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ESPACIO, LUGAR Y MOVIMIENTOS SOCIALES: HACIA UNA "ESPACIALIDAD DE RESISTENCIA"1
Ulrich
Oslender
Departamento de Geografía,
Universidad de Glasgow
Espacio, lugar y movimientos sociales: hacia una "espacialidad de resistencia" (Resumen)
Aunque abunda hoy el uso de metáforas espaciales en las ciencias sociales, muchos geógrafos deploran la reducción analítica de conceptos como espacio y lugar en muchos trabajos a una mera función ilustrativa. Más preocupante aun se representa al espacio frecuentemente como estático y carente de contenido político, una tendencia que sigue dando preferencia a una visión histórica frente a una geográfica en el análisis de cambios sociales.
En este artículo voy a argumentar que el concepto del espacio es (y siempre ha sido) político y saturado de una red compleja de relaciones de poder/saber que se expresan en paisajes materiales y discursivos de dominación y resistencia. En particular, quiero mostrar cómo los tres "momentos" identificados por Lefebvre (1991) en la producción del espacio pueden contribuir a la conceptualización de una "espacialidad de resistencia", planteamiento teórico introducido aquí que busca conceptualizar las formas concretas y decisivas en cuales espacio y resistencia interactúan e impactan el uno sobre el otro. Explorando además el concepto de lugar como desarrollado por Agnew (1987), propongo una perspectiva de lugar sobre movimientos sociales que sitúa las prácticas de los movimientos en un lugar específico y a la vez dentro de un marco más amplio del re-estructuramiento global del capitalismo. Termino el artículo con algunas reflexiones sobre las implicaciones que tiene una perspectiva de lugar para la metodología en la investigación de movimientos sociales. Se sitúa este análisis dentro del debate sobre la construcción de la etnicidad en las comunidades negras del Pacífico colombiano y la aparición de movimientos sociales en esta región que articulan estos asuntos en nuevas formas de políticas culturales.
Quiero subrayar que el presente texto se debe entender (y leer) sobre todo como una contribución teórica a debates actuales dentro y fuera de la geografía cultural/política que buscan conceptualizar las geografías específicas de la resistencia. Advierto entonces que el material empírico presentado aquí - el movimiento social de comunidades negras en el Pacífico colombiano - sirve para ilustrar estos planteamientos conceptuales. El lector interesado en indagar más a fondo en el caso empírico se servirá de las numerosas referencias hechas en el texto. Advierto además que el artículo nació en el contexto de la geografía anglo-sajona, y que por ende no considera planteamientos desarrollados desde la academia española. El texto precisamente aspira a una retro-alimentación con académicos, investigadores y activistas españoles para acercar dos tradiciones y tendencias geográficas - la española y la anglo-sajona - entre cuales, como es sabido, no han existido muchos intercambios de conceptos e ideas.
Palabras clave:
espacio, lugar, resistencia, movimientos sociales, comunidades negras,
Pacífico colombiano, espacio acuático
La geógrafa inglesa Doreen Massey (1993:141) constata que "el 'espacio' está muy de moda en estos días", refiriéndose a un gran número de científicos sociales que articulan sus análisis en términos espaciales2. Sin embargo, lo que Massey y otros deploran, es la carencia de un entendimiento analítico del concepto de espacio: "las metáforas geográficas de las políticas contemporáneas deben contemplar concepciones de espacio que reconocen lugar, posición, ubicación etc. como creados, como producidos" (Bondi 1993:99). Es más. No se trata solamente de reconocer la forma construida de dichos conceptos sino de mostrar cómo han sido construidos y bajo qué estructuras políticas y relaciones de poder/saber3.
Rompiendo con el dualismo analítico entre tiempo y espacio, entre historia y geografía, tan frecuentemente reproducido acriticamente, Massey plantea una "tetra-dimensionalidad de espacio y tiempo":
Espacio y tiempo están necesariamente entretejidos. No es que no podemos hacer ninguna distinción entre ellos, sino que la distinción que hacemos, necesita mantener a los dos en un equilibrio, y hacerlo dentro de un concepto fuerte de tetra-dimensionalidad. (Massey 1993:152)
En cierta forma, Massey parece evocar aquí las representaciones geométricas de la "geografía de tiempo" de Hägerstrand (1973)4. Sin embargo, no se limitan las interrelaciones de espacio-tiempo a un rígido fisicalismo gráfico de interacciones rutinizadas de actores sociales dentro de un marco conocido de lugares y caminos posibles de espacio-tiempo. Lo que importa aquí, es la condición fluida y dinámica de esta relación y las múltiples formas en que el espacio y el tiempo están inscritos en la conducta de la vida social.
Este aspecto ha sido explicado también en la teoría de estructuración y las interacciones complejas y dialécticas entre estructura y acción social (Giddens 1984). Resumiendo muy brevemente y sobre lo que importa para nuestro argumento, Giddens entiende los sistemas sociales como sistemas de interacciones entre estructuras y las actividades localizadas de sujetos humanos, capaces y conocedores. Es importante entonces reconocer que las estructuras han sido creadas por los sujetos humanos, y aunque puedan presentar obstáculos en la conducta de la vida social, también pueden ser ajustadas, cambiadas o inclusive derrotadas por los mismos actores sociales. Las prácticas sociales pueden entonces reproducir o resistir estas estructuras. En este sentido podemos concebir a los movimientos sociales desde una perspectiva de estructuración en tanto que la acción colectiva de los participantes de un movimiento desafía a estructuras de dominación y/o sujeción5.
