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Scripta Nova.
 Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 69 (16), 1 de agosto de 2000

INNOVACIÓN, DESARROLLO Y MEDIO LOCAL.
DIMENSIONES SOCIALES Y ESPACIALES DE LA INNOVACIÓN

Número extraordinario dedicado al II Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)

LAS ESTACIONES AGRONOMICAS Y LAS GRANJAS EXPERIMENTALES COMO FACTOR DE INNOVACION EN LA AGRICULTURA ESPAÑOLA CONTEMPORANEA (1875-1920).

Jordi Cartañà i Pinén.
Licenciado en Biología.
Departamento de Geografía Humana. Universidad de Barcelona.


Las Estaciones Agronómicas y las Granjas Experimentales como factor de innovación en la agricultura española contemporánea (1875-1920) (Resumen)

Durante el último tercio del siglo XIX, la administración realizó un notable esfuerzo para la modernización técnica de la agricultura española. A semejanza del resto de Europa, uno de los instrumentos elegidos para este fin fueron las Granjas Experimentales y las Estaciones Agronómicas, instituciones distribuidas por toda la geografía nacional, de las que llegaron a funcionar 77 en 1920.

Dirigidas por ingenieros agrónomos, su misión era introducir y adaptar en los diferentes territorios, los avances científico-técnicos producidos por la ciencia agronómica de cara a mejorar la calidad y los rendimientos de los cultivos y las industrias transformadoras. Esta labor se llevó a cabo mediante la experimentación, el asesoramiento directo a los labradores, el análisis de productos y la divulgación mediante publicaciones o cursos especializados.

Palabras clave: Agronomía/ España/ siglo XIX-XX/ Estaciones Agronómicas/ Granjas Experimentales.



The Agronomy Stations and the Experimental Farms as an innovation factor in the spanish contemporary agriculture (1875-1920) (Abstract)

During the last term of the 19th century, the public administration did an important effort to the technical modernisation of Spanish agriculture. Like other parts of Europe, some of the tools chosen to arrive to this where Experimental Farms and Agronomy Stations, institutions spread for all the national territory, which were working 77 in 1920.

Managed for agronomous engineers, his mission was to introduce and to adapt in all parts of Spain the science and technical advances made by the agronomy science to improve the quality and the rates of the cultivation and the transformer industry. These work was carried on trough the experimentation, the direct advise to the farmers, the product research and the divulgation through publications or specialised studies.

Key words: Agronomy/ Spain/ 19th-20th century/ Agronomy Stations/ Experimental Farms.


Desde el momento que los liberales accedieron al poder en 1833 hasta la restauración borbónica de 1876, el esfuerzo de los diferentes gobiernos para el fomento de la agricultura, se centró más en el conocimiento del estado de la agricultura y en la formación de técnicos que en promover proyectos para introducir aquellos principios científico-técnicos que habrían de facilitar la modernización del campo español.

Cabe destacar que las iniciativas se dirigieron a estimular la organización de centros de enseñanza agrícola en las provincias y a la creación de la Escuela Central y General de Agricultura (1855) que a partir de 1861 empezaría a suministrar un cuerpo de técnicos de elite --los ingenieros agrónomos--, que con los años serían los artífices principales en el proceso de transformación técnica del sector agrario.

Por otro lado, durante este largo período de tiempo, también se consolidaron las Juntas de Agricultura en cada provincia, órganos técnico-políticos de carácter consultivo, que permitían al Estado, a través de los ingenieros agrónomos destinados en ellas, disponer de primera mano de toda la información sobre el estado de la agricultura española y las iniciativas surgidas de las administraciones locales.

No fue pues hasta 1876 que, con la promulgación de la Ley de Enseñanza agrícola, se introdujeron propuestas tendentes a impulsar la experimentación e investigaciones agronómicas y el asesoramiento directo de los agricultores. Los instrumentos elegidos para llevar a cabo estos objetivos fueron las Estaciones Agronómicas y las Granjas Escuelas Experimentales que con los años llegarían a ejercer una notable influencia en los diferentes territorios donde se instalaron.

Los dos modelos propuestos por la administración, las Granjas y las Estaciones, diferían entre ellas solamente en la labor docente. Como explicaba el ingeniero agrónomo Muñoz Rubio, las estaciones agronómicas no eran, en su acepción estricta, centros de enseñanza agrícola, sino:

"Instituciones de experimentación, sin cátedras y sin alumnos, dedicadas a investigaciones y experiencias sobre la producción de los vegetales y animales, a la propagación de los conocimientos adquiridos en el laboratorio y en el campo de ensayos y a la ejecución de los análisis de tierras, aguas, abonos y productos de la industria agrícola. Constituyen centros de propaganda que publican el resultado de sus investigaciones, celebran conferencias públicas, e ilustran con el ejemplo a los labradores"(1).

Las Granjas Experimentales, además de cumplir una función investigadora, se encargaron de la formación profesional agrícola de primer grado ­capataces agrícolas- y de peritos a partir de 1894.

