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Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 94 (94), 1 de agosto de 2001

MIGRACIÓN Y CAMBIO SOCIAL

Número extraordinario dedicado al III Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

LA PREVENCIÓN DE EPIDEMIAS Y EL CONTROL DE LA INMIGRACIÓN
EN EL ESTE DE CANADÁ (SIGLOS XVIII-XX)

Joaquim Bonastra
Universitat de Barcelona


La prevención de epidemias y el control de la inmigración en el este de Canadá, siglos XVIII-XX. (Resumen)

El este de Canadá, la zona conocida ahora como Quebec, ha desempeñado desde su conquista por los europeos un papel principal como punto de partida para la colonización de ese vasto país y, en muchos casos, para la de su vecino del sur. Las diferentes políticas de colonización puestas en marcha por las distintas metrópolis, ya fuera el imperio francés o el británico y, más tarde, como país independiente, nos dan claves para comprender los diversas políticas de prevención contra la entrada y el despliegue de enfermedades infecciosas en suelo canadiense.

Palabras clave: Nouvelle-France / Grosse-Île / cuarentena / contagionismo / anticontagionismo / siglo XVIII / siglo XIX/ Canadá.


Epidemics prevention and immigration control in the East of Canadá, (XVIII-XXth Centuries. (Abstract)

The part of eastern Canada, currently known as Quebec, played a principal role in the colonization of this vast country and, to some extent, in that of its southern neighbour, since it was concquered by the Europeans. The different politics behind the colonization, instigated by various metropolies, be it the French empire or the British, and later as an independent country, give us clues to understanding the preventive measures used to keep out or to contain the spread of infectious diseases on Canadian soil.

Keywords: Nouvelle-France / Grosse-Île / quarantine / contagionism / non-contagionism / 18th century / 19th century/ Canada.


En este texto se van a presentar las medidas de prevención contra las epidemias que se articularon en el este del territorio canadiense desde primcipios del siglo XVIII, última época de la dominación francesa, hasta principios del siglo XX, en que cesó la utilización de la Grosse-Île como estación de cuarentena. Para poder trazar este camino seguido por las autoridades canadienses en el curso de la historio debemos tener en cuenta una serie de factores que ahora enumeraré y que se irán desgranando en el escrito.

Debemos recordar que durante este largo lapso el territorio que ahora conocemos como este de Canadá ha pertenecido a dos imperios hasta convertirse en una federación independiente de provincias. De este modo, desde los primeros asentamientos franceses a principios del siglo XVII, hasta la invasión inglesa concluida en 1759, éste fue parte de imperio francés y su nombre Nouvelle-France. Poco más de un siglo duró la pertenencia el imperio colonial británico, ya que las provincias de Canadá se unieron en forma de federación en 1867, y eso continúa siendo en nuestros días. Son estos tres periodos --tomándolos de un modo flexible-- los que nos darán las claves para comprender las diferentes medidas adoptadas por los encargados del cuidado de la salud pública en este vasto territorio y de la adaptación de éstas a las nuevas situaciones, que vendrán marcadas por una serie de circunstancias cambiantes a lo largo de los dos siglos sobre los que se hablará en este artículo.

Se trata, por un lado, de las diferentes políticas de inmigración llevadas a cabo por los distintos regímenes; y por otro, de la evolución de las ideas acerca de la transmisión de las enfermedades y las consiguientes medidas profilácticas derivadas de ellas.
 

En tiempos de Nouvelle-France

Es difícil evaluar las medidas profilácticas adoptadas durante la primera época de la conquista francesa de Canadá. La población era mínima y estaba dedicada casi exclusivamente al comercio de pieles con los nativos, siendo Tadoussac el centro comercial más importante. De principios del siglo XVII datan los primeros asentamientos permanentes, Port-Royal --en Acadia-- y Quebec en el valle del Saint-Laurent. En cualquier caso, lo que interesa destacar en este primer periodo de dominación francesa es la importación a tierras americanas de enfermedades nuevas, como la viruela y el sarampión. Estas dolencias, con las que los nativos nunca se habían cruzado, contra las que los curanderos indígenas no tenían remedio alguno y cuya contracción suponía una muerte casi segura, podían producir tasas de mortalidad entre los indígenas de hasta un 95 por ciento.

