Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] Nº 94 (29), 1 de agosto de 2001 |
MIGRACIÓN Y CAMBIO SOCIAL
Número extraordinario dedicado al III Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)
LO MULTICULTURAL COMO MITOLOGÍA Y COMO COARTADA DEL RACISMO
Lo multicultural como mitología y como coartada del racismo (Resumen)
La noción de cultura en tanto que conjunto de caracteres de un colectivo nacional, tribal o religioso, ha venido a reemplazar por equivalencia la noción de raza, desprestigiada por la experiencia nazi. Pero su funcionamiento objetivo es el mismo. Raza, nación y cultura son constructos nacidos a la sombra del Romanticismo, de la reacción antiiluminista. El multiculturalismo es la ideología llamada a justificar en el plano teórico la perduración de divisiones entre seres humanos, de exclusiones más o menos voluntarias, y de la explotación derivada de la constitución de ghettos étnicos. Ha servido para hacer olvidar el derecho a la igualdad, en nombre del derecho a la diferencia.
Palabras clave: multiculturalismo/ raza/ ideología
Siempre hay un fantasma recorriendo Europa. Uno, cualquiera, no constantemente el mismo. En tiempos de Marx y Engels, era el del comunismo. Sobre la base de esa ficción, de esa enorme ingenuidad que convirtió una expresión de deseos en una desgracia universal, se organizaron los aparatos ideológicos de justificación de la guerra fría, a partir de la formalización de uno de los dos grandes mitos del siglo XX: el mito del proletariado universal revolucionario. La claudicación de la Unión Soviética a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, dio por tierra con el invento. Con un dolor infantil, los militantes se quedaron mirando las entrañas mecánicas del juguete al que habían confundido con un niño de carne y hueso.
En El judío imaginario, Alain Finkielkraut (1990) trata con amplitud del otro mito secular: el de la raza aria. El pensador francés no comete el error de darlo por liquidado: en política, y sobre todo en el ámbito de los imaginarios políticos, la razón cuenta poco; y no basta con abordar las estructuras enfermas desde el sentido común, la conciencia y la memoria para alcanzar su curación, como Freud pretendía hacer con las neurosis en el espacio individual. Si bastó con el desastre ruso para acabar con la ficción del proletariado, fue porque con la caída de las fronteras de la autarquía stalinista se alcanzó el establecimiento del mercado mundial, fin último del capitalismo. La ficción de la raza aria, que después de la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial, se generalizó en una primera etapa en la ficción de las razas y, en una etapa posterior y superior, en la ficción de las culturas, goza, en cambio, de buena salud. Lo que se llamó raza hasta 1945, se llama ahora cultura. Es la denominación políticamente correcta de una aberración que hunde sus raíces en el pensamiento de Lutero y de la reacción antiiluminista. Cabe apuntar aquí que la expresión "políticamente correcto" se deriva de la noción de "ideológicamente correcto" acuñada por Goebbels con idéntico sentido.
La revolución burguesa en Europa y América tuvo su expresión ideológica en dos movimientos intelectuales: la Ilustración y el Romanticismo. Se trata de posturas contrapuestas, que conviven, contradiciéndose, en el proceso de institucionalización del poder burgués. La Ilustración prohija la Carta de los Derechos de Virginia, de 1776, y la Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa de 1789. El Romanticismo, los Estados nacionales modernos. De la Ilustración procede la idea de la igualdad universal. Del Romanticismo, la de la particularidad nacional. La Ilustración está asociada a lo racional y a la noción de progreso. El Romanticismo, a lo irracional, a lo instintivo, a lo hereditario, a lo inmanente y a lo esencial. La Ilustración es universalista y, por emplear una expresión que irritaba especialmente a José Stalin, cosmopolita (en 1784, Kant escribió su Idea de la historia universal desde el punto de vista cosmopolita, sosteniendo que, por encima de las diferencias entre razas y naciones, entre grupos y entre individuos, era racionalmente imprescindible la paz universal y la sociedad de naciones, para que los individuos fuesen a un tiempo legisladores y sujetos en un reino de fines). El Romanticismo es relativista.