Liebig y las estaciones agronómicas europeas

La existencia de este nuevo tipo de instituciones se justificaba por el "movimiento que se había operado en el mundo científico por las doctrinas de Liebig" o como indicaba el propio químico alemán ante la "necesidad de introducir el método experimental en el estudio de los fenómenos biológicos" y facilitar la aplicación "a casos particulares [de] las leyes que rigen la materia y presiden sus misteriosas evoluciones en el seno de los organismos"(2).

Para desbaratar la creencia errónea, entonces bastante generalizada entre los labradores, de que la fertilidad del suelo era inagotable, se hacía imprescindible conocer la composición de las tierras y de los productos agrícolas obtenidos en el cultivo para poder devolver, en forma de abonos, los elementos perdidos del suelo.

Efectivamente, Justus von Liebig (1803-1873) mediante su teoría mineral publicada en 1840, llegó a la conclusión, que la única fuente para la alimentación vegetal proveniente del suelo era la materia de origen inorgánico presente en el mismo y que la planta obtenía su carbono estructural únicamente del dióxido de carbono presente en la atmósfera.

Las sales minerales, presentes en el suelo en cantidades limitadas, debían reponerse una vez utilizadas por los vegetales, estableciendo las bases para el uso de los abonos. Así, el estiércol solo actuaba como fertilizante en su fracción mineral y no en su parte orgánica.

Liebig pudo demostrar sus teorías gracias a las mejoras que introdujo en los métodos de análisis químico, que perfeccionó e introdujo en el campo agronómico. La difusión y aplicación de estas teorías hizo imprescindible, a partir de entonces, el uso de laboratorios y estaciones experimentales para la correcta aplicación de los abonos a los suelos de cultivo(3).

Siguiendo sus indicaciones, en 1851 se fundó la primera Estación agronómica en Moeckern (Sajonia) cerca de Leipzig. Sus experiencias obtuvieron un éxito considerable y animaron la creación de nuevas estaciones por toda la geografía alemana. En los Congresos Agrícolas de Cleves (Alemania) de 1855 y de Praga de 1856, se formó una comisión mixta de agrónomos y agricultores, en la que participaba el propio barón de Liebig, que se encargó de difundir la labor de estas instituciones y de unificar sus líneas de investigación. En 1868 existían en Europa 36 estaciones, de las que 26 estaban ubicadas en Alemania, 2 en el Imperio austro-húngaro, 4 en Suiza, 1 en Suecia, 1 en Holanda, 1 en Francia y 1 en España.

El crecimiento del número de estas instituciones científicas en Europa fue espectacular. En dos años casi se triplicó su número, pasando de las 36 existentes en 1868 a las 94 estaciones en funcionamiento en 1870. El éxito obtenido por las primeras estaciones alemanas ejerció una influencia muy positiva en los países de su entorno, que se tradujo en la creación de numerosas estaciones en Francia e Italia. A finales de los años 80 el número total de estaciones y laboratorios agronómicos ascendía a 230, destacando naciones como Dinamarca o Noruega que llegaron a disponer de 3,55 y 2,76 estaciones respectivamente por cada millón de habitantes.

A imagen de las alemanas, las estaciones agronómicas europeas fueron organizadas por asociaciones agrícolas de ámbito regional o estatal, aunque todas estaban patrocinadas y sostenidas por los gobiernos respectivos. Posteriormente, algunas estaciones nacieron anexas a las escuelas agronómicas como es el caso de la primera estación belga, creada en 1872 en la Escuela de Gembloux o las francesas de Montpellier, Ecully, Grignon y La Brosse, anexas a las escuelas agronómicas respectivas.

A partir de 1860, se inició un proceso de especialización apareciendo las primeras que realizaban sus investigaciones y ofrecían sus servicios en campos concretos de la agronomía, como la viticultura o la enología, la lechería, la industria sericícola o la elaboración de la cerveza.

En España, el proceso de creación, desarrollo y especialización de sus estaciones siguió un camino análogo y paralelo al resto de Europa. Mientras las Granjas experimentales asumían el papel de estaciones de agricultura general, se fueron creando estaciones especializadas, primero relacionadas con el cultivo de la viña y la elaboración del vino (enológicas, antifiloxéricas y ampelográfica), con la sericicultura y después con otras especialidades como la olivicultura o las industrias derivadas de la leche.

La llegada a España de las teorías de Liebig y las Estaciones Agronómicas

Las teorías de Liebig, publicadas originalmente en 1840 en su Química aplicada a la Agricultura y a la Fisiología vegetal llegaron con cierta rapidez a España. En 1845 se traducían, a partir de la edición francesa, sus Cartas sobre la química, que se reeditaron cinco años después en Barcelona, y sus Tratados de Química orgánica aplicada a la fisiología(4).

Durante la década de los años cincuenta las ideas del químico alemán fueron imponiéndose en los círculos agronómicos españoles gracias a la labor divulgadora del catedrático de química de la Universidad de Madrid, José Torres Muñoz de Luna, que había trabajado junto al propio Liebig en 1852.

