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ISSN: 0210-0754 Depósito Legal: B. 9.348-1976 Año XV. Número: 88 Julio de 1990 |
CARTOGRAFIA y ESTADO: LOS MAPAS TOPOGRAFICOS NACIONALES y LA ESTADISTICA TERRITORIAL EN EL SIGLO XIX
Francesc Nadal y Luis Urteaga
NOTA SOBRE ESTE NUMERO
Este artículo forma parte de un trabajo de investigación sobre la institucionalización de la estadística y la cartografía, que desarrollan los autores en el Departamento de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona. Se ha realizado dentro del Proyecto PB87-0462C05-02, financiado por la CICYT.
A
Jordi Solé, In memoriam
CARTOGRAFIA y ESTADO: LOS MAPAS TOPOGRAFICOS NACIONALES y LA ESTADISTICA TERRITORIAL EN EL SIGLO XIX
Por Francesc Nadal y Luis Urteaga
El siglo XIX fue un período crucial para el desarrollo de la cartografía moderna. Al final de las guerras napoleónicas únicamente Francia contaba con un mapa general basado en determinaciones astronómicas y apoyado en una amplia red de triangulación. En la última década del ochocientos todos los Estados europeos, con la excepción de Grecia y Turquía, intentaban completar levantamientos topográficos de gran precisión basados en redes geodésicas normalizadas, y habían acometido la publicación de cartas topográficas de gran escala (desde 1:10.000 a 1:100.000). Paso a paso los mapas topográficos nacionales habían progresado en claridad, precisión y uniformidad, mientras gobiernos con orientaciones políticas muy dispares invertían cuantiosas sumas en la organización y mantenimientos de los servicios cartográficos estatales.
Los mapas topográficos de gran escala tienen una utilidad militar evidente como auxiliar indispensable en las operaciones de los ejércitos, y en todos los países los ingenieros militares -y los oficiales del Cuerpo de Estado Mayor desempeñaron un papel muy relevante en los levantamientos topográficos. Buena parte de la investigación reciente ha estado dedicada precisamente a mostrar el protagonismo militar en el desarrollo de la cartografía de base. En un sugerente trabajo de síntesis Vladimiro Valerio1 ha subrayado la militarización de la actividad cartográfica a comienzos del ochocientos, destacando como hito clave de la historia cartográfica del siglo XIX el paso de la "cartografía de Corte" a la cartografía militar. Los estudios de Duranthon y Alinhac sobre la cartografía francesa2, de Alonso Baquer sobre la cartografía española3, y de Lemoine-lsabeau sobre el Dépót de la Guerre y el levantamiento de la carta topográfica de Bélgica, parecen demostrar que, en efecto, la institucionalización de la cartografía moderna se produjo en establecimientos militares y en función de necesidades castrenses. El énfasis de la argumentación ha recaído en dos aspectos complementarios: 1) la dirección de las operaciones geodésicas, generalmente en manos de la milicia, proporcionó a los militares un lógico control sobre la producción cartográfica; y 2) los ingenieros militares eran la única institución con suficiente experiencia y organización como para acometer los dilatados y complejos trabajos de campo que requería un levantamiento topográfico general. La conclusión, explícita o implícita, es que la cartografía topográfica y la cartografía militar fueron empresas indiferenciadas durante el siglo XIX.
Pese a la importancia del trabajo realizado, y a la solidez de las conclusiones que pueden avanzarse, creemos que se necesitan más estudios para esclarecer las complejas relaciones entre cartografía y Estado, y en particular sobre el papel de las instituciones civiles y militares en la plasmación de la cartografía moderna. El propósito de este trabajo es presentar los mapas topográficos nacionales como parte de un proyecto más general de información territorial. Proyecto que incluía los levantamientos topográficos y también levantamientos catastrales, así como la recopilación y tratamiento de una gran masa de información estadística. Un proyecto, en definitiva, centrado en la modernización del Estado y auspiciado por el reformismo liberal del siglo XIX.
De hecho, los mapas topográficos se consideraron indispensables no sólo por su utilidad estratégico-militar, sino también por su primordial importancia para las tareas de gobierno en ámbitos como las obras públicas, la modernización de las redes de transporte o el fomento de la agricultura, y en general para la organización de la Administración pública. En consonancia, parece más adecuado entender el desarrollo de la cartografía topográfica como la institucionalización de un servicio público del que pudieron ser garantes distintas instituciones del estado, ya fueran estas civiles o militares. En realidad en la ejecución de los mapas topográficos aparecen modelos distintos. En algunos países, por ejemplo en Francia y en Bélgica, la responsabilidad de la cartografía topográfica recayó exclusivamente sobre las instituciones militares. En Gran Bretaña, partiendo de un diseño militar de la cartografía de base se pasó en la segunda mitad del siglo XIX a un evidente control de la producción cartográfica por parte de la Administración civil. En Portugal y en España la responsabilidad nominal sobre los mapas topográficos recayó en instituciones civiles, aun cuando la participación de los cuerpos militares en las operaciones geodésicas fue decisiva. En estos, como en otros casos, el control militar sobre las triangulaciones y parcialmente sobre los levantamientos topográficos, puede ser satisfactoriamente explicado como una de las inconsistencias del poder civil durante el siglo XIX. Un fruto más de la contradicción entre las necesidades de una moderna administración del Estado y la carencia de medios económicos, técnicos e institucionales para llevar a cabo las tareas necesarias.
El trabajo está dividido en dos partes. La primera ofrece un panorama general sobre el desarrollo de la cartografía topográfica en Europa durante el siglo XIX, poniendo énfasis en los aspectos institucionales y organizativos. La segunda parte presenta un análisis más pormenorizado de la génesis del Mapa Topográfico Nacional de España. Cierra el trabajo un apéndice sobre las ediciones del Mapa de España; cuyo propósito es favorecer un uso más amplio de esta fuente cartográfica.
Este estudio se enmarca dentro de un proyecto de investigación más amplio sobre el papel del Estado moderno en la institucionalización de la estadística y la cartografía4, Este proyecto es deudor de las investigaciones de Horacio Capel sobre la cartografía y la institucionalización de la ciencia geográfica en España5, así como de sus posteriores trabajos sobre la ingeniería militar hispana6. También somos deudores de Ignacio Muro que nos ha permitido consultar su monumental tesis doctoral sobre el pensamiento y la labor geográfica de los ingenieros militares durante el siglo XIX7 y de los trabajos de MercèTatjer sobre la propiedad urbana y el catastro8. Por último, queremos señalar que hemos recibido un gran estímulo intelectual de las investigaciones llevadas a cabo por Antonio Lafuente y José Luis Peset sobre la historia de la geodesia y el proceso de militarización de la ciencia en la España del siglo XVIII9.
PRIMERA PARTE:
LOS MAPAS TOPOGRAFICOS EN LA EUROPA OCHOCENTISTA
Entre los rasgos definitorios de la cartografía del siglo pasado suelen subrayarse aquellos que son testimonio de su avance técnico-científico. Entre otros, el mayor detalle y expresividad de los mapas que se publican, la creciente precisión lograda por el empleo de grandes escalas, la mejora en los sistemas de representación del relieve, y la generalización de levantamientos topográficos que se apoyan en redes geodésicas homologadas internacionalmente. Todo ello es cierto, como también lo es la creciente uniformidad de la producción cartográfica, propiciada por la homogeneización de la simbología y la internacionalización del sistema métrico-decimal. Falta, no obstante, añadir lo principal. La cartografía del siglo XIX no es tan sólo una cartografía expresiva, precisa y de base científica, es, sobre todo, una cartografía "sin nombres", una empresa del Estado.
La cartografía topográfica como tarea del Estado.
Al afirmar que la cartografía topográfica es, antes que otra cosa, una empresa estatal, pretendemos destacar dos aspectos del desarrollo cartográfico que resultan decisivos desde comienzos del siglo XIX: Primero, que la formación de mapas será, cada vez más, una tarea de naturaleza institucional, cuya ejecución dependerá del concurso de diversas corporaciones técnico-profesionales: geodestas, topógrafos, dibujantes y grabadores, entre otros; corporaciones que estarán reguladas en su formación, reclutamiento y ejercicio por una detallada reglamentación administrativa. Segundo, que la actividad cartográfica aparecerá gobernada por factores externos a los propiamente científico-técnicos; en esencia, pasará a depender de las necesidades político-administrativas y de las posibilidades presupuestarias de cada país.
Puede sostenerse, por supuesto, que la cartografía había sido desde siempre un "asunto" de Estado. En efecto, desde el Renacimiento las monarquías europeas intervinieron activamente en la producción y difusión cartográfica. En unos casos ordenando, financiando o estimulando la formación de cartas; en especial aquellos mapas que mostraban los límites y dominios de la Corona. En otros casos, censurando o controlando la difusión de determinadas obras cartográficas. Sin embargo, resulta obvio que estas actividades de mecenazgo y control adquirieron un nuevo carácter en el siglo pasado, y ello por una razón poderosa: la cartografía topográfica que se desarrolla con las exigencias de conocimiento territorial del Estado en el siglo XIX aparece gobernada por un nuevo marco jurídico-administrativo. Conviene añadir que la envergadura de las operaciones cartográficas acometidas en el ochocientos, y el esfuerzo presupuestario y organizativo que requirieron, no tiene parangón en anteriores centurias.
A finales del siglo XVIII, como ya se ha dicho, entre los grandes Estados europeos solamente Francia disponía de un mapa general apoyado en una verdadera red geodésica. Se trata de la célebre "Carta de la Academia" hecha a escala 1 :86.400, que fue levantada entre 1750 y 1789 por la familia de los Cassini. Sin embargo, este mapa muy pronto sería criticado por la falta de detalles planimétricos, y por la debilidad en la representación del relieve10. La triangulación sistemática para formar el mapa topográfico de Gran Bretaña data de 1809, y su levantamiento no concluyó hasta mediados de siglo. El desarrollo cartográfico de los demás países europeos iba bastante por detrás de los citados, aunque aquí y allá puedan señalarse observaciones trigonométricas aisladas, y proyectos de cartas generales a gran escala.
De hecho, cuando Napoleón inició sus campañas militares por Europa, la mejor cartografía entonces disponible seguía teniendo nombres propios: los de Delisle, Vaugondy y Cassini en Francia, Kirilov en Rusia, Arrowswith en Gran Bretaña o Tomás López en España. Nombres de grandes geógrafos, o muy frecuentemente de familias o dinastías de geógrafos que detentaban los secretos de la formación de cartas, de su grabado e impresión. Las piezas cartográficas salidas de los gabinetes de empresas familiares como las citadas, impresas en tiradas reducidas y construidas a diferentes escalas, hubieron de ser buscadas y recopiladas por los ingenieros de Napoleón con la misma codicia que hoy despliegan los coleccionistas de antiguos grabados.
Aquél estado de cosas cambiaría en pocas décadas. Desde principios del siglo XIX, y en toda Europa, las principales realizaciones cartográficas fueron siempre una empresa estatal. Los Estados europeos nutrieron, pagaron y dirigieron los organismos encargados de los levantamientos topográficos; las administraciones sostuvieron proyectos cartográficos cuya realización se dilataba durante décadas y décadas; los gobiernos fijaron las prioridades y formaron los equipos necesarios para realizar levantamientos y recabar información catastral y estadística a escalas antes nunca acometidas. Finalmente, fueron instituciones gubernamentales las encargadas de grabar, imprimir y distribuir los mapas.
La amplitud y ambición de los trabajos cartográficos acometidos durante el siglo XIX queda parcialmente reflejada en el Cuadro I, que ha sido preparado a partir de la información recogida entre 1881 y 1885 por George M. Wheeler11. El cuadro citado recoge el estado de los levantamientos en catorce países europeos hacia el año 1885, indicando la escala de los levantamientos y el número de hojas publicadas en cada caso. Tal como puede verse, hacia 1885 la mayoría de los Estados europeos tenían muy avanzada la formación y publicación de mapas topográficos generales a gran escala. Tan sólo Grecia, Turquía, y los pequeños Estados de los Balcanes se mantenían al margen de este poderoso esfuerzo de información territorial.
Francia había concluido en 1880 la publicación de las 273 hojas de su Carta de Estado Mayor a escala 1 :80.000, y proyectaba la formación de un mapa más preciso a escala 1 :50.000. En Gran Bretaña el avance era más considerable todavía, pues además del mapa topográfico a escala 1 :63.360, cuya publicación estaba prácticamente concluida, contaban ya con más de 7.000 hojas impresas de los "CountyMaps" ejecutados a escala 1: 10.560; una escala increiblemente detallada para la época.
En Bélgica, donde la cartografía había tenido un importante desarrollo desde los años cuarenta12, disponían, en 1885, de mapas topográficos generales completos a escala 1:40.000 y 1:20.000. En Holanda se había dado fin a la impresión de la carta nacional 1:50.000 y comenzado la formación del mapa 1 :25.000. Ambos países contaban con una buena organización de sus servicios cartográficos, y disponían además de la ventaja de su reducida extensión superficial para finalizar los levantamientos y publicar los resultados en breve plazo. Otro tanto puede decirse de Suiza, donde en 1865 se había concluido la Carta topográfica a escala 1 : 100.000, y desde 1870 se inició la formación de la Carta denominada Siegfried, que se publicaría en las escalas 1 :25.000 y 1 :50.000.
Los Estados europeos de mayor superficie hubieron de adoptar una estrategia menos ambiciosa en su cobertura cartográfica. Por lo general eligieron escalas más reducidas, que permitían mayor economía y rapidez en los levantamientos. El primer Mapa Nacional del Imperio Ruso, la Carta Strelbitzki en 158 hojas, se formó entre 1865 y 1871 a escala 1 :420.00013. Sin embargo, ya en 1857 se había iniciado la ejecución de un mapa más detallado para el territorio de la Rusia europea a escala 1:126.000; este nuevo mapa constaría de 972 hojas, de las que se habían publicado más de la mitad en 1885. Noruega y Suecia optaron por la escala 1:100.000 para sus mapas nacionales, teniendo muy avanzada su formación en 1885. Y el Imperio Austríaco estaba próximo a concluir por esas fechas la ejecución de su "Spezialkarte" a escala 1 :75.000; mapa del que tenía publicadas 578 hojas.
Los procesos de unificación nacional de Italia y Alemania había dado un fuerte impulso a la formación de una cartografía regular a gran escala de los nuevos Estados. La cartografía unificada del lmperio Alemán se proyectó a escala 1:100.000, aprovechando la excelente base que proporcionaban los levantamientos de Prusia, Sajonia, Baviera, Badem y Wurtemberg, efectuados a escala 1:25.000. En Italia el Instituto Geográfico Militar centralizó la actividad geodésica y cartográfica, y acometió con rapidez la formación de mapas topográficos a escala 1: 100.000, 1:50.000 y 1 :25.000. De las 277 hojas de que consta el mapa nacional italiano a escala 1:100.000 se habían estampado 109 en 1885, y el mapa topográfico a escala 1:50.000 estaba publicado en un 50% por la misma fecha.
Paralelamente, en la Península Ibérica se intentaba recuperar el tiempo perdido activando la producción cartográfica. Portugal acabó de publicar las 37 hojas de que consta su mapa topográfico a escala 1: 100.000 en el año 189414. En España, dónde se habla optado por la escala más ambiciosa del 1 :50.000, se habían publicado en esa misma fecha 93 hojas del Mapa Topográfico Nacional.
La formación de esta cartografía de base, de la que posteriormente habrían de derivarse los mapas a pequeña escala y toda la cartografía temática, requirió invertir cuantiosas sumas y la movilización de un numeroso personal técnico. Aunque resulta en extremo difícil obtener datos sobre el coste real de los levantamientos efectuados en la época, algunas cifras comparativas recogidas por Wheeler en su informe de 188515 pueden servir como ilustración. El presupuesto anual del OrdnanceSurvey, organismo responsable de la cartografía británica, alcanzaba la cifra de 1.433.000 dólares en 1881; con mucho el presupuesto más alto en Europa. Este organismo, que tenía a su cargo todas las operaciones geodésicas, topográficas y catastrales, contaba por entonces con más de 3.200 empleados a tiempo completo: 158 oficiales del Cuerpo de Ingenieros, 229 soldados, 1.962 asistentes civiles y 934 peones. El presupuesto del Instituto Geográfico y Estadístico de España suponía 474.570 dólares en 1883, aunque en esta cifra se incluyen las partidas destinadas a pagar los trabajos estadísticos y las demás actividades del Instituto Geográfico. El Imperio Austro-Húngaro destinaba por las mismas fechas 319.200 dólares a las tareas cartográficas del Instituto Geográfico Militar de Viena. Este centro contaba a su servicio con 296 oficiales del Cuerpo de Estado Mayor, 190 oficiales técnicos y 300 soldados y empleados civiles. En Francia, el coste anual de los levantamientos cartográficos se cifraba en 1885 en 136.960 dólares. y el coste total de la formación de la Carte de l'EtatMajor, excluyendo los salarios del personal militar, se estima en 12 millones de francos16. Los recursos económicos destinados a la formación de mapas topográficos en Italia, Holanda, y Bélgica, aunque más modestos, suponían cifras que sólo la hacienda estatal podía desembolsar.
El esfuerzo presupuestario que requería la formación de una cartografía general a gran escala estaba justificado, desde la perspectiva de los gobiernos implicados, por las distintas funciones de tipo estratégico y administrativo que los mapas topográficos habían de cumplir.
Una herramienta estratégica; un instrumento de gobierno.
Desde el punto de vista político-administrativo el mapa topográfico nacional fue considerado durante todo el siglo XIX como uno de los más útiles instrumentos de gobierno. El mapa topográfico constituye una precisa y sistemática descripción física del territorio; por lo tanto, su levantamiento resultaba necesario como conocimiento preliminar para el trazado de vías de comunicación, el desarrollo de obras públicas o de planes de regadío, y en general para cualquier intervención planificada sobre el territorio. Más aún, según las exigencias científicas de la época, el inventario de los recursos naturales del país debía apoyarse en una cartografía de base adecuada. Por ello, la formación de una cartografía temática, fuera esta geológica, agronómica o forestal, exigía disponer previamente de buenos mapas topográficos.
El mapa topográfico aporta una representación uniforme y general del territorio del Estado, y en este sentido es la herramienta imprescindible para acometer cualquier propuesta de reforma o reorganización territorial, bien sea a escala local, por ejemplo en los trabajos de demarcación municipal, o a escala regional. Asimismo, y en el ámbito puramente administrativo, el levantamiento de mapas topográficos a gran escala tenía una estrecha relación con los diferentes proyectos de reforma fiscal acometidos en Europa durante el siglo pasado. La pretensión de imponer impuestos directos sobre la propiedad inmueble, y de distribuir equitativamente la contribución territorial, exigía disponer de un catastro parcelario realizado con precisión y a gran escala. Por mor de la precisión, la ejecución del catastro debía apoyarse en una red de triangulación establecida científicamente; por esta razón, en diversos países se contempló el levantamiento topográficocatastral como una tarea paralela o complementaria a la formación del mapa topográfico. Incluso en los casos en que por consideraciones políticas o de tipo económico se pretendió realizar un catastro exclusivamente planimétrico, sin información altimétrica de ningún tipo, el mapa topográfico fue considerado usualmente como un mapa de "avance catastral", y por ello un útil instrumento de carácter administrativo-fiscal. Nada tiene de extraño pues que el mapa nacional, junto al catastro y la estadística, ocupara un lugar relevante en la retórica política del ochocientos.
