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Catalina Teresa Michieli
Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo - Universidad
Nacional de San Juan (Argentina)(1)
La "Precordillera de La Rioja, San Juan y Mendoza" es un sistema orógrafico que recorre longitudinalmente la provincia de San Juan (Argentina); en algunos de sus sectores alcanza 60 km de ancho y está formada por altos cordones montañosos que determinan una sucesión de valles longitudinales. A ambos lados de la misma se encuentran los valles bajos que, desde los últimos momentos del desarrollo indígena, concentran la mayor parte de la población nativa.
Tradicionalmente no se hallaba explicación para la presencia, dentro de la Precordillera, de instalaciones pertenecientes a la expansión del imperio incaico, especialmente de grandes "tambos". El análisis de las características geográficas propias del ambiente precordillerano, junto con los antecedentes históricos de su utilización hasta la construcción de las rutas modernas que la atraviesan, permite una nueva interpretación de la situación y funcionamiento de estas instalaciones, según el sistema de organización del imperio.
Palabras clave: Argentina/ Precordillera/ indígenas/ imperio
incaico/ "tambos"
The orographic system known as "Precordillera de La Rioja, San Juan y Mendoza" crosses San Juan province (Argentina) in a longitudinal direction; in some of its sectors it is 60 km wide and several mountain ranges form it determining a succession of longitudinal valleys. On both sides of this system, the low valleys are placed, where the native population has lived since the last indian period.
Traditionaly there has not been explanation about the presence, inside the Precordillera, of Incan Empire settlements, especially those called "tambos". Through the analysis of geographic characteristics and of the historic antecedents of the use of this peculiar environment before the construction of modern roads that cross this mountainous range, it is posible to give a new interpretation of the situation and the way those settlements worked, according to the Empire organizational sistem.
Key words: Argentina/ Precordillera/ indians/ Incan Empire/ "tambos"
Las distintas escuelas teórico-metodológicas de la arqueología siempre han aceptado la importancia de la geografía, como de otras ciencias humanas y sociales, en la elaboración de sus investigaciones. Sin embargo la misma siempre ha tenido una característica de auxiliar. La escuela histórico-cultural sólo prestaba atención a la distribución geográfica de tipos y conjuntos de artefactos para estudiar su difusión y migración a fin de establecer áreas culturales. El funcionalismo incorporó la idea de que la cultura era el sistema adaptativo por el cual la sociedad respondía ante una influencia externa, de índole geográfica o social, estableciendo modelos transmitidos. Por último, la escuela positivista americana, conocida como "nueva arqueología", que primó en los estudios arqueológicos de las últimas cuatro décadas pasadas, avanzó en este concepto e incluyó la idea de que la cultura es un medio extrasomático de adaptación humana (Trigger 1992).
Los principios de esta escuela han llevado a que los trabajos arqueológicos americanos de los últimos años intentaran poner énfasis en el estudio de los cambios dentro los sistemas culturales, estableciendo que el objetivo de la arqueología era exclusivamente explicar los cambios producidos en las culturas arqueológicas en términos de procesos culturales (de allí su apelativo de "procesual"), dejando de lado la idea de innovación e inventiva humana y quitándole importancia a la reconstrucción del pasado histórico (Trigger 1992). La geografía sólo interesaba en cuanto un cambio en ella significaba un impulso de cambio para el sistema cultural.
A diferencia de la tendencia dominante, la investigación arqueológica que se realiza desde mediados de la década de 1960 en San Juan, Argentina (Gambier 1993, p. 5) tiene como fundamentación teórica las ideas desarrolladas por el filósofo español José Ortega y Gasset en cuanto a que el hombre no se resigna a simplemente acontecer o estar en el mundo; si no puede satisfacer sus necesidades, produce lo que no estaba en la naturaleza (o circunstancia) modificando o reformando esta circunstancia por medio de actos técnicos. La técnica es por lo tanto lo opuesto a la adaptación humana al medio; es la adaptación del medio al sujeto (Ortega y Gasset 1968, p. 22-28).
La idea de que la circunstancia, tanto geográfica como histórico-social, fue aprovechada o modificada de diferentes maneras por los distintos poblamientos humanos prehispánicos de la provincia de San Juan permitió realizar una nueva interpretación de la relación que los asentamientos del imperio incaico tenían entre sí y cómo se articulaban con los sitios de poblamiento nativo bajo su dominio. Consideramos que esta interpretación supera el conocimiento tradicional que estudiaba los sitios arqueológicos en forma aislada, sin tener en cuenta las características del marco espacial e histórico-social donde estaban insertas.
Breve historia de la investigación arqueológica sobre sitios incaicos de San Juan
Indiscutiblemente las primeras referencias históricas a sitios de la provincia de San Juan (Argentina) vinculados con los incas la realizó Domingo F. Sarmiento en Recuerdos de Provincia (Sarmiento 1944, p. 30) cuando describía las ruinas de las instalaciones de Villa Maipú (hoy Tamberías) en el departamento de Calingasta y los restos de canales en el valle central.
Salvo otras referencias sin sustento histórico o científico de algunos coleccionistas aficionados a la arqueología y a la historia como Ramírez o Aguiar, la primera publicación de un arqueólogo sobre sitios incaicos de San Juan fue realizada por Salvador Debenedetti en 1915 (Debenedetti 1915, p. 23-24, 79, 126-139, 181-182). En el viaje de exploración arqueológica que este investigador realizara en esa época, visitó las ruinas incaicas de Paso del Lámar (departamento Jáchal) y relevó someramente las ruinas de Tocota (departamento de Iglesia) que a simple vista aparecían sobre la terraza del arroyo homónimo identificándolas como un "tambo" vinculado con el camino del inca que desde Uspallata en Mendoza, uniría los valles preandinos de Calingasta e Iglesia en San Juan. En el departamento de Calingasta relevó la "tambería" de Barreal, entonces todavía existente y actualmente destruida, que constaba de algunas construcciones rectangulares hechas con piedra ubicadas a 5 km al norte de Barreal, sobre el conocido como "camino del inca". En Barrealito (sobre la margen izquierda del río Calingasta) excavó una tumba con ofrendas de cerámica de tipo incaico.
Desde ese momento la presencia incaica en San Juan fue, durante varias décadas y hasta 1964, identificada por estas escasas evidencias. Ese año aconteció el hallazgo fortuito por parte de los andinistas E. Groch y A. Beorchia Nigris de un cuerpo conservado en la cumbre del Cerro El Toro, al norte del departamento de Iglesia y sobre la cordillera limítrofe con Chile. Dicho cuerpo, conocido como "momia del Cerro El Toro" fue descendido de la cumbre bajo la supervisión del arqueólogo J. Schobinger, de la Universidad Nacional de Cuyo, quien dirigió y publicó los estudios científicos sobre el mismo (Schobinger 1966).
