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ISSN: 0210-0754 Depósito Legal: B. 9.348-1976 Año XVII. Número: 98 Septiembre de 1993 |
VIAJES Y VIAJEROS POR LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX
El presente artículo es la adaptación de una parte de la mencionada tesis, concretamente el capítulo introductorio. Otros trabajos realizados por la misma autora en el campo de la geografía de la percepción relacionada con la literatura viajera son: "Cárceles y murallas: la visión del viajero y el control social en la Barcelona del siglo XIX" en Los espacios acotados, PPU, Barcelona, 1990; "Ideología y conflicto social en las guías urbanas del siglo XIX" en Ciencia e Ideología en la ciudad (I), Valencia, Generalitat Valenciana, 1992; Las guías urbanas y los libros de viaje en la España del siglo XIX, U.B., Barcelona, 1993, o La ciudad percibida. Murallas y ensanches desde las guías urbanas del siglo XIX en el nº 91 de esta misma colección.
En la actualidad la autora desempeña su actividad docente en la Escola Superior d'Hosteleria de Catalunya (Bellaterra) donde imparte asignaturas de Geografía Turística.
Este trabajo se publica en el marco del Programa de Investigación de la CICYT PB-0247.
VIAJES Y VIAJEROS POR LA ESPAÑA DEL SIGLO XIX
Maria del Mar Serrano
Aunque son abundantes los relatos que sobre su viaje a España dejaron escritos los viajeros del XVIII, son mucho mas numerosos los redactados durante el siguiente siglo. Entre unos y otros existen, además, notables diferencias cualitativas, porque las obras literarias difícilmente pueden aislarse del contexto general de la época en que fueron escritas, y la época había cambiado. Las motivaciones se habían modificado, los objetivos e incluso el estilo literario, también. Fondo y forma eran otros.
La disposición del viajero al emprender el viaje había ido cambiando, a medida que éste comenzó a entenderse mas como experiencia para el ánimo y el alma que como ejercicio para el intelecto, mas como una satisfacción personal que como una experiencia que debía reportar un beneficio a la sociedad por los conocimientos acumulados. El viajero ilustrado del siglo XVIII había dado paso al viajero romántico del XIX. Para entonces, el romanticismo había ido calando cada vez más hondo en el ánimo del viajero que se enfrentaba a las experiencias que el camino le tenía reservadas con una nueva sensibilidad.
La percepción del paisaje es uno de los aspectos que mas quedará determinado por la nueva sensibilidad aludida. El paisaje, que siempre había estado frente a él, comenzó a verlo el viajero con otros ojos, dejó de percibirlo sólo como un mero soporte de la actividad agraria para considerarlo también como algo que tema valor por si mismo. La nueva percepción de la naturaleza conmovía su alma y particularmente la naturaleza torturada, la que los románticos podían calificar de terrible y horrorosamente bella, era la que golpeaba su espíritu con más fuerza, torturándolo a la vez que lo elevaba como en mística comunión.
Otro de los aspectos que se hace necesario tratar aquí es el papel que desempeñó la valoración de lo exótico como corriente impulsora de los viajes a España, valoración que tiene que ver con la nueva sensibilidad romántica que se había apoderado del viajero, una nueva sensibilidad que se constituyó como clave interpretativa de todo cuanto éste veía y anotaba. No es necesario, por conocida, insistir aquí sobre la atracción por el exotismo de tierras lejanas que los viajeros del romanticismo experimentaron; tampoco sobre la propensión a la búsqueda de los orígenes, de lo cual deriva su interés por las tradiciones, la lengua o las culturas locales; o la idealización del pasado, particularmente el de la Edad Media.
En siglos anteriores Oriente había ejercido ya cierta atracción sobre algunos viajeros, así que el fenómeno no era en si nuevo; lo nuevo fue que desde finales del XVIII y sobre todo a lo largo del XIX la atracción la sintieron no sólo los mas avezados viajeros, envuelta la idea de Oriente en promesas de riquezas y beneficios materiales. Ahora los viajeros, mas que comerciantes atrevidos, mas que meros aventureros, eran literatos que pasaron luego la mayor parte de su vida entre bibliotecas, gabinetes de lectura, salones o despachos, pero que no por ello renunciaron a esa incursión por algún país exótico y lejano. La lejanía no era a veces una cuestión de distancias geográficas sino de desconocimiento. Por esta razón España se percibía lejana, remota y exótica y acabó subyugando al viajero romántico.
Por otro lado, la necesidad de salirse de los moldes establecidos que el viajero romántico experimentaba le hizo concebir a veces tipos y situaciones que no existieron en la realidad española o que, de existir, lo hacían con matices que el relator dejaba de anotar en sus descripciones. Una cosa era lo que en realidad vieron estos viajeros y otra distinta lo que esperaban ver. Lo que dejaron escrito se pareció a menudo mas a lo segundo, aunque no siempre mentían; la mayoría de las veces bastó con exagerar lo visto u olvidar aquello que no resultaba "pintoresco", por utilizar un termino tan apreciado en la época por estos autores que muchas veces titulaban el relato de su viaje precisamente así.
Olvidos y exageraciones en los relatos, no ajenos en absoluto a un mercantilismo nada romántico, contribuyeron a configurar una España inventada que todavía se mantiene en las imágenes arquetípicas del extranjero medio más de cien anos después.
Una tal afluencia de viajeros extranjeros al territorio español, forzosamente hubo de influir en sus habitantes. De la influencia sobre los comportamientos sociales de estos, o sobre sus modas en el vestir, por citar sólo dos ejemplos, se ha tratado ampliamente en numerosos estudios. Menos estudiada es la influencia que lo español ejerció a su vez en la temática de las obras de teatro extranjera o en las modas en el vestir, entre otras cosas, puesto que España fue no sólo copia, sino también modelo.
Las imágenes que de España proporcionaron los relatores extranjeros dependió en gran parte de su origen geográfico porque ese origen les predisponía a encontrar, seleccionar y valorar unas u otras cosas en su recorrido. Los viajeros nórdicos insistieron en sus relatos sobre todo en el calor asfixiante de la Península y su cegadora luz, proviniendo como lo hacían de países de muy diferentes características Su insistencia hizo que la imagen de España se asimilara por sus condiciones climáticas a la de un país realmente tórrido del continente africano. Puesto que la mayoría de estos viajeros sólo describieron Andalucía, sus lectores fácilmente interpretaron la parte por el todo.
Cuando los viajeros eran franceses, en una época en que todavía la guerra de la Independencia estaba muy reciente, el hinca-pié se hacia sobre todo en las diferencias religiosas, exagerando las manifestaciones populares, sin duda presentes, hasta configurar la imagen de una clase popular monolíticamente supersticiosa y religiosa hasta el fanatismo.
Por su parte, el hincapié que los viajeros ingleses pusieron en resaltar el esplendor de lo árabe comparándolo con el declive posterior, aun siendo sincero, no era por ello ajeno al interés por demostrar la ineficacia y el oscurantismo del catolicismo, pertenecientes como eran a otra Iglesia asimismo en expansión. Vincularon así descripciones y relatos que aparentemente eran sólo artísticos o literarios, al esfuerzo propagandístico en favor de sus propias creencias religiosas. No todo era sólo literatura. En realidad, nunca lo fue.
Finalmente, los viajeros procedentes de la América española dejaron escritos relatos donde fácilmente puede observarse la sentimental relación entre amorosa y de enemistad mantenida con la metrópoli, unido el sentimiento del viajero al proceso de independencia que estaba viviendo su patria.
Obviamente, este esquema no puede aplicarse de forma rígida a todos los autores extranjeros sin riesgo de caer en el mismo error que la mayoría de ellos cometieron: ver a España de forma tan esquemática que los múltiples matices que componían su realidad quedaron fuera, restando tan sólo un armazón que difícilmente podía corresponderse con la verdadera España de la época.
A esta descripción deformada de España respondieron algunos autores españoles agrupados en lo que se ha denominado literatura costumbrista. La defensa de la verdadera España les hizo describir a su vez arquetipos de lo que ellos consideraban los españoles reales. Arma de doble filo, el apego a la verdadera tradición les Ilevó a construir unos arquetipos caricaturescos, anclados en un pasado que ya se iba perdiendo, arquetipos que en muchos casos habían dejado de existir. Idearon, en fin, una España tan irreal como aquella que habían inventado los viajeros extranjeros que tanto criticaron.
Viajes de papel
La proliferación de los relatos de viaje publicados en el siglo XVIII y aún más en el XIX debe entenderse en relación al interés que podía despertar la lectura de un género bastante divulgado, precisamente por la costumbre de viajar. Sin embargo, cuando Jean Jacques Rousseau escribió su Emilio, al tiempo que defendía la necesidad de viajar como parte integrante de la educación del joven, planteaba su desconfianza hacia las relaciones de viaje, porque creía que no lograban dar una idea aproximada de los pueblos y estaba convencido de que "para hacer observaciones de todas clases, no es necesario leer, es necesario ver"1.
No rechazaba Rousseau el viaje en sí, porque "cualquiera que no ha visto mas que un pueblo, en lugar de conocer a los hombres, no conoce mas que a las gentes con las cuales ha vivido"2, sino las relaciones que los viajeros escribían. El rechazo de Rousseau hacia los relatos de viaje se basaba en la falta de fidelidad y discernimiento de los autores que, según él, estaban condicionados la mayoría de las veces por los prejuicios, el interés, o por ambas cosas a un tiempo. Esta postura de desconfianza persistió a lo largo del siglo XIX en otros autores que insistían en el poco celo y la falsedad de las afirmaciones de algunos viajeros ingleses que eran causa, incluso, de las iras de los habitantes del país visitado. La culpa era de "algunos de sus compatriotas que les precedieron. Desde que han aumentado las facilidades para viajar, esta parte de España (por Andalucía), la más accesible, ha sido región favorita de los turistas que pergeñan rápidamente un libro al término de su breve viaje. Y éstos han hecho con excesiva frecuencia, comentarios gratuitos de índole varia sobre aspectos de la moralidad de gaditanas y malagueñas que han provocado sus iras"3.
Muy entrado ya el siglo XIX, Ángel Ganivet, él mismo autor de relatos de viaje, expresará una opinión bastante diferente a la de Rousseau o S.E. Cook/Widdrington sobre las experiencias vividas a través de las obras escritas, ya que para él "nada hay que se acerce tanto al tipo cosmopolita del hombre que ha visitado mucho mundo, como el tipo del sabio de pueblo, del doctor de secano". La diferencia estribaba en que si el uno poseía la realidad de la experiencia, el otro había adquirido solamente el conocimiento teórico, pero esto no afectaba a la cantidad de conocimiento, e incluso el viajero más corrido no llegaba a acumular tanto saber como el "arrinconado curioseador que en la quietud imperturbable de su aldea se propone enterarse de cuanto ocurre en ambos hemisferios"4. Y lo hacía a través de eso que podría denominarse viajes de papel.
El interés, tanto por viajar personalmente y dejar escritas las impresiones como por limitarse a leer los relatos de otros viajeros, impulsó el desarrollo de la literatura de viajes en el siglo XIX hasta límites que nunca antes había conocido. Víctor Hugo inicia el relato de su viaje por los Pirineos realizado en 1843 dirigiéndose a un hipotético lector, bien tipificado ya por entonces: "Vos que jamás viajáis de otro modo mas que con el espíritu, yendo de libro en libro, de pensamiento en pensamiento, y nunca de país en país, vos, que pasáis todos los veranos a la sombra de los mismos árboles y todos los inviernos al amor de la misma lumbre, queréis, enseguida que abandono París, que os diga, yo, vagabundo, a vos, solitario, lodo cuando he hecho y todo cuanto he visto"5.
Casi por las mismas fechas, Richard Ford, tal vez el autor inglés mas conocido por la amplia difusión de sus guías de viaje por España, las dedica, además de a los posibles viajeros, a los "lectores en casa". Todo ello indica que una gran parte de los relatos e incluso de las guías de viaje estaban destinadas a un público no precisamente viajero sino, todo lo contrario, personas que con la lectura de esas obras suplían su propio viaje personal.
Algún autor afirmó que el afán por este tipo de lectura caminaba paralelo con la superficialidad de una sociedad que rechazaba libros más serios, de mayor alcance científico, que en el siglo anterior había preferido.
"Después de la decadencia del buen gusto, después que la futilidad ha reemplazado el amor por las producciones instructivas, el interés se ha dirigido cada vez mas hacia los viajes (...). Un escritor que quiera ser leído debe publicar un viaje, pues las memorias se han dejado de lado e incluso la historia, esa escuela del futuro, se ha abandonado. La lectura de viajes fatiga poco el espíritu; los incidentes, las situaciones interesan al lector, lo ocupan sin dejar cautiva su imaginación, y gracias a algunas anécdotas, algunos hechos que retiene, adquiere la reputación de un hombre instruido"6.
Cuestiones de estilo
El propósito del viaje influía obviamente en la forma de escribir el relato posterior. El prototipo de viajero que recorría España en el siglo XVIII solfa ser por lo general, aunque con todas las matizaciones que su distinto origen geográfico y social requiera, el de un erudito, un estudioso, un diplomático que aprovechaba su estancia en España para conocer sus costumbres, sus manifestaciones artísticas, su historia... pero menos veces un literato, como sucedería con los viajeros románticos del siguiente siglo; su estilo era, por ello árido muchas veces. No quiere decir lodo esto que no se publicasen relatos de viaje por España realizados por viajeros extranjeros o españoles que recorrían su propio país con un estilo literario cuidado, buscando la amenidad del lector además de la transmisión de conocimientos, pero si' que, precisamente porque recopilar información sobre la situación del país en todos sus aspectos, geográficos, artísticos, económicos, estadísticos, era el objetivo principal, no siempre parecía necesario que, además, lodo ello estuviera descrito con estilo cuidado.
Cuando el espíritu del romanticismo acabó impregnando los relatos de viaje, y a medida que éstos se hicieron menos rigurosos en su contenido informativo, la forma pasó a ocupar un lugar mucho más importante en el orden de prioridades. Por esta razón, la forma, el estilo, en el relato de viaje ilustrado dependía muy directamente de la calidad literaria de su autor, mientras que los relatos de viaje románticos tienen un estilo mucho mas homogéneo, pues era fruto directo de la influencia del romanticismo en la literatura a la que el autor se hallaba sometido, aunque obviamente su talento literario no dejaba de influir en la calidad. Simplificando mucho podría afirmarse que a los relatos ilustrados les distingue el fondo y a los románticos la forma.
En el relato de viaje ilustrado, por otro lado, el autor solfa situarse, incluso si estaba escrito en primera persona, lo que era frecuente, en el papel de un mero agente transmisor de conocimientos, eludiendo casi siempre las alusiones directas a su propia persona, o al menos a su intimidad. No nos nabla de su estado de ánimo al describir una ciudad concreta sino de las características de esa ciudad y, en todo caso, si lo que la ciudad le sugiere es explicado también, es sólo con el propósito de referirse a las mejoras que cree que podrían introducirse en la misma.
La información, a menudo abundante y casi siempre sistematizada, se presentaba de forma ordenada y es frecuente la incorporación de datos estadísticos sobre el número de habitantes, calles, casas, fuentes, hospitales, escuelas, etc. de cada ciudad o pueblo, siempre con preocupación por la rigurosidad del dato aportado. Como muy bien indica un estudioso del tema, todo viaje ilustrado se dirige a Menar, como mínimo, un casillero intelectual, cuando no varios, y por ello, no sólo en los viajes especializados como los de Cavanilles (interesado en la situación económica y social de Valencia), Bosarte (dirigida la atención a las artes), o Villanueva (con interés principal en el patrimonio eclesiástico), por citar únicamente los de algunos autores españoles que viajaron por su propio país, sino también en aquellos con intereses mas generales, predomina siempre un criterio de rango científico, que Ileva a la observación objetiva de la realidad por parte de su autor7.