Por ambiguas, diferentes
y múltiples que sean, les es común a todas las resistencias
que están actuadas y mediadas en el espacio y en el tiempo. Aunque
pueda parecer evidente semejante declaración, la implicación
de tal planteamiento es que ambos conceptos son esencialmente políticos
en la forma en que las prácticas sociales están inscritas
y enmarcadas en ellos.
Movimientos sociales y la política
del espacio
Reflexionando sobre la política del espacio, el sociólogo francés Henri Lefebvre afirma:
El espacio no es un objeto científico separado de la ideología o de la política; siempre ha sido político y estratégico. Si el espacio tiene apariencia de neutralidad e indiferencia frente a sus contenidos, y por eso parece ser puramente formal y el epítome de abstracción racional, es precisamente porque ya ha sido ocupado y usado, y ya ha sido el foco de procesos pasados cuyas huellas no son siempre evidentes en el paisaje. El espacio ha sido formado y modelado por elementos históricos y naturales; pero esto ha sido un proceso político. El espacio es político e ideológico. Es un producto literariamente lleno de ideologías. (Lefebvre 1976:31)
Si además podemos considerar lo político como "la dimensión del antagonismo que es inherente a todas las sociedades humanas" (Mouffe 1995:262), resulta que hay conflictos en el uso del espacio. O, en otras palabras, el espacio es un sitio de constante interacción y lucha entre dominación y resistencia. Estas luchas están frecuentemente articuladas por movimientos sociales, que han sido identificados como espacios privilegiados para estudiar los procesos de mediación en el campo de construcción de democracias (Jelin 1987). Varias teorías tratan de explicar las formaciones, manifestaciones y éxitos o fracasos de movimientos sociales. Los dos planteamientos principales son la Teoría de Movilización de Recursos (TMR) y la Perspectiva de Identidad Colectiva (PIC)6. TMR analiza sobre todo los recursos, objetivos, oportunidades, estrategias y la organización de movimientos sociales, y observa los procesos de los movimientos en el transcurrir del tiempo. Se interesa particularmente por las interacciones entre partidos políticos y movimientos sociales, y analiza críticamente al Estado como instrumento de represión7. Algunos de estos planteamientos han sido criticados posteriormente sobre todo por su concepción del actor individual en términos de un ser racional definido por sus objetivos. Es aquí que analistas que proponen un enfoque sobre PIC tratan de ir más allá poniendo énfasis sobre las múltiples formas en que los actores sociales crean y forman sus identidades y articulan y defienden sus solidaridades8. En este planteamiento los actores no son definidos por sus objetivos inmediatos sino por las relaciones sociales y las del poder dentro de las cuales están situados. Sus identidades son dimensiones culturales expresadas como protesta social. Estas pueden tomar formas muy sutiles, y particular énfasis se ha puesto, por ejemplo, en el tono y el sentimiento de los actores en su potencial de impulsar eventos (Scott 1990). Mucha atención han recibido entonces el lenguaje y las voces de actores en el proceso de articulación de movimientos sociales. Como Melucci (1989) lo ha expresado: "El movimiento es el mensaje".
Sin embargo, muy poca atención prestan TMR y PIC a las interacciones concretas entre espacio y movimientos sociales y a los lugares específicos de donde surge un movimiento. Frecuentemente se pone énfasis en las dimensiones temporales del cambio social, como lo hace Zirakzadeh (1997), por ejemplo, al conceptualizar la investigación de movimientos sociales en tres "olas", o Melucci (1989) quien considera a los movimientos contemporáneos en términos de "nómadas del presente". Movimientos de diferentes partes (y culturas) del planeta están analizados en su contexto temporal, adscribiéndoles unos objetivos comunes que articulan típicamente nuestra época, un planteamiento particularmente fuerte hoy "al final (o al principio) del milenio" (Castells 1997). Esto significa que la mayoría de los análisis de movimientos sociales examinan sólo brevemente, y como poco más que información introductoria, los lugares particulares de donde surge un movimiento, antes de concentrar el análisis "más serio" sobre las estructuras del movimiento, sus objetivos y las formas en que está inscrito en los cambios más amplios de la historia global.