Debe tenerse en cuenta que después de los primeros tratados con algunos pueblos nativos, como los hurones, los franceses enviaron misioneros, primero Recoletos y luego Jesuitas, a evangelizarlos. Éstos, conocedores de su idioma, recorrían poblado por poblado intentando convertirlos, de manera que, además de la palabra de Dios, fueron desplegando las enfermedades. En 1639, por ejemplo, una epidemia de viruela asoló Huronia. Esto provocó cada vez más la aprensión y el temor de los hurones hacia los padres Jesuitas.

Los hurones reconocían grosso modo tres causas para las enfermedades, a saber: las causas naturales, los deseos incumplidos del alma de una persona y la brujería. De este modo, la aparente inmunidad de los Jesuitas frente a las enfermedades que se desplegaban allí por donde pasaban, hizo que los hurones los consideraran hechiceros que con sus rituales mágicos provocaban la enfermedad entre sus compañeros. Finalmente, la dependencia que los hurones habían adquirido hacia los bienes intercambiados con los franceses, hizo que los jesuitas fueran tolerados como un mal menor y pudieron continuar con su cruzada evangelizadora (1).

La colonización de Nouvelle-France tuvo un ritmo muy lento (cuadro 1), y más aún si la comparamos con las colonias británicas del norte de América que en 1760 contaban con 1.500.000 pobladores. Antes que nada conozcamos la razones de la poca población de este territorio y de su lento ritmo de crecimiento. En primer lugar, debe decirse que durante el siglo XVII Francia permaneció en guerra continuadamente. Louis XIV, que subió al trono en 1661, no quería despoblar la metrópolis en favor de la colonia; de este modo, siguiendo los consejos del ministro de la marina --Jean-Baptiste Colbert-- la colonia debía servir, de acuerdo con las doctrinas mercantilistas, para abastecer a Francia de materias primas. En este contexto Jean Talon, el intendente de la colonia, emprendió un vigoroso plan para aumentar la población de la colonia favoreciendo más el crecimiento natural de los habitantes que la inmigración masiva. No es extraño así, que durante la toda la dominación francesa (1534-1760) el número de inmigrantes llegados desde la metrópolis no superase en mucho los 8.500 (2).
 
 

Cuadro 1
Población de la Nouvelle-France Canadiense (1605-1759)
Año
Población
Año
Población
1605
         44  1683
11.786 
1608          28  1686
12.566 
1610          18  1692
12.431 
1620          60  1706
16.745 
1630        100  1713
18.469 
1640        359  1720
24.594 
1653     2.000 1727
31.184 
1666     3.215  1734
37.716 
1667     3.918  1739
43.362 
1673     6.705  1754
55.009 
1675     7.832  1760
70.000 
1679     9.400 

Fuente: Quebec Yearbook, 1970, p. 137.

Hasta entrado el siglo XVIII, podemos decir que las medidas puestas en marcha para impedir la introducción de epidemias en suelo canadiense fueron mínimas. A pesar de la inspección que por parte de cirujanos se hacía de los navíos, tenemos indicios para creer que ésta no era una dura prueba a superar para obtener permiso de desembarco. Esto explica que en los últimos 75 años del dominio francés podamos citar al menos diez brotes epidémicos de cierta importancia: en 1685 el tifus; en 1687-1688, la viruela; en 1700, la gripe; en 1702-1703, de nuevo la viruela; en 1710 y 1718, "fiebres malignas"; 1734, viruela; de 1743 a 1746, otra vez tifus, que se repite en 1750; en 1755, la viruela; y otra vez el tifus en 1756-1757 y en 1759 (3). Debido a la prohibición de comerciar con otros países a no ser que fuera a través de la metrópolis, no sería muy difícil seguir el rastro de algunas de estas epidemias y determinar su origen, pero ese trabajo sobrepasaría la finalidad de este texto.