No obstante, las primeras informaciones que se publicaron en España sobre la existencia y funcionamiento de las estaciones agronómicas alemanas no se produjo hasta 1869, en que el hacendado catalán Manuel de Casanova, publicó un artículo en la Revista de Agricultura Práctica, órgano del Instituto Agrícola Catalán de San Isidro, informando sobre los objetivos y experiencias de dichas instituciones.

El artículo es un resumen del libro publicado este mismo año por el agrónomo francés Louis Grandeau, director de la Estación agronómica de Nancy, la primera creada en Francia. Como era habitual en muchos campos de la ciencia, las informaciones no llegaban a España directamente del país que la generaba, sino a través de terceros países, especialmente Francia.

Los objetivos de las primeras estaciones, en su conjunto, no fueron modificados a lo largo de su existencia y fueron asumidos por todas las que se crearon en Europa. El fin que perseguían estas instituciones era el siguiente(5):

1. Realizar las investigaciones oportunas para optimizar la producción de vegetales y animales.

2. Divulgar, a través de la enseñanza oral, la ciencia agronómica y los resultados obtenidos en las investigaciones (conferencias, consejos a los agricultores).

3. Publicar los trabajos realizados en la Estación.

4. Realizar análisis de tierras, aguas y abonos para los particulares.

5. Favorecer la creación de campos experimentales.

En resumen, a estos centros se les encomendaron básicamente dos misiones: una de carácter experimental y científica y otra de divulgación y soporte directo a los agricultores, ya fuese en la realización de análisis químicos, como ofreciendo asesoramiento sobre aspectos técnicos de cualquier tipo. Obviamente, la necesidad de este contacto cotidiano con los agricultores, obligó a descentralizar la ubicación de las estaciones lo que benefició notablemente la divulgación de los avances agronómicos y su adaptación a los diferentes territorios.

Las primeras Estaciones Agronómicas españolas

La institución precursora de las Estaciones agronómicas españolas fue el Laboratorio Químico destinado al servicio de la Agricultura creado en 1867 por el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro de Barcelona.

A petición del socio de la entidad, el ingeniero industrial Luís Justo y Villanueva, la comisión directiva autorizó la creación del Laboratorio y estableció las tarifas de los análisis y consultas en febrero de 1867. Un año después ya se había puesto en marcha el Laboratorio, habiéndose realizado entre 1868 y finales de 1870 un total de 89 análisis y consultas certificadas (40 sobre vinos y uvas, 9 de abonos, 26 de tierras y 14 de otros aspectos agrícolas)(6).

También se iniciaron experiencias agronómicas destinadas a establecer la influencia de los abonos y la profundidad de las labores en la productividad de los cultivos, a semejanza de las estaciones extranjeras.

Unos años más tarde, a finales de 1875, se creaba en España la primera Estación de carácter oficial, anexa a la Escuela General de Agricultura de Madrid. Aunque su intención inicial era de ofrecer sus servicios a los agricultores de la provincia de Madrid, en realidad tuvo únicamente un carácter docente para los alumnos que cursaban la carrera de ingeniero agrónomo. La Estación estaba atendida por algunos profesores de la Escuela y en 1882 aun no había publicado las tarifas de sus servicios.

No fue hasta 1876 que, al promulgarse la Ley de Enseñanza agrícola se estableció por primera vez, el derecho de municipios y provincias a disponer de instituciones de investigación y análisis, dejando la puerta abierta a posibles subvenciones para aquellas que se considerase oportuno.

En los años anteriores y posteriores a la ley, fueron diversos los organismos privados y públicos, que elaboraron proyectos y solicitaron la instalación de Estaciones Agronómicas. En 1872, el ingeniero agrónomo Ramón Paredes había publicado un proyecto para la instalación de una Estación Agronómica en la provincia de Cáceres. En 1877, la diputación de Toledo tenia proyectada la instalación de una Granja Modelo y una Estación Agronómica en la provincia y la Sociedad de Agricultura y Aclimatación de Madrid, promovió la creación de una Estación experimental de Viticultura y Enología en Carabanchel Alto. Dos años después se proyectaba instalar una Estación Agronómica en Alcalá de Henares y en 1881 era la diputación de Cádiz quien realizaba diversas gestiones para obtener el permiso gubernamental.

Desgraciadamente ninguna de estas iniciativas llegó a consolidarse y tuvo que ser la Sociedad Valenciana de Agricultura, de carácter particular, la que ofreció los recursos suficientes para poner en marcha una nueva estación.

Las Granjas Escuelas Experimentales y las Estaciones de Agricultura General

La Sociedad Valenciana de Agricultura fundó en 1877 una Estación Agronómica que se instaló en los Jardines del Real de la ciudad de Valencia. En un principio, la Estación no recibió ningún tipo de ayuda pública, aunque a la vista del éxito obtenido en los dos primeros años de funcionamiento la Diputación optó por absorberla funcionando hasta que en 1882 fue anexada a la Granja-Escuela, manteniendo los servicios que prestaba.

