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LOS INMIGRANTES EN LA CIUDAD. CRECIMIENTO ECONÓMICO, INNOVACIÓN
Y CONFLICTO SOCIAL
Horacio Capel
Universidad de Barcelona
Conocemos, en efecto, que desde la baja edad media y durante toda la
edad moderna las ciudades europeas se caracterizaron por un índice
bajo de masculinidad, es decir un exceso de mujeres, lo que se traduce,
a su vez, en cifras más elevadas de celibato femenino y en una menor
fertilidad. Eso daba oportunidades a los inmigrantes varones. Por esa razón,
dichos inmigrantes podían encontrar de forma relativamente rápida
una esposa, lo que desde luego era más difícil para las mujeres.
En todo caso, los matrimonios entre personas de diferentes procedencias
geográficas eran un fenómeno generalizado(2).
Las migraciones fueron, sin duda, el factor clave en la regulación
de las poblaciones urbanas en la sociedad preindustrial. La ciudad necesitaba
de la inmigración para mantener su población estable y más
aún para aumentarla. Y en muchas ocasiones dicha inmigración
era verdaderamente esencial.
En primer lugar, cuando se producían episodios de fuerte mortalidad
por epidemias; lo cual generaba elevados aflujos de población que
rápidamente reemplazaba a la fuerza de trabajo que moría,
y que podía suponer la pérdida del 20 al 40 por 100 de su
población. Y también cuando aumentaba el dinamismo de su
economía por la realización de nuevas inversiones(3).
La situación demográfica de las ciudades empezó
a experimentar cambios significativos en el siglo XIX, ante todo en los
países que más tempranamente realizaron la Revolución
industrial y demográfica. En efecto, a partir de fines del XVIII
las ciudades inglesas, primero, y otras, más tarde, dejaron de experimentar
tasas negativas de crecimiento vegetativo(4),
gracias a la reducción de la mortalidad. Pero no por ello los movimientos
inmigratorios desaparecieron. De hecho se mantuvieron o aumentaron, lo
que, como es sabido, aceleró considerablemente el crecimiento de
la población urbana.
Los historiadores de la población mundial han mostrado el ritmo y las diferencias regionales de ese proceso(5). Y han estudiado esas "gigantescas migraciones" desde las areas rurales hacia los nuevos núcleos mineros, las áreas portuarias y las fábricas textiles y metalúrgicas de las ciudades británicas, francesas, holandesas o alemanas durante el XIX. En 1850 de 3,3 millones de habitantes que residían en Londres y en las 60 ciudades más importantes de Inglaterra, sólo 1,3 millones habían nacido en las ciudades en que residían; o lo que es lo mismo, el 60 por ciento de la población urbana eran inmigrantes; y en Londres, de 1.395.000 habitantes en 1850 sólo la mitad habían nacido en la capital(6). En el crecimiento de la población de París durante el siglo XIX hubo varios decenios en que el 80 e incluso el 90 por ciento del crecimiento de la población se debió al saldo migratorio, y como los inmigrantes eran predominantemente jóvenes, contribuyeron, además, a incrementar las tasas de fertilidad global(7) Las cifras relativas de la población urbana tuvieron un rápido proceso ascendente hasta alcanzar ya porcentajes elevados a comienzos del XX: en Gran Bretaña, el 75 % del total nacional en 1911. Algo semejante ocurrió en España, auque con los conocidos desfases cronológicos(8).
En prácticamente todos los casos europeos podría decirse
que se trata de un crecimiento urbano relacionado directamente con la migración
interior de cada país. Pero las migraciones internacionales e intercontinentales
adquirieron también a partir de este momento una dimensión
masiva y dieron lugar asimismo a un fuerte crecimiento de las ciudades
en las áreas receptoras.
Entre 1800 y 1930 unos 40 millones de europeos abandonaron el Viejo
continente para ir a vivir otros países(9).
Entre 1846 y 1932 llegaron a Estados Unidos 34,2 millones de inmigrantes;
a Argentina y Uruguay 7,1; a Canadá 5,2; a Brasil 4,4; a Australia
y Nueva Zelanda 3,4; a Cuba 0,9; y aunque algunos retornarían más
tarde a sus países de origen, la inmensa mayoría permanecieron
en el lugar de destino(10).
Casi todos los países americanos, más Australia, Nueva
Zelanda y algunas regiones de Afríca colonizada por los europeos
se convirtieron en áreas de fuerte inmigración en el XIX,
y recibieron a masas de inmigrantes de múltimples nacionalidades.
En Estados Unidos la llegada de inmigrantes (hasta 1861 unos 5 millones
y luego otros 4 millones entre 1865 y 1880, de los que al menos las tres
cuartas partes se quedaron en el país) supuso la arribada de contingentes
de origen y culturas muy diversas. A partir de 1880 la inmigración
se intensificó. El desarrollo económico era ya importante
y atraía a numerosos inmigrantes. Llegaron así más
de 17 millones nuevos, de los que se quedaron 15 millones(11).
Esos inmigrantes buscaron empleo en las ciudades, donde había demanda
por la industrialización, llegando a constituir más de un
tercio de los efectivos en las ciudades de más de 100.000 habitantes
y el 66 % de la población urbana total.
Lo mismo sucedió en los países iberoamericanos durante el
siglo XIX, aunque con un cierto retraso cronológico respecto a lo
ocurrido en los Estados Unidos(12).
Los fuertes ritmos de crecimiento demográfico que tuvieron las ciudades
más dinámicas de Europa y América son los que encontramos
a lo largo de nuestro siglo en las de muchos países de otros continentes.
En los países considerados subdesarrollados la evolución
ha sido semejante, aunque con proporciones e intensidad muy superior durante
el siglo XX(13). Durante amplios períodos
se pueden detectar crecimientos de hasta 7, 8 y 10 por ciento, y ello tanto
en ciudades pequeñas como grandes.
Las razones de esos crecimientos tienen que ver, por un lado, con el
movimiento natural, que se ha hecho fuerte con la rápida disminución
de la mortalidad, manteniendo alta la fertilidad; y por otro, con las elevadas
cifras de inmigración.
El crecimiento por inmigración ha alcanzado una fuerte intensidad,
como resultado del éxodo rural a gran escala "que vacía
literalmente el campo, especialmente en América Latina y en Africa,
de sus elementos más jóvenes y más emprendedores"(14).En
lo que se refiere al conjunto de los países iberoamericanos, algunos
cálculos someros estiman que entre 1940 y 1970 el éxodo rural
supuso el déficit de unos 51 millones de personas que en igual cifran
habrían pasado a las ciudades, representando el 63 por ciento del
incremento total del sector urbano en esas tres décadas(15).
La proporción de nacidos fuera en muchas ciudades se ha elevado
así hasta cifras considerables: en la década de 1960 podía
ser de 33% de inmigrantes en Santiago de Chile, 58 % en Buenos Aires y
74 % en varias ciudades brasileñas, entre las cuales Sâo Paulo,
Rio de Janeiro y Belo Horizonte(16).
II LOS EFECTOS POSITIVOS DE LA INMIGRACION
La sociedad, en general, y las ciudades, en particular, obtienen grandes
beneficios con la inmigración.
La migración es un proceso de movilidad espacial y social que
ha permitido la ocupación de todo el espacio terrestre y la mejora
de las condiciones de vida de la humanidad. A las ciudades les ha permitido,
como hemos visto, el mantenimiento de su población y el desarrollo
de su actividad económica.
En las sociedades tradicionales, incluso en las más estáticas,
la movilidad espacial se hace, en general, necesaria con el aumento de
la familia. Las estructuras familiares dominantes en muchas sociedades,
por ejemplo, en la europea, implican que una parte de los hijos deban abandonar
la casa paterna para establecerse por separado. Eso puede realizarse cerca
del hogar familiar o, con mucha frecuencia, a una distancia mayor, lo que
incluye también la movilidad espacial hacia lugares en donde existan
posibilidades de subsistencia.
En algunas sociedades, como en la Europa preindustrial, la emigración
a las ciudades forma parte de un proceso más general de estratificación
social y de redistribución ocupacional.
No era simplemente el crecimiento vegetativo rural ni las necesidades de
la supervivencia en el sector agrario lo que conducía a la emigración
hacia las ciudades. La misma agricultura y la artesanía rural podían
absorber una parte del crecimiento poblacional. En los siglos XVII y XVIII
la protoindustrialización en el medio rural se convirtió
igualmente en una posibilidad que se ofrecía a los migrantes potenciales.
Pero las ciudades atraían también de forma intensa porque
ofrecían mayores oportunidades para la supervivencia y el trabajo.
Y además permitían acrecentar las posibilidades nupciales,
mejorar la educación, y dar mayor seguridad física, y libertad
jurídica o religiosa.
Así ha sucedido en todas las épocas. Y así sigue sucediendo
hoy. Los estudios existentes sobre el proceso de urbanización de
Africa durante nuestro siglo han puesto de manifiesto la importancia que
para desencadenar el exodo rural tienen el deseo de los jóvenes
de escapar del poder y de las presiones de los jefes y de los viejos de
las tribus, el huir de los penosos y desagradables trabajos del campo,
de las enemistades locales y de los chismes de la aldea(17).
Por ello no extraña que muchos prefieran la suciedad de los suburbios
de la gran ciudad a la vida de la aldea.
Inmigración, metizaje, heterogeneidad social e innovación
La ciudad se ha caracterizado también desde su nacimiento por otro
rasgo importante, la heterogeneidad social; tan importante que ha entrado
en numerosas definiciones de lo urbano(18).
Dicha heterogeneidad tiene que ver con la complejidad social y económica
así como con la llegada de población de múltiples
procedencias. Lo que ha hecho al medio urbano particularmente dinámico,
desde la antigüedad hasta nuestros días.
Las ciudades se convierten en lugar de relaciones, de contactos, de
creatividad y de innovación. Son también el lugar privilegiado
donde se forjan preferentemente ciertos valores favorables al crecimiento
económico(19).
La ciudad ha sido siempre el lugar de la libertad, un lugar de refugio
para los pobres y desarraigados. Y para minorías de todo tipo, que
han encontrado protección en la ciudad -hasta que un estallido social
las ha puesto, eventualmente, a merced de la mayoría.
La diversidad de orígenes es una constante de la población
de las ciudades. La ciudad ha sido con frecuencia el espacio de la coexistencia
y del mestizaje. Lo que no se ha producido sin dolor y dificultades. Pero
ha tenido siempre consecuencias positivas para las áreas urbanas
y para el desarrollo de la cultura en general.
Siempre en las ciudades esa diversidad ha sido mayor que en las áreas
rurales, y mayor en las grandes ciudades que en las pequeñas. Y
eso en todas las épocas, países y culturas(20).