Las primeras providencias preventivas de los contagios exóticos en tierra canadiense datan de 1721. El miedo a la peste de Marsella hizo que se promulgaran algunas ordenanzas en la ciudad de Quebec para evitar su introducción en Nueva Francia. La primera, promulgada el 30 de julio, prohibía desembarcar a la tripulación del Princesse de Miscou hasta que cesara la enfermedad que se padecía a bordo, fueran perfumados con humo de brea y vinagre tanto el barco como los marineros y, finalmente, fueran lavadas y limpiadas a bordo todas las ropas de dicha tripulación (4). La segunda, de 20 de octubre, obligaba a todos los barcos provenientes de puertos mediterráneos a parar en la rada de la Île-aux-Coudres, a unos 50 kilómetros río arriba de Quebec, e indicar su llegada con una señal. Les estaba prohibido enviar chalupas a la orilla o que algún tripulante tuviera comunicación con los habitantes de la colonia. Del mismo modo les estaba vedado desembarcar su carga. Después de la inspección de los médicos del puerto, los navíos debían quedarse amarrados hasta la obtención de un salvoconducto. Desaparecido el miedo a la peste, esta ordenanza fue revocada en junio de 1724 (5).

Las últimas décadas de dominio francés transcurrieron huérfanas de disposiciones preventivas de las enfermedades epidémicas. En 1759, año en que la colonia fue perdida a favor de los ingleses, una epidemia de viruela determinó que el gobernador de Quebec hiciera entrar en vigor la ordenanza de cuarentena de 1721.
 

Un nuevo modelo de ocupación: el régimen británico

La ocupación inglesa del Canadá introduce un nuevo contexto muy diferente del que se ha visto para la época de la conquista francesa. A partir de fines del siglo XVIII se dio un gran crecimiento del tráfico de mercancías y de personas entre los países europeos y sus colonias americanas. Canadá participó de manera activa en este fenómeno.

A pesar de ser colonia británica desde 1760, Canadá no experimentó un verdadero alud migratorio desde la metrópolis hasta después de las guerras napoleónicas, cuando a partir de 1815 un número creciente de súbditos británicos decidieron rehacer su vida al otro lado del Atlántico. El fin de las guerras napoleónicas dio el pistoletazo de salida a la emigración masiva hacia América del Norte. Hasta 1867 --fecha de la Confederación-- el 85 por ciento de los inmigrantes eran de origen británico, teniendo un gran peso específico los irlandeses, que poco a poco fue perdiéndose. De todos modos, el hecho que importa ver en este apartado es que a lo largo de todo el siglo XIX el saldo de inmigrantes fue creciendo, salvo en los años previos a la Confederación (cuadro 2), y que tamaño movimiento de personas en pleno periodo prebacteriológico, teniendo en cuenta los cada vez más veloces medios de transporte, no dejaba de entrañar un serio peligro de tráfico de enfermedades infecciosas.
 
 

Cuadro 2
Inmigrantes llegados al puerto de Quebec (1815-1941)
Año
Inmigrantes
1815-1828
150 000 
1829-1851
696 000 
1852-1867
398 000 
1868-1891
662 000 
1892-1914           1 717 000 
1915-1941
758 000 

Fuente: Rapports annuels de l'agent d'immigration de Québec

El debate acerca del contagio a principios del siglo XIX

La potencialidad de este peligro fue motivo de cruentas discusiones con un marcado trasfondo político, económico y étnico, pero no debemos continuar sin añadir que en esos momentos existía en la ciencia médica un debate sobre la etiología de las enfermedades y la posibilidad de su transmisibilidad.

Por un lado estaban los anticontagionistas y por el otro los contagionistas, herederos de diferentes doctrinas médicas. Los primeros consideraban que la enfermedad era producto de las diferentes condiciones ambientales como el clima y las cambiantes cualidades de la atmósfera y no era transmisible de una persona a otra. Los segundos creían en la acción de un agente contagioso que podía pasar de un individuo a otro directamente o a través de sus efectos personales, produciendo una enfermedad.