Por otra parte, el mapa topográfico a gran escala ofrecía utilidades muy preciadas también en otro terreno: el estratégico militar. El control militar del espacio impone en cada época sus propias exigencias de reconocimiento e información territorial. Hasta el siglo XVIII la relativa ritualización del arte de la guerra, y la escasa movilidad de las fuerzas permitían economizar la representación de grandes espacios, que no eran teatro directo de las operaciones militares17. La cartografía militar estuvo así, durante mucho tiempo, orientada primordialmente al levantamiento de planos de plazas fuertes, o a la formación de mapas de confines y fronteras; justamente de los espacios a los que se asignaba un mayor valor estratégico.
La ingeniería militar, que desde el Renacimiento se había constituido como un saber especializado en torno a las obras de fortificación y defensa, extendió durante los siglos XVIII Y XIX el campo de sus aplicaciones. Como muestran los estudios dirigidos por Horacio Capel18, los ingenieros militares fueron durante la centuria ilustrada una de las corporaciones técnicas más eficaces y sólidas con que pudo contar el Estado en sus tareas de organización espacial, así en el terreno militar como en el terreno civil. Tanto en Francia como en España se crearon durante el setecientos academias militares y centros específicos para la formación de ingenieros. Las enseñanzas impartidas en aquellos centros incluían estudios de fortificación y de dirección de obras civiles, así como los conocimientos necesarios para efectuar los levantamientos cartográficos que debían servir de base a grandes obras públicas. El modelo de la ingeniería militar hispana, o el ejemplo del Cuerpo de Ingenieros Geógrafos de Francia, fue adoptado, con distintas variantes nacionales, por todos los países europeos. De este modo, cuando a principios del siglo XIX los distintos gobiernos se plantean la formación de mapas topográficos a gran escala, existen ya corporaciones técnicas experimentadas en las operaciones geodésicas y topográficas, y que cuentan con un alto grado de organización.
Paralelamente, la mayor movilidad de los ejércitos, patente ya durante la centuria ilustrada, demandará nuevos documentos gráficos. Surgen de esta manera los mapas itinerarios, un producto clásico de la cartografía militar destinado a resolver los problemas estratégicos del movimiento de tropas. Y pronto, como pondrán de manifiesto las guerras napoleónicas, la dirección de las operaciones militares reclamará una cartografía de conjunto, precisa y uniforme, que represente con el mayor detalle las variaciones del terreno, los accidentes topográficos, las vías de comunicación, y eventualmente los recursos del territorio. El mapa topográfico general constituirá así la herramienta estratégica reclamada por los Estados Mayores de todos los ejércitos europeos durante el siglo XIX.
La multiplicidad de funciones, civiles y militares, del mapa topográfico, y el papel clave de la cartografía de base respecto al diseño general de la información geográfica, abrían diversas posibilidades para la organización de los servicios cartográficos, y en particular para la dirección de los levantamientos topográficos. ¿Era compatible la formación de planos parcelarios, necesarios para el catastro, con la ejecución del mapa topográfico? ¿Debía apoyarse toda la cartografía de gran escala en una única red geodésica? ¿Podían coordinarse los diferentes levantamientos cartográficos bajo una dirección única? ¿Cúal sería, en ese caso, la división de competencias entre los distintos organismos? Por último, ¿qué relaciones debían establecerse entre la información topográfica, catastral y estadística?
Cuestiones como las citadas fueron ampliamente debatidas en casi toda Europa desde comienzos del XIX. Razones de eficacia administrativa aconsejaban imprimir una dirección única a los trabajos cartográficos, y vincularlos estrechamente con las operaciones catastrales y estadísticas. Razones de economía inducían a coordinar los levantamientos parcelarios del catastro con las mediciones topográficas. Sin embargo, resulta obvio que cualquiera que fuese la solución organizativa, ésta iba a afectar a las estructuras ya existentes, y tocar aspectos importantes del diseño administrativo del Estado del XIX. En concreto, lo que estaba en discusión era, entre otras cosas, el grado de centralización y homogeneidad de la información territorial, la primacía de determinados cuerpos y organismos del Estado en el control de esa información, y el equilibrio de poderes entre la Administración civil y la castrense en materia cartográfica.
Proyectos de centralización cartográfica: el Catastro y el Mapa de Francia.
El caso de Francia, durante el período revolucionario, ofrece un ejemplo particularmente elocuente de lo que aquí venimos tratando. Entre las primeras medidas discutidas por la Asamblea revolucionaria, en 1789, figuran la reorganización del mapa administrativo de Francia, la modernización del sistema de pesos y medidas y el establecimiento del catastro. Los tres proyectos entrañaban una neta ruptura con el modelo territorial del Antiguo Régimen, cuya realización implicaba importantes desafíos cartográficos.
La racionalización de la división administrativa de Francia fue encargada a Cassini IV, que elaboró el nuevo mapa departamental presentado en abril de 1790. Apenas un mes más tarde la Asamblea Constituyente adoptaba el sistema métrico para sustituir la heterogeneidad de pesos y medidas vigente durante el Antiguo Régimen. Poco después se encomendaba a una comisión la realización de los trabajos geodésicos necesarios para la determinación del metro: en particular la medida de un arco de meridiano entre Dunkerque y Barcelona19. La adopción del sistema métrico fue seguida de una nueva medida racionalizadora y uniformista: el establecimiento del catastro. El 3 de septiembre de 1791 un decreto proclamaba el establecimiento del catastro general de Francia, de cuya realización técnica se encargaría a los ingenieros de Caminos. Gaspard-François de Prony (1755-1839), profesor y más tarde director de L’Ecole de Ponts et Chaussés,fue nombrado director de la Oficina del Catastro, y elaboró el proyecto general del mismo.
El plan catastral concebido por Prony pretendía obtener una completa información estadística, topográfica y fiscal sobre el territorio francés. En realidad combinaba la realización de un censo de población, un levantamiento topográfico catastral y la confección de un amplio inventario de recursos naturales. Todo ello exigía, según Prony, una dirección rigurosa y centralizada de las operaciones. En el ámbito puramente catastral, el proyecto expresaba la necesidad de una máxima uniformidad y precisión en las mediciones, de modo que los mapas obtenidos en las distintas comunas y departamentos fuesen compatibles entre sí y armonizables en una representación general del territorio francés. Los mapas catastrales, a escala 1:2.000 y 1 :5.000, debían apoyarse en la red geodésica del Mapa de Cassini, lo cual requería una nueva medida de las bases en la triangulación de segundo orden. El aspecto esencial del proyecto era la centralización técnica y administrativa del catastro, y la concepción de éste como una operación científica de información territorial, que vinculaba los trabajos geodésicos y los topográfico-parcelarios.
Prony confiaba poder disponer del nuevo sistema métrico antes de emprender los trabajos de campo del catastro, que había previsto iniciar en 1795. Entre tanto, sus actividades se orientaron en dos direcciones complementarias. En primer lugar colaboró activamente con Laplace, Lagrange y Jean-BaptisteDelambre en los trabajos metrológicos de la Comisión de Pesas y Medidas. Paralelamente, organizó la Escuela Nacional de Geodesia Práctica, con la finalidad de formar al personal que debía efectuar el levantamiento del catastro. En el citado centro se impartían clases de geodesia, agrimensura, dibujo y evaluación catastral, y estaba prevista la formación de doscientos alumnos cada trimestre.
Sin embargo, el ambicioso proyecto de Prony sufrió sucesivas dilaciones y acabó naufragando antes de finalizar la década. La medición del arco de meridiano entre Dunkerque y Barcelona, en la que trabajaban Delambre y Pierre-Franc;;oisMechain, se dilató bastante más de lo previsto. Las operaciones geodésicas se vieron frenadas una y otra vez por la inestabilidad política de la época y por numerosos imprevistos20, y los cálculos no finalizaron hasta 1798. Al año siguiente se legalizaba el nuevo sistema métrico decimal, pero entonces era ya demasiado tarde. La inflación, las dificultades presupuestarias, y los escasos resultados prácticos obtenidos, habían puesto en una situación muy difícil a los organizadores del catastro. En medio de sucesivas reducciones presupuestarias la Escuela de Geodesia fue desmantelada, y en 1801 acabó por suprimirse la Oficina del Catastro.
La quiebra del plan modernizador deProny estuvo precedida por el fracaso de otro ambicioso proyecto de centralización cartográfica, y de control de la cartografía por la Administración civil. El 8 de junio de 1794, con Robespierre en el poder, el Comité de Salud Pública ordenó el establecimiento de un Archivo Nacional de Mapas bajo la dirección de la Comisión de Obras Públicas. El nuevo organismo venía a reemplazar los importantes archivos del Depósito de la Guerra, del Cuerpo de Fortificaciones, de la Marina, y de otros organismos del Estado, reuniendo en un fondo único todo tipo de obras geográficas y cartográficas tanto civiles como militares.
La creación del Archivo Nacional provocó la inmediata hostilidad de los Cuerpos militares afectados por la pérdida de control directo sobre sus colecciones de mapas, y las medidas de boicot se sucedieron. La caída de Robespierre, pocos meses más tarde, y las commociones políticas subsiguientes, acabaron liquidando el archivo unificado de mapas, recuperando marinos y militares sus preciosas colecciones.
Entre los mapas confiados al Depósito de la Guerra figuraba la Carta de Cassini. Esta obra era esencial para acometer cualquier nuevo proyecto de triangulación como los que auspiciaba Prony desde la Oficina del Catastro. En pleno Directorio, el 11 de mayo de 1797, Prony había conseguido que el control de la Carta de Cassini fuese retirado al Depósito de la Guerra, y encomendado a la Oficina del Catastro21. Sin embargo, aquella situación duraría pocos meses. Los éxitos de Napoleón en la Campaña de Italia revalorizaron el papel de los ingenieros militares y del Depósito de la Guerra.
Cuando Napoleón asumió el poder se estableció un modelo de organización cartográfica destinado a perdurar. Las triangulaciones geodésicas y los levantamientos topográficos se pusieron bajo la responsabilidad del Depósito de la Guerra. El Catastro pasó a depender del Ministerio de Finanzas y su formación se desvinculó por completo del desarrollo de la cartografía topográfica y de las operaciones geodésicas.
Los ingenieros militares del Depósito de la Guerra pusieron a prueba su competencia cartográfica en los extensos territorios conquistados por Napoleón. Mientras tanto, en 1802 se ordenaba iniciar de nuevo los trabajos catastrales, pero esta vez con una nueva orientación que buscaba conseguir resultados a corto plazo. La responsabilidad del catastro se trasladó a los Departamentos, y la modalidad adoptada consistió en realizar un levantamiento por masas de cultivo, prescindiendo de la medición de parcelas y de la identificación de las propiedades. Una vez determinadas las superficies globales de los cultivos, y evaluado su rendimiento, la carga fiscal debía repartirse en función de las declaraciones de superficie de los propietarios. Los planos catastrales se efectuaban a escala 1 :5.000, y en los cinco años siguientes se realizaron alrededor de 15.000 mapas de masas de cultivo22.
El procedimiento catastral adoptado presentaba serios inconvenientes, tanto desde el punto de vista cartográfico como fiscal. Los planos de masas de cultivo carecían de precisión topográfica, y no permitían, en ningún caso, la identificación de los límites de la propiedad territorial. En 1807 los planes de catastro fueron revisados por orden de Napoleón, retornándose al proyecto de la antigua Oficina del Catastro en un aspecto: el catastro debía ser parcelario. Una comisión, presidida por Delambre, codificó las modalidades de ejecución de los planes parcelarios, y el trabajo de campo se inició, a buen ritmo, en 1808. En 1814 se había efectuado ya la evaluación catastral de 9.000 municipios de Francia, cubriendo el trabajo realizado 12 millones de hectáreas y 37 millones de parcelas23.
La caída de Napoleón y el desmembramiento del Imperio obligaron a replantear el diseño global de la política cartográfica, reapareciendo de nuevo diferentes concepciones sobre el Mapa de Francia. El mismo año de la abdicación de Napoleón, en 1814, el ingeniero Laprade propuso al Ministerio de Finanzas la realización de un mapa topográfico general combinado con el catastro. La idea era aprovechar los numerosos planos catastrales ya disponibles, hechos a escala 1 :2.500 y 1 :1.250, y obtener las minutas del mapa topográfico mediante reducciones sucesivas. La propuesta de Laprade fue remitida por el gobierno a una comisión de ingenieros de caminos, que presidía Prony. La comisión presentó diversas objeciones, relativas a la precisión geométrica del levantamiento catastral, ya su congruencia con la red geodésica, pero en líneas generales dio su apoyo al principio de derivar el mapa topográfico de los planos parcelarios del catastro.
Paralelamente, los ingenieros militares trazaban sus propios planes. La pérdida del Imperio había dejado al Depósito de la Guerra en una situación precaria, condenado a la inacción y pendiente de su disolución desde 181524. En aquella crítica situación conseguir la responsabilidad del levantamiento del Mapa de Francia ofrecía una clara vía de supervivencia para el Depósito. Pierre Brossier, director del Depósito de la Guerra, y AugusteDenaix, oficial de Estado Mayor, propusieron en 1816 un detallado proyecto para la formación de un mapa topográfico que pudiera tener utilidad civil y militar. Fruto de esta iniciativa, al año siguiente se formaba una comisión real encargada de estudiar el proyecto de un nuevo mapa topográfico de Francia apropiado a todos los servicios públicos y combinado con la formación del catastro. La comisión estaba presidida por el astrónomo Laplace, y formaban parte de ella representantes de los ministerios de Interior, Guerra, Marina y Finanzas.
La comisión interministerial alcanzó un consenso rápido sobre las características del nuevo mapa topográfico. Se haría a escala 1:50.000, y sería realizado mediante colaboración entre el Depósito de la Guerra y el servicio catastral. El Depósito se haría cargo de las triangulaciones geodésicas de primer y segundo orden. El Servicio del Catrastro debía ejecutar las triangulaciones de tercer orden, los trabajos planimétricos y la reducción de los planos parcelarios. En pocas palabras, la geodesia sería competencia de los militares y la topografía de los civiles. El grabado y edición del mapa quedaban encomendados también al Depósito de la Guerra.
En 1818 comenzó a trabajarse de acuerdo a este plan, pero pronto surgieron dificultades de coordinación. El general Dossier, director del Depósito de la Guerra, se quejó de las imperfecciones de los planos catastrales, y de la escasa diligencia del Servicio de Catastro para realizar su trabajo. Los responsables del catastro aducieron falta de medios. La interpretación que nos da de este conflicto J. Konvitz, M. Bacchus y J.C. Dupuis es clara y coincidente: el enfrentamiento fue manipulado por el Ejército para ampliar sus competencias cartográficas, y seguramente también por el Catastro para preservar su propia autonomía25.
La comisión interministerial citada se reunió por última vez en 1826. Para entonces el modelo de organización cartográfica de Francia ya estaba claramente definido. El Ministerio de Finanzas realizaría el levantamiento catastral con plena autonomía, y prescindiendo de cualquier base geodesica. El Depósito de la Guerra, por su parte, tendría competencias exclusivas sobre el mapa topográfico de Francia.
Esta neta división de funciones, asentada en la década de 1820 tras numerosos vaivenes y conflictos soterrados, se extendió durante todo el siglo XIX, y ha perdurado de hecho hasta nuestros días26. El levantamiento catastral se culminaba a mediados del ochocientos, habiendo transferido la responsabilidad de su ejecución a los Departamentos. Desde entonces el Catastro ha mantenido la competencia sobre la elaboración de planos parcelarios. El Depósito de la Guerra efectuó el levantamiento del mapa topográfico, finalizando la triangulación geodesia en 1845, y la edición del mismo en 1880. En 1887 el antiguo organismo militar pasó a denominarse Servicio Geográfico del Ejército, reteniendo las competencias exclusivas sobre la cartografía topográfica. En 1940, y para evitar la presumible disolución del Servicio Geográfico Militar por las tropas alemanas, se le cambió de nombre de nuevo, para titularse Instituto Geográfico Nacional.
Paralelamente a la consolidación ochocentista de los servicios cartográficos, tuvo lugar en Francia la modernización de las prácticas censales y la institucionalización de la Estadística. A principios del siglo XIX las competencias estadísticas estaban divididas entre el "Bureau de Statistique" del Ministerio del Interior, y distintas oficinas ministeriales que recopilaban información de carácter sectorial. Desde 1832 la Oficina de Estadística del Ministerio de Comercio adquirió cada vez mayor importancia. Finalmente, en 1852, se organizó la Statistique General de France como un auténtico servicio central de estadística, con amplia autonomía organizativa y competencia sobre todo género de información demográfica y económica27.
En resumen, la Francia de la Restauración, pese a la tradición de centralización administrativa que habitualmente se le supone, acabó adoptando un esquema descentralizado para la información geográfica. Los tres pilares de la administración moderna, según la retórica ochocentista, el mapa topográfico, el catastro y la estadística, aparecen fragmentados en tres organismos diferentes, y con filiación ministerial diversa.
Los mapas de Estado Mayor.
El Estado francés asentó un modelo que puede caracterizarse por la separación de las tareas topográficas del catastro y la estadística, y por el control militar sobre la cartografía de base. Este modelo aparece ampliamente reiterado en la Europa del ochocientos, en particular en lo que se refiere a la primacía castrense en la formación de los mapas topográficos nacionales. La propia organización de los servicios cartográficos encargados en cada país de la formación de la cartografía de base muestra el protagonismo militar al que hacemos referencia. Once de los catorce organismos citados en el cuadro I estaban en 1885, y habían estado siempre, bajo la administración del Ministerio de la Guerra. La excepción la constituyen los servicios cartográficos de Gran Bretaña, Portugal y España, que estaban confiados a ministerios de carácter civil. Posteriormente aludiremos a estos casos, y a la relativa particularidad que representan, tratando en profundidad el caso español.
Hemos visto en el apartado anterior como el mapa topográfico general de Francia acabó siendo el Mapa militar de Francia. Para ser másprecisos hay que añadir que acabó convirtiéndose en el Mapa de Estado Mayor.
Durante la década de 1820 los ingenieros geógrafos del Depósito de la Guerra habían tomado a su cargo las operaciones geodésicas y topográficas del Mapa de Francia, previsto inicialmente a escala 1 :50.000. Sin embargo, tras la revolución de julio de 1830, y la proclamación de Luis Felipe de Orleans como Rey de Francia, el Ejército fue reorganizado. El Cuerpo de Ingenieros Geógrafos fue disuelto, y el Depósito de la Guerra quedó bajo la dependencia directa del Cuerpo de Estado Mayor. Desde entonces los oficiales de este Cuerpo se responsabilizarían de la ejecución del mapa. Los levantamientos topográficos que pensaban efectuarse a escala 1:10.000 se realizaron finalmente a escala 1 :40.000. La publicación se efectuó a escala 1 :80.000 para reducir la superficie de grabado y los costes de edición. La Carte de France de l'EtatMajor, grabada en cobre, y con una representación del relieve mediante normales, sería la base durante mucho tiempo de toda la cartografía francesa.