Estos enfoques no-espaciales han sido criticados recientemente en algunos trabajos de PIC que consideran identidades y lugares como intrínsicamente vinculados (Escobar 2001, Oslender 2001a, Routledge 1997). Para entender un movimiento construido sobre las bases de identidad colectiva tenemos que entender los lugares específicos en los que se desenvuelve la acción social del movimiento y donde estas identidades están construidas y articuladas físicamente. Hay cuestiones concretas que surgen de las interacciones entre la acción social de movimientos sociales y lugar: ¿Cómo impactan las particularidades de un lugar sobre la gente que se organiza en un movimiento social, y cómo dificultan, o al contrario, facilitan éstas la realización de acciones colectivas? ¿Hasta qué punto influencian la experiencia de vivir en un lugar determinado y los sentimientos subjetivos generados por ella la decisión de un actor social de involucrarse en un movimiento social? ¿Qué papel juegan las historias locales de un lugar en entender las formas en que la gente reflexiona sobre su participación en un movimiento social? Pero también, ¿cómo explican las características objetivas más amplias de un lugar, como el orden macro-político y económico, la organización y articulación de resistencia en este lugar? ¿Cuáles son las implicaciones de un medio ambiente particular para los procesos organizativos? Quienes creen encontrar "respuestas obvias" a estas preguntas cometen el error anteriormente analizado de ver espacio y lugar como meros contextos dentro de cuales se desarrolla un conflicto determinado. Lo que trato de mostrar aquí es que espacio y lugar son elementos constitutivos de las formas específicas en que se desarrolla un conflicto dado. Son precisamente estos impactos concretos de espacio y lugar en la formación y el agenciamiento de movimientos sociales que se trata de teorizar con el concepto de "espacialidad de resistencia".
En el caso de movimientos sociales que movilizan alrededor de la defensa de sus territorialidades, por ejemplo, es el espacio material y físico que está al centro de sus actividades. Sin embargo, su lucha por la tierra es al mismo tiempo una lucha por el espacio y sus interpretaciones y representaciones. Como voy a mostrar más adelante, en el caso del movimiento social de comunidades negras en el Pacífico colombiano que se define como una organización étnico-territorial, la lucha por el territorio está explícitamente vinculada a una re-interpretación del espacio y su significado para los actores locales. De hecho, el "lugar" Pacífico colombiano se vuelve el centro de luchas sobre representaciones del espacio.
En este aspecto el trabajo de Lefebvre (1991) sobre la producción del espacio brinda un marco teórico importante dentro del cual podemos tratar de acercarnos a este proyecto de espacializar resistencias.9 Lefebvre identifica tres "momentos" interconectados en la producción del espacio: 1) prácticas espaciales; 2) representaciones del espacio; y 3) espacios de representación. Las prácticas espaciales se refieren a las formas en que nosotros generamos, utilizamos y percibimos el espacio. Por un lado han efectuado los procesos de comodificación y burocratización de la vida cotidiana, un fenómeno sintomático y constitutivo de la modernidad con que se ha colonizado un antiguo e históricamente sedimentado "espacio concreto", argumento presentado también por Habermas (1987) que refiere a estos procesos como "colonización del mundo-vida". Por el otro lado estas prácticas espaciales están asociadas con las experiencias de la vida cotidiana y las memorias colectivas de formas de vida diferentes, más personales e íntimas. Por eso llevan también un potencial para resistir la colonización de los espacios concretos.
Las representaciones del espacio se refieren a los espacios concebidos y derivados de una lógica particular y de saberes técnicos y racionales, "un espacio conceptualizado, el espacio de científicos, urbanistas, tecnócratas e ingenieros sociales" (Lefebvre 1991:38). Estos saberes están vinculados con las instituciones del poder dominante y con las representaciones normalizadas generadas por una "lógica de visualización" hegemónica. Están representados como "espacios legibles", como por ejemplo en mapas, estadísticas, etc. Producen visiones y representaciones normalizadas presentes en las estructuras estatales, en la economía, y en la sociedad civil. Esta legibilidad produce efectivamente una simplificación del espacio, como si se tratara de una superficie transparente. De esta manera se produce una visión particular normalizada que ignora a luchas, ambigüedades, y otras formas de ver, percibir e imaginar el mundo. Eso no quiere decir que estas relaciones son necesarias. De hecho, existen múltiples formas de desafíos y re-apropiaciones del espacio por los actores sociales. Sin embargo, lo que hace esta conceptualización de representaciones de espacio muy importante hoy en día, es la importancia creciente de formas dominantes de esta lógica de visualización y las relaciones de poder/saber que la reproducen y son reproducidas por ella. El uso creciente de las tecnologías de información y de las nuevas formas de modelar dinámicamente la vida social, como por ejemplo en los sistemas de información geográfica (SIG), son otro indicador de la dominación creciente de representaciones del espacio. Su efecto es uno de abstracción y decorporealización del espacio, siempre apoyado por argumentos científicos y apeles a una "verdadera" representación. Así ha surgido un "espacio abstracto" en que "cosas, eventos y situaciones están sustituidos por siempre por representaciones" (Lefebvre 1991:311). Este espacio abstracto es precisamente "el espacio del capitalismo contemporáneo" (Gregory 1994:360), en que la ley del intercambio de comodidades como razón económica dominante del capitalismo moderno nos ha llevado a una comodificación creciente de la vida social10. Sin embargo, en vez de constituir un espacio homogéneo y cerrado, el espacio abstracto mismo es un sitio de lucha y resistencia en cuyo terreno se articulan las contradicciones socio-políticas (Lefebvre 1991:365). Dice Lefebvre que estas contradicciones resultarán finalmente en un espacio nuevo, un "espacio diferenciado", pues "en la medida que el espacio abstracto tiende hacia la homogeneización, hacia la eliminación de diferencias o peculiaridades existentes, un nuevo espacio solamente puede nacer si acentúa diferencias" (Lefebvre 1991:52). Se puede argumentar que esto es precisamente lo que estamos viendo hoy en día, una proliferación de espacios diferenciados como resultado de las contradicciones del espacio abstracto. Las políticas de identidad que movilizan alrededor de asuntos de clase, raza, etnicidad, género, sexualidad, etc. han conducido a una acentuación de diferencias y peculiaridades articuladas en múltiples resistencias y desafíos a representaciones dominantes de espacio. Así que las contradicciones del espacio abstracto conducen a una "búsqueda por un contra-espacio" (Lefebvre 1991:383), un espacio diferenciado, articulado en las multiplicidades de resistencias como una política concreta del espacio11.