En dicho trabajo Schobinger también reseñó un viaje de exploración a la zona de San Guillermo durante el cual visitó los sitios de La Paila, río Tambos, paso Valeriano, Pircas Negras y La Alcaparrosa identificándolos como tambos o instalaciones incaicas menores (2); solamente en paso Valeriano (al pie del Cerro El toro) realizó un relevamiento somero y trazó un croquis a mano alzada de las ruinas (Schobinger 1966, p. 175-176, 180-181, 194; Schobinger y Bárcena 1971, p. 398). Sus referencias son exclusivamente descriptivas y las asociaciones de las instalaciones se realizan sólo con los sitios ceremoniales de El Toro y otros chilenos ya conocidos como Cerro Tórtolas y Cerro El Plomo; con la vialidad incaica tradicionalmente aceptada que, de norte a sur, recorrería los valles preandinos de San Juan y con algunos posibles ramales transversales que explicarían el hallazgo circunstancial de cerámica diaguita chilena en los tambos.
En la segunda mitad de la década de 1960 el arqueólogo E. Berberián y colaboradores realizaron la excavación del tambo de Tocota en el extremo sur del departamento de Iglesia. Los resultados de esta excavación fueron someramente publicados en 1981 (Berberián "et al." 1981, p. 173-210). Con este trabajo se determinó que las ruinas abarcan 14 unidades formadas por 45 recintos y 6 patios rectangulares que cubren 191 m de longitud. Las paredes están realizadas con muros de piedra de doble hilera sin relleno; las piedras son planas o consisten en cantos rodados ligeramente canteados y se usó mortero de barro. Dos de las habitaciones principales poseen fogones de forma particular excavados en la entrada, bordeados con piedras y cubiertos con barro. Por la comparación con la clasificación de rasgos arquitectónicos establecida por Raffino (RPC, piedra canteada símil sillar, banqueta y red vial) los autores consideran que el tambo servía de control del camino incaico que, dirigiéndose al sur, llevaba a Uspallata y como lugar de almacenaje. La presencia entre sus restos de algunos fragmentos de cerámica diaguita chilena lleva a los autores a repetir la ya clásica explicación de la misma por la supuesta presencia de "mitimaes diaguitas". Una fecha de radiocarbono sitúa esta construcción en el año 1525 d.C. (425 +/- 80 a.p.).
Si bien el trabajo es puramente descriptivo, los autores arriesgan algunas interpretaciones sobre la funcionalidad y articulación del tambo con la estructura imperial regional. A nuestro juicio la idea de que las ruinas de Tocota constituyen un tambo vinculado con el control del ramal vial que recorre de norte a sur los valles preandinos es acertada por la ubicación estratégica del mismo, aun sin tener en cuenta la enumeración de posibles rasgos arquitectónicos de segundo orden según la clasificación de Raffino; la aseveración de función de almacenaje de las ruinas no está avalada por el hallazgo de ninguna estructura que pueda considerarse para tal fin; la afirmación sobre la presencia de "mitimaes diaguitas" en el tambo no puede ser fundamentada simplemente por la aparición de algunos fragmentos de la cerámica de ese origen, como se demostrará más adelante.
En el año 1987 fue publicado un extenso libro de A. Beorchia Nigris que contiene un catálogo de sitios incaicos de los Andes Meridionales considerados como "santuarios de altura"; la mayoría de ellos constituyen simples construcciones con piedra a nivel del suelo en la cumbre de cerros o portezuelos, otros son tambos ubicados en las cercanías de los cerros con santuarios y los más altos, ofrendas de estatuillas vestidas e incluso sacrificios humanos como el del Cerro El Toro. Todos los sitios fueron visitados por este andinista y algunos descubiertos por él mismo; en la totalidad de los casos Beorchia Nigris describe los sitios, los documenta con fotografías y croquis y los ubica en coordenadas geográficas y altitud (Beorchia Nigris 1987). Entre ellos figuran los hallazgos de altura del Cerro Tambillos (en la cordillera limítrofe con Chile al norte del departamento de Iglesia) realizada por el mismo autor en 1969, consistente en una camiseta andina decorada, restos de un aríbalo con decoración de tipo cuzqueña y otros elementos entre los que se encontraba un atado de leña que fue fechado por radiocarbono en 950 d.C. (1000 +/- 110 a.p.); y los hallazgos de estatuillas femeninas y de camélidos en miniatura en el Cerro Mercedario (en el Cordón de La Ramada, de la alta cordillera de Calingasta) realizados también por el autor y otros andinistas en 1972(3).
Por último en 1977 el arqueólogo J. R. Bárcena dio a conocer una exploración realizada en el extremo meridional del valle de Calingasta como continuación de su trabajo sobre el tambo de Tambillos y la vialidad conexa (Bárcena 1979, p. 685-689) del noroeste de Mendoza. Este autor ubica una probable instalación incaica en la Ciénaga del Yalguaraz que fechó en el año 1560 d.C. (390 +/- 90 a.p.) y otra en la zona del Leoncito (departamento de Calingasta) consistente en un par de amplias alineaciones de piedra sobre la superficie del terreno a orillas del conocido como "camino del inca" en el sitio Lomas Bayas a 2.500 m al este del actual camino entre Uspallata y Barreal. De esta instalación recogió cerámica con engobe de color rojo y con decoración de tipo cuzqueña.
A partir de estas resumidas menciones a los trabajos circunstanciales realizados hasta la década de 1970 sobre sitios incaicos de San Juan puede observarse que la investigación sobre la presencia de la dominación incaica en la provincia fue poco menos que inexistente. Salvo la excavación del tambo de Tocota, sólo se trató de trabajos descriptivos aislados, en los cuales los hechos más notorios fueron los hallazgos fortuitos de las ofrendas de altura. La misma excavación del tambo de Tocota, que fue selectiva y que no descubrió la totalidad de las ruinas, quedó como un hecho aislado sin análisis de la articulación con otros sitios similares de zonas circunvecinas.
Por otra parte todos los sitios inventariados hasta ese momento se ubican en la zona limítrofe con Chile de la alta cordillera de los departamentos de Iglesia y Calingasta, o en la depresión al pie de ésta que constituye los valles preandinos homónimos. En ninguno de los casos hubo investigación sistemática, prospección exhaustiva de una región ni búsqueda de evidencias incaicas fuera de la zona cordillerana.
En todos estos trabajos, para la interpretación de los sitios se siguieron los supuestos que eran tradicionales hasta ese momento. Uno señalaba que existiría un ramal principal del camino del inca que uniría los grandes tambos del sur de La Rioja con Angualasto y Tocota a través del valle de Jáchal (tal como lo trazó Strube Erdman en 1963) y que desde allí, pasando por el valle de Calingasta, llegada a los tambos del noroeste de Mendoza, identificando como tal al conocido en época colonial como "camino del inca". La exploración de Schobinger de parte de la región de San Guillermo con ocasión del descenso de la "momia" del Cerro El Toro agregó la idea de ramales transversales a esta ruta y el hallazgo de algunos fragmentos de cerámica diaguita chilena en varias de estas instalaciones cordilleranas llevó a suponer la presencia de "mitimaes diaguitas" en ellas. Más tarde se extendió incomprensiblemente la acción de dichos hipotéticos mitimaes a la conquista incaica de todo Cuyo.
Algunos reconocidos trabajos sobre el dominio incaico del noroeste argentino agregaron otro supuesto que se siguió manejando sin ningún tipo de crítica: que el motivo de la conquista incaica de Cuyo sería la explotación minera (González 1980, p. 63-82; Raffino 1981).
A partir de la formulación del programa "Conocimiento y difusión de la prehistoria de San Juan" del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo de la Universidad Nacional de San Juan, la investigación arqueológica y etnohistórica sobre las manifestaciones de la dominación incaica en San Juan se encaró a través de proyectos específicos y como parte integrante de otros proyectos.