En la ciudad americana hispanocolonial, las ciudades eran el lugar de
coexistencia, convivencia y conflicto de grupos raciales numerosos. A fines
del XVIII en una muestra de 95 ciudades que en total reunían 1 millón
de habitantes, las cifras relativas eran: indios 58,5 %, españoles:
26,8 %; mestizos 7,2 %, mulatos 7,0 % y negros 0,4 % En las ciudades mineras
la proporción de españoles era superior: en un total de 38
villas mineras con 222.000 habitantes, el porcentaje de españoles
era de 45,2, de mestizos de 34,9, mientras que los indios eran sólo
el 10 %, los mulatos en 9,4 % y los negros el 0,9 %(21).
Los negros esclavos trabajaban sobre todo en el campo y sólo una
minoría pasaba a residir en la ciudad como sirvientes o libres,
pero encontraban allí siempre mayores oportunidades que en las areas
rurales.
En Estados Unidos la llegada de inmigrantes durante el siglo XIX supuso,
lo hemos dicho, la arribada de contingentes de origen y culturas muy diversas.
Sobre todo de Inglaterra, Irlanda y Alemania, pero también de origen
escandinavo, belga, holandés, suizo, francés y ruso. También
llegaron italianos, turcos, sirios, canadienses y chinos. Hacia 1880 "la
heterogeneidad comenzaba a llamar la atención, pero sus proporciones
no amenazaban todavía con alterar las características constitutivas
de la población"(22). Cuando
a partir de 1880 la inmigración se intensificó aumentaron
los mediterráneos, sobre todo italianos y orientales. La población
urbana se convierte así en un conjunto extraordinariamente heterogéneo,
porque a esos inmigrantes, y a los anglosajones nativos, había que
añadir los negros, que desde el fin de la Guerra de Secesión
van acudiendo crecientemente a las ciudades del Noreste(23).
Esa inmigración y la heterogeneidad social generan conflictos
y problemas, pero también suponen ventajas considerables para la
ciudad.
La convivencia, el intercambio, el conocimiento mutuo avanza. Y finalmente
las solidaridades étnicas o culturales dan paso a las solidaridades
sociales o profesionales. La ciudad transforma a los llegados, pero se
enriquece y transforma al mismo tiempo con ellos. Es así como se
crean nuevas formas culturales y sociales en lo que ya es tópico
denominar "el crisol urbano"
La ciudad y la movilidad social
La ciudad es también el lugar de la movilidad social, del ascenso
social. Respecto a esto los datos son igualmente concluyentes. Las posibilidades
que ofrece la ciudad en ese sentido son siempre infinitamente mayores que
las que se dan en el campo. Los testimonios sobre ello son abrumadores
en ciudades de diferentes épocas históricas y de diferentes
países.
La movilidad social en la ciudad se ha producido incluso en sociedades
que mantenían la esclavitud y fuertes diferencias sociales durante
el siglo XIX. Así, por ejemplo, con referencia al Brasil de la primera
mitad del siglo XIX se ha podido escribir que
"no obstante el carácter limitado de los núcleos
urbanos y el escaso desarrollo del artesanado y del comercio interior,
éstos crearon oportunidades de emancipación para el esclavo
urbano y una relativa movilidad de las capas inferiores de la sociedad.
El artesanado, el pequeño comercio, los servicios, constituirían
los vehículos de la ascensión social de esos grupos. En la
ciudad el esclavo deambulaba por las calles, uniéndose a compañeros
de la misma condición, entraban el contacto con negros y mulatos
libres, se asociaba a cofradías o hermandades que funcionaban como
sociedades de mutuo auxilio. En las ciudades conseguían más
fácilmente que en las zonas rurales acumular algún peculio"(24).
Los datos reunidos por los sociólogos de la escuela de Chicago
nos han mostrado repetidamente la extensión de ese proceso en las
ciudades norteamericanas durante la época industrial -aunque también
lo que tiene a veces de mito(25).
De manera semejante, el papel de los inmigrantes en el desarrollo de la
ciudad ha sido reconocido multitud de veces.
Se sabe bien que la decisión de abandonar un lugar para ir a buscar
trabajo en otro no es fácil y requiere iniciativa y valor. En general,
esa decisión se toma por gentes jóvenes, con empuje, decisión
y ganas de trabajar y prosperar. En igualdad de condiciones, son los más
capaces los que abandonan el medio rural para ir a la ciudad.
Refiriéndose a esos millones de emigrantes europeos que durante
el siglo XIX salieron del continente para dirigirse a los territorios de
Ultramar se ha escrito que dichos emigrantes llevaban consigo, desde luego,
la lengua y la civilización europeas, pero que, además, "generalmente
eran hombres jóvenes y emprendedores, que habían emigrado
y que encontraban unas condiciones adecuadas para despertar su energía
y multiplicar sus iniciativas. Así crearon algo nuevo y no unas
imitaciones de su país de origen"(26).
La llegada de esos inmigrantes posee efectos económicos indudables
y múltiples sobre la ciudad, ya que aumenta la cifra de productores
y de consumidores. La demanda aglomerada local tiene consecuencias sobre
el desarrollo económico local y regional. Al mismo tiempo, con el
tamaño crece y se diversifica el mercado de trabajo, lo que también
favorece la actividad.
Pero la inmigración tiene asimismo influencia sobre la capacidad
de iniciativa y de creatividad en la ciudad. Es cierto que una parte de
esos inmigrantes proceden de un medio rural y poseen destrezas que no son
de utilidad en el sistema productivo urbano, y que incluso deben ser olvidadas,
aunque ello suponga un doloroso proceso de desorganización social
"como preliminar de la reorganización de actitudes y conductas",
tal como teorizaba Burgess allá por los años 1920, convirtiéndose
en portavoz de los intereses urbanos e industriales norteamericanos(27).
Pero además, los inmigrantes que llegan a las ciudades no son
sólo campesinos. Una conocida ley de la inmigración formulada
a partir de los procesos migratorios del siglo pasado, la ley de Ravenstein
(1885), afirma que la migración se realiza en un proceso escalonado,
que lleva al migrante rural a pequeñas aldeas y ciudades pequeñas
próximas antes de dar el salto a la ciudad(28).
Por esa razón una parte de esos inmigrantes puede poseer habilidades
enriquecedoras para las actividades económicas de la ciudad.
En la Europa preindustrial durante los siglos XVII y XVIII ese paso intermedio
se realizó frecuentemente a través de un primer trabajo en
la protoindustrialización rural(29).
Por ello muchas veces los inmigrantes que acudían a la ciudad tenían
capacitaciones artesanas, de actividades de servicios o de algún
otro tipo.
En ese camino algunos autores se han atrevido a atribuir a la inmigración
un papel decisivo en el proceso de industrialización y de desarrollo
económico de las ciudades del siglo XIX. Con respecto a las ciudades
norteamericanas del siglo XIX, Allan Pred ha puesto énfasis en esto
último valorando la aportación que los inmigrantes europeos
realizaron a la innovación técnica en el sistema productivo
norteamericano(30). Pred considera que
la multiplicación en el número de contactos personales y
la habilidad aportada por los no locales fueron fundamentales en el crecimiento
de las ciudades norteamericanas y cita casos de inmigrantes europeos que
introdujeron nuevas industrias (vidrio o cerveza, por ejemplo) en las ciudades
de dicho país.
Además los immigrantes podían también a veces aportar
actitudes favorables al trabajo manual en sociedades tradicionales. Es
lo que se ha señalado, por ejemplo, con referencia a la inmigración
europea a Brasil durante el siglo XIX, donde los inmigrantes instalados
en las ciudades desarrollaron el comercio, la artesanía y la pequeña
industria en Rio de Janeiro, Sâo Paulo y otras ciudades(31)
Numerosos trabajos sobre ciudades muy diversas han mostrando la importancia
de la inmigración en el desarrollo económico de las ciudades.
Sobre todo de las ciudades norteamericanas en general(32),
y respecto a algunas en particular, como Nueva York. En un reciente estudio
sobre la inmigración a esta ciudad y Estado se destaca el rápido
acceso de los inmigrantes a rentas más altas y se muestra la importante
contribucion realizada por los inmigrantes a numerosas especialidades profesionales,
al sector de servicios y al desarrollo de trabajos artesanos de calidad(33).
De manera similar se ha reconocido la aportación a las ciudades
iberoamericanas, tales como Buenos Aires y otras. En especial, la realizada
por los inmigrantes a la industrialización de Sao Paulo ha sido
explícitamente reconocida, desde la clásica obra de Dean
Warren(34). En otros trabajos más
recientes(35) se valora la aportación
que representó la llegada de unos tres millones de inmigrantes al
Estado de Sâo Paulo, muchos de los cuales enriquecieron -en sentido
metafórico y real- la metrópoli paulista con sus destrezas,
sus habilidades, sus capitales -en el caso de inmigrantes italianos que
procedían a veces de medios urbanos- e incluso su capacidad para
organizar el movimiento obrero y ponerse al frente de las reivindicaciones
sociales y laborales.
En el caso español resulta difícil todavía realizar
valoraciones cuantitativas sobre este hecho, pero parece indudable que
la inmigración supuso un enriquecimiento de las ciudades y que,
en algunos casos, de ellos proceden contribuciones significativas. Con
referencia a los empresarios, políticos o técnicos que actúan
en las ciudades españolas durante el siglo XIX es significativo
que una parte de ellos nacieran fuera de la ciudad donde desarrollaron
lo esencial de su actividad y a la que enriquecieron con su aportación.
El hecho es válido especialmente para Madrid, por razones de la
capitalidad; pero también lo es probablemente para otras ciudades
especialmente dinámicas.
Es el caso, por ejemplo, de Barcelona. A partir de una investigación
que estoy realizando sobre la innovación técnica y el desarrollo
económico en las ciudades españolas, puedo dar algunos datos
que mostrarán la importancia de la inmigración entre los
intelectuales, artistas y científicos de Barcelona, utilizando diversos
repertorios biográficos. De un total de 380 escritores barceloneses
de los siglos XVI al XIX(36), los porcentajes
de nacidos fuera de Barcelona ha sido los siguientes: siglo XVI, 34,5 %;
XVII, 46,2 %; XVIII, 34,7 % y XIX, 48,3 %. De 938 escritores, técnicos
y artistas con ejercicio en la ciudad de Barcelona durante el siglo XIX(37),
puede concluirse que 600, es decir el 63,9 % habían nacido en Barcelona,
y 338, el 36,0 % eran inmigrantes; vale la pena destacar que el número
de inmigrantes era mayor entre los escritores de temas técnicos,
políticos y sociales, un 41,8 %.
