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APROVECHAMIENTOS FORESTALES EN LA COMARCA DEL CAMPO DE CARTAGENA
DURANTE LA EDAD MEDIA
María del Carmen Zamora Zamora
RESUMEN
Durante toda la Edad Media, en el Campo de Cartagena concurren una serie
de circunstancias adversas para la ocupación humana y que lo mantienen
casi despoblado. La escasa población aprovechó los variados
recursos naturales disponibles de manera bastante rudimentaria. Entre estos
aprovechamientos destacan las actividades recolectoras y el pastoreo. La
consecuencia es una baja incidencia sobre el paisaje vegetal, caracterizado
por una maquia mediterránea levantina dominada por los lentiscos,
los acebuches, las coscojas, los pinos y los palmitos, apareciendo las
encinas en los rebordes montañosos de la comarca (sobre todo en
el Norte).La Edad Media representó, pues, un respiro para el medio
natural entre la fuerte presión ejercida sobre él en épocas
púnica y romana y, más tarde, en las edades Moderna y Contemporánea.
APROVECHAMIENTOS FORESTALES EN LA COMARCA DEL CAMPO DE CARTAGENA
DURANTE LA EDAD MEDIA
El aprovechamiento del medio natural ha sido la primera forma de adaptación
humana desde el comienzo del proceso de humanización. Con
el desarrollo histórico y la mejora tecnológica, el hombre
ha tenido capacidad creciente para realizar dicho aprovechamiento y para
la transformación del entorno natural. En las regiones áridas
o semiáridas la fragilidad del medio hace que la acción del
hombre contribuya a cambios irreversibles, degradando de forma importante
las condiciones naturales. Es el caso de la comarca del Campo de
Cartagena, en el Sureste de España, donde una antigua u activa intervención
humana ha provocado cambios de gran trascendencia, contribuyendo a agravar
la aridez*.
El medio físico.
La comarca del Campo de Cartagena se localiza entre los 37º40´y los 38º de latitud Norte y los 0º40´y 1º15´de longitud Oeste, al sureste de la Región de Murcia, que a su vez se encuentra al sureste de la Península Ibérica.
Geológicamente, la comarca se encuentra en el extremo oriental de las cordilleras béticas, aflorando los complejos Maláguide y Ballabona-Cucharón al norte y el Alpujárride y el Nevado-Filábride al sur, quedando el centro ocupado por materiales neógenos.
Desde el punto de vista topográfico, el área consta básicamente de una gran llanura de escasa pendiente de dirección noroeste-sureste configurando un relieve de una gran planitud. Esta gran llanura se encuentra limitada por el norte por las sierras prelitorales que corren en dirección suroeste-noreste y que tienen su máxima altura en la sierra de Carrascoy, al suroeste, con 1.065 metros y desde allí desciende hacia el mar.
Por el sur, la llanura queda cerrada al mar por las sierras litorales de dirección oeste-este, y que como las prelitorales, alcanza su mayor altura al oeste, en Peñas Blancas con 624 metros y también descienden hacia el mar, acabando en Cabo de Palos. Estas sierras se ven afectadas por una serie de manifestaciones volcánicas, que se continúan en el mar con las islas del Mar Menor y la isla Grosa, ya en el Mediterráneo
Por el este, un brazo de arena, con dirección sur-norte que se apoya en Cabo de Palos y en otros obstáculos, cierra un trozo de mar formando una albufera llamada el Mar Menor. Ese brazo de arena configura una costa de lido que es La Manga.
Por el oeste, el tránsito hacia el valle del Guadalentín es mucho menos neto, resolviéndose en una zona más o menos llana de glacis.
El clima del Campo de Cartagena es un mediterraneo con matíz
subdesértico, con unas temperaturas suaves en invierno, aunque más
extremas en el interior, que oscilan entre los 10º y los 12ºC,
y un verano caluroso también algo más extremo en el interior
con temperaturas entre los 27º y los 24ºC (Conesa García,
1990). La temperatura media ronda los 17ºC. Esta termicidad hace raras
las heladas y casi imposibles las nevadas.
Las precipitaciones son escasas, alrededor de 300 mm., y desigualmente repartidas, siendo el otoño y el invierno, en general, las estaciones más lluviosas seguidas de la primavera, siendo el verano una estación muy seca, representando sus precipitaciones valores muy escasos respecto al total. La lluvia suele ser torrencial, localizándose mucho en el espacio y en tiempo.
La elevada humedad del aire propicia la precipitación horizontal, siendo el rocio un fenómeno muy frecuente, sobre todo en la costa.
No existe ninguna corriente de agua continua que avene el área, de manera que solo las condiciones del medio físico local son responsables de la hidrología comarcal, la cual se caracteriza por la existencia de una serie de ramblas que llevan agua, y no siempre, cuando se presentan lluvias fuertes. Estas ramblas desaguan al Mediterraneo por el sur y al Mar Menor por el este. De todas ellas la más importante es la del Albujón que corre en dirección oeste-este y divide prácticamente en dos a la comarca, y actúa como límite entre los términos de Cartagena y Murcia.
Los suelos climácicos de la comarca son Calcixerolls formados sobre los materiales limosos carbonatados (Ortíz Silla, 1986). Hoy en dia los suelos se encuentran muy antropizados, enmendados por fertilizantes y pesticidas y liberados de la costra calcárea por las actividades agrícolas.
Las series de vegetación que recubren las zonas libres de cultivos pertenece al Chamaeropo humilis-Rhamnetum lycioidis en la mayor parte de la llanura, excepto en la zona oeste donde predomina la Zizipheto loti. En las sierras prelitorales, al norte, predomina la serie Bupleuro-Pistacieto lentisci. En las sierras litorales, al sur, la Mayteno-Periploceto angustifoliae, y en los arenales costeros los geosignetum de zonas salinas y de dunas (Rivera y Alcaráz, 1986). El paisaje que ofrece es una estepa con predominio del matorral y los arbustos. Las sierras prelitorales son más boscosas con arboledas de pinos y carrascas y también arbustos de lentiscos y coscojas. Las sierras litorales están menos guarnecidas, quedando los árboles y los arbustos más desarrollados confinados a las umbrías y los matorrales dominando las solanas. Por su parte, los saladares costeros se cubren de praderas de plantas halófilas e higrófilas como sosas y salados.
El marco histórico
Durante la época visigoda, en toda España, sigue la decadencia económica y demográfica iniciada en el Bajo Imperio. Cartagena, además, había sido arrasada a principios del siglo VII por los visigodos.
Al principio del dominio musulmán, este declive fue más manifiesto, al quedar las zonas costeras postergadas con respecto a las del interior.
Asi pues, desde principios de la alta Edad Media hasta el siglo X, Cartagena y su campo estaban muy debilmente poblados, aunque este fenómeno era menos intenso en el campo, en el cual la población se concentraba en las alquerias con facil acceso al agua. Pero la mayor parte del territorio quedó abandonado siendo reconquistado por las flora y la fauna silvestre (Grandal, 1996).
A finales de la alta Edad Media se produce una recuperación económica y, consecuentemente, de población, que alcanza a los 3.000 ó 4.000 habitantes en el siglo XIII. Aumentan los cultivos, tanto de secano como en regadío. Los terrenos incultos y los montes debieron seguir en buena parte cubiertos de su vegetación espontanea, como veremos una maquia mediterránea levantina.
Durante la alta Edad Media, la economía de la comarca, si dejamos de lado el comercio y el corso, se centraba en actividades muy elementales: recolección de frutos del monte, caza, ganadería, pesca, agricultura y algo de artesanía entre la que destacaba el laboreo del esparto.
En 1245 se produce la conquista castellana de Cartagena, lo que tendrá una importancia capital para su historia. Los musulmanes se van en masa y la pretendida repoblación cristiana fracasa por distintas causas, entre las que se cuentan la poca fertilidad de la tierra que ahuyenta a los repobladores. Las epidemias, la configuración del territorio como tierra fronteriza entre los "catalanes" del reino de Valencia y los musulmanes granadinos y la nueva incertidumbre de la piratería berberisca, hacen que la población experimente un descenso drástico, alcanzando su nivel más bajo desde la prehistoria. Además en la baja Edad Media comienza un ciclo de inestabilidad y reaparecen las epidemias, generalizándose una crisis política, económica y demográfica muy profunda.
A finales del siglo XIV la población se estima en unos 1.000 habitantes, tocando fondo a principios del XV con tan solo 500. Estos escasos habitantes se recluyeron en la ciudad abandonando el campo, dando una nueva oportunidad de recuperación a la fauna y vegetación espontáneas que reconquistan las antiguas áreas cultivadas en la alta Edad Media. A mediados del siglo XV la población comienza a recuperarse, llegando a finales de éste de unos 1.200 habitantes.
Esta profunda crisis hizo más elemental la ya de por sí
rudimentaria economía, cobrando importancia las actividades recolectoras,
la caza y la ganadería respecto a otras más complejas como
la minería y la artesanía, que a pesar de todo se mantienen.
Al inestabilizarse la costa también se resiente la actividad comercial.
La vegetación del Campo de Cartagena antes de la Edad Media
La cubierta vegetal que encontró el hombre paleolítico en esta comarca la podemos describir como una espesa maquia levantina, un inmenso lentiscar poblado, además de lentiscos, por cornicales, pinos carrascos, coscojas, acebuches, palmitos, espartos, etc.. Las ramblas estaban ocupadas por adelfas, carrizos y cañas. Los saladares por tarayes, almarjos y sosas y los arenales costeros por sabinares y enebrales litorales de sabinas, enebros y pinos.