De tal modo en 1983 se publicó una obra sobre la población de los valles centrales de San Juan y Mendoza a la llegada de los españoles; en ella un capítulo reseñaba las evidencias documentales halladas sobre la dominación de los grupos huarpes por parte de los incas, especialmente los referidos a la existencia de una "acequia del inca" en las cercanías de la ciudad de San Juan hacia fines del siglo XVI y de un "cerrillo fuerte del inca" en la localidad de El Acequión, al sur de la misma (Michieli 1983, p. 103-106) a principios del siglo XVII. Posteriormente, y mediante estudios de tipo histórico, se delimitaron las tierras que posiblemente habían sido del estado y se las identificó con las utilizadas para el emplazamiento de las primeras ciudades de Cuyo (Michieli 1994a).
Sin embargo de las evidencias documentales, no fue posible ubicar ningún sitio arqueológico o ruina que testificara el hecho de la dominación incaica en el valle central de San Juan. La referencia al "cerrillo fuerte del inca" en El Acequión fue reconfirmada con la búsqueda y relevamiento del documento original en el Archivo Nacional de Chile; éste contenía el traslado del acta de toma de posesión de la merced de tierras otorgada al sargento mayor Gabriel de Urquizo, vecino de la ciudad de San Juan, en la zona sur de la provincia en 1617, en la que se decía:
"En el Asiento y tierras del Azequion Junto aun serrillo q parece aver sido fuerte del Inga y de vn manantial q alli junto esta..."(4)
Como parte del proyecto: "Investigaciones arqueológicas en los valles del río San Juan" (Gambier 1996), bajo la dirección de Mariano Gambier, se realizó entre 1994 y 1995 una amplia prospección de toda la zona de El Acequión a fin de tratar de ubicar las posibles ruinas a que se refiere el documento de 1617. La Estancia de El Acequión es de antigua data; ya a fines del siglo XVI era estancia ganadera de vecinos españoles de San Juan y toda la zona donde está inserta fue la más intensamente despoblada de su habitantes nativos en forma intencional (Michieli 1996, p. 134-142). Por ese lugar pasaba el camino oficial entre San Juan y Santiago de Chile durante la época colonial (Michieli 1994b). La gran alteración que sufrió toda el área vinculada con la surgente natural de agua que da origen a la estancia ha atentado contra la posible existencia de ruinas; sólo pudo constatarse el hallazgo de cerámica colonial junto con algunos pequeños fragmentos de cerámica con engobe de color rojo de tipo incaico en los potreros más altos y cercanos al manantial, donde existían todavía las huellas de una antigua cisterna de gran tamaño construida con bloques cuadrangulares de piedra que podían haber pertenecido a alguna construcción más antigua.
Los proyectos vinculados con la investigación arqueológica en los valles preandinos de Iglesia y Calingasta dieron como resultado el trabajo especial realizado en la zona de San Guillermo, al norte del departamento de Iglesia, en 1984 (Gambier y Michieli 1986). El exhaustivo relevamiento de toda la región incluyó observaciones ambientales, levantamiento de planos de planta con cinta métrica y brújula, recolección de material superficial y excavación en algunos de los sitios ubicados. El trabajo permitió concluir que la región de San Guillermo, naturalmente poblada por camélidos salvajes, especialmente vicuña, fue zona de cacería de distintos grupos humanos a lo largo del desarrollo de la etapa indígena. Se relevaron yacimientos que evidenciaron estaciones de cacería de cazadores-recolectores Fortuna (6500 a.C.) y construcciones en forma de pircas de grupos del período agropecuario medio (cultura de La Aguada) y tardío (cultura diaguita chilena) las cuales se excavaron. En mayor medida se halló la evidencia del establecimiento permanente de grupos de la época incaica representados por un gran número de construcciones identificadas como tambos. Éstos, construidos con paredes de piedra de doble hilera con mortero de barro y, en ocasiones, con revoque interior y exterior de barro, estaban distribuidos en forma estratégica para cumplir tareas de vigilancia, control y explotación de la lana de la vicuña. El relevamiento incluyó los tambos de La Paila, río Tambos Aguas Arriba y río Tambos Confluencia, La Gloria, Pircas Negras, Pircas Blancas, Huesos Quebrados, Santa Rosa, La Alcaparrosa y otras instalaciones menores; se realizaron excavaciones en La Paila y Huesos Quebrados. Se pudo demostrar así la existencia de una gran organización de época imperial incaica para la explotación como ganado extensivo de la vicuña, la diferenciación entre estos asentamientos y los correspondientes a las estaciones de caza de grupos diaguita chilenos y Aguada y la desvinculación total de las ruinas incaicas con posibles instalaciones mineras, dejando sin efecto la hipótesis sustentada por investigadores de otras zonas sobre la motivación de la conquista incaica de esa región.
También estos proyectos sobre los valles preandinos permitieron ubicar una instalación de tipo inca regional en la localidad de Bauchaceta (departamento Iglesia) y evidencias de grupos tardíos vinculados con la conquista incaica en el valle de Calingasta (Gambier y Michieli 1992, p. 15-16). No se hallaron en cambio instalaciones incaicas con construcciones de piedra aparte de las ya conocidas en todas las zonas prospectadas, incluida toda la cuenca del arroyo El Leoncito.
En 1990 se realizó también un nuevo y más completo estudio de las prendas textiles que forman parte de las ofrendas de altura halladas en los cerros El Toro, Mercedario y Tambillos que están depositadas en el Museo Arqueológico dependiente del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo UNSJ, concluyéndose que en éstos se encuentran evidencia de los tres tipos de ropa existentes durante el imperio y ratificando las descripciones de cronistas; se pudo establecer también el estrecho vínculo existente entre las prendas que acompañaban al cuerpo conservado del cerro El Toro con la tradición textil local (Michieli 1990).
Finalmente en 1992 se publicó el trabajo presentado en el Simposio sobre "Estrategias de dominación incaica en el Collasuyo" dentro del XII Congreso Nacional de Arqueología Chilena (Temuco, 1991) (Gambier y Michieli 1992, p. 11-20). En él en primer lugar se ratificó la idea de que el motivo de la conquista incaica del territorio de la provincia de San Juan no fueron las minas sino la explotación de la lana de la vicuña en la región de San Guillermo y la explotación de la mano de obra agrícola en los valles de Iglesia, Calingasta, central y de Guanacache. En segundo lugar se postuló la existencia de mitimaes incaicos solamente en la expansión hacia los valles del sur y el este de la provincia de grupos del norte y noroeste de San Juan para el fortalecimiento de la agricultura. Por último se citó por primera vez la existencia de los tambos de La Ciénaga de Gualilán y de La Dehesa como puntos de control vial y poblacional.
Las características conocidas de los tambos de La Ciénaga de Gualilán y de La Dehesa
Estos dos tambos son conocidos desde principios de la década de 1970, cuando Mariano Gambier realizara sendas visitas guiado por personas conocedoras de los lugares. Ambos tambos comparten las características de estar emplazados en valles longitudinales interprecordilleranos del departamento de Ullún y de su difícil ubicación en terreno.