No debe olvidarse que este debate y, sobre todo, la aplicación de unos u otros tipos de medida tenía implicaciones más amplias, políticas, económicas y sociales. Los dos grupos étnicos que encarnaban las dos facciones del debate eran, por un lado los anglófonos --defensores de los postulados anticontagionistas-- y por otro los francófonos, que seguían las hipótesis contagionistas (6).

Tomemos como ejemplo la epidemia de cólera de 1832, durante la que compitieron dos interpretaciones para explicar su origen. Por un lado la de un gran número de habitantes anglófonos y publicitada por la Montreal Gazette, para los que el cólera era indígeno; por lo tanto no había sido traído desde el Reino Unido y no era contagioso; por otro la de la mayoría de los francófonos, para los que el cólera había sido importado por la inmigración.

Dada la mayor proporción en la mortandad de francocanadienses no es extraño que los médicos de anglocanadienses acudieran a buscar una explicación a la idea de las causas predisponentes. De este modo existía una mayor mortandad entre los francocanadienses por las siguientes razones: la mala dieta basada en los vegetales, la sopa y el pan; el abuso de alcohol; la falta de observación de los preceptos mínimos de higiene; el habitar en casas de un solo piso que les obligan a dormir soportando la humedad en la planta baja; y por su carácter intemperado y excitable avivado por las pasiones políticas (7).

Contrariamente a estas explicaciones, las elites francófonas consideraban que el cólera era exógeno y que su aparición en Canadá se debía al gran número de inmigrantes británicos. El obispo Jean-Jacques Lartigue explicaba en una carta a un primo suyo que "la invasión de nuestras incultivadas tierras por la inmigración británica amenaza con expulsarnos de nuestro país y diezmar a los canadienses regularmente con la enfermedad" (8).

En lo que concierne a las implicaciones económicas de este debate la situación es bien clara. Tanto en Canadá como en el resto de los países occidentales las elites comerciales, a menudo involucradas en la vida política, estaban contra cualquier tipo de restricción al comercio. Las cuarentenas representaban un serio peligro para sus beneficios, por la inmovilización de capitales y, muchas veces, el deterioro de las mercancías que suponía. Un buen ejemplo de esto en Canadá fue la denuncia del Parti Patriote de Papineau al gobernador Aylmer, por su negligencia y su servilismo a los mercaderes, que se oponían a la cuarentena. Debe añadirse que los integrantes de los Bureaux de Santé eran a menudo hombres de negocios que acataban con agrado la opinión del gobierno británico en lo referente a la transmisibilidad del cólera. Éste había argüido en los congresos médicos internacionales de 1851 y 1859 que el cólera no era contagioso y que debía ser borrado de la lista de enfermedades que necesitaban regulación.

Debemos unir a estas reflexiones, al menos para casi la primera mitad del siglo, la cuasi correlación que había entre comulgar con el ideario liberal y aceptar las doctrinas anticontagionistas. En países como el Reino Unido y sus colonias éste fue el perfil político-científico de los responsables de la sanidad pública. En otros países --como Francia o España-- los rasgos imperantes entre los encargados de velar por la salubridad del estado fueron la defensa de posturas absolutistas y el mantenimiento de los postulados contagionistas (9)
 

La adopción de las primeras medidas preventivas

El desconocimiento de remedios eficaces para curar la mayoría de las enfermedades epidémicas, conducía a la búsqueda de soluciones profilácticas. En virtud de lo que he explicado sobre la doctrina anticontagionista se puede suponer que sus defensores estaban en contra de toda medida destinada a aislar el territorio canadiense de las enfermedades contagiosas. Por otro lado, los partidarios de la teoría del contagio proponían el sistema de patentes marítimas, cuarentenas y lazaretos, que se basaba en el secuestro, clasificación y separación de las personas y mercancías.