A pesar de las dificultades financieras y de material que tuvo durante el primer año y la escasa salud de que disfrutaba su director, Otto Wolffenstein, los trabajos llevados a cabo en la estación fueron notables. El director de la institución dejó muy claro que los trabajos debían centrarse en la resolución de los problemas técnicos de la agricultura valenciana y no caer en investigaciones puramente científicas. Unos años después de la creación de estas primeras estaciones, en 1887, se regularon las escuelas agrícolas, bajo la denominación de Granjas Escuelas Experimentales. Los fracasos producidos en la aplicación del patrón anterior, las Granjas Modelos, muy semejante a las escuelas agrícolas francesas, obligaron al Estado a modificar la legislación.

Estas instituciones, además de asumir las funciones de las Granjas Modelos existentes y ser por tanto "explotaciones análogas a las de la región, con tendencia a obtener el mayor beneficio dentro de determinadas condiciones naturales y económicas" y de tener una actividad docente, debían incorporar aquellas investigaciones científicas que permitiesen obtener "datos experimentales de carácter local"(7), diferenciándolas en este aspecto de las escuelas agrícolas francesas.

El aspecto que permitió la consolidación definitiva y el desarrollo de estas instituciones y el motivo de su fracaso anterior, fue el cambio de financiación. La administración del Estado asumió todo el gasto corriente, incluida la nómina de toda la plantilla y el equipamiento. A los Ayuntamientos y Diputaciones solo les quedaba aportar los bienes inmuebles de la finca y su mantenimiento.

Seis años antes, en 1881, ya se había iniciado la construcción de cuatro Granjas-modelo, de las que solo llegaron a consolidarse las de Zaragoza que inició sus actividades de investigación en 1885 y la de Valencia que empezó a funcionar en 1887. Posteriormente fueron creadas las de La Coruña (1888), Jerez de la Frontera (1890) y Cáceres (1890), que según parece no llegó a ponerse en marcha. También, en 1890, fue reconvertida la modesta Granja-modelo de Barcelona en Experimental.

Estas Granjas absorbieron todas las funciones de las Estaciones de Agricultura General abarcando todas las especialidades agrícolas como la enología, zootecnia, patología vegetal y otras.

A raíz del decreto de 1881, también se procedió a la creación de algunas Granjas y Estaciones Experimentales fuera del territorio peninsular. En las islas Filipinas se instalaron dos Granjas Escuelas, una en la isla de Luzón, en Manila y otra en las islas de Visayas y cinco estaciones agronómicas en Ilo-Ilo, Ilocos, Cebú, Leyte y La Isabela.

También en Cuba se creó este año una Escuela Agrícola, en este caso de carácter privado, sostenida por el Círculo de Hacendados y en 1886 se fundaron las Estaciones de Pinar del Río y Santa Clara. En 1891 funcionaba un centro de investigación agronómica en Mayagüez y en 1894 uno en Río Piedra, ambos en Puerto Rico. Todo parece indicar que estos centros perduraron hasta la caída de las colonias en 1898.

A finales del siglo, la Dirección General de Agricultura del Ministerio de Fomento, dividió España en trece regiones agronómicas, cada una de las cuales tendría en su territorio, como mínimo, una Granja Experimental, una Estación de Agricultura General y una o varias Estaciones especiales. En aquellas regiones que habían sido atacadas por la plaga de la filoxera, dispondrían además de una Estación Ampelográfica de cepas americanas para facilitar la repoblación de viñedos.

En los primeros años del siglo XX, el gobierno hizo un notable esfuerzo para instalar el resto de las Granjas programadas. Se crearon las de Canarias en Santa Cruz de Tenerife (1906), las de Palencia, Jaén, Badajoz, Valladolid, Navarra, todas ellas en funcionamiento en 1907 y la de Baleares en 1912.

También, en 1910 se instaló una Escuela en Nador, cerca de Melilla y en 1912 se amplió el número de escuelas regionales inaugurando nuevos centros en Córdoba, Ciudad Real y Salamanca.

Según el escalafón del Cuerpo de Ingenieros Agrónomos de 1920, en esta fecha - además de la Escuela General de Agricultura de Madrid - se mantenían con carácter docente las 17 granjas experimentales citadas, aunque la de Barcelona se había transformado desde 1911 en la Escola Superior d'Agricultura, dependiente de la Mancomunitat de Catalunya.

Recursos contra la filoxera: Las Estaciones Enológicas y Antifiloxéricas

A raíz de la aparición de la filoxera en 1879, la Comisión provincial de Defensa de Málaga, propuso la creación de una Estación vitícola en esta provincia, que investigase aquellas cepas americanas y asiáticas más resistentes al insecto y que mejor se adaptasen al terreno, que estableciese plantaciones de las mismas y que suministrase sarmientos a los labradores afectados para poder replantar sus campos.