Su descubridor sólo los citó en notas periodísticas y comunicaciones personales que, a veces, fueron transmitidas a terceros sin mención de la procedencia del dato (Raffino 1981, p. 54), hasta que en 1991 fueron integrados al trabajo presentado en Temuco (Gambier y Michieli 1992, p. 15). El material documental y arqueológico fue archivado en el Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo y revisado para esta oportunidad.
El tambo de La Ciénaga de Gualilán (conocido también como tambería de Gualilán o de Agua del Médano) se encuentra ubicado en el valle de Gualilán. Éste es un ancho valle interprecordillerano longitudinal ubicado entre la Sierra de Talacasto por el este y la Sierra de La Invernada por el oeste. Su altura mínima es de 1.600 m.s.n.m. La ruta provincial nº 436, que une la ciudad de San Juan con el Departamento de Iglesia, lo cruza en sentido longitudinal, pasando por los principales puntos que conforman los cascos de la actual Estancia de Gualilán (en las cartas geográficas señalados como La Ciénaga y Estancia la Cienaguita) y la antigua instalación de la Mina de Gualilán. Por el norte el valle de Gualilán se cierra formando un amplio círculo, sólo abierto por la quebrada del río del Agua del Médano que sirve de paso hacia la Ciénaga de Los Espejos por la cual puede accederse a la localidad de Niquivil del departamento de Jáchal.
En el centro del valle existe una gran zona con médanos móviles, conocida como Pampa del Gualilán; en ella, a aproximadamente cinco kilómetros al noreste del paraje Estancia La Cienaguita (actual casco central de la Estancia de Gualilán), fue encontrado un tambo con paredes de piedra y aproximadamente doce habitaciones que alternativamente es cubierto y descubierto por el médano. Este tambo sólo pudo ser visualizado en una ocasión en que estaba parcialmente destapado, mientras que su búsqueda fue infructuosa en otras ocasiones por estar completamente cubierto por arenas.
Actualmente el intento de identificar sus señas a través de la fotografía aérea (5) permitió en un principio la ubicación de un área de médanos de aproximadamente 2.500 ha, a los 30º50' de latitud sur y 68º55' de longitud oeste donde podría encontrarse dicha instalación. Dentro de esa área se realizó un relevamiento con otros elementos de teledetección y se restringió la posible ubicación a un sector de 35 ha.
El tambo de La Dehesa (también conocido como de la Punta del Agua) se encuentra en las estribaciones orientales de la Sierra de La Dehesa, que constituye el cordón más austral y oriental de la Precordillera inmediatamente al norte del río San Juan. El tambo fue relevado por Mariano Gambier en un viaje al que accedió con vehículo especial por la quebrada de La Dehesa hasta un antiguo puesto y desde allí por una huella en mal estado y luego a pie. La prospección permitió fotografiar el tambo desde varios ángulos y trazar un croquis a mano alzada de sus ruinas; la recolección de material superficial proporcionó cerámica con engobe de color rojo de tipo inca con formas de aríbalos y "platos patos" y algunos fragmentos decorados de tipo cuzqueño.
Para este trabajo se pudo ubicar el emplazamiento del tambo a través de la fotografía aérea que evidencia su ubicación sobre la falda occidental del Mogote El Quemado, a 31º21' de latitud sur y 68º52' de longitud oeste, sobre los 1.750 m.s.n.m.
Las fotografías tomadas en oportunidad del primer relevamiento permiten observar la existencia de habitaciones con muros de piedra de doble hilera con relleno interior, unidas con mortero de barro. Las piedras están colocadas con la cara plana hacia afuera y trabadas en las esquinas de las habitaciones. Los muros conservan una altura promedio de un metro. Tanto el croquis trazado a mano alzada en esa oportunidad como la ampliación de la fotografía aérea sugieren la existencia de un sector con habitaciones y recintos agrupados en forma compleja, otro sector con una sucesión alineada de habitaciones rectangulares y un tercero con recintos rectangulares aislados. Se observan algunas construcciones de planta posiblemente circular distribuidas entre los dos primeros sectores y una posible plataforma en uno de los ángulos del recinto mayor del primer sector.
La situación geográfica e histórica de la circulación precordillerana
Los tambos citados se ubican en la zona precordillerana de la provincia de San Juan determinada por la presencia de un cordón orográfico conocido como "Precordillera de La Rioja, San Juan y Mendoza" que se extiende desde los contrafuertes de la Puna hasta el cajón del río Mendoza. En la parte correspondiente a la provincia de San Juan tiene un ancho promedio de 60 km y está conformada por varios cordones largos y angostos que determinan valles longitudinales de anchura variable. Estos cordones, conocidos genéricamente con el nombre de "sierras", tienen una altura promedio de 3.000 m, aunque sus cumbres sobrepasan ampliamente los 4.000 m.s.n.m. (Gambier 1993, p. 18-19).
En general las precipitaciones de la zona precordillerana oscilan entre 100 a 120 mm anuales, concentrados principalmente en el verano; el sector sur de la misma, entre el río San Juan y el límite con la provincia de Mendoza, goza de un régimen especial que hace que se genere allí un foco de precipitaciones del orden de los 200 a 400 mm anuales, lo que origina densas zonas de pasturas en los valles y planicies altas (Gambier 1994). Sin embargo de la escasa precipitación del resto de la zona precordillerana, la particular característica de poco drenaje de los valles interprecordilleranos ubicados entre los altos cordones longitudinales que limitan la insolación, permiten en ellos la persistencia de la humedad que a su vez da origen a pasturas naturales que duran hasta pasado el invierno. Por estas razones todos los valles interprecordilleranos de San Juan funcionan y han funcionado en la antigüedad, como valles de invernada para el ganado doméstico (Gambier 1993, p. 20).
Hacia el este de la Precordillera se encuentran los valles precordilleranos de Jáchal, central o del río San Juan (donde se ubica la ciudad capital) y de Guanacache. Son terrenos naturalmente desérticos atravesados por los grandes ríos colectores. Las precipitaciones son escasas (menos de 100 mm anuales) y no alcanzan para generar pasturas permanentes. Estos valles, poseedores de grandes extensiones de tierras planas y fértiles y temperaturas poco rigurosas, sólo pueden ser aprovechados por medio de la irrigación artificial (Gambier 1993, p. 20).
Por el lado occidental, la Precordillera está separada de los diversos cordones de la Cordillera de Los Andes por una amplia depresión longitudinal que contiene los valles preandinos de Iglesia y Calingasta, separados a su vez por una zona de interfluvio donde se encuentra la localidad de Tocota. Los puntos más bajos de los valles preandinos alcanzan alturas de 1.300 a 1.500 m.s.n.m.
En general es una zona extremadamente seca por hallarse al pie de los cordones precordilleranos que frenan las masas húmedas del Atlántico; las precipitaciones anuales no llegan a 80 mm, con puntos extremos de 24 mm anuales al norte del valle de Iglesia. El recurso acuífero de los mismos está constituido por los ríos que corren por su fondo y una serie de manantiales y arroyos que bajan de los nevados cordilleranos. Sólo el extenso piedemonte oriental de la cordillera, que forma una extensa planicie inclinada que bordea los valles por el oeste hasta los 3.000 m.s.n.m., goza de un régimen de precipitaciones del orden de los 120 a 180 mm anuales que permite la formación de una capa de pasturas naturales que perduran durante el invierno por la acción de los vientos calientes que bajan de la altura (viento Zonda) (Gambier 1993, p. 14-18).