Esa observación objetiva no estaba exenta de critica y así vemos como el infatigable Antonio Ponz clama centra la desertización de los campos que atraviesa y propone medidas concretas para acabar con la falla de arbolado, o como Jovellanos insiste en la mala calidad de los caminos. No obstante, la critica nunca Ilega a cuestionar seriamente la estructura social, quedándose en la superficie de sus manifestaciones materiales. Bien es cierto que sólo conocemos las obras publicadas, aquellas que vieron la luz únicamente después de pasar por la correspondiente censura y que, en muchas ocasiones, los autores seguramente se autocensurarían antes de pensar en editar sus escritos.
Otro rasgo común en los relatos de viaje ilustrados lo constituyen las escasas referencias históricas que en ellos se encuentran. Naturalmente, hay en estos relatos referencias a la historia del país que están atravesando, pero éstas no son abundantes, como si detenerse en el pasado les quitara a los viajeros tiempo para referirse al presente y aun al futuro que, al fin y al cabo, estaban cimentando ellos, pertenecientes como eran a la clase ilustrada. El pasado será, por el contrario, una continuada referencia en los relatos de viaje del siglo XIX, ya que los viajeros románticos veían en la Edad Media una época en la que el hombre no se hallaba aún contaminado por los apetitos burgueses de la era que a ellos les había tocado vivir. Añoraban las manifestaciones populares e individualistas anteriores a la Contrarreforma, así como un cierto misticismo, no sólo religioso, que había desaparecido también en una época en que el sentido práctico era ensalzado como nunca antes lo había sido.
Ciertamente, el rechazo de una sociedad adocenada, homogénea, se había producido ya en el siglo XVIII. Rousseau la había atacado al enfrentarle el "buen salvaje", ser no contaminado todavía por la mentalidad burguesa de estrechas miras morales y ata-cada de un exceso de sentido práctico. Pero ahora, en el siglo XIX, se trataba de otra añoranza. No era tanto ese estado salvaje y puro del alma el que se añoraba, como la sencillez de las pequeñas comunidades medievales cuando, al parecer de los autores, la vida era pacifica, las ideas propias, las modas inexistentes, la comunión con Dios y la naturaleza, sincera.
El viajero romántico, consciente de esa nueva sensibilidad que le embarga el ánimo siente la necesidad, a veces, de hacer un alegato en su favor. "La razón y la sangre fría son miopes -escribe uno de ellos- multitud de pequeñas cosas, a menudo características, se les escapan, pues no se ayudan con los lentes del sentimiento y de la imaginación"8. El sentimiento, la intuición, la imaginación, la ensoñación poética, el éxtasis son considerados ahora instrumentos de conocimiento. Se trata de un sentimiento y una intuición propios, individuales, los de cada cual porque, contrariamente a lo que ocurría con el ilustrado, el viajero romántico es el protagonista total del viaje, que indefectiblemente narra en primera persona, en el sentido de que no sólo ocupa el lugar del narrador, sino que insistentemente introduce comentarios sobre su propio estado de ánimo.
La descripción de ciudades continuó en los relatos románticos, pero no ya desde la perspectiva estadística del recuento de sus haberes artísticos y monumentales, de su industria, de su riqueza agraria, sino que, sin dejar de poner atención en lo anterior, se hace mas hincapié en aquello que cada ciudad posee para emocionar al viajero romántico: una plaza solitaria, callejuelas estrechas donde la aventura parece cercana, iglesias y ermitas oscuras, tipos que le son ajenos como mendigos, gitanos, toreros o majas, es decir, lodo aquello que se apartaba de la corriente general que conducía a la industrialización y a la homogeneización. La descripción que Théophile Gautier hace del interior de una iglesia en Vitoria es una de tantas muestras de esta preferencia por el misterio y la lobreguez de los románticos:
"La sombra invadía la nave y se acentuaba misteriosa y amenazadora en los rincones oscuros, donde se adivinaban vagamente fantásticas sombras. Algunas lamparillas amarillentas y humosas temblaban siniestramente, como estrellas entre la niebla. Una especie de frío sepulcral invadió mi epidermis"9.
Víctor Hugo hace una descripción parecida del interior de una iglesia del norte de España:
"Una iglesia alta, enorme, granítica, lúgubre (....) una alta nave, desnuda por dentro como lo estaba por fuera, oscura, fría, miserable y grande, apenas iluminada por los reflejos macilentos y terrosos de una luz crepuscular (...) Este altar, vislumbrado en esta oscuridad, tenia un no sé que de despiadado y terrible (...) La puerta había quedado entreabierta, y veía a lo lejos el campo ya cubierto por las tinieblas (...) En primer plano una ruina que era una cabaña; (...) al fondo una ruina que era un convento"10.
Pero incluso los espacios abiertos podían ser tratados desde esa nueva perspectiva romántica. En el relato del viaje a Salamanca que Pedro Antonio de Alarcón Ilevó a cabo en 1877 y cuya descripción publicó seis anos mas tarde, el autor se detiene en los se-pulcros medievales rememorando, nostálgico, el pasado, y atribuyendo historias de amor y muerte a las estatuas yacentes, pero también se siente atraído por una pequeña plazuela recóndita e irregular que evoca la Edad Media, mucho mas atraído que por la plaza Mayor salmantina. La pequeña plazuela perdida y misteriosa le sin/e a Alarcón para narrar leyendas de luchas entre amantes rivales, e historias de aparecidos11.
Algunos autores, conscientes de esa tendencia a la exageración, a las situaciones Iímite que el romanticismo provocaba, incluso habían ironizado sobre las características de las obras literarias típicamente románticas. Justo al término del siglo XVIII, si bien su obra conoció una mayor difusión en el XIX, uno de estos autores explica en el párrafo por que su relato de viajes no podía ser considerado ni una novela ni un libro erudito. Lo segundo porque le parecía inadecuado, dada la ligereza con que se trataban los te-mas; lo primero, lo justifica con preguntas: "¿Habría podido hacer una novela sin espectros, sin puñales, sin mujeres agonizantes, sin cadenas, sin diablos, sin tumbas?". Esa era la razón, según él, que le había impulsado a escribir un relato de viajes en lugar de una novela. A pesar de su explicación, este autor aprovechó también su relato para incluir leyendas y breves narraciones que lo hicieran mas acorde con el gusto popular12.
También, como en muchos de los relatos de viaje del siglo XIX, el autor olvida las descripciones de monumentos a veces, y en su lugar describe los ambientes. Otro autor confiesa claramente esta tendencia: "Admito haber visto los monumentales edificios de la villa -escribe a su paso por Orihuela- su grandioso Cuartel de Caballería, el Palacio del Arzobispo y la Catedral; mas no guardo el menor recuerdo de todo ello. En cambio, la taberna donde dormimos aquel mismo día no la olvidaré jamás. El patio, las habitaciones, la cecina, la gente, todo era tan típicamente español como hubiéramos podido desear"13.
Si el ambiente era importante, la conciencia histórica que subyace en el movimiento romántico impulsó también a los viajeros del romanticismo a anotar todo aquello que tuviera que ver con los orígenes, cobrando interés por esta razón la lengua, las tradiciones o la cultura de los habitantes, mas que los aspectos de producción material. Si bien los datos cuantitativos no siempre desaparecieron, dejaron de constituir el motivo principal en el relato romántico.
Tampoco los viajeros románticos cuestionaron a fondo el orden social. No es que no existieran en sus relatos críticas al deficiente funcionamiento de los transportes, al mal estado de los caminos, a las dificultades que planteaba la burocracia, al declive de algunas poblaciones, al precario equilibrio de las finanzas, la industria o los cultivos. Todo ello puede encontrarse en los relatos realizados por los propios viajeros españoles y en mayor medida si cabe en los que escribieron los extranjeros a su paso por España. Lo que ocurre es que, aunque hablen de una nobleza ociosa y se la critique apertamente, no se pone en duda su legitimidad como clase dirigente, tan sólo se cuestiona el uso que hace de ella; no se Ilega a cuestionar franca y directamente la sociedad estamental hasta la caída del Antiguo Régimen y, por supuesto, no se pone nunca en duda la figura del rey mientras reina. Obviamente, sólo podemos conocer las obras publicadas, aquellas que, a pesar de estar escritas por viajeros progresistas, debían acatar la censura previa a su publicación.
El relato de viaje acabó convirtiéndose en un despliegue de la subjetividad de su autor y, precisamente por este motivo, la realidad se seleccionaba en tanto que golpeara esa subjetividad. El criterio notarial desapareció y se trataba ahora de ver, o más bien de sentir, sólo justo aquello que conmovía esa nueva sensibilidad, pero eso, de forma apasionada. El viaje fue así, no sólo un viaje por la parte desconocida del mundo exterior, sino simultáneamente por los mas recónditos lugares del alma.
No debe reducirse, no obstante, la visión romántica a una mera irracionalidad que nace espontáneamente y sin mas, autosatisfecha de existir. La desvinculación de la suprema razón comenzó precisamente cuando se concluyó que la razón presentaba tal multiplicidad de planos, que generó la duda ante el conocimiento objetivo. Por lo tanto, no se encuentra en estos viajeros del romanticismo el deseo de desarrollar una Teoría de la Razón universalmente válida, ya que perciben el mundo como algo fragmentario que no se sujeta a un único modelo interpretativo. Por consiguiente, la reivindicación de la objetividad por encima de lo individual desapareció, suplantada por la creencia contraria: el mundo se interpreta por un yo conocedor, único, individual e irrepetible. De hecho, Rousseau, un pre-romántico, lo había expresado ya: "Quizás no sea mejor que otros, pero al menos soy diferente".
A pesar de lo expuesto anteriormente, no puede hablarse de ruptura entre uno y otro siglo. Existen similitudes y objetivos parecidos entre muchos relatos de viaje escritos en el siglo XVIII y los del XIX y por ello no debe buscarse una línea divisoria que separé de forma clara distintos estilos, distintos intereses. Lo que si se produjo fue una mayoría de relatos que pueden inscribirse en uno de los dos tipos señalados, ilustrado o romántico, primando los primeros en el XVIII y los segundos en el XIX, aunque coexistió una minoría con las características de ambos a la vez, escapando a los ciclos temporales y clasificaciones tan apreciadas por los historiadores.
A medida que esa nueva sensibilidad, la romántica, se fue abriendo paso, no sólo cambió el tratamiento de las materias que incluían sus autores, sino que se incorporaron nuevos temas en los relatos de viaje que ya fueron eso, relatos, en lugar de tener algo de recuentos notariales como los anteriores. Estos nuevos contenidos tenían mucho que ver con preferencias mas intimas y, por lo tanto, el enfoque era también mas subjetivo. Uno de los principales fue el paisaje.
Alexandre de Laborde a principios del XIX había señalado en su Itinéraire descriptif que "la poesía descriptiva, tan de moda des-de hace treinta anos, desarrolló las grandes bellezas de la naturaleza y enseñó a sentir todo su valor"14. Efectivamente, la descripción poética del paisaje constituyó uno de los asuntos principales de estos relatos de viaje del romanticismo, pero no se describía cualquier paisaje sino, concretamente y sobre todos los demás, aquel que por lo tortuoso y estremecedor de su fisonomía, podría calificarse de horriblemente bello.
Horriblemente bello
En las páginas de estos nuevos relatos del romanticismo irrumpió el paisaje, con cuyo recuerdo el autor se extasiaba, porque la naturaleza se presentaba ante él como un espectáculo admirable por si' mismo y no sólo como soporte para la actividad agraria.
Ser romántico significaba adoptar una postura de culto hacia la expresión de la emoción y los sentimientos. Esta postura hizo que creciera el interés por todo aquello que fuese excepcional, desmesurado, con tintes de misterio, o fantástico. La naturaleza puede ser todo eso y por tanto, el espíritu romántico busco en la naturaleza la expresión de su propio estado de ánimo. El paisaje no fue, pues, el camino de huida de lo íntimo hacia horizontes más amplios, sino el reflejo del propio yo, porque el paisaje podría ser siniestro o sublime: exactamente igual que lo humano. Saint-Lambert lo había expresado de manera clara en la segunda mitad del XVIII: "Existe cierta analogía entre nuestras situaciones, nuestros estados de ánimo, y los sitios, fenómenos y estados de la naturaleza"15. También Amiel en su Diario intimo se había expresado de forma parecida casi un siglo después: "Cualquier paisaje es un estado del alma, y quien lea en ambos quedará maravillado al encontrar semejanza en todos los pormenores"16.
Víctor Hugo, uno de los autores mas significativos del romanticismo decimonónico, describió los Pirineos aludiendo a la misma relación entre el paisaje y el interior humano: "Poco a poco, el paisaje exterior, que miraba vagamente, había desarrollado en mi este otro paisaje interior al que denominamos ensueño. Tema la mi-rada vuelta y abierta a mi interior, y ya no veía la naturaleza, veía mi espíritu"17. La apreciación estética del paisaje, que ya estaba presente en la literatura del siglo anterior, tomo fuerza en los relatos de viaje del XIX, en los que el autor se sentía en comunión con la naturaleza.
Los viajeros románticos pasaron por los mismos o parecidos caminos que los de siglos anteriores habían andado. Sin duda atravesaron idénticos desfiladeros estrechos, simas igualmente peligrosas que éstos. Sin embargo, ya no lo hacían temiendo la in-comodidad, pasando lo más deprisa posible, huyendo de lo lúgubre de los parajes; ahora se deleitaban en ellos. El paisaje de la alta montaña parece adquirir una nueva personalidad antes no advertida. Personalidad, puesto que se le percibe no sólo como inspirador de sentimientos diversos, sino que el propio paisaje aparece pleno de estos sentimientos, como si fuese un espejo donde se reflejaran los del viajero que lo contempla.
En el siglo XIX las de los Pirineos, junto con las de Sierra Nevada fueron las cimas mas pormenorizadamente descritas, y el paisaje que componen ambas se describió también con todo tipo de exclamaciones y apasionamiento, porque no resultaban tan atractivos a los viajeros del romanticismo los entornos apacibles y tranquilos como aquellos que atacaban precisamente a la serenidad del alma con su magnificencia, su desmesura.
Siglos atrás, en 1586, se había publicado una descripción de la vertiente española de los Pirineos con el título Relación o Descripción de los Montes Pirineos. En esta obra, breve y de muy pequeño formato, la descripción de la cordillera y su región adyacente se cine estrictamente a la enumeración de los valles Ansó, Hecho, Aysa, Tena, Benasque y las villas o condados, dando cuenta del número de vecinos y, sobre todo, de cuántos hombres de guerra podían salir de cada lugar. No hay alusión alguna al paisaje, a pesar de que su autor se detiene en indicar los puertos y la distancia en leguas entre éstos y los distintos pueblos.
Los Pirineos, sin embargo, acabaron siendo considerados uno de los paisajes más románticos, junto a algunas de las rutas que los viajeros siguieron en el sur de España. Cuando Prosper Mérimée se encuentra retenido en Algeciras a la espera de montura para ir a Granada, aunque se queja al emprender el camino de lo lento del recorrido, sabe muy bien que atraviesa la ruta romántica por excelencia, y escribe:
"Necesitamos ocho días para alcanzar Granada. Es cierto que seguíamos el camino más romántico del mundo, es decir, el más montuoso, el más pedregoso, el más desierto que pueda poner a prueba la paciencia de un viajero"18.
Montuoso, pedregoso, desierto... esos parecen ser los calificativos mas frecuentes para los caminos y paisajes considerados románticos en la época. Pero a estos se añaden otros calificativos, otras propiedades que tienen más que ver con el ambiente que sugieren esos parajes que con sus condiciones físicas más inmediatas. Entran en juego entonces adjetivos como salvaje, infernal, horrible, dantesco...