Debemos esperar hasta 1795 para encontrar la primera ley canadiense de cuarentena; se trata del Acte pour obliger les bâtiments et vaisseaux venant des places infectées de peste ou aucune fièvre ou maladie pestillentielle, de faire la quarantaine et pour empècher la communication d'icelles dans cette province. Esta ley autorizaba al gobernador a poner en cuarentena los barcos que transportaran marineros o pasajeros aquejados de enfermedades contagiosas y a designarles un lugar de fondeo. El gobernador obtenía también la autorización para utilizar la fuerza y los cañones si fuese necesario para hacer entrar en razón a los navíos recalcitrantes. Asimismo podía contratar personal sanitario para la inspección de los barcos, que debían seguir las mismas providencias que antes hemos explicado. Si un patrón de barco era descubierto intentado burlar estas normas podía ser condenado a muerte (10).

Esta ley de cuarentena se reemplazó en 1853, pero durante ese tiempo sufrió muchas modificaciones y fue revocada y puesta de nuevo en vigor numerosas veces. Ésta última fue una práctica muy corriente en las políticas canadienses sobre salud pública, cuyas autoridades actuaban prácticamente sólo en caso de amenaza inminente.

Fue en esta época de amenaza de epidemias y de intensificación del fenómeno migratorio cuando se construyeron y habilitaron numerosas instalaciones sanitarias. En 1817 abrió sus puertas el Hôpital des Emigrés, que sirvió como primer lazareto para los inmigrantes contagiados. Estaba emplazado en una pequeña isla situada al nordeste de la isla de Orleans, la Île-aux-Ruaux. En 1820 un segundo hospital llamado también Hôpital des Emigrés fue instalado en la calle Aiguillon del faubourg Saint-Jean de Quebec. En 1830, el Hôpital temporaire des fièvres fue erigido en Pointe-Lévis.
 

Los principios de la estación de cuarentena de la Grosse-Île

La amenaza del cólera hizo que las autoridades canadienses se pusieran en marcha para evitar la entrada de la epidemia. El acta de la cuarentena de 1832 estuvo muy influida por las memorias de investigación de varias comisiones que habían visitado Rusia mientras se sufrió allí la epidemia. De este modo el gobierno británico envió las recomendaciones de estas comisiones y las del Central Board of Health al gobernador general de Canadá. Éste, a su vez, las pasó al Quebec Medical Board que hizo las sugerencias necesarias para elaborar una de la modificaciones más importantes de la anterior ley de cuarentena. Se trata del Acte pour l'établissement de bureaux de santé en cette province et pour mettre en force un système effectif de quarantaine.

Esta ley comportaba dos niveles de intervención para proteger la salud pública. En primer término la creación de una estructura sanitaria en la ciudad de Quebec y sus alrededores. A tenor de esta providencia fue creado el Quebec Board of Health que obtuvo el poder de hacer aquello que creyera necesario para luchar contra el cólera. En segundo lugar la proclamación de medidas de cuarentena. Todos los barcos que llegaran de países castigados por enfermedades contagiosas debían ir al lugar de cuarentena y ser inspeccionados por oficiales sanitarios. El lugar destinado a tal efecto fue la Grosse-Île --una isla situada a 48 kilómetros río abajo de Quebec-- y las normas de cuarentena fueron endurecidas considerablemente (11).

A pesar de estas providencias el cólera entró en tierra canadiense, cosa que, a los ojos de los anticontagionistas, demostraba la ineficacia de las cuarentenas. El Quebec Board of Healt consideró pues el cierre de la estación de cuarentena de la Grosse-Île, pero finalmente decidió mantenerlo como lugar donde los inmigrantes pudieran limpiarse antes de finalizar su viaje y para impedir que aquellos que llegaran ya enfermos pudiesen desembarcar en Quebec.

De este modo, los postulados anticontagionistas fueron los predominantes a ojos de la administración hasta 1866, en que un grupo de médicos en un informe para el Bureau d'Agriculture consideró el cólera transmisible y transportable por las personas, sus efectos personales y las mercancías. La enfermedad, según éstos, podía además ser llevada por el aire a varios cientos de millas. Esto suponía en primer término que el cólera no se podía prevenir, puesto que sus efectos podían notarse en tierra desde cualquier estación de cuarentena, pero que éstas eran necesarias para, al menos, retardar y limitar el despliegue de la epidemia (12).