La importancia de la inmigración para el desarrollo de los saberes
técnicos en una ciudad como Barcelona no puede ignorarse.
En lo que se refiere a los médicos en ejercicio en la ciudad
de Barcelona durante los siglos XIX y XX(38),
a partir de un inventario de 784 médicos importantes, sólo
365, es decir un 46,5 % habían nacido en la ciudad, y otros 15 (1,9)
en los municipios del Llano, mientras que el resto, es decir 404 (el 51,3%)
eran inmigrantes. En cuanto a las profesiones artísticas y artesanas(39),
vale la pena señalar que de un total de 2513 que actuaron en Barcelona
durante los siglos XIX-XX, si 1541 (61,3 %) eran nacidos en esta ciudad
972 (38,6 %) habían nacido fuera de ella.
Las teorías más recientes sobre el desarrollo económico
local destacan también la importancia de las condiciones sociales
que favorecen la movilidad social. En este sentido, no cabe duda de que
el dinamismo económico, la inmigración y el crecimiento demográfico
son factores que actúan positivamente sobre las posibilidades de
movilidad social y sobre la aceptación de la misma.
III. SEGREGACIÓN SOCIAL Y CONFLICTO
Pero todo ello, es decir, la incorporación e integración
del immigrante a la vida urbana, no se hace sin conflictos. Se trata de
otra realidad, el conflicto social, que es también una característica
permanente de la ciudad, como de la sociedad en general.
Las profundas diferencias sociales, la segregación y los ghetos
son igualmente una constante de las ciudades desde la antigüedad.
Los grupos marginales o vencidos se situaban normalmente en lugares aparte:
barrios de parias, judíos, morerías, barrios indígenas
en las ciudades coloniales.
La existencia de enclaves étnicos en la ciudad preindustrial
aparece reconocida por los datos disponibles, y se integra en los modelos
sobre ese tipo de ciudad, como el de G. Sjoberg(40).
La percepción de la "otra mitad"
La segregación social en la ciudad tiene generalmente una base social.
Pero también se realiza frecuentemente en relación con las
nociones de raza y de etnia. Los sociólogos nos han enseñado
que "etnia y raza son rótulos que las personas creen y se aplican",
que tanto una como otra son construcciones sociales. La primera tiene en
cuenta rasgos físicos diferenciales y, sobre todo, la percepción
que tiene la sociedad de estos rasgos que se estiman hereditarios. Se supone
"que estos rasgos a su vez se relacionan con atributos morales, intelectuales
y otros no físicos". Como resultado de ello, los miembros de
una raza tienden a pensar que son diferentes de otros grupos de personas,
y los otros grupos pueden tratarlos como si realmente lo fueran. Por tanto,
"una raza existe en la percepción y en las creencias de sus
observadores".
En cuanto al concepto de etnia se basa en la percepción de las diferencias
culturales. Un grupo étnico es "un grupo de personas
que se perciben a sí mismas y que son percibidas por los demás
como individuos que comparten rasgos culturales tales como la lengua, la
religión, la familia, las costumbres familiares y las preferencias
en el alimento" (41).
Conviene, de todas formas, tener presente que los cambios en la percepción
social de las diferencias culturales pueden ser grandes, e incluso impresionantes.
Si el gabacho o el tedesco -éste, además, protestante- eran
vistos en España no hace mucho como miembros de otra galaxia cultural,
hoy podemos percibirlos casi como compatriotas europeos y más próximos
que el cercano marroquí o el sudaca que, sin embargo, pueden
llevar nuestra misma sangre y compartir tantos rasgos de nuestra cultura.
El sentimiento de identidad racial y étnica puede ser muy importante
para el inmigrante; da idea de pertenencia, de tener rasgos comunes con
otros, proporciona seguridad a los individuos. En ese sentido puede ser
un sentimiento beneficioso. Y beneficioso especialmente en situaciones
de amenaza, de aislamiento, de minoría, como se dan sin duda para
los inmigrantes que llegan a una ciudad, y que encuentran en esos sentimientos
de autoidentificación un agarradero de solidaridad, apoyo y confianza.
Vale la pena recordar que los problemas de la inmigración, de la
asimilación de inmigrantes, de la segregación y de los ghetos,
de la pobreza y de la marginación no son específicos de la
ciudad actual, sino una característica permanente desde las primeras
civilizaciones urbanas.
Incluso puede decirse que en nuestro siglo son menores, especialmente
en la ciudad industrial, debido al establecimiento del Estado de Bienestar.
Aunque, naturalmente, pueden aumentar con el desmantelamiento del mismo,
si se produce.
En el caso de Barcelona los problemas no son especialmente graves, si
comparamos con otras ciudades europeas o americanas. O si lo comparamos
con la situación durante períodos de fuerte inmigración:
entre 1940 y 1970 recibió decenas de miles de inmigrantes, lo que
sin duda planteó problemas graves de alojamiento y adaptación.
Si en situaciones económicamente expansivas la población
inmigrante puede acomodarse en la ciudad sin graves tensiones, aunque desde
luego en peores condiciones que los nativos o los que llegaron antes, en
situaciones de crisis los conflictos se agudizan. Es lo que ocurrió
en la crisis de los años 1930, cuando autores como Vandellós
llamaban la atención sobre los peligros amenazas que para "las
cualidades raciales" de los catalanes representaba una inmigración
tan poderosa como la de los murcianos(42).
Conviene, pues, recordar, para relativizar los problemas que la actitud
ante los inmigrantes - y ante los pobres- no es hoy distinta a la que existió
en el pasado.
Para no dar un ejemplo de aquí, que dejaremos para otro momento,
me limitaré a citar un testimonio de la actitud de rechazo que provocaba
la inmigración.
En la década de 1890 los norteamericanos bienpensantes -en artículos
aparecidos en el New York Times- se quejaban de la invasión
"de los despojos físicos, morales y mentales de Europa"
y consideraban que era "un tipo de gente del que muy bien podríamos
prescindir", y un autor escribió en una prestigiosa revista
que Nueva York era "un hervidero de gente tan ignorante, tan viciosa
y depravada que no parece que pertenezcan a nuestra especie", por
lo cual era casi de agradecer que la tasa de mortalidad de los habitantes
de esas viviendas estuviera por encima del 57 por ciento. Para un periodista
norteamericano que publicó en 1890 un libro sobre "Cómo
vive la otra mitad", los nuevos inmigrantes que llegaban a Estados
Unidos desde el sur y el este de Europa eran "hombres vencidos de
razas vencidas"(43). El problema principal
es que se trataba de inmigrantes, pobres, judíos, delincuentes,
latinos (italianos), católicos, socialistas, es decir de representantes
de grupos sociales que reunían todas las lacras sociales para un
norteamericano blanco, anglosajón y protestante.
IV. MIGRACION, MERCADO DE TRABAJO Y CUALIFICACION EN LOS PAÍSES
DESARROLADOS
Que la situación en el pasado fuera mala no debe llevarnos a mirar
con indiferencia la actual. Y ésta tiene rasgos preocupantes, que
se relacionan con los cambios recientes en el mercado de trabajo en los
países desarrollados. Centraremos la atención en el caso
europeo.
Cambios en el mercado de trabajo
La crisis de mediados de los años 1970 afectó a los países
desarrollados aumentando el desempleo y reduciendo los movimientos migratorios
generados en los decenios anteriores de fuerte expansión. La crisis
de 1973 provocó inmediatamente políticas de contención
inmigratoria. En Alemania el mismo mes de noviembre de ese año se
paralizó la política de reclutamiento de población
inmigrante y se introdujeron fuertes restricciones, a lAS que más
tarde seguirían medidas de estímulo para el regreso de los
inigrantes a sus países de origen; y lo mismo ocurrió en
otros países europeos de fuerte inmigración(44).
La nueva fase de desarrollo económico de los años 80 se
produjo ya en un contexto diferente al de los años 1960, como consecuencia
de profundas transformaciones económicas y sociales que afectaron
a la población laboral y a la demanda de mano de obra en las mismas.
El proceso de internacionalización y globalización de la
economía ha ido unido a una creciente concentración de la
actividad económica en empresas y sociedades más reducidas
y de mayor capacidad de decisión. El desarrollo de la electrónica
y las telecomunicaciones permiten convertir a las grandes ciudades en centros
mundiales de la comunicación y la gestión a larga distancia.
Al mismo tiempo, la automatización, y la robotización han
hecho disminuir la necesidad de obreros industriales, y aumentado la de
técnicos y gestores. Todo ello ha afectado a la estructura del empleo,
disminuyendo el número de empleos industriales, lo que lleva a hablar
de un proceso de desindustrialización y de creciente terciarización.
La crisis de 1973 puso de manifiesto la vulnerabilidad de los países
industriales, y desde entonces se ha venido produciendo una reestructuración
de la industria a escala mundial, con la emergencia de nuevos países
industriales (SE asiático, Corea, México...) con rápida
incorporación tecnológica y bajos salarios. Estos países
realizan una creciente competencia a los antiguamente industrializados.
Para hacer frente a la competencia creciente a escala internacional
se produce una fuerte tendencia a la desregulación y flexibilización
del mercado laboral. Lo cual implica precarización del empleo, extensión
del trabajo informal, subterráneo y a domicilio (principalmente
de mujeres); y aumento del trabajo poco calificado (inmigrantes, jóvenes,
contratos a tiempo parcial).
Se ha producido así un proceso simultáneo de recalificación
y descalificación de la fuerza de trabajo. La importancia creciente
del conocimiento en esta sociedad hace que adquiera un papel decisivo la
mano de obra calificada. Cada vez más los que no están en
condiciones de incorporarse a los grupos cualificados se convierten en
un ejército de proletarios dedicados a una gran variedad de servicios,
a la reconversión o al desempleo. En este último grupo se
encuentran una parte de la antigua clase industrial trabajadora, la menos
cualificada, y también los inmigrantes y las minorías étnicas.
A partir de los trabajos de Sassen(45)
existe un debate sobre si hay polarización creciente en el mercado
de trabajo de los países desarrollados, con crecimiento en la parte
alta y en la baja de la estratificación social y disminución
de los grupos medios. Los estudios sobre Nueva York y Los Angeles, ciudades
con gran dinamismo económico y altos niveles de inmigración,
parecen mostrar ese hecho, con crecimiento de los grupos de mayor calificación
y a la vez aumento de los empleos poco calificados y mal pagados, lo que
conduce a hablar de la existencia de una "ciudad fracturada"(46).
Otros autores sin embargo, con el ejemplo de aglomeraciones europeas, como
el Randstadt holandés, prefieren hablar de procesos de profesionalización,
con diversas modalidades(47).