Esta vegetación espontánea fue utilizada desde los albores de la ocupación humana en la comarca, siendo estos usos, en general, más intensos cuando la población aumentaba, y menos cuando disminuía, pues la dependencia humana del monte era muy grande. En el Paleolítico superior, la proporción de alimentos vegetales en la dieta humana llegaba a un 75%, frente a un 25% de carne y pescado, lo cual tira por tierra la creencia tan generalizada de que el hombre del Paleolítico era básicamente carnívoro (Martínez Andreu, 1987).
Más tarde, en época púnica y sobre todo en época romana, el aumento de población, la especialización económica de la zona como productora de esparto y la minería del plomo y la plata, determinan un aumento muy notable de la presión humana sobre el monte. La explotación minera de las zonas costeras como ésta, en las que los emporios fueron importantes factorías de fundición y elaboración del metal fué muy intensa (Lillo Carpio, 1987).
El abandono que sufre la comarca en los siglos posteriores permite una
recuperación de la masa forestal.
Descripción del paisaje vegetal en la Edad Media.
En la época musulmana, la población se recupera parcialmente respecto a los principios de la Alta Edad Media, pero sin rebasar unos límites muy discretos por lo que la cubierta vegetal resiste bien, conservando sus características de maquia espesa que se mantendrá hasta el siglo XVI (Grandal, 1996). Ésta es la situación que parece reflejarse en un manuscrito del siglo XV que es copia de otro muy anterior, de los siglos VIII al XI, relativos a la vida y milagros de San Ginés de la Jara, en el que nos encontramos con que una persona adulta se pierde en el monte durante tres dias y que los romeros no llevaban comida confiando en la caza (Pocklington, 1986). Además, según Robert Pocklington, el topónimo "jara" no se refiere a la existencia de cistáceas, sino que es de origen árabe y significa: al-sa ra = "el bosque" (Pocklington, 1986). En España también significó "monte bajo" y finalmente, ya en castellano "jara" (Corominas y Pascual, 1981).
En la Cartagena musulmana del siglo XIII vivió el poeta Hazim al-Qartayanni, y en su obra la Qasida Maqsura, hace una descripción bastante idealizada de la comarca, y aunque ésta no deba ser tomada, ni mucho menos, como exacta, sí nos confirma la existencia del almarjal que rodeaba la ciudad, la cria de pájaros en la isla de Escombreras, y la abundancia de caza en los montes y campos (Pocklington, 1986).
En la carta por la que el rey Alfonso XI concede el montazgo a la ciudad de Cartagena, se hace referencia a la vegetación de los montes de esta ciudad: "el termino de la dicha ciudad, que hera poco y hay montes de Grana (...) han monte de lentisco, que cuando acierta que lo cogen e facen del aceyte para su mantenimiento (....) Ca otro sy que estragarian el monte que es para las abejas de que la ciudad a algun cobro quando aciertan" (Libro de Confirmación de Privilegios de Carlos III, libro 1 AMC)
Las noticias posteriores son las relacionadas con el famoso libro de la Montería de Alfonso XI, en la primera mitad del siglo XIV, escrito por Martín Gil y el montero mayor Diego Bravo (Gutierrez de la Vega, 1976). En dicho libro, se describen las aptitudes para la caza de diversos terrenos de los montes reales, y por él conocemos la existencia de jabalíes, osos, venados y encebras. Como sabemos, los osos y jabalíes habitan terrenos cubiertos de una vegetación intrincada, y rehuyen las zonas despejadas. Asi mismo el jabalí se alimenta de piñones, granadas, caracoles y bellotas. De estas últimas comían también los osos que poblaban las montañas del reino de Murcia, (aunque no hubo osos en la comarca del Campo de Cartagena) prefiriendo las de carrasca a todas las demás: "e bien saben los osos escoger la mas dulçe, que yo ya ví onbres quel canpo seguian no curar de coger vellota de otra carrasca, aunque muchas oviese, salvo de la que vian quebrada del oso, aviendo por çierto ser aquella la mas dulçe" (Duque de Almazán, 1992).
Así pues, el jabalí, precisa monte bajo, intricado y con bastantes bellotas, y si aquí era abundante, hemos de pensar que ésta sería la vegetación del paisaje del siglo XIV, o sea la misma de siempre. En cuanto a la composición florística de esa espesa maquia, nos es muy útil un documento fechado el 3 de mayo de 1485 en el que se trata un litigio de límites entre Lorca y Cartagena, que motiva el amojonamiento de dichos términos (Martínez, Mediavilla y Casal, 1924). En él son nombradas especies vegetales y topónimos que son utilizados como señal para situar los mojones y nos proporciona algunas especies que existían en el campo y que hoy en dia siguen siendo habituales, como son lentiscos, acebuches, palmeras (palmitos), artos, retamas, espinos y atochas.
En el citado pleito mantenido a finales del siglo XV entre Lorca y Cartagena por la posesión de Campo Nubla, se anota la existencia de grana en esta zona del Lentiscar de Poninente, por lo cual sabemos que abundaba la coscoja "et cogian la grana, e a los que sin licencia entravan a coger grana los avian prendado y penado" (Martinez Carrillo, 1986).
El lorquino Pérez de Hita, en sus Guerras civiles de Granada, hablando del estado permanente de alarma en que se vive en esta zona fronteriza en el siglo XV, se refiere, probablemente, al pinar que existía a la entrada del cabo de Palos:
"Todo lo corren los moros/sin nada se les quedar/el rincón de San Ginés/y con ellos el Pinar" (Henares Díaz, 1988)
Si atendemos a la toponímia, para el siglo XV, Robert Pocklington ha confeccionado un mapa de la parte del campo de Cartagena perteneciente al término de Murcia en el que localiza muchos topónimos vegetales que nos hablan de la existencia de encinas, algarrobos, acebuches, pinos, mirtos, artos, lentiscos, enebros, álamos y olmos, asi como de retamas, cardos, atochas, escobillas, zarzas, ciscas, carrizos, juncos y aneas. (Pocklington, inédito)
En 1477, el concejo de Murcia, concede licencia para hacer carbón en los enebros del Pinatar (Juniperus phoenicia L). (Pocklington, inédito) Por lo que podemos localizar un sabinar litoral en esta zona. A finales del siglo XVI (1582), se confirmará esta vegetación en la Manga: " los ginebros y çabinas (...) por ser tan hespezos" (caja 100, exp.33, AMC).
Por una noticia de 1480, conocemos la presencia de coscoja en la parte oriental del Campo de Cartagena, cerca de la raya de Aragón: "Que Bernad Castell thenia asentado hato en la Cañada Garvançal para coger la grana" (Pocklington, inédito).
Los libros de actas capitulares del Archivo Municipal de Murcia, reflejan la existencia, en el siglo XV, de sosas barrilleras en la Manga, lentisco en la parte más oriental del campo, acebuches, algarrobos, cañas, colmenares y caza abundante (Pocklington, inédito).
Ya en el siglo XVI, una documentación más abundante y precisa, nos confirma la existencia de un inmenso lentiscar con lentiscos, coscojas, pinos, carrascas, palmitos y esparto desde las Sierras Litorales hasta las cumbres de las Sierras Prelitorales, siendo los pinos y carrascas mucho más abundantes en los montes que en el llano. Sabinares y enebrales litorales en las arenas de La Manga y almarjales en los alrededores de la ciudad de Cartagena y en la costa del Mar Menor.
Podemos imaginar estos montes como zonas frecuentadas por el hombre y paulatinamente modificados por una economía forestal y ganadera "pastores que eran al mismo tiempo cazadores (...) zonas cruzadas por senderos y pobladas no solo por animales salvajes, sino también por rebaños de ovejas y cabras. El bosque "habitado" se extendía por toda la Europa meridional, a excepción de las zonas de alta montaña" (Fumagalli, 1989).
Estos montes, hasta la Alta Edad Media, constituían una reserva abierta a todos, pero a partir de entonces, estos espacios empiezan a ser vistos como lugares a proteger. Esta tendencia a la reglamentación y a la restricción en el derecho del uso del monte se generaliza en Europa a lo largo de la Baja Edad Media, y lógicamente comienza en aquella zonas más habitadas, y con un ecosistema más frágil como ocurre en el área mediterranea. A partir del siglo XII estas leyes reguladoras se extienden por Francia y Alemania (Duby, 1973). A las zonas más marginales como el sureste de España, no llegarán hasta el siglo XV (Fumagalli, 1989), e incluso el XVI, pues por tratarse de una zona escasamente poblada, la expansión humana no representa una seria amenaza hasta este siglo. A partir del siglo XVI el peligro se hace patente, y en siglo XVIII se consuma la destrucción.
La naturaleza en el mundo antiguo y altomedieval era percibida como algo hostil, una amenaza que se situaba en las mismas puertas de la ciudad y a la que había que dominar si no se quería ser dominado por ella. La "maleza" era algo acechante, siempre dispuesta a avanzar y a enseñorearse sobre los "logros" civilizadores del hombre, el cual se integraba en su medio natural, a veces muy a su pesar. Los bosques son percibidos en la literatura como lugares tétricos, misteriosos, oscuros, y donde encuentran cobijo seres mágicos y míticos como duendes, hadas, gnomos, dragones, brujas etc.