La impronta del modelo francés es patente en los países que formaban parte del Imperio. En el territorio belga se había efectuado el levantamiento del catastro napoleónico con toda rapidez, y los ingenieros del Depósito de la Guerra habían desarrollado una amplia actividad. Tras la independencia de Bélgica, las cosas siguieron evolucionando de modo paralelo a Francia. En 1831 se creaba en Bélgica un Depót de la Guerre et de la Topographiea imagen del homónimo francés, y el primer gran proyecto cartográfico de esta institución fue la realización de un mapa topográfico de Bélgica a escala 1 :80.000. La coincidencia es facilmente explicable: el General Evain, entonces Ministro de la Guerra en Bélgica, había sido director del Depósito de la Guerra en París.
La idea inicial para el mapa belga consistía en apoyar la red geodésica en la triangulación francesa, y aprovechar la planimetría del catastro para, mediante reducción, obtener las minutas del mapa topográfico. Las reducciones catastrales se realizaron entre 1833 y 1840, sin embargo, la triangulación geodésica sufrió una notable demora28. A mediados de siglo se modificaron los planes, y se decidió la formación de una carta a escala 1 :40.000. La medida de bases de la red geodésica se realizó en 1850; la triangulación y los trabajos de nivelación se extendieron desde 1854 hasta 1873. La edición del mapa fue iniciada en 1861 por el Depósito de la Guerra. La orografía se representó mediante curvas de nivel con una equidistancia de 5 metros, lo que suponía una notable innovación entre los mapas topográficos de la época. Para el grabado se utilizó la litografía, y la edición se hizo en negro.
Las minutas de la Cartetopographíque de Belgíque, 1 :40.000, que habían sido realizadas a escala 1 :20.000 fueron publicadas a partir de 1865 utilizando un nuevo sistema de reproducción: la cromofotolitografía. La edición de las minutas dió lugar al Mapa topográfico 1 :20.000, en 427 hojas, publicado en colores. A partir de 1878 el Depót de la Guerre de Bélgica se transformó en InstítutCartographíqueMílítaíre, adoptando posteriormente las siguientes denominaciones: InstítutGéographíqueMílítaíre (1947), e InstítutGeographíqueNatíonal (1976).
Las observaciones astronómicas para formar el mapa de Holanda se habían iniciado en 1802, siendo dirigidas por el General Krayenhoff, inspector general de fortificaciones. Posteriormente la producción cartográfica se dividió en dos secciones diferentes. Los trabajos de campo se encomendaron al Estado Mayor, mientras que las operaciones de gabinete pasaron a depender del Instituto Topográfico de La Haya. Las 62 hojas del Mapa Topográfico de Holanda se grabaron sobre piedra, utilizando el tradicional sistema de normales para la representación del relieve. A partir de 1862 se inició en Holanda la formación del mapa topográfico a escala 1 :25.00029.
La gestión de los servicios cartográficos en Alemania recayó igualmente en manos militares, pese a la relativa descentralización de los trabajos topográficos. La dirección central de los levantamientos terrestres en el Imperio Alemán estaba a cargo del Landes-Autnahme, organismo militar radicado en Berlín, y dirigido por un Coronel del Estado Mayor. En 1885 este centro contaba a su servicio con más de 500 funcionarios, de los cuales 93 eran oficiales de Ingenieros o del Estado Mayor y 408 oficiales técnicos.
El Landes-Autnahme controlaba asimismo la actividad cartográfica de Prusia, donde los levantamientos eran competencia del Ministerio de la Guerra desde 1816. En Sajonia los trabajos topográficos eran efectuados por el Cuerpo de Estado Mayor dirigidos por un coronel de ese Cuerpo. En Baviera, los levantamientos venían siendo realizados por este mismo cuerpo militar con continuidad desde 1817. Las operaciones trigonométricas y topográficas en Badem habían sido iniciadas en 1812 por el Cuerpo de Ingenieros Militares; en 1885 el TopographíschesBureau dependía del Ministerio de Comercio, pero estaba a cargo de un oficial del Estado Mayor prusiano. Unicamente la Oficina Estadística y Topográfica de Würtemberg, en la que trabajaban alrededor de 30 personas, contaba con una dirección civil.
Los primeros levantamientos efectuados en Austria en la segunda mitad del siglo XVIII fueron ejecutados por oficiales del Ejército. En 1816 el Depósito de la Guerra austríaco fue transformado en el lnstituto Geográfico Militar del Estado Mayor, fijando su sede en Milán30. Desde 1839, el Instituto Geográfico Militar, trasladado definitivamente a Viena, tomó a su cargo la formación de la Spezialkartedel Imperio Austro-húngaro a escala 1:75.000.
Tras la unificación, los trabajos topográficos realizados en Italia fueron dirigidos por el Instituto Geográfico Militar de Florencia, un centro dependiente del Estado Mayor del Ejército31. El Instituto Geográfico Militar estaba formado por oficiales de Estado Mayor, Ingenieros Militares, y oficiales de Artillería, Caballería e Infantería, además de un cierto número de técnicos y asistentes civiles.
El peso creciente de los Cuerpos de Estado Mayor en la actividad cartográfica se registró también en los países escandinavos. En Dinamarca, la Real Sociedad Científica había realizado importantes trabajos cartográficos hasta 1843, compartiendo la responsabilidad de los levantamientos con el Estado Mayor, que había sido creado en 1808. Sin embargo, desde mediados de siglo todas las actividades cartográficas de la Real Sociedad Científica fueron transferidas a la sección topográfica del Estado Mayor, la cual tomó a su cargo exclusivo la geodesia y la topografía.
En Suecia los servicios cartográficos habían sido organizados en 1811, formando parte del Cuerpo de fortificaciones del Ejército que llevaba el nombre de Cuerpo Real de Ingenieros. En 1831 se organizó un cuerpo topográfico con carácter independiente, que sería suprimido en 1874, trasladando sus funciones al Estado Mayor.
Los levantamientos cartográficos de Noruega eran efectuados por el Instituto Geográfico de Christiania, que resultó de la fusión de la sección cartográfica del Ministerio del Interior con la sección topográfica del Estado Mayor.
En Rusia se había organizado un Cuerpo de Estado Mayor en 1763, y oficiales de este cuerpo formaron los mapas itinerarios a finales del siglo XVIII. En 1797 se fundaba el Depósito Imperial de Mapas, que pocos años más tarde se transformaría en Depósito Topográfico Militar dependiendo del Ministerio de la Guerra. La creación del Cuerpo de Ingenieros Topógrafos data de 1822; este cuerpo, especializado en los levantamientos topográficos, se limitó en 1832 a 70 oficiales y 456 topógrafos que recibían enseñanza militar. Una reorganización efectuada en 1866 fijó la plantilla de personal en 6 Oficiales Generales, 33 oficiales superiores, 156 subalternos, 236 topógrafos con rango militar y 170 topógrafos con rango civil. El Cuerpo de Ingenieros Topógrafos tuvo a su cargo el levantamiento a escala 1: 126.000 del territorio de la Rusia europea y Polonia, y los mapas topográficos del Cáucaso y Siberia formados a escala 1 :210.00032
Todos estos ejemplos parecen abonar la tesis de que la cartografía topográfica fue, básicamente, un empeño militar, aparentemente desligado de otros proyectos de información territorial del Estado moderno. Sin embargo, todavía no ofrecen la entera pintura de los hechos. La escasez de estudios de detalle sobre las relaciones entre el desarrollo de la cartografía y el catastro en Europa Central, y en países como Italia, invitan a una cierta cautela en las conclusiones. No obstante, pueden ofrecerse ejemplos alternativos que evidencian que los mapas topográficos formaban parte de una política global de descripción física y económica del territorio, y que esa política estaba al servicio de los proyectos racionalizadores y modernizadores de la Administración pública. Los casos de Inglaterra y Portugal son pertinentes en este ámbito.
De la Administración militar a la Administración civil: Gran Bretaña y Portugal.
Al igual que en los casos citados, el desarrollo de la cartografía topográfica en Gran Bretaña está vinculado, en sus orígenes, a una institución militar. Sin embargo, existen importantes diferencias entre la política cartográfica británica a lo largo del siglo XIX, y lo expuesto hasta ahora. Estas diferencia pueden resumirse en dos aspectos esenciales: Primero, una eficaz coordinación de las operaciones topocatastrales en un único organismo cartográfico; segundo, una temprana atribución de las responsabilidades cartográficas a la Administración civil.
La responsabilidad de los levantamientos cartográficos recayó en Gran Bretaña en el "OrdnanceSurvey", un organismo con carácter militar creado por Jorge IIIen 179133. Los ingenieros militares del OrdnanceSurvey establecieronla red geodésica, y trazaron un complejo diseño cartográfico que incluía el levantamiento combinado de tres mapas de gran escala: el Mapa Topográfico de Gran Bretaña, a escala 1 :63.360 (una pulgada por milla); los Countymapsa escala 1:10.560 (seis pulgadas por milla), y los mapas catastrales, denominados también Parishmaps a escala 1 :2.500. De la envergadura de esta operación cartográfica puede darnos una idea el hecho de que el mapa catastral consta de 63.000 hojas.
Los trabajos de campo para la formación del mapa topográfico se iniciaron en 1809, y en 1840 se había concluido el levantamiento. Desde mediados de siglo todas las operaciones topográficas, hidrográficas y catastrales fueron centralizadas en el OrdnanceSurvey, que siguió siendo administrado por el Ministerio de la Guerra hasta 1870. En aquél año el organismo cartográfico fue transferido al Ministerio de Obras Públicas (Offíceof Works), perdurando desde entonces la administración civil de los trabajos cartográficos y la orientación unificada de los mismos. También se acabaría encomendando al OrdnanceSurvey la cartografía urbana de las localidades mayores de 4.000 habitantes, con la sola excepción de la ciudad de Londres.
Las extraordinarias realizaciones cartográficas de Gran Bretaña corresponden a un país que estaba protagonizando un rápido proceso de industrialización y crecimiento económico. En Portugal los logros fueron, lógicamente, más modestos, pero su política cartográfica reviste asimismo un notable interés. Como veremos, el impulso definitivo al Mapa Topográfico de Portugal coincide plenamente con un período de reformas económicas y políticas, y es un proceso paralelo a la institucionalización de la ingeniería civil.
Las primeras operaciones geodésicas se realizaban en Portugal a fines del siglo XVIII, y fueron contemporáneas a los primeros proyectos de realización del catastro. El propulsor de los trabajos geodésicos fue el oficial de Artillería SousaCoutinho, quien llegó a ser Ministro de la Guerra en 178834. SousaCoutinho ordenó la formación de una Comisión de reconocimiento, dirigida por el marino Francisco Antonio de Cirera, que en 1793 efectuó la medición de la base geodésica de Batel-Montijo, la primera base de la proyectada Carta geométrica de Portugal. Pocos años más tarde, el 9 de junio de 1801, se dictaba una disposición real para el establecimiento del Catastro. Las operaciones geodésicas en curso de realización debían servir de base al catastro geométrico de la propiedad. La citada disposición ordenaba el nombramiento en cada comarca del Reino de un cosmógrafo para que procediese a la medida, descripción y demarcación de todas las heredades35. La guerra con España, en 1801, Y más tarde la ocupación francesa de Portugal, arruinaron estos planes. En 1803 las operaciones geodésicas fueron suspendidas, y el catastro no llegó siquiera a iniciarse.
Durante la primera mitad del ochocientos sucesivas crisis políticas, y la escasez de recursos impidieron materializar los proyectos del siglo XVIII. La escasa actividad desarrollada tuvo por protagonistas al Archivo Militar, que había sido creado en 1802 con la finalidad de recoger y custodiar todo tipo de cartas, y al Real Cuerpo de Ingenieros, cuyo reglamento organizativo data de 1812.
La dirección de los planes cartográficos se realizaba desde el Ministerio de la Guerra, y se canalizó usualmente a través de dos comisiones: la Comisión Geodésica y la Comisión de Estadística y Catastro. La Comisión de Estadística estaba radicada en los locales del Archivo Militar, y tenía a su cargo los trabajos estadísticos, la división administrativa y los levantamientos topográficos. Entre 1820 y 1846 cumplió funciones directivas en esta Comisión Marino Miguel Franzini, oficial de la Armada y posteriormente miembro del Cuerpo de Ingenieros. Franzini era un hombre de ideas reformistas, y de trayectoria liberal; en la década de 1840 llegaría a ser ministro de Hacienda36. La Comisión Geodésica, por su parte, estaba encargada de la triangulación general del país. Los trabajos geodésicos fueron dirigidos durante muchos años por el Brigadier Pedro Folque, y más tarde por su hijo FilipeFolque, otro militar e ilustre político liberal, que fue responsable finalmente del levantamiento del mapa topográfico37. Ambas comisiones carecieron de medios suficientes, y sufrieron numerosos altibajos debido a las vicisitudes políticas.
Pese a las continuas interrupciones de los trabajos cartográficos, conviene subrayar la permanencia de las ideas básicas de la política cartográfica ilustrada, y en particular la contínua y expresa vinculación entre los planes geodésicos, topográficos y catastrales. "Es indiscutible -escribía FilipeFolque en 1842 que el Catastro, la Topografía y la Estadística, son los tres grandes instrumentos de la ciencia de gobernar, de ellos se deriva el conocimiento de los hechos, que es el responsable del verdadero saber, por lo tanto es de rigurosa obligación de un Gobierno que se llama ilustrado, de un Gobierno propio del gran siglo en que vivimos, establecer incesantemente estos medios de gobierno"38. y un año más tarde, el Real Decreto que ordenaba reiniciar los trabajos de triangulación temporalmente suspendidos, lo hacía en los siguientes términos: "Atendiendo Su Majestad la Reina a que de los trabajos de Triangulación General del Reino depende la formación de la Carta Geográfica del País, base indispensable para su Catastro y Estadística, elementos tan necesarios para la buena administración y servicio Público, y considerando la urgente necesidad que hay de continuar los mismos trabajos con toda brevedad, para conseguir un resultado que alcance tan importantes fines: tiene a fin determinar que el Mariscal de Campo Graduado, Pedro Folque, Comandante General del Cuerpo de Ingenieros y el Doctor FilippeFolque, mayor del mismo Cuerpo, Catedrático de Astronomía y Geodesia de la Escuela Politécnica, sean nuevamente encargados de la Triangulación General del Reino y demás operaciones necesarias para la realización de dicha Carta"39. En la misma dirección apuntaba la creación de una nueva "Comisión del Catastro" en 1846, bajo la dirección de Antonio José d'Avila. Este visitó Italia para recoger experiencias sobre la organización catastral, yen 1847 presentó una memoria en la que se definía el catastro como una base imprescindible para la reorganización económica de Portugal y el fomento de la agricultura. Según el autor de este informe, el catastro portugués debía cumplir dos requisitos básicos: 1) debía ser un catastro general, conteniendo la descripción de la propiedad, el inventario del valor de los productos y los títulos sobre la tierra; y 2) los planos catastrales debían apoyarse en la triangulación general del país, de modo que el mapa topográfico y el catastro fuesen empresas simultáneas40.
Debido a razones políticas el establecimiento del catastro en Portugal no se haría realidad hasta el siglo XX, sin embargo, la red de triangulación y el mapa topográfico progresarían sin dilación. En 1848 moría Pedro Folque, y era nombrado director de los trabajos geodésicos y topográficos su hijo FilipeFolque. Este trazó el proyecto definitivo para formar el Mapa Topográfico de Portugal a escala 1 : 100.000, y la ocasión de realizarlo se presentó a partir de 1852, una vez finalizada la guerra civil.
A mediados del ochocientos se abrió en Portugal un período de relativa estabilidad política y de expansión económica, que propició importantes reformas. Una de las primeras fue la creación del Ministerio de Obras Públicas, Comercio e Industria, encargado de impulsar la modernización económica del país. Entre 1852 y 1880 se construyeron en Portugal 6.000 km. de carreteras, y más de 1.200 km. de vías férreas. La mejora de los transportes, y la modernización de las estructuras productivas exigía un impulso paralelo de los proyectos cartográficos. Dentro del nuevo Ministerio, que presidía el reformista Fontes Pereira de Melo, se organizó en 1852 una Dirección General de Trabajos Geodésicos, Topográficos y Catastrales41 con la pretensión de imprimir una dirección coordinada a todos los trabajos cartográficos. Al frente de esta Dirección General se situó FilipeFolque, decidiendo acometer de inmediato la formación del mapa topográfico. En 1853 se iniciaron las operaciones para el levantamiento de la carta a escala 1: 100.000, escogiendo como sistema de proyección el de Bonne y como elipsoide de referencia el de Puissant. Dada la carencia de grabadores experimentados en Portugal, se contrató en Francia al litógrafo polaco J. Lewicki, que se encargaría del dibujo y litografía de los mapas. La primera hoja del 1 : 100.000, dibujada y grabada por Lewicki, se publicó en 1856.
En aquellos años se articuló un modelo de política cartográfica que, con pocas variantes, duraría varias décadas. La dirección de las operaciones, el presupuesto y la responsabilidad de las mismas, correspondía a un organismo civil (la Dirección General de Trabajos Geodésicos) y a un ministerio civil (el de Obras Públicas). La ejecución práctica de los levantamientos la realizaban ingenieros militares y marinos bajo las ordenes del Coronel FilipeFolque. Paralelamente seguían operando, en el ámbito de la cartografía militar, el Archivo Militar, que había sido reorganizado en 1851 , y la sección cartográfica del Cuerpo de Estado Mayor.
Las competencias del Real Cuerpo de Ingenieros no se limitaban a la triangulación geodésica y a la ejecución del levantamiento topográfico. En realidad, dado que no existía en Portugal un cuerpo de ingenieros civiles, los oficiales de ingenieros se responsabilizaban también de la dirección de todo tipo de obras públicas como el trazado ferroviario y de carreteras, las obras portuarias y la instalación de las líneas telegráficas. Esta situación resultaba poco congruente con la vía de desarrollo capitalista que estaba siguiendo Portugal. Una reforma del Ejército en el año 1864 recortó las prerrogativas militares, apartando a los oficiales del ejército de cualquier servicio ajeno al Ministerio de la Guerra. La institucionalización de la ingeniería civil se hacía inevitable.
Así, en octubre de 1864, el Ministerio de Obras Públicas creaba un Cuerpo de Ingenieros Civiles. Los ingenieros fueron organizados en cinco especialidades diferentes: Obras públicas, Minas, Montes, Trabajos geográficos y estadísticos y Telégrafos. Se creaban también simultáneamente cuerpos auxiliares de arquitectos, capataces, telegrafistas y dibujantes42. La especialidad geográfica y estadística comprendía todos los estudios y operaciones relativas a la descripción territorial, incluyendo geodesia, corografía, topografía, hidrografía, catastro y estadística, y también metrología y meteorología.
Como consecuencia de esta institucionalización de la ingeniería civil, la antigua Dirección General de Trabajos Geodésicos fue reorganizada, creándose el 28 de diciembre de 1864 la Dirección General de Trabajos Geográficos, Estadísticos y de Pesos y Medidas que asumía los servicios del antiguo organismo ampliando sensiblemente su esfera de competencia.