En todo caso, una buena parte de los estudios disponibles ponen énfasis
en la existencia de esa polarización hacia arriba y hacia abajo,
válida sobre todo para las "ciudades globales". Hacia
arriba, en relación con servicios cuaternarios en general, que atraen
individuos calificados en finanzas y otras actividades, en una atracción
que se ve afectada por la jerarquía urbana, es decir, tanto más
calificados cuanto más importante es la ciudad, tal como se ha dicho
con respecto a Londres(48). Hacia abajo,
en relación con esas oleadas de inmigrantes poco cualificados que
exige la nueva economía postindustrial.
Demanda de mano de obra e inmigración
La reestructuración de la economía europea durante los años
1980 afectó también a la demanda de flujos migratorios, que
se producen ahora en una situación de creciente integración
del mercado de trabajo. En esencia, hemos de distinguir entre dos tipos
de migraciones.
Por un lado, las migraciones de los nacionales de la Unión Europea.
Se trata, de grupos de migrantes protegidos por la legislación comunitaria
en lo que se refiere a la protección social y acceso al trabajo.
Se incluyen aquí toda una serie de grupos crecientemente móviles
tales como: directores, gerentes, y técnicos superiores de las empresas
multinacionales o transnacionales; técnicos medios y administrativos
de las mismas empresas; profesionales liberales, que no necesitan homologar
o convalidar sus títulos; estudiantes y graduados jóvenes
cuya movilidad está siendo estimulada por los programas Erasmus
y otros; jubilados que se dirigen hacia el sur buscando lugares de clima
agradable. Han desparecido, en cambio, o reducido sensiblemente, los migrantes
del propio país, por tratarse de países ya altamente urbanizados,
en los que, en todo caso, se producen fenómenos limitados de exurbanización;
y han desaparecido asimismo los trabajadores europeos de países
mediterráneos que tradicionalmente acudían a trabajar en
otros países más desarrollados.
Se trata, en conjunto, de extranjeros de países ricos y de alta
calificación que pertenecen a las clases medias, tienen cultura
europea y son blancos, por lo que pueden hacerse "invisibles"(49)
-en países del mismo ámbito cultural-; o no se les ve ya
como conflictivos, en el caso de países que han ingresado desde
los 80 en la Unión Europea.
En segundo lugar, los inmigrantes de origen extranjero. Con el relanzamiento
económico de los años 1980 los flujos migratorios se diversificaron:
en los países más ricos la mano de obra tradicional de los
países europeos mediterráneos fue siendo crecientemente sustituida
por otros trabajadores (turcos, por ejemplo, en Alemania), a los que con
la caída del muro de Berlín y el fin de la guerra fría
se han unido los procedentes del Este de Europa Al mismo tiempo se han
intensificado los flujos desde el Magreb y Africa Subsahariana hacia Europa
y de países iberoamericanos hacia España.
Los países del sur de Europa, tradicionalmente emigratorios se han
convertido en areas de inmigración, situándose incluso en
los primeros lugares, junto a Alemania. El cambio de tendencia se ha producido
desde 1972 en Italia, 1975 en Grecia y España y 1981 en Portugal(50).
En el caso de España, las cifras globales de extranjeros han ido
aumentando desde la década de 1980. En el censo de 1981 los inscritos
en el censo eran 234.000 extrajeros (0,5 % sobre la población total).
En 1991 eran ya 353.000 (0,9 % de la población total), aunque en
esa fecha pueden calcularse unos 130.000 más(51).
En 1994 la cifra de oficialmente inscritos era de 462.000(52),
aunque la cifra real rebasaba ampliamente, sin duda, el medio millón,
lo que representaría el 1,5 de la población total española(53).
Es una cifra ya significativa pero todavía reducida en comparación
con otros países comunitarios, tanto en términos absolutos
(Alemania en 1991, 6 millones de extrajeros; Francia, 3,6; Gran Bretaña,
1,8 millones; o Suiza, 1,2), como en términos relativos (Luxemburgo
28,4 %; Suiza 17,1; Bélgica 9,2; Austria 6,6; Alemania 6,3; Suecia
5,7; Holanda 4,8).
Se trata, en buena parte, de una inmigración menos cualificada,
en la que hay altas cifras de eventuales y parados, analfabeta o sin estudios,
peones y trabajadores no especializados. Abocados por ello a emplearse
en sectores de actividad intensivos en mano de obra, y con pocas exigencias
en cuanto a cualificación.
Las medidas de control respecto a la entrada de esa población
se han ido multiplicando, incrementando el control de las fronteras, incluso
en relación con los refugiados políticos, a los que los países
europeos han dado tradicionalemente acogida. Ha aumentado la lucha contra
la inmigración ilegal, y se han establecido cuotas de entrada(54).
La homogeneización de la legislación ha afectado también
a España, donde en 1985 se realizó una primera regularización
de inmigrantes, en 1986 se promulgó la Ley de Extranjería
y en los años 90 han ido estableciéndose otras medidas de
política inmigratoria con exigencia de visados a diversos países
(Marruecos, Argelia, Túnez, Perú, República Dominicana
y otros), regularización de trabajadores ilegales y de sus familias,
reforzamiento de la frontera sur (con Marruecos), establecimiento de contingentes
anuales de trabajadores extranjeros: 20.600 en 1993 y 1994 y un "Plan
para la integración social de los inmigrantes" en diciembre
de 1994.
La paradoja es que, por un lado esos trabajadores extranjeros se siguen
necesitando: pero, por otro, surgen sentimientos de xenofobia y de temor
ante ellos.
Se siguen necesitando. Porque los países europeos han visto descender
la natalidad hasta extremos que no aseguran el mantenimiento de su población.
En efecto, durante las últimas décadas se han ido produciendo
en los países industrializados importantes transformaciones demográficas.
Existe hoy un fuerte crecimiento de la población en los países
menos desarrollados (debido a reducción de la mortalidad y mantenimiento
natalidad), unido a un estancamiento o disminución de la población
en los países industrializados. En ellos se produce lo que se ha
denominado una Segunda Revolución Demográfica o post-transición(55).
Algunos autores han considerado que se trata de una nueva fase en la historia
de la demografía, que se inicia en los países desarrollados
hacia mediados de la década de 1960 con la disminución de
la fertilidad a un nivel inferior al de reemplazamiento (inferior a 2,1
hijos por mujer), y que se relaciona con la difusión de nuevos "estilos
de vida", y en concreto de normas y actitudes que dan prioridad a
la realización de los deseos individuales, a la consecución
de la propia felicidad y libertad individual, y que, a su vez, se relacionan
con la difusión de nuevas formas de vida familiar, el coste elevado
de la formación de los hijos y otros hechos(56).
Como consecuencia, la población de los países desarrollados
se caracteriza hoy por: una fuerte disminución de la fertilidad,
un aumento de la esperanza de vida, una tendencia hacia la disminución
o estancamiento de la población total, y un fuerte envejecimiento
como resultado de la caída de las tasas de natalidad(57).
Los problemas son ya graves en algunos países europeos, como Alemania,
y empiezan a serlo en España, con tasas de natalidad de las más
bajas del mundo hoy (9 por mil), lo que ha dado lugar a controversias y
alarmas(58). Pero que, en todo caso, convierte
a la inmigración exterior en una corriente indispensable para la
misma conservación europea.
Al mismo tiempo se necesita mano de obra para determinados empleos poco
apetecidos por los nativos, pero que por los bajos salarios que se les
pagan y la flexibilidad y desregulacion siguen siendo indispensables para
el funcionamiento de la economía en el campo de la industria informal
o de los servicios de poca cualificación.
En general se valora la "flexibilidad" que los inmigrantes introducen
en la economía. La situación precaria de estos inmigrantes
desde el punto de vista legal supone que tendrán una gran disponibilidad,
es decir, que estarán dispuestos a aceptar salarios bajos (en la
industrial informal, en la construcción, en los servicios (limpieza,
hostelería, restauración, servicio domésticos o en
la agricultura, lo que implica un mecanismo que evita la presión
obrera hacia la elevación de los salarios. Los testimonios son concluyentes
y muestran siempre que los inmigrantes proporcionan agilidad a la economía,
debido a su mayor disponiblidad para cambiar de ocupación, o de
localización. O para prescindir de ellos si resulta necesario. Que
es precisamente lo que ha ocurrido con los inmigrantes: se han convertido
en parados, a veces indmemnizados y otras no, ya que con frecuencia los
contratos que reciben los dejan al margen de los sistemas de protección
estatal.
En definitiva, la población nativa, con altos niveles de protección,
rechaza los puestos de trabajo existentes porque son poco valorados o suponen
necesidad de traslados, y los inmigrantes se muestran dispuestos a aceptarlos.
El resultado es que en todos los países de la Unión Europea
pueden coexistir inmigración y desempleo, según reconocen
los mismos organismos gubernamentales(59).
Inmigrantes en paro y políticas de protección
Las cifras de paro en los diferentes países europeos ascendieron
fuertemente durante la crisis de los años 70, con los procesos de
reestructuración de la economía y de la industria europea;
y volvieron a aumentar otra vez con la nueva crisis económica posterior
a 1992. Esos incrementos han generado importantes problemas de exclusión
social y espacial, que afectan de forma importante a los inmigrantes.
Dado que la inmigración se acumula predominantemente en las ciudades,
es en ellas donde esos problemas se plantean(60)
(lo que no significa que estén ausentes en las áreas rurales,
y especialmente en los pequeños núcleos de población
donde el conflicto social interétnico puede ser mayor).
Los problemas afectan tanto a inmigrantes de antiguo desplazamiento como
a los más recientes.
Los inmigrantes más antiguos, instalados desde hace años
en las ciudades y que conocen el idioma del país se ven muy afectados.
Tienen familias, y la pérdida del empleo puede suponer un grave
problema para ellos. Su situación dependerá de los sistemas
de seguridad y de protección de los diferentes países, y
de los cambios en dichas políticas(61).
Los inmigrantes más recientes de países extraeuropeos -en
especial, los más distintos racial y culturalmente, que tienen también
mayores problemas lingüísticos y culturales para la integración-
deberían ser, en principio, los más afectados por el desempleo
y la marginalización. Lo que no es seguro que suceda así,
ya que tienen menores exigencias y están dispuestos a aceptar salarios
inferiores.
De manera general, hay que decir que las diferencias son importantes entre
los diversos países y ciudades, y se ven afectadas por: la organización
del mercado de trabajo y la existencia o no de sectores informales, las
distribución sectorial del empleo, la legislación laboral
sobre acceso al trabajo, contratos y salarios, así como las políticas
de protección.