Las primeras instalaciones para la cuarentena fueron edificadas en 1832, como consecuencia del temor al cólera. Los primeros decenios de su existencia se vieron marcados por la improvisación y el desorden a la hora de acoger a los inmigrantes. Ejemplo de ello fue la falta de planificación en el momento de construir los edificios, ya que contiguo al hospital del cólera se alzaron construcciones para albergar a inmigrantes sanos.

Esta situación llegó a su punto crítico en 1847, momento en que, a causa de la gran hambruna europea fruto de varias malas cosechas de patata, un número sin precedente de emigrantes, en su mayor parte irlandeses, se dirigieron hacia Quebec. Más de 90.000 personas llegan ese año a Canadá por el puerto de Quebec, cuando la media de los años anteriores estaba entre las 25.000 y 30.000 anuales. Los viajeros llegaban en un estado deplorable debido a la desnutrición y las malas condiciones higiénicas de los veleros y fueron rápidamente pasto del tifus que algunos transportaban. El personal sanitario de la Grosse-Île se vio desbordado; decenas de barcos esperaban ser inspeccionados y miles de personas cumplían cuarentena en unas instalaciones que, aunque fueron aumentadas a lo largo del año, no eran suficientes. El terrible episodio acabó con un saldo de más de 5.000 muertos a bordo de los barcos, 5.424 sepulturas en la Grosse-Île y varios miles de muertos en las ciudades canadienses (13). La ineficacia de la estación de cuarentena durante la tragedia de 1847 hizo que las autoridades dividieran la isla en tres sectores, confinando a los enfermos al este y al los inmigrantes sanos al oeste. En el centro quedaría la administración.

A partir de los años 50 el gobierno canadiense empezó a elaborar una política de inmigración y de población de su territorio, en la que ya se preveían los peligros sanitarios de la inmigración en masa. Hemos dicho que en 1853 fue remplazada la ley de cuarentena de 1795 y sus retoques, se trata de la Acte pour Amender et refondre les lois relatives aux émigrés et à la quarantaine. En ella se mantenía la estación de cuarentena de la Grosse-Île y se obligaba a los barcos que transportaban contagiados a parar en ella. La ley estipulaba que a partir de entonces formaría parte del personal del lazareto el superintendente de la emigración. Estas dinámicas, fueron acentuándose con el tiempo, pero eso lo veremos en el apartado siguiente.
 

Nuevas políticas para un nuevo país

Con el inicio del último tercio de siglo se inauguró con el Acte de l'Amerique du Nord britannique la andadura de un nuevo país, Canadá, una confederación de lo que hasta ese momento habían sido colonias inglesas. En ésta se definía un reparto de las competencias que, en el caso de la salud, aún sigue en vigor (14).

A partir de este momento se refuerza, más aún, la política de población del territorio canadiense. Esto supondría un gran aumento de la inmigración que exigía la puesta en marcha de un servicio de cuarentena fiable y eficaz. En este periodo confluyeron, pues, una serie factores que reclamaban, a los ojos de las autoridades canadienses, estas medidas. En primer lugar un gran incremento del tráfico migratorio, llegando a su punto más alto en 1914 con 225.000 pasajeros. Por otro lado la mayor velocidad de los trayectos oceánicos gracias a los nuevos barcos de vapor, cosa que podía hacer más difícil el dictamen de los facultativos respecto al estado de salud de los pasajeros de un barco ya que éstos podían estar aún en la fase de incubación.

Ya hemos dicho que a partir de 1866 el contagionismo volvió a tener peso entre las filas de los médicos canadienses; es por eso que el encargado de organizar esta nueva etapa de la Grosse-Île fue el Dr. Frederick Montizambert, especialista en bacteriología. Montizambert, que fue superintendente médico de la estación entre 1869 y 1899, época en la cual entraron a Canadá vía Quebec unos 836.000 inmigrantes, fijó el nuevo esquema de ocupación de la isla asegurándose de la total incomunicación de las tres áreas y veló por el riguroso cumplimiento de los reglamentos de cuarentena. Su gestión supuso, además, la modernización de las instalaciones tanto técnicas como de acomodamiento de los transeúntes (15).