La nueva institución se dividió en tres secciones denominadas respectivamente Instituto Geográfico, Estadística y Pesos y medidas. El Instituto Geográfico era la sección más importante, y tenía a su cargo los levantamientos geodésicos, topográficos y catastrales, la hidrografía y la publicación de cartas. El cuadro de personal del citados Instituto quedó formado por un director (FilipeFolque), un subdirector, once ingenieros geógrafos, tres ingenieros hidrógrafos, doce topógrafos, diez grabadores y personal para los servicios de fotografía y estampación43.
El reglamento organizativo de la Dirección General de Trabajos Geográficos establecía que el personal permanente del Instituto Geográfico debía reclutarse entre los ingenieros civiles, los oficiales de la Armada y de los cuerpos facultativos del Ejército, y los capataces del cuerpo auxiliar de ingenieros civiles. En realidad, los 15 ingenieros nombrados en 1865 como personal estable del Instituto eran de procedencia militar (4 oficiales de la Armada, 9 de Ingenieros y 2 del Cuerpo de Estado Mayor). Esto resulta facilmente explicable si se tiene en cuenta que la mayoría llevaba varios años colaborando con FilipeFolque en el levantamiento del mapa topográfico. Pero resulta también sintomático de un proceso más general: la desmilitarización de la ingeniería se hacía muy lentamente y la implantación de la ingeniería civil era muy débil. Entre 1864 y 1868 entraron a formar parte del Cuerpo de Ingenieros Civiles 91 individuos; de ellos tan sólo 20 tenían formación como ingenieros civiles, el resto eran oficiales del Ejército o de la Armada.
Pese a esta débil implantación de la ingeniería civil, la progresiva pérdida de prerrogativas de la ingeniería militar generó una notable resistencia en el Ejército. En 1868 un gabinete conservador presidido por el Marqués de Sa da Bandeira, y del que formaba parte el Obispo de Viseu, decidió disolver el Cuerpo de Ingenieros Civiles, pasando a ser desempeñadas todas sus funciones por los ingenieros militares44. Paralelamente se permitía que fuesen admitidos en los trabajos de Obras públicas a los oficiales del Estado Mayor y de Artillería que pudiesen ser dispensados de los servicios de armas. Los ingenieros civiles del Cuerpo organizado en 1864 quedaban adscritos al Cuerpo de Ingenieros Militares, con graduaciones honoríficas. El nuevo cuerpo se fijó en 100 oficiales, dos tercios de los cuales debían ser destinados al servicio del Ministerio de Obras Públicas.
La liquidación de la ingeniería civil obligaba a una completa reorganización de la Dirección General de Trabajos Geográficos. Un decreto de 23 de diciembre de 1868 extinguía el Instituto Geográfico, reuniendo sus funciones, y las del Archivo Militar, en un organismo de nueva creación: el Depósito General de la Guerra. En adelante el Depósito debía encargarse de todas las operaciones geodésicas y topográficas, así como de la publicación del Mapa de Portugal a escala 1:100.00045.
Sin embargo, esta contrarreforma militar duraría poco. Apenas un años más tarde se disolvía el recién creado Depósito General de la Guerra, volviéndose a la antigua organización y pasando de nuevo al Ministerio de Obras Públicas la plena responsabilidad sobre la cartografía nacional. El preámbulo del decreto de 18 de diciembre de 1869, que extinguía el Depósito de la Guerra y entregaba sus competencias a una Dirección General de Trabajos Geodésicos, Topográficos, Hidrográficos y Geológicos del Reino, comenzaba significativamente afirmando que: "En todas las naciones cultas de Europa las cartas corográficas, hidrográficas, las de topografía parcelaria, y los trabajos geodésicos que les sirven de base, son considerados indispensables al buen ejercicio de la administración pública". Para concluir señalando que tales trabajos debían efectuarse bajo la dirección de la Administacióncivil46.
Las tensiones entre la ingeniería civil y la ingeniería militar no quedaron saldadas, y en las décadas siguientes siguieron verificándose reformas y contrarreformas de la ingeniería; no obstante, la organización de los trabajos geodésicos y topográficos se mantuvo básicamente inalterada, y la formación del Mapa Topográfico de Portugal siguió dentro de la esfera de competencias del Ministerio de Obras Públicas. La triangulación geodésica finalizaba en 1887, Y en 1892 se daba fin a los trabajos de campo para el levantamiento del mapa 1: 100.000. La publicación del mismo, en 37 hojas, concluía en 1894.
La transferencia de los trabajos cartográficos desde la administración militar a la Administración civil fue un proceso paralelo y casi simultáneo en Gran Bretaña, en Portugal y en España. Apenas unos meses separan la reorganización de la DirecçaoGeral dos Trabalhos Geodésicos en el Ministerio de Obras Públicas de Portugal, el traspaso del OrdnanceSurveyalministerio homónimo en Gran Bretaña, y la creación en nuestro país del Instituto Geográfico dentro del Ministerio de Fomento, que daría el impulso definitivo a la formación del Mapa Topográfico Nacional de España.
Además de una misma dependencia administrativa, en los tres casos se registra una idéntica pretensión: la centralización y coordinación de los diferentes levantamientos, independientemente de su escala y finalidad. Esta identidad es todavía más acusada entre los países ibéricos, toda vez que se acumulaba en un mismo organismo la cartografía, la estadística y el catastro. Como veremos a continuación, el levantamiento del Mapa Topográfico, y la organización de los servicios cartográficos, tampoco estuvo exenta de tensiones en España.
SEGUNDA PARTE
LA ESTADISTICA TERRITORIAL y LA FORMACION DEL MAPA DE ESPAÑA.
A principios del setecientos los reformistas ilustrados, que habían emprendido ambiciosos proyectos de organización territorial de la Monarquía como el establecimiento del catastro, la uniformización del mapa interior aduanero o la racionalización de la división administrativa de alguno de sus territorios, observaron con preocupación la falta de un mapa general de la península e islas adyacentes. Con el fin de paliar dicha carencia el Marqués de la Ensenada encargó en 1739 a los jesuitas Carlos Martínez y Claudio de la Vega la realización de un mapa general de España. Ambos cartógrafos presentaron en 1743 36 hojas que cubrían una buena parte del territorio español47. Unos años más tarde, en 1751 el joven científico y geodesta español Jorge Juan, buen conocedor de los avances cartográficos franceses, propusó al Marqués de la Ensenada un plan para levantar y dirigir el mapa o plano general de España48.
El proyecto de Jorge Juan no prosperó, pero a raíz de sus preocupaciones geográficas la cartografía española recibió un notable impulso a partir de la segunda mitad del setecientos con el envio de Tomás López y Juan de la Cruz Cano a París con el objeto de que se formasen en vistas a la realización del mapa de España. La labor cartográfica de ambos supuso por motivos diferentes una contribución muy importante a la cartografía española, pero el mapa topográfico permaneció sin realizarse. A finales del siglo XVIII el proyecto de levantar el Mapa de España recibió un nuevo impulso gracias a los vientos de reforma impulsados tanto por los gobernantes ilustrados como por el gran desarrollo que había experimentado desde 1780 la cartografía hidrográfica española tanto en las costas peninsulares como en las americanas. Fruto de los intensos trabajos hidrográficos realizados en las expediciones científicas de Malaspina y de otros marinos españoles se creó en 1797 el Depósito Hidrográfico, que constituiría el centro cartográfico desde el que marinos como José Espinosa Tello y Felipe Bauzá realizaron sus propuestas de levantamiento del Mapa de España.
Será en 1792, tres años más tarde de la finalización del mapa de las costas españolas, cuando el marino José Espinosa y Tello (1763-1815) presentó un proyecto en el que proponía que con el material humano y técnico formado en la expedición de Malaspina se realizase un levantamiento sistemático de España49. En 1794 el también marino Dionisio Alcala Galiano escribió a Espinosa y Tello con el fin de promover juntos la realización del mapa topográfico de España. Al año siguiente Alcalá Galiano recibió de Godoy el encargo de presentar un plan para la realización del Mapa de España, pero dicho proyecto tampoco prosperó. Dos años después, en 1796, parecía que iba a darse un paso decisivo en la formación del mapa nacional cuando Godoy decidió crear el Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos, que estaba encargado de la formación de la Carta Geométrica del Reino, pero en 1804 como consecuencia de diversas presiones este cuerpo geográfico fue disuelto.
La Guerra de la Independencia trastocó la buena marcha de todos los proyectos reformistas ilustrados, pero muy especialmente los trabajos cartográficos. En 1807 el marino Felipe Bauzá (1764-1834) leyó en su discurso de ingreso a la Academia de la Historia un discurso titulado El Mapa de España, en el que hacia constar sus trabajos dedicados a la realización del mismo. Este destacado marino constitucionalista fue encargado en 1813 por los liberales gaditanos de trazar una nueva división territorial de España, que no prosperaría. Durante estos azarosos años de construcción del Estado liberal español la reforma de la división territorial y el desarrollo cartográfico fueron las dos caras de una misma moneda. La reforma tanto administrativa como fiscal de la división territorial constituía una aspiración reclamada por todos los reformadores liberales, quienes veían en ella un instrumento imprescindible para el buen gobierno de la nación.
Ahora bien, resultaba difícil realizar una buena división territorial con la deficiente información cartográfica y estadística de que se disponía. En 1821 con los liberales nuevamente en el poder Felipe Bauzá fue nombrado director de la Comisión de División del Territorio y de Hacienda. Desde dicha comisión y juntamente con José Agustín Larramendi presentó el 7 de abril un dictamen por el que proponía la creación de cinco comisiones encargadas de realizar la Carta Geográfica de España. La comisión principal estaría en Madrid, dos comisiones se encargarían de la triangulación de la zona del mediodía y occidente peninsular y las otras dos comisiones restantes realizarían tareas de reconocimiento. Según este proyecto esbozado por Bauzá el levantamiento de la Carta Geográfica de España le costaría al Estado un total de 579.010 reales de vellón destinados a las partidas de materiales y personal, así como 60.000 de dichos reales anuales dedicados a pagar al director de la obra50.
Los problemas de la institucionalización de la Estadística (1853-1861).
Si hasta 1840 la idea del Mapa Nacional estuvo vinculada a los proyectos ilustrados de reforma de la división territorial, simbolizados ambos en los trabajos de Bauzá, a partir de entonces se relacionaría cada vez más con la necesidad fiscal y administrativa de realizar un catastro parcelario. A pesar de que son documentos cartográficos diferentes, y de que en casi todos los países europeos su levantamiento se hizo de forma separada y sin conexión, la realización de un catastro parcelario, que debía constituir el instrumento fundamental de la estadística territorial, se convirtió en una de las aspiraciones más anheladas por reformistas liberales españoles como M. Cortina, Fermín Caballero, F. Coello o L. Figuerola, quienes consideraron que mapa topográfico, catastro y estadística debían formar parte de una única empresa de información territorial al servicio de la Administración pública.
De forma similar a Francia y a otros países europeos el desarrollo de la estadística territorial también había sido una obsesión creciente en España a lo largo del siglo XVIII. Las necesidades fiscales derivadas de la implantación del absolutismo en España llevaron a hacendistas y geógrafos como JosepAparici a colaborar en el Catastro de Cataluña del Intendente Patiño en 1715 y a reflejar sus conocimientos fiscales del territorio catalán en su mapa titulado Nueva Descripción geográfica del Principado de Cataluña, publicado en 1720. A continuación, el Catastro de la Ensenada para Castilla iniciado en 1749 representa un ambicioso esfuerzo del Estado setecentista por disponer de una buena estadística de la riqueza territorial51. Igual sucede con la Planimetría General de Madrid el catastro urbano más importante del setecientos realizado entre 1749 Y 1770 con una finalidad fiscal52. Ahora bien, será a partir del último cuarto de siglo XVIII cuando los esfuerzos de los gobernantes ilustrados por dotar a la Administración pública de una buena estadística territorial tomarán cada vez mayor impulso. El Censo de la Población de Floridablanca de 1787, el Censo de Frutos y Manufacturas de 1799 o la creación en 1802 de la Oficina de Estadística perteneciente a Hacienda son una consecuencia de esa voluntad ilustrada, puesto que para los gobernantes ilustrados no es posible racionalizar la Administración del territorio sin su conocimiento estadístico. Por su parte, los gobernantes liberales retomaron dicha preocupación por la estadística territorial como lo demuestra la formación en 1833 de la Comisión de Estadística y la obra de reformistas liberales como Pascual Madoz o Laureano Figuerola.
Ahora bien, a pesar de dichos esfuerzos la falta de información estadística sobre la riqueza territorial de España a lo largo del siglo XIX fue, en opinión del historiador M. Artola, uno de los problemas más acuciantes que atenazaron la política hacendística del XIX53. Con el fin de remediar dicha situación el 23 de noviembre de 1840 el Ministro de Gobernación, el progresista Manuel Cortina, firmaba un Real Decreto por el que se creaba una Comisión facultativa para la realización de un nuevo Mapa de España, que viniera a sustituir los entonces caducos mapas realizados por T. López54. Un mes más tarde, el 20 de diciembre de 1840, el gobierno dió orden de comprar los instrumentos necesarios para la rectificación de los mapas provinciales. Y pocas semanas después de haberse promulgado dicho decreto, el 7 de febrero de 1841, el mismo M. Cortina aprobó otro Real Decreto por el que se pedía a los ayuntamientos que rellenasen unos estados, diseñados por Fermín Caballero y conocidos como matrícula catastral, en los que se disese cuenta exacta de la riqueza territorial de sus vecinos. Aunque las diputaciones provinciales remitieron cumplida información al gobierno sobre la riqueza territorial de sus municipios, ésta fue realizada de forma muy general con criterios de ocultación de la riqueza disponible tal como fue consignado por P. Madoz en su Diccionario geográfico-estadístico.
Al año siguiente, el Ministro de Hacienda Ramón Ma de Calatrava, también de orientación progresista, aprobó el 26 de junio de 1842 por medio de otro Real Decreto un proyecto para "la formación de una estadística general o registros de la riqueza pública, así en capitales como en renta". Se formaron comisiones específicas y se consultó a expertos para que en las matrículas catastrales quedase reflejada la riqueza territorial, pecuaria, urbana, industrial y mercantil. A pesar del esfuerzo realizado, la matrícula catastral de 1842 puso en evidencia, según M. Artola, "la imposibilidad de conseguir una estadística precisa sin contar con numerosos agentes independientes y retribuidos encargados de realizar o comprobar las declaraciones"55.
Por su parte, en 1843 Fermín Caballero, que ocupaba entonces la cartera de Gobernación del último de los gobiernos progresistas antes de que los moderados lograsen hacerse con el poder, expidió una orden fechada el 23 de septiembre de ese año sobre la organización del personal de las operaciones y trabajos de la Comisión Directiva del Mapa de España, que fue completada con otra orden de 30 de octubre de ese mismo año por la que se nombraba a los miembros que debían componer su junta directiva56. Disponemos de escasas referencias sobre las actividades de dicha comisión, pero seguramente quedaron paralizadas con la llegada al poder en mayo de 1844 del General Narváez, que abría paso a una década de ininterrumpido dominio moderado.
Por lo que hace referencia a los trabajos sobre la formación de la estadística territorial es preciso señalar que el 23 de mayo de 1845 se aprobó la Reforma Tributaria de Mon, que consagraba los amillaramientos como el sistema de contribución territorial ochocentista. Un año más tarde, en julio de 1846, el mismo Alejandro Món decidió crear una Dirección central de estadística de la riqueza, cuyo objetivo era la constitución de un registro de la propiedad y la elaboración de un catastro, pero la falta de dotación presupuestaria para llevar a efecto la realización del catastro dejo a éste en el nivel de proyecto57. Si los trabajos para la confección del catastro no prosperaban los proyectos para el levantamiento del mapa nacional tampoco iban mucho mejor, caracterizándose esta década de dominio moderado por una ralentización o estancamiento de los trabajos catastrales y topográficos. A pesar de esa atonía, cuando el 12 de julio de 1849 uno de los gobiernos moderados presidido por Narváez creó la Comisión del Mapa Geológico de España, estableció en su interior una sección específica dedicada al desarrollo del mapa geográfico.
Ahora bien, no será hasta principios de 1853 bajo otro gobierno moderado cuando los trabajos para la realización del mapa topográfico tendrán su inicio efectivo. Así, el11 de enero de 1853 el Ministro de Fomento creó la Junta Directiva de la Carta Geográfica de España, presidida por el General de Estado Mayor M. de Monteverde y Betancourt. Nueve meses más tarde, el 14 de octubre dicha Junta Directiva pasaría a depender del Ministerio de la Guerra, quedando encargado de su dirección el Brigadier de Ingenieros Fernando García de San Pedro. Unos dias más tarde, el 27 de octubre, éste presentó un Plan de Operaciones, que fue aprobado por la Junta Directiva y que consistía en reconocer el país en toda su extensión. Para ello debían trazarse varias cadenas geodésicas de Primer Orden, que siguiendo las direcciones N/S y E/O dividiesen el territorio peninsular en cuadriláteros de 2 grados de lado aproximadamente, tomando como líneas de partida el meridiano y el paralelo de Madrid. Además de estas cadenas, otra debería seguir la dirección de las costas con el objeto de poder determinar el perímetro de la península58.
Por fin, el 23 de marzo de 1854 seis de los ocho oficiales que componían el personal especializado salieron a realizar trabajos de campo, mientras que los otros dos partieron para el extranjero con el fin de adquirir instrumentos y estudiar los procedimientos topográficos más recientes utilizados por otros países europeos en la formación de sus respectivos mapas geográficos. Uno de estos dos oficiales era el entonces joven Capitán de ingenieros Carlos Ibañez e Ibañez de Ibero (1825-1891), quien antes de partir para París proyectó un instrumento de medir bases geodésicas conocido como regla española, siendo construido en París por el francés Jean Brunner y con el que se midió la base central de la triangulación geodésica española en Madridejos (Toledo).
Tras el triunfo de los progresistas y el fallecimiento de Fernando García de San Pedro en julio de 1854 se produjeron diversos cambios en la dirección de los trabajos geográficos. Así, con el advenimiento del Bienio Progresista la Junta Directiva de la Carta Geográfica pasó a depender nuevamente del Ministerio de Fomento59. Mientras que la dirección de los trabajos del Mapa de España fue encomendada al Brigadier de Ingenieros Joaquín de Loresecha, Marqués de Hijosa de Alava, con lo que el control de dichos trabajos cartográficos estaba en manos del cuerpo de ingenieros militares. El nuevo director realizó algunas modificaciones sobre el plan inicial, pero sin alterar en lo sustancial el proyecto original.
Disponemos de pocas referencias más acerca de los trabajos cartográficos realizados por la citada comisión durante el Bienio Progresista. Ahora bien, si se tiene en cuenta que el primer censo nominal de la población española es de 1857 y que, aunque atribuido a la Comisión de Estadística del Reino creada en 1856, es fruto de los activos trabajos estadísticos efectuados durante el Bienio, es razonable suponer que también se debió experimentar un notable avance en los trabajos cartográficos. En octubre de 1856 con la vuelta al poder de Nárvaez se produjeron nuevos cambios en la organización de las tareas cartográficas del mapa. Así, el 3 de noviembre de 1856 Nárvaez creaba por medio de un Real Decreto la Comisión General de Estadística del Reino, dependiente de su presidencia, con la que se pretendía unificar en un único organismo todos los trabajos estadísticos, cartográficos y catastrales hasta entonces dispersos en diversos ministerios.