Las oportunidades de empleo de los inmigrantes, su estatuto de empleados
o desempleados y su situación social (marginación o integración)
se ven fuertemente afectados por ellas.
Los migrantes se ven especialmente afectados por la crisis del Estado del
Bienestar, que tiene características diferenciales de unos países
a otros, pero que en general repercute más en los más débiles.
La crisis del Estado del Bienestar y sus efectos sobre la inmigración
Como es sabido, los problemas financieros de los gobiernos han puesto en
cuestión en las últimas dos décadas el llamado Estado
del Bienestar es decir las reformas sociales con las que, tras la crisis
económica de 1930 y la Segunda Guerra mundial, se intentó
garantizar la paz social reduciendo las contradiciones sociales y económicas
para dar estabilidad social.
El aumento de los gastos gubernamentales, la disminución de la población
activa y de las cotizaciones, el incremento de las prestaciones sociales
(sanidad, educación, seguro de desempleo...) se ha producido en
un momento en que las clases más desfavorecidas, que están
bien informadas sobre los niveles de consumo de la población rica
(a través de la radio y la televisión), exigen acceder a
esos niveles de consumo.
En todos los países desarrollados la población tiene hoy
amplias y desmesuradas espectativas de consumo, superior a sus posibilidades.
Eso supone una fuerte presión sobre unos gobiernos cuya legitimidad
se afirma, en cierta manera, asegurando el acceso al consumo de bienes,
públicos y privados.
Todo lo cual introduce motivos de frustración social, especialmente
cuando se paralizan los procesos de ascenso social y la población
siente que disminuyen sus expectativas. Lo que, a su vez, puede generar
conflictos, que no han dejado de presentarse en las mismas metrópolis
más dinámicas de los países desarrollados (como por
ejemplo, en Los Angeles).
Los inmigrantes, y dentro de ellos las minorías étnicas,
son grupos especialmente afectados por todos esos procesos.
Pero las diferencias son, otra vez, importantes entre los diferentes países.
En aquellos en que existe una economía fuerte y bien organizada,
con escaso desarrollo de la economia informal y altos niveles de protección,
el acceso al trabajo puede ser más difícil para el inmigrante
irregular, pero en cambio éste puede tener más facilidades
para recibir las prestaciones sociales en caso de paro, siempre que estén
en situación legal regular.
Por el contrario, en los países con amplio desarrollo de las actividades
informales (caso de Italia o España) la entrada al trabajo puede
ser más fácil pero la protección más reducida.
Naturalmente, la adopción de políticas estrictamente neoliberales
con gobiernos conservadores (Thatcher, Chirac, Aznar) puede transferir
un país de un grupo al otro.
Algunos autores que estudian los problemas planteados por la inmigración
en las ciudades europeas han puesto énfasis en la importancia de
las instituciones y de los mecanismos de protección. Las diferencias
en este sentido entre los distintos países europeos, y a lo largo
del tiempo tienen papel decisivo, creen algunos en las diferentes configuraciones
concretas que adopta la sociedad postindustrial en los distintos países
europeos(62).
Se van produciendo así sociedades urbanas que se califican como
crecientemente segregadas, duales, o fragmentadas. Aunque la segregación
social es un fenómeno muy antiguo en la ciudad, y creció
en la ciudad industrial del siglo XIX, se ha mantenido en el siglo XX,
a veces sutilmente, a pesar del Estado del Bienestar mediante fenómenos
de exclusión y se ha reforzado con la crisis de éste.
Segregación y localización
Existen, sin duda, diferentes formas de segregación, que han sido
estudiadas por sociólogos y geógrafos. Los llamados geógrafos
humanistas han estudiado con especial atención algunas de ellas:
según la situación en el ciclo vital (jóvenes, viejos),
los niveles socioculturales, las diferencias étnicas, las diferencias
religiosas, e incluso los estilos de vida(63).
Pero parece indudable que el mecanismo fundamental de la segregación
es el de las diferencias de renta. Cuando los grupos de viejos, desempleados,
inmigrantes, pobres tienen localizaciones segregadas eso se debe en buena
parte a las rentas limitadas que les impiden elegir otras localizaciones.
En la Europa actual, en general, no hay actitud de rechazo frente a los
inmigrantes de los países ricos, que son normalmente aceptados,
aunque en algunos casos vivan en auténticos ghetos (como los ingleses,
norteamericanos o alemanes en numerosas ciudades)
Diferente es la situación de los inmigrantes pobres que viven en
viviendas deterioradas o de bajo coste y que tienen dificultades de integración
en la sociedad dominante. Estos inmigrantes, desempleados o con trabajo
irregular, se localizan en las áreas centrales y también
en barrios periféricos. Por ejemplo, en polígonos de vivienda
pública construídos en los años 1960 y habitados ahora
por jubilados envejecidos y por desempleados. A estos grupos pertenecen
también con frecuencia los inmigrantes recientes de origen extraeuropeo,
que comparten con los nativos la primera localización (en áreas
centrales físicamente deterioradas) y llenan, además, las
viviendas marginales más periféricas de bajo coste.
En la situación actual los inmigrantes urbanos van a tener que enfrentarse
con dificultades crecientes. Aunque es cierto que en algunos casos los
inmigrantes pueden tener ventajas comparativas sobre los nativos en el
acceso a trabajos poco cualificados y poco estimados, eso nunca les dará
salarios elevados. Por ello tendrán dificultades para alojarse,
y se verán obligados a alojarse en barrios viejos o barracas. Es
decir, no gozarán de esa "justicia ambiental" que hoy
se considera indispensable para una vida digna(64).
Los inmigrantes se están viendo, y se verán crecientemente
afectados en el futuro, por los procesos de renovación urbana. Esos
procesos significan a veces la exclusión de la población
a través de la redefinición de usos del suelo, y fuerzan
a los inmigrantes a salir de la ciudad, reemplazando las viviendas existentes
por otras más caras y menos accesibles. Es sin duda difícil
distinguir entre motivos raciales y de clase en dichas políticas,
ya que los inmigrantes poco cualificados son también pobres. Pero
el examen de algunas políticas de renovación urbana en determinadas
ciudades europeas muestran que los procesos de modernización que
se acometen a veces, como el emprendido por Chirac en París, tratan
de limpiar la ciudad de pobres, clase obrera y de inmigrantes y reemplazarlos
por blancos ricos y conservadores(65).
La exclusión de los individuos del mercado laboral supone dificultades
para acceder a los servicios de bienestar social y a la vivienda, por lo
que es preciso diseñar políticas diferentes(66).
Especialmente importantes pueden ser los conflictos entre viejos y nuevos
inmigrantes. En primer lugar entre los viejos inmigrantes nacionales, ya
integrados en la ciudad, pero afectados por problemas de desempleo, y los
nuevos inmigrantes, nacionales o extranjeros. Pero además, entre
inmigrantes extranjeros antiguos y recientes, y entre inmigrantes extranjeros
pertenecientes a grupos raciales o culturales distintos. Los antiguos han
podido encontrar trabajos, y pueden ser solidarios con los connacionales
recientes, pero se encuentran en tensión respecto a los de otros
países y culturas. Cabe prever así en las ciudades españolas
conflictos entre sudamericanos y magrebíes, entre éstos y
los inmigrantes del Africa subsahariana, o entre unos y otros e inmigrantes
asiáticos. Cuales sean las identidades y alianzas que se anuden
será algo de gran importancia en el futuro de las tensiones generadas
por la inmigración a las grandes ciudades europeas.
CONCLUSIONES
La inmigración en las ciudades constituye algo estructural y permanente,
no coyuntural, como a veces se pretende. Las ventajas de la inmigración
para las ciudades son muchas y han sido repetidamente valoradas por los
economistas: flexibilidad, disponibilidad, bajos salarios.
El mantenimiento actual de la inmigración tiene que ver con los
desequilibrios: internos y de la economía mundial, con la acumulación
de riquezas en algunas áreas, y especialmente en las ciudades grandes,
y el mantenimiento de estructuras atrasadas y pobres en otras. Que existan
"pueblos hambrientos y tierras despobladas" próximas a
ellos(67) indica la trascendencia de esos
desequilibrios demográficos.
En principio, la migración es un derecho humano básico, que
ha sido reconocido por la Declaración Universal de Derechos Humanos
y por los Acuerdos de Helsinki. Además, la movilidad de capital
y trabajo que propugnan los defensores de las políticas económicas
ultraliberales debería conducir, consecuentemente, a la aceptación
de la redistribución de población, con migraciones masivas
y libres hacia donde se necesita mano de obra. Pero la realidad de las
fronteras estatales y las obligaciones de los estados hacia sus propios
ciudadanos conducen a limitaciones efectivas de dichos derechos. Lo que
no deja de plantear graves dilemas morales(68)
que están siendo hoy objeto de creciente atención y que inciden
en los debates sobre las políticas migratorias, y en especial, sobre
las que se refieren a la legislación acerca de los refugiados y
al derecho al establecimiento de cupos y normas selectivas.
Es evidente que el futuro es impredecible, y lo que ha sucedido en los
últimos años nos lo recuerda insistentemente. En lo que se
refiere a Europa, las tendencias proteccionistas de sus propios mercados,
que aun mantienen los gobiernos de los distintos países europeos,
pueden poner en cuestión la misma U.E. También pueden modificarse
las estrategias de localización y de desagregación vertical
y horizontal de las empresas multinacionales, en relación con la
evolución de las comunicaciones a distancia y, ligado a ello, de
las tendencias al teletrabajo y la deslocalización de los directivos,
con los fenómenos de doble o incluso triple residencia (ya hay directivos
ingleses viviendo habitualmente en la Costa del Sol española)
Dicho esto, parece claro que si todo sigue igual, las tendencias existentes
se mantendrán e intensificarán, especialmente si se llega
a la unión monetaria y a las previsiones de Maastricht.
Lo que hoy se prevé es la constitución de flujos multidireccionales,
de unos países a otros y que afectarán a segmentos diferentes
de la población de los países europeos: directivos y técnicos
moviéndose con las inversiones de las compañías transnacionales
y buscando lugares con mejor calidad de vida; jubilados hacia el sol del
sur; estudiantes hacia las buenas universidades; y obreros en distintas
direcciones.
Algunos autores consideran que en el futuro las tensiones interétnicas
van a aumentar en Europa, aproximando las ciudades de este continente a
las de Estados Unidos, donde la segregación de los inmigrantes ha
sido tradicional y donde la exclusión se ha mantenido o aumentado
(negros, hispanos), dando lugar a una especie de "balcanización"(69).