Lefebvre sitúa estas resistencias en los espacios de representación. Estos son los espacios vividos que representan formas de conocimientos locales y menos formales; son dinámicos, simbólicos, y saturados con significados, construidos y modificados en el transcurso del tiempo por los actores sociales12. Estas construcciones están arraigadas en experiencia y constituyen un repertorio de articulaciones caracterizadas por su flexibilidad y su capacidad de adaptación sin ser arbitrarias:
Los espacios de representación no necesitan obedecer a reglas de consistencia o cohesión. Llenos de elementos imaginarios y simbólicos, tienen su origen en la historia - en la historia del pueblo y en la historia de cada individuo que pertenece a este pueblo. (Lefebvre 1991:41)
Estos espacios de representación son ni homogéneos ni autónomos. Se desarrollan constantemente en una relación dialéctica con las representaciones dominantes del espacio que intervienen, penetran y tienden a colonizar el mundo-vida del espacio de representación. El espacio de representación es entonces también el espacio dominado lo cual la imaginación busca apropiar. Es a la vez sujeto a la dominación y fuente de resistencia, el escenario entonces de las relaciones entre dominación y resistencia; pues así como dominación no puede existir sin resistencia, resistencia necesita a dominación para poder actuar y adquirir sentido (Sharp et al. 2000).
Evidentemente los tres momentos identificados por Lefebvre en la producción del espacio necesitan ser considerados como interconectados e interdependientes. Existe una relación dialéctica entre lo percibido, lo concebido y lo vivido que no pueden ser considerados como elementos independientes, relación que Escobar (1995) parece tener en cuenta en su llamada hacia una "antropología de la modernidad". Aplicando este concepto para el caso de la costa Pacífica colombiana, Escobar y Pedrosa escriben:
Desde ella, nos interesa analizar los mecanismos concretos por medio de los cuales se busca integrar la región del Pacífico a la modernidad del país. Así, procuramos una etnografía de las prácticas de aquellos actores sociales que representan la avanzada de la modernidad en el Litoral: planificadores del desarrollo, capitalistas, biólogos y ecólogos, expertos de todo tipo y, finalmente, activistas de los movimientos sociales, como agentes de posibles modernidades alternativas. (Escobar & Pedrosa 1996:10; mi énfasis)
Estas posibles "modernidades alternativas" serían el producto de la búsqueda por un contra-espacio, resultado de la relación dialéctica entre representaciones del espacio y espacios de representación, como antes mencionado, en que los movimientos sociales tratan de articular las necesidades del mundo-vida frente a representaciones dominantes de su espacio. Y estas modernidades alternativas necesitan ser pensadas desde un lugar específico a cual y a cuya gente se refiere constantemente y desde el cual se organiza la movilización en defensa del lugar:
La práctica social es aglutinada al lugar "place-bound", la organización política requiere organización de lugar. [...] Al mismo tiempo, lugar es más que la simple vida cotidiana vivida. Es el "momento" en que lo concebido, lo percibido y lo vivido adquieren una cierta "coherencia estructurada". (Merrifield 1993:525)
Así que el
lugar contextualiza y arraiga a las conceptualizaciones lefebvrianas (lo
concebido, percibido, vivido). Una perspectiva de lugar sobre movimientos
sociales, como propuesta en este artículo, es entonces no solamente
un acercamiento necesario a expresiones de resistencia al nivel empírico,
sino tiene que ser desarrollada también al nivel teórico
al conceptualizar y arraigar a las teorías de movimientos sociales
en el concepto de lugar.
Movimientos sociales desde una perspectiva de lugar
Para desentramar el concepto de lugar al nivel teórico, voy a referirme a Agnew (1987) que, al igual que Entrikin (1991), pone énfasis en las calidades objetivas y subjetivas de lugar sin caer en un subjetivismo arbitrario. El concepto de lugar de Agnew se constituye de tres elementos: 1) localidad, 2) ubicación, y 3) sentido de lugar. En lo más general, localidad refiere a los marcos formales e informales dentro de cuales están constituidas las interacciones sociales cotidianas13. Localidad se refiere no sólo a los escenarios físicos dentro de los que ocurre la interacción social, sino implica también que estos escenarios y contextos están concretamente utilizados de manera rutinaria por los actores sociales en sus interacciones y comunicaciones cotidianas. De esta manera se dejan identificar ciertas localidades como escenarios físicos asociados con las interacciones típicas cuales componen las colectividades como sistemas sociales. Como voy a mostrar más adelante, la localidad "típica" de las comunidades negras rurales en el Pacífico colombiano es el "espacio acuático" como escenario y contexto rutinario en que se desarrollan las formas de interacción cotidiana de dichas comunidades.