Salvaje e infernal son los calificativos empleados por Charles Didier en 1838 en la descripción de la ruta de Zaragoza a Madrid, cuando pasa por la zona de los baños de Alhama de Aragón, donde "el paraje es salvaje y la carretera presenta a cada paso curvas bruscas e inesperadas; el Jalón, al que se bordea desde Calatayud, discurre con estrépito en el fondo de la garganta; las montanas que lo ciñen son grises, desnudas; y mientras la sombra del atardecer invadía ya las zonas bajas, los fulgores del sol al poner-se incendiaban todas las crestas. Estas tonalidades rojas, unidas al olor del azufre, conferían al paisaje un carácter infernal19. Es, en definitiva, lo horriblemente bello.
En 1843 Víctor Hugo escribió un libro de viajes titulado Los Pirineos. En él describe el paisaje pirenaico: "Las cimas de las montañas son para nosotros especies de mundos desconocidos (...) Allí se emparejan, en una especie de himeneo misterioso, lo arisco y lo maravilloso, lo salvaje y lo apacible". Las piedras de arenisca conformaban un paisaje de extrañas figuras. "Aquí, en Pasajes, la montaña, esculpida y trabajada por las lluvias, el mar y el viento, está poblada por la arenisca de una infinidad de habitantes de piedra, mudos, inmóviles, eternos, casi pavorosos". Las siluetas de los olmos componían asimismo figuras caprichosas, "perfiles monstruosos y sobrenaturales (...) Unos bostezan, los otros se tuercen hacia el cielo y abren una boca que grita horriblemente. May algunos que se ríen con una risa feroz y repulsiva, propia de las tinieblas; el viento los agita; se echan hacia atrás con unas contorsiones de condenado, o se inclinan unos hacia los otros y se dicen bajito, en sus vastas orejas de follajes, palabras de las que al pasar oís, no sé que sílabas extrañas; (...) eso no quita nada a lo que tiene de temible y de lúgubre su realidad fantástica"20.
Muchos de los adjetivos empleados para definir las cumbres de los Pirineos se emplearon también para las de Sierra Nevada, si bien la descripción nunca alcanzó los tintes dramáticos antes aludidos, probablemente porque los viajeros estaban sugestiona-dos por la luz meridional y por el carácter supuestamente festivo de sus habitantes. En este caso, además, a la atracción que la alta montaña ejercía en los espíritus románticos, se añadía la sugestión de lo árabe, un elemento muy estimado también.
La ascensión a la sierra desde el valle de Lecrín se percibía como la entrada a un horizonte inexplorado, una tierra misteriosa. El viajero hace un alto en el camino para dar a la última panorámica del valle "un rápido y solemne adiós; para saludar en ella el último asomo del mundo que íbamos a dejar; para despedirnos de los horizontes conocidos, y ver de llamar luego nuestro espíritu a si' propio, a fin de entrar con el debido recogimiento en el horizonte inexplorado, en la tierra misteriosa". Sentía el viajero que entraba en "la inexpugnable ciudadela de Aben-Humeya Aben-Aboo, en el amurallado imperio de Sierra Nevada, en los dominios de la leyenda y la poesía, en el escenario de las lúgubres tragedias humanas y de las terribles convulsiones geológicas". Siempre esa comunión entre el hombre y la desmesurada naturaleza. Las tragedias humanas se identificaban con las convulsiones de la tierra, formando una unidad21.
Las excursiones a Sierra Nevada solían culminar en el Pico de la Veleta. Algunos autores incorporaban a su descripción datos estrictamente geográficos como la altura, o la vegetación, pero lo más frecuente eran los comentarios meramente literarios, al estilo del de Richard Ford:
"Ningún diamante relucirá jamás como las estrellas vistas desde aquí a media noche, a través de este medio enrarecido, en el hondo firmamento (...) La fría sublimidad de estas nieves eternas y silenciosas se siente de Ileno sobre el pináculo mismo de estos montes alpinos, que se levanta solo, en estado de aislamiento, sin amigos, como un déspota, y demasiado elevado para tener nada en común con nada de lo que le rodea a sus pies"22.
El ascenso al Pico de la Veleta, "el Montblanc de Andalucía" al decir de algún autor, todavía no era, ni mucho menos, algo frecuente incluso rebasada la mitad del siglo XIX, "pues las sierras de la provincia de Granada, rara vez visitadas por los turistas, no han sido explotadas aún ni sacan dinero de ellas, como ocurre con las montanas de Suiza"23. No existían, por lo tanto, guías de profesión, "ya que se verían expuestos a holgar muy a menudo", y por otra parte la ascensión era sólo posible en los meses de julio y agosto; el resto del ano el frío era demasiado intenso y el terreno difícil por los hielos. Si alguien quería realizarla debía dirigirse a los neveros, los únicos que se encaminaban hacia la cima en busca de la diaria provisión de nieve para abastecer la ciudad de Granada. Sólo ellos conocían los escarpados senderos de la montaña por los que los viajeros ascendían a la cima, ascensión que realizaban siempre a lomos de mula o a pie por los caminos, nunca escalando. Por esta razón, la mayoría de los viajeros se refieren al Pico de la Veleta, de relativo fácil acceso y no al Mulhacén, la cumbre mas alta, que por su dificultad gozaba del "infernal encanto de la incomunicación"24.
Junto a la soledad de las altas cumbres, tan alejadas de "esta inmensa oficina Ilamada Madrid"25, se prefería la de las playas desiertas. La figura de un paseante que vaga por una playa solitaria o se detiene en el borde de un acantilado frente al fragor del oleaje golpeando entre los escollos porque "los tumultos de la naturaleza no turban la soledad", era de las más queridas entre los autores influenciados por el romanticismo26. Los grabados que ilustran el Itinéraire descripif de Alexandre Laborde a principios de siglo y también los de Doré, rabasada ya la primera mitad del XIX, ambos entre los mejores que ilustraron ese tipo de obras, muestran a lado de la inmensidad del paisaje natural, diminutas figuras humanas que aparecen como desvalidas e imponentes frente a la naturaleza exuberante.
Este viajero que nos ocupa, el romántico, amante de los páramos sombríos, de lo que pudiéramos calificar de "paisajes sentimentales" por lo que tienen de revulsivo de los sentimientos, se hallaba también influido por los ambientes exóticos que tanto llegó a valorar el romanticismo. Los grabados que solían acompañar a las ediciones mas cuidadas de los relatos constituyen asimismo una muestra de estas preferencias. Junto con los de figuras típicas (gitanas, toreros, bandoleros, tipos regionales...) o los que representan diminutas figuras humanas insignificantes y perdidas en un ángulo del imponente paisaje, ya antes aludidos, los grabados solían representar ventanales con celosías morunas o ruinas de antiguos palacios árabes.
De hecho, fue la búsqueda del exotismo lo que impulsó al viajero romántico a venir a España en el siglo XIX, en una época en que las dificultades materiales para el viaje no eran pocas a todo lo largo y ancho del país, particularmente en las primeras décadas. Sin embargo, no fueron tanto estas dificultades las que habían propiciado la falta de viajeros en el siglo anterior, el XVIII, como las dificultades ideológicas que el espíritu romántico se encargó de paliar.
Dificultades materiales, dificultades ideológicas
La inclusión de España en el "grand tour" que los jóvenes de la nobleza y la burguesía solían realizar, no resultaba ni mucho menos tan frecuente como la de otros países. Lord Byron, sin embargo, realizó su "grand tour" desde 1809, cuando contaba 21 anos, hasta 1811 precisamente por los países menos frecuentados: Malta, Grecia, Turquía, Portugal y también España. Pero Lord Byron había sido un romántico hasta las últimas consecuencias y aún no era ese el común denominador de la mayoría de los viajeros de su época. Todavía en un relato de viaje publicado en Francia en 1803 su autor afirma: "He observado que hablar de España a un francés es como hablarle de la China o de los patagones, de tal modo (...) nos es desconocida"27. Apenas tres anos después, cuando Alexandre de Laborde viaja a España muy poco antes de que estalle la guerra de la Independencia y publica un extenso itinerario descriptivo del país, constata en él la ausencia de viajeros extranjeros en España comparándolos con los que visitaban otros países europeos:
"No encontrándose (España) en el camino de ningún otro reino, fue dejada de lado y no formó parte siquiera en lo que los ingleses llaman el gran viaje (the grand tour) que dura dos anos, y que forma parte, entre ellos, de la educación de los ricos, al igual que la retórica y la filosofía"28.
En el caso de los franceses, según el parecer de este mismo autor, fue la guerra de Independencia americana lo que los hizo viajar a las colonias inglesas, y eso les hizo, a su vez, dirigir la atención hacia Inglaterra. Tras el descubrimiento de Herculano y Pompeya, la atención se dirigió hacia Italia, depositarla del arte clásico. Por entonces, fuera de los intereses propios del "grand tour", el gusto por el viaje era todavía demasiado nuevo para desplazarse a todos los países que parecían interesantes, así que se hizo una selección, y por hábito, por imitación, acabó formándose un itinerario rutinario, "Se trazó una Iínea en Europa que adopta-ron maquinalmente todos los viajeros según las diferentes razones que los impulsaban fuera de su casa". Los enfermos se dirigían a Niza y Montpellier; los mas intrépidos a Pisa; los naturalistas seguían los pasos de Saussure recorriendo los glaciares de Suiza y escalando el Montbanc; los aficionados a las artes atravesaban Italia, los economistas no creían poder aprender nada fuera de la patria de Smith y de Arthur Young29.
España no era un país suficientemente conocido tampoco por los lectores habituales de relatos de viaje, puesto que no fue hasta bastante entrado ya el siglo XIX cuando se produjo la eclosión de este tipo de obras sobre España. Tampoco los datos que podían encontrarse en los diccionarios geográficos o las geografías universales de la época eran muchos y las más de las veces, además, habían quedado desfasados. Durante mucho tiempo, primero el gran desconocimiento del país, y mas tarde la confusión sobre la imagen de España que se produjo, precisamente por la proliferación de obras publicadas sobre ella, muchas de las cuales eran deformadas e inexactas, sirvió a los autores como excusa para publicar su propia versión que solfa presentarse, lógicamente, como la realmente veraz. Alexandre Laborde hace eso mismo en el prólogo de su itinerario descriptivo por España cuando dice asombrarse de "como la mayoría de las opiniones acreditadas sobre su estado actual y su situación en las diferentes épocas históricas, son contrarias a los hechos reales y a los auténticos documentos"30.
Aunque a principios del siglo XIX este viajero atribuye a la situación geográfica extrema del país la escasez de visitantes extranjeros hasta entonces, no debe olvidarse, por otro lado, que gran parte del siglo anterior fue para España una época de guerras intermitentes que no propiciaban los viajes por la Península, si bien, paradójicamente, hicieron que el interés por el país escenario de los sucesos en los que se veía implicada parte de Europa creciera, al tiempo que se despertaba la curiosidad por conocer ese extremo europeo, tan apartado de los circuitos habituales.
Los continuos conflictos bélicos pudieron constituir sin duda un impedimento, pero no eran algo que afectara sólo a la Península. En el siglo XVIII, otros países europeos los sufrían tanto o más que España, así que no puede presentarse la situación de guerra como el impedimento principal para los posibles viajeros extranjeros por España en esa época. Por otro lado, la situación de los caminos, los medios de transporte y los alojamientos no era tampoco satisfactoria en el XVIII, pero no lo era mas en Italia, por citar sólo un caso, e Italia no estaba excluida del "grand tour". Todo ello parece indicar que el escaso interés que despertaba España en los viajeros del siglo XVIII, sobre todo si se compara con el entusiasmo que se constata por la multitud de publicaciones del XIX, no era debido únicamente a las dificultades materiales, sino que tenía también una motivación ideológica. España quedaba descartada porque, lo fuese o no, se percibía diferente al resto de países europeos, una nota discordante difícil de encajar en el planteamiento previo del viaje ilustrado. Si el viaje ilustrado tenia que ser la confirmación, la ratificación de la teoría estudiada previamente, España quedaba excluida por su genuinidad, la misma que hizo a Richard Ford calificarla tiempo después como "el país de lo imprevisto". Para que la afluencia de viajeros fuera masiva en España, tuvo que producirse un cambio de interés que soslayase las dificultades materiales y ese cambio lo introdujo el romanticismo con su preferencia por lo exótico, lo no uniforme, lo heterogéneo, la alteridad.
La valoración de lo exótico
El interés generalizado de los viajeros extranjeros por España comenzó en el siglo XIX, en parte porque la guerra mantenida centra los franceses desde 1808 a 1813, en la cual se involucro también Inglaterra, paradójicamente propició el conocimiento de la Península en el resto Europa pero, sobre todo, porque la finalidad de los viajes había cambiado ya para entonces.
Dejando aparte los viajes científicos por definición, o las expediciones realizadas en ambos siglos y ateniéndonos al prototipo mas generalizado de los viajes formativos, si en el siglo XVIII primo el carácter cientifista y de utilidad social del viaje ilustrado, en consonancia con el espíritu racionalista que lo había generado, los viajeros del siglo XIX, en cambio, sin que deba entenderse que existió una ruptura total con los del siglo anterior, tuvieron una concepción muy distinta del viaje. El viaje para el viajero del XIX pasó de ser una asignatura entre otras más dentro de la formación intelectual, a ser, en todo caso, una asignatura no necesariamente relacionable con la vida académica, sino con la vida, sin más atributos.
Viajar para conocer, para ver, para experimentar sensaciones, para aventurarse por regiones menos conocidas, apartadas de los itinerarios habituales, pero sobre todo hacerlo con un talante diferente en el que solían primar mas los valores estéticos y sensuales que los meramente éticos o intelectuales. No obstante, no se trataba tampoco en este caso del viajero aventurero sino del viajero romántico del siglo XIX, un viajero que, a pesar de la búsqueda de lo exótico y de su incursión por todo aquello que se saliera de los moldes habituales, volvía siempre al final del viaje a la seguridad de los mismos. Concretamente en lo que hace referencia a España, muy pocos viajeros extranjeros de los que la visitaron, a pesar de los encendidos elogios que dirigían al "pintoresquismo", apenas permanecieron en el país mas allá de algunas pocas semanas, y la mayoría de ellos no hablaron ni entendieron español jamás.
La valoración del exotismo fue una de las principales características de gran parte del siglo XIX. La literatura, la pintura y otras artes plásticas, la arquitectura y, en fin, todas las áreas del pensamiento, habían recibido el impacto del exotismo al acabar el siglo XIX31. Exotismo acabó siendo para muchos sinónimo de libertad, ruptura de los corsés homogeneizantes que la civilización industrial imponía a sus componentes, escapismo que llevaba en su seno el rechazo por las condiciones imperantes que no podían satisfacer, en modo alguno, el ideal formulado. El viaje por aquellos lugares exóticos o considerados como tales constituyó, pues, no sólo una aventura física, sino también espiritual. "¿Qué país (...) merece mas la visita del hombre sensible?", pregunta un viajero cuando el siglo XIX estaba a punto de comenzar, y él mismo contesta que España. Pero no se estaba refiriendo a España como tal país, sino sólo a una parte, Granada. "¿El solo nombre de Granada no dice nada a vuestro corazón? ¿No os evoca los amores apasionados, los terribles celos, las afectadas galanterías de los caballeros moros, sus sentimientos profundamente religiosos?"32. Tales preguntas guardan relación con la evocación del exotismo árabe que esperaba encontrarse al sur del sur, en Andalucía.
La mayoría de los relatos de viaje que de España se escribieron se refieren sólo a esa región. Fueron pocos los que como Cornille vieron "dos grandes divisiones trazadas por la naturaleza, y que ni el tiempo ni los hechos pueden alterar. Aquí, la España del Sur (...), la España de Granada (...). Allí, la España de los Pirineos"33. A pesar del interés por el paisaje alpino, la España del sur se prefirió sobre todas las otras, porque en ella podían encontrarse los rasgos árabes que se anhelaba encontrar.