También hay una fuerte relación con los animales salvajes, es muy normal encontrar en las leyendas, vidas de santos, cuentos infantiles, etc. pasajes que nos hablan de personas que cuidan, hablan, alimentan o curan a los animales. En la iconografía medieval los santos solían ir acompañados de un animal, como ocurre con San Francisco de Asís, San Antonio, San Juan, San Marcos, San Pedro, Santo Domingo etc.
Pero el bosque proporcionaba materiales que eran cada vez más necesarios, a medida que las condiciones de vida iban siendo menos rudimentarias (Duby, 1973). Así pues el avance decidido del hombre sobre la naturaleza relega el papel dominante ejercido por ésta, señalandola ya desde la Baja Edad Media como clara perdedora en un singular combate, en el que el ganador tiene mucho que perder.
Como quedó dicho anteriormente, en la Baja Edad Media el Campo de Cartagena estaba prácticamente deshabitado, siendo uno de los más importantes despoblados del reino de Murcia. Las causas de ese desierto demográfico, son una serie de circunstancias adversas que se alían entre sí y que expusimos anteriormente. Ese conjunto de elementos negativos retrasó muchos años el poblamiento de esta comarca. Sólo a finales del siglo XV, con la unión de los territorios de Castilla y Aragón por el matrimonio de los Reyes Católicos y la conquista de Granada, también por parte de éstos, desaparecen dos grandes incertidumbres que pesaban sobre la comarca, permitiendo el paulatino y lento poblamiento de ella.
Así pues, durante el siglo XIV, el Campo de Cartagena, era un lugar inhospito, deshabitado y muy peligroso para el hombre. Era una tierra semi abandonada donde las personas que se aventuraban en ella, generalmente pastores con sus rebaños, corrían el riesgo de ser asaltados, robados, secuestrados o muertos, por almogávares, piratas, o por simples bandidos del lugar.(Veas Arteseros, 1985)
El campo de Lorca, participaba de unas condiciones de despoblamiento similares a las que tenía el Campo de Cartagena, sobre todo en su franja costera, pues participaba de todas las incertidumbres que concurrían el Campo de Cartagena. La situación era la siguiente: "fué cubriéndose de maleza todo el término hasta el punto que se cazaban ciervos y otras reses mayores en los bosque de la Escarreruela, Puerto Adentro, Pozo de la Higuera y otros puntos del término". La despoblación y el abandono de cultivos era un hecho perceptible (Torres Fontes y Torres Suarez, 1984). Así pues, una serie de circustancias adversas para el hombre, permiten un respiro a la naturaleza sobre la que se asienta.
Un hecho acontecido en agosto de 1437, ejemplifica claramente hasta que punto el Campo de Cartagena era un desierto en esa época y en verano las condiciones hostiles arreciaban. Ocurrió que unos galeotes llegados a San Pedro del Pinatar, se escaparon y se adentraron en el campo y hubo que salir a socorrerlos:..."por el tiempo ser tan fuerte de los grandes soles et el dicho campo estar sin agua et ellos ser sallidos sin ninguna provisión que estavan a condiçion de ser perdidos de sed"(Martinez Carrillo, 1987). En esta tierra inhóspita, los vecinos de Murcia se adentraban a realizar distintos aprovechanientos que mencionaremos más adelante.
Por una ordenaza para proteger Carrascoy de los incendios provocados por los carboneros, sabemos que dicha sierra se encontraba cubierta de pinos (Pinus halepensis. Miller) y carrascas (Quercus ilex. L.) (Torres Fontes, 1981)
Podemos suponer, pues, que en la Baja Edad Media, el Campo de Cartagena
presentase un paisaje vegetal similar a épocas anteriores consistente
en una maquia levantina bastante espesa, integrada por lentiscos, coscojas
(Quercus coccifera. L.) espartos, palmitos, artos y espinos negros
(Rhamnus lycioides. L.), salpicada de pinos, acebuches (Olea
europaea. L) y encinas. Los árboles seguramente eran más
abundantes en las Sierras Prelitorales, sobre todo el pino y también
la encina o carrasca.
Usos del monte
En cuanto a los aprovechamientos que se hacían de este monte,
el más habitual era la corta de leña, el carbón, la
barrilla, la lentisquina, la grana de las coscojas, la miel y el esparto.
Además este áreaera una gran reserva de caza menor de perdices
y conejos, y sobre todo de pastos. Esta última es con mucho la actividad
económica más importante realizada en el Campo de Cartagena,
por lo menos hasta el siglo XVI.
El pastoreo. Las dehesas.
Una gran extensión de terreno, plana, con una crónica escasez de agua que condicionaba la expansión de los cultivos y cubierta por un manto vegetal compuesto en su mayor parte por matorrales y arbustos y escasamente poblado, tenía todas las premisas para convertirse en una zona ganadera de primer orden.
Durante la Edad Media los ganados afluían a la comarca, que se situaba en el final de la gran cañada de la Mesta que bajaba desde Cuenca. En el Campo de Cartagena herbajeaban varios tipos de ganados, según su procecencia. Por un lado los propios de los habitantes de la ciudad de Cartagena, por otro, los ganados de Murcia, además los ganados de las ciudades con las que las anteriores tenían hermandad de pastos, y por último los ganados foráneos que venían a pastar en invierno.
Murcia, Cartagena y Lorca tenían un tratado de hermandad que garantizaba a los ganados de las tres ciudades libertad de pasto en los tres términos. La hermandad Cartagena - Lorca, a la que Pérez Picazo y Lemeunier califican para el siglo XVI como "Un señorío pastoril colectivo" (Jiménez Alcazar, 1992), se acordó a finales de 1364, y ambas se comprometieron a permitir la entrada, estancia y salida de sus vecinos y rebaños en el término de cada una de ellas "francos e libres e quitos de todo pecho e derecho" pudiendo "pacer las yervas e tajar madera e coger grana e caçar e bever las aguas con tranquilidad"(Veas Arteseros, 1987). Así pues la hermandad iba más allá que la simple comunidad de pastos. Se trataba de un aprovechamiento común integral de todos los recursos forestales de ambas ciudades. Las relaciones entre las dos ciudades no fueron siempre armoniosas. El litigio más sonado, fue el que protagonizaron por la posesión de Campo Nubla, situada entre los términos de Murcia, Cartagena y Lorca, que quedó definitivamente para Cartagena en junio de 1532.
En cuanto a la propiedad de la tierra de pastos, éstos, según los privelegios otorgados por Alfonso X tras la conquista de Murcia, se consideraban bienes comunes para el libre uso por parte de todos los vecinos, los cuales acudían con sus rebaños y aprovechaban todos los recursos forestales que la comarca ofrecía. Pero muy pronto ese uso común va perdiendo terreno, en favor de los propios municipales y de la propiedad privada. Así por ejemplo, muy pocos años después de la conquista, en 1277, una parte del Campo de Cartagena, que ocupaba un sector a caballo entre los términos de Murcia y Cartagena, divididos por la rambla del Albujón, pasó a convertirse en dehesa de conejos, en coto concejil para guardar la caza, que quedaba para uso común de ambas ciudades (Molina Molina, 1989).
Desde mediados del siglo XV, cuando el concejo de Murcia quiere poblar el Campo de Cartagena, lo hace mediante la concesión de tierras a los vecinos para incentivar la ocupación del territorio. Estas concesiones, que se hacían como tierras de cultivo, no consiguieron darle a la tierra ese uso, sino que fueron aprovechadas por los grandes ganaderos para hacerse con mayores terrenos de pasto. El resultado fué que se redujeron las extensiones de pastos comunales, no aumentó casi nada el terreno cultivado y aumentaron mucho los terrenos de pasto privado, de manera que la oligarquía murciana se apropió, bajo ficticias concesiones de tierras de labor, de terrenos de pasto para su uso privado.
Estos grandes propietarios de ganados trataban de acaparar toda la tierra posible y al mismo tiempo, impedir que pequeños campesinos lograran acceso a reducidas zonas de cultivo para labrarlas de verdad, como ocurrió en 1478, cuando una disposición del concejo de Murcia impidió la penetración de labradores en la zona del Jimenado, en el centro del Campo de Cartagena. Además, los grandes ganaderos subarrendaban las yerbas a terceros, como fué denunciado ante el corregidor en 1489. En 1502, los reyes ordenaron que se revisasen las donaciones de tierras, y se obligase a los dueños a cultivarlas (Marín García, 1988), de lo que colegimos que a finales de la Edad Media, las roturaciones en la comarca eran todavía escasas predominando el terreno inculto cubierto de vegetación silvestre.
A partir de 1480, el concejo de Murcia, concede tierras comunales o exención de terrazgo para agradecer los servicios prestados a la ciudad por alguna persona: "ordenaron y mandaron que los que fueran en la muerte de Abençada no paguen de aquí adelante el terradgo al conçejo de lo que cojieren en los secanos realengos" (Molina Molina, 1989).
En 1498 la ciudad de Murcia, ordena a Rodrigo de Arróniz, gran propietario, y a otros en su misma situación "que no inquieten, ni perturben, ni molesten, ni prohiban al concejo de la dicha cibtad pascer de la dicha yerva, e roçar, e cortar" (Molina Molina, 1989), pues a pesar de la donación, el uso tradicional del monte se mantiene.
El número de cabezas de ganado que pastaban en el Campo de Cartagena, desde el siglo XIV, eran un promedio de unas 50.000 ovejas al año, número que aumentó en el siglo siguiente. En años excepcionales, como en la temporada 1488-89, llegaron a las 200.000 (Montojo, 1987), por contra, en la temporada 1503-04 solo se llegó 14.616 cabezas, sin contar con los ganados del lugar (Molina Molina, 1989).