El gobierno acogió favorablemente la propuesta y, con mucha celeridad, creó la primera Estación vitícola del Estado. A pesar del interés de la administración del Estado, la Estación no pudo iniciar su cometido debido a que la diputación no ofreció los locales que debía ocupar y daba largas al asunto. A pesar de los numerosos requerimientos que se hicieron desde Madrid, el último de ellos en setiembre de 1882, nunca llegó a determinarse la sede de la Estación y esta no llegó a ponerse en funcionamiento.

En mayo de 1880, ante la evolución negativa que iba adquiriendo la plaga filoxérica, se determinó la creación de cinco nuevas estaciones vitícolas y enológicas situadas en aquellas provincias más castigadas por la plaga.

Los municipios escogidos fueron los de Zaragoza, Tarragona, Sagunto (Valencia) y Málaga, a la que se dio una nueva oportunidad y Ciudad Real. Todas las Estaciones, a excepción de la de Málaga a la que se retiró todo el material entregado, se pusieron en funcionamiento.

Durante el mes de julio se las dotó con el material científico necesario que se compró en París. Se adquirieron, entre otros, arados bisol o de dos rejas, rastras, escarificadores y aporcadores. Además se instaló en cada centro un laboratorio químico equipado para el análisis de tierras, un gabinete meteorológico y un museo de máquinas(8). Mariano de la Paz Graells aportó una colección ampelográfica a cada una de ellas.

La misión de estas instituciones era realizar ensayos y análisis de tierras, abonos, aguas, plantas, frutos, mostos, vinos, vinagres y alcoholes. Asimismo tenían la obligación de hacer observaciones e investigaciones meteorológicas, agrícolas y organográficas conducentes a extinguir las plagas en las viñas o a mejorar la calidad de estas. Otras de sus funciones era el ensayo de la maquinaria nueva aplicable a la viticultura y ofrecer cursos gratuitos de formación especializada a los labradores del entorno.

La vida activa de estos centros fue breve y ninguno publicó los resultados de sus investigaciones ni memorias de sus actividades. La de Sagunto, impulsada por la Sociedad Viti-vinícola de la ciudad, parece que funcionó al menos hasta 1891, la de Tarragona en 1894 ya no funcionaba y su material fue trasladado a la Escuela de Peritos Agrícolas de Barcelona y la de Zaragoza quedó absorbida por la Granja Experimental en 1884.

Paralelamente a la creación de estas Estaciones Enológicas y debido al rápido desarrollo de la filoxera, a finales de 1881 se decretaba el establecimiento de tres Estaciones Antifiloxéricas, para ensayar aquellos procesos que evitasen la extensión de la plaga a la vez que buscaban las variedades de viñas más resistentes al insecto. Se instalaron en Figueres (Girona), Velez-Málaga y Pamplona y su existencia fue corta a semejanza de las Estaciones Vitícolas.

No fue hasta 1888 que el ministro de Fomento, el liberal José Canalejas y Méndez, dio un impulso considerable a la investigación agronómica disponiendo la organización de nuevos centros experimentales. Se crearon cuatro Estaciones de Enología en Alicante, Ciudad Real, Logroño y Zamora, así como una Estación Enológica Central, anexa a la Escuela General de Agricultura de Madrid.

El objeto y la financiación de estas estaciones era similar a las primeras de manera que el Estado suministraba el material y el personal y las Diputaciones los terrenos y los edificios. Aparte de los trabajos habituales encomendados a este tipo de Estaciones, se proponía por primera vez de forma oficial un sistema de formación de corta duración y muy especializado, como el que ya se había experimentado en años anteriores en el Laboratorio Químico del IACSI. Aun tuvieron que pasar tres años para poner en funcionamiento estas cuatro estaciones que finalmente se reglamentaron e instalaron en 1892.

Así pues, a inicios de los años 90 se produjo un incremento importante del número de estaciones. A pesar que las de Sagunto, Tarragona, Figueras y Tarrasa en Barcelona (dependiente del IACSI) cerraron sus puertas, se inauguraron además de las cinco ya citadas, tres Estaciones Ampelográficas en Granada, Zamora y Barcelona, esta última anexa a la Granja Experimental.

Con la entrada del nuevo siglo se produjo otro crecimiento espectacular en el número de Estaciones Enológicas, llegando, en los años 20, a estar en disposición de ofrecer asesoramiento técnico a todas las regiones vitícolas españolas.

Se crearon las de Vilafranca del Penedes (1902) en Barcelona y la de Reus (1906) en Tarragona para cubrir las regiones viti-vinícolas catalanas. En 1910, se instalaron seis estaciones en un solo año en Calatayud (Zaragoza), Felanitx (Baleares), Jumilla (Murcia), Requena (Valencia), Cocentaina (Alicante) y una especializada en ampelografia en Palencia, anexa a la Granja Experimental.