Si Granada fue una de las ciudades preferidas por los viajeros, su Alhambra era la meta. La Alhambra de Granada, obligada peregrinación del viajero romántico, no era considerada todavía un re-curso turístico, puesto que el turismo de masas distaba mucho de lo que estos viajeros solitarios representaban. Sus piedras, sus estancias, sus patios y jardines, además, no estuvieron siempre cuidados. Cuando Richard Ford la visita en la década de los treinta, escribe que su estado aparecía "decaído y abatido, esqueleto de lo que era cuando estaba vivificada por un alma viva" y que era posible que decepcionara a los mas prosaicos, debido a que "las tonterías de los anuarios han formado una idea excesivamente exagerada de un lugar que, desde los sueños mismos de la juventud, ha ido tornando forma en la fantasía como un tejido de hadas".
A pesar de sus palabras, Ford, que como Washington Irving había vivido temporadas dentro del recinto de La Alhambra, se dejó Ilevar como otros muchos por el aire del romanticismo en su descripción. “¡Ay del frío escéptico que en estos lugares de auténtica leyenda y cuentos de Aladino trate de racionalizarlo todo excesivamente!", exclama. "Estas ficciones de balada forman la historia mas poética de La Alhambra, y así los que pongan en duda la veracidad de las manchas de sangre del Abencerraje deberían dedicarse a inspeccionar ganado selecto en las ferias y otras cosas de esas que nunca ofrecen lugar alguno a la duda".
La Alhambra, efectivamente, había sido monopolizada ya por pintores y poetas, escapando "a la jurisdicción de la árida historia". Por esa razón Ford, cuyo relato es bastante prosaico en otros muchos puntos, describió en cambio La Alhambra de forma poética. "En las noches serenas de verano -deja escrito- los rayos difuminados (de la luna) tocan con su punta los arcos de filigrana y dan una profundidad a las sombras y una magnitud nebulosa e indefinida a los salones mas lejanos que duermen en la oscuridad y en el silencio, roto solamente por el monótono zumbar del vuelo de algún murciélago"34.
Lo bello y lo sublime, mezclados con algo o bastante de voluptuosidad y unidos a un cierto grado de horror y tinieblas que se apartaba de la belleza convencional, y que ya puede encontrarse de forma clara y explicita en las obras de los románticos del siglo anterior como Horace Walpole, podían tener cabida en este espacio árabe. La Alhambra era un escenario propicio para idear cuentos fantásticos o antiguas leyendas y es conocida la obra que Washington Irving dedicó a fabular lo que de maravilloso podría haber sucedido en el recinto35. La intensidad de las pasiones que arrastra a los personajes descritos en esta u otras obras similares inspiradas por una idea afín, se atribuía en España a la influencia árabe y árabes eran los escenarios preferidos para el desarrollo de las historias de pasión que muchos de estos autores idearon.
El empeño arabizante
En un extremo de la Europa misma de la que partían la mayoría de los viajeros por placer o por un interés formativo y cultural, quedaba todavía un país exótico y éste era España. De España, no obstante, se prefería una región sobre todas las demás, Andalucía, hasta el punto de que en una fecha tan avanzada como 1861 un viajero elige para su relato un itinerario por la zona norte, desde Barcelona a Tolosa y todavía lo Ilama "la España desconocida". "Se diría que España comienza en la cuenca del Tajo -dice el viajero- y que sólo Andalucía merece una visita. No faltan turistas dispuestos a sostener esta extraña paradoja (...) Ya ha Ilegado la hora de corregir este error. La palabra España nunca ha sido sinónimo de palmeras y naranjos"36. Pero, ciertamente, palmeras, naranjos y lodo lo relacionado con el exotismo del mundo árabe era lo que se buscaba en España y de ahí la preferencia por Andalucía, donde estaban seguros de encontrarlo.
Los edificios árabes eran los preferidos por estos viajeros. "Desde que he visto Sevilla y Córdoba, me siento tentado de hacerme turco -escribe Mérimée sin pararse a distinguir entre Arabia y Turquía- lodo lo bello y útil que hay es obra de los moros"37. El mismo autor confiesa cuando se dirige a ver las ruinas de Sagunto: "Las antigüedades, sobre todo las antigüedades romanas, me impresionan poco "38. A veces, era tanto el afán por lo árabe, que hallaban esos rasgos incluso allí donde no podían existir. Hans Christian Andersen, por ejemplo, a su paso por Barcelona se empeña en afirmar que la Catedral había sido antes una mezquita árabe y que en su claustro, el antiguo patio de la mezquita, "aún salta el agua en las pilas de mármol donde acostumbraban a lavarse la cara los musulmanes antes y después de la oración"39.
El que los viajeros encontrasen rasgos árabes en construcciones donde no podían haberlos no era nada extraño, por lo que Hans Christian Andersen no constituye en absoluto una excepción. Mérimée, por ejemplo, contunde la Lonja de la Seda de Valencia con un edificio àrabe40 y William Dalrymple, un viajero británico del último cuarto del siglo XVIII, había indicado en su relato que la plaza Mayor de Salamanca estaba "construida en estilo muy parecido al moruno"41. Mucho mas realista, cuando Davillier pasa por la ciudad de Alicante, busca "los minaretes cantados por Víctor Hugo en una de sus mas encantadoras orientales" y concluye reconociendo que su descripción no había sido tan fiel como la de otras ciudades españolas y que "deja un poco que desear por lo que se refiere a la exactitud. Pues sena por completo imposible, aun con la mejor voluntad del mundo y con el mayor amor por la poesía, encontrar aquí el mas pequeño campanario o el mas del-gado minarete"42. Charles Davillier visitó España en veintitrés ocasiones y podía considerársele, como a Proper Mérimée, conocedor del país, pero una vez mas debe insistirse en que lo mas frecuente eran los viajeros que echaban una rápida ojeada a sólo una parte de los pueblos y ciudades y, sin tan siquiera conocer la lengua, acababan escribiendo aquello que sus lectores esperaban leer.
No sólo fueron los edificios, los viajeros encontraban también rasgos árabes en la forma de vestir de los habitantes. Para Sir Arthur de Capell Brooke que publicó su relato incluyendo a España y Marruecos, prácticamente no habían diferencias en la ropa de los dos países. La capa de ancho vuelo español, con una de sus puntas cruzadas sobre el hombro izquierdo, no era mas que una variante del "hayk"; la forma en que el campesino andaluz llevaba su ropón, cruzado igualmente sobre ese hombro, era la misma forma de vestir el "sulham" de los moros; los pantalones cortes y abomba-dos, la faja con que ceñían su cintura y la propia chaquetilla de mangas estrechas, adornada con botones laterales al estilo del "Kafan", guardaban estrecha afinidad con similares prendas marroquíes, y la forma en que los hombres se anudaban con frecuencia un pañuelo alrededor de la cabeza lo asimilaba al turbante43.
Tampoco para Davillier eran diferentes los rasgos físicos entre andaluces y árabes, y estando en Almería cementa que en su primera visita al puerto, donde tiene ocasión de estudiar en toda su pureza los tipos andaluces, pudo constatar que los que encontraba eran "cetrinos como africanos" que "habrían llevado a la maravilla el abornoz, y mas de uno, con toda seguridad, descendía de los antiguos súbditos de Boabdil"44. Y también Ford llega a afirmar de Ugíjar que "los habitantes son medio moros, aunque hablan español"45.
Si a veces Ilegaban a inventarse características inexistentes en los edificios monumentales del país, o en el hablar o el vestir de sus habitantes, mucho mas frecuente era exagerar sus características morales o sus costumbres, hasta Negar a configurar una imagen de España inventada pero, a fuerza de repetida, mas real que la propia realidad. La necesidad de salirse de los moldes establecidos que el viajero romántico experimentaba le hizo concebir a veces tipos y situaciones que no existieron en la realidad española o que, de existir, lo hacían con matices que el relator dejaba de anotar en sus descripciones. Estos olvidos y exageraciones, repetidos una y otra vez hasta la saciedad, configuraron una imagen mental, un cliché, que perduró mas allá del siglo XIX, dieron lugar en definitiva a una España inventada.
La España inventada
A estos espíritus románticos, como se ha indicado anteriormente, les atraca en particular los lugares exóticos, o los que consideraban como tales, huyendo tal vez de la anterior racionalidad. No se trataba tanto de conocer lo que de común podía haber con otros países sino de subrayar precisamente aquello que los diferenciaba del propio. De hecho, el afán por el discurso exotista al que se ha aludido ya también, guarda una relación directa con la necesidad de exagerar la diferencia, aquello que hace parecer lejano, ajeno, distinto a otro país y a sus habitantes. Debía ser diametralmente diferente la religión o, al menos, el sentimiento con que esta era vivida, la estética artística, la filosofía existencial, el clima, pero también los pequeños detalles cotidianos, las costumbres, las relaciones, las viviendas, los alimentos y su forma de condimentarlos... Era, en definitiva, el poder de la alteridad. El viaje en este caso, ya no tenia como objetivo la visita a países y sociedades afines sino, por el contrario, la huida de estos ámbitos hacia otros menos domesticados y España se aparecía ante estos viajeros románticos, precisamente como un país poco domestica-do aún por la mentalidad burguesa, porque la burguesía no había adquirido todavía la solidez que había alcanzado ya en otros países europeos.
La imagen que de España se tenía era, por otra parte, una imagen literaria, ya que la enorme masa social que en siglos anteriores no sabía leer se había ido reduciendo. Esa imagen, fijada y persistente, era la del Siglo de Oro en las letras, en el cual se había dado forma a tipos españoles que trascendieron las fronteras como Miguel de Manara o Don Juan, a temas dramáticos en los que intervenía la Inquisición, a personajes y situaciones del Romancero con sus bandoleros y aventuras o a los de la novela picaresca, con sus mendigos y vividores46. Esa era la imagen que de España se tenía todavía en el XVIII y parte del XIX. Los esfuerzos que el gobierno ilustrado de Carlos III había realizado por modernizar el país, no estaban tan presentes en el ánimo de la mayoría de los viajeros extranjeros que visitaron España en ambos siglos, como la persistencia del pasado.
Aquellos que no leían, podían encontrar la imagen literaria de España en el teatro. Entre 1830 y 1840 se estrenaron en Francia cincuenta piezas teatrales en las cuales la acción se desarrollaba en España o tenía que ver con este país. Sólo en 1836 se representaron doce obras con esas caracterfsticas47. La temática de es-tas obras teatrales guardaba relación con personajes históricos e instituciones como Pedro el Cruel, Maria de Padilla, El Cid, o la Inquisición. Otras veces eran simples temas de ficción en los que casi siempre intervenían el amor no correspondido, los celos, el honor, la honestidad y la religiosidad, en mezcla y dosis adecuadas para que el drama estallase. Era mas que frecuente que alguno de los personajes fuera árabe o judío y que interviniera al menos un clérigo intolerante. Esa era la España que no pocos esperaban encontrar, la que imaginaban bastantes de los viajeros románticos antes de Ilegar y la que buscaban con avidez. Podían encontrarla todavía en algunas zonas del país. Las demás, no interesaron con la misma fuerza y, más a menudo, no interesaron en absoluto.
La España del siglo XIX parecía poseer, en definitiva, todas aquellas características que el viajero romántico esperaba hallar en su viaje: exotismo en sus habitantes y sus costumbres, irracionalidad en sus creencias y actitudes, exuberancia o grandiosidad en algunos de sus paisajes; y allí donde la España real no podía cubrir todas las expectativas, porque a pesar de todo, formaba parte de Europa, surgía la España inventada que algunos viajeros presentaron, perpetuando imágenes exageradas o, en el peor de los casos, inexistentes.
No habían en la España del siglo XVIII y XIX suficientes majos, ni bandidos bastantes para colmar las expectativas de aventuras de los relatores de viaje; no habían tampoco suficientes toreros, ni gitanas, ni era tan grande el número de andaluzas de ojos negros y rasgados que esperase la llegada de un viajero inglés al que rendirse. Hubo que inventarlos. Era necesario escribir un relato que se ajustase a lo esperado y lo esperado lo encontraron los viajeros en una parte de España, en una parte de su sociedad, parte que hábilmente presentaron por el todo, elevando sectores minoritarios de la sociedad española de la época a la categoría de símbolos.
A las puertas del siglo XIX un francés, el barón de Massias, que como oficial de artillería tomo parte en la guerra contra España de finales del XVIII y fue hecho prisionero por los españoles en Figueras, aprovechó la circunstancia, como tantos otros, para escribir un relato de viajes que llamó Le prisonnier en Espagne y subtituló Coup d'oeil philosophique et sentimental sur les provinces de Catalogne et de Grenade. En este libro, vuelto a reeditar en 1803, están presentes todos los tópicos sobre España que posteriormente se irían repitiendo hasta la saciedad. Massias, que Ilama "Lambra" a La Alhambra y "La Meda" a la alameda de Málaga, mantiene que en esta última no estaba permitido que hombres y mujeres pasearan juntos, que el atuendo de los hombres incluía la montera y que, por el simple hecho de tener en su poder el pañuelo de una mujer, se les obligaba a casarse con la propietaria48. De la misma forma están presentes en la obra afirmaciones tópicas sobre fanatismo religioso, pereza, condimentación de los alimentos o cualquier otro aspecto de la cultura o el carácter de los españoles.
La mayoría de los libros de viaje por España que se escribieron por la época tenían ese estilo, algunos eran mas objetivos, pero los que mantenían que "las costumbres no son mas severas en España que en Francia o en Alemania, la rigidez de las dueñas no se encuentra mas que en las novelas, y los maridos no son ni mas severos ni mas celosos que en otra parte"49, eran extraordinariamente escasos. Abundaban, pues, las afirmaciones al estilo de Massias y no fue sólo que afirmaciones parecidas se repitiesen, una y otra vez en los escritos de los viajeros extranjeros que a lo largo de todo el siglo XIX visitaron la Península, conformando una idea de España que perdura aún en la actualidad, sino que, como sagazmente afirma uno de ellos50, el estereotipo acabó ganando adeptos incluso entre los españoles, de tal forma que muchos de los pertenecientes al pueblo llano terminaron comportándose de una manera concreta, sólo porque se esperaba que lo hicieran así. Por otro lado, existían también españoles con un interés práctico en que se conservasen algunos de los tópicos. Tal era el caso de los escopeteros que, ganándose la vida vigilando los caminos, difícilmente podían contribuir a difundir la idea de que ya no eran necesarios porque los bandidos que acechaban a los caminantes habían dejado de existir.
Conforme el siglo XIX avanzaba, la imagen de España llegó a ser tan distorsionada que incluso alguno de los viajeros extranjeros exclama "¡Pobre España! ¡Qué visión fantasmal dan de ti a lo lejos!"51.
España, además, estaba en proceso de transformación social. A pesar de que en 1845 Richard Ford escribe todavía en Las cosas de España que "esta tierra y este pueblo de rutina y costumbres están ahora como en conserva para los amantes de las antigüedades, porque aquí las costumbres paganas, romanas y orientales, pasadas ya hace largo tiempo en otros sitios, surgen a cada paso en la iglesia y en las casas particulares, en los salones y en el campo"52, ya cinco anos antes otro viajero, éste de origen italiano, había escrito con cierta nostalgia del pasado, pues cada vez mas, las grandes capitales españolas se parecían a las de cualquier otro país europeo: "España se encuentra en una de esas crisis de transformación social en las que los viejos pueblos ofrecen mayor interés. Pienso, pues, que nunca será demasiado pronto para ir a observar los síntomas de la metamorfosis política que está sufriendo, y recoger al mismo tiempo los últimos suspiros de esta deliciosa España de novela que a los extranjeros nos alucina y que no tardare en morir bajo los golpes de nuestra prosaica civilización"53.
Por la misma época Théophile Gautier cree que lo mejor de Granada es que todavía "uno no puede darse cuenta de que han pasado trescientos o cuatrocientos anos y multitudes de burgueses por aquel teatro de tantas acciones románticas y caballerescas", pero se lamenta, no obstante, de "las personas que encontráis con traje moderno, con sombrero hongo, con levitas de señor" porque "producen involuntariamente efecto desagradable"54.