La mayor concentración de ganados se daba en la parte de poniente, el lugar más alejado del mar, en la zona de Torre del Arraez, Balsa Pintada, Balsa Blanca, y Balsa de don Gil, o sea lugares con agua para abrevar y próximos a Murcia.
Los años de baja afluencia de ganados, eran producto de la sequía, como en los años 1374 y 1375, en los que la dehesa del Campo de Cartagena no se arrendó: "por quanto los ganados estrageros no vinieron al Canpo de Cartagena a estremo por los años secos que fizo" (García Díaz, 1990), o de la guerra con Granada. Esto representaba escasez de carne y una drástica disminución en los ingresos de los concejos en concepto de montazgo, y para el de Murcia, además, el del peaje de los ganados por sus cañadas (Martínez Carrillo, 1980), pero permitía un respiro a la vegetación natural en unos momentos de adversidad climática, ya que este pastoreo tenía sin ducda una reprcusión negativa sobre el monte.
Ante tal abundancia de carne, los lobos prosperaron grandemente: "Por quanto algunas personas dizen que se compren çaraças (=cebos de comida con vidrios machacados, agujas, venenos etc.) para los lobos, porque en esta tierra ay muchos de ellos..." (Torres Fontes 1988). Los concejos, por tanto, ponen precio a su cabeza. En Murcia, en 1480, se pagaban 150 maravedís por un lobo y 200 por una camada,en vista de que el "saludador" de lobos que se enviaba, normalmente no servía para nada. A finales del siglo XV, se pagaban 100 maravedís por un lobo, 150 por una loba y 200 por una camada (Chacón Jiménez, 1977 y Torres Fontes, 1981), o sea, que los precios tienden a mantenerse e incluso a ir a la baja, por lo que podemos pensar que la abundancia de lobos era mucha. En el término de la vecina Lorca, con unas características muy similares a las de Cartagena, también abundaban los lobos, a los que asimismo se ponían trampas con zarazas. En esta ciudad, en 1508, se pagaba también 200 maravedís por una camada de cuatro lobeznos (Jiménez Alcazar, 1992).
La grana
Uno de los productos principales que se extraían del Campo de Cartagena era la grana la cual se obtenía de la hembra de la cochinilla de la coscoja Kermesococcus ilicis perteneciente a la familia Coccidae, que acidificada con vinagre y secada al sol, proporciona un colorante rojo oscuro, llamado ácido kermésico, que se usó desde la antigüedad para tintar paños (Rivera Núñez y Obón de Castro, 1991). La mejor grana se obtenía en los años en los que el invierno hubiese sido suave, pues se cría mejor en clima cálido. Por eso era cerca del mar donde se recolectaban las mejores cosechas.
La abundancia de la coscoja en la comarca está fuera de toda duda, tanto que aún a mediados del siglo XVI, las autoridades de Cartagena sorprendieron a ciento veinte hombres de Elche y Alicante que habían venido a coger grana al Rincón de San Ginés, en la parte oriental del término ( Ac.Cap. 18-V-1566 AMC)
Tanto en Murcia como en Cartagena había talleres de tintoreros, que entre otros tintes, usaban la grana. En el siglo XV, los comerciantes italianos acudían a buscarla entre otros productos: "Comme les autres marchands italiens, Datini vient chercher à Murcie des produits primaires, c'est-à-dire de la cochenille" (Menjot y Cecchi, 1989). Los corredores de comercio de Murcia, a principios del siglo XIV, catalogaban las distintas calidades de la grana en: grana apurada y seca, grana verde y grana mustia (Torres Fontes, 1978). En el siglo XIV se regula la explotación de la grana imponiendose periodos de veda, y para los infractores se imponen fuertes multas al principio, y más tarde 100 azotes (García Diaz, 1990). El comercio de la grana estaba pues reglamentado y Fernando IV, a principios del siglo XIV mandó confirmar una carta de su padre que estipulaba que la grana estaba sometida a diezmo:"todos aquellos que troxieren grana a vender que la vengan a pesar a los pesos de las mis aduanas y que paguen el diezmo bien et conplidamente". Esta disposición afectaba a toda la grana que se vendiese en el obispado de Cartagena. (Torres Fontes, 1980)
Además de la extracción de la grana, la coscoja, o mejor dicho, su corteza se utilizó para curtir pieles.
Otros usos del monte
Por una carta del mismo Fernando IV, fechada el 18 de mayo de 1305, que es una confirmación de la franqueza que se le concedió a la ciudad de Murcia para que pudieran pastar sus ganados libremente en todo el reino, conocemos una descripción de los usos del monte en estas tierras, en época muy temprana:"et que corten en los montes para lenna et para carbón et para madera de casas, salvo ende darboles que levaren fruto, et que ningunas non fagan deffesa en ningun logar del regno de grana nin de pastos nin de conejos (...) et an presos et despechados a muchos de sus vezinos que yvan alla con ganados et con colmenas, et a lenna et a grana coger" (Torres Fontes, 1980).
En el siglo XV, era de uso frecuente la fábrica de la barrilla, a expensas de la gran variedad de sosas barrilleras que producía la tierra: "çierta sosa que se fase en la Manga del Pinatar ente el Albufera e la mar, i en las golas" (Pocklington, inédito). Jerónimo Münzer, en su Viaje por España y Portugal en los años 1494 y 1495, (Torres Suarez, 1992) describe la abundancia de plantas barrilleras, así como la forma en que se empleaba para la fabricación de vidrio: "El mismo dia catorce salimos de Murcia, y a distancia de seis leguas de camino, por una tierra llana, donde crecen el esparto y la hierba llamada sosa...(que emplean en) una buena fábrica de vidrio, el cual hacen de esta manera: mezclan dos partes de ceniza de sosa con una de arena muy blanca, finamente pulverizada; muelen esta mezcla con una enorme piedra como de molino; amasan después con el polvo molido unas tortas a modo de grandes panes y las meten en un horno" (Torres Suarez, 1992).
Y continúa: "La hierba sosa nace por allí en tanta copia como la grama en Alemania; su tallo es de la altura del tallo del esparto; su fruto blando y la flor verde como la del avellano. La masa preparada exportase también a diversos sitios... La sosa es mejor, sin embargo, en Cataluña y Valencia, donde hacen con ella hermosísimos vidrios" (Torres Suarez,1992). Con todo, el aprovechamiento que consumía más barrilla e indujo a su cultivo fué la industria jabonera que no se desarrolló en la comarca hasta la segunda mitad del siglo XVI.
El lentisco, abundante en toda la comarca, era aprovechado en su totalidad, pues cada una de sus partes tenía una utilidad: su leña daba un fuego muy vivo y de ella se obtenía un carbón de excelente calidad. Las cenizas también se aprovechaban para la fabricación de la sosa, su resina, llamada lentescina o almáciga, de color blanco o amarillento y muy aromática, se obtenía practicando incisiones en sus ramas y tronco en los meses de verano y se utilizaba para hacer barniz, blanquear la dentadura y perfumar el aliento.
Pero el aprovechamiento más importante del lentisco era la lentisquina, o sea, el aceite que se obtenía machacando el fruto en unas almazaras especiales y al que se llamaba "aceite de mata" para distinguirlo del aceite de oliva o "aceite dulce". El uso primordial que se dió a la lentisquina fue el del alumbrado, pues no ahumaba y despedía un olor muy agradable, aunque en épocas de escasez también se usaba para cocinar (Montojo, 1987).
También los ganados que pacían en el gran lentiscar comían sus frutos, lo que reducía la cosecha de lentisquina
La explotación de la madera era importante en estos siglos, y la comarca constituía una reserva para la ciudad de Murcia. Al estar tan despoblada, las actividades que en ella se realizaban era más extensivas que las que se practicaban en la huerta de Murcia: En 1414 se dice "que puedan cortar madera et estacas en el Pinatar" (Pocklington, inédito).
El carboneo era una actividad muy importante para el abastecimiento de las ciudades y se hacía, preferentemente en la zona de la Comarca de Cartagena por las mismas razones que se practicaba el madereo. "Las personas que fizieren carbon en la senda que va a la Fuente del Syscar" (Pocklington, inédito) El carboneo estaba más controlado que otras actividades porque consumía grandes cantidades de leña, y también porque propiciaba la propagación de incendios
El esparto se trabajaba como en épocas anteriores, esto es, se le segaba en primavera, se dejaba a secar y más tarde se ponían a remojo en agua, que si era de mar, tanto mejor. Se volvía a secar y se volvía a humedecer. Al secar de nuevo, ya estaba listo para innumerables usos: cestos, alpargatas, cuerdas, redes de pesca, sacos e incluso para vestimentas de los agricultores pobres etc. El esparto, usado como mínimo desde el Neolítico, llega prácticamente hasta nuestros dias, donde los productos sintéticos han dado al traste con una industria que se pierde en la noche de los tiempos. Como anécdota referida a los innumerables usos del esparto, diremos que los almogávares musulmanes, cuando entraban en tierras cristianas, cambiaban las herraduras de hierro de sus caballerías por otras de esparto, para no hacer ruido. (Ferrer, 1996)
Así mismo se usaban las cañas y los carrizos como material de construcción, entramándose con juncos, aneas, esparto y albardín, enluciéndose por las dos caras y utilizándose como tabiques en las viviendas. Formaban parte también, de la techumbre de las casas, poniéndose bajo las tejas. Bajo los terrados se ponían entramados de juncos, aneas y espartos ya desde la prehistoria (Lillo Carpio, 1987). Además, todos estos materiales se usaban como combustible (Martínez Carrillo, 1980). Las cañas se utilizaban también para hacer las encañizadas de pesca en las golas del Mar Menor: en 1481 se dice "Que pueda faser una pared d´estacas e cañas en la goleta pequeña que traviesa por la Goleta de la Albufera" (Pocklington, inédito).