Posteriormente se crearon la Ampelográfica Central en Madrid (1911), la de Valdepeñas en Ciudad Real (1911), la de Aranda del Duero en Burgos (1912), la de Orense (1912), la de Jumilla (1912) y finalmente las de Villarobledo en Albacete y la de Almendralejo en Badajoz que funcionaban en 1920.

Otras estaciones especializadas

Como hemos indicado anteriormente, a finales de los años 80 se realizó una importante labor legislativa creando además de las estaciones enológicas ya comentadas, veinte laboratorios vinícolas, campos de demostración agrícola en todos los partidos judiciales de España, diversas Estaciones Enotécnicas en el extranjero, una Estación de Ganadería y Lechería en Santander, dos Escuelas de Olivicultura y una o varias Estaciones Sericícolas.

Desgraciadamente la mayoría de estos ambiciosos proyectos no se hicieron realidad hasta muchos años más tarde. Solo las estaciones enotécnicas y sericícolas consiguieron ponerse en marcha en un tiempo prudencial.

La función de las primeras, era más de carácter económico y comercial que científico. Su objeto era "promover, auxiliar y facilitar el comercio de vinos españoles puros y legítimos y el de aguardientes y licores" en el extranjero(9). Se instalaron en Burdeos, Cette, París, Londres y Hamburgo y según parece, funcionaron algunas hasta finales de siglo.

Respecto de las Estaciones Sericícolas, las intenciones de la administración para crearlas se basaba en la decadencia en que se encontraba esta rama de la actividad económica, debido especialmente a las enfermedades epidémicas que sufrían los gusanos de seda y que habían hecho inviable esta industria en occidente. A partir de las investigaciones de Pasteur que descubrió la cura de esta enfermedad y de los sistemas de selección de la simiente, se consideró oportuno estimular a los agricultores a reiniciar esta actividad, ofreciendo el asesoramiento y ayuda de las estaciones.

En 1892, se creaban dos estaciones, una en Granada y otra en Murcia con la misión de producir simiente sana, conservar la simiente particular de los agricultores para asegurar un perfecto nacimiento de los gusanos, ensayar la cría de nuevas variedades y enseñar todo lo relativo a esta especialidad incluyendo el cultivo de la morera(10).

Posteriormente en 1901 se instalaría otra Sericícola en Cádiz, en el Puerto se Santa María y en 1930 funcionaba una en Aranjuez (Madrid).

El resto de disciplinas agronómicas no quedaron atendidas por estaciones hasta comienzos del siglo XX. Además de las instaladas en el Instituto de Alfonso XII de Madrid, que cubrían todas las especialidades, cabe destacar las de Ensayos de semillas inauguradas en 1905, anexas a todas las Granjas Escuelas Experimentales, las Pecuarias y de Industrias derivadas de la leche de Jaén (1909), Nava (Asturias) (1910), Cabrales (1912) y San Felices de Buelna (Santander) (en activo en 1913), las de Experimentación de cultivos en regadío de Binefar (Huesca) (1909) y Sevilla (en activo en 1913), la de Meteorología Forestal de Madrid (1910), las Olivareras de Hellín (Albacete) y Tortosa (Tarragona) (1911) y la de Lucena en Córdoba (1912), la Pomológica de Tiñana en Asturias (1911) y las Arroceras de Sueca (Valencia) (1911) y Amposta (Tarragona) (1912).

En la figura nº 1 puede verse la evolución del número de instituciones agronómicas dedicadas a la investigación y al fomento agrícola desde su aparición en 1868 hasta 1920 en España y provincias de Ultramar.

Todas las estaciones creadas en España, excepto las dos primeras, de carácter privado, dependían del Cuerpo de Ingenieros Agrónomos y estaban atendidos por uno o varios ingenieros y diverso personal subalterno. Su funcionamiento y desarrollo fue muy variable. Mientras que algunas como las Granjas Escuelas de Zaragoza y Barcelona o la Enológica de Haro se consolidaron, llegando a ejercer una influencia muy notable no solo en el territorio de origen, sino también en regiones colindantes, otras mantuvieron una existencia mediocre y con escaso prestigio. Según el funcionario del Ministerio de Fomento, Lorenzo Quintana(11), la difícil consolidación de estas instituciones se debía, además del escaso personal adscrito a las mismas, a la poca estabilidad de los ingenieros destinados en ellas. La estructura jerarquizada del Cuerpo y las escasas posibilidades de obtener ingresos por otros trabajos complementarios, hacían de las Estaciones un empleo provisional, de paso hacia destinos más atractivos y mejor remunerados como los Servicios Agronómicos, establecidos en las capitales de provincia.
 
 


 

Ciertamente se observa que aquellas instituciones que estuvieron dirigidas durante muchos años por un mismo ingeniero coinciden con las mejor consolidadas y que realizaron una labor más activa y efectiva de innovación tecnológica y fomento en las comarcas donde estaban ubicadas. Como ejemplo, cabe citar los casos de la Enológica de Haro, dirigida por Víctor Manso de Zúñiga que permaneció 29 años al frente del establecimiento (1893-1922), la Sericícola de Murcia dirigida por López Peñafiel entre 1902 y 1922, la Granja de Zaragoza regentada desde sus inicios y durante 20 años por Julio Otero (1882-

1902) y por Manuel Rodríguez Ayuso (1891-1908) o la de Barcelona, en cuya dirección permaneció Hermenegildo Gorría entre 1890 y 1910.