En un primer momento, y hasta principios del siglo XX, esta nueva coyuntura hacía imprescindibles unas instalaciones de cuarentena como las de la Grosse-Île, que fueron adecuadas a los descubrimientos científico-médicos relativos al diagnóstico, tratamiento y prevención de la enfermedades infecciosas bajo el mandato de Montizambert.

El cambio de siglo parecía deparar a la Grosse-Île nuevas modificaciones y ampliaciones, teniendo en cuenta cifras de entrada de inmigrantes como las la 100.000 de 1910, las 170.000 de 1912 o las 225.000 de 1914. Pero una serie de circunstancias desencadenaron el efecto contrario. En primer lugar, desde principios de siglo los conocimientos médicos en el campo de la microbiología y de las enfermedades contagiosas habían hecho grandes progresos. La apertura en 1907 de un hospital más moderno en Quebec, más eficaz en el tratamiento de las enfermedades infecciosas graves como el cólera, el tifus o la viruela hizo que en la Grosse-Île sólo se trataran enfermedades menores como la difteria, la varicela o la rubeola, para las que las convenciones internacionales de salud creían innecesaria la cuarentena (16).

Si a esto le sumamos la caída en picado de la inmigración a Canadá --primero a causa de la I Guerra Mundial y más adelante como consecuencia del crack económico de 1929-- tenemos ya los elementos que hicieron inevitable el cierre de la estación de cuarentena en 1937 después de bastantes años de muy poca actividad.
 

Conclusiones

En este texto hemos visto las medidas profilácticas contra la importación de enfermedades epidémicas emprendidas en el este de lo que ahora es Canadá desde la fundación de Nouvelle-France hasta el cierre de la estación de cuarentena de la Grosse-Île.

Estas medidas se pueden dividir en cuatro épocas. Las dos primeras se corresponden con los periodos coloniales, que he explicado en los dos primeros apartados del texto. Las dos últimas épocas coinciden con los dos primeros tercios de siglo, respectivamente, de la andadura de Canadá como país independiente. Estas providencias, como se ha visto, estaban muy relacionadas con las políticas de inmigración y la realidad social canadiense de cada época.

En primer lugar el periodo de dominio francés en que, para no vaciar la metrópolis, se intentó poblar el territorio con el crecimiento natural de la población. Sumadas a éste hecho encontramos las dificultades de los trayectos oceánicos y la prohibición de comerciar con otros países, que comportaron un bajo movimiento portuario. El resultado final fue una política profiláctica casi inexistente y, en los momentos en que se adoptaron medidas, éstas estuvieron guiadas por la improvisación.

Bajo el régimen británico se dio un fuerte impulso a la inmigración, sobre todo a aquella proveniente del Reino Unido. Ésta se hará más fuerte a partir del fin de la guerras napoleónicas. El temor al cólera a principios de la década de 1830 incentivó la creación de la estación de cuarentena de la Grosse-Île, pero el triunfo de los postulados anticontagionistas marcó la marcha de ésta infraestructura sanitaria, en la que laxismo y la ineficacia fueron características demasiado corrientes.

La Confederación trajo a la Grosse-Île aires de renovación. En primer lugar por la previsión de un alud migratorio derivado de la política gubernamental de población del territorio canadiense. En segundo lugar por los descubrimientos científicos que dieron a la comunidad médica instrumentos más eficaces par prevenir las catástrofes epidémicas.

Finalmente, el cambio de siglo trajo consigo nuevos descubrimientos en el campo de la microbiología, que hacían las cuarentenas cada vez menos necesarias, que junto con el declive de la inmigración a partir de 1915, convirtieron la Grosse-Île en una infraestructura obsoleta condenada a la desaparición, que se produjo en 1937.
 