Las tápenas o alcaparras, fruto de la tapenera (Capparis spinosa L.) que es una planta silvestre de los taludes y campos secos de la región, se utilizó desde antiguo tomándose como encurtido. En 1478, entre otros productos, se exportaban tápenas de Murcia.
En las Ordenaciones al Almotacén de Murcia, de los primeros años del siglo XIV, aparece regulada la venta de productos de la tierra, como los espárragos (Torres Fontes, 1983).
De los montes de las zonas más altas de la región se obtenía la hierba ballestera. Probablemente de las dos variedades existentes, la blanca y la negra, fuera la negra (Helleborus foetidus L.) la que se obtenía en Murcia. Esta planta la utilizaban los ballesteros en la Edad Media para emponzoñar las flechas que usaban para cazar y para la guerra. En 1407 aparece entre los pertrechos adquiridos para la guerra:"e que compraste dos quintales de polvora e una arrova (11,5 kg.) de yerva de vallesteros" (Vilaplana Gisbert, 1993) Sus efectos son debilitamiento y entumecimiento, diarrea, llegando al delirio, convulsiones y la muerte por insuficiencia respiratoria, pues contiene un fuerte tóxico cardiaco llamado eleborina.
Abundaban también las setas y otros productos utilizados desde antiguo: "no se podía vedar a los vecinos de la ciudad de Murcia la caza, pastos, recogida de caracoles, espárragos, setas y grana" (Molina Molina, 1987).
Entre los productos tintóreos, además de la grana, también en el Campo de Cartagena se produce rubia en sus dos variedades, la Rubia peregrina L. y la Rubia tinctorum L., la primera es de caracter rupícola, y la segunda más ruderal. Las dos producen un tinte rojo: la granza, o rubia de los tintoreros, aunque la tinctorum dá un color más fuerte y en más cantidad que la peregrina. En la Baja Edad Media, se consigna en la aduana del puerto de La Losilla, por donde salen los productos hacia la Meseta, el paso de rubia (Montojo, 1986).
Los caracoles, mencionados siempre entre los aprovechamientos forestales de la comarca, tenían apreciable importancia en la dieta de sus habitantes, y se consumían desde la prehistoria. Tanto es así que en 1501, la ciudad de Murcia decide protegerlos estableciendo un coto de caracoles en los siguientes términos: "Porque desde la venta del Algimenado hasta el Albujón y de allí al Estrecho, y por la rambla de Escaleruela arriba y en la Torre de las Ventanas, y de allí al Pozo Ancho hasta tomar el dicho Algimenado, se crían muchos caracoles, y muchos veçinos de la çiudad los traen para provisión de la çiudad; y por causa de andar algunas manadas de puercos y destruyen los caracoles, el conçejo ordena y manda que no apacienten puercos en estos limites" (Chacón Jiménez, 1977).
La miel y la cera de las colmenas, explotación tradicional de la comarca, continúa a lo largo de la Edad Media, como se hizo en la Antigüedad y como se sigue haciendo hoy en dia. Durante esta época surgen ordenanzas municipales y también leyes del reino para la protección de las colmenas, como las Ordenanzas para los Comeneros de 10 de julio de 1501, por las que se regula la protección y comercialización de la miel y la cera de Murcia (Torres Fontes, 1984) .
Los palmitos tenían varios usos, por ejemplo, su cogollo es comestible, sus hojas se usaban para hacer escobas y brochas y su fibra para limpiar armas. En 1453, el regidor de Murcia y comendador de Lorquí, Sancho Dávalos envió al rey Juan II, que tenía una justa fama de buen comedor, entre otros productos típicos de la región unos palmitos (Torres Fontes, 1974).
Los murtones o frutos del mirto se consumieron hasta bien entrado el siglo XVIII (Rivera y Alcaráz, 1986)
Las gaviotas nunca se comieron por su sabor repugnate, pero si sus huevos, que se vendían en los mercados a más bajo precio que los de gallina (Casal, 1932)
La caza
Otro recurso forestal muy utilizado en esta época es la caza. En el ya citado Libro de la Montería de Alfonso XI, en la primera mitad del siglo XIV, se describen los siguientes terrenos de caza: "Otrosí en la tierra de Cartagena hay estos montes: la Sierra del Garrobo es buena de puerco en ivierno (...) la Sierra de Porte Main (Portmán) es buen monte de puerco en ivierno...el monte de Cabo de Palos es muy buen monte de puerco en ivierno. Et este monte es cerca de la mar, et cerca de este monte hay una isla, que entra en la mar, et dura bien una legua, et hay en ella muchos venados" (¿Isla del Ciervo?).
Respecto a los terrenos del Campo de Cartagena pertenecientes al término de Murcia dice: "el Pinacar (Pinatar) es un buen monte de puerco en ivierno...la Sierra de Carrascoy es buen monte de puerco en ivierno...el monte de Mendigol (Baños y Mendigo) es bueno de puerco en ivierno".
También se cita como pobladores de las tierras llanas los venados, encebras, corzos y gamos. Alfonso XI, ordena que en el término de Murcia, "ninguno sea osado de matar puerco, ni oso, ni gamo, ni con ballesta ni con cepo, ni con otro armadijo, so pena de ciertas penas, porque en el término de la dicha ciudad había pocos montes donde los dichos puercos y osos se pudiesen criar, y que en los lugares de dicho reino, a ella comarcanos, hay mucho término donde se crian" (Torres Fontes, 1984). Posiblemente esta caza empezaba a escasear, por lo que se dictan estas ordenanzas. También ocurría que la caza mayor era caza de nobles, y éstos protegían por ley sus privilegios.
Todavía en 1525, Carlos I prohibe que en todo el reino de Murcia se cazasen osos, ciervos y puercos con "ballestas, ni con escopetas, ni cepo, ni otro armadijo" (Torres Fontes, 1984), lo cual nos confirma que, aunque escasos, todavía quedaban algunos ejemplares de dichos animales. Los osos nunca llegaron a habitar el campo de Cartagena, aunque se quedaron muy próximos, en la sierra de Carrascoy.
Con respecto a las encebras, éstas son descritas en la Relación de Chinchilla de 1576 de la siguiente manera: "a manera de yeguas cenizosas, de color de pelo de rata, un poco mochinas, que relinchaban como yeguas y corrían más que el mejor caballo y las nombran encebras" (Torres Fontes y Molina Molina, 1980). Las encebras son asnos salvajes u onagros y abundaron en la peninsula Ibérica en toda la Edad Media. En las obras literarias aparece como ejemplo de animal arisco y veloz, y en textos valencianos del siglo XV se le menciona como animal corredor por excelencia Así, en un romance fechado en 1500 se habla de la fuga del rey Marsín "caballero en una zebra, no por mengua de rocín". E. de Villena en su Arte Cisoria, nos explica que la carne de encebra se come "para quitar peresa" (Corominas y Pascual, 1984). Las cebras o encebras, eran pues, animales corredores y herbívoros, por lo tanto habitantes de terrenos llanos y con pastos abundantes. Esta característica les hizo entrar en competencia con los ganados, y conforme se fueron ampliando los terrenos de pastos fueron desplazando a las encebras, las cuales se fueron retrayendo, no corriendo la suerte de otros animales que se pudieron refugiar en las zonas de montaña, pues las encebras eran animales de llanura y además perseguidos por su carne, de forma que su extinción coincidió con la extensión de las zonas ganaderas.
En la actualidad, queda como recuerdo de la presencia de estos animales el topónimo Las Encebras, un caserío del término municipal de Jumilla, al noreste de la Región de Murcia (Nomenclator, 1986).
También perdices y conejos, mucho más abundantes que la caza mayor, son protegidos por ley, vedandose desde primeros de marzo, hasta finales de septiembre. Además, la dehesa de conejos mencionada anteriormente, se hizo en una época muy temprana, en 1277:"fazer dehesa de conejos en su término que ellos an en el Campo de Cartajena" (Torres Fontes, 1984). Esta dehesa, común a los dos términos municipales y a caballo de ambos, estaba regulada por una serie de vedas para preservarla de la sobreexplotación.
Además de las perdices, también abundaban palomas, torcaces y francolines. La caza de estos últimos se reservaba a la realeza: "Por quanto es caça que pertenece a sus altezas" (Torres Fontes, 1984), para el resto de la población era caza vedada todo el año. El francolín se consideraba la más noble de las gallinaceas y, así, en el Guzmán de Alfarache se dice que "la gente villana siempre tiene a la noble (...) un odio natural (...) como el gallo al francolín" (Corominas y Pascual, 1984).
