos fue construida para una persona que está en una silla de ruedas, y, por consiguiente, todo el proyecto se convirtió en un esfuerzo por interpretar esta situación así como por crear un techo. No crear un techo, un cobijo, en un sentido banal y protector, sino combinar el techo con algo que constituyera una especie de desafío. Me pareció que para una persona en su situación no debe haber nada peor que no poder enfrentarse nunca a un reto físico, no poder ponerse nunca en una situación difícil, no sentirse nunca desafiado, ni poder desafiar al mundo. Así que intuí (no me atribuyo nada más) que las miles de toneladas de hormigón suspendidas sobre él, por así decir, sobre su espacio, sobre su territorio, el mero peso de éstas y su apariencia de no estar sujetas, que había una sensación de protección al tiempo que le darían una impresión de desafío personal. De modo que la estructura se convirtió en el instrumento de una especie de operación psicológica e intuitiva. Es lo más profundo que puedo decir sobre ello. Digamos que era una indagación artística" (Koolhaas 2001: 32).
Una casa normal, cómoda y bien adaptada (según las normas vigentes) a las nuevas condiciones del que sufrió tan tremendo accidente sería efectivamente la conformista confirmación de una catástrofe en la vida y un cierre consolador a su trayectoria vital. La casa que aquí se comenta marca de un modo particularmente aparatoso esa misma ruptura, pero también invita a empezar una nueva vida, ofrece la oportunidad para que esa persona consuma esa traumática transformación y siga activa, creativa, amante-amada sólo que de otro modo ¿Final de una trayectoria? Desde luego que sí, pero también arranque de un nuevo devenir, la vida que se supera a sí misma utilizando con asombrosa inteligencia lo mismo que la amenaza mortalmente: de cómo la traumática destrucción de la entera habitualidad (territorio) de alguien es ocasión para construir otro tiempo-espacio (incluso más allá de lo que el mismo Rem Koolhaas parece consciente: para mí esta obra supera las intenciones de su autor, al menos tal como él las expone).
Haciendo honor a nuestro momento histórico no me resisto a señalar hacia uno de nuestros más convincentes mitos, llamando la atención sobre su singular potencia: el del cyborg, procedente de la literatura de ciencia ficción, arte menor según los criterios académicos, que tal vez gracias a esa condición de marginalidad respecto lo importante todavía goza de la libertad para decir lo que quiere, incluyendo las más serias acusaciones a la que pretende ser la única realidad. En este caso expresión de algo bien diferente a lo que pretenden los activos experimentos que equiparan a soldados y minusválidos como materia prima apropiada para ensayar el hombre protésico, el habitante genuino de la poshumanidad. Si hoy ya somos verdaderos cyborgs, compuestos de humanos y máquinas, es porque desde hace mucho nos componemos con las escaleras, con las sillas, con los coches, con los bolígrafos, con los ordenadores...
Falta aún tal vez la razón principal que justifica que la práctica artística deba considerarse como algo intrínseco a la tarea de toda protoarquitectura. Desde luego la casa de Burdeos sería un experimento inaceptable si lo tratamos ahora como modelo para cualquier otro proyecto, es decir, de la vivienda para un usuario concreto o bien para los anónimos destinatarios en el ámbito de una promoción colectiva intermediada por cualquier agente inmobiliario, público o privado. Lo que explica y legitima la casa de Burdeos es la complicidad (no exenta de temores e inseguridades por parte de la familia, me imagino, ante las osadas propuestas de Koolhaas) entre los habitantes y el proyectista. Subvertiendo la condición fundamental del saber institucionalizado: la separación entre el sujeto (activo) que decide mediante el proyecto cómo será el espacio de habitación, y el sujeto (pasivo) que la habita.
Que es lo mismo que decir que surgió la frontera como zona densa e incierta, abierta al intercambio. El proyectista tuvo que penetrar hasta lo más hondo del encargo que se le hacía, sentir en su cuerpo la tragedia del padre de familia para poder realizar el proyecto resultante: un verdadero devenir entre el arquitecto y el cliente. A esto se puede objetar que el proyecto de Koolhaas deja las cosas muy amarradas, todo concluido y cerrado; eso sería un error (en el que es muy probable que caigan los dueños futuros, diferentes de los originarios, felices de poder presumir de que viven en una casa de tan afamado arquitecto); sus habitantes lo que tendrían que hacer es colarse por ese agujero que Koolhaas ha producido en la realidad y hacer de la casa su territorio soberano, no la obra de arte a la que deben adaptar su vida.
El arte adquiere valor como referente ético sólo desde el momento en que se autolimita; todo lo contrario de la transformación de aquello en que la vanguardia artística ha terminado, como "totalización del arte" (Morales Sánchez 1992: 21).
"... la única ley de la creación consiste en que el compuesto se sostenga por sí mismo. Que el artista consiga que se sostenga en pie por sí mismo es lo más difícil..." (Deleuze y Guattari 1994: 165 y 166). El artista llega un momento en que debe poner un límite a su trabajo, abandonar la obra que en ese momento le ocupa, esa que debe sostenerse en pie por sí misma ¿En pie para qué? Para que lo creado ande sin muletas ni prótesis, y por su cauce la creación continúe abriendo tiempo.