Actualmente la Precordillera está atravesada por rutas pavimentadas que, siguiendo los cauces de los grandes ríos colectores San Juan y Jáchal o traspasando el Portezuelo del Colorado, unen la capital de la provincia con los departamentos occidentales de Iglesia y Calingasta, es decir unen el valle central de San Juan con los valles preandinos ubicados entre la Precordillera y la Cordillera de Los Andes. Antes de que en la tercera década del siglo XX y bajo la gobernación del Dr. Federico Cantoni se construyeran esas rutas, el tránsito hacia Iglesia y Calingasta se realizaba por sendas y huellas cuyos trazados no siempre coincidían con los actuales caminos, ya que aprovechaban los valles interprecordilleranos y sus enlaces pasando por zonas de moderada altura y con abastecimiento de agua y pasturas.
Del mismo modo en la época colonial el camino oficial de San Juan a Santiago de Chile, capital de la Gobernación de la que dependía la región, no pasaba por la ciudad de Mendoza, sino que seguía los pastosos valles longitudinales de la zona precordillerana al sur del río San Juan hasta la localidad ganadera de El Acequión. Desde allí se bordeaba por el sur la alta sierra precordillerana del Tontal para pasar hasta la Ciénaga del Yalguaraz, en jurisdicción de Mendoza, y desde allí tomar el entonces conocido como "camino del inca" o "de Uspallata" para acceder a esta última localidad y empalmar con la ruta natural entre Mendoza y Santiago de Chile. Una variante no oficial del camino, que era la utilizada por el contrabando, cruzaba la Sierra del Tontal y bajaba hacia el oeste por el Arroyo de El Leoncito para acceder al "camino de Los Patos" (Michieli 1994b, p. 9-11).
Históricamente, las primeras menciones documentales a la zona precordillerana al norte del río San Juan se remontan a fines del siglo XVII cuando por un litigio entre el sargento mayor Felipe Ramírez de Arellano y don Alonso del Pozo, ambos vecinos de San Juan, por la explotación ganadera de las "tierras nombradas Gualilan, Deza que llaman de Pinto" el Gobernador de Chile don José de Garro dictó sentencia a favor del primero y ordenó que Alonso del Pozo fuera "lanzado del campo con todas sus haciendas"(6). La identidad de estas tierras con los actuales valles de Gualilán y de La Dehesa es indiscutible, teniendo en cuenta que en el documento se usa la síncopa "Desa" por Dehesa; por otra parte es evidente que era una disputada zona destinada a la actividad ganadera.
En 1726 se protocolizó una escritura de venta ante el lugarteniente de corregidor y justicia mayor de San Juan don Juan Tello de Meneses(7). Por ella y en forma mancomunada don Gabriel de Mallea y su esposa doña Magdalena de Rivera vendían al capitán José Sánchez de Quiroga, vecino de San Juan, una propiedad que Mallea había heredado a su vez de su padre el sargento mayor Julián Asencio de Mallea. Consistía en "un potrero nombrado La Desa, de la otra parte del río de esta ciudad, que dista de ella nueve leguas más o menos hacia la parte del norte" y tenía como límites los mismos que figuraban en el testamento: al sur las caídas del río grande de la ciudad de San Juan y al norte la aguada de Talacasto y el paraje nombrado Los Tambillos "o como mejor lindare". En este caso se evidencia que la propiedad ya estaba dividida entre Gualilán y La Dehesa; la segunda pertenecía a la familia Mallea desde por lo menos fines del siglo XVII. El uso exclusivo como zona de pasturas para ganado está explicitado en los documentos tanto por la mención a que lo que se vendía era un "potrero" como por su mismo nombre de "la dehesa", ya que ambos significan tierra destinada para pastos de ganado. Los límites del potrero de La Dehesa señalan que se extendía desde el río San Juan por el sur hasta un impreciso límite norte a la altura de Talacasto o un actualmente desconocido sitio denominado "Los Tambillos" que suponemos hace referencia al tambo en estudio.
Ya en el siglo XIX dos registros notariales(8) dan fe de la donación inter-vivos que don Mateo Cano y Ramírez hizo en 1830 a su hijo Romualdo Cano de "una estancia cuyo nombre es La Deza y potrero de Tambolar entendiéndose uno y otro campo" y la posterior venta en 1834 de la misma a Valentín Ruiz. Los límites establecidos repetían los de las ventas anteriores. El potrero de Tambolar era contiguo a la estancia de La Dehesa por su parte occidental.
Para la misma fecha Valentín Ruiz también registró la compra al gobernador Victorino Ortega de ocho leguas de tierra inmediatamente al oeste de la comprada anteriormente. Estos documentos están acompañados por un croquis.
Para el caso de Gualilán se sabe que en 1774, otra escritura de venta registrada ante escribano(9), establecía que el comisario de caballería don Tadeo de la Rosa y Oro y su esposa doña María Rosa de la Torre, ambos vecinos de San Juan, vendían al teniente Juan de la Cuenca "la estancia de Gualilán, en términos de la ciudad". Según la documentación agregada al registro esta propiedad había sido a su vez obtenida de la siguiente manera: una mitad heredada de sus antepasados en hijuela por doña María Rosa de la Torre y la otra mitad por compra de los vendedores a don José de Funes y a su esposa doña Juana Morales en el año anterior. Los límites de la estancia de Gualilán eran: por el sur "los cerros que dividen la Desa que llaman de Pinto", por el norte "una serrezuela donde nace el arroyo Guayamatina", por el este "la sierra de Talacasto" y por el oeste "la sierra de las Invernadas". Estos límites coinciden con los naturales del valle de Gualilán; el que más difiere es el límite norte, ya que el topónimo "Guayamatina" ha desaparecido, aunque no es difícil identificarlo con el actual río del Agua del Médano. El comprador murió poco después y se hizo inventario de los bienes que poseía en dicha estancia; no se sabe bien qué pasó, pero la propiedad siguió en manos de la familia de la Rosa.
En 1846 se realizó el juicio sucesorio de Manuel de la Rosa y de su mujer Andrea de la Rosa que dejó la propiedad de la estancia de Gualilán dividida en cinco partes entre sus cinco hijos: Manuel Hipólito, Tadeo, Juana Alberta, Pedro y Paula, casada con Damián Hudson. Posteriormente siguieron una serie de ventas y transferencias de estas partes de la estancia; especialmente aparecen las ventas a compañías mineras (Compañía Anglo Argentina, Sociedad Anglo Argentina de Gualilán, Compañía Argentina Limitada) que explotaron la mina de Gualilán durante el siglo XIX(10). La familia de la Rosa fue propietaria de una u otra manera de la estancia de Gualilán hasta 1928 cuando fue finalmente comprada a nombre de don Federico Cantoni, bajo cuya gobernación se construyeron las rutas modernas a los departamentos de Jáchal, Iglesia y Calingasta.