De hecho, no era la primera vez que la Administración española ochocentista había coordinado y puesto en común los trabajos estadísticos con los cartográficos. En este sentido hay que tener presente los valiosos trabajos geográficos realizados en Cuba entre 1827 y 1857 por las Comisiones de Estadística y División del Territorio de esta Antilla. La decisiva participación en estos trabajos de hombres como el ingeniero militar J.G.J. Valcourt, quien no sólo dirigió entre 1821 y 1835 el levantamiento de la Carta Geógrafo-topográfica de la Isla de Cuba, sino también la elaboración del Cuadro estadístico de la Isla de Cuba, correspondiente al año 1827(1829), pone de manifiesto, por un lado, la competencia geográfica del Cuerpo de Ingenieros Militares y, por el otro, las estrechas vinculaciones de la estadística y la cartografía en la reforma de la Administración territorial, que arrancan del reformismo ilustrado. Además, el hecho que ambas comisiones, la de estadística y la división del territorio, fueran creadas en 1844 y 1845 por el entonces Capitán General de Cuba, el General O'Donnell, pone de relieve el interés de la experiencia cubana en el desarrollo de la cartografía y la estadística españolaochocentista60.
A partir de la creación en 1856 de la Comisión de Estadística, el deseo de disponer de un catastro se convertirá en una preocupación creciente para los gobernantes españoles y más especialmente para los liberales. Por esto, el citado Real Decreto de 3 de noviembre de 1856 "fijó su pensamiento en la medición del territorio como base fundamental para llegar a conocer el modo de ser de la propiedad territorial, su importancia, su acumulación ..."61. Con el fin de emprender los trabajos catastrales se creó, merced una Real Orden de 4 de febrero de 1857, una sección de la Comisión de Estadística, encargada del levantamiento de planos catastrales. Dicha sección, que dependía directamente del Ministerio de la Guerra estaba compuesta por 18 oficiales del Ejército y 36 soldados, distribuidos en 9 brigadas. El primer plan de operaciones catastrales aprobado por la Comisión de Estadística determinaba que se hiciesen levantamientos de planos catastrales por masas de cultivo. Los primeros trabajos catastrales efectuados por esta sección fueron realizados entre junio y septiembre de 1857 sobre los municipios pertenecientes al partido judicial de Getafe. En su medición se trazaron 80 triángulos y la base fue calculada con el aparato de l. Porro, realizándose además el deslinde de los respectivos términos municipales.
El proyecto de Coello y la Junta General de Estadística.
La vuelta al poder de los liberales a mediados de 1858 posibilitó la incorporación progresiva en la Comisión de Estadística de hombres como F. Coello, P. Madoz o L. Figuerola, que imprimieron un cambio decisivo en la marcha de los trabajos cartográficos y catastrales. Así, a partir de ese mismo año el cartógrafo e ingeniero militar Francisco Coello (1822-1898) planteó en el seno de la citada Comisión la necesidad de unificar "en un sólo centro oficial (...) todos los trabajos geográficos realizados en las distintas dependencias ministeriales y la medición parcelaria del territorio"62. Una primera consecuencia del giro cartográfico emprendido bajo la presidencia del General liberal O'Donnell fue la aprobación el 21 de octubre de 1858 de un Real Decreto por el que se proponía a la Comisión de Estadística la determinación de los medios más idóneos para levantar el mapa topográfico y el catastro parcelario.
La culminación de estos proyectos reformistas emprendidos por Coello fue la aprobación por O'Donnell el 5 de junio de 1859 de la Ley de Medición del Territorio, que establecía la necesidad de dotar al Estado de una red geodésica fundamental, así como la cartografía marítima, geológica, forestal, itineraria y parcelaria. En la misma Ley se establecía que las triangulaciones geodésicas de Primer y Segundo Orden serían competencia de oficiales del Ejército. La Ley de Medición del Territorio, que unificó el proyecto del mapa nacional con el del catastro, modificó el carácter de los trabajos topográficos iniciados en 1857 mediante el sistema de masas de cultivo, habiéndose de realizar a partir de entonces con carácter parcelario.
El levantamiento de un catastro parcelario suponía la realización de un documento cartográfico riguroso y directo sobre la propiedad territorial, a diferencia del sistema de masas de cultivo que representaba una estimación indirecta sobre la riqueza territorial. Ahora bien, la ejecución del catastro parcelario exigía una mayor inversión de medios y tiempo, tal como lo expusieron sus críticos moderados, en relación al sistema de masas de cultivo mucho más rápido e impreciso. Así, comparando los resultados obtenidos en las campañas topográfico-catastrales de 1858 y de 1859 se puede observar que mientras que en la primera realizada por el sistema de masas de cultivo, una brigada compuesta por dos oficiales levantó por término medio una superficie de 4.490 ha., en la segunda, realizada con criterios parcelarios, la superficie levantada por otra brigada similar era de 2.263 ha.63.
El desarrolló de la Ley de Medición del Territorio permitió la creación el 13 de noviembre de 1859 de la Escuela Práctica de Ayudantes dedicada a la formación del Cuerpo de Ayudantes o topógrafos encargados de los trabajos de triangulación, nivelación y comprobación; del Cuerpo de Portamiras aventajados o parceladores, destinado a realizar trabajos de detalle en la parcelación; y los Portamiras o peones dedicados a trabajos auxiliares de campo. Todos estos cuerpos constituirían el personal de las brigadas topográficas, que desde mediados de 1860 trabajarían activamente en la provincia de Madrid64.
Sin embargo, la falta de personal cualificado y la vastedad de los trabajos parcelarios a emprender hicieron que la Comisión de Estadística fuera sensible a las numerosas iniciativas privadas que habían propuesto su participación en la realización del catastro parcelario. La gran cantidad de proyectos presentados pone de relieve no sólo la expectación despertada en la sociedad española, sino la envergadura económica de dicha empresa. Así, un agrimensor propuso levantar el catastro parcelario de todo el territorio catalán al precio de 6 reales por ha., mientras que una empresa particular se comprometía a realizar el parcelario de toda España exigiendo como pago un porcentaje sobre la imposición territorial. Después de diferentes plazos, se fijó el 1 de noviembre de 1861 como fecha límite de entrega de los diferentes ensayos catastrales realizados en la provincia de Madrid por los 14 concesionarios autorizados65. En opinión de José Gómez Pérez el resultado obtenido de tales trabajos catastrales no debió satisfacer a la Administración, ya que con posterioridad pocos levantamientos parcelarios se concedieron a particulares66. Durante el período que va entre 1853 y 1859, la Comisión Directiva del Mapa de España percibió unos ingresos netos de 3.827.802 reales. De esta cantidad total se destinó 1.640.000 reales a la compra de instrumentos topográficos, obras científicas y material de campaña; 351.051 reales a personal; y el resto, 1.836.751 reales, fue devuelto al cesar la comisión en su funcionamiento a finales de 185967. En septiembre de 1860 y como consecuencia de lo establecido en la Ley de Medición del Territorio de 1859 los recursos disponibles tanto para los trabajos geodésicos como para los parcelarios fueron incrementados de forma sustancial hasta un total de 3.988.000 reales. De esta cantidad, 1.720.000 reales se invertían en las operaciones geodésicas, mientras que los otros 2.268.000 reales restantes en los trabajos parcelarios68.
En abril de 1861 O'Donnell creaba la Junta General de Estadística, también dependiente de la Presidencia del Gobierno, en sustitución de la antigua Comisión General de Estadística. Dicha Junta, que sería el embrión del futuro Instituto Geográfico y Estadístico, se organizaba en dos grandes secciones, la geográfica y la estadística, que agrupaban cinco direcciones diferentes, una de las cuales era la Dirección de Operaciones Geodésicas, de la que era secretarioIbañez de Ibero, y otra, la de Operaciones Topográfico-Catastrales, que le fue confiada a Coello y que tenía bajo su responsabilidad no sólo los trabajos catastrales, sino también la triangulación de Tercer Orden.
A mediados de 1861 Coello redactó un proyecto de reglamento de las operaciones topográfico-catastrales, que tras diversas deliberaciones en la Junta de Estadística constituyó el Reglamento General de las Operaciones Topográfico-Catastrales, siendo aprobado cuatro años más tarde, el 5 de agosto de 1865, mediante un Real Decreto. Se trata de la pieza legislativa básica sobre la que levantar el catastro parcelario con 218 artículos muy precisos sobre la altimetría de los planos o sobre la conservación de la documentación catastral. En el preámbulo teórico de dicho reglamento Coello justifica la necesidad de que la empresa del mapa topográfico y la del catastro parcelario, que en la mayor parte de los paises europeos habían discurrido por separado, sean en España fruto de un proyecto común. Así, según Coello "los esfuerzos que todos los países hacen desde principios de este siglo para obtener un mapa topográfico de suma exactitud y precisión, han sido promovidos (...) para asegurar la defensa permanente del país. Por esta causa la ejecución ha sido generalmente encomendada al Ministerio de la Guerra, así como el de Hacienda se ha encargado de la formación del catastro (...). Estos dos centros han llevado a cabo, con absoluta independencia casi siempre, ambos trabajos sin auxiliarse mútuamente y hasta haciendo alarde de ignorarse; repitiendo con grandes gastos operaciones idénticas que todavía ha sido forzoso hacer, en gran parte de nuevo, por otros ministerios (...)"69.
Por el contrario, el Estado español, piensa Coello, tiene la posibilidad de ahorrar esfuerzos y recursos si los proyectos del mapa topográfico y del catastro parcelario se realizan conjuntamente. Dichos proyectos no deben circunscribirse en opinión de Coello en sus límites militares o fiscales, sino que tienen una extraodinaria utilidad tanto para la buena marcha de la administración pública como para el desarrollo de las obras públicas. Por esto su realización contribuirá a que no sean "pocas las economías que resulten en los estudios de toda clase de obras públicas, para las cuales se repiten constantemente los levantamientos de grandes zonas de terreno, y que concluidos los pIanos topográfico-parcelarios, y conservados al dia, podrán hacerse sobre ellos, trazandose con mayor seguridad y rápidez"70.
Un primer paso hacia la coordinación de los trabajos geodésicos y los topográficos fue la creación el 1 de agosto de 1864 de dos distritos geodésico-catastrales, estando al frente de uno de ellos Ibáñez de Ibero. Después en 1865, el liberal O'Donnell, que llegaba por tercera y última vez al poder, procedió a reorganizar la Junta General de Estadística, reduciendose a dos las direcciones de dicho centro: la de Operaciones Geográficas y la General de Estadística. El reglamento organizador de la Dirección de Operaciones Geográficas, aprobado el 14 de agosto de ese mismo año, prefigura ya la futura estructura organizativa del Instituto Geográfico. Así, se agrupan bajo esta dirección los siguientes organismos y secciones: los distritos geodésico-catastrales; la Escuela Especial de Operaciones Geográficas; el archivo facultativo y la biblioteca de consulta; el negociado de cálculos; la sección central de dibujo; la de planimetría; la de litografía; la de fotografía; el gabinete de instrumentos; el almacén de material; el taller de construcción y reparación de instrumentos y el registro de expedientes"71.
Por primera vez tanto los trabajos geodésicos como los topográficos y catastrales pasaron a depender de una única Dirección bajo las ordenes de Coello. En 1866 las operaciones topográfico-catastrales que marchaban a buen ritmo y que habían cubierto casi todos los municipios de la provincia de Madrid se extendieron hacia las provincias de Guadalajara, Cuenca y Toledo. La comparación de los resultados obtenidos en 1866 con los expresados en los amillaramientos -el único documento fiscal entonces disponible puso de manifiesto un grado de ocultación de la riqueza territorial superior al 47%72.
Pero en julio de 1866 con la vuelta al poder por última vez del General Narváez se produciría un giro muy brusco en la política cartográfica diseñada por los reformistas liberales. Así, mediante un Real Decreto de 31 de julio de ese mismo año Narváez procedía a disolver la Dirección de Operaciones Geográficas. Al mismo tiempo Narváez suprimió todas las remuneraciones de los funcionarios facultativos destinados a ambos proyectos cartográficos, reduciendo a tres el número de brigadas topográfico-catastrales73. Además, los presupuestos destinados a los trabajos geodésicos y topográficos, que ya habían sufrido en 1865 bajo la presidencia de O'Donnell un gran recorte al quedar en 2.054.189 reales, acusaron una reducción aún más drástica74.
Unas semanas más tarde, el mismo Narváez encomendaba al Depósito de la Guerra la formación del Mapa de España. Con ello se hacía recaer exclusivamente en el Cuerpo de Estado Mayor y al Ministerio de la Guerra la responsabilidad del mapa topográfico, dejando fuera del mismo a la Administración civil del Estado y a ingenieros militares como Coello o el mismo Ibañez de Ibero.
Una de las primeras consecuencias de la militarización de la tareas cartográficas impuesta por Narváez fue la disolución de la Escuela Especial de Trabajos Geográficos creada por Coello para formar el Cuerpo de Topógrafos. Para M. Alonso Baquer la razón que explicaría la decisión de Narváez de encargar al Cuerpo de Estado Mayor la ejecución del Mapa de España radicaría en el gran éxito cartográfico obtenido por este cuerpo militar en la formación del Mapa Itinerario Militar 1/500.000.75. Ahora bien, aparte de la capacidad cartográfica de los oficiales de Estado Mayor, que, tal como ya se ha señalado, fueron los encargados en la mayor parte de los países europeos de levantar la cartografía topográfica, existieron otros factores que determinaron la
decisión adoptada por Narváez.
En primer lugar, es preciso reiterar la decidida oposición de la burguesía moderada a que se elaborase cualquier tipo de estadística rigurosa sobre la riqueza territorial. En palabras del historiador Miguel Artola "la realización del Catastro fue combatida durante todo el siglo con argumentos doctrinales insostenibles y arruinada mediante la no renovación de las consignaciones presupuestarias y el traslado de los funcionarios destinados a este trabajo" 76. Por su parte, M. Tatjer y M. López Guallar han apuntado que "los grandes contribuyentes estaban también interesados en que la ejecución del catastro no fuera una realidad, ya que el sistema de amillaramientos realizados básicamente por los ayuntamientos favorecía a sus intereses, en especial (...), a los de algunos compradores de bienes del Estado que no estaban bien medidos"77. Además, para entender la decisión de Nárvaez de deshacer el proyecto cartográfico de Coello hay que tener en cuenta tanto las estrechas vinculaciones del partido moderado con la oligarquía terrateniente como el que ese mismo año 1866 fuera conocido públicamente, gracias a los trabajos topográfico-catastrales dirigidos por Coello, el escandaloso porcentaje de ocultamiento de la riqueza territorial.
En segundo lugar, la decisión adoptada por Narváez de asignar al Cuerpo de Estado Mayor la empresa del Mapa de España pone de manifiesto las fuertes tensiones latentes entre los diferentes cuerpos facultativos del Ejército para el control de dicha obra. Tensiones que seguramente arrancan desde la misma formación de la Comisión Directiva del Mapa de España en 1853, pues si en un principio la presidencia de dicho organismo estaba en manos del Cuerpo de Estado Mayor, muy pronto serían los ingenieros militares quienes llevarían la dirección efectiva de los trabajos geodésicos, ya sea trazando la red geodésica de Primer Orden o realizando importantes contribuciones en el levantamiento de dicha red.
Teniendo presente la fundamental contribución realizada hasta entonces por los ingenieros militares (García de San Pedro, Coello o Ibañez de Ibero) en los trabajos cartográficos, la decisión de Narváez de apartar a este cuerpo del levantamiento del Mapa de España tiene que ser explicada tanto por el antagonismo profesional existente entre ambos cuerpos del Ejército, como por la desconfianza de Narváez hacia los ingenieros militares, que estaban más comprometidos con el reformismo liberal. Al respecto, hay que tener presente no sólo las estrechas relaciones de Narváez con el Cuerpo de Estado Mayor, sino en conjunto el de este cuerpo con el moderantismo.
En tercer lugar, las medidas adoptadas por Narváez suponían un nuevo vaivén en la pugna sostenida también desde un principio entre el Ministerio del Fomento y el Ministerio de la Guerra por el control de la empresa cartográfica. De hecho, detrás de esta constante pugna sobre el carácter civil o militar de la empresa cartográfica se esconden los dos modelos planteados desde mediados del siglo pasado para levantar el Mapa de España. Por un lado, estaría el proyecto reformista liberal y progresista diseñado por geógrafos como Coello, en el que mapa topográfico y catastro parcelario forman una empresa común de carácter civil, secundada por militares. Mientras que por el otro, estaría el proyecto moderado defendido por militares como Narváez, en el que el Mapa de España y el catastro constituirían dos empresas separadas, encargandose el Cuerpo de Estado Mayor de la realización del mapa topográfico.
De modo general, se registra una estrecha relación entre el Cuerpo de Ingenieros Militares y la política cartográfica civilista de los reformistas liberales y progresistas. Mientras que, paralelamente, se puede advertir una estrecha vinculación entre el Cuerpo de Estado Mayor y la política cartográfica militarista defendida por los políticos moderados. Elconstante vaivén durante las décadas de 1850 y 1860 de instituciones y cuerpos facultativos encargados de levantar el Mapa de España pone de manifiesto los fuertes intereses económicos y corporativos que había detrás de tal empresa. Además, tanto el hecho de que la Comisión de Estadística, como su continuadora la Junta de Estadística dependieran directamente de la presidencia del gobierno, así como el que la legislación cartográfica sea un auténtico sismógrafo de la actividad política ochocentista ponen de relieve que la empresa del Mapa de España fue una tarea primordial para los gobernantes españoles del siglo XIX, que tanto en sus entradas o salidas de la presidencia no se olvidaban de llevar en su cartera diversas carpetas repletas de decretos de carácter cartográfico.
La creación del Instituto Geográfico.
El decreto de disolución de la Dirección de Operaciones Geográficas consiguió la desorganización y paralización de los trabajos emprendidos por Coello. Pero el advenimiento de la Revolución de Septiembre de 1868 de carácter progresista abrió un nuevo período de activación de las tareas cartográficas y catastrales.
La realización del catastro se convirtió a partir de 1868 en una de las reivindicaciones progresistas debatidas en las Cortes. Fruto de este nuevo período reformista fue la presentación de diversos proyectos para la realización del catastro parcelario. Así, en 1869 el Conde Nils de Barck presentó una memoria a las Cortes Constituyentes en la que proponía realizar el catastro parcelario por medio de un sistema conocido como del perímetro, por el que se prescindía de la triangulación geodésica. Su procedimiento fue objeto de vivas críticas por parte de los topógrafos, no prosperando su aplicación práctica. En su memoria explicativa el Conde Nils de Barck criticó duramente el proyecto de catastro parcelario diseñado por Coello, pues en la opinión este geógrafo ha querido hacer "un monumento catastral, pero inacabable; porque no solamente se ha querido unir la operación catastral a las grandes triangulaciones geodésicas de la península, sino que se ha querido complicar con detalles topográficos la medición de la superficie del país y tomar al mismo tiempo su proyección y su relieve"78.