Conviene revisar aquí sucintamente la historia de las dos tendencias y sus proyecciones concretas en el pensamiento contemporáneo, bastante notorias, por otra parte, en la medida en que las condiciones que generaron la divergencia original no sólo se han mantenido inalteradas, sino que han rebasado los límites de su geografía inicial para extenderse por la mayor parte del planeta, y las diferencias han tendido a acentuarse. Tal revisión histórica puede realizarse a través de tres obras en las que ha sido elaborada y documentada, y que cito por el orden de su publicación en español: El asedio a la Modernidad, de Juan José Sebreli (1991), El mito de la cultura, de Gustavo Bueno (1996) y Las raíces del Romanticismo, de Isaiah Berlin (2000). Lo que sigue es un esbozo de síntesis, destinado a echar cierta luz sobre el camino que va de los inicios de los Estados nacionales modernos y de los imperios coloniales, a la época actual, señalada por los mayores movimientos migratorios de la historia, en el territorio de las ideologías.
La huella de la Ilustración puede rastrearse a lo largo de todo el pensamiento occidental, desde los presocráticos, pasando por Aristóteles y, en la Edad Media, por lo que Ernst Bloch denominó "la izquierda aristotélica", hasta el Renacimiento y la era de los descubrimientos. Pero el siglo XVIII, el de las Luces, es el de su formalización organizada y su consolidación: la consolidación de la razón como eje de una weltanschauung. Voltaire atribuía a Roger Bacon (1214-1249) la paternidad, en pleno siglo XIII, de la filosofía experimental. Bacon reclamaba "las felices bodas del intelecto humano con la naturaleza de las cosas", bodas a las que se oponían la credulidad, la aversión respecto de la duda, la precipitación en las respuestas, la pedantería cultural, el temor a contradecir, la indolencia en las investigaciones personales, el fetichismo verbal, la tendencia a detenerse en los conocimientos parciales, todos elementos perfectamente identificables en la vida intelectual de nuestros días. En el XVII, Descartes colocaba en el pensamiento el sentido de la existencia.
Kant (1958) define la ilustración como "el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad [...] La minoría de edad estriba en la Incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esa minoría, cuando su causa no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión para servirse con independencia de él, sin la dirección de otro [...] ?Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es la divisa de la ilustración".
Hegel, ya en el siglo XIX, resume su sentido en la expresión "todo lo real es racional y todo lo real es racional".
Veamos, en ajustada síntesis, los principios de la Ilustración: a) La razón, informada por los sentidos, permite el acceso a la verdad. b) La razón debe servir para la búsqueda de un modo de vida justo para el conjunto de la humanidad. c) Tanto la naturaleza como la sociedad obedecen a leyes, que el hombre puede y debe conocer por la ciencia. d) Nada hay que sea inherente a la naturaleza, ni individual ni social, del hombre, que es infinitamente perfeccionable.
Todo ello se actúa en diversos campos, en las obras de pensadores y científicos como Newton, Buffon, Beccaria o Condorcet. Idénticos principios alientan en Montesquieu y en Rousseau, y van a culminar en los grandes trabajos críticos y de ordenación del saber de Voltaire y Diderot. Los estudios genealógicos del pensamiento contemporáneo vinculan a Rousseau con Marx, a Kant con Marx, a Hegel con Marx, al joven Hegel con el joven Marx.
El gran precedente del Romanticismo es el llamado "movimiento de los genios", conocido por la fórmula sturm und drang (que, aproximadamente, significa "tormenta e ímpetu"), título de una pieza dramática de Klinger que, en una primera versión, había sido Confusión. En una historia de la literatura (Capítulo Universal, 1968) encontramos la siguiente apreciación: "Fue significativo el que sus integrantes provinieran de diferentes regiones de Alemania y de capas sociales muy distintas: el joven de rancio abolengo se codeaba con el hijo del proletario. Su rebelión se dirigió tanto contra el riguroso predominio de la razón --a la cual se opusieron los poderes irracionales del corazón-- como contra la estrechez de la vida político-social [...]" En el siglo XX hemos aprendido mucho, y con mucho dolor, acerca de los movimientos policlasistas lanzados al asalto a la razón, íntimamente relacionados con aquel original alemán. Para quienes no lo hayan percibido aún, cabe apuntar desde ya que la Ilustración es madre del derecho a la igualdad, en Tanto el Romanticismo prohija el derecho a la diferencia.
La Ilustración, naturalmente, dialécticamente, engendró un opuesto: el antiiluminismo. Maistre y Bonald, modelos de reacción a la revolución de 1789 en Francia; Burker, que suele ser tratado cono "prerromántico", en lnglaterra, y Herder y Möser en Alemania, son buenos ejemplo de esa tendencia.