La modernidad producía, pues, un efecto desagradable precisamente en aquellos que tanto denostaban a veces la perduración de costumbres antiguas y desfasadas. Pasada la segunda mitad del siglo, otro viajero francés constata que la ciudad de Burgos estaba perdiendo lo que solfa denominarse pintoresquismo.
"Se entra por un barrio que sigue la orilla izquierda del río Arlanzón semejante a nuestros barrios, bordeado de posadas y depósitos, y que no tiene de español mas que los campanarios de algunas casas (...) Detrás de la plaza se prolonga la calle de La Paloma, nombre poético y engañoso del barrio mercantil, en el que toda huella nacional desaparece bajo los progresos de la civilización europea"55.
Aproximadamente por esos mismos anos, Prosper Mérimée escribía desde Madrid en su sexto viaje a España: "He encontrado aquí muchos cambios. La civilización ha hecho progresos muy considerables, demasiado considerables para nosotros, aficionados al color local. El miriñaque ha desbancado por completo a la antigua saya, tan bonita y tan inmoral. Se dedican mucho a la Bolsa y hacen ferrocarriles. Ya no hay bandoleros y casi tampoco guitarras"56.
Y muy poco después:
Todo está cambiado en España, convertido en prosaico y francés. No se habla más que de ferrocarriles y de industria"57.
Exactamente era así como estos viajeros imbuidos del romanticismo veían las transformaciones económicas y sociales que sus países estaban experimentando, como una "civilización prosaica" en la cual las aspiraciones y los logros de una burguesía en ascenso contribuían a uniformar la sociedad. Uniformidad en el vestir y por ello, cuando el marqués de Custine en 1838 realiza la descripción de los trajes regionales españoles que todavía podían verse en los pueblos y ciudades de provincias, añade:
"Pronto, ningún viajero en Europa tendrá que realizar esa tarea. Los hombres se afanan por vestirse de la misma forma en todos los lugares, como si la antigua variedad no tu-viera razones mas legitimas que las que tendrá la uniformidad moderna"58.
Uniformidad también en la expresión contenida de la sociedad moderna a la que estos viajeros pertenecen y por esta razón Cuendias, diez anos después que Custine, cuando escribe sobre una danza española que califica de "desafío lanzado a las pasiones humanas, desquiciamiento del alma, borrachera de los sentidos", añade que constituye un "delicioso entreacto a esta tragicomedia que se denomina existencia civilizada, mezcla de episodios dramáticos o burlescos, que a menudo se trueca en parodia... loca obra de esta pedante que se llama razón y que el corazón siempre rechaza"59.
Pero cada vez mas los españoles tenían a gala, "como casi todos los burgueses de las ciudades españolas, demostrar que no son pintorescos y dar pruebas de civilización luciendo pantalones de trabilla. (...) Temen pasar por bárbaros, por atrasados, y cuando se les alaba la belleza salvaje de su país, discúlpanse humildemente de no tener ferrocarril y de carecer de fábricas de vapor"60.
Los viajeros sentían como "el progreso avanzaba a costa del romanticismo"61. Romanticismo era sinónimo de antiguo, antitesis de modernidad y España era "este lugar donde, sin ser importuna-do por el modernismo de nuestro tiempo, uno podía dejarse deslizar hacia el pasado, tan cargado de romántica poesía"62. Puesto que era romántica, España era también la antitesis del progreso a los ojos de los viajeros. Algunos de ellos suspiraron porque España, y dentro de ella Andalucía, no participara de lo que calificaban desdeñosamente de civilizada existencia, a la que, por otro lado, no renunciaban sino para realizar una corta incursión en este paraíso incontaminado, y exclamaban en un arrebato netamente romántico:
"¡Cierra pronto tus puertas almenadas, oh Córdoba, al espíritu burgués de este siglo! ¿Podría ser que la caballería de Gonzalo fuese reemplazada por la aristocracia de la Banca?... Consiento que el resto de la tierra pertenezca al cálculo, a la usura, a la avaricia, pero... que quede al menos este jardín del honor abierto a los hacedores de sueños"63.
Pero los hacedores de sueños eran frecuentemente criticados y acusados precisamente de anclarse en ellos. Durante décadas, además, se había ido formando una "leyenda negra" en torno a los españoles, sus costumbres y sobre todo, sus instituciones.
No fueron pocas las ocasiones en que, precisamente la persistencia de la "leyenda negra" sobre España, impulsara a algunos escritores españoles a emprender ellos mismos un viaje para relatar lo que consideraban la verdadera realidad. En el prólogo de su Viage de España, Antonio Ponz refiere como fue un religioso lombardo que viajó por España a mediados del siglo XVIII, el Padre Norberto Caino64, el cual publicó un relato de viaje en cuatro tomos y en forma de cartas, quien le impulsó a iniciar su propio viaje para desmentir algunas de las afirmaciones que este había realizado sobre el país, aunque insiste en que, comparado con otros, "entre los extranjeros que han viajado por España, es el que mejor nos trata"65. En esa ocasión, según refiere el propio Antonio Ponz, se estuvo a punto de realizar una respuesta al autor de tan insultante relato apoyada por el gobierno español, pero finalmente no se llevó a cabo "y así nos vimos libres de que saliera alguien quien con mayor descrédito se empeñase en negarlo todo, y apadrinar de esta forma la ignorancia"66. A pesar de sus palabras conciliadoras, Ponz en su viaje aprovecha todas las ocasiones oportunas para desmentir al lombardo con rotundidad en materia de arte, de literatura o, simplemente, de costumbres. Él mismo confiesa seguir en "varias partes de España al expresado autor lombardo, contradiciéndole en lo que es debido"67.
La imagen que de España se había formado, antes incluso de que Ponz publicara su obra, era tan negativa que, consciente de ello, cuando en 1762 Bernardo Ward escribió el Proyecto económico que tanto influiría en el proyecto reformista, y expuso en él su idea sobre el beneficio que reportaría poder atraer a España extranjeros conocedores de modernos procedimientos técnicos que, al tiempo que compensaran la escasez de población nacional, sir-vieran de modelo ya que "la industria nunca se aprende sino viendo su manejo y sus efectos", proyecto también un modo de contrarrestar la mala propaganda que podía Negar a impedir el asentamiento de esta sencilla y eficaz fuerza renovadora. Creía Ward imprescindible que se realizase una breve descripción de España que contuviera todo aquello que podía ofrecer el país al inmigrante que se estableciera en él, descripción que debía distribuirse en las embajadas en el extranjero, encargadas a su vez, de hacerlas Negar a los interesados. Pero pensó también en un modo mas ingenioso de neutralizar la mala propaganda centra España, imitando lo que se hacia en Inglaterra: insertar en los periódicos cartas de un presunto corresponsal extranjero que "den a las diferentes naciones las impresiones que nos convenga, o que les desimpresionen de diferentes aprensiones ridículas e iniquidades que tienen muchos sobre la Inquisición, sobre el dominio de los frailes, clima, genio de la nación, etc. Estas especies, bien manejadas por una pluma delicada y de modo que todo este fundado en la verdad, en la exactitud y en la pureza, harán un efecto increíble en los ánimos"68. Se trataba, pues, de impresionar pero también y sobre todo de desimpresionar la imagen que anteriores viajeros habían fijado en la mente de los lectores de relatos de viaje.
Prueba de que las críticas menudeaban en los relatos de viaje por España es que, a veces, los propios viajeros exponían en el prólogo que no querían hacer lo mismo que sus predecesores, "esos insolentes y malhumorados traficantes de viajes que en los países que visitan sólo buscan objeto de crítica o desaprobación"69.
Las críticas arreciaron, precisamente cuando España se encontraba en pleno esfuerzo renovador. En 1784 apareció un artículo inserto en la Encyclopédie Méthodique, que venía a ser una segunda versión de la Encyclopédie de Diderot y D'Alambert, en el que Masson de Morvilliers preguntaba que era lo que, al fin y al cabo, se debía a España, "en dos siglos, en cuatro, en diez, <<,qué es lo que ha hecho por Europa?"70. Respondió al ataque Antonio Joseph Cavanilles, botánico, ilustrado y viajero, y lo hizo desde el mismo Paris, donde se hallaba desde 1777 como preceptor de los hijos del Duque del Infantado, que nabla sido nombrado embajador de España. La respuesta la dio por medio de un artículo en el que, sin arrebatos pero firmemente, enumeraba todas aquellas cosas que él creía que España había aportado a la cultura y enumeraba también los nombres de los hombres que lo habían hecho posible. En su respuesta, el abate valenciano daba también una explicación a la actitud de Masson debida, según este ilustrado español, a que Masson "sabía que las expresiones exageradas, son las que mas excitan la curiosidad, que el público recibe con alegría todas las caricaturas"71. Pero Masson de Morvilliers tuvo otra respuesta mucho menos ponderada que la de Cavanilles, la de Juan Pablo Corner, que a instancias del Conde de Floridablanca escribió una Oración Apologètica por la España y su mérito literario en 1786. Si a Cavanilles se habían unido aquellos españoles que se sentían rechazados sin razón de la corriente del pensamiento europeo, a la apología de Juan Pablo Forner se unieron los que, con un patrioterismo estéril, favorecían precisamente este rechazo, rechazando y despreciando a su vez cualquier idea innovadora que proviniera del extranjero.
Apenas un ano antes de la respuesta a Masson por parte de Juan Pablo Forner, un nuevo libro de viajes, el Voyage de Figaro en Espagne, escrito por Jean Marie Fleuriot, marqués de Langle, repetía una vez más los supuestos difamatorios de anteriores obras. La respuesta vino esta vez del embajador de España en Paris, el conde de Aranda, y en esta ocasión la obra fue considerada como un libelo y quemada como tal en Francia72. Los mismos autores franceses se dolieron de la cantidad de mentiras y calumnias que contenía la obra escrita por el marqués de Langle, hasta el punto de que uno de ellos publicó casi veinte anos después un relato de viaje por España, insertando párrafos enteros de su compatriota con el fin de desmentir a continuación las afirmaciones de Fígaro sobre el país, censurando su falta de rigor, y lamentándose de que a pesar de ello hubiera conocido hasta cinco ediciones en Francia, "número que no alcanzan apenas los mejores libros"73.
España, copia y modelo
Un buen número de las imágenes más o menos falseadas de la España de la época, fueron producto directo de los relatos de viaje. Estos relatos influyeron no sólo en la idea general que de España se tenía, sino también en aspectos mucho más concretos como las modas o el lenguaje. Que las modas, el estilo, la lengua y las costumbres francesas eran copiadas por una parte de la sociedad española es fácil constatarlo, son muchos los comentarios al respecto en los relatos de viaje franceses. "Comenzamos a influir sobre las costumbres públicas -se lee en uno de ellos- todos los jóvenes (españoles) se hacen vestir por nuestros sastres"74. También menudearon las críticas de los españoles contra ese mimetismo de sus compatriotas. A principios del siglo XIX, cuando estalla la guerra contra Francia, algún autor, alarmado por la adopción de las costumbres y modas del vecino país entre una capa cada vez mas amplia de la sociedad española, cree que ese dramático episodio permitirá, no obstante, volver a ser "españoles rancios", es decir, "valientes, formales y graves", españoles que Ileguen a olvidar su debilidad por las lecturas francesas cuando, "enamorados de sus libros, estaban casados con sus autores".
Alude después directamente a las guías de forasteros de la época cuando añade: "Con esta guerra limpiaremos la Guía de forasteros de los nombres asquerosos de las familias reinantes napoleónicas, y de sus satélites coronados"75.
Por lo que respecta al teatro, éste no se hallaba menos influenciado por la moda francesa a principios de siglo. "En el momento en que escribo -afirma un autor francés relatando su viaje por España- el teatro francés está en lucha con el teatro español. Traducidas al castellano, las piezas francesas aportan al teatro de Madrid, las costumbres, el espíritu, el gusto de la nación que las produce"76.
Lógicamente, la invasión napoleónica tuvo repercusiones negativas en cuanto a copiar las costumbres y las modas francesas. "Antes de la invasión, se admiraba todo lo que procedía de Paris; las modas francesas eran seguidas con pasión (...) La injusta agresión de Bonaparte detuvo este capricho y el orgullo castellano acusó de infame a todo español que prefiriese a las costumbres de sus antepasados, aquellas de sus crueles opresores"77. Pero no mucho después de la retirada de las tropas francesas, modas y costumbres parisinas volvieron a recabar adeptos entre una capa bastante amplia de la sociedad.
Menos conocido es el papel que España desempeñó como modelo a copiar en la sociedad francesa. Sin embargo, resulta lógico que tantos y tantos relatos de viajes por España como se publicaron, acabaran influyendo de alguna manera en sus lectores franceses.
El principal modelo a imitar en Francia era, no obstante, el inglés. "Que hombre osaría aparecer en la buena sociedad sin estar vestido a la inglesa, de piqué inglés, con medias inglesas, botas de cuero inglés hechas por Ashley (...), en un coche que no fuera inglés o hecho a la inglesa?" pregunta un viajero francés en 180378. Pero también la influencia de la moda española, de las cosas hechas "a la española", se dejaron sentir en Francia. La influencia española se apreció en el idioma francés, que adoptó no sólo vocablos que designaban tipos característicos españoles como "torero" o "matador", sino también aquellos que se relacionaban, por ejemplo, con el tabaco: "cigar", "cigarette", etc. Y también la moda francesa se vio afectada por la influencia de España: las plumas caían de los sombreros "a la castellana" y las muselinas se preferían "a lo Dona Sol". En cuanto a la literatura, numerosos escritores, entre ellos Chateaubriand o Stendhal que apenas habían visitado España en alguna ocasión, hicieron que algunos de sus relatos se desarrollaran en este país, o bien idearon tipos y caracteres españoles para sus historias. No es necesario mencionar aquellos escritores que como Prosper Mérimée estuvieron profundamente influidos por nuestro país y configuraron, en este caso concreto, un arquetipo femenino, "Carmen", que ayudó a crear una imagen de la mujer española que aún hoy perdura79.
Viajeros franceses, viajeros ingleses, viajeros italianos...
En el siglo anterior, Rousseau había realizado en su Emilia una clasificación topológica de los viajeros europeos según su nacionalidad y su mayor o menor aprovechamiento del viaje. "De todos los pueblos del mundo, el francés es el que mas viaja -afirmaba Rousseau- pero, satisfecho de sus costumbres, contunde todo lo que no se le parece (...); los ingleses viajan también pero de otra manera (...): la nobleza inglesa viaja, la nobleza francesa, no; el pueblo francés viaja, el pueblo inglés, en absoluto"80.
Sobre la utilidad y el provecho resultante del viaje Rousseau creía que sólo los españoles sabían viajar sacando ese provecho porque, "estando menos adelantados que nosotros en nuestras frívolas búsquedas y menos ocupados en los objetos que persigue nuestra vana curiosidad, ponen toda su atención en lo que es realmente útil (...). Mientras que un francés corre tras los artistas del país, que un inglés dibuja las antigüedades y que un alemán Ileva su álbum a todos los sabios, el español estudia en silencio el gobierno, las costumbres, el orden interno, y es el único de los cuatro que a su regreso informa de lo que ha visto, y extrae de ello algo útil para su país"81.
No ocupándose este artículo de los viajes que los españoles realizaban por el extranjero, resulta difícil ratificar o desmentir la afirmación de Rousseau. En cualquier caso, los comentarios acerca de la escasa afición de los españoles por los viajes eran frecuentes incluso entre los propios españoles viajeros. "Los españoles tenemos pocos asuntos fuera de casa, y los que tenemos no nos interesan hasta el extremo de hacernos emprender largos viajes", afirma Pedro Antonio de Alarcón cuando hace notar que el tren correo desde Madrid a Salamanca iba casi vacío82. A mayores distancias, menor era la posibilidad de encontrar un viajero español.