Otro proyecto más interesante fue el presentado al gobierno en 1869 por el Coronel de Estado Mayor Joaquín Pérez de Rozas, que fue uno de los 14 contratistas particulares encargados de levantar los planos parcelarios de la provincia de Madrid. Este oficial, que había presentado una propuesta de catastro por masas de cultivo, creía que los problemas de medición constituían el auténtico obstáculo para la realización de un catastro y para hacer frente a tal inconveniente intentó encontrar un sistema de medición que fuera breve y económico. Con el objeto de verificar las bondades topográficas de su sistema el gobierno nombró el 31 de agosto de 1869 una comisión compuesta por oficiales del Ejército e ingenieros civiles con el fin de realizar un dictamen. Un año más tarde, el 7 de julio de 1870 la Dirección General de Estadística rechazó el sistema de Pérez de Rozas para levantar un catastro79.
En julio de 1869 el gobierno progresista del general Francisco Serrano creó la Dirección General de Estadística, que venía a sustituir a la extinta Junta de Estadística. Los progresistas doblaron el presupuesto de dicha Dirección y adscribieron a la misma las operaciones geodésicas, que desde agosto de 1866 estaban bajo control del Depósito de la Guerra80. A partir de ese momento sería la Dirección de Estadística la que se haría cargo de las tareas del Mapa de España, estando al frente de la Sección de Operaciones Topográfico Catastrales Ibáñez de Ibero. En una memoria elevada por dicha dirección al gobierno del general Prim se afirmaba que "es de necesidad absoluta que se hallen reunidos y de concierto se ejecuten los trabajos geodésicos y los topográfico-parcelarios (...). Cuando se trata de formar la carta geográfica del país y de determinar los datos fundamentales y fijos del Catastro, aquellas operaciones deben estar ligadas, no sólo por exigencias técnicas, sino también por razones de economía y reglas elementales de organización"81.
La organización de los trabajos estadísticos y cartográficos sufrió una importante remodelación al ser fundado mediante un Decreto de 12 de septiembre de 1870 el Instituto Geográfico, organismo civil dependiente del Ministerio de Fomento. Su creación fue auspiciada, según Eduardo Saavedra, por el economista liberal y Ministro de Hacienda Laureano Figuerola, quien conocedor de los fracasados esfuerzos realizados por conocer la riqueza territorial de España decidió que la única manera de tener un conocimiento aproximado de la misma era mediante una correcta medición del territorio nacional82. Pero en su fundación también contribuyeron de forma decisiva el matemático José Echegaray, entonces Ministro de Fomento y el General Prim presidente del Gobierno, que en opinión de M. Alonso Baquer "tenía interés por separar al Estado Mayor de la dirección del Mapa de España, no sólo porque este cuerpo se había identificado con Nárvaez, sino por oposición a la fórmula francesa de Estado Mayor que conoció en Méjico"83. Sean cuales fuesen las razones que motivaron al General Prim a tomar dicha decisión, ésta constituye el negativo de la adoptada cuatro años antes por el General Nárvaez y refleja la desconfianza de los sectores liberales y progresistas hacia el Cuerpo de Estado Mayor.
En la exposición de este decreto José Echegaray indicó la necesidad de separar en dos organismos diferentes los trabajos estadísticos y los geográficos. De esta manera, la creación inicial del Instituto Geográfico respondía a la necesidad de dotar a los trabajos del mapa topográfico y del catastro de una unidad y autonomía organizativa y evitar ingerencias externas a su desarrollo. El nuevo Instituto Geográfico, a cuya cabeza se encontraba Ibáñez de Ibero, pasaba a depender de la remodelada Dirección General de Estadística, bajo cuya dirección también se encontraban los trabajos estadísticos y censales. En un principio las tareas encargadas al Instituto Geográfico Y expresadas en el artículo 5° de dicho Decreto fueron: "la determinación de la forma y dimensiones de la tierra; triangulaciones geodésicas de diversos ordenes; nivelaciones de precisión; triangulación topográfica; topografía del mapa y del catastro; y determinación y conservación de los tipos internacionales de pesas y medidas"84.
Por otro lado, el mencionado decreto también recogía la idea de Coello sobre la necesaria coordinación entre la realización del mapa Y el levantamiento del catastro parcelario. En el mismo decreto Echegaray daba vida al Cuerpo de Topógrafos compuesto en el momento de su formación por 10 jefes, 89 oficiales y 179 topógrafos de diversas graduaciones85. En otra disposición firmada pocos dias después, el 27 de septiembre, Echegaray aprobaba el Reglamento del Instituto Geográfico, por el que se determinaban las secciones en que se dividiría el Instituto, así como las funciones Y competencias de los diferentes cuerpos técnicos que lo componían. Para su funcionamiento el lnstituto se organizaría en las cinco secciones siguientes: trabajos geodésicos; trabajos topográficos; publicación del mapa; trabajos metrológicos; y contabilidad.
Cada una de estas secciones estaba dirigida y compuesta por los diferentes cuerpos técnicos que formaban el Instituto. Así, el reglamento especificaba que la red geodésica de Primer Orden era competencia exclusiva de oficiales de Artilleria, de Ingenieros Militares y de Estado Mayor. Y con el objeto de evitar tensiones entre dichos cuerpos del Ejército establecía que el número de oficiales "que se considere necesario se dividirá siempre por partes iguales entre los tres cuerpos, proveyéndose las vacantes que ocurran con individuos del mismo cuerpo en que se hayan producido, para que en todo tiempo tengan los tres igual representación en tan importante y honroso servicio científico"86.
Por su parte, el Cuerpo de Topógrafos se haría cargo de las triangulaciones geodésicas de Segundo Orden, bajo la inspección de los Oficiales del Ejército, de la triangulación topográfica, del levantamiento de planos para la formación del catastro y de la conservación catastral. Mientras que los ingenieros civiles se harían responsables de las secciones de publicación del mapa y de la de trabajos metrológicos, desempeñando además las comisiones científicas que considerase convenientes el Director del Instituto.
El plan general para la triangulación topográfica y levantamiento de planos del Instituto Geográfico fue presentado el 12 de septiembre de 1870 y aprobado el dia 30 de ese mismo mes87 Los trabajos topográficos que debían realizarse de acuerdo con este plan consistían en la triangulación topográfica de cada término municipal, el levantamiento de planos de demarcación de los municipios, la formación de planos de los grupos de población que contasen con más de 10 edificios, las operaciones de nivelación necesarias para representar el relieve por curvas de nivel, la formación de minutas a escala 1 :25.000 con todos los detalles topográficos, y la determinación de las masas de cultivo cuya extensión excediese las 10 hectáreas.
A los pocos meses de ser aprobado dicho plan, el 31 de marzo de 1871, Ibáñez de Ibero publicó un Estado de los trabajos del Instituto Geográfico, en el que daba cuenta de forma suscinta de los avances que se habían producido en la red geodésica y en la topográfica, lo que faltaba por hacer y los proyectos inmediatos que el Instituto debía emprender. Según este informe en 1870, cuando se organizó el lnstituto Geográfico, se habían estacionado ya más de la mitad de los vértices de las cadenas fundamentales proyectadas. Sin embargo, faltaba mucho por hacer. No se habían determinado las coordenadas geográficas de ningún vértice de las cadenas, con la excepción de las posiciones correspondientes a los observatorios astronómicos de Madrid y San Fernando. Tampoco se habían observado las direcciones azimutales, ni se habían emprendido los trabajos de nivelación geodésica. Por último, tampoco estaba decidido el método a adoptar para efectuar la compensación de errores88. En la citada reseña Ibáñez de Ibero señaló también que las brigadas topográficas estaban trabajando activamente en las provincias de Córdoba y Sevilla. Mientras que la sección de publicación del mapa estaba estudiando detenidamente la cuestión del tipo de proyección que debía emplearse para editar el mapa, así como los diferentes sistemas de representación y reproducción en serie89.
Una de las tareas encomendadas al Instituto Geográfico fue la del servicio metrológico, que si bien estaba íntimamente relacionado con el desarrollo de la cartografía moderna, su importancia en la evolución de la ciencia y la economía contemporánea trasciende el marco estrictamente cartográfico y pone de relieve el carácter civil y modernizador de la Administración territorial que animaba la labor del Instituto Geográfico, Al igual que la idea de realizar un catastro parcelario, la formación del sistema métrico decimal fue como hemos visto uno de los logros científicos más importantes legados por la Revolución Francesa.
La creación de un sistema uniforme y universal de pesos y medidas era una necesidad sentida por científicos y cartógrafos que tenían que manejar un sinfín de medidas muy heterogéneas de carácter local y regional, que dificultaban su trabajo y la comunicación científica. Pero, el desarrollo del sistema métrico decimal no obedecía a razones únicamente científicas, a pesar de ser éstas muy importantes, sino que respondía a exigencias económicas y administrativas acordes tanto con el desarrollo del capitalismo como del mismo Estado moderno unitario y uniforme.
Así, una de las quejas más comunes expresadas por la burguesía francesa en los Cahiers de doléances de 1789 fue "el ruego más sincero de tener un solo rey, una sola Ley, una sola pesa y una sola medida", pidiendo "que únicamente exista una sola medida y una sola pesa en todo el territorio del reino; /pues/ ello facilitaría el comercio y los contactos entre todos los súbditos del reino"90, Si las ventajas económicas del sistema métrico aparecen claras al favorecer el intercambio comercial creando un lenguaje económico unitario, sucede de forma similar con lo relativo a la Administración territorial.
Así, desde el punto de vista de la racionalización fiscal si se quería proceder, como deseaban los reformistas, a una simplificación de los tributos y a una distribución más equitativa de los mismos en los diferentes territorios del reino era preciso sustituir la gran diversidad de pesas y medidas locales y regionales existentes por un sistema de medidas y pesos que tallara a todos los ciudadanos por el mismo patrón. ¿Cómo era posible realizar un catastro parcelario, pieza básica en esa nueva política de equidad fiscal, si no existía para todo el reino un mismo sistema de medidas? Por tanto, el desarrollo de un sistema unitario de medidas constituía la piedra angular sobre la que debía basarse la política de uniformización fiscal y territorial preconizada por los economistas fisiocratas y recogida por los reformistas liberales ochocentistas. Desde esta perspectiva, tanto la reforma del sistema métrico decimal, como el levantamiento del catastro parcelario constituían dos proyectos complementarios destinados a modernizar y uniformizar la Administración territorial del Estado.
Ahora bien, si el desarrollo de las tareas metrológicas recibió un gran impulso con la creación del Instituto Geográfico, no se puede decir lo mismo de los trabajos catastrales. Esto fue así porque, aunque la llegada de los progresistas al poder posibilitó en un principio una activación de los trabajos catastrales, tal como quedó reflejado en las Instrucciones decretadas por el gobierno el 17 de febrero de 1869, el mismo decreto fundacional del Instituto Geográfico de 12 de septiembre de 1870 en su artículo n° 11 suspendía temporalmente los trabajos del catastro. Elrecien creado Cuerpo de Tópografos, encargado de realizar el catastro, analizó desde su órgano de expresión la "Revista del Catastro" con moderado optimismo dicho decreto. Así, el topógrafo M.M. Arriola escribía en octubre de 1870 desde sus páginas: "empecemos, porque así lo aconseja la sana razón, por hacer los cimientos del edificio, levantemos sobre éstos una sólida y bien dispuesta armadura, y con estos elementos, fácil nos será después cubrir la obra sirviendo de coronamiento a ella el Catastro de la nación, que tantos resultados ha de proporcionar al Estado y a los individuos que lo forman"91.
Meses más tarde, el 15 de marzo de 1871, el destacado topógrafo Francisco Vallduví publicó en la "Revista Topográfica y Catastra/", continuadora de la anterior publicación, un artículo titulado Necesidad del Catastro, en el que, a pesar de la falta de un plan de operaciones catastrales, manifestaba su optimismo en la labor topográfica desplegada por el Instituto Geográfico. Así, este topógrafo afirmaba que "los trabajos topográficos que hoy se ejecutan en varias provincias para la formación del mapa, son el verdadero avance catastral, cuya importancia no nos cansaremos nunca de encarecer"92. Dos meses más tarde, el 15 de mayo de 1871, otro artículo aparecido en la misma revista y firmado por el topógrafo M. del Busto con el título Sobre el Decreto de 12 de septiembre de 1870 veía ya más lejana la obra del catastro parcelario, que quedaba supeditada a la realización del mapa topográfico. En este sentido aseguraba que "se comprende que si por ahora no se puede llegar al ideal de nuestras aspiraciones, que son las de todo el que se interesa por la prosperidad de la nación, a la ejecución del Catastro parcelario, se ha dado un gran paso con la ejecución
del Mapa hacia aquel fin (...)"93.
Por tanto, ante las dificultades de orden político y económico que presentaba la realización del catastro parcelario la opción escogida por Ibáñez de Ibero fue dar prioridad a los trabajos del Mapa Topográfico Nacional, dejando relegado para un futuro próximo la realización del catastro parcelario. Esta opción, seguramente la única posible para la dirección del Instituto Geográfico ante las fuertes reticencias de la burguesía por levantar el catastro parcelario, no sólo resquebrajaba el proyecto reformista de Coello de realizar conjuntamente el mapa topográfico y el catastro parcelario, sino que ponía en evidencia la misma incapacidad de los diferentes gobiernos progresistas del Sexenio por acometer de una forma decidida la confección de un catastro parcelario. A todo ello, hay que añadir que en los trabajos catastrales que emprendió el Instituto Geográfico a partir de 1871 "la unidad catastral no sería ya la parcela, sino la masa de cultivo superior a diez hectáreas (...). Tampoco se recogerían en estos trabajos datos sobre la cuantía de la producción y menos se harían valoraciones"94. De esta manera, el proyecto de un catastro parcelario quedó en via muerta a la espera de mejores tiempos y no fue reemprendido hasta 1906, año en que fue aprobado un Real Decreto por el que se autorizaba en una primera fase la realización del avance catastral parcelario y en una segunda etapa la del catastro topográfico parcelario95.
El 19 de junio de 1873 el gobierno republicano presidido por Pi i Margall reorganizaba el Instituto Geográfico, que a partir de entonces pasaría a denominarse Instituto Geográfico y Estadístico y que continuaría dependiendo del Ministerio de Fomento. Con esta nueva organización las tareas estadísticas pasaban a depender juntamente con las cartográficas de una misma dirección e institución. Desde ese momento Ibáñez de Ibero se haría cargo no sólo de los trabajos cartográficos y metrológicos, sino también de los estadísticos. De esta manera, la estadística, que había experimentado a lo largo del siglo XIX un desarrollo paralelo al de la cartografía y que para los reformistas liberales como Fermín Caballero, Coello o Pascual Madoz formaba con ésta parte de un proyecto común e indisociable sobre el conocimiento del territorio y su riqueza territorial, se convertía en una de las principales actividades del Instituto Geográfico y Estadístico. La reforma republicana creaba nominalmente el Cuerpo de Estadística, aunque su organización efectiva no se hizo hasta principios de la Restauración96.
La obra de Ibáñez de Ibero
El brusco fin de la primera experiencia republicana y la consiguiente restauración del orden monárquico afectó sobre todo a la economía del Instituto Geográfico y Estadístico como puede observarse en el cuadro 11. A pesar de los avatares políticos, Ibáñez de Ibero, que en 1875 había conseguido la publicación de la primera hoja del Mapa Topográfico Nacional correspondiente a Madrid y del primer volumen de las Memorias del Instituto Geográfico, continuó al frente de la dirección del Instituto hasta 1889, logrando impulsar de forma decisiva en sus casi veinte años de mandato la realización del Mapa de España. Por su parte, el Instituto Geográfico y Estadístico, que continuaba adscrito al Ministerio de Fomento, fue objeto en 1877 de una nueva reglamentación que venía a sustituir y completar la elaborada durante la etapa republicana.
El 27 de abril de 1877 el Ministro de Fomento, el conservador Francisco de B. Queipo de Llano, Conde de Toreno, aprobó un nuevo Reglamento del Instituto Geográfico y Estadístico, que estaría vigente hasta 1899. Este reglamento, que constaba de XVI capítulos diferentes y 118 artículos, especificaba que el Instituto Geográfico y Estadístico tenía por objeto: la determinación de la forma de la tierra; las triangulaciones de Primer, Segundo y Tercer Orden; las nivelaciones de precisión; las triangulaciones topográficas y los planos topográficos para la formación del Mapa de España; el catastro y su conservación; la publicación del Mapa de España y otros trabajos cartográficos; la determinación y conservación de los nuevos tipos del metro y del kilogramo; la formación de censos de personas y de casas; y, el movimiento de la población. Con lo que se mantenían las competencias y funciones establecidas por el reglamento republicano.
Para la realización de las tareas encomendadas el Instituto Geográfico fue dividido en diez negociados diferentes, cinco más que en el reglamento fundacional, lo que pone de relieve tanto una madurez en el proceso de institucionalización de los trabajos geográficos como su creciente complejidad organizativa. Por primera vez, las observaciones geodésicas de Primer Orden ya no eran competencia exclusiva de los oficiales del Ejército, sino que también podían ser realizadas por Ingenieros de Caminos, de Minas o de Montes97. En contrapartida, los oficiales del Ejército podían dedicarse a las tareas relativas a la publicación del mapa topográfico y a los trabajos metrológicos. Por tanto, el nuevo reglamento rompía la división funcional de tareas establecida en el reglamento de 1870 entre los diferentes cuerpos de civiles y militares. Eso si, se respetaba la proporción de oficiales de los tres cuerpos del Ejército.
Además, el citado reglamento daba vida al Cuerpo de Estadística, encargado de la formación de censos de personas y cosas, del movimiento de la población y de diferentes tipos de estadísticas. Dicho cuerpo estaría formado por jefes, oficiales y auxiliares de estadística y el ingreso en el cuerpo se haría mediante oposiciones libres. Por último, el reglamento delimitaba las competencias de los Auxiliares de Geodesia, destinados a ayudar en los trabajos geodésicos, "ya como delineantes, escribientes y calculadores, ya como constructores de señales geodésicas, en el manejo de heliotropos y demás servicios de las brigadas de campo"98.
Si desde el punto de vista organizativo y de consolidación del proyecto geográfico de Ibáñez de Ibero la Restauración monárquica fue positiva, desde una perspectiva económica supuso, como ya se ha apuntado, una reducción drástica de los presupuestos asignados al Instituto Geográfico. En el cuadro 11, relativo a los presupuestos anuales destinados al Instituto Geográfico entre 1870 y 1898, se puede observar que las mayores partidas presupuestarias, de casi 4,5 millones de pesetas, se asignaron durante el Sexenio democrático y muy especialmente en el período republicano. Con la Restauración esta cifra se redujo casi a un tercio. Entre 1874 Y 1889 los presupuestos asignados se estabilizaron en torno los 1,7 millones de pesetas anuales, pero en 1889 con la salida de Ibáñez de Ibero los presupuestos volvieron a menguar hasta llegar a la cifra crítica de un millón de pesetas. A partir de 1891 las cantidades presupuestadas volvieron a recuperarse un poco, estabilizandose en torno a los 1,4 millones de pesetas, pero la salud económica del Instituto Geográfico, así como la de su proyecto cartográfico quedaron maltrechas. Por otro lado, si se realiza una lectura estructural de los gastos del Instituto Geográfico durante este período puede observarse como de forma casi constante las partidas destinadas a los trabajos topográficos se llevaron la parte del león con un 64% de los recursos disponibles, mientras que los trabajos geodésicos representaron el 28,3%, los de grabado y litografiado el 3,4% y los relativos a la dirección y administración el 3,8%.