En ese sentido serán decisivas las políticas estatales y
municipales respecto a la integración de inmigrantes, desarrollo
urbano, desarrollo económico, y gestión de los conflictos.
La asimilación puede ser más o menos fácil. Las posibilidades
de integración en la sociedad de acogida dependen de varios factores.
En primer lugar de las duración temporal. En Estados Unidos, donde
como sabemos, las ciudades se convirtieron en el verdadero melting pot,
la asimilación no se completó hasta la tercera generación(70).
Pero el tiempo puede no bastar. La población negra lleva viviendo
mucho tiempo en Estados Unidos y está aún segregada. Lo que
tiene que ver con el etnocentrismo de los blancos de origen anglosajón(71).
Pero lo mismo ocurre en ciudades asiáticas con las minorías
chinas, o en Alemania donde el ius sanguinis prevalece sobre el
ius soli, y en donde un 60 por ciento de la población extranjera
vive en ese país durante más de 10 años y donde cerca
del 68 por ciento de un millón de niños y jóvenes
habían nacido en Alemania pero siguen siendo considerados extranjeros(72).
En segundo lugar del deseo de asimilarse. Hay grupos culturales que rehuyen
dicha asimilación. Lo que ocurre cuando se es minoritario en un
lugar pero se tiene conciencia de la superioridad. Por ejemplo, las minorías
colonizadoras en ciudades de países colonizados, o los ingleses
y alemanes en diversas ciudades iberoamericanas. Lo mismo se dice de los
judíos, aunque la realidad de la población judía europea
lo desmienta.
Puede haber tambien grupos de inmigrantes que no aceptan ciertas formas
del grupo de acogida. Por ejemplo, los inmigrantes musulmanes que practican
la poligamia o que rechazan ciertas formas culturales europeas (y que desean
que se respeten ciertas peculiaridades de su cultura o religión
en la vida social, por ejemplo en la escuela pública). Algunos valoran
la conservación de su lengua, religión y costumbres propias.
Y desean conservar una parte de esa cultura propia, aceptando, sin embargo,
las normas sociales generales de la sociedad en que se integran.
La asimilación depende también, en tercer lugar, del volumen
de la inmigración. En general, cuanto más numerosa y diferenciada
es la población del grupo inmigrante más amenazado se sentirá
el grupo de acogida y más difícil será la asimilación.
Una buena parte de las elaboraciones teóricas de la escuela de Chicago
están directamente estimuladas por esta preocupación respecto
a las tasas apropiadas de inmigración -o tasa de movilidad, como
la llamó Burgess- que permita la integración de los llegados.
Aunque eso se hiciera desde perspectivas nacionalistas y con un lenguaje
biologicista que trataba de presentar los problemas y soluciones como inscritos
en el orden de la naturaleza.
Y finalmente, la asimilación depende asimismo de la actitud del
grupo receptor. Desde la perspectiva de los individuos del grupo de acogida
(los barceloneses, por ejemplo) la reacción de rechazo puede producirse:
por sentirse amenazado en su trabajo, por temer ciertas consecuencias de
la inmigración, tales como el encarecimiento de la vivienda o los
alimentos; por la amenaza a su prestigio, a su poder, a su riqueza, a las
oportunidades para él o para sus hijos; por el miedo a verse afectado
en sus valores, en su lengua o religión por una masa creciente de
llegados que poseen valores distintos. Hoy sabemos bien que "la competencia
por los recursos, al activarse el prejuicio y la discriminación,
empieza a tomar un tono racista" y que "el conflicto económico
y social conduce al prejuicio y a la discriminación" y son
medios eficaces para generar o mantener el conflicto(73).
En caso de conflicto los que se vean más amenazados serán
los que reacionen más contra los recien llegados, en donde verán
la fuente de su amenaza. Si la crisis económica continuara y el
trabajo disminuyera más aún en las ciudades europeas, patrones
y empresarios, rentistas, comerciantes o intelectuales con contratos estables
(por ejemplo, profesores de universidad) podrían, tal vez, mantener
un benévolo sentimiento antiracista y antisegregacionista, al mismo
tiempo que los grupos populares que sintieran la amenaza de sus empleos
podrían convertirse en racistas y discriminadores.
Debemos acabar.
Hay que prever que las migraciones seguirán incrementándose.
Y debemos afirmar que desde el punto de vista del equilibro mundial eso
es conveniente. Europa pudo realizar la revolución industrial exportando
al mismo tiempo población, lo que alivió su presión
demográfica y disminuyó los conflictos sociales en el continente(74);
y conocemos igualmente que esa exportación tuvo consecuencias demográficas
positivas para Europa, atenuando la presión demográfica,
haciendo a la población más "económica"
y eficiente(75).
Deberíamos esperar que una situación semejante se diera en
otros países, ayudando de esta forma a realizar la modernización
económica y social. Hoy sabemos que es conveniente disminuir la
presión en algunas áreas. Por ejemplo, en el cercano Magreb,
donde viven ya algo más de 50 millones de habitantes y vivirán
unos 90 hacia dentro de solamente unos 15 años(76).
Las fuertes tasas de crecimiento de la población magrebina y la
imposibilidad de que la población activa sea absorbida localmente
hacen inevitable la emigración, la cual se dirigirá a Europa
debido a las enormes diferencias de los niveles salariales entre esos países
y los europeos.
Ante esto y ante el aumento de la migración hacia nuestras ciudades
(y hacia Barcelona) tal vez deberíamos adoptar una actitud favorable
hacia la multiculturalidad, hacia la integración y la formación
de una sociedad plural.
Hacia la integración, porque de otra manera se formarán ghetos
de grupos sociales marginales o excluidos y tendremos un potencial de fragmentación
social y de conflicto. Hacia la aceptación de una sociedad plural,
porque enriquecerá culturalmente a nuestro medio; por ejemplo, a
la sociedad barcelonesa cada vez más envejecida, conservadora y
autocomplaciente. Pero una y otra cosa son difíciles, y muy grandes
los retos que tenemos ante nosotros.
Hemos de recordar que la cifra de inmigrantes extranjeros en Barcelona
y en Cataluña es todavía relativamente baja, ya que no supera
en mucho el 1 por ciento de la población total(77).
¿Que sucedería si la población imigrante extranjera
pasara a representar más del 10 o, incluso, más del 20 por
ciento de la población total como suceden en algunas ciudades europeas(78)?.
¿Cual sería la reacción de la población si
los inmigrantes africanos en Cataluña se multiplicaran por diez
o por veinte?, ¿si llegaran a Barcelona decenas o centenares de
miles de inmigrantes de esas procedencias en pocos años, como sucedió
en los años 1920, 1950 y 1960?. Por otra parte, ¿qué
significa, aceptar una sociedad pluricultural, aceptar las formas de vida
de los inmigrantes o integrarlos?. ¿como pueden convivir numerosas
y diversas formas de vida en el seno de una sociedad?
Hacen falta, desde luego, normas sociales comunes, y aceptadas por todos.
Y principios éticos socialmente aceptados, preceptos morales laicos,
consensuados socialmente, lo que está lejos de la intención
de los integrismos religiosos hoy dominantes (cristianos y musulmanes).
Asimismo, hay que superar las acciones de tipo caritativo y asistencial
o de simple control social para diseñar políticas más
amplias y ambiciosas. Lo que significa invertir en educación de
los inmigrantes, no solo primaria sino con acceso a los niveles superiores
de la enseñanza. Y asegurar que no estarán en precariedad
laboral, que tendrán empleo estable, y no eventual y salarios semejantes
a los de los nativos, asegurar las prestaciones sociales básicas
y los recursos públicos y privados necesarios.
Aceptarlos en su cultura, y evitar el sentimiento de que son rechazados,
excluidos, marginados o subvalorados en sus costumbres y cultura. Asegurar
el reagrupamiento familiar de los casados y casadas así como de
las madres con hijos (por ejemplo, las dominicanas o filipinas, en nuestro
caso). Asegurar el acceso a la vivienda, procurando que se distribuyan
por todo el tejido urbano.
Y asegurar que los inmigrantes aceptan el marco legal y constitucional
del país de acogida, que es -o debe ser, aunque algunos nativos
no parezcan compartir ese punto de vista- un marco con separación
estricta de la iglesia y el Estado, y en donde las creencias religiosas
queden reservadas a la conciencia personal de cada cual. Lo que no siempre
es posible si los inmigrantes -al igual que algunos nativos- desean poner
por encima de todo sus creencias religiosas, como sucede en algunos integrismos
y nos ha recordado la disputa del chador.
Sin duda hay grandes dificultades, pero habrá que hacer algo en
ese sentido. En caso contrario los "escenarios" posibles son
tres
1) Detener la inmigración extranjera, es decir, en el caso de
España, la inmigración procedente del sur, de Africa, y del
oeste, de Iberoamérica. Para ello hay que disponer de un ejército
poderoso capaz de hacerlo, que impida el paso de las pateras, y que probablemente
necesitará de grandes cifras de soldados, es decir, el servicio
militar obligatorio. Seguramente de esa forma lograremos detener a los
inmigrantes, aunque el precio de ello será, probablemente, la decadencia
económica y demográfica.
2) Aceptarla y ghetizarla. La exclusión y la fragmentación
social es otra de las alternativas posibles. No se trata de nada nuevo,
porque ya existía en el pasado: en la ciudad preindustrial, con
los parias, judíos, moriscos, marginados...; en la ciudad industrial,
donde la pobreza era muy grande y los proletarios segregados y excluidos.
Pero quizás si los fenómenos de polarización, marginación
y exclusión aumentaran, en relación con la evolución
de la economía europea, eso conduiciría a la ghetización
de una parte importante de las ciudades. Y exigirá asegurar también
el control de la población excluida mediante la policía y
el ejército para hacer frente al aumento de la violencia.
3) Evitar la causa de la migración, es decir la pobreza de las areas
de procedencia. O lo que es lo mismo, contribuir al desarrollo de los países
pobres, próximos (Marruecos, Argelia) o lejanos (los de Asia o Iberoamérica).
Lo cual no puede hacerse a través de los paños calientes
de las ONG, sino con un riguroso aumento de la presión fiscal que
disminuya nuestros elevados niveles de vida y dedique recursos cuantiosos
al desarrollo de otros países.
El futuro de la migración (y de las minorías étnicas)
y el futuro de las ciudades están estrechamente asociados. Los problemas
de integración de migrantes y minorías en Estados Unidos
son hoy muy graves, y afectan al futuro de la misma nación y de
las ciudades. ¿Seguirá Europa el camino de Estados Unidos?.
¿Se harán los problemas sociales de nuestras ciudades ingobernables?.