Ubicación se puede definir como el espacio geográfico concreto que incluye la localidad que está afectada por procesos económicos y políticos que operan a escalas más amplias en lo regional, lo nacional y lo global. Ubicación hace énfasis en el impacto de un orden macro-económico y político en una región, y en las formas en que ella está situada, por ejemplo, dentro de un proceso del desarrollo desigual al nivel global. El tercer elemento en el concepto de lugar es el sentido de lugar, o la "estructura de sentimiento" local, para adoptar la expresión de Raymond Williams (1977:128-135). Trata de expresar la orientación subjetiva que se deriva del vivir en un lugar particular, al que individuos y comunidades desarrollan profundos sentimientos de apego a través de sus experiencias y memorias. El concepto de sentido de lugar ha sido central en la geografía humanística y propuestas fenomenológicas que han resaltado "la naturaleza dialógica de la relación de la gente con un lugar" (Buttimer 1976:284) y las formas poéticas en que la gente construye a espacio, lugar y tiempo (Bachelard 1958). El sentido de lugar expresa entonces el sentido de pertenencia a lugares particulares e inserte una fuerte orientación subjetiva al concepto de lugar mismo.
Sin embargo, sería equivocado
ver a los tres componentes de lugar como separados. Más bien actúan
como momentos fluidos cuyas interacciones se influencian y forman entre
sí. Es precisamente esta fluidez la que da al concepto de lugar
su fuerza analítica. Un sentido de lugar particular modela
las relaciones sociales e interacciones de la localidad (y viceversa),
y ambos elementos están influenciados por las estructuras políticas
y económicas más amplias y las formas en que éstas
están visiblemente expresadas y manifestadas en ubicación14.
Central en este concepto de lugar es el énfasis sobre las subjetividades
y formas individuales y colectivas de percepciones de la vida social. Dentro
de la investigación de movimientos sociales, el interés por
las subjetividades ha sido expresado sobre todo en la perspectiva de identidad
colectiva (PIC), que pone énfasis en la reproducción cultural
y el control de historicidad (Touraine 1988)15.
Los movimientos sociales deben entenderse en conjunción con las
redes culturales sumergidas de la vida cotidiana de la cual emergen (Melucci
1989). Y precisamente porque las identidades son específicas de
un lugar, debemos entenderlas como constituidas por los tres elementos
de localidad, ubicación y sentido de lugar. Para contextualizar
el debate teórico conducido hasta el momento, voy a ilustrar ahora
cómo en el caso del movimiento social de comunidades negras en Colombia
ciertas formas y asociaciones concretas de movilización social se
dejan explicar con una perspectiva de lugar.
Espacio y lugar en el Pacífico colombiano
La ubicación del Pacífico colombiano refiere a la zona geográfica y las múltiples formas en que los factores económicos, políticos y sociales están inscritos en el paisaje. La costa del Pacífico colombiano se extiende desde la frontera con Panamá hasta Ecuador por unos 1.300 kilómetros y desde la franja costera entre 80 y 160 kilómetros hacia el piedemonte de la cordillera occidental. Un área de alrededor de 10 millones de hectáreas cubierta de bosque tropical, está caracterizada por muy altos niveles de precipitación y una exuberante biodiversidad. El bosque está penetrado por una red extensa y laberíntica de ríos que serpentean desde las vertientes de la Cordillera occidental hasta el Océano Pacífico. La región está poblada hoy por unos 1,31 millones de habitantes, un 4% de la población total de Colombia (DNP 1998). De estos, un 90% son afrocolombianos, alrededor de 5% pertenecen a diversos grupos étnicos de indígenas, y unos 5% son mestizos del interior del país16. La gente negra en el país son descendientes de esclavizados que fueron secuestrados desde África para trabajar en las minas de oro en el Pacífico colombiano así que en las grandes haciendas en el país (Del Castillo 1982, Sharp 1976).
La situación socio-política del Pacífico colombiano ha sido analizada en términos de marginalización del "litoral recóndito" (Yacup 1934) debido a la dificultad de acceso desde el interior del país y a políticas estatales de abandono de la región. Estas políticas empezaron a cambiar en los años 1980 con la formulación de un plano central de desarrollo (DNP 1983), basado en la construcción de una infraestructura, algunos servicios sociales y programas de desarrollo agrícola de escala pequeña. Como resultado de la aceptación de un modelo económico neoliberal y la consiguiente política de "apertura", en 1992 se inauguró un plan de desarrollo más ambicioso, el Plan Pacífico (DNP 1992) que está vigente hasta hoy con una financiación significante del Banco Mundial. Más recientemente fue lanzado el Proyecto Biopacífico que refleja los nuevos intereses del capitalismo global en la conservación de la biodiversidad casi legendaria del Pacífico colombiano (GEF/PNUD 1993, Proyecto Biopacífico 1998), especialmente con mirada hacia los recursos naturales y su potencial uso farmacéutico (Escobar 1997). Estas representaciones del espacio del Pacífico colombiano en términos de su potencial para el desarrollo del resto del país han sido producidas fuera de la región, y muy poco se ha tenido en cuenta a las necesidades de la población en la costa Pacífica y a sus espacios de representación. No sorprende entonces que muchos de los proyectos estatales han atraído resistencia de las comunidades locales.