A pesar de la fuerte mengua de los recursos económicos que supuso para el Instituto Geográfico el nuevo ordenamiento político, la enérgica dirección imprimida por Ibáñez de Ibero a los trabajos geográficos durante los años de su mandato dió pronto importantes frutos. Así, desde 1875 hasta 1889 vieron la luz ocho volúmenes de las Memorias del Instituto Geográfico, que constituyen una aportación fundamental de la geodesia, la topografía y la metrología española del siglo XIX y en los que se da rigurosa cuenta de los avances realizados en estos campos. Por otro lado, el mismo año de la formación del Cuerpo de Estadística se publicaba El Censo de la población de España en 1877, que venía a actualizar el último censo realizado en 1860, y en 1887 se volvía a confeccionar otro. Un año más tarde, en 1888, Ibáñez de Ibero publicaba la Reseña Geográfica y Estadística de España, que con sus cerca de 1.300 páginas representaba la culminación más importante del conocimiento geográfico ochocentista sobre el territorio español. Además, a lo largo de estos años de dirección del Instituto Geográfico Ibáñez de Ibero consiguió no sólo su proyección internacional, sino también la del Instituto Geográfico, al llegar a presidir la Asociación Geodésica Internacional y el Comité Internacional de Pesas y Medidas99.
Durante los años de su mandato las operaciones geodésicas y topográficas experimentaron avances considerables. Así, se iniciaron y prosiguieron con buen ritmo los trabajos relativos a las nivelaciones de precisión. Igualmente se continuaron las tareas para la determinación de latitudes y azimuts, constituyéndose estaciones en Montolar, Quintanilla y Javalán (1883), en Faro, Desierto y Matadeón (1884), en la Mola de Formentera (1886) y Reducto (1888). De idéntica forma, para el desarrollo de la Red geodésica de Primer Orden se establecieron las bases de Cartagena y Madridejos (1884). También se determinaron las diferencias de longitudes geográficas entre Madrid y Badajoz; Lérida y Madrid; Lérida y Badajoz (1886). Realizándose asimismo los cálculos para determinar la compensación de los errores angulares de la red geodésica de Primer Orden (1886 y 1888)100,
El Mapa Topográfico Nacional
El ingente esfuerzo realizado durante los años de su mandato no distrajo a Ibáñez de Ibero de su principal preocupación: la realización y publicación del Mapa Topográfico Nacional. Así, entre 1875, año de la aparición de la primera hoja correspondiente a Madrid, y 1889 se publicaron 69 hojas, llegándose a un cenit editor durante el quinquenio 1885-1889 con 45 hojas impresas, cantidad que tardaría treinta años en ser superada.
En el plan general para la triangulación topográfica y el levantamiento de planos aprobado el 30 de septiembre 1870 se determinaba que la publicación de las hojas del Mapa Topográfico debía hacerse a escala 1 :50.000. El Instituto Geográfico encargó a los ingenieros de caminos Miguel Muruve y Alberto Bosch, del negociado de publicaciones, el cálculo del valor en metros de los arcos de meridiano y de paralelo correspondientes a cada una de las hojas que componen el mapa. En un principio no fue posible establecer el número exacto de hojas que debían componer el mapa, pues en aquel momento se desconocían las longitudes y latitudes exactas de diversos puntos del contorno de España. Por eso el proyecto inicial consideró que el Mapa Topográfico debía constar de 1.078 hojas aproximadamente, 18 hojas menos de las que lo componen101.
Para la representación del relieve se adoptó el sistema de curvas de nivel, en vez del sistema de normales (hachures) adoptado en la mayor parte de los mapas topográficos europeos. Según ClaireLemoine-lsabeau la primera vez que se utilizó de forma general el sistema de curvas de nivel fue en el Mapa Topográfico de Bélgica a escala 1 :40.000 realizado entre 1843 y 1860102. En España ninguna de las grandes obras cartográficas anteriores al Mapa Topográfico Nacional había utilizado las curvas de nivel. Así, Domingo Fontán había recurrido a la técnica de normales en su Carta Geométrica de Galicia (1845), mientras que Francisco Coello, por su parte, recurrió a las curvas de configuración o curvascroquizadas para dar una idea del relieve en sus mapas provinciales a escala 1 :50.000.
Por otra parte, el Mapa Topográfico Nacional constituía el registro donde se señalaban las demarcaciones municipales, hecho que manifiesta la voluntad del Instituto Geográfico de que fuese una herramienta básica de la Administración pública. Se trataba de un registro muy útil para ésta, pues a la altura de 1870 se carecía en España de un auténtico mapa de base municipal. Una consecuencia indirecta de los deslindes municipales trazados en el Mapa Topográfico fue, según Juan Pro Ruíz, que "al medir (se) científicamente los términos municipales saltó a la luz el volumen global de la ocultación de tierras al fisco; los pueblos medían a veces el doble o el triple de la suma de las propiedades declaradas. El sistema de fraude tolerado de los amillaramientos quedaba al descubierto103.
Desde el punto de vista de la producción cartográfica hay que tener en cuenta que, a pesar del fuerte ritmo de trabajo impuesto por Ibáñez de Ibero, la rapidez del trabajo topográfico está en función, en buena medida, de la escala del levantamiento. De esta manera, la decisión de que las minutas se formasen a escala 1 :25.000, una práctica habitual en la época, condicionó la marcha de las operaciones topográficas. Operando a esa escala se daba por hecho que un topógrafo experimentado no podía completar mucho más que un kilómetro cuadrado por dia; incluso menos en relieves accidentados104. Este simple hecho puede dar una idea de la envergadura organizativa de los trabajos topográficos cuando se pretendía efectuar un levantamiento de medio millón de kilómetros cuadrados.
Durante la década siguiente a la salida de Ibáñez de Ibero del lnstituto Geográfico no sólo hubo una reducción sustancial de los presupuestos, sino que también descendió el ritmo de publicación del Mapa Topográfico. Además, entre 1890 y 1902 se sucedieron cuatro directores diferentes al frente del Instituto Geográfico con el consecuente desbarajuste organizativo que suelen acarrear tales cambios. Todos estos hechos ponen de manifiesto una cierta crisis del proyecto cartográfico impulsado por Ibáñez de Ibero, que estuvo a punto de zozobrar. Se puede encontrar un eco de dicha crisis en la opinión vertida por Vicente López Puigcerver, oficial de Estado Mayor y futuro director del Instituto Geográfico, según la cual "grandes disgustos y no pocos esfuerzos costaron al General Ibáñez poder evitar más de una vez que aquéllos -los trabajos cartográficos se suspendieran, ya su inmediato sucesor Sr. Arrillaga, grandes desvelos y trabajos impedir que se disolviera este Centro científico, pues a muchas y muy influyentes personas (...) les parecía casi despilfarro conceder grandes cantidades a una obra de tan larga duración y cuyos resultados prácticos no eran inmediatos (...); pero, si bien se pudo evitar esa catastrofe, hubo que resignarse a ver mermados los presupuestos todos los años y por consiguiente retrasados más y más los trabajos"105.
Pero, a pesar de los fuertes intereses encontrados que suscitaba la labor cartográfica del Instituto Geográfico y las dificultades económicas y organizativas con las que éste tuvo que hacer frente, la aportación institucional y científica realizada por Ibáñez de Ibero fue lo suficientemente sólida para que la empresa del Mapa Topográfico Nacional continuase adelante. Una muestra de la vitalidad de del lnstituto Geográfico y de su proyecto cartográfico fue el Real Decreto de 15 de febrero de 1900 por el que se creaba el Cuerpo de Ingenieros Geógrafos, que en 1908 estaba formado ya por 108 miembros, cuya tarea principal era la realización del Mapa Topográfico Nacional.
CONCLUSIONES
A lo largo del siglo XIX la mayor parte de los Estados europeos emprendieron el levantamiento de mapas topográficos muy precisos de su territorio, basados en redes geodésicas normalizadas. Su realización fue una tarea muy costosa, larga y de una gran complejidad técnica e institucional, que se vió aquejada desde un buen principio por fuertes tensiones organizativas e ingerencias políticas. En algunas ocasiones los conflictos eran el resultado de la pugna desatada entre los diferentes cuerpos facultativos del Ejército e ingenieros civiles por ejercer su control. Ahora bien, en muchas otras ocasiones eran derivados del hecho de que la empresa topográfica no respondía únicamente a una finalidad estrictamente militar, sino que formaba parte de un proyecto geográfico más global de carácter reformista dirigido a racionalizar la organización fiscal y administrativa del Estado Liberal.
En este sentido, queremos señalar que, aunque una buena parte de la historiografía cartográfica más reciente ha puesto un especial énfasis en destacar el carácter militar de la cartografía de base ochocentista, su evolución estuvo también íntimamente vinculada con el desarrollo de diferentes proyectos civiles de reforma de la Administración territorial como el levantamiento de un catastro parcelario, una división más racional del territorio o la ejecución de importantes obras públicas. Así, aunque en la mayoría de los Estados europeos su realización efectiva fue obra de organismos de carácter militar, siguiendo el modelo francés ochocentista de Estado Mayor, en el que el levantamiento del mapa topográfico se hizo de forma independiente de la del catastro parcelario, en otros países como España, Portugal o la Gran Bretaña el modelo seguido fue diferente, siendo básicamente obra de instituciones de carácter civil.
De hecho, resulta bastante difícil explicar las fuertes presiones políticas y cambios organizativos a que se vieron sometidas en su ejecución las diferentes cartas topográficas europeas si se las desvincula del proyecto reformista de dotar al Estado liberal de una estadística territorial más rigurosa a partir de la cual organizar su administración. Sin embargo, este ambicioso proyecto de información estadística dirigido en gran parte a conocer la riqueza territorial chocó de frente con los intereses de una gran parte de la burguesía. Por esto, la realización de un catastro parcelario, que era una pieza esencial de ese proyecto global y para cuya realización el concurso del mapa topográfico resultaba muy importante, generaba toda clase de oposiciones y recelos entre los grandes propietarios tanto de suelo urbano como rústico, que veían en el conjunto de dicha empresa una estrategia del Estado para fiscalizar y gravar sus bienes.
En España, al igual que en el resto de los países europeos, el levantamiento del mapa topográfico fue durante el siglo XIX una obra del Estado y desde entonces hasta la creación en 1870 del Instituto Geográfico su ejecución basculó entre dos modelos cartográficos diferentes. Por un lado, estaba el proyecto planteado por ingenieros militares como Coello e impulsado por políticos liberales o progresistas como el General O'Donnell o L. Figuerola de que una institución civil (la Junta de Estadística o el Instituto Geográfico) realizase conjuntamente el mapa topográfico y el catastro parcelario. Mientras que por el otro, estaba la posición moderada defendida por el General Nárvaez de imponer el modelo francés, según el cual el catastro parcelario y el mapa topográfico debían realizarse de forma separada, siendo este último una obra exclusiva del Cuerpo de Estado Mayor.
Por eso, cuando en 1870 los políticos progresistas deciden crear el Instituto Geográfico como organismo civil encargado de la realización del mapa topográfico y del catastro ponen al frente de dicha empresa a un ingeniero militar tan destacado como Ibáñez de Ibero. Así, la empresa del mapa topográfico revestirá en España, respecto al modelo francés, la doble originalidad de ser una obra eminentemente civil en cuya ejecución hasta 1890 los ingenieros militares ocuparon los lugares prominentes. Y a pesar de las diferentes viscisitudes que esta empresa cartográfica tuvo que hacer frente, tanto la creación del lnstituto Geográfico como la extraodinaría labor desarrollada por su director Ibáñez de Ibero contribuyeron de forma decisiva a la institucionalización de las tareas relativas al Mapa Topográfico Nacional.
Por último, quisieramos destacar que este proceso de institucionalización del mapa topográfico constituye un episodio esencial de la evolución de la geografía y la cartografía en la España contemporánea, debido a que su levantamiento y publicación permite observar las estrechas relaciones existentes entre los intereses políticos y económicos y el desarrollo de la cartografía contemporánea. Además, su realización constituye un documento imprescindible para entender las complejas relaciones entre el desarrollo de la cartografía a gran escala y la construcción del Estado moderno.
Notas
1 Ver V. VALERIO, 1987.
2 Ver M. DURANTHON, 1978; G. ALINHAC, 1986.
3 Ver M. ALONSO BAQUER, 1972.
4 Ver F. NADAL Y L. URTEAGA, 1989 y L. URTEAGA y F. NADAL, 1989.
5 Ver Horacio CAPEL, 1982 y 1988.
6 Ver H. CAPEL et alt., 1983; H. CAPEL; J.E. SANCHEZ y O. MONCADA, 1988.
7 Ver I. MURO, 1990, 3 vals.
8 Ver M. TATJER, 1988.
9 Ver A. LAFUENTE y J.L. PESET, 1982 Y 1985; A. LAFUENTE y A. DELGADO, 1984; A. LAFUENTE v A. MAZUECOS. 1987.
10 Ver J. KONVITZ, 1987.
11 George M. Wheeler, Capitán del Cuerpo de Ingenieros de los Estados Unidos, actuó como delegado del gobierno norteamericano en el Tercer Congreso Internacional de Geografía celebrado en Venecia en 1881. A su regreso a los Estados Unidos preparó por encargo del Ministerio de la Guerra un detallado informe sobre los levantamientos cartográficos en Europa. Este informe, publicado en 1885 (G.M. WHEELER, 1885), que constituye una de las mejores fuentes sobre la cartografía europea del siglo XIX, ha sido utilizado ampliamente en la preparación de esta parte de nuestro trabajo
12 Ver F. DEPUYDT, 1975 y C. LEMOINE-ISABEAU, 1988.
13 F. VAZQUEZ MAURE v J. MARTIN LOPEZ, 1986.
14 Ver A. da FONSECA e COSTA, 1983. 15 Ver G.M. WHEELER, 1885.
16 Ver J. KONVITZ, 1987, pág. 60.
17 Ver R. SIESTRUNCK. 1979
18 Ver H. CAPEL, et alt, 1983; H. CAPEL; J.E. SANCHEZ y o. MONCADA, 1988; I. MURO. 1990.
19 Sobre este aspecto, y en general sobre la política cartográfica en la Francia revolucionaria, debe consultarse el trabajo de J. KONVITZ. 1987. págs. 32 v ss
20 Enotros la detención de Mechain en España.
21 Ver M. BACCHUS y J.C. DUPUIS, 1990, pág. 84
22 R. DUPUY, 1990, pág. 65.
23 Ver J. KONVITZ. 1987, pág. 57.
24 Ver M. BACCHUS y J.D. DUPUIS, 1990. pág, 56.
25 Ver J. Konvitz, 1987, pág. 60; y M. BACCHUS y J.C.DUPUIS, 1990, pág. 57.
26 Ver R. Dupuy, 1990.
27 Sobre la institucionalización de la estadística en Francia ver J. y M. DUPAQUIER, 1985.
28 Sobre la formación del Mapa Topográfico de Bélgica debe consultarse el documentado trabajo de C. LEMOINEISABEAU. 1988.
29 Cfr. G.M.WHEELER , 1885.
30 Ver R. NUÑEZ DE LAS CUEVAS, 1982, pág. 78.
31 Sobre los inicios de la cartografía topográfica italiana véase M. SIGNORI, 1987.
32 Ver G.M. WHEELER. 1885
33 Ver J.M. WILFORD, 1981
34 Ver A. da FONSECA e COSTA, 1983, pág. 48.
35 Ver R.H.G. BARATA PINTO, 1985.
36 Sobre la trayectoria científica y política de M.M. Franzini véase María de F. NUNES, 1988.
37 Sobre FilipeFolque puede consultarse María C. PEREIRA DA COSTA, 1986 Y 1987.
38 Cit. por R. NUÑEZ DE LAS CUEVAS, 1982, pág. 78.
39 Real Decreto de 20 de abril de 1843. Cit. por María C. PEREIRA DA COSTA, 1986, pág. 99.
40 Ver R.H.G. BARATA PINTO, 1985, pág. 6.
41 Ver A. da FONSECA e COSTA, 1983, pág. 49.
42 H.G. MENDES, 1981, pág. 51.
43 Ver H.G. MENDES, 1981, pág. 53. Sobre las noticias acerca del Instituto que contemporáneamente se publican en España puede consultarse M.M. de ARRIOLA, 1871.
44 H. G. MENDES, 1981, pág. 57.
45 En el preámbulo al decreto de creación del Depósito de la Guerra se especificaba que la composición del nuevo organismo daría preferencia a los oficiales del Ejército y de la Marina, "como testimonio de los servicios que tienen prestados al país", y se añadía algo bien esclarecedor sobre las duras condiciones en que dibujantes y grabadores realizaban su trabajo: "A los grabadores dibujantes se les concederá el beneficio de la jubilación, porque terminando generalmente su carrera pública casi ciegos, sería cruel entregarlos a la miseria". Cit. por H.G. MENDES, 1981, pág. 58.
46 Ver H.G. MENDES. 1981. pág. 62.
47 Ver F. VAZQUEZ MAURE, 1982, págs. 69-70. 48 Ver H. CAPEL, 1982, págs. 149-152.
49 Ver María Luisa MARTIN MERAS, 1986.
50 Ver E. GARRIGOS PICO, 1982, págs. 65-66.
51 Ver H. CAPEL, 1982, págs. 137-142; C. CAMARERO BULLAN, 1989.
52 Ver C. CAMARERO BULLAN, 1989.
53 M. ARTOLA, 1986, pág. 22.
54 Ibidem, pág. 208.
55 Ibidem, pág. 212.
56 Ver l. TORRES MUÑOZ, 1902, pág. 246.
57 Ver M. ARTOLA, 1986, págs. 241-242.
58 Ver COMISION GENERAL DE ESTADISTICA DEL REINO, 1860, págs. VII-VIII.
59 Ver M. ALONSO BAQUEA, 1972, pág. 136.
60 Ver F. NADAL, 1989, vol. 111, págs. 329-356.
61 Ver COMISION GENERAL DE ESTADISTICA DEL REINO, 1860, pág. XVII.
62 J. GOMEZ PEREZ, 1966, pág. 280.
63 Ver COMISION GENERAL DE ESTADISTICA DEL REINO, 1860, págs. XVII-XIX. 64 J. GOMEZ PEREZ, 1966, pág. 290 y ss.
65 Ver Anuario Estadístico de España, correspondiente al año 1860-1861, Madrid, Imp. Nacional, 1862-1863, págs. XVII-XIX.
66 Ver J. GOMEZ PEREZ, 1966, pág. 287.
67 Ver COMISION GENERAL DE ESTADISTICA DEL REINO, 1860, pág. VIII. 68 Ver l. MURO, vol. 111, pág. 233.
69 Real Decreto de 5 de agosto de 1865 sobre el Reglamento General de las operaciones Topográfico-Catastrales, Gaceta de Madrid, Madrid, 11 de agosto de 1865, n° 223, pág. 2.