Juan José Sebreli (1991) resume así lo que siguió al sturm und drang: "Los románticos antiiluministas oponían al universalismo las particularidades nacionales, étnicas y culturales; a la razón abstracta, la emoción; al progreso, la tradición; al contrato social, la familia; a la sociedad, la comunidad. El iluminismo buscaba todo lo que los hombres tienen de común, en tanto que el Romanticismo antiiluminista enfatizaba todo lo que tienen de diferente: la nacionalidad, la raza, la religión. Contra lo racional, aquello en que todos los hombres pueden ponerse de acuerdo, los románticos antiiluministas priorizaban lo irracional, la parte singular e incomunicable de cada hombre [...] el antiiluminismo romántico pretendía ser portavoz de las masas ingenuas y espontáneas, de los pueblos primitivos, de los campesinos analfabetos." Para quienes tengan presentes las consignas populistas de los fascismos, huelga todo comentario.
La Idea de la historia desde el punto de vista cosmopolita de Kant, corresponde a su polémica de 1784-1785 con Herder, desatada a propósito de la reseña que el filósofo realizó de la obra tenida por cumbre del sturm und drang: Filosofía de la historia para la educación de la humanidad, reivindicada por el ideólogo del nazismo Alfred Rosenberg en El mito del siglo XX. Ya Kant advertía de los riesgos que implicaba el exaltado particularismo de Herder, quien establecía en su texto, como ventajas a conservar, las diferencias nacionales y un supuestamente esencial aislamiento del individuo.
"Hasta la imagen de la felicidad", escribía Herder, "varía con cada Estado y latitud, pues ?qué otra cosa es la felicidad, sino la suma de las satisfacciones, de deseos, de realización de fines, y esa dulce superación de las necesidades que dependen todas del país, del tiempo y del lugar?, y por lo tanto, en el fondo falla toda comparación [...] ?quién puede comparar la diferente satisfacción de sentidos diferentes de mundos diferentes? [...] El hombre se ennoblece por medio de bellos prejuicios [...] El prejuicio es aceptable en su momento, pues hace feliz. Impulsa a los pueblos hacia su centro, los fortalece en su tronco, los hace más florecientes en su idiosincrasia, más apasionados y por lo tanto más felices en sus tendencias y fines. La nación más ignorante, más llena de prejuicios suele ser, en este sentido, la primera" (citado en Sebreli, 1991).
Y propone Herder una disciplina para la preservación del individuo conformado según esa noción de lo particular nacional: "No mirar más lejos; que la imaginación apenas exceda de ese círculo. Deseo todo lo que esté de acuerdo con mi naturaleza, lo que pueda asimilarse; aspiro a ello, me apodero de ello. Para lo que está afuera, la bondadosa naturaleza me armó de insensibilidad, frialdad y ceguera. Hasta puede llegar a ser desprecio y repugnancia, pero la única finalidad es que yo me vuelva sobre mí mismo, que me baste dentro del centro que me sostiene."
J. De Maistre, por su parte, decía que "todos los pueblos conocidos han sido felices y poderosos en la medida en que han obedecido más fielmente a esa razón nacional que no es otra cosa que la destrucción de los dogmas individuales y el reino absoluto y general de los dogmas nacionales, es decir de los prejuicios útiles." Y Barrés, ideólogo del fascismo en Francia: "El rol de los maestros consiste en justificar los hábitos y los prejuicios de Francia."
El particularismo y la exaltación particularista pueden rastrearse a lo largo de las décadas. La mención de algunos nombres resulta esclarecedora: Arnold Toynbee (civilizaciones), Oswald Spengler (culturas), Max Scheller.
No puede sorprender que el protonazi Oswald Spengler (!983, 1922) escribiese que nosotros, "hombres de la cultura europea, occidental, con nuestro sentido histórico, somos la excepción y no la regla. La historia es nuestra imagen de la 'humanidad'. El indio y el antiguo no se representaban el mundo en su devenir. Y cuando se extinga la civilización de Occidente acaso no vuelva a existir otra cultura y, por lo tanto, otro tipo humano para quien la historia universal sea una forma tan enérgica de la conciencia vigilante [...] En realidad, la configuración de la historia universal es una adquisición espiritual que no está garantizada ni demostrada." (La decadencia de Occidente, Espasa, Madrid, 1983, 1ª edición española en 1922).