Notas

1.  Para más información acerca del contacto entre los Jesuítas y los Hurones ver GRANT, John W. Moon of wintertime: Missionaries and the indians of Canada in encounter sin 1534. Toronto: University of Toronto Press, 1984; CAMPEAU, Lucien. La misssion des Jésuites chez les Hurons, 1634-1650. Montréal: Éditions Bellarmin, 1987.

2.  COLE HARRIS, R. (Ed.). Historical Atlas of Canada, vol 1, From the beginning to 1800. Toronto: University of Toronto Press, 1987.

3.  Ver TRUDEL, Marcel. Initation à la Nouvelle-France. Holt: Rinehart & Winston, 1968, p. 241.

4. Ver GOULET, Denis; PARADIS, André. Trois siècles d'historie médicale au Québec. Montréal: VLB Éditeur, 1992.

5.Ibid.

6. Ver BILSSON, Geoffrey. Canadian doctors and the cholera. In SHORT, S.E.D. Medicine in Canadian Society. Historical Perspectives. Montréal: McGill-Queen's University Press, 1981, pp. 115-136.

7.  ROBERT, Jean-Claude. The city of wealth and death: Urban mrotality in Montreal, 1821-1871. In MITCHINSON, Wendy; McGINNIS, Janice D. (Eds.). Essays in the history of canadian medicine. Toronto: McClelland and Stewart, 1988, pp. 18-38.

8.  Ver DECHÊNE, Louise; ROBERT, Jean-Claude. Le choléra de 1832 dans le Bas-Canada: mesure de inégalités devant la mort. In KEATING, Peter; KEEL, Othmar (Dirs.). Santé et société au Québec, XIXe-Xxe siècle. Montréal: Boréal, 1995, pp. 61-84.

9. A este respecto puede verse PESET, Mariano; PESET, José Luis. Muerte en España. Política y sociedad entre la peste y el cólera. Madrid : Seminarios y Ediciones, S.A., 1972; ver también BONASTRA, Joaquim. Innovaciones y continuismo en las concepciones sobre el contagio y las cuarentenas en la españa del siglo XIX. Reflexiones acerca de un problema sanitario, económico y social. In Scripta Nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] nº 69, 1 de agosto de 2000. II Coloquio Internacional de Geocrítica INNOVACIÓN, DESARROLLO Y MEDIO LOCAL. Dimensiones sociales y espaciales de la innovación Número extraordinario dedicado al II Coloquio Internacional de Geocríticahttp://www.ub.es/geocrit/sn-69-35.htm

10. GOULET, Denis; PARADIS, André. Trois siècles...; FECTEAU, Jean-Marie. Un nouvel ordre de choses: la pauvreté, le crime, l´État au Québec, de la fin de XVIII siècle à 1840. Montréal: VLB Éditeur, 1989.

11.  GOULET, Denis; PARADIS, André. Trois siècles...

12.  BILSSON, Geoffrey. Canadian doctors... op. cit. en nota nº 6

13.  Para más información de la epidemia de tifus de 1847, ver CHARBONNEAU, André; DUBÉ-DROLET, Doris. Répertoire des décès de 1847 à la Grosse Île et en mer. Ottawa: Patrimoine canadien, Parcs Canada, 1997.

14.  BONASTRA, Joaquim. Los principios en la gestión de la salud pública en el Québec del siglo XIX. In REQUENA, Jesús; CAMPINS, Mar. De las catástrofes naturales a la cotidianidad urbana. La gestión de la seguridad y el riesgo. Barcelona: Publicaciones de la Universidad de Barcelona /Centre d'estudis Canadencs,  GeoCrítica Textos de Apoyo,  2000, p.13-22.

15. SÉVIGNY, André. Étude polyphasique des aménagements de la Grosse-Île : 1832-1980. Ottawa: Service canadien des parcs, 1991.

16. SÉVIGNY, André. La Grosse-Île : quarantaine et immigration à Québec (1832-1937). Québec: Les Cahiers des Dix, 1992.+
 

© Copyright: Joaquim Bonastra, 2001
© Copyright: Scripta Nova, 2001



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