En cambio, a lo largo del siglo XIX, que es el que con preferencia nos ocupa, visitaron España numerosos viajeros franceses como Alexandre Laborde, cuyo Itinéraire Descriptif constituye un empeño estadístico exhaustivo que hubo de ser de gran utilidad durante muchos anos a posteriores viajeros83; o Prosper Mérimée84, que tanto abría de contribuir, junto con Théophile Gautier85 y Alejandro Dumas86, a configurar la imagen romántica de Andalucía, o Charles Davillier y Gustave Doré que viajaron por una España surcada ya por el ferrocarril, deseosos de recoger lo que de esa imagen romántica de antaño quedara87. Ingleses como George Borrow88, cuya misión consistente en la difusión de biblias protestantes en un país profundamente católico prueba su amor por la aventura; o Richard Ford89, cuya extensa obra sobre España no le ha salvado del calificativo de hispanófobo90. Alemanes como GuiIlermo de Humboldt, estimulado por su amigo Goethe, el cual seguía en un mapa colgado en la pared de su habitación el itinerario que el historiador le indicaba en sus cartas91. También italianos, como Edmondo de Amicis92, interesado por la forma en que los españoles habían recibido a Amadeo de Saboya... Las publicaciones de relatos de viaje por España realizadas por autores extranjeros llegó a ser tan numerosa que Ramón de Mesonero Romanos, en el prólogo de una obra suya publicada en 1840, realizó un retrato satírico de los relatores, en este caso franceses, contraponiendo su superficialidad a la sólida obra de viajeros como Ponz, CavaniIles, Flórez o los hermanos Villanueva, que necesitaron anos de estudio y dedicación antes de escribir sobre sus viajes.
Mesonero Romanos, tras apuntar los apuros económicos que empujaban a estos viajeros franceses a publicar pronto un relato de viaje por España, de venta asegurada, indica que "después de permanecer en España un mes y veinte días, en los cuales visitaron el país Vascongado, las Castillas y la capital del Reino, la Mancha, las Andalucías, Valencia, Aragón y Cataluña (...) y sin haberse tornado el trabajo de aprender siquiera a decir buenos días en español, regresan a su país, Ilena la cabeza de ideas y el cartapacio de anotaciones; y al presentárseles de nuevo sus editores mandatarios, responden a cada uno con su ración correspondiente de España, ya sea en razonables tomos, bajo el modesto titulo de Impresiones de Viaje, ya dividido en tomas, a guisa de folletín"93. Ya antes, en el prólogo de la traducción al español que del Itinéraire... de Laborde se hizo en 1816, puede leerse que "mientras un español muere sin atreverse a publicar un libro que hace veinte anos está retocando, el francés publicará mañana lo que ayer pensó, y hoy escribe"94.
Los franceses eran el centro de las críticas sobre la superficialidad literaria, pero tampoco se libraban de ellas los viajeros ingleses, porque tampoco éstos escapaban a las prisas que eran causa de una visión superficial y poco fiel de la verdadera esencia del país que habían visitado. Uno de estos viajeros coincide con Mesonero Romanos cuando opina que "la rapidez con que han viajado por España casi todos los que sobre ella escriben explica claramente las numerosas equivocaciones, los juicios erróneos y apresurados, tenidos en muchas ocasiones de prejuicio. Los relatos de unos y otros se parecen tanto que presentan una imagen convencional y repetitiva del país..., la facilidad de desplazamiento multiplica esa visión, sin aumentar, en cambio, el acopio de datos"95.
Los simples títulos de los relatos de viaje publicados dan cuenta de la rapidez con que se hicieron y conforme se acercan al final del siglo, gustan de hacer hincapié precisamente en esta característica como un homenaje al desarrollo de los medios de locomoción que permitían hacer en días, a veces en horas, trayectos que antes Ilevaban semanas. Cuarenta días en España se titula uno de estos relatos96; Un mes en España, otro97; A todo vapor. Cinco horas en España un tercero que conjuga lo imposible: la descripción de un país con la imposibilidad material de realizarla por la escasez del tiempo dedicado98.
Pero ciertamente, y aunque Mesonero Romanos insiste en que estos viajeros modernos, aludiendo a los franceses, "ni son artistas, ni son poetas, ni son críticos, ni historiadores, ni científicos, ni economistas; pero que, sin embargo, son viajeros, y escriben muchos viajes, con gran provecho de las empresas de diligencias y de los fabricantes de papel"99, no todos los relatos que los viajeros extranjeros escribieron sobre su estancia en España, tenían la escasa rigurosidad que este autor denunciaba, ni tampoco todas las publicaciones de este género literario, extranjeras o no, estuvieron motivadas por el simple afán de lucro.
La procedencia geográfica de los viajeros influía sobre su manera de percibir cualquier fenómeno, entre ellos el clima. Hans Christian Andersen, Ilegado desde Dinamarca, hace referencias continuas en la primera parte de su relato al excesivo calor. "Estoy en el país del sol -escribe- mi sangre se ha caldeado y podré prescindir de la estufa todo un invierno en mi casa, allá en el norte"100. Sin embargo, Andersen llegó a España un 4 de septiembre y permaneció en ella hasta el 23 de diciembre siguiente, cuando el calor no podía ser, ni mucho menos, agobiante en ningún punto del país durante una buena parte de su estancia.
Un viajero francés, Alexis de Saint Priest, que pasó en Madrid desde finales de febrero de 1829 hasta principios de junio de ese mismo ano, es decir, una época no calurosa, insiste también en el insoportable calor.
"Usted no ha visto, sobre un suelo cretáceo y descolorido esta reverberación del sol que deslumbra y ciega; usted no ha sentido este calor penetrante centra el cual no existe ningún refugio; se cierran las contraventanas, se estira uno sobre el lecho, pero el lecho está ardiendo, conciliar el sueno es imposible; viene la noche con los mismos padecimientos pero sin poder dormir más que por el día"101.
La conclusión en definitiva es que, obviamente, en algunas zonas de la Península como el centro o el sur hacía calor durante los meses de verano, pero que la insistencia en lo insoportable de las temperaturas parecen guardar mas relación con un arquetipo plasmado en relatos de viaje anteriores, que con la propia experiencia. Una gran mayoría de los viajeros románticos, a pesar de las andanadas que una y otra vez se permitían incluir contra la adocenada sociedad en la que Vivian, no fueron tan individualistas como para escribir su propio relato. El calor, por otro lado, se relacionaba casi siempre con la voluptuosidad y con una cierta relajación en las costumbres porque "el frío encoge el corazón; el calor lo dilata y afloja los lazos opresores, libera el pensamiento. Se es uno mismo, se atreve uno a serio, sin que se lo impidan cien mil consideraciones inculcadas"102. Se percibe aquí a pesar de todo, la búsqueda de la individualidad, tan frecuente en los viajeros procedentes de los países del norte.
...y viajeros hispanoamericanos
Menos conocidos que los europeos, también visitaron la España del XIX viajeros hispanoamericanos, inspirados por el deseo de conocer un Pals al que estuvieron vinculados por lazos de dependencia hasta el primer cuarto del siglo. La actitud de estos viajeros es diferente a la de los europeos. Existe en sus relatos un comprensible sentimiento de amor-odio ya que, por una parte, escribían a principios de siglo sobre una metrópoli de la que querían independizarse y, por otra, los que lo hicieron lograda ya la independencia, satisfechos de ella, no podían sin embargo negar que parte de sus orígenes seguía en España y a ella venían con sentido critico, pero también como quien visita una tierra que por su lengua y costumbres les resultaba tan familiar como la propia y que por ello, no podían mirar como completamente ajena. "Los puntos de semejanza entre España y nuestros pueblos son tantos -escribe uno de ellos- que sólo de tarde en tarde y como saliendo de un sueno, me acordaba de que estaba en Europa". Por otro lado, también los españoles dispensaban una acogida diferente a estos viajeros hispanoamericanos. "Antes que simpatía, inspiramos curiosidad -continua el mismo autor, peruano de nacimiento- la misma que sentiríamos nosotros al hallarnos de improviso frente a un antiguo retrato nuestro, hecho treinta o cuarenta anos antes. Parece que los peninsulares fueran reconociendo poco a poco en nuestra fisonomía moral, borrados, confusos y extraños, los rasgos de la suya propia. De aquí el interés tierno"103.
A pesar de que, en efecto, las semejanzas eran obviamente muchas, a veces no existían sino que eran percibidas sólo porque así se deseaba. Por esta razón otro viajero, peruano como el anterior, escribe a una compatriota una carta describiendo el Principado de Cataluña, y le dice que existen "montanas tan elevadas como las nuestras" y que la llanura catalana estaba surcada por grandes rios104.
Son estos viajeros, mexicanos como Fray Servando Teresa de Mier, que recorrió parte de España en unas andanzas casi increíbles por lo azarosas durante los últimos anos del XVIII y los primeros del XIX, o Justo Sierra, que visitó Barcelona cuando ese siglo casi tocaba a su fin; argentinos como Domingo Faustino, que describió el Madrid de mediados del ochocientos; colombianos como José María Samper; cubanos como el mismo José Martí, artífice de la independencia de su país, que viajó a la capital española en 1882; peruanos como Pedro Paz o Ricardo Palma, o uruguayos como Juan Zorrilla, entre otros muchos.
De entre todos ellos, destaca el primero, Fray José Servando de Santa Teresa de Mier, clérigo en el convento de Santo Domingo de México, el cual publicó un libro de memorias que, dado que re-coge las impresiones que va acumulando en sus múltiples desplazamientos, es también un libro de viajes. Descendiente de españoles nobles y conquistadores, había nacido en Monterrey en 1765, y recibido el hábito de Santo Domingo a los diecisiete anos. A los veintisiete era lector de filosofía del convento de Santo Domingo y doctor en teología, pero fue privado de este título y encarcelado a raíz de un sermón sobre la virgen de Guadalupe en el cual dejaba traslucir sus ideas nacionalistas e independentistas105. Tras su retractación, fray Servando fue desterrado por diez anos a la Península, con la obligación de recluirse en el convento de las Caldas, cerca de Santander, con supresión de sus cargos e inhabilitación para la enseñanza. Llegado a Cádiz en 1795, al poco se fugó del convento y comenzó su peregrinación de una reclusión a otra con nuevos intentos de fuga hasta lograr por fin su propósito en 1801.
Viajó entonces hasta Roma, donde el Papa le concedió la secularización, pero de nuevo fue apresado en Madrid por escribir una sátira centra el autor de una obra titulada El Viajero Universa! que, a su parecer, había incurrido en falta contra México106. De nuevo fugas y aprehensiones. Cuando estalla la guerra de la Independencia contra los franceses encontramos a fray Servando sir-viendo como cura castrense y capellán del batallón de voluntarios en Valencia. Hecho preso, pasó mas tarde a Londres propagando siempre sus ideas sobre la independencia mexicana. En 1817 fue encarcelado en México por los realistas en los calabozos de la Inquisición, pero la Inquisición fue disuelta ese mismo ano y fray Servando llegó de nuevo a España, sin dejar de proclamar sus ideas en cualquier ocasión, fuera o no propicia. México alcanzó finalmente su independencia y el infatigable fraile logró ser diputado por su estado natal. Murió en 1827 y a su duelo asistió para presidirlo el vicepresidente de la por entonces joven republica.
Un personaje de estas características, perseguido y encarcelado por sus superiores en España, perseguido y encarcelado también por los dirigentes políticos desde la metrópoli, difícilmente podría dejar escritas unas impresiones objetivas. Pero la falta de objetividad, hasta cierto punto comprensible, alcanza unas cotas tan altas que logra convenir lo que se supone que era en principio el relato de un verdadero viaje, en una sátira, un relato de viaje imaginario, en el que los defectos reales son exagerados hasta la calumnia.
Consciente de que sus afirmaciones serán rechazadas, el autor se guarda las espaldas: "No se puede decir la verdad de España, sin ofender a los españoles. Como ellos no viajan para poder hacer comparación, y los que vienen para América vienen de niños, sin haber visto a su patria con ojos racionales, España es lo mejor del mundo, el jardín de las Hespérides, aunque la mayor parte está sin cultivo, y las tres partes del terreno son infecundas". Ciertamente, a principios del siglo XIX el agro español dejaba mucho que desear. Diciendo esta verdad, Fray Servando, prepara el terreno para posteriores afirmaciones, muy lejanas de la realidad. Se recrea cuando insiste en la bajísima formación que poseía el clero español en sus capas inferiores y no es más caritativo cuando se refiere a las ciudades donde viven. De Barcelona, a pesar de que indica que es una de las mejores ciudades de España, "bien poco hay que decir", añade, porque "ya se supone que debe componerse de un enredijo de calles, y las casas estar techadas de tejas, que a la vista presentan un aspecto de ruinas, y no tienen igualdad unas con otras"107
Como la mayoría de los viajeros provenientes de la antigua América española, Fray Servando establece comparaciones entre su país natal y el de su origen. Conocedor de las ciudades de calles regulares trazadas por los españoles en las colonias hispano-americanas, no concede valor si no a la línea recta y por esta razón, sólo puede valorar el barrio de la Barceloneta en Barcelona: "Algunos ricos comerciantes determinaron fabricar, a ejemplo de América, un lugar a cordel, y al lado de la ciudad fabricaron a Barceloneta. Es muy bonita, aunque pequeñita, y las casas sólo tienen el primer piso"108. La Barceloneta no había sido creada por iniciativa particular, sino a instancias del gobierno español, pero el autor está obligado al equívoco si quiere que su obra sirva como exponente de la inutilidad de una metrópoli imperialista y por esta razón no duda en adjudicar la planificación del nuevo barrio a los ricos comerciantes.
Los coches son caros, "de manera que mas gasta uno para andar sesenta leguas dentro de España, que trescientas en un país extranjero"; los habitantes de la capital, miserables y deformes: "Me figure que aquel era un pueblo de potrosos, y no lo es sino de una raza degenerada, que hombres y mujeres hijos de Madrid parecen enanos"; la moral de las mujeres tan relajada que algunas se pasean por el paseo del Prado, desnudas de cintura para arriba y con "anillos de oro en los pezones"109. Sigue manteniendo inexactitudes cuando insiste en que "Allá (en España), las iglesias no son templos magníficos y elevados, como por acá (en México), sino una capilla. Ninguna tiene torre"110.
No lograron escapar de las criticas del autor ni la realeza, ni la nobleza, ni las clases populares, ni las finanzas, ni las costumbres, ni los palacios, ni los museos, ni los jardines, ni los periódicos que se publicaban. Si alguna vez se ve obligado a admitir algún rasgo meritorio, no tarda en volver a equilibrar la balanza del desastre añadiendo otro rasgo negativo. Por ejemplo, cuando visita la Granja, aunque mantiene que es el mejor de los sitios reales por los jardines, añade que "hay también una colección de figuras ridiculísimas, dioses antiguos de los españoles"111. Insensible a la estética y la cultura clásica, consciente o inconscientemente, confiere valor religioso a lo que nunca tuvo más que valor ornamental cuando se hizo.
No es necesario insistir en que un relato de viaje, podía ser un vehículo ideológico de primera magnitud y que, de hecho, muchos de ellos no fueron apenas otra cosa. Existieron también, por su-puesto, viajeros españoles por su propia tierra que dejaron escritos sus relatos. Estos tienen, sin embargo, otras características y es que el que viaja por tierras extrañas está dispuesto siempre a buscar lo pintoresco, lo folklórico, y escribir a continuación un comentario irónico. Pero el que lo hace por el propio país, se siente parte del mismo y el ánimo con el que se enfrenta a él es diferente. El comentario un tanto superficial del que, al fin y al cabo está de paso, es substituido por la observación doliente de quien, como bien apunta un autor, viaja no sólo por curiosidad intelectual, sino por interés vital, indagando sobre el significado del destino histórico en que él mismo se halla envuelto112.