Menos natural parece que un pensador asumido por buena parte de las Izquierdas, como Michel Foucault (1968), suscriba idéntica afirmación: "[...] el hombre [...] es indudablemente sólo un desgarrón en el orden de las cosas, en todo caso una configuración trazada por la nueva disposición que ha tomado recientemente el saber [...] una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento y quizás también su próximo fin [...] Se comprende el poder [...] que pudo tener [...] el pensamiento de Nietzsche cuando anunció [...] que el hombre dejaría de ser pronto".
Decididamente contra natura resulta que quien se reclama marxista, como Althusser (1974), sostenga que "el hombre es un mito de la ideología burguesa. La palabra 'hombre' es sólo una palabra".
No pocos estudiosos han asociado a Rousseau con el Romanticismo, o lo han tratado cono prerromántico. Su contractualismo, su gran proyecto pedagógico, su preocupación por el problema de la igualdad, todos ellos elementos definitorios de una actitud uiniversalista, deberían bastar para situarlo en la línea de la Ilustración. Su sensibilidad o, más exactamente, su sentimentalidad, corresponde a una época, antes que a una elección intelectual.
También Marx ha sido y es disputado para la tradición romántica. La lectura del excelente trabajo de Ludovico Silva (1968) sobre El estilo literario de Marx despeja toda duda acerca de ello: de la exterioridad de un estilo no se puede inferir un contenido.
En el Romanticismo, en tanto que filosofía política de las juventudes revolucionarias de los nacientes Estados nacionales, el particularismo se expresa en la noción de volkgeist, espíritu de los pueblos o espíritu nacional. Esta noción, a su vez, es heredada, con ropaje verbal científico, por el relativismo de la antropología estructuralista, desde Levy-Strauss hasta Marshal Sahlins. Todas las culturas son iguales porque son distintas, en un análisis, claro está, sincrónico. La abolición de la idea de humanidad trae aparejada la abolición de la idea de historia y de la idea de progreso, es decir, de desarrollo en el tiempo. Los románticos de principios del XIX carecían del valor, del poder político y de la claridad suficientes para proceder sin ambages a la liquidación de la Historia, cono lo ha hecho hace poco el publicista Francis Fukuyama. Lo que hicieron fue suspenderla, releerla y escribirla para sus propios fines: el viaje a Italia de Goethe marca el inicio de la experiencia más asombrosa, por su amplitud y eficacia, de la historiografía: la invención de una Antigüedad clásica acorde con las necesidades de pasado de los nuevos Estados. La misma Antigüedad que convierte a Séneca en español y a Alcuino de York en inglés o francés, según los casos, y que en Ricardo Wagner, autor de Parsifal y de Los judíos y la música, entre otras obras, se resuelve en la mitología racial germánica.
El lingüista y antropólogo Martin Bernal, autor de Atenea negra, Las raíces afroasiáticas de la civilización clásica (1993), vivió dolorosamente la experiencia del racismo y de los mitologismos románticos que persisten en el pensamiento del Occidente actual. De hecho, el ataque frontal que su obra recibió por parte de la crítica académica y paraacadémica en España fue tal que el editor obvió la publicación del segundo volumen. En el prólogo del primero, al narrar el proceso de elaboración de su trabajo, explica Bernal: "... ¿cómo es que, si todo es tan simple y tan evidente como tú sostienes, no ha habido nadie que se haya dado cuenta antes? La respuesta la encontré al leer a Gordon y a Astour. Estos autores consideraban que el Mediterráneo oriental constituía un todo cultural, y Astour demostraba además que el antisemitismo era la explicación de que se negara el papel desempeñado por los fenicios en la formación de Grecia."
¿De qué modo la noción de relativismo cultural, o de multiculturalismo, como se ha elegido llamarlo últimamente, está asociada al antisemitismo en particular, por la historia del Romanticismo alemán, y al racismo en general? La negación de la noción de humanidad, y su sustitución por la de un conglomerado de "culturas" abre la brecha de la diferencia. Y el racismo no se construye sobre la superioridad o la inferioridad de una determinada raza: eso viene después, en segundo término: lo primero es la diferencia de esa raza respecto de otras. Para aceptar la idea de que los arios son superiores, o la de que los judíos son inferiores, tengo que aceptar primero que son diferentes. Es tan racista afirmar que todos los judíos son malos como afirmar que todos los judíos son buenos. O los árabes, o los chinos, o los sioux, lo mismo da. Al diferenciarlos, los separo de la idea de humanidad.