Elementos para un manifiesto de los territorios
Pero ¿qué pasa cuando el profesional tiene que a vérselas con ese trabajo en que no es más que un delegado técnico de un poder ajeno, cuando el destinatario es un colectivo-masa (aunque sólo sea una promoción de cuatro viviendas adosadas)? Cuando las condiciones del encargo conduzcan inevitablemente a la respuesta estereotipada--demandada--normalizada, por ejemplo a la vivienda de 2-3-4 dormitorios con todo lo demás, o a la del jardín de barrio, resuelto como un vulgar expediente administrativo más; o al centro escolar de enseñanza básica de 16 módulosde acuerdo con un proyecto-tipo que lo mismo vale para el barrio de Los Remedios en Sevilla que para el pueblo de Carboneras en Almería; creo que no estaría mal despojarse del uniforme de arquitecto y ejercer, más que nunca, nuestra ciudadanía (como dice José María Romero) procurando, por muy poco que podamos, la democracia, entendida como "el régimen de la autolimitación, dicho de otro modo, el régimen de la autonomía, o de la autoinstitución" (Castoriadis 1999: 147). En otras palabras (las mías, claro), practicar eso de la protoarquitectura como cosa inconclusa.
El que luego se reproduzca hasta en los más ínfimos detalles el contenedor doméstico más trivial y estereotipado, tal vez respuesta angustiada a la destrucción sistemática del territorio habitual de las gentes, es algo que en principio no incumbe al profesional que opta por las posturas ya mencionadas. Pero eso es sólo cierto en parte: en lo concreto estoy de acuerdo en que debe reconocer un límite claro en relación con el usuario que vendrá a morar y completar ese principio-de-casa; y no puede imponer su verdad como antes lo hacía (o como muchos de los colegas creen que es su deber hacerlo).
Sin embargo a otro nivel sí debe ser muy beligerante, precisamente ahí donde ese saber es producido y reproducido, en la universidad, también en los medios donde circula ese saber, en las instituciones públicas, etc. y sobre todo en territorios que deben surgir a partir de su (nuestra) iniciativa.
A lo largo del texto aparece insistente la idea de que también existe un territorio específico donde el profesional habita como tal profesional. Apelando a la sociología de Pierre Bourdieu podríamos hablar de un determinado campo social: pero ahora prefiero radicalizar ese concepto y considerarlo como un territorio, no en sentido metafórico, sino como un territorio con su medio extenso (cartografiable tal vez como una red), con sus pobladores (no sólo los humanos, también ciertos ultracuerpos como pueden ser los programas informáticos, las ficciones literarias, las imágenes,... y sobre todo las ideas). Como en tantos otros casos una fuerte opacidad nos priva del conocimiento de nosotros mismos como parte de ese territorio, y actuamos en todo momento como si ése fuera un espacio neutro, necesario y natural. En todo esto nuestra condición apenas difiere de la de otros profesionales cuya característica común es producir, gestionar y aplicar un saber que legalmente es patrimonio exclusivo de cada colectivo profesional.
Reconocer esto no significa poner punto y final; como en el caso del habitante de la casa de Burdeos puede ser el comienzo de otras cosas. Por ejemplo, para construir, ligeros de equipaje y sin hipotecas, espacios para que otros territorios sean posibles:
- Abandonar el asfixiante ambiente de nuestras ensimismadas islas de conocimientos expertos y adquirir una movilidad que nos permita frecuentar otros saberes, otros modos de hacer las cosas y de pensar.
- Del mismo modo perforar los encasillamientos donde estamos encerrados, impuestos por los organigramas de instituciones, corporaciones y aparatos de todo tipo; y a continuación crear conexiones transversales, redes horizontales; no importa que sean informales, es más, preferible es que así sea pues deben favorecer los vínculos afectivos más que las relaciones instrumentales.
- De este modo deben surgir células locales de autonomía conectadas globalmente donde sea posible un pensamiento intersubjetivo.
- Romper la Separación equivale a favorecer el mestizaje mediante el cuerpo a cuerpo en lo local y la complicidad en lo universal.
- Mas eso debe hacerse sin perjuicio de actuar vigorosamente en los espacios existentes donde se producen, circulan y se intercambian los conocimientos.
- Finalmente el medio así creado, proliferante, capilar, rizomático, debe ser el terreno que estimule la vida de las ideas libres y sin dueños.
"Si algo ha creado la naturaleza poco susceptible de someterse a la propiedad exclusiva, es la acción de ese poder del pensamiento llamado idea, que un individuo puede poseer en exclusiva siempre y cuando se la guarde para sí mismo; pero en el momento en que la divulga impone la posesión de todos, y el receptor no se puede desposeer de ella. Su peculiar carácter también reside en que nadie la posee en menor medida por el hecho de que cada uno de los otros posea su totalidad. Aquel que recibe una idea procedente de mí, recibe a su vez instrucción sin que mengüe la mía; del mismo modo que quien enciende su vela con la mía recibe luz sin oscurecerme. Que las ideas se extiendan libremente de uno a otro por todo el globo, para la instrucción moral y mutua del hombre y para mejorar su condición, parece un plan peculiar y benevolente de la naturaleza cuando ha dispuesto que, como el fuego, se puedan expandir por todo el espacio sin que disminuya ni un ápice de su densidad, y que, como el aire en el que respiramos, nos movemos y tenemos nuestro ser físico, sean irreductibles a la reclusión o a la apropiación en exclusiva." (Thomas Jefferson, en Barlow 1998: 10)
La
diferencia con los tiempos de Jefferson es que nosotros sabemos que esa
"naturaleza" de la que él habla es una construcción humana,
que en su tiempo se asentaba ya en gran medida en el medio de comunicación
a distancia que hacía posible la imprenta y artificios similares.
Actualmente, cuando cualquiera de nosotros puede ser editor y distribuidor
del soporte de esas ideas, la potencia de su territorio se hace inmensa;
esa es nuestra gran esperanza; y también ese debe ser nuestro compromiso.
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© Copyright Eduardo Serrano
Muñoz, 2003
© Copyright Scripta Nova, 2003
Ficha bibliográfica:
SERRANO, E. El
territorio es un proceso: protoarquitecturas. Scripta Nova. Revista
electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad
de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(009). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(009).htm>
(ISSN: 1138-9788)
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