Antes de que eso ocurriera la zona de Gualilán y de La Dehesa fueron profusamente ocupadas y explotadas como campos ganaderos y sus valles y portezuelos empleados como rutas de tránsito y comunicación entre los valles orientales y occidentales a ella. Esta particularidad de servir de soporte de caminos longitudinales y transversales estaba ligado con la posibilidad de abastecimiento de pasto, agua y leña para el tránsito con animales de transporte y quedó evidenciada hasta varios años después de la construcción de las rutas modernas en los mapas de la provincia en los cuales, junto a los nuevos caminos, se trazaban las tradicionales sendas de herradura. Así en un mapa oficial de 1945 aparece una senda de herradura que unía Ullún con la zona de Pachaco; éste era el camino hacia el valle de Calingasta y tenía a La Dehesa como sitio de alojamiento. Otra senda transversal pasaba por los portezuelos antiguamente llamados del Puesto y de las Pircas para internarse hacia el oeste cruzando la Sierra del Tigre y llegar a las cercanías de la localidad de Tocota. Una tercera senda, en este caso longitudinal, señala el tránsito con dirección norte-sur uniendo la Ciénaga de Los Espejos al norte de Gualilán, la mina de Gualilán y el casco de la estancia hasta llegar al antiguo portezuelo de Las Pircas para acceder a la zona de Pachaco sobre el río San Juan por la Quebrada de La Cantera.
En ese punto el cruce del río permitía acceder a la zona precordillerana meridional donde un medio similar facilitaba la intensa explotación ganadera y el tránsito a lo montado tanto longitudinal como transversalmente. La evidencia más contundente de este tránsito es la antigua existencia en esa zona del camino colonial oficial de San Juan a Santiago de Chile que pasaba por la localidad de El Acequión y llegaba a la zona de Ciénaga del Yalguaraz al noroeste de Mendoza y del camino "del contrabando" que, cruzando la Sierra del Tontal, bajaba hacia la ruta cordillerana de Los Patos por El Leoncito (Michieli 1994b, p. 9-11).
De tal modo, este particular ambiente que determinan los cordones precordilleranos y sus valles longitudinales es precisamente el que sirvió de base a las instalaciones incaicas del centro de la provincia. A simple vista los tambos de la Ciénaga de Gualilán y de La Dehesa parecen desligados entre sí, y más aún con la instalación que con seguridad existió en El Acequión; sin embargo su nexo espacial se hace evidente con la observación cartográfica adecuada.
Para tal fin se recurrió a la imagen satelital en falso color, que permite apreciar la sucesión de cordones y valles longitudinales interprecordillenaros al norte y sur del río San Juan; el tinte rojo de los mismos, especialmente de los meridionales, señala la presencia de pasturas naturales. También se realizó un croquis cartográfico basado en cartas geográficas del IGM en el cual se señalaron con diferentes grisados las áreas de alturas distintas; de este modo se pudieron destacar las conexiones entre los valles longitudinales interprecordilleranos de La Ciénaga y de ambos lados de la Sierra de La Dehesa(11).
La articulación regional de los tambos precordilleranos
Para poder determinar el modo en que se articulaban regionalmente de estos tambos precordilleranos con otras instalaciones de época incaica se necesita en primer lugar aclarar algunas ideas preconcebidas sobre la forma de conquista y de apropiación del territorio que llevó a cabo el imperio. Tradicionalmente se afirma que dicha conquista fue realizada con el empleo de mitimaes de origen diaguita chileno.
El inicio de esta idea puede rastrearse en las publicaciones realizadas por J. Schobinger a mediados de la década de 1960 sobre su visita a algunas de las instalaciones de San Guillermo (provincia de San Juan) con motivo del descenso de la "momia" del Cerro El Toro (Schobinger 1966: 176 y 181); en esa ocasión este investigador recolectó cerámica diaguita chilena en conjuntos de recintos pircados que identificó como incaicos. Esta cerámica de conocido origen trasandino, junto con el santuario de altura ubicado en un cerro limítrofe y la identificación de posibles ramales transversales de la vialidad incaica permitió a Schobinger establecer la existencia de algún tipo de vinculación entre ambas bandas cordilleranas a esa latitud. Hacia fines de la década de 1970, J.R. Bárcena citó el hallazgo de algunos fragmentos de cerámica diaguita chilena junto con cerámica de tipo cuzqueño en el tambo de Tambillitos, en el noroeste de Mendoza, pero no en las instalaciones de Ciénaga del Yalguaraz ni en la de El Leoncito, ya en la provincia de San Juan (Bárcena 1979, p. 679-688).
Hacia la misma época, en la publicación sobre las excavaciones practicadas quince años antes en el tambo de Tocota (Berberián "et al." 1981, p. 206), en la provincia de San Juan, por primera vez los autores vincularon el hallazgo de cerámica de tipo diaguita chileno en un tambo incaico de Cuyo con la idea de la existencia en el lugar de hipotéticos mitimaes de esa extracción.
En 1976 R. Stehberg había hallado cerámica diaguita inca asociada con incaica en la fortaleza de Chena y en las colecciones de los cementerios de Tango y Nos en la zona central de Chile (Stehberg 1976, p. 29). Hacia 1984 M. Rivera y J. Hyslop, en su análisis sobre el posible trazado de la vialidad incaica en la región de Santiago de Chile, explicaron la presencia de cerámica diaguita chilena en la zona central por la existencia de supuestos mitimaes de ese origen (Rivera y Hyslop 1984, p. 112).
Desde entonces, todos los trabajos que se publicaron sobre sitios presuntamente incaicos de Cuyo y del centro de Chile repiten la idea de que la presencia de algunos fragmentos de cerámica diaguita chilena (de cualquiera de sus fases) indicaría la existencia en esas instalaciones de mitimaes del norte chico chileno, agregándose que la finalidad de éstos habría sido la de servir a la ocupación o conquista de esas regiones (Sacchero y García 1988, p. 66; Bárcena 1991, p. 56; 1992, p. 156; Raffino y Stehberg 1997, p. 348).
Este supuesto no tiene fundamentos sólidos. En primer lugar en la región de San Guillermo, provincia de San Juan, existen grupos de recintos pircados que no son de origen incaico, aunque fueran anteriormente citados como tales; el relevamiento arqueológico de esos sitios determinó que su origen era diaguita chileno clásico puro, mientras que en algunos de los tambos incaicos aparecían fragmentos de tipo diaguita inca con otros de tipo incaico tradicional (Gambier y Michieli 1986, p. 38). En segundo lugar la evidencia de cerámica diaguita inca en un tambo no es necesariamente resultado de la presencia en el lugar de los grupos que la fabricaron, sino que pudo ser transportada y usada en el lugar dentro del esquema de organización imperial. Por último, considerar que los tambos eran ocupados por mitimaes es desconocer las formas de organización imperiales suficientemente explicadas por el estudio histórico.
En efecto, según las crónicas, los mitimaes eran pueblos totalmente o parcialmente trasladados a otros lugares de donde no eran originarios por motivos de índole administrativa, económica o política; debían establecerse perpetuamente en las tierras otorgadas por el estado y adoptar las costumbres de los grupos locales, con excepción del traje y el adorno (Garcilaso de la Vega 1980, p. 267 y 355; Cieza de León 1943, p. 104-105 y 129-133; Cobo 1893, t. III, p. 222-226). Los tambos no eran lugares de habitación de estos grupos sino centros de albergue, descanso y aprovisionamiento para la gente que transitaba cumpliendo la mita de trabajo o militar o comisiones encargadas por el poder central, así como estaciones de control poblacional o de recursos especiales (Michieli 1994c, p. 30). Según lo explican claramente los cronistas (por ejemplo Guaman Poma de Ayala 1980, t. I, p. 134; Cieza de León 1943, p. 124-125, 137, 287-289; Cobo 1893, p. 265-274) y lo ratifican estudios de documentación administrativa realizado por investigadores de diferente extracción teórica y metodológica (por ejemplo Espinoza Soriano 1987, p. 252-254; Murra 1983, p. 81-90), los tambos eran construidos y servidos por hombres en mita, es decir trabajadores por turno, de las zonas cercanas; los recursos de sostenimiento y los bastimentos que se depositaban en ellos eran provistos también por trabajo de mita.