En su conjunto, la labor realizada por las Granjas y Estaciones, que abarcó todas las especialidades agronómicas, fue notable, especialmente durante los primeros años del siglo XX hasta la guerra civil. La actividad realizada por la Granja Experimental de Zaragoza de la que disponemos información bastante completa, puede servir de ejemplo sobre el papel que ejercieron estas instituciones en el proceso de modernización de la agricultura española.

La labor investigadora y divulgadora de las Granjas y Estaciones: El caso de la Granja Experimental de Zaragoza.

En Zaragoza, las investigaciones agronómicas, con un carácter sistemático, se iniciaron en 1885 en el Campo Experimental anexo a la Granja, con diversos ensayos encaminados a mejorar los cultivos tradicionales de Aragón, de los que históricamente se obtenían escasos rendimientos y que habían sumido a la zona en una crisis agrícola permanente.

No obstante, en 1883, en pleno período de instalación de la Granja, ya se habían realizado algunos cultivos experimentales de árboles frutales, maíz y otras plantas de regadío. La Estación Vitícola había iniciado sus actividades elaborando cuarenta y cuatro clases de vino - según los diferentes tipos de uvas de la región - y estudiando sus cualidades. Asimismo incrementó las plantaciones en el vivero de cepas americanas debido a la fuerte demanda de las mismas por los cosecheros.

El director de la Granja, Julio Otero y sus ayudantes se plantearon tres vías iniciales de trabajo: el incremento del uso de abonos, la modificación de algunas prácticas culturales y la búsqueda de variedades vegetales más productivas.

La búsqueda de plantas fertilizantes

A finales del siglo XIX, los abonos apenas eran utilizados en la vega de Zaragoza. La escasez de ganadería ofrecía pocos fertilizantes orgánicos y los de origen mineral eran totalmente desconocidos por los labradores. Este hecho influía en la baja productividad de los cultivos tradicionales especialmente el trigo y dificultaba la existencia de cultivos intensivos.

Inicialmente se experimentaron los efectos de los superfosfatos y del estiércol en el cultivo de la cebada. Durante los primeros años, la introducción de los abonos en la región fue difícil y la influencia de la Granja escasa. Según un agricultor de la época, los abonos eran denominados "los polvos embusteros de la Granja" creyendo que su empleo era perjudicial a los vegetales(12). Para estimular el uso de abonos se publicaron dos monografías sobre el tema a finales del siglo.

Los trabajos de Otero y Rodríguez Ayuso culminaron en este ámbito con la creación, en 1899, de la Industrial Química de Zaragoza, fábrica de abonos minerales, de la que formaron parte de su Consejo de Administración.

No obstante, el alto costo de estos abonos obligaron a buscar otros recursos locales para fertilizar los campos aragoneses. Entre las muchas especies plantadas en el Campo experimental de la Granja, destacó una leguminosa espontanea de la región aragonesa: el trébol rojo (Trifolium incarnatum L.) que aportaba grandes cantidades de nitrógeno y materia orgánica al suelo. Se demostró que su rendimiento, como abono para el cultivo del trigo, era tres veces superior al del estiércol y su coste mucho menor.

Aparte de su uso como fertilizante, también se podía utilizar como forraje para el ganado, compitiendo con la alfalfa. Al contrario de ésta, el trébol permitía su cultivo alterno con el trigo y su rendimiento, en condiciones culturales similares a la alfalfa, era superior en un 30 o un 40 por ciento. Para divulgar su uso y sus beneficios, Manuel Rodríguez Ayuso publicó tres memorias en 1894, 1899 y 1906. El predominio del trébol rojo como planta forrajera perduró hasta que en 1913 se introdujo el cultivo de la veza (Vicia sativa) que lo sustituyó totalmente.

La mejora de los métodos de cultivo: La remolacha azucarera y la industria del azúcar

Además de estos hallazgos, que por si solos ya justificaban la existencia de la Granja Experimental, la mayor aportación científico-técnica de la misma fue la invención, desarrollo y fomento de un nuevo sistema de cultivo de la remolacha azucarera (Beta vulgaris var. rapa), que facilitó el establecimiento de una importante industria azucarera que benefició notablemente la economía de la región.

La experiencia de este cultivo, muy extendido en terrenos de secano de la Europa central, indicaba que la siembra a voleo era la más eficaz y económica. No obstante, en la vega de Zaragoza, debido al carácter arcilloso de los suelos y a los fuertes vientos que azotaban la comarca en la época de la germinación, aparecían costras superficiales después del riego que impedían el nacimiento de las plantas. La aparición frecuente de insectos depredadores de la remolacha también dificultaban mucho su correcto desarrollo. Tras diversos ensayos se descubrió que estos inconvenientes desaparecían, cuando se hacían germinar las remolachas en semilleros y posteriormente se trasplantaban las plántulas al suelo definitivo.