La reacción costumbrista
Ramón de Mesonero Romanos se había burlado una y otra vez de los viajeros franceses que de forma apresurada y sin conocer el idioma recorrían el país, ficticia o realmente, y pergeñaban luego unas hojas plenas de tipismo y color local, rayano en lo grotesto a veces. Si los relatos de viajeros extranjeros por España habían presentado al resto de Europa un país pintoresco, y mostrado una imagen bastante distorsionada de la realidad, centra esa visión deformada y caricaturesca se levante una reacción que, en su conjunto, constituyó un género literario, el costumbrista, que terminó siendo tanto o mas caricaturesco que la imagen que pretendía combatir. El costumbrismo, cuyo propósito inicial fue retratar objetivamente la realidad española deformada por las descripciones de los autores extranjeros, entre ellos, claro está, los viajeros de la época del romanticismo, terminó proporcionando una visión basa-da en descripciones insustanciales, a menudo triviales, y superficiales casi siempre.
Una obra destacada del costumbrismo español fue Los españoles pintados por sí mismos, publicada en Madrid en dos volúmenes entre 1843 y 1844 a la manera de obras similares como la inglesa Heads of the People, publicada también en dos volúmenes entre 1840 y 1841, aunque aparecida ya en 1838 en una edición por entregas. Los españoles... describía en sus dos volúmenes un total de noventa y ocho tipos nacionales de la capital y provincias. Se basaba, al igual que su precedente británico, en la descripción de perfiles profesionales, psicológicos, o ideológicos, representa-dos gráficamente en tipos que aspiraban a ser la quintaesencia de su categoría. Se describía para ello no sólo su físico y su indumentaria sino también sus gustos, sus costumbres y sus actitudes, datos todos que configuraban una especie de fisiología social. En la obra, que constituyó un esfuerzo tipográfico por la calidad de sus ilustraciones, colaboraron cerca de setenta autores y más de treinta dibujantes y grabadores de entre los mejores de la época. Entre los primeros, costumbristas como Mesonero Romanos o Estébanez Calderón y otros no vinculados tan directamente al estilo como Bretón de los Herreros, Hartzenbusch, Zorrilla, Gil y Carrasco, el Duque de Rivas, Pedro Madrazo o Fermín Caballero.
Una variedad tal de colaboradores de tan distinta procedencia y tendencias literarias concluyó en un resultado también de diversa fortuna. La mayoría de las descripciones fueron superficiales, festivas; otras, las menos, tuvieron una mayor profundidad psicológica. Entre todos describieron tipos urbanos como "el diplomático", "el diputado" o "el empleado", "el alguacil" o "el covachuelista"; oficios que tradicionalmente desempeñaban gentes de una región determinada como "el aguador", "la nodriza" o "el sereno"; tipos marginales como "el contrabandista" o "el bandolero"; eclesiásticos como "el canónigo", "la monja" o "el exclaustrado", etc., etc.
La descripción pretendía dejar constancia, sobre todo, de aquellos tipos españoles próximos a desaparecer por la inevitable ola uniformadora que comenzaba a bañar el país como había su-cedido en el resto de Europa. Esa defensa a ultranza de lo autóctono, antepuesta a la invasión foránea, fue un arma de doble filo pues hizo el juego a los viajeros extranjeros, buscadores incesantes también de esa genuina personalidad. La edición de Los españoles... fue, no obstante, un éxito y pronto aparecieron imitaciones que se fueron prolongando hasta más allá del siglo XIX. Los valencianos pintados por si mismos, publicada por Ignacio Boix en Valencia en 1859, Los españoles pintados por los españoles, en dos volúmenes aparecidos en Madrid entre 1871 y 1872, o Los toreros pintados por si' mismos, también en Valencia en 1911, son sólo tres ejemplos de los muchos que pueden presentarse de este estilo, imitado también en la América hispana, donde incluso se hicieron traducciones directas de obras francesas similares como Las niñas pintadas por ellas mismas, aparecida en 1844, traducción de la obra de Alexandre Saillet.
En Los españoles pintados por si mismos y por lo general en las obras que se publicaron después con esas mismas características, estaban ausentes las descripciones de la mayoría de las profesiones liberales; ausente la vida intelectual, sólo representa-da por tipos ridículos o ridiculizados como "el aprendiz de literato" o "el poestastro"; escasos los tipos representativos de la industria, la economía o las finanzas. La obra se afincaba mas en el pasado que en el presente y no Ilegaba ni a rozar el futuro del país. Lo genuinamente español no era lo moderno. Podía algo ser moderno y francés, moderno e inglés, pero no moderno y español. Mala defensa ante el ataque foráneo, cuando lo había, porque la realidad española descrita por estos autores se hallaba en una topología del pasado, en el residuo de lo que inevitablemente tenia que perder-se, sin comprender que lo que lo reemplazaba podía ser también un producto nacional y representar la nueva realidad del país.
El amor por lo tradicional, lo puramente nacional, lo genuinamente español, unido a un tiempo a los deseos de progreso y de entrar en la vida moderna, fue una antinomia difícil de resolver para algunos autores españoles. Larra, muerto unos anos antes de la aparición de la obra, no lo logró.
Notas
1. ROUSSEAU, Jean-Jacques: (sin fecha), pág. 557.
2. ROUSSEAU, Jean-Jacques: (sin fecha), pág. 557.
3. WIDDRINGTON, Samuel: 1844. Citado en ROBERTSON, I: 1988, pág. 202. Los juicios sobre la dudosa moral de las andaluzas a los que este autor se refiere, solían basarse en la forma como éstas bailaban las danzas tradicionales autóctonas, que escandalizaba a los ingleses.
La afición de los viajeros extranjeros por ver bailar a las que invariablemente calificaban de gitanas, lo fuesen o no, era grande. "No hay un solo extranjero que quiera abandonar Granada sin haber visto bailar a las gitanas", afirma Davillier. Por esta razón se organizaban espectáculos de danza para este tipo de público. Pero el mismo Davillier ya en 1862, es consciente de la artificiosidad de estas danzas. "Estas danzas organizadas con anterioridad y acomodadas al gusto de los extranjeros no tienen nada de su salvajismo original ni el sabor especial de lo imprevisto". DORÈ G. y DAVILLIER, Ch. (1862): 1984, tomo I, pág. 271.
4. GANIVET, Ángel (1897): 1987, págs. 11 y 12.
5. HUGO, Víctor (1843): 1985, pág. 9.
6. CRUZY DE MARILLAC, P.L.A.: 1803, págs. I y I
7. GOMEZ DE LA SERNA, Gaspar: 1974, pág. 84.
8. MASSIAS, N. (1798): 1803, pág. VII.
9. La descripción corresponde a la parroquia de San Miguel en Vitoria, y se encuentra en el relato de viaje que Théophile Gautier realizó por España, adonde Ilegó en mayo de 1840. Citado en IRIBARREN, José Mª.: 1950, pág. 48
10. HUGO, Víctor (1843): 1985, págs. 108 y 109.
11. ALARCÓN Y ARIZA, Pedro Antonio de: 1883, ver el capitulo "Dos días en Sala-manca".
12. MASSIAS, N. (1798): 1803, pág. II. Dado el número de exageraciones, inexactitudes y tópicos de la obra, podría ser perfectamente una novela en la que un viajero que jamás estuvo en España relatara sus experiencias en ese país.
13. ANDERSEN, Hans Christian (1863): 1988, pág. 62.
14. LABORDE, Alexandre de: 1808, vol. I, pág. CXVI
15. Citado en SEBOLD, Russell P.: 1983, pág. 92. Jean François Saint-Lambert (1716-1803), mas recordado luego por su vida amorosa que por su obra literaria, fue considerado un gran autor en su época. Su obra poética más célebre es Les Saisons (1769), un poema descriptivo de la naturaleza que obtuvo una clamorosa acogida y por el cual se le hizo miembro de l'Académie.
16. AMIEL, Henri Frédérich: 1931, vol. I., pág. 59. (Escrito a 31 de octubre de 1852 en Lancy).
17. HUGO, Víctor (1843): 1985, pág. 71.
18. MÉRIMÉE, Prosper: 1988, pág. 33.
19. DIDIER, Charles: 1837: Citado en AYMES, Jean-Rene: 1986, pág. 140.
20. HUGO, Víctor (1843): 1985, págs. 90 a 93.
21. ALARCON YARIZA, Pedro Antonio de: 1874, págs. 125y 126.
22. FORD, Richard (1845): 1988, vol. Il, pág. 161.
23. DORÈ, Gustave & DAVILLIER, Charles (1862): 1984, tomo I, pág. 277.
24. ALARCON Y ARIZA, Pedro Antonio de: 1874, pág. 13.
25. ALARCON Y ARIZA, Pedro Antonio de: 1874, pág. 16.
26. HUGO, Víctor (1843): 1985, pág. 46.
27. CRUZY DE MARILLAC, P.L.A.: 1803, pág. IX.
28. LABORDE, Alexandre de: 1808, vol. I, pág. CXXVII.
29. LABORDE, Alexandre de: 1808, vol. I, pág. CXVII.
30. LABORDE, Alexandre de: 1808, vol. I, págs. IV y ss.
31. Lily Litvak realiza en El sendero del tigre: 1986, un estudio exhaustivo sobre el exotismo y sus implicaciones en la literatura espanda finisecular. En esa obra se analiza la sugestión que sobre el europeo ejercieron la India, el Japón y Arabia, entre otros escenarios exóticos.
32. MASSIAS, N. (1798): 1803, pág. 79.
33. CORNILLE, Henri: 1836, vol. I, pág. 20.
34. FORD, Richard (1845): 1988, vol. I, págs. 110y 133.
35. Washington Irving vivió en el palacio árabe cuando en 1829 el gobernador de La Alhambra le cedió temporalmente sus dependencias, puesto que él prefería vivir en el centro de la ciudad. Una lapida de mármol señala hoy las habitaciones que Irving ocupó y donde comenzó a escribir los Cuentos de la Alhambra. Nacido en Nueva York el 3 de abril de 1783, era hijo de un escocés, antiguo marino que dejó su profesión para afincarse en Estados Unidos como comerciante, y de una inglesa. Fue el menor de once hijos, y recibió una muy estricta educación religiosa, pues su padre era diácono de la Iglesia Presbiteriana. Tras seguir estudios de Derecho y trabajar en un bufete como pesante, enfermó de tuberculosis y, financiado por uno de sus hermanos, emprendió el "grand tour" por Europa cuando contaba 21 años de edad, como medio de recuperación de su enfermedad. No fue entonces que tomó contacto con España, sino mucho mas tarde, en 1826, cuando viajó con otro hermano desde Burdeos a Madrid. Para entonces, Washington Irving se nabla convertido ya en un escritor de éxito y un consumado viajero. El 1 de marzo de 1828 emprendió viaje hacia el sur de España acompañado por el cónsul general de Rusia y el secretarlo de la legación, utilizando el caballo como medio de transporte. Permaneció en España hasta agosto de 1829 y fue en esta época cuando vivió durante unos meses en La Alhambra. Su segundo viaje a España tuvo lugar en julio de 1842 como representante del gobierno de los Estados Unidos. En esta ocasión permaneció en la capital hasta agosto de 1846. Irving murió en Nueva York en 1859.
36. CÉNAT-MONCAUT, Justin: 1861. Citado en AYMÉS, Jean-Réné: 1986, pág. 25. La mayoría de las valoraciones del paisaje andaluz asimilaban éste al paisaje africano. Pero existen también ejemplos de comparación con el paisaje más exuberante antillano o sudamericano. Tal es el caso de Davillier, quien estando en Málaga afirma: "Fácilmente podría creerse uno que estaba en el Brasil o en las Antillas". DORÈ, G. & DAVILLIER, Ch. (1862): 1984, tomo I, pág. 333.
37. MÉRIMÉE, Prosper: 1988, pág. 31. (Carta del 6/6/1830).
38. MÉRIMÉE, Prosper: 1988, pág. 95. Carta publicada en la "Revue de Paris" el 19/12/1833, si bien fue escrita tres anos antes.
39. ANDERSEN, Hans Christian (1863): 1988, pág. 24.
40. MÉRIMÉE, Prosper: 1988, pág. 72. Artículo fechado el 15/11/1830. La lonja de la seda se había construido tras la reconquista de la ciudad y su estilo es gótico flamígero.
41. DALRYMPLE, William: 1777. Citado en ROBERTSON, I: 1988, pág. 4.
42. DORÉ, Gustave & DAVILLIER, Charles (1862): 1984, tomo I, pág. 148.
43. BROOKE, Sir Arthur de Capell: 1831. Citado en ROBERTSON, lan: 1988, pág. 189. Davillier coincide con el anterior viajero en lo que hace referencia al traje de los hombres en la provincia de Valencia y en particular al pañuelo que los hombres se anudaban en la cabeza con las puntas hacia arriba, que para el autor es "evidentemente un recuerdo del turbante oriental". Davillier, no obstante, encuentra coincidencias también con el pantalón que utilizaban los albaneses, e incluso con alguna prenda que Ilevaban los antiguos guerreros.
44. DORÉ, Gustave & DAVILLIER, Charles (1862): 1984, tomo I, pág. 308.
45. FORD, Richard (1845): 1988, vol. I, pág. 168.
46. De El Lazarillo de Tormes se hicieron en Francia doce reimpresiones de 1609 a 1716; de El buscón de Quevedo, trece desde 1639 a 1728; de El Guzmàn de Al-farache, catorce entre 1630 y 1777; El Quijote, por su parte, fue reimpreso treinta y seis veces en menos de veinte anos, de 1779 a 1798. HOFFMANN, León-François: 1961, pág. 14.
47. HOFFMANN, Léon-François: 1961, pág. 36.
48. La obra de Carmen MARTIN GAITE: 1987, pone luz al respecto de los usos amo-rosos del dieciocho en España, demostrando como la libertad de las españolas de la época era bastante mayor de lo que normalmente se cree.
49. NAYLIES, M. de: 1817, pág. 315.
50. Es el caso de Richard Ford, quien en casi todas sus obras, y particularmente en su Hand-Book for Travellers in Spain (1845), insiste en esta idea.
51. GERMOND DE LAVIGNE, Alfred: 1859. Citado en AYMES, Jean-Rénée: 1986, pág. 8.
52. FORD, Richard (1845): 1988, pág. 14.
53. DEMBOWSKI, Baron Charles: 1841. Citado en AYMES, Jean Réné: 1986, pág. 197.
54. GAUTIER, Théophile: 1843. Citado en GARCIA MERCADAL, José: 1972, pág. 349.
55. OZANAM, Antoine F. (1852): 1950, pág. 24.
56. MÉRIMÉE, Prosper: 1988, págs. 295 y 196. (Carta fechada el 22/10/1859).
57. MÉRIMÉE, Prosper: 1988, pág. 320. (Carta fechada el 11/11/1859).
58. GUSTINE, Adolphe Marquis de: 1838, vol. I, pág. 154.
59. CUENDIAS, Manuel de y FÉRÉAL, V.: 1848, pág. 38.
60. GAUTIER, Théophile: 1843. Citado en GARCIA MERCADAL, José: 1972, págs. 350y351.
61. ANDERSEN, Hans Christian (1863): 1988, pág. 67.
62. ANDERSEN, Hans Christian (1863): 1988, pág. 127.
63. QUINET, Edgar: 1840, pág. 215.
64. Norberto Caino, religioso de la Congregación de San Jerónimo en Lombardia, viajó por España entre 1755 y 1756 y publicó su relato con el titillo de Lettere d'un vago Italiano ad un suo amico, que para muchos españoles, entre ellos los residentes en Italia, significó un insulto. La obra fue publicada en Paris en forma abreviada y de está traducción francese se hizo la alemana, publicada en Leipzig, en un volumen, en 1774.
65. PONZ, Antonio: 1772/1794, Vol. I, pág. a2. La relación del itinerario incluido en cada uno de los dieciocho tomos con que cuenta la obra, así como el ano de publicación y las reediciones y traducciones puede consultarse en PALALI Y DULCET, Antonio: 1948-1977, Vol. XIII, pp. 435-436.
66. PONZ, Antonio: 1772/1794, Vol. I, pág. a2. Según se indica en las primeras páginas de esta obra, el viaje "no lo emprendió por orden de la Corte, o del gobierno (...) aunque después quiso S.M. honrarle por este trabajo, y contribuir generosamente a que lo continuase".