Las diferencias entre culturas suelen ser mostradas por los interesados en términos de espacio, en virtud de las mitologías de Estado. Los franceses tienen una cultura y los japoneses otra, elaboradas en función de su territorio y del ámbito de su lengua, dicen inicialmente los multiculturalistas. Porque si definieran esas diferencias en términos de tiempo, si desplazaran de su seudoanálisis lo sincrónico en favor de lo diacrónico, tendrían que empezar a hablar de niveles de desarrollo de una misma, única cultura humana. Lo que es fácil de aceptar en la esquematización económica, que establece niveles de desarrollo y de subdesarrollo, parece imposible de aceptar en una esquematización antropológica. Nunca, a lo largo de la historia, estuvieron tan separadas como ahora la estructura económica de la superestructura ideológica.
Tomemos un ejemplo candente: el de la ablación de clítoris. Los espacios en que se practica de modo habitual corresponden a zonas económicamente deprimidas, profundamente atrasadas, incorporadas al mercado mundial por sus mercancías, pero con modos de producción anteriores al capitalismo. Los multiculturalistas radicales afirman que es posible y hasta deseable que tal costumbre sea respetada cuando los que hasta ahora han vivido en el pasado histórico se desplazan hacia el presente, es decir, pasan del subdesarrollo al desarrollo. Y, en sociedades que, a partir de las revoluciones burguesas han incorporado con más o menos lentitud a cotas cada vez más amplias de libertad individual, de utilización del propio pensamiento y del propio cuerpo en función del deseo, pretenden insertar estilos represivos correspondientes a modos de producción superados. Así, el derecho a la igualdad ante la ley, sobre el que se han fundado todos los progresos hacia la libertad individual, viene a ser desplazado por el derecho a la diferencia ante la ley, según la elección del que la viola, sea el testigo de Jehová que niega la transfusión a su hijo o a su padre, sea el musulmán o el hindú que aprueba la ablación del clítoris de su parienta. Lo curioso es que grupos que han conquistado nuevos grandes territorios de libertad, como es el caso de ciertos grupos feministas, sobre la base de la potenciación de la igualdad ante la ley, por un sentimiento de marginalidad común, puedan de pronto inclinarse por la defensa del derecho a la diferencia, olvidando que no se trata del derecho a ser diferente en general, sino del derecho a ser diferente ante la ley.
El auge del multiculturalismo coincide con el punto más alto del proceso migratorio más variado y generalizado de toda la historia humana. Aparentemente, los multiculturalistas están al servicio del respeto por las características del otro. El Estado tiene que construir templos para los miembros de todas las religiones que lo exijan, como si el culto no fuese una cuestión privada en sociedades y Estados no confesionales. La escuela pública, factor unificador de los Estados nacionales desde su nacimiento, debe enseñar en lenguas distintas de las del Estado, poniéndose en posición suicida, abdicando de su función de formación de ciudadanos y pasando a ser una penosa obligación sin fundamento alguno. En realidad, lo que se logra con esa política de rechazo explícito de la integración de los inmigrantes en los países de acogida, es perpetuar la marginalidad, fomentar el gheto y la endogamia, aislar al objeto de respeto conservándolo en su salsa, favoreciendo la explotación, porque quien no se integra en sus deberes para con el Estado mal puede defender sus derechos en ese marco, y el florecimiento de mafias. Piénsese en los pakistaníes que explotan pakistaníes, en los magrebíes que explotan magrebíes, y se tendrá la suma quintaesencial de esta aberración. Todas la emigraciones produjeron situaciones similares: los gallegos explotaban gallegos en la Argentina, y los polacos explotaban polacos en los Estados Unidos, pero eso duró exactamente una generación, porque los hijos de los inmigrantes fueron, en la Argentina como en los Estados Unidos, ciudadanos de pleno derecho en los países de acogida, hablaron la lengua del Estado y se organizaron sindicalmente para defenderse de sus patronos, fuesen del origen que fuesen.
El multiculturalismo es, así, racismo marginalizador, políticamente correcto en sus enunciados y, en consecuencia, profundamente reaccionario en su práctica.
Bibliografía
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