Esta resistencia empezó a organizarse desde la segunda mitad de los años 80, primero en algunas áreas como luchas de campesinos por el acceso y control sobre sus tierras,17 y después con una legislación generalmente favorable a partir de la nueva constitución colombiana del 1991 como organizaciones "étnico-territoriales" que defienden sus derechos a una diferencia cultural como directamente vinculados al control sobre sus territorios. La nueva constitución del 1991 declaró la nación colombiana como multicultural y pluriétnica, reconociendo por primera vez a las poblaciones negras como grupo étnico. En el Artículo Transitorio 55 (AT-55) se abrió paso a la Ley 70, ratificada en agosto 1993, que otorga derechos territoriales colectivos a las comunidades negras que han venido ocupando las tierras baldías en las zonas rurales ribereñas de los ríos de la Cuenca del Pacífico. Por supuesto esto no fue un simple acto filantrópico de parte del gobierno. Más bien las comunidades negras rurales de la costa Pacífica están consideradas junto con las comunidades indígenas de esta región como los "guardianes" de los bosques tropicales, responsables por la protección del medio ambiente y de la ya casi legendaria "megabiodiversidad" de la costa Pacífica18. Está emergiendo en la región una creciente conciencia de identidad política, organizada y coordinada por movimientos sociales que han creado y extendido estos nuevos espacios políticos en negociaciones con el gobierno. Ellos articulan sus espacios de representación, ricos en simbolismos, significados y conocimientos locales, y desafían a las representaciones del espacio dominantes, que han producido el Pacífico como un espacio legible homogéneo a través de una lógica de visualización hegemónica, expresada material y discursivamente en la implementación de los varios proyectos de desarrollo para la región. Los movimientos sociales resisten esta homogenización del Pacífico como un espacio abstracto de mercaderías, creando un espacio diferencial que defienden cultural y políticamente. La ubicación del Pacífico colombiano es entonces una de geografías, economías, y políticas cambiantes, reflejando al mismo tiempo los procesos globales del re-estructuramiento del capitalismo así como las resistencias al nivel local. Estas resistencias ya no son solamente respuestas a conflictos locales de especulaciones territoriales y apropiaciones de recursos naturales por parte de grandes empresas, sino ahora también a decisiones del gobierno nacional de abrir la región para nuevas relaciones globales y definirla en nuevos espacios de representación siguiendo modelos globales de "desarrollo sostenible" y "preservación de biodiversidad". Para explorar las expresiones concretas de estas resistencias y el impacto constitutivo que tienen en ellas el espacio y lugar, recurrimos ahora a las interrelaciones sociales que se actúan en la región, conceptualizadas en el concepto de localidad.
Central para entender el concepto de localidad en el Pacífico colombiano es la noción del "espacio acuático" (Oslender 2001a). Con este término me refiero a las formas específicas en que elementos "acuáticos" como los altos niveles de pluviosidad, los impactos de las mareas, las redes laberínticas de ríos y manglares, y las inundaciones frecuentes, entre otros, han fuertemente influenciado las formas de vida cotidiana. Estas formas están visibles, por ejemplo, en la construcción de las casas rurales sobre pilotes de madera para prevenir inundaciones de la vivienda. Por el otro lado, el ciclo de las mareas tiene un impacto considerable en casi todas las manifestaciones de la vida diaria. Con una variación en el nivel de agua de hasta 4,5 metros, la marea alta facilita la navegación subiendo los ríos en potrillo, el medio de transporte tradicional, y es el recurso imprescindible en los esteros para cualquier embarcación, dado que los caños se secan con la marea baja, y entonces ni pequeñas embarcaciones pueden pasar.
El río es además el espacio social de interacción cotidiana donde la gente viene a bañarse, las mujeres lavan la ropa y los niños juegan. Estas actividades son de una naturaleza casi ritual y están acompañadas por carcajadas, juegos y el famoso bochinche, los chismes que hacen reír a unos y desesperar a otros. Este escenario, aun de expresión diaria, es lo más evidente en los días de mercado cuando llegan embarcaciones grandes y pequeñas de cerca y lejos al mercado no sólo para comprar productos pero también para intercambiar información y "echar cuentos". El mercado es, especialmente para habitantes de comunidades más alejadas y remotas, frecuentemente la única fuente de información y medio de comunicación. Más importante que en el estricto sentido práctico, el río se vuelve el espacio social per se de interacciones humanas cotidianas y el referente simbólico de la identidad de la gente y de los grupos que se han asentado en sus orillas. El río corre además por las imaginaciones de las comunidades negras y se ve reflejado en las múltiples formas discursivas en que ellas se refieren a su entorno y su mundo, adquiriendo el río así un papel central en los procesos de identificación colectiva (Oslender 1999, Restrepo 1996). Como el geógrafo norteamericano Robert West ya notó en 1957:
La gente de un determinado río se considera como comunidad. [...] Los negros ... hablan de "nuestro río", o mencionan, por ejemplo, que "somos del río Guapi", o "somos guapiseños" sic, indicando su apego social a un río específico. (West 1957:88)
La identificación ribereña y el espacio acuático están de esta manera profundamente inscritos en el sentido de lugar en el Pacífico colombiano y han construido lo que he denominado una "estructura acuática de sentimiento" (Oslender 2001a).