67. PONZ, Antonio: 1772-1794, vol. I, pág. a3.
68. WARD, Bernardo: 1782, págs. 64 y 65.
69. BARETTI, Joseph: 1770. Citado en ROBERTSON, lan: 1988, pág. 51.
70. El articulo de Masson, "Espagne", se hallaba inserto en el primer tomo de la Nouvelle Encyclopédie Méthodique publicada en Paris en 1784.
71. CAVANILLES, Antonio Joseph: 1784, pág. 5.
72. Curiosamente el Conde de Aranda, según el autor del Voyage de Figaro en Espagne, era el "único del que la monarquia espanola puede enorgullecerse en la actualidad". Fleuriot salva también a Antonio de Ulloa del cual dice que "en su gènero, es también un gran hombre". FLEURIOT, Jean-Marie, Marquis de Langle: 1785, pág. 98.
73. CRUZY DE MARILLAC, P.L.A.: 1803, pág. IX.
74. MASSIAS, N. (1798): 1803, pág. 154. Sobre la afición a la moda parisina en el vestir, Mesonero Romanos escribió artículos y párrafos satíricos ridiculizando tanto a las mujeres como a los hombres. Entre otros, el articulo "Las tiendas" en Panorama Matritense, constituye un ejemplo.
75. CAMPMANY, Antonio de: 1808, pág. 11.
76. CRUZY DE MARILLAC, P.L.A.: 1803, pág. 65.
77. NAYLIES, M. de: 1817, pág. 310.
78. CRUZY DE MARILLAC, P.L.A.: 1803, págs. 226 y 227.
79. Sobre la influencia de lo español en los temas llevados al teatro inglés, véase la bibliografía que aporta ALBERICH, José: 1978, donde están recopiladas tanto traducciones de obras españolas de la época al inglés, como títulos ingleses de clara influencia hispana por su asunto o sus personajes.
80. ROUSSEAU, Jean-Jacques: (sin fecha), pág. 558.
81. ROUSSEAU, Jean-Jacques: (sin fecha), pág. 559.
82. ALARCÓN Y ARIZA, Pedro Antonio de: 1883, pág. 85.
83. Dada la fecha de su publicación, 1808, que duda cabe que fue de gran ayuda también para los mariscales de Napoleón por la cantidad de datos que sobre el país y su configuración contenía.
86. Alexandre Dumas, padre (1803-1870), vino a España en 1846, también con ocasión de la boda real. Le acompañaban su hijo, algunos amigos y Paul, su criado negro. El viaje se prolongó durante cincuenta días en el transcurso de los cuales se había comprometido a enviar una crónica periódica a "La Prêsse", cosa que no hizo ya que, al parecer, fue ya de vuelta en Paris cuando escribió su relato de viaje publicado con el titulo de Impressions de voyage. De Paris a Cadix.
87. El barón Charles Davillier, hispanista de renombre, viajó por España en compañía de su hermano y de Gustave Doré, famoso ya entonces por sus ilustraciones. Fruto de ese viaje seria su muy difundido Voyage en Espagne aparecido en 1862, pero Davillier había estado ya antes veinte veces en España y todavía volvería tres veces más. Nacido el 27 de mayo de 1823 en Rouan, era nieto de un gobernador del Banco de Francia e, interesado por las antigüedades y la cerámica, escribió varios artículos al respecto. Puso de moda la porcelana y la loza hispano-morisca, la de Talavera y la de Alcora en su país, y acabó recompensado con el nombramiento de Comendador de la Orden de Carlos III. Gran coleccionista de obras de arte, las legó a su muerte al Museo del Louvre. Murió en Paris el 1 de mayo de 1883, habiendo conservado durante anos una intima amistad con Mariano Fortuny.
88. Borrow fue uno de los personajes más extravagantes que recorrió la España del XIX. Nacido en Norfolk el 5 de julio de 1803 e hijo de un capitán del ejército, fue un pésimo estudiante en su juventud, pero con una asombrosa facilidad para los idiomas. Después de unos anos de vida bastante azarosa a los que él mismo gustaba rodear de misterio, el que seria conocido como "Don Jorgito" en España, ingresó en la British and Foreing Bible Society gracias a sus conocimientos de lenguas orientales y en 1833 fue enviado a Rusia, donde estuvo hasta septiembre de 1835. Vuelto a Inglaterra, fue destinado a Lisboa y Oporto para acelerar la propagación de la Biblia sin notas en Portugal. Esta misma misión fue la que le trajo a España a finales de 1835, permaneciendo hasta abril de 1840. Durante estos anos trabó amistad con gitanos españoles sobre los cuales publicó una obra en 1841, The Zincali; or an account of the Gypsies of Spain, en la que incluyó poesías en caló y un diccionario de esta lengua. Ya en su retiro de Oultton Cottage, en diciembre de 1842 publicó su relato de viaje, The Bible in Spain. El éxito fue extraordinario y en pocos meses de hicieron varias ediciones y se tradujo al alemán, al francés y al ruso. Borrow murió el 26 de julio de 1881.
89. Richard Ford fue uno de los hispanistas más conocidos en su época y todavia hoy sus guías y relatos de viaje sobre España se encuentran entre las más divulgadas. Nacido en Londres en 1796, era el primogénito de un miembro ultraconservador del Parlamento británico. Estudió en Oxford y recorrió los países habituales al realizar el "grand tour", pero a España, concretamente a Sevilla, no llegó hasta 1830 como consecuencia de la quebrantada salud de su esposa. En el número 10 de la plazuela de San Isidoro de esta ciudad vivieron el matrimonio y sus tres hijos durante tres anos, excepto en el verano, que se trasladaban a La Alhambra de Granada, muy poco después de que Washington Irving residiera allí. Relacionado a través de Welllington con la nobleza andaluza, tomo contacto también con pintores, escritores y personajes notables. Recorrió España vestido con traje andaluz y montado en una jaca cordobesa, de este a oeste y de norte a sur, y de estos recorridos salieron su Handbook for travellers in Spain, publicado en 1845 en dos volúmenes con un total de mas de mil páginas y otras obras como Gatherings from Spain, aparecida al ano siguiente. Viajó después por Italia, pero nunca más regresó a España. Murió en su país tras una corta enfermedad, en 1858.
91. Guillermo de Humboldt llegó a España en octubre de 1799 cuando tenía 32 anos, con su mujer, tres hijos y el preceptor de éstos, además de la niñera. Entró por Vitoria, y Lorenzo Prestamero, subsecretario de la Sociedad Vascongada de Amigos del País, fue su guía. Su segundo viaje lo efectuó dos anos después, en la primavera de 1801 y publicó entonces un estudio, Los vascos o apuntaciones sobre un viaje al País Vasco en /a primavera del ano 1801. En él, refiriéndose al País Vasco, dejó escritos estos párrafos, que difieren notable-mente del tópico habitual: "Es el único país que he visto jamás en el que la cultura intelectual y moral sea verdaderamente popular, en el que las primeras y las últimas clases de la sociedad no estén separadas por una distancia inmensa, por así decirlo; en el que la instrucción y las luces de las altas han penetrado, al menos hasta un cierto punto, hasta las bajas". Citado en IRIBARREN, José Maria: 1950, pág. 122.
92. Este autor se encuentra entre los pocos italianos que viajaron a España en el siglo pasado. Llegó a nuestro país en 1871 y en él permaneció durante un breve periodo, cinco meses. Su preocupación, ya lejana de la exaltación romántica aunque subsisten rasgos de estilo en la forma, se dirige sobre todo hacia la situación social y política del país en un momento en que está reinando un monarca italiano, Don Amadeo I de Saboya, que abdicarla dos anos mas tarde. Amicis escribió también relatos de viaje por Paris, Londres, Marruecos, Holanda y Constantinopla, aunque su obra mas conocida es Cuore, publicada en 1866. Nació en 1846 y cursó estudios en la Escuela Militar de Módena. Tras alcanzar el grado de oficial participó en algunos hechos de armas como la liberación del Piemonte italiano de los austriacos, solicitando luego su retiro del ejército para dedicarse a escribir y viajar. Murió en 1908.
93. MESONERO ROMANOS, Ramón de: 1881, pág. 9.
94. Pág. XIV de la traducción abreviada del Itinéraire Descriptif de Laborde que Mariano CABRERIZO Y BASCUAS publicó en 1816.
95. COOK, Samuel Edward: 1834. Citado en ROBERTSON, I: 1988, pág. 200.
96. SIPIERE, Clement: 1882. En este caso, además, el recorrido fue extraordinaria-mente largo: Barcelona, Montserrat, Tarragona, Murviedro, Valencia, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Granada, Málaga, Mérida, Almacén, Toledo, Madrid, Aranjuez, El Escorial, Avila, Valladolid, Simancas, Alcalá de Henares, Salamanca, Burgos, Vitoria y San Sebastián. ¿Sorprendente, no?
99. MESONERO ROMANOS, Ramón de: 1881, pág. 10.
100. ANDERSEN, Hans Christian (1863): 1988, pág. 53.
101. SAINT-PRIEST, Alexis de (1829): 1850, vol. Il, pág. 332.
102. ANDERSEN, Hans Christian (1863), 1988, pág. 87.
103. Pedro PAZ SOLDAN Y UNANUE, el autor de estas citas, visitó España en 1860. Citado en NUNEZ, Estuardo: 1985, págs. 74 y 73.
104. LORENZO DE VIDAURRE, M.: 1823. Citado en NUNEZ, Estuardo: 1985 pág 37.
105. El sermón sobre la Virgen de Guadalupe fue pronunciado el 12 de diciembre de 1794. Su autor no lo publicó nunca, ya que la primera edición mexicana es de 1879, mucho tiempo después de su muerte. El arzobispo de México, Núñez de Haro y Peralta, condenó en un edicto impreso en 1795 la doctrina contenida en el sermón sobre la aparición de la virgen a Santo Tomás apóstol en tierras mexicanas, doctrina de carácter nacionalista.
106. Fray Servando protestó por la publicación de esta obra debido a las inexactitudes que contenía acerca de México. Llegó a remitir su protesta escrita al informador del autor, D. Pedro de Estala, un ex-escolapio, que había traducido la obra del francés y aumentado por su cuenta el viaje a América por su estado natal.
107. MIER, Fray Servando Teresa de: 1920, pág. 332.
108. MIER, Fray Servando Teresa de: 1920, pág. 332.
109. MIER, Fray Servando Teresa de: 1920, págs. 347, 352 y 355.
110. MIER, Fray Servando Teresa de: 1920, pág. 369.
111. MIER, Fray Servando Teresa de: 1920, pág. 430.
112.
GOMEZ DE LA SERNA, Gaspar: 1974 (especialmente el capitulo III).
BIBLIOGRAFÌA
OBRAS DEL SIGLO XIX O ANTERIORES
ALARCON Y ARIZA, Pedro Antonio de: Viajes por España de D. —, Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1883, 337 pp.
ALARCON Y ARIZA, Pedro Antonio de: La Alpujarra. Sesenta leguas a caballo precedidas de seis en diligencia por __, Madrid, Imprenta y librería de Miguel Guijarro, editor, 1874, 563 pp.
AMICIS, Edmondo de: España. Viaje durante el reinado de Don Amadeo I. Traducido de la cuarta edición de Florencia por Augusto Suárez de Figueroa, Madrid, Vicente López, 1883, 494 pp.
AMIEL, Henri Fréderich: Diario íntimo, Traducción del texto definitivo por Maria Enriqueta, Madrid, Editorial América, 1931, 2 vols.
ANDERSEN, Hans Christian: Viaje por España, Madrid, "El Libro de Bolsillo, 1359", Alianza Editorial, 1988, 264 pp.
ANONIMO: Relación, o descripción de los Montes Pirineos, con todos sus puertos y Condado de Ribagorza, del reyno de Aragón, la qual se acabó en 14 de Noviembre de 1586, Impresa fielmente según su original. Madrid, Antonio Espinosa, 1793, 99 pp.
BARETTI, Joseph: A Journey from London to Genova through England, Portugal, Spain and Franca, 1770.
BORROW, George: The Bible in Spain; or thè journeys, adventures, and imprisonments of an Esglishman in an attempi to circuiate thè scriptu-res in thè Peninsula, by — author of "The Gypsies of Spain" in three volumes, London, John Murra, 1843. Traducción española: La Biblia en España, Traducción de Manuel Azaña. Madrid, Ed. Jiménez Fran, 1921, 3 vols.
BROOKE, Sir Arthur de Capell: Sketches in Spain and Morocco, London, 1831, 2 vols.
CAMPMANY, Antonio de: Centinela contra franceses, Dedícalo al Excmo. Señor D. Henrique Holland, Lord de la Gran Bretaña, Madrid, 1808.
CAVANILLES, Antonio Joseph: Observations de M. 'Abbé — sur l'article Espagne de la Nouvele Encyclopédie, A Paris, chez Alex. Joubert jeu-ne, MDCCLXXXIV, 155pp.
CÉNAT-MONCAUT, Justin: L'Espagne inconnue. Voyage dans les Pyrénées, de Barcelone a Tolosa. Moeurs, anecdotes, beaux-arts, routes nouvelles, industrie, Paris, Amot, 1861, IV + 374 pp.
COOK, Samuel Edward: Sketches in Spain during thè years 1829, 30, 31 and 32; containing notices of some districts very little knowns; of the manners of the people, Governement, recens changes, commerce, fine arts, and natural history, London, Thomas and W. Boone, 1834, 2 vols.
CORNILLE, Henri: Souvenirs d'Espagne. Castille - Aragon - Va/ence et les Provinces du Nord, Paris, Arthus Bertrand, 1836, 2 vols.
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CUSTINE, Adolphe Marquis de: L'Espagne sous Ferdinand VII, Paris, Ladvocat, 1838, 4 vols.
DALRYMPLE, William: Travels through Spain and Portugal in 1774, London, 1777.
DEMBOWSKI, Baron Charles: Deux ans en Espagne et en Portugal pendant la guerre civile. 1838-1840, Paris, Charles Gosselin, 1841, 375 pp.
DIDIER, Charles: Souvenirs d'Espagne II: Route de Saragosse à Madrid, Paris, "Revue de Paris", LVI, oct. 1837, pp. 64-79.
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DUBOIS, Lucien: A toute vapeur. Cinq heures en Spagne, Nantes, Vicent Forest et Emile Grimaud, 1867, 30 pp.
FLEURIOT, Jean-Marie, Marquis de Lamgle: Voyage de Figaro en Espagne, A Seville, aux dépends du barbier, MDCCLXXXV, VIII + 127 pp.
FORD Richard: Manual para viajeros por España y lectores en casa. Observaciones generales sobre el país y sus ciudades, costumbres de sus habitantes, su religión y sus leyendas, las bellas artes, la literatura, los deportes, la gastronomía, y diversas noticias sobre su historia, Madrid, Ediciones Turner, 1988, 302 pp.
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GANIVET, Angel: Los trabajos del infatigable creador Pio Cid, Madrid, Aguilar, 1987, 491 pp.
GERMOND DE LAVIGNE, Alfred: Itinéraire descriptif, historique et artistique de l'Espagne et du Portugal, Par —, de l'Académie scientifique et littéraire de Madrid, Ouvrage entiérement nouveau, accompagné d'une carte routiere des deux royaumes; de cartes des principales lignes de chemins de fer; de plans de L 'Alhambre, Paris, Librairie de L. Hachette et Cie., 1859, XVIII + 819 pp.+ 11 mapas + 20 planos
HENRY, Paul: Un mois en Espagne, Angers, Germain et G. Grassin, 1884, 84 pp.
HUGO, Victor: Los Pirineos, Traducción española de Victoria Argimón, Barcelona, "Pequeha Biblioteca Calamvs Scriptorivs, 90", Jose J. de Oñaleta, Editor, 1985, 170 pp.+ 3 h.
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