70 Ibidem,pág. 5.
71 Ver DIRECCION GENERAL DE OPERACIONES GEOGRAFICAS, 1865, pág. 5.
72 Ver A. SEGURA i MAS, 1988, vol. 1, pág. 116.
73 Ver ,. MURO, 1990, VOL. 111, pág. 245.
74 Ibidempágs. 245-246; M. del BUSTO, 1871, pág. 66.
75 Ver M. ALONSO BAQUER, 1972, pág. 157.
76 M. ARTOLA, 1986, pág. 253.
77 Ver M. LOPEZ y M. TATJER, 1985, pág. 461
78 Ver l. TORRES MUÑOZ, 1902, pág. 264. 79 Ibidem, págs. 167-185.
80 Ver l. MURO, 1990, vol. 111, pág. 321.
81 Ver l. TORRES MUÑOZ, 1902, pág. 265.
82 Ibidem, pág. 269.
83 Ver M. ALONSO BAOUER, 1972, pág. 162.
84 Decreto de 12 de septiembre de 1870 por el que se crea el Instituto Geográfico, Revista del Catastro, Madrid, 1870, n° 13, pág. 100.
85 Ibidem,págs. 100-104.
86 Decreto de 27 de septiembre de 1870 estableciendo el Reglamento del Instituto Geográfico. Revista del Catastro, Madrid, 1870, n° 14, pág. 106.
87 INSTITUTO GEOGRAFICO, 1871, pág. 10.
88 Ibidem, págs.4-5.
89 Ibidem, págs. 1-17.
90 Ver W. KULA, (1970) 1980, pág. 357.
91 Ver M.M. ARRIOLA, 1870, pág. 122.
92 Ver F. V ALLDUVI, 1871, pág. 33.
93 Ver M. del BUSTO, 1871, pág. 67.
94 Ver l. TORRES MUÑOZ, 1902, pág. 270.
95 Ver Amparo FERRER RODRIGUEZ y Josefina CRUZ VILLALON, 1989, vol. 11, págs. 31-59.
96 Ver l. MURO, 1990, VOL. 111, pág. 343.
97 Reglamento del Instituto Geográfico y Estadístico de 27 de abril de 1877, Gaceta de Madrid, Madrid, 1877, n° 119, pág. 298.
98 Ibidem, pág.301
99 Ver Carlos IBAÑEZ e IBAÑEZ DE IBERO, 1945, págs. 123153.
100 Ver INSTITUTO GEOGRAFICO y ESTADISTICa, Memorias del..., Madrid, tomos I a VIII. 1875-1888.
101 INSTITUTO GEOGRAFICO y ESTADISTICO, 1875, Tomo 1, pág. 951
102 Ver Claire LEEMOINE-ISABEAU, 1988, pág. 101.
103 Ver Juan PRO RUIZ, 1989, vol. 2, pág. 21.
104 Cfr. G.M. WHEELER, 1885.
105 Ver CUERPO DE INGENIEROS GEOGRAFOS. 1908. pág. 68
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APÉNDICE
LAS EDICIONES DEL MAPA TOPOGRAFICO NACIONAL 1 :50.000*
El Mapa Topográfico Nacional de España a escala 1 :50.000 consta de 1.106 hojas, de las que 1036 corresponden al territorio peninsular, 42 al archipiélago de las Canarias, 26 a las islas Baleares, una a las islas Columbretes y otra a la pequeña isla de Alborán. Las dos primeras hojas del mapa, con la identificación nominal de Madrid y Colmenar Viejo, se editaron en 1875. En su ejecución se adoptó una proyección poliédrica sobre planos tangentes al elipsoide de Struve, con un formato de 10' de latitud por 20'de longitud. Las minutas se formaron a escala 1 :25.000, y la representación de la orografía se realizó por curvas de nivel con una equidistancia de 20 metros.
Cada hoja del mapa se identifica con un nombre y un número. La identificación nominal corresponde al núcleo de población más importante que existe en la zona representada. La numeración se efectúa de oeste a este siguiendo las franjas horizontales paralelas de la red: la hoja número 1 corresponde al sector de Ortigueira (La Coruña); los últimos números corresponden a las islas Canarias. El diseño de la distribución del mapa, y el cálculo de los desarrollos de los arcos de meridiano y de paralelo necesarios para construir el recuadro de las hojas, fue realizado por los Ingenieros de Caminos Alberto Bosch y Miguel Muruve. En el momento en que realizaron su trabajo, poco antes de 1875, no estaban determinadas astronómicamente una parte de las coordenadas geográficas del contorno de España, lo que originó algunos errores en la distribución. No corresponde hoja alguna a los números 4,5, 16, 17,19,42, 499, 524, 549, 797, 957, 1086, Y 1091, ya que se asignaron a zonas en que no existe territorio. Existen, por el contrario, cinco números bis, para completar zonas no previstas en el proyecto inicial de Bosch y Muruve; no se ha efectuado edición independiente de algunas hojas, que por la reducida extensión que cubren figuran como rebase de otras adyacentes.
Las hojas estampadas durante el siglo XIX fueron grabadas a mano sobre piedra. Para la impresión se adoptó ellitografiado a cinco colores: azul para la hidrografía y para el rayado de la franja marítima, verde para las masas de vegetación y cultivos, siena para las curvas de nivel, rojo para las construcciones y para la red de carreteras, y negro para las fronteras y límites administrativos, vértices geodésicos, ferrocarriles y el resto de la red viaria. La rotulación se realizó asimismo en negro.
La elección de la impresión litográfica como procedimiento de reproducción del Mapa Topográfico Nacional tuvo importantes consecuencias en la producción cartográfica. En 1875, cuando se inició la publicación del Mapa de España, la mayor parte de los mapas topográficos todavía seguían grabándose en cobre, un procedimiento clásico heredado del siglo anterior. El grabadoen cobre se hacía sobre una plancha de este metal que tenía un espesor variable entre 1 y 3 milímetros. Preparada y laminada la plancha, se burileaba a mano un calco de la minuta a reproducir. Efectuado el decalco, la plancha de cobre se sometía a la acción de un ácido, y en ocasiones se reforzaba por medio de un baño galvánico para obtener una plancha más resistente. La tirada se hacía con una prensa manual, previo entintando a mano de la plancha. La principal ventaja de este sistema de grabado era la belleza de líneas y la perfección del dibujo resultante. Sin embargo presentaba grandes inconvenientes, entre otros, la lentitud y el alto coste del proceso, así como la imposibilidad de emplear el color en los mapas.
El desarrollo de la litografía permitiría superar alguno de estos inconvenientes, en particular la introducción del color. En 1818 el holandés Sennefelder había inventado el grabado sobre piedra y la impresión litográfica. Las primeras aplicaciones de este procedimiento en los mapas topográficos se registran en los Países Bajos a partir de la tercera década del siglo pasado.
En el grabado sobre piedra, conocido como talla dulce, la elaboración de la matriz se hacía sobre una piedra calcárea previamente apomazada. Después de una cuidadosa preparación del bloque de piedra se grababa de forma invertida el dibujo, para lo cual se hacía un calco en papel cristal. Al igual que en el grabado en cobre, la destreza del grabador era esencial para garantizar la calidad de la pieza resultante. Al operar con matrices de piedra, el tiempo de grabado pudo reducirse a la mitad o menos1; no obstante, el grabado de una hoja de los mapas topográficos seguía ocupando a un artista experimentado alrededor de un año, y frecuentemente más, dependiendo de la calidad de la piedra y del relieve del territorio representado.
La estampación era un proceso igualmente lento, aunque dependía naturalmente del volúmen de la tirada: un período de tres meses se consideraba aceptable para tiradas cortas. La dificultad era todavía mayor si la publicación se hacía en colores, tal como ocurría en el Mapa Topográfico de España. En este caso era preciso preparar tantos decalcos como colores tenía la hoja, y cuidar en la impresión el correcto ajuste de cada tinta.
Esto explica que el grabado e impresión de los mapas fuese durante casi toda la centuria pasada un auténtico cuello de botella para la producción cartográfica2, y también la lentitud en la edición de los mapas topográficos que constaban de un número crecido de hojas.
El procedimiento adoptado para la publicación de la primera edición del Mapa Topográfico Nacional era moderadamente avanzado para la época. Cuando hacia 1873 el Instituto Geográfico decidió editar el Mapa de España en colores y con curvas de nivel, utilizando para ello el grabado en piedra y la impresión litográfica, el uso de este procedimiento en mapas topográficos era todavía limitado, y escasísima la experiencia internacional en el manejo de las técnicas alternativas de impresión fotomecánica. Por entonces los mapas topográficos de Francia, Gran Bretaña, Prusia, Dinamarca, Portugal, Suiza, Rusia y Suecia seguían grabándose en cobre; es decir, la mayoría de los países seguían fieles al más clásico de los sistemas de grabado. La litografía era utilizada en los mapas nacionales de Holanda y Bélgica. En este último país, el Depósito de la Guerra realizaba una labor pionera en el desarrollo de los procedimientos de impresión fotomecánica, que acabarían por imponerse en las décadas siguientes. El cromofotolitografiado fue empleado por primera vez en la impresión de la "Cartetopographique de la Belgique" a escala 1 :20.000, realizada entre 1865 y 18803; sin embargo, el Mapa topográfico de Bélgica a escala 1 :40.000 seguía grabándose en piedra y estampándose por impresión litográfica.
Así pués, el aspecto crucial en la edición del Mapa Topográfico de España no fue tanto, al menos en un principio, la elección de la litografía como la carencia de personal suficiente para acometer con rapidez las tareas de grabado. Entre 1875 y 1908, año en que se modificó el sistema de reproducción, los talleres del Instituto Geográfico contaron casi siempre con un corto número de artistas grabadores. Como era tradicional en la época, el Instituto Geográfico reconocía la importancia de los grabadores permitiendo que su nombre figurase en las hojas estampadas, privilegio del que no gozaban ni geodestas ni topógrafos. Ello nos permite conocer con seguridad a los grabadores de la primera etapa del Mapa Topográfico, que se extiende hasta la segunda década del siglo XX. Entre ellos figura el destacado dibujante Pedro Peñas, autor de la Tabla de signos convencionales del Mapa de España y grabador de las primeras hojas publicadas4. Junto a Pedro Peñas trabajaron los grabadores Miguel Díaz Hernández5, E. Fernández Peñas6, J. Llopis7, R. Marín8, J. Méndez9, F. Noriega1O y E. Voyer11.
El trabajo realizado por estos grabadores fue ingente. Si se compara su ritmo de trabajo con el de los doce grabadores belgas destinados a la edición del Mapa Topográfico de Bélgica a escala 1 :40.000 se puede evaluar la envergadura del esfuerzo realizado por los siete grabadores españoles. Así, mientras los artistas belgas grabaron en un período de 22 años las 72 hojas monocromas de que se componía la carta de Bélgica12, lo que suponía una media de 3,6 años por hoja estampada, los grabadores del Instituto Geográfico y Estadístico conseguían en el cuarto de siglo que media entre 1875 y 1900 preparar para las prensas un total de 118 hojas policromadas, lo cual suponía una media de 1 ,3 años por hoja grabada.
De cualquier manera, la diligencia de los grabadores era a todas luces insuficiente para garantizar la publicación de las 1.106 hojas del Mapa Topográfico en un plazo razonable. Con el fin de activar la publicación del mapa hubo de adoptarse un nuevo sistema de reproducción a partir de las reformas de 1908, a las que nos referiremos a continuación.
La primera edición del Mapa Topográfico no llegó a completarse hasta 1968, cuando se publicaron las tres últimas hojas correspondientes a la isla de La Palma. El ritmo de edición fue lento, pero casi en constante progresión hasta 1889, año en que Ibáñez de Ibero abandonó la dirección del Instituto Geográfico y Estadístico. Hasta esa fecha se habían publicado 69 hojas con un promedio de 5 cada año y un máximo en 1888 de 13 hojas estampadas. Sin embargo, desde 1890, la producción cartográfica se vió mermada y el impulso inicial fue sustituido por un largo período de crisis y estancamiento (ver cuadros 1 y 2 y fig. 1).
Además de razones de tipo político y organizativo, los motivos más obvios de esta crisis finisecular fueron de tipo económico. El presupuesto destinado a la formación y publicación del Mapa Topográfico, que durante el bienio 1872-1873 superaba los cuatro millones de pesetas anuales experimentó, tal como ya se ha señalado en el texto anterior, un fuerte descenso con la llegada de la Restauración. Los presupuestos asignados al Instituto Geográfico fueron a la baja y en 1898, año de la pérdida de las últimas colonias de ultramar, la cantidad presupuestada para el Mapa Topográfico era tres veces menor que la asignada en 1873.
La situación no mejoró durante la primera década del presente siglo y de hecho a lo largo del quinquenio 1910-1914 se llegó a una casi completa parálisis en la producción cartográfica. Las quejas por la lenta ejecución de la Carta de España, que habían surgido muy tempranamente, se reanudaron aquellos años13. Se reclamó entonces con insistencia la activación de los trabajos cartográficos, así como la necesaria revisión y actualización de las hojas ya publicadas, que en los años transcurridos habían quedado parcialmente obsoletas. De hecho, la actualización del mapa se había iniciado ya en 1905 con la impresión de una segunda edición revisada de la hoja correspondiente a Baena, pero la crisis de principios de siglo también había afectado a los trabajos de rectificación (Figura 2).
Promediada la segunda década se consiguió superar esta situación y los trabajos de campo y de gabinete recibieron un notable impulso. En 1915 se finalizaba el establecimiento de la red geodésica de Primer Orden. La red de Segundo Orden quedó establecida en 1924, y en ese mismo año se finalizaban los trabajos de nivelación de precisión. Finalmente, en 1930 se concluyó la observación de la red de Tercer Orden14.
El levantamiento topográfico, que seguía realizandose con topografía clásica, experimentó asimismo un notable impulso. Con todo, la innovación fundamental que permitiría desbloquear la producción del mapa se produjo en los sistemas de grabado e impresión. Hasta 1908 la reproducción de los trabajos cartográficos del Instituto Geográfico se hizo exclusivamente por el lento y costoso procedimiento del grabado litográfico. Los talleres de grabado sólo disponían de 5 prensas de mano, conocidas también como prensas de aspa o de Brisset. Hacia 1912 esta situación cambió, pues se reorganizaron los talleres de grabado, instalándose nuevas secciones de fotografía, metalografía y calcografía15. Las hojas publicadas a partir de esa fecha fueron impresas por el procedimiento de heliograbado en cobre. La introducción de esta técnica de reproducción fotomecánica redujo sensiblemente los costos y plazos de impresión. Para estas tareas el Instituto Geográfico adquirió una rotativa offset y dos minervas Victoria.
El ritmo de edición del mapa, que hasta 1910 no había superado la media de 5 hojas anuales, invirtió su tendencia. Entre 1915 y 1919 se publicaron 75 hojas con una media de 25 al año, y esta progresión se mantuvo casi ininterrumpidamente hasta 1936 (fig. 1). La inflexión que puede observarse en la figura 2 entre 1920 y 1924 corresponde a un período de reorganización de los servicios cartográficos del Instituto Geográfico. Esta reorganización fue realizada durante la Dictadura del General Primo de Rivera y tuvo como resultado propiciar un fuerte impulso a las tareas de formación del Mapa Topográfico Nacional. Desde 1926 el Instituto Geográfico contó con la colaboración del Depósito de la Guerra en los levantamientos geodésicos y topográficos. Una buena evidencia de este mayor dinamismo es el comienzo de la tercera edición revisada, que empezó a publicarse en 1927 (cuadros 1 y 2).
El cambio de régimen político en 1931 con el advenimiento de la II República no sólo no supuso ningún quebranto en esta tendencia, sino que los trabajos de actualización y formación del Mapa Topográfico se intensificaron. Entre 1913 y 1936 se publicaron 243 hojas, de las que 200 correspondían a la primera edición, y las restantes a la segunda y tercera. En 1936 cuando se produjo la sublevación militar del General Franco se habían publicado ya 564 hojas a escala 1 :50.000, lo que representaba poco más de la mitad del Mapa de España (ver fig. 3).
La Guerra Civil entablada entre 1936 y 1939 supuso, como es lógico, la interrupción de las actividades ordinarias del Instituto Geográfico. Sin embargo, el Mapa Topográfico constituía la cartografía más precisa para la conducción de las operaciones militares. Por ello, el gobierno de la II República intentó organizar en Valencia los servicios del Instituto Geográfico, acometiendo una urgente tarea de correción de las hojas ya publicadas y de impresión de nuevas hojas inéditas hasta entonces. Entre 1937 y 1939 se publicaron como mínimo 334 hojas correspondientes a una edición especial. Esta edición realizada en condiciones de extrema precariedad, y que está siendo objeto de un estudio pormenorizado, tiene un notable valor histórico, pese a que la ejecución cartográfica no mantuviese los requisitos de rigor científico establecidos en anteriores ediciones.
Una vez terminada la Guerra Civil, el nuevo régimen franquista reorganizó profundamente el Instituto Geográfico, pero conservó los antiguos proyectos de edición del Mapa Topográfico. De hecho, entre 1940 y 1957 se concluyó la cobertura del territorio peninsular. Durante este período el Instituto Geográfico y Catastral, que era la nueva denominación del Instituto Geográfico, contó de nuevo con la colaboración del Servicio Geográfico del Ejército, organismo heredero del antiguo Depósito de la Guerra. La belleza y calidad del grabado de las hojas del Mapa Topográfico que habían visto la luz hasta los años treinta sufrió una notable merma, debido a la penuria económica de la época y a la escasa atención prestada a los servicios de reproducción.
En 1956 se produjo otro notable cambio en los sistemas de grabado y rotulación. En ese año el Instituto Geográfico y Catastral compró al Servicio Topográfico Federal de Suiza la patente de esgrafiado en cristal, que inmediatamente empezo a utilizarse. En aquel momento las copias del negativo fotográfico podían hacerse sobre cristal o sobre plástico indeformable. La elección del cristal como soporte se debió a que el cristal y los productos necesarios para el proceso cartográfico podían ser fabricados en España, mientras que las hojas de plástico indeformable debían ser importadas16. En cualquier caso, la adopción del nuevo sistema de realización de originales permitió una mayor rápidez en la ejecución de las minutas, dotando de uniformidad a los originales y mejorando la calidad del trazado. Se adoptaron también innovaciones en la tácnica de la rotulación, realizándose a partir de entonces en stripping-film.
La fotogrametría, que había tenido un incipiente desarrollo en España desde el último tercio del siglo XIX, y que había sido empleada circunstancialmente a partir de la década de los años veinte, fue aplicada sistemáticamente desde 1960. Se pudo contar entonces con las fotografías aéreas realizadas sobre España por el ArmyMapService de los Estados Unidos en el vuelo de 1956-1957. Con el empleo de la restitución fotogramétrica las minutas del Mapa Topográfico Nacional pasaron a realizarse a escala 1 :40.000 y, como es obvio, el dibujo mecánico de las minutas agilizó los trabajos de gabinete. El Mapa Topográfico, que había ido incorporando a lo largo de la publicación de sus diferentes ediciones sucesivas innovaciones, adoptó en 1969 las últimas modificaciones. Se varió entonces el sistema de proyección, sustituyendose la proyección poliédrica por la proyección U. T .M., así como el elipsoide de referencia que pasó a ser el elipsoide internacional de Hayford. De igual manera, se cambió el origen de latitudes, situando como meridiano de referencia el de Greenwich (ver cuadro 1).
Transcurrido más de un siglo desde que se inició su formación, el Mapa Topográfico Nacional continúa siendo la pieza maestra de