Necesitamos saber más sobre los procesos de exclusión social
y espacial en nuestras ciudades. Y eso en el pasado y en la actualidad.
El pasado puede mostrarnos situaciones que ya se han dado, y permite relativizar
la situación actual. El presente porque aquí radica la clave
del futuro. De que seamos capaces de hacerlo dependerá el futuro
de nuestras ciudades y la convivencia pacífica de la sociedad.
Notas
1. Texto de la conferencia pronunciada en las Jornadas sobre "Ciudad e Inmigración" organizadas en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona los días 8 y 9 de noviembre de 1997.
2. Vries, Jan de: European urbanization 1500-1800, London, Methuen, 1984; Trad. castellana, La urbanización de Europa, 1500-1800, Barcelona, Editorial Crítica, 1987; esta tendencia ha podido mantenerse idéntica en muchas ciudades hasta nuestro siglo, como muestran los datos de los matrimonios en Sâo Paulo en los años 1930 (en Sánchez-Albornoz, 1973, cit. infra en nota 11, pág. 186). El exceso de mujeres respecto a los hombres se daba también en las grandes ciudades de los reinos americanos del imperio español, como México, la capital de la Nueva España (Herbert Klein: "La estructura demográfica de la ciudad de México en 1811", Entorno Urbano. Revista e Historia, Mexico, vol. 1, nº 1, enero-junio 1995, págs. 1-28) y sigue siendo hoy una característica de la población urbana en casi todos los países de Europa y América; en cambio, en las ciudades de la mayor parte de los países africanos y de muchos asiáticos el porcentaje de hombres es mayor que el de mujeres, como puede comprobarse en ONU: Demographic Yearbook, 1994, tabla 6, págs. 156 y ss.
3. Vries, 1987, op. cit. en nota 2, pág. 284.
4. Vries, 1987, págs. 303-307; y Carter, Harold, & Lewis, C. Roy: An Urban Geography of England and Wales in the Nineteenth Century. London, Edaward Arnold, 1990 (cap. 3 "Urban population growth: natural increase and migration", págs. 38 ss.).
5. Como Marcel Reinhard y André Armengaud en su Historia de la población mundial, Barcelona, Ariel, 1966; las citas más significativas pueden verse en las páginas 159, 247, 27, 256, 271 y 274.
6. Datos de J.H y M.H. Clapham, citado por Lavedan, Histoire de l'urbanisme, Paris, Henri Laurnet Editeur, vol. II, 1941.
7. Chevalier, L.: La formation de la population parisienne au XIXe siècle, Paris, PUF (Cahiers de l'INED, nº 10), 1950, págs. 49-52.
8. Nadal, Jordi: La población española (siglos XVI a XX), Barcelona, Ariel, Edición corregida y aumentada, 1986
9. Reinhard y Armengaud, 1966, op. cit. en nota 5, pág. 296.
10. Livi-Bacci, Massimo: Historia mínima de la población mundial, Barcelona, Ariel, 1990, pág. 128.
11. Reinhard y Armengaud, 1966, op. cit. en nota 5, pág. 312.
12. Sánchez-Albornoz, Nicolás: La población de América latina. Desde los tiempos pre colombinos al año 2000, Madrid, Alianza Editorial, 1973, (cap. 5 "Gobernar es poblar").
13. Por ejemplo, "la población urbana de Asia se ha multiplicado por cinco en la primera mitad del siglo XX, mientras que la de Europa y Estados Unidos no llegaba ni tan siquiera a doblar", Santos, Milton: Geografía y economía urbana en los países subdesarrollados, Barcelona, Oikos Tau, 1973, págs. 55-56.
14. Santos, 1973, op. cit. en nota 13, pág. 58.
15. Sánchez-Albornoz, 1973, pág. 272; el mismo autor advierte del carácter somero del cálculo, pero los estudios realizados sobre la participación del crecimiento natural en el desarrollo urbano proporciona cifras tambien impresionantes: algo menos de la mitad del crecimiento demográfico de las ciudades de México, Venezuela y Chile se debería a la inmigración (pág. 273).
16. Santos, 1973, op. cit. en nota 13, pág. 58.
17. Little, Kenneth: West African Urbanization. A Study of Voluntary Asociations, Cambridge University Press, 1965; trad. cast. La migración urbana en África occidental, Barcelona, Nueva Colección Labor, 1970, págs. 17-18.
18. Capel, Horacio: "La definición de lo urbano", Estudios Geográficos, Madrid, CSIC, n 138-139, febrero-mayo 1975, págs. 265-302.
19. Ver Remy, Jean: La ville, phénomene économique, Bruxelles, Editions Vie Ouvriére, 1966.
20. Datos sobre ello en Beaujeu-Garnier, Jacqueline y Chabot, Georges: Tratado de Geografía urbana, Barcelona, Vicens Vives, 1970, págs. 414 y ss.
21. Esteva Fabregat, Claudio: "Población y mestizaje en las ciudades de Iberoamérica: siglo XVIII", en Solano, Fco (Coord.): Estudios sobre la ciudad hispanoamericana, Madrid, C.S.I.C, 1975, págs. 551-604, y en especial págs. 578 y ss. ; para el conjunto de la población urbana total del continente y las Antillas las proporciones eran éstas: indios 36,8 %, blancos 35,5, mestizos 14,1, mulatos 8,9, negros 4,5 (pág. 596). Sobre la ciudad de México en 1811 véase el estudio de Klein, 1995, 0p.cit. en nota 2.
22. Reinhard y Armengaud, 1966, op. cit. en nota 5, pág. 309.
23. Morrill, R. L. y Donaldson, O. F.: "Geographical perspectives on the history of black America", Economic Geography, 48, 1, 1972, págs. 1-23; reimpreso en Emyris Jones: Readins in Social Geography, Oxford University Press, 1975, págs. 15-38.
24. Viotti da Costa, Emilia: "Urbanización en el Brasil del Siglo XX", en Solano, F. de (Coord.), 1975, págs. 399-432, (pág. 410).
25. Bettin, Gianfranco: Los sociólogos de la ciudad, Barcelona, Gustavo Gili, 1982 (cap. VI "Clases sociales y poder en una ciudad media: las investigaciones de los Lynd").
26. Reinhard y Armengaud, 1966, op. cit. en nota 5, pág. 303.
27. Burgess, : "El crecimiento de la ciudad: introducción a un proyecto de investigación" (1925), en Theodorson, G. A.: Estudios de Ecología Humana, Barcelona, Labor, 1974, vol. I, págs. 69-81. La cita completa de ese impresionante texto es la siguiente: "En la medida en que la desorganización oriente a la reorganización y contribuya a un ajuste más positivo, la desorganización habrá de concebirse no como patológica sino como normal. La desorganización en cuanto preliminar que es de la reorganización de actitudes y conductas constituye casi invariablemente la suerte del recien llegado; para él, desprenderse de lo que le era habitual, y con frecuencia incluso moral, irá acompañado con no poca frecuencia de agudos conflictos mentales y de una sensación de desorientación personal. Quizás aun más frecuentemente, el cambio traerá consigo, más pronto o más tarde, un sentimiento de emancipación y una necesidad sentida y perentoria de nuevas metas".
28. Grigg, D. B.: "E. G. Ravenstein and the 'laws of migration'", Journal of Historical Geography, 3, 1977, págs. 41-54.
29. Vries, 1987, op. cit. en nota 2, págs. 283-322.
30. Pred, Allan: "Industrialization, initial advantadge and american economic growth", The Geographical Review, abril 1965, págs. 158-85; Pred, Allan:The Spatial Dynamics of US Urban Industrial Growth 1800-1914, Cambridge, Mass., 1966; y Pred, Allan: Urban Growth and the Circulation of Information: the Uniited States System of Cities, 1890-1840, Cambridge, Mass., 1973.
31. Viotti da Costa, 1975, op. cit. en nota 24.
32. Algunas obras recientes sobre el tema son éstas: Borjas, George J.: The Impact of Immigrants on the U.S. Economy, new York, Basic Books, 1990; Borjas, George J. Freeman, Richard B. (Eds.): Immigration and the Work Force: Economic Consequences for the United States and Source Areas, Universiy of Chicago Press, 1992; Muller, Thomas: Immigrants and the American City, New York, New York Univesity Press, 1993, IX+372 págs. (Recensión de Douglas Massey en American Journal of Sociology, March 1994, 99:5); Portes, Alejandro (Ed.): The Economic Sociology of Immigration: Essays on Networks, Ethnicity and Enterpreneurship, Rusell Sage Foundation, 1994.
33. Youssef, Nadia H.: The Demographics os Inmigration. A Socio-Demographic Profile of the Foreign-Born Population in New York State, Centre for Migration Studies, Staten Island, New York, 1992 (cap. 6 "The contribution of foreign-born workers to the economy of New York").
34. Dean, Warren. The industrialization of Sâo Paulo: 1880-1945, Austin, 1969.
35. González Martínez, Elda y Moreno Cebrián, Alfredo: "Sâo Paulo, metrópolis económica. El aporte de los inmigrantes", en Peset, J.L. (Coord.): Ciencia, vida y espacio en Iberoamérca. Trabajos del Programa Movilizador del CSIC "Relaciones científicas y culturales entre España y América, Madrid, C.S.I.C, 1989, vol. II, págs. 615-634.
36. Amat Torres, Félix: Memorias para ayudar a formar un Diccionario Crítico de los Escritores Catalanes y dar alguna idea de la literatura de Cataluña, Barcelona, Imprenta J. Verdaguer, 1836, 720 págs.; y Corominas, Juan: Suplemento a las Memorias para ayudar a formar un Diccionario Crítico de los Escritores Catalanes de don Félix Amat Torres, Burgos, Imprenta Arnáiz, 1849, 372 págs. Agradezco a Antonio Algaba su ayuda para realizar estos cálculos.
37. Molins, Elias: Diccionario Biográfico y Bibliográfico de escritores y artistas catalanes del siglo XIX, Barcelona, Ed. Fidel Giró, 1889, 2 vols., 687 + 790 págs. Se han tenido en cuenta los artistas avecindos en la ciudad de Barcelona, los escritores con ejercicio en ella y los autores de ensayos técnicos, políticos o sociales vecinos de Barcelona.
38. Calbet i Camarasa, Josep Maria, y Corbella i Corbella, Jacint: Diccionari Biògrafic de Metges Catalans. III Congrès d'Història de la Medicina Catalana. Lleida, 1981, Barcelona, Fundació Salvador Vives i Casajoana/Seminari Pere Mata de la Universidad de Barcelona, vol. I, 1981; vol. II, 1982, vol. III, 1983, 187 + 234 + 338 págs.