Estas relaciones sociales espacializadas de comunidades negras rurales a lo largo de los ríos y de las cuencas fluviales ahora juegan un papel importante en los nuevos contextos políticos de organización y movilización. De hecho, se puede afirmar que el espacio acuático constituye una de las pre-condiciones espaciales para la organización política en el Pacífico colombiano. Sin querer entrar en detalle en estos complejos procesos políticos, podemos sin embargo afirmar que la gran mayoría de comunidades negras se ha organizado en consejos comunitarios, asociación política comunitaria introducida por la Ley 70, a lo largo de las cuencas fluviales, reflejando de esta manera los específicos referentes culturales e identitarios de la localidad en el Pacífico colombiano. Nació esta asociación organizativa-espacial siguiendo a la "lógica del río" que es el ente central de la vida social en comunidades negras rurales, como lo afirma la organización de base "Proceso de Comunidades Negras" (PCN):
En la lógica del río las propiedades del uso del territorio están determinadas por la ubicación: en la parte alta del río se da énfasis a la producción minera artesanal, se desarrollan actividades de cacería y recolección en el monte de montaña, hacia la parte media el énfasis se da en la producción agrícola y el tumbe selectivo de árboles maderables, también se desarrollan las actividades de cacería y recolección en el monte de respaldo; hacia la parte baja el énfasis se da en la pesca y recolección de conchas, moluscos y cangrejos compartidas con la actividad agrícola. Entre todas las partes existe una relación continua del arriba con el abajo y viceversa y del medio con ambas, caracterizado por una movilidad que sigue el curso natural del río y la naturaleza, cuyas dinámicas fortalecen y posibilitan las relaciones de parentesco e intercambio de productos, siendo en esta dinámica la unidad productiva la familia dispersa a lo largo del río. (PCN 1999:1)
La lógica del río, que junto con el espacio acuático constituye la localidad en el Pacífico colombiano, ha sido entonces el factor espacial orientador en la constitución de consejos comunitarios a lo largo de las cuencas fluviales. Estos consejos comunitarios actúan como principal autoridad territorial en las áreas rurales del Pacífico colombiano que, guiados por los Planes de Manejo desarrollados por las mismas comunidades con asistencia de instituciones gubernamentales y ONGs, deciden entre otro sobre el uso y aprovechamiento de los recursos naturales en su territorio. Estos son, por lo menos en la teoría, cambios radicales de las formas de apropiación territorial, pues las empresas con un interés en el aprovechamiento de los ricos recursos naturales de la región - como son el oro, la madera y el potencial agropecuario - están ahora obligadas a negociar directamente con las comunidades rurales, y el Estado ya no puede simplemente expedir concesiones a estas empresas pasando por alto así a las comunidades, como sucedía antes de la Ley 70 del 199319. Al otro lado es importante resaltar que estos procesos no simplemente siguen un modelo "ideal" de apropiación territorial colectiva de las comunidades negras en la región. Por el contrario, ni el Estado colombiano, ni las grandes empresas respetan esta legislación como se debería esperar. El Estado ha sido inclusive acusado de no apoyar suficientemente a las comunidades negras en este difícil y largo proceso. Una perspectiva de lugar sobre estos procesos espaciales de organización política nos alerta entonces también sobre otras formas de creación de consejos comunitarios que no han seguido la lógica del río, revelando, por ejemplo, cómo en muchos de esos casos la constitución de consejos comunitarios ha sido meditada por intereses y actores del capital externo y del gobierno central (Oslender 2001b), hecho que frecuentemente tiene un impacto negativo sobre la movilización local al largo plazo. Este enfoque nos permite entonces diferenciar entre las distintas experiencias organizativas dentro de comunidades negras, pues por supuesto no se trata de un grupo social homogéneo sino de uno con una gama de intereses donde influyen otras categorías a la de la etnicidad, como por ejemplo, clase, género y afiliación a la política partidaria.
Otro factor que no puedo discutir en detalle aquí tampoco, pero que adquiere cada día más urgencia, es el reciente recrudecimiento del conflicto armado en el Pacífico colombiano, región que hasta hace pocos años ha sido descrito como "refugio de paz", y donde hoy diversos grupos guerrilleros, paramilitares y el ejército colombiano entablan una guerra sucia en la cual los campesinos están cogidos desamparados entre los diferentes partes. Como resultado inmediato se han disparado los niveles de desplazamiento forzado de las zonas rurales hacia las ciudades, catástrofe humana cuyos víctimas han sido más que dos millones de gente desplazada en Colombia (Rojas Rodríguez 2001).