Finalmente sobre esta problemática es necesario observar que la cerámica de origen diaguita chileno que se encuentra eventualmente en algunos tambos es de la fase definida como diaguita inca o diaguita III, mientras que en sitios no incaicos aparecen evidencias de cerámica de la fase anterior (diaguita clásica o diaguita II) según las clasificaciones modernas (Ampuero 1989). Por otra parte en Cuyo la cerámica diaguita inca aparece en algunos de los tambos de la zona cordillerana y no en las instalaciones incaicas que no son tambos, por ejemplo Ciénaga del Yalguaraz y El Leoncito (Bárcena 1979, p. 679-688), ni en la zona precordillerana, ya que en el relevamiento del tambo de La Dehesa no se halló ninguna evidencia. Al respecto, la afirmación de J.R. Bárcena sobre que se "vislumbra" la presencia de cerámica diaguita chilena en la Precordillera y en la porción sur de la Cordillera Frontal de Mendoza (Bárcena 1992, p. 156) no ha sido todavía probada.
Tampoco ha sido probada fehacientemente la existencia de un ramal principal del camino incaico que recorrería longitudinalmente los valles preandinos de Iglesia y Calingasta en San Juan hasta la localidad mendocina de Uspallata. Este camino fue trazado tradicionalmente con datos de tipo histórico muy generales y uniendo los escasos puntos realmente incaicos conocidos hasta la década de 1970.
En realidad sólo fue comprobada la existencia de un camino con trayectoria norte-sur en las proximidades del tambo de Tocota en el departamento de Iglesia, a 2.800 m.s.n.m. de altura, reconocido por fragmentos de cerámica de tipo incaico hallados junto a todos los peñascos que se encuentran a orillas de la actual ruta de Iglesia a Calingasta (Gambier y Michieli 1992, p. 15) y en el extremo sur del departamento de Calingasta en su unión con el valle mendocino de Uspallata como continuación del camino que desde el tambo de Tambillos se dirige al norte (Bárcena 1979, p. 679-688), coincidiendo con el conocido en época colonial e histórica como "camino del inca" o "camino de Uspallata" (Michieli 1994b, p. 11) que, a su vez se superpone en algunos tramos al actual trazado. Estos sectores fueron considerados como prueba de la existencia del ramal principal que había sido establecido para la vertiente oriental de la cordillera, pero en realidad en el fondo de los valles preandinos no existe evidencia de ningún tipo y estos sectores reconocidos están en zonas altas de interfluvio y junto a un tambo: entre los valles de Iglesia y Calingasta a 2.800 m.s.n.m. aproximadamente (en el caso de Tocota) y entre los valles de Calingasta y Uspallata entre 2.100 y 2.700 m.s.n.m. (en el caso de la zona limítrofe entre San Juan y Mendoza).
En Chile el tema de la vialidad incaica fue estudiado más extensamente. Al pionero y reconocido trabajo de J. Iribarren y H. Bergholz de 1971 en un sector del norte chico le siguieron los del H. Niemeyer y M. Rivera (1983) con el relevamiento del camino en el desierto de Atacama de M. Rivera y J. Hyslop (1984) con la identificación de la posible vialidad en la región de Santiago y de R. Stehberg y A. Cabeza (1991) en el norte chico.
Los primeros aportan el reconocimiento de una característica real e interesante en ese tramo de la vialidad incaica, y es el hecho de que en la zona desértica de Atacama el camino está trazado preferiblemente por arriba de los 3.000 m.s.n.m., con lo que se conseguiría durante el tránsito la provisión de recursos de agua, forraje, fauna y algunos minerales con mucha mayor posibilidad que si atravesara las zonas más bajas. Los segundos autores reafirman que el sector del camino transcordillerano del río Aconcagua y río Mendoza, entre Los Andes y Uspallata, era sólo una senda, tal como lo describían los cronistas.
Los últimos postulan la existencia de un supuesto camino andino o cordillerano desde Copiapó a Aconcagua utilizando depresiones longitudinales altoandinas limítrofes que pasarían alternativamente a uno y otro lado de la frontera internacional. En este caso es posible que pudiera existir algún tipo de tránsito longitudinal eventual por la parte central de la cordillera, aunque es sumamente improbable que ésta pudiera ser la vía de comunicación oficial del imperio como lo sugieren los autores citados (Stehberg y Cabeza 1991, p. 35) ya que justamente esa zona permanece completamente cerrada al tránsito durante varios meses al año por las precipitaciones níveas, e incluso existen veranos (como el de 1996/1997) en los cuales no se produce el deshielo necesario como para hacer expedito no sólo el tránsito transcordillerano, sino incluso el acceso a los cordones marginales de la Cordillera Frontal. Últimamente R. Stehberg ha hipotetizado también que la presencia de este supuesto camino de alta cordillera, junto con instalaciones emplazadas estratégicamente en sectores de interfluvio o en valles de afluentes secundarios habría tenido por objetivo producir la ruptura de las relaciones económicas y sociopolíticas de los señoríos diaguitas a fin de su anexión (Raffino y Stehberg 1997, p. 347), sin aportar elementos probatorios.
Un trabajo más útil e interesante sobre la vialidad incaica es el realizado por J. Hyslop y colaboradores en los departamentos de Pasco y Huánuco, Perú (Hyslop "et al." 1992). Las experiencias recogidas en el recorrido de aproximadamente 40 km (desde Yanahuanca a Huánuco) del camino incaico troncal que comunicaba Cuzco con el extremo norte del imperio, les permitieron reafirmar que la función del camino era la de movimiento rápido de ejércitos, bastimentos y chasquis, que las estaciones principales sobre esta ruta eran los tambos que servían para aprovisionamiento y alojamiento, que estos últimos están siempre ubicados a no menos de 3.600 m.s.n.m., que unos y otros eran construidos y mantenidos con fuerza de trabajo local (mita), que el camino era variable en su ancho y forma de construcción según las características del lugar por donde pasaba y las costumbres o capacidades constructivas de los grupos que tenían a cargo cada sector, que su rectitud no era mantenida por más de un kilómetro debido a las condiciones del terreno y que desde ese camino se realizaba el acceso a los valles poblados mediante ramales subsidiarios. Como conclusión aceptan como demostrada la hipótesis de C. Morris que establecía que los caminos debían haber sido trazados con altura suficiente como para pasar por zonas con pasturas naturales que pudieran alimentar las llamas que servían como medio de transporte.