El francolín, llamado francolín de collar (Francolinus francolinus) es una gallinacea, de la familia Phasianidae, genero Francolinus, más grande que una perdíz, tiene la gorja y el vientre negros, la espalda gris con pintas blancas y las patas rojas. El macho de la especie tiene un collar color castaño muy característico. Parece una mezcla de faisan y perdiz, aunque su carne es mucho más fina que la de ésta. El francolín fue seguramente introducido en la Baja Edad Media, o por lo menos así se desprende de la carta de Juan II de 20 de mayo de 1454: "Por quanto a mí es fecha relación que en término de la çibdad de Murçia, son venidas de algun tienpo acá unas aves que llaman francolines, los cuales porque multiplique e se estiendan por mis regnos por ser cosa nueva en ellos e yo dellos pueda ser servido" (Torres Fontes, 1974). Los primeros datos sobre francolines en Murcia datan del 3 de octubre de 1447, cuando se prohibe comprarlos en el mercado a judios y moros pues eran "aves presçiadas e devan antes gozar dellas los christianos que los moros e judios" (Torres Fontes, 1974).
En 1454, Juan II, dicta ordenanzas de regulación de caza de francolines, prohibiendo dicha caza con cualquier arte, excepto con halcón, que queda libre. A pesar de ello, el concejo de Murcia le hizo llegar al rey Enrique IV, en 1458, quince parejas de francolines vivos, por los que pagó 12 maravedís por pareja, con el fin de que pudiese dicho rey repoblar con ellos los alrededores de la corte, pues se trataba, como ya vimos, de una caza de nobles, que cazaban con halcón. (Torres Fontes, 1974).
Los francolines fueron abundantes hasta el siglo XVIII, quedando extinguidos en Europa en el siglo XIX. Hoy en dia solo viven en Chipre, y en Asia Menor.
En el Libro de la Caza del Infante Don Juan Manuel (Gutierrez de la Vega, 1879) se enumeran las especies suceptibles de ser cazadas con halcón en Murcia y las describe así: "Et cuanto ánades, non hay muy buena caza dellas para falcones, salvo algunas si las fallan al campo de Sangunera, ó por aventura en algunas acequias que se pueden cazar en Cartagena, non há otra ribera sinon la mar et el acequia de que se riega la huerta; et en esa acequia hay garzas á veces, et dó entra esa acequia en la mar, hay muchas garzas..."( Gutierrez de la Vega, 1879). "Otrosí, en Cartagena hay una laguna cerca della Villa et non há siempre agua en ella. Mas cuando ha hí agua están muchas garzas, et á veces muchos flamenques (...) Otrosí, dice Don Johan que porque la caza de las perdices et de las liebres non es caza tan noble nin tan apuesta commo la de ribera, que non quiso facer en este libro mencion de los lugares dó há estas cazas. Mas dice que todo el Regno de Murcia há mucho desta caza. Et en todo lugar aguisado de lo buscar fallarán mucha della. Et aun será hí otra caza que non es tan apuesta commo la de ribera. Mas es lo mas que de las perdices et de las liebres esta es que ha hí muchos sisones et muchos alcaravanes...Et porque los alcaravanes son mas aves de paso há muchos dellos en el ivierno en el Regno de Murcia" (Gutierrez de la Vega, 1879).
Las palomas también se cazaban, aunque predominaban las domésticas
sobre las torcaces.
Peligros que amenazaban
Muchos eran los peligros que acechaban la pervivencia del monte, unos naturales, como las plagas y en parte los incendios, otros de carácter antrópico, y entre ellos podemos señalar el carboneo, los incendios provocados y las roturaciones de tierra para su puesta en cultivo. Estos últimos factores eran mucho más nocivos que los de origen natural.
Entre los factores antrópicos que gravitan negativamente sobre
el monte en esta época, están las cabalgadas de moros
del Reino de Granada en estas tierras, concretamente las llamadas Talas,
que consistían en infiltraciones en los meses de primavera, cuando
no se había levantado el fruto, incendiando y talando cultivos y
monte, para dejar más indefensos y débiles a los habitantes
del lugar (Martínez, Martínez, 1987).
El carbón. Los incendios
A pesar de que el incendio natural es consustancial al paisaje mediterraneo y una forma natural de renovación del bosque, a éste se suman los incendios provocados por el hombre, pues era bastante frecuente que, sobre todo los carboneros, se descuidasen y el fuego se desmandase afectando seriamente a la vegetación. Diego Hurtado, en 1483 dice, exagerando bastante, que el Campo de Cartagena estaba "perdido e talado e quemado por mengua de la guarda de Cavalleros de la syerra" (Molina Molina, 1989).
El carboneo se señala en esta época como la principal
fuente de destrucción del monte, ya que el carbón es imprescindible
para el funcionamieento de muchas industrias y de los hogares, pues el
carbón mineral no se utilizará hasta el siglo XVIII. Así
pues, se talan muchos árboles y monte bajo para su fabricación,
con la secuela añadida de incendios provocados o fortuitos:..."En
el dicho conçejo fue dicho que los castellanos que eran venidos
aqui a la çibdad que por fazer carbon que avian echado fuego en
Carrascoy, e que avian quemado muy gran parte de pinares e de carrascas..."
(Torres Fontes, 1981). Por esa razón el Concejo de Murcia manda
que: "personas algunas non sean osadas de encender fuego en el canpo
ni fazer ceniza de aquí adelante fasta el mes de setiembre por el
mucho daño que dello se sigue, aperçibiendo a qualquier que
lo contrario fiziere que le atarán los pies e las manos e lo lançazarán
a su aventura en el fuego" ( Molina Molina, 1989). Las penas en general,
no son tan terribles, y las autoridades suelen contentarse con imponer
una multa al infractor.
Las roturaciones
Ya hemos visto como el Campo de Cartagena, por su falta de seguridad y clima adverso, era durante la Baja Edad Media una reserva de tierras comunales cuyos productos podían ser explotados libremente por los vecinos de Murcia y Cartagena, y aquellas ciudades con las que éstas tenían hermandad de pastos. Eran tierras sin colonizar en el siglo XIV y permanecieron prácticamente baldías durante muchos años. Solamente, en el piedemonte de las Sierras Prelitorales, se cultivaban tierras en el siglo XIII:..."do derrama la rambla que riega las lavores de Mendigol" (Torres Fontes, 1977). A finales del siglo XV, las condiciones adversas mejoran, y comienza un tímido impulso roturador.
El repartimiento del Campo de Cartagena perteneciente al término de Murcia, fué ordenado por Alfonso X el 22 de abril de 1268. Los primeros fueron los de Mendigol (Baños y Mendigo) y Borrambla, y posiblemente la Torre del Rame. Al finalizar 1272, terminaba la segunda fase de la repoblación del Campo de Cartagena, y la mayoría de los donadíos y heredamientos son en Mendigol (Torres Fontes, 1990). La mayor parte de los beneficiados por los repartos de tierra abandonaron poco después sus posesiones, si es qie llegaron a ocuparlas.
Los cultivos que se hacen en esta época son de cereal, el cual era llevado a moler a Murcia, pues en Cartagena no había molinos harineros. La producción era muy escasa porque la zona cultivada también lo era. En 1405, había gente labrando tierras en Mendigol, y solicitaban permiso para poder segar (Martínez Carrillo, 1980).
A mediados del siglo XV se intensifican las roturaciones en el Campo de Cartagena, y es realmente en esta época cuando empieza la auténtica roturación. La oleada en el caso del término de Murcia va de norte a sur, sobre todo en el norte, por la seguridad que ofrece la proximidad de Murcia, y por el aprovechamiento de las aguas bajantes de las Sierras Prelitorales. Las epidemias detienen momentaneamente las roturaciones, pero vuelven al principios del XVI, cuando aumenta la población (Molina Molina, 1989).
En el periodo que va de 1450 a 1504, se suceden tres impulsos roturadores del Campo de Cartagena, en la zona perteneciente al término de Murcia. En el primero de ellos, que se produce en los años 1450-1474, el concejo de Murcia, concede unas donaciones con un monto total de 3.887,8065 Has., todas ellas en el piedemonte de las Sierras Prelitorales. Algunas se conceden andentrándose más en el campo, pero solamente en la zona de poniente, o sea, la más alejada del mar y de la raya de Aragón, llegando los donadíos hasta El Estrecho, en el límite con Cartagena.
La segunda fase abarca de 1475 a 1491 y es la época de máximas concesiones, llegando a repartirse 17.068,8063 Has. Dentro de esa fase se distinguen claramente dos periodos: entre 1478 y 1480 se produce una época de euforia porque los Reyes Católicos ganan la guerra de Sucesión, lo que da sensación de seguridad. En el periodo 1489-1490, debido a la peste de 1489 y a la guerra con Granada en la que se ganan tierras a los moros, se asiste a la repoblación de la tierras abandonadas y las conquistadas. En esta ocasión las donaciones, empiezan a despegarse de las Sierras Prelitorales, extendiendose por todo el campo, llegando a la rambla del Albujón, aunque siempre alejadas de Aragón y del mar.
En la tercera fase, entre 1492 y 1504, se reparte un total de 7.845,8777 Has. El momento más intenso es el de los años 1500-1501, por el fin de la guerra de Granada. Las donaciones se efectúan de una forma similar a la anterior, pues la costa sigue siendo insegura por los corsarios, además de ser zona de saladares poco aptas para el cultivo (Molina Molina, 1989).
En total, unas donaciones por un monto de 28.802,490 Has , en un periodo de 54 años, no parece un ritmo de roturación muy fuerte. La mayor parte del campo seguía baldía, con los aprovechamientos tradicionales del monte. Además, mucha tierra dada para cultivo no se roturaba y se usaba para pastos. Esta situación se mantendrá hasta mediados del siglo XVI.