39. Ràfols, J. F.: Diccionario Biográfico de Artistas de Cataluña (Desde la época romana hasta nuestros días), Barcelona, Ed. Milla, Vol. I, 1951, 547 págs.; vol. II, 1953, 522 págs.; vol. III, 1954, 622 págs. (incluye profesionales y artesanos de armería, arquitectura, artes gráficas, cerámica, construcción nval, dibujo, escultura, esgrafiado, fundición y metalistería artística, grabado, guadamacilería, hilaría, instrumentaria musical, orfebrería, pesebrismo, puntura, silografía y vidriería.
40. Sjoberg, G.: The Preindustrial City, New York, 1960.
41. Light, Donald, Keler, Suzane y Calhoun, Craig: Sociología. Quinta Edición, McGraw-Hill Interamericana, 1991, pág. 354.
42. Vandellós, Josep A.: Catalunya, poble decadent, Barcelona, 1935.
43. Cit por Peter Hall: Ciudades del mañana. Historia del Urbanismo en el siglo XX, Barcelona, Ediciones del Serbal (Colección "La Estrella Polar), 1996, pág. 43.
44. Favaro, Graziella, y Bordogna, Mara Tognetti: Politiche sociali ed immigrati stranieri, Roma, NIS/La Nuova Italia Scientifica, 1989 (cap. 7, "Politiche sociali e stranieri in Europa").
45. Sassen, Saskia: The Mobility of Labor and Capital: A Study in International Investment and labor Flows, Cambridge, Cambridge University Press, 1988;Sassen, Saskia: The Global city: New York, Tokyo, Princeton, NJ., Princeton University Press, 1991;
46. Jacobs, Brian D.: Fractured Cities. Capitalism, community and empowerment in Britain and America, London and New York, Routledge, 1992 (caps. 2 "Urban America: high-technology and poverty", 4 "Urban Britain: enterprise and the underclass" y 8 "Minorities:empowerment and dissent").
47. Hamnett, C.: "Social polarisation in global cities: theory and evidence", Urban Studies, 31, nº 3, 1994, págs. 401-424.
48. Beaverstock, Jonathan & Smith, Joanne: "Lending jobs to Global Cities: skilled international migration, investment, banking and the City of London", Urban Studies, 33, nº 8, 1996, págs. 1377-1394.
49. Salt, J.: "Migration processes among the highly skilled in Europe", International Migration Review, 1992, 2, págs. 484-505.
50. King, R. y Rybaczuck, K.: "Southern Europe and the International Division of Labour: from emigration to immigration", en King, R.: The new Geography of European migrations, Londres, Belhaven Press, 1993, págs. 175-206; y Venturini, Alessandro: "Il ruolo delle immigrazione nelle societá industrializatte: complementarietá, sostituzione o transformazioni", en Montabes, J., Lopez, B. y del Pino, D. (Eds): Explosión demográfica, empleo y trabajdadores emigrantes en el Mediterráneo occidental, Universidad de Granada, 1993, págs. 483-502.
51. Lora-Tamayo, G.: "Valor de la inmigración extranjera en España", Espacio, Tiempo y Forma, Serie VI, Geografía, UNED, Madrid, nº 7, 1994, págs. 83-134; Gozálvez Pérez, Vicente: "L'Immigration étragère en Espagne", Revue Européene des Migrations Internationales, vol. 12, nº 1, 1996, págs. 11-38.
52. INE: Anuario Estadístico de España, 1996, Madrid, pág. 108.
53. Así lo estima, por ejemplo, Lora Tamayo, 1995, op. cit. en nota 51.
54. Convey, Andrew & Kupiszewski: "Keeping up with Schengen: migration and policy in the European Union", International Migration Review, vol. XXIX, nº 4, 1995, págs. 939-962.
55. La expresión "segunda transición demográfica" fue utilizado por Leshaege y Kaa (1987), véase Kaa, D.J. van der: "Emerging issues in demographic research for contemporary Europe", in Murphy, M. & Hobcraft (Eds.): Population Research in Britain, Population Investigation Commitee, 1991, págs. 189-206.
56. Council of Europe (Ed.) Proceedings. Seminar on Present Demographic Trends and Life Style, Strasbourg, Council of Europe, 1991.
57. Champion, A. G.: "Urban and regional demographic trend in the developed world", Urban Studies, vol. 29, nº 3-4, 1992, págs. 461-482.
58. La realidad del envejecimiento en los países europeos y los debates sobre las perspectivas de la población en diversos países europeos en Day, Lincoln H: The future of low-birthrate populations, London and New York, Routledge, 1992, edición en cubierta flexible, 1993.
59. Veanse, por ejemplo, los testimonios citados por Lora Tamayo, 1995, op. cit. en nota 51, pág. 447.
60. Sobre procesos de exclusión en las ciudades actuales véase Hamnett, 1992, op. cit. en nota 47.
61. Cross, M.: "Migration, the city and the urban dispossessed", en Cross, M. (Ed.): Ethnic Minorities and Industrial Change in Europe and North America, Cambridge, Cambridge University Press, 1992, págs. 1-16.
62. Malcom Cross y R. C. Kloosterman aceptan la idea central de G. Esping-Anderson (The Three Worlds of Welfare Capitalism, 1990, y G. Esping-Andeersen (Ed.): Changing Classes, Stratification and Mobility in Postindustrial Societies, 1993) de que los diferentes Estados del Bienestar pueden generar diferentes patrones de estratificación social y, de esa forma, diferentes formas de exclusión social. Este autor ha propuesto una "teoría institucional de la estratificación", en la que distingue tres tipos de economías con diferentes niveles de intervención del Estado en la economía y de servicios públicos de carácter social: 1) las economías de los países escandinavos, en los que los servicios publicos o sociales son instrumento para conseguir altas tasas de participación en el trabajo, 2) la sociedad norteamericana, caracterizada por estructuras de libre mercado y bajo nivel de servicios y consumo, con una ausencia casi total de intervención del estado que permite una amplia expansión de los empleos de bajos salarios en los servicios personales (privados); 3) el tipo alemán, donde la política de mercado de trabajo se dirige a reducir el abastecimiento de fuerza laboral, de dos formas: por un lado, creando rutas privilegiadas de salida para los desempleados los trabajadores viejos y no aptos; por otro, levantando barreras para las mujeres que quieren entrar en el mercado de trabajo (por ejemplo barreras fiscales y estímulos para cuidar personalmente a los hijos). Agradezco al profesor M. Cross la posibilidad de consultar el proyecto de investigación presentado por ERCOMER al Fourth Framework Programme de la U.E. (Cross, M. y R.C. Kloosterman: "Migrants in European cities: post industrial trajectories and the dynamics of social and spatial exclusion. A comparative study in twelve European cities, 1995-1998. An outline proposal for eventual submissión to the targeted socio-economic research of the Fourth Framework Programm, ERCOMER, Utrecht, 1994, mecanografiado, 13 hojas).
63. Ley, David: A Social Geography of the City, New York, Harper and Row, 1983, págs. 62 y ss.
64. El concepto de "justicia ambiental, desarrollado en EEUU, muestran que los inmigrantes no gozan a veces de ella, ya que no disfrutan de condiciones exitstenciales adecuados, no disponen de viviendas decentes, ni de vecindarios agradables, acceso al trabajo o recursos sociales; y a veces ni siquiera de ambientes saludables, ya que los barrios de inmigrantes están asociados a ambientes especialmente nocivos -bien sea porque se construyen cerca de ellos, o bien porque los poderes públicos deciden situar esos depósitos nocivos en la cercanía de dichos barrios; puede verse sobre ello el número especial de Antipode dedicado a "Race, Waste, and Class: New Perspectives on Environmental Justice" (Guest Editor: Michael K. Heiman), vol. 28, nº 2, April 1996.
65. Pincetl, Stephanie: "Immigrants and redevelopment plans in Paris, France: urban planning, equity and environmental justice", Urban Geography, 17, nº 5, 1996, págs. 440-455.
66. Mc Gregor, Alan & Mc Connachie, Margaret: "Social exclusion, urban regeneration and economic reintegration", Urban Studies, 32, nº 10, 1995, págs. 1587-1600.
67. Chandrasekhar, P.: Pueblos hambrientos y tierras despobladas, trad. cast. Madrid, Aguilar, 1963.
68. Weiner, Myron: "Ethics, national sovereignty and the control of inmmigration", International Migration Review, vol. XXX, nº 1, 1996, págs. 171-197.
69. Frey, W. H.: "Immigration and internal migration 'flight' from U.S Metropolitan Areas: toward a new demographic balkanistion", Urban Studies, vol. 32, nº 4-5, 1995, págs. 733-757.
70. Reinhard y Armengaud, 1966, op. cit. en nota 5, pág. 318.
71. Light, Keler y Calhoun, 1991, op. cit. en nota 41, pág. 365.
72. Favaro y Bordogna, 1989, op. cit. en nota 44, pág. 119; los datos se refieren a finales de la década de 1980.
73. Light, Keler y Calhoun, 1991, op. cit. en nota 41, págs. 360 y 368.
74. Bairoch, Paul: Revolución industrial y subdesarrollo, México, Siglo XXI, 1967.
75. Livi-Bacci, 1990, op. cit. en nota 10, págs 128-131.
76. Chevalier, Agnès, et Kessler, Veronique: "Contrastes démographiques et emplois en Méditerranée occidentale: des formidables defis", en Montabes, J., Lopez, B. y del Pino, D. (Eds): Explosión demográfica, empleo y trabajdadores emkgrantes en el Mediterráneo occidental, Universidad de Granada, 1993, págs. 45-68.
77. Solana Solana, Antonio Miguel, y Pascual de Sans, Àngels: "Mercado de trabajo e inmigración extranjera en Cataluña: situación actual y principales tendencias", en Habitar, vivir, prever. Actas del V Congreso de la población española, Universitat Autònoma de Barcelona/Centre d'Estudis Demogràfics y Asociación Española de Geógrafos, 1995, págs.527-538.
78. En la década de los 70 los inmigrantes extranjeros suponían más del 10 % en las tres mayores ciudades belgas, en Grenoble, Paris y Lyon, en el Gran Stuttgart; más del 20 % en las cuatro mayores aglomeraciones de Suiza, y entre ellas, más del 30 % en Ginebra; White, Paul: The West City. A Social Geography, London and New York, Longman, 1984, pág. 103; en la década de 1970 algunas ciudades europeas vieron aumentar las cifras de población extranjera en 30 (Amberes, +29,4%) en casi un 50 (Viena +48,8 %), 60 (Berlín occidental, +63,3 %) o incluso un 75 por ciento (Munich, +75,5 %), ibidem, pág. 105.
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