Se trata entonces
con el concepto de "espacialidad
de resistencia" propuesta aquí
de considerar de manera integral y consciente los factores espaciales objetivos
así como los subjetivos en el análisis de movimientos sociales.
La perspectiva de lugar busca resaltar el lugar como elemento constitutivo
en las formas concretas en que los movimientos sociales evolucionan, y
pretende ir más allá de muchos análisis que se concentran
- como en el caso del movimiento negro en Colombia -
frecuentemente en los discursos políticos al nivel regional y nacional
de los líderes afrocolombianos.
Conclusiones
En este artículo he tratado de demostrar la necesidad de analizar los conceptos de "espacio" y "lugar" en la investigación de movimientos sociales como terrenos concretos en que se manifiestan las múltiples relaciones de poder en formas específicas de dominación y resistencia. El espacio no es simplemente el dominio del estado que lo administra, ordena y controla (representaciones del espacio), sino la siempre dinámica y fluida interacción entre lo local y lo global, lo individual y lo colectivo, lo privado y lo público, y entre resistencia y dominación. En el espacio se brinda entonces también el potencial de desafiar y subvertir el poder dominante, y por eso forma parte esencial de una política de resistencia como articulada, por ejemplo, por movimientos sociales. Una perspectiva de lugar sobre estos procesos examinando las interacciones entre localidad, ubicación y sentido de lugar facilita una visión más integral de los procesos organizativos y toma en serio a las voces de los actores sociales:
Una sensibilidad frente a lugares particulares de resistencia implica el reconocimiento de la intencionalidad de sujetos históricos, la naturaleza subjetiva de las percepciones, imaginaciones y experiencias en contextos espaciales dinámicos, y cómo los espacios están transformados en lugares llenos de significados culturales, memoria e identidad. (Routledge 1996:520)
Estos planteamientos me parecen
particularmente importantes dado que hoy hay un interés creciente
en los análisis comparativos de movimientos sociales, que frecuentemente
parecen estar más interesados en mostrar cómo resistencias
particulares están relacionadas con los procesos de globalización
que en los propios y muy específicos procesos organizativos de un
movimiento particular. Castells (1997:68-109), por ejemplo, compara los
casos de la rebelión Zapatista en Chiapas, México, con el
movimiento milicia en los EEUU y con el Aum Shinrikyo en el Japón,
para mostrar que el adversario común es la globalización
y el nuevo orden mundial. En otro análisis comparativo que carece
de sensibilidad espacial, Zirakzadeh (1997) compara a los Verdes de Alemania
del Oeste, el movimiento de Solidaridad en Polonia, y el Sendero Luminoso
de Perú. Mientras que dichos análisis puedan o no explicar
movimientos sociales contemporáneos en el contexto global, muy poco
nos dicen sobre los agenciamientos múltiples de los movimientos
referentes a sus lugares y sus espacios y sobre los procedimientos complejos
en el terreno de la vida cotidiana. Tenemos que preguntarnos si eso no
nos dice más sobre la actitud, la metodología y las formas
de hacer investigaciones que sobre las realidades de la vida social. Investigadores
cuya preocupación es de compromiso crítico (Routledge 1996)
o de investigación de acción participativa (Fals Borda 1987)
ponen énfasis en la importancia de una relación de mutuo
interés entre el investigador y los participantes de los movimientos
sociales. Estimulando de esta manera procesos de "concientización"
(Freire 1971) frente a situaciones de dominación, explotación
y/o sujeción20,
el investigador puede activamente contribuir a la construcción de
un espacio diferenciado y a los procesos de búsqueda de un contra-espacio
como imaginados por Lefebvre (1991). Aunque no parezca muy de moda en estos
días en una academia cada vez más administrada por la lógica
capitalista-mercantilista de producción de conocimiento, creo que
nos tenemos que preguntar críticamente por qué y para quién
hacemos investigaciones. Ya es tiempo que revivamos los valores de la geografía
radical (Peet 1977, Blunt & Wills 2000) y que no nos escondamos detrás
de falsos pretextos de "objetividad
científica", pretensión
ilusoria dada la naturaleza política y desigual de todas las relaciones
sociales. Concuerdo con Slater (1985:21) que hay una "necesidad
de hacer más investigación -no simplemente por
razones científicas sino también como un brazo en la lucha
por una transformación social verdaderamente democrática".
Una perspectiva de lugar sobre movimientos sociales también quiere
abrir paso hacia un compromiso crítico del investigador con los
movimientos, pues tomando en serio las articulaciones cotidianas de la
vida social se abre un espacio de diálogo entre investigador y actores
sociales. Hasta que punto se dejan estimular procesos de concientización
en estos contextos depende por parte de la política de posicionamiento
del investigador frente a los movimientos. Aunque no los pueda elaborar
más aquí, la perspectiva de lugar abraza entonces también
unos planteamientos metodológicos críticos con que se invita
al investigador de hacerse preguntas sobre su posición y
su lugar en los procesos de investigación.
Notas
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