En Cartagena, también por el aumento de la población de finales del siglo XV y principios del XVI, se experimenta una mayor necesidad de tierras de cultivo y de pastos que en el resto de Murcia (Montojo, 1987). El concejo de Cartagena en el periodo que va de 1477 a 1514, hace, que sepamos, 26 donaciones de tierras, pero casi todo el terreno es en los alrededores de la ciudad, el resto: 1 en Pozo Ancho, 1 en la rambla de San Ginés y 1 en la Cantera (Molina Molina, 1987).
A los receptores de las donaciones, se les imponían una serie de condiciones, como cultivar la tierra en un corto periodo de tiempo (2 años, 3, 4 como máximo), para evitar que fuese una apropiación encubierta de terreno de pasto, así como dejar libre el uso tradicional del monte. En 1479 el concejo de Murcia advierte "que ninguna persona que tienen heredades en el campo realengos... que no puedan vedar a otros qualesquier personas el bever de las aguas a pastores ni a caminantes, e asy mismo caçar, e cojer madera... qualesquier persona a quien el conçejo ha dado, e diere de aqui adelante, lavores en el Canpo de Cartajena, no defienda a los vezinos desta çibdad, la caça, e madera e coger la grana, e el paçer so pena que perderá el heredamiento que el concejo le dio e ha dado..." (Molina Molina, 1989). Tampoco se podía vedar a los vecinos la recogida de caracoles, espárragos, setas y grana. El concejo de Cartagena no ponía tantas trabas (Molina Molina, 1987). La mejora de las condiciones de seguridad, junto al aumento de población, trae como consecuencia, que muchos jornaleros que trabajaban la huerta de Murcia vean la posibilidad de cultivar su propia tierra, produciéndose una emigración de huertanos pobres que se van a poblar como colonos el Campo de Cartagena: "Sepades, que a nos es fecha relaçión, que muchos vezinos desa dicha çibdad dexan de labrar en las huertas della e se salen a labrar al Canpo de Cartajena..." (Molina Molina, 1989).
La ocupación del territorio por los labradores debía hacerse con el permiso de los concejos, prohibiéndose la roturación salvaje. En 1478 el concejo de Murcia advierte "que personas algunas lo sean osadas de entrar a labrar en las tierras realengas asy en el Canpo de Cartajena como en los otros términos de la çibdad syn liçençia e autoridad del dicho conçejo..."(Molina Molina, 1989).
Cuando los ganaderos ven invadir sus terrenos tradicionales de pasto
por unas roturaciones cada vez más amplias, protestan y aparecerán
los conflictos. Los labradores invaden zonas de pasto y los ganaderos responden
metiendo el ganado en los sembrados, y los concejos han de dictar ordenanas
que protejan las nuevas zonas de cultivo (Martinez Carrillo, 1980).
Las plagas
De todas las plagas era, sin duda, la de la langosta la que afectaba más duramente al área del Campo de Cartagena. La especie de langosta más frecuente como plaga es la Daciostaurus maroccanus o langosta común. Ya en la Antigüedad se afirmaba que la langosta azotaba todos los años a la provincia Cartaginense. Las leyes visigodas hablan de estas plagas: "Propter lacustarum vastationen adsiduam" (Torres Fontes, 1988). En España, en la Edad Media, la primera plaga de langosta de que se tiene noticia fue alrededor del año 1040. (Azcárate Luxán, 1996).
La langosta, cuyas puestas quedaban enterradas durante el otoño y el invierno, eclosionaba en primavera y afectaba sobre todo a las tierras de secano, pues existe una relación muy significativa entre grandes extensiones de terreno no cultivado e intensidad de la plaga (Azcárate Luxán, 1996). Influye también el clima seco y cálido, por lo que no es de extrañar la recurrencia de esta plaga en el Campo de Cartagena, donde los cultivos de regadío se circunscribían a la pequeña huerta próxima a la ciudad de Cartagena. Las formas de combatirla eran varias. Cuando se detectaba una zona infectada, se labraba la tierra para dejar al aire los canutos con las puestas, para recogerlas posteriormente, amontonarlas y prenderles fuego. Todos los vecinos mayores de doce años tenían la obligación de recoger la langosta, y se les pagaba un tanto por hacerlo. También, al quedar al descubierto los insectos y sus puestas, los pájaros se las comían: "porque seyendo labrada, las aves faran en ella muy grand destroymiento de la dicha langosta" (Torres Fontes, 1988). Entre los animales domésticos que contribuían a exterminar la langosta estaban los cerdos y las gallinas, y varios siglos después los pavos. Los pájaros como tordos, zorzales y gaviotas también hacían su parte.
Otra técnica consistía en quemar los rastrojos y matorrales para que tanto las langostas como sus puestas perecieran. Era obligatorio para todos los vecinos mayores de doce años ir a recoger la langosta, y se les pagaba un tanto por hacerlo.
Otras medidas eran de tipo mágico, como rociar los campos con agua de la cruz de Caravaca, a la que se atribuía el poder de acabar con la langosta: "era fama a ello es asi, que el agua de la Santa Vera Cruz de Caravaca, donde quiera que la echasen que non faria mal la langosta"(Torres Fontes, 1981). O como los conjuros contra la plaga. En 1454, la ciudad de Murcia envió a un jurado a la de Cartagena para contratar a una mujer de Almagro que era "saludadora" y que estaba alli para conjurar la langosta (Torres Fontes, 1981). Lo normal era que los conjuros los hiciera un sacerdote, y el que parecía tener más efecto que los demás, era inmediatamente llamado por todo el mundo.
El procedimiento para el conjuro era el siguiente: el saludador se constituía en juez y ante él comparecían dos procuradores, uno de parte del pueblo que demandaba justicia frente a la invasión de la plaga (langosta, gusano o pulgón) y el otro que se ponía de parte de la plaga. Después de exponer sus acusaciones el procurador del pueblo y de responderle el de la plaga, el juez condenaba invariablemente a la plaga y le conminaba a que abandonase el lugar so pena de excomunión (De Miranda, 1983).
Los pájaros, beneficiosos para combatir la langosta, en algunos momentos podían adquirir ellos mismos las proporciones de plaga al entrar en competencia con los intereses de los hombres. Las más frecuentes son las de gorriones, además son las que más afectan a los cultivos pues se comen las cosechas de cereal, uva, aceituna y frutales. En 1376, hubo una gran cantidad de gorriones "que fazen muy grandes daños en los panes" (Lara Fernadez y Molina Molina, 1976) y el concejo de Murcia pagaba cinco maravedíes por cada mil pájaros cazados. A principios del siglo XVI se pagan cinco reales y medio por quinientos pares de pies de "paxaros gorriones, los quales se quemaron" (Torres Fontes, 1981). Los tordos también constituían a veces una plaga y eran cazados porque además se consumían asados a la brasa. Las cucalas (cornejas), también fueron consideradas como peligro para las cosechas y combatidas (Torres Fontes, 1988).
Las palomas, aunque eran apreciadas por su carne y sus huevos, también
competían con el hombre por su afición a la cochinilla de
las coscoja de la que se sacaba la grana (Rozier, 1843).
La Defensa de los Montes
Como son muchos y muy fuertes los riesgos que se ciernen sobre el monte,
el hombre, plenamente consciente de los efectos negativos, trata de paliarlos
con medidas legales. Pero ya desde el principio, la actuación positiva
no consigue compensar el proceso de destrucción del paisaje vegetal.
Las Leyes del Reino y las Ordenanzas Municipales.
En el siglo XIII, cuando el reino de Murcia es conquistado por los cristianos, las leyes castellanas entran allí en vigor, y una de las primeras es la famosa dada por Alfonso X en las cortes de Valladolid de 1256: "Que no pongan fuego para quemar los montes, e mas que otra cosa las encinas. E al que lo fallaren faciendo, que lo echen dentro" (Alvarez Baquerizo, 1989). Durante los siglos XIV y XV, los procuradores de las Cortes de Castilla reclamaban disposiciones para la conservación del arbolado (Enciclopedia moderna,.(1854).
Las Ordenanzas municipales para la defensa de los productos de los montes aparecen en Murcia a principios del siglo XIV (Torres Fontes, 1985). En la primera mitad de ese siglo se compilan las Ordenanzas para la guarda de la Huerta de Murcia (1305-1347), y en el siglo XV, se hace lo propio con las ordenanzas para la guarda del Campo.
En las Ordenanzas para la Guarda de la Huerta de Murcia, entre otras muchas, aparecen algunas relacionadas con la explotación forestal y su regulación. Así, se ordena no cortar madera en los pinares ni hacer carbón sin licencia, y cuando se posea dicha licencia la corta se efectúe en buena luna, o sea, en la menguante que es cuando se piensa que la savia está detenida. También se trata de regular la caza prohibiendo que se cace en verano y, cuando se haga, que sea para uso propio y no para vender y mucho menos para exportar. Así mismo se le niega el derecho a cazar en Murcia a las gentes de fuera de su término, intentando así evitar la sobreexplotación. También por estas Ordenanzas el concejo prohibe a los pastores forasteros meter el ganado en su territorio.(Torres Fontes, 1985).
Además de esta recopilación de ordenazas locales, el concejo de Murcia, aprueba en sus sesiones nuevos ordenamientos que se añaden a los ya existentes. También en la primera mitad del siglo XIV, se dictan las Ordenanzas al Almotacen de Murcia, en las cuales aparecen, entre otras, leyes protectoras de productos forestales como espárragos, turmas (criadialla de tierra, hongo comestible) y la caza de conejos y perdices. (Torres Fontes, 1983).