Gracias a los trabajos de la Granja y a la insistencia de sus ingenieros, la introducción de la remolacha azucarera y la fabricación de azúcar en Aragón fue una realidad en escasos años, llegando a ser la región española más productora.

En 1894, a instancias de la Granja Experimental se instalaba una fabrica de azúcar en la región, La Azucarera de Aragón. El mérito de los ingenieros consistió, además de la invención de un nuevo sistema cultural de la remolacha adaptado al territorio y que tenía un rendimiento excelente, fue animar a los capitalistas a invertir en esta nueva industria.

El éxito obtenido por esta primera fábrica y el asesoramiento constante a los agricultores y fabricantes favoreció la creación de nuevos establecimientos que en 1926 ascendían a 12 en la provincia de Zaragoza frente a las 48 existentes en toda España. En esta época la cuenca del Ebro refinaba el 70 por ciento del azúcar nacional, descendiendo posteriormente su producción frente a otras regiones españolas como Andalucía y Castilla(13).

Otras tareas de experimentación y fomento

El escaso capital existente en la región para ser invertido en la mejora de la producción agrícola, dificultaba la introducción del cultivo intensivo. No obstante, el elevado precio de la tierra y de los jornales hacía imprescindible la transformación de los sistemas extensivos con barbecho, de escasa productividad, en cultivos alternos de alto rendimiento.

Para ello, la granja inició las investigaciones oportunas para recomendar aquellas especies vegetales que se ajustasen a las condiciones del clima y suelo de la región y cuyos productos tuviesen una fácil salida al mercado. En 1903 quedó demostrado, después de una serie de rotaciones de cultivos, que el trébol rojo era la mejor especie seguida del trigo. Por el contrario, el maíz daba escasos beneficios por lo que se desaconsejó su cultivo.

La Granja también investigó otros aspectos relacionados con la agricultura regional, como la plantación de diversas variedades de tabaco, en 1891 y por encargo de la Dirección General de Agricultura, de las que se demostró que si bien las plantas se desarrollaban correctamente, no era aconsejable su introducción en Zaragoza por la elevada cantidad de abonos que se necesitaban para obtener una calidad comercial adecuada.

Otra de las labores realizadas fue la experimentación con maquinaria desconocida hasta entonces en Aragón, introduciendo y divulgando el uso del arado Bravant, la azada mecánica de caballo, los rodillos y otros aperos. El éxito obtenido por los arados del tipo Bravant, todos ellos importados, animó a los empresarios locales de maquinaria agrícola Simón y Lucia a que los construyesen en Zaragoza. A finales del siglo XIX se ensayaron también los arados de desfonde accionados por malacate para la reconstrucción de los viñedos afectados por la filoxera.

En el laboratorio se estudió el valor de las materias fertilizantes que se usaban y la composición de mostos y vinos. Asimismo se realizaron numerosos análisis solicitados por el público, especialmente de abonos.

En el ámbito viti-vinícola se procuró la mejora de los vinos de la región a partir de la mezcla de uvas y se ensayó la fabricación del vinagre y del alcohol. Se investigó sobre las enfermedades producidas en las vides, difundiendo el uso de sales de cobre para combatir el mildiu.

Otro aspecto en que se tuvo especial atención fueron las experiencias encaminadas a fomentar la ganadería, mejorando las razas de ganado, especialmente el lanar. Con el cruce de ovejas de raza inglesa schrophiredown y de las españolas manchega y aragonesa rasa se consiguieron ejemplares mestizos más adecuados para la región aragonesa. La alimentación del ganado lanar recibió la atención de Rodríguez Ayuso en una monografía sobre Las pulpas de azucarería en 1896 y en otra sobre Los sarmientos de vid en la alimentación del ganado lanar en 1897. Estos nuevos alimentos para el ganado, junto con el trébol rojo, obligaron a estudiar su efecto en el engorde de las ovejas, cuyos resultados se recogieron en una nueva publicación de 1898 sobre los Ensayos de cebo de ganado.

Notas

1. Muñoz, 1876, p. 397

2. Peñuelas, 1876, p. 77

3. Para más información sobre las teorías de Liebig ver: Andre, 1918, p. 50; Leroy, 1988, p.515; Sunyer, 1993, p. 114

4. Portela, 1987, p. 266

5. Grandeau, 1869, p. 14

6. Justo, 1870, p. 50

7. Granjas, 1887, p. 702

8. Estaciones Vitícolas, 1880, p. 242

9. Estaciones Enotécnicas, 1888, p. 320

10. Estaciones sericícolas, 1888, p. 716

11. Quintana, 1899, p. 118

12. Homenaje, 1931, p. 51

13. Homenaje, 1931, p. 17
 
 

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