Los resultados de estos trabajos citados permiten entonces presuponer que los caminos incaicos principales, considerados como tales aquéllos que servían a la organización y funcionamiento del imperio, no tendrían necesariamente características arquitectónicas ni de trazado regulares, estarían asociados con tambos, mantendrían una altura que garantizaría la provisión de agua y pasturas, debían ser expeditos y no pasarían por las zonas más bajas pobladas por los grupos locales, a las cuales se accedería por ramales secundarios. Tales características son las que se tienen en cuenta para analizar los nexos de los tambos precordilleranos entre sí y con otras instalaciones incaicas de la provincia de San Juan.
Para el caso del tambo de La Ciénaga de Gualilán los detalles arquitectónicos son hasta ahora desconocidos por encontrarse la mayor parte del tiempo cubierto por médanos. La singular característica de su emplazamiento en una zona plana y árida, sin embargo, no es extraña a otros tambos de la zona andina. En efecto el tambo de Catarpe, considerado como el tambo de mayor tamaño del extremo norte de Chile y ubicado a 7 km al norte del oasis de San Pedro de Atacama, y el tambo Meteorito, ubicado entre el Salar de Atacama y el Cerro Llullaillaco, comparten esta característica (Lynch y Núñez 1994, p. 148 y 156). El tambo de Catarpe no se encuentra emplazado en el centro del oasis donde se concentraba la población local sino en una zona estratégica de encrucijada de caminos, sobre todo vinculados con el tráfico de metales y minerales preciosos.
Igualmente el tambo de La Ciénaga de Gualilán se halla en un lugar estratégico equidistante de los valles bajos donde existía una considerable población local como el valle de Jáchal al norte, el valle central o del río San Juan al sudeste y el valle de Iglesia al oeste. A una distancia muy cercana del tambo existe una mina de oro explotada desde antiguo con recurso acuífero cercano y permanente. El hecho de que el tambo no fuera edificado en sus cercanías permite considerar que éste no estuvo directamente ligado con la explotación minera, aunque sí vinculado con ella.
La situación histórico-espacial de la zona precordillerana permite enunciar la idea principal que sustenta este trabajo: los tambos de La Ciénaga de Gualilán y de La Dehesa estaban emplazados en las encrucijadas de rutas que permitían tanto la circulación longitudinal como transversal, la que servía de acceso a los valles orientales y occidentales bajos donde se concentraba la población aborigen local bajo dominio y control imperial (ver figura 1). El tránsito por esas zonas relativamente altas posibilitaba que el camino fuera expedito, porque no pasaba por el centro de los núcleos poblados ni por zonas con grandes precipitaciones níveas, y que tuviera suficiente abastecimiento de agua, pasto y leña en forma permanente sin depender de las fluctuaciones estacionales.
Figura 1. Croquis de la provincia de San Juan con indicación
de los cerros que contenían ofrendas de altura y las principales
instalaciones incaicas conocidas hasta el momento (con círculos
llenos se señalan los tambos y con círculos vacíos
las instalaciones menores). La posible circulación interprecordillerana
está indicada con líneas cortadas y los valles bajos con
números: 1- valle de Iglesia; 2- valle de Jáchal; 3- valle
de Calingasta; 4- valles del río San Juan; 5- valle de Guanacache.
Estos tambos a su vez se ligaban con el tambo de Tocota por un camino transversal con las mismas condiciones de transitabilidad de los otros y con los tambos del noroeste de la provincia de Mendoza a través de la zona precordillerana meridional. Servía seguramente de estación intermedia la instalación incaica que debió existir en El Acequión.
La única evidencia documental que hace referencia concreta a un sitio incaico para San Juan es la ya citada de comienzos del siglo XVII; allí se menciona "un cerrillo que parece haber sido fuerte del inca" en las cercanías del manantial de El Acequión. Su similitud con citas de otros documentos históricos de la misma época para Chile central, que dieron por resultado el hallazgo concreto del sitio arqueológico (Planella y Stehberg 1994, p. 65), le otorga credibilidad. Por lo tanto, y si bien no fue encontrada ninguna evidencia edilicia en la zona a pesar de las intensas prospecciones llevadas a cabo (Gambier 1996), no dudamos de la antigua existencia de una instalación incaica en el lugar, sobre todo teniendo en cuenta el hallazgo de cerámica con engobe de tipo incaico.
Aunque la referencia documental cita un "fuerte" consideramos que esta instalación no debió consistir en una fortaleza, tal como son comunes en el noroeste argentino y en la zona central de Chile (González 1980, p. 72; Planella "et al." 1991, p. 403-407; Stehberg 1976, p. 10-11), porque éstos no se han registrado en la región de Cuyo y porque en El Acequión no se hallaron restos de paredes defensivas que incluyeran la parte alta del manantial. La falta de evidencias edilicias se explicaría por el hecho de que esa zona fue explotada como estancia desde los tiempos coloniales más antiguos y sufrió una gran alteración. Es posible también que los grandes bloques cuadrangulares de piedra que forman el borde de una gran cisterna antigua en los potreros más altos de la estancia pudieran haber pertenecido a una construcción anterior. La reutilización de piedras de construcciones incaicas en edificaciones y obras más modernas es común en varios sitios de la zona andina en general, como Hualfín en Catamarca, Tambillos en Mendoza y Acostambo en Perú (Raffino "et al." 1985, p.477; Bárcena 1991, p. 53; Matos 1995, p. 182).
Notas
1- Trabajo presentado al XIII Congreso Nacional de Arquelogía Argentina (Simposio: "El Estado Inka. Problemas y perspectivas de las investigaciones sobre la organización del Tawantinsuyu") realizado en la ciudad de Córdoba (Argentina) en octubre de 1999.
2- Dentro del imperio incaico las unidades menores de la red urbana estaban constituidas por tambos y postas. Los primeros eran centros de albergue, descanso y aprovisionamiento para quienes transitaban cumpliendo la mita (o trabajo por turnos) o comisiones encargadas por el poder estatal, así como también de estaciones de control poblacional o de recursos económicos especiales. En la región sur del imperio consistían en grandes conjuntos de construcciones (generalmente de piedra) que contenían aposentos, corrales y depósitos y estaban ubicados en forma más o menos equidistante a lo largo de los caminos.
3- Posteriormente por notas del mismo autor en el periódico local se conoció el hallazgo de otra estatuilla procedente del Cerro Mercedario (en este caso masculina) con todas sus vestimentas, que, según algunas versiones, extrajo y sacó del país un andinista europeo con la connivencia de varias personas, o según otras, aún tiene en su propiedad un particular en San Juan, constituyendo en cualquiera de los casos una flagrante contravención legal y un atentado al patrimonio cultural de la provincia.
4- Archivo Nacional de Chile, Real Audiencia v. 1564, f. 122 vta.
5- Las fotografías aéreas y la cartografía básica fueron obtenidas en el Centro de Fotogrametría, Cartografía y Catastro de la Universidad Nacional de San Juan.
6- Protocolo del Escribano J. Sebastián de Castro, 1767, f. 4.
7- Archivo Administrativo e Histórico de San Juan.
8- Protocolo del Escribano Vallejo, 1830, f. 172; Protocolo del Escribano Precilla, 1835, f. 146; Fiscales, caja 2.
9- Protocolo del Escribano J. Sebastián de Castro, 1773, f. 2; 1974.
10- Sucesorios caja 103; Protocolo del Escribano Baca, 1869, f. 145; Protocolo del Escribano Jofré, 1882, f. 147.
11- Por razones de espacio no se incluye esta documentación.
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