En junio de 1308, Fernado IV endurece las penas para los que "quebrantan o furtan colmenas" a petición del concejo de Murcia (Torres Fontes, 1980).
En la primera mitad del siglo XIV, Alfonso XI dicta unas leyes de protección de árboles que contienen penas que van desde la multa equivalente a lo que pudiera producir un árbol en veinte años, a 200 azotes e, incluso la pena de muerte en ciertos casos (Torres Fontes y Molina Molina,1980).
En 1374 la ciudad de Murcia dictó una ordenanza para que no se corten árboles con fruto so pena terrible:..."que les corten las orejas e que les den çient açotes por toda la cibdat" (Veas Arteseros, 1985).
En marzo de 1354 Pedro I prohibe exportar fuera del reino..."maderín, e madera, e carbón e esparto" (Molina Molina, 1978). Ya en el siglo XV, en 1405, el rey Juan II prohibe, entre otras cosas, exportar madera. (Vilaplana Gisbert, 1993)
En este siglo se dictan las ya mencionadas Ordenanzas de la Guarda del Campo de Murcia (Torres Fontes, 1985), en las cuales encontramos penas para castigar a los que provocan incendios, a los que corten leña de acebuche, pino y lentisco, a los que cacen perdices y conejos sin licencia o para vender fuera de tiempo, a los que cogiesen grana sin permiso y por último a los que corten leña y hagan carbon sin licencia. (Torres Fontes, 1985).
Se sigue manteniendo la prohibición de exportar madera fuera del reino, para que las ciudades no quedaran desabastecidas. Así Juan II en diciembre de 1425 ordena ..."vos mando que no saquedes...maderas algunas por tierra ni por agua, quadrata ni redonda, ni estancambre ni tablas"... (Abellán Pérez, 1984).
En los Derechos, Ordenazas e Penas de la Hermandad de Murcia (Pascual Martínez, 1977), fijadas el 6 de junio de 1478 se regulan las relaciones entre los receptores de donadíos y heredamientos, y los usos tradicionales del monte. En una de ellas se ordena:..."que no entren en la heredad de Villora, de Pedro de Harroniz, ganados algunos, que sean cabrunos e lanares et porcunos..." protegiendo de esta manera al beneficiario de la concesión. Pero por otro lado, los derechos tradicionales son preservados, por lo menos en la letra de la ley que prohibe:..."que qualesquier personas a quien el conçejo haya dado o diere aquí adelante labores en el Campo de Cartagena, defiendan a los veçinos desta çibdad la caça e madera e cojer grana e caracoles e setas e espárragos e paçer e beber..." (Pascual Martínez, 1977).
En 1480, el concejo de Murcia, no solo prohibía que los cartageneros cogieran la grana de sus campos, sino que además obligaba a todos los murcianos que la cogieran, a venderla en la aduana de Murcia (Montojo, 1986).
También a finales del siglo XV, el corte abusivo de los pinares de la Sierra de Carrascoy, provoca que el concejo de Murcia adoptó el acuerdo de imponer duras penas para acabar con la sistemática tala que hacían los carboneros y los leñadores (Torres Fontes y Molina Molina, 1980).
En mayo de 1454, Juan II ordena proclamar una ley de protección de los francolines:..."e que ninguno ni alguno las tome (los francolines) ni caçen,... no sean osados de matar ni tomar ni caçar los dichos francolines una legua en derredor de la dicha çibdad ni en la huerta della ni asy mismo perdiçes con çevadores ni perros ni redes ni lidia ni lazos ni vallestas ni con colderuela ni bueys ni con otras paranças, ni armadijas algunas"... (Abellán Pérez, 1984).
Con fecha 29 de octubre de1491, se dicta una ordenanza por parte del Ayuntamiento de Murcia, que viene a completar, endureciendo las penas, la dada por Juan II en 1454.
En otra ordenaza que se dicta tres años más tarde se permite cazar y sacar hornos de miel "excepto el defendimiento de la caça de francolines quede en su fuerça e vigor" (Torres Fontes, 1974).
De todas formas, las ordenanzas tenían excepciones cuando la oligarquía así lo quería, pues se permitió a la viuda de Don Pedro Fajardo hacer cazar francolines para agasajar a su yerno que estaba de visita.
En 1507, el concejo de Cartagena dicta ordenazas para proteger los lentiscares
de los ganados de Murcia, y en 1514, regula su utilización por sus
propios vecinos (Montojo, 1987).
Vedas y vedados
En esta época, los vedados que se establecían pretendían, sobre todo, proteger la caza.
Ya en tiempos de Alfonso XI, se dictan ordenanzas para proteger la caza mayor, que por cierto, tardó bien poco en desaparecer en la comarca. En el siglo XIV se vedaba la caza en verano, como ya hemos visto (Torres Fontes, 1984). También se establecen cotos vedados para la protección de los conejos y de los caracoles, según noticia mencionada anteriormente.
En 1500, se prohibe cazar con dos perros, ni que se junten dos personas o más para cazar. En 1501, se prohibe cazar conejos desde Semana Santa hasta que el concejo mande, en los términos de la ciudad de Murcia y especialmente en la Islas del Mar Menor.
De la guarda de los montes se encargaban los Caballeros de la Sierra. En Cartagena era un oficio concejil y se elegían el dia de San Bernabé (11 de junio). Entre sus obligaciones se contaban la represión de la caza furtiva, las talas de árboles, las roturaciones clandestinas y el pastoreo abusivo (Lemeunier, 1980). El Campo de Cartagena, por sus condiciones de despoblamiento tenía una vigilancia especial, así en 1459, el concejo de Murcia destinó a esta comarca 14 caballeros de la sierra .(Martínez Martínez, 1987)
Aunque en menor medida que éstos, también los Ballesteros
de Monte cuidaban de éste, pues aunque su tarea fundamental era
la de perseguir malhechores, (por eso eran los "fieles del rastro",
por su capacidad de seguir a los bandidos, especificando su número,
así como la trayectoria que seguían), además, vigilaban
los montes, y su misión en ese caso, era controlar la dehesa concejil
y las zonas montuosas cercanas a las ciudades, evitando el corte abusivo
de leña y,sobre todo, el fuego producido por los carboneros: "Otrosí,
se obligaron de guardar la syerra de Carrascoy fasta el puerto de Tabala,
que en la dicha syerra nos se eche fuego ni quemen la madera que en la
dicha syerra está o se criase de aquí adelante, e otrosy
que non consientan ninguno ni algunos corten leña ni eche fuego
para facer carbon en todas las vertientes de aquende ni allende, e si echaren
fuego o cortaren leña para fazer el dicho carbon... e que pierdan
las bestias y sean las dichas penas para los dichos ballesteros, e otrosy,
las penas de los que fizieran daño en el Canpo de Cartajena"
(Torres Fontes, 1988).
Conclusiones
El paisaje vegetal que rodeaba al hombre altomedieval no era muy diferente del encontrado por el hombre paleolítico, pues aunque la presión sobre los montes en época romana debió ser bastante intensa, la vegetación se había recuperado por el descenso demográfico de la comarca iniciado en el Bajo Imperio y que se prolongó varios siglos. Esta debilidad de poblamiento se mantiene durante toda la Edad Media, experimentando la población alzas y bajas, pero siempre dentro de una notable atonía.
Durante casi mil años actividades realizadas en la comarca fueron muy extensivas y poco agresivas, sin que la débil especialización artesana e industrial pudiese incidir contundentemente sobre el paisaje vegetal. De estas actividades, las más dañinas para el manto vegetal son las roturaciones, que afectan a un territorio muy localizado al pie de las sierras prelitorales, y el carboneo que se localizaba en las zonas montuosas donde abundaban los árboles.
Podemos describir el paisaje vegetal. como una maquia mediterranea levantina dominada por el lentisco, el palmito, los acebuches y las atochas, acogiendo también a especies tan características como la coscoja y el pino. En las umbrías aparecían entre otras, las carrascas, los mirtos y los madroños. En las solanas más desprotegidas, estas especies cedían el terreno a los espinares, y en los suelos más pobres aparecían los romerales, albardinales y jarales.
Las playas, y sobre todo la Manga del Mar Menor, se recubrían de sabinares y enebrales litorales que formaban la linea protectora del lentiscar interior contra los vientos marinos.
Los pinos abundaban especialmente en las montañas, asi mismo, aparecían en las zonas costeras formando parte, indistintamente, del lentiscar, el espinar, el matorral o el sabinar.
Los almarjales costeros se cubrían de comunidades dominadas por plantas barrilleras, juncos, carrizos y cañas, mientras que, las ramblas se vestían de adelfas, cañas, juncos, eneas, ciscas y carrizos.
Este entramado vegetal, heredado de tiempos prehistóricos, no
fue esencialmente modificado durante la Edad Media, porque los usos que
de él se hacían eran muy extensivos, y aunque sin duda afectaron
al paisaje, no lo hicieron hasta el punto de inducir una sustitución.
Ésta se producirá siglos más tarde debido a la sobrexplotación,
culminando el proceso en el siglo XVIII, con la sustitución de la
maquia mediterranea levantina original, por los espinares y matorrales
que pueden contemplarse en la actualidad.
* Ese trabajo se ha elaborado a partir de mi Tesis
Doctoral presentada en la Universidad de Murcia en enero de 1997 y que
fue dirigida por el Dr. Francisco Calvo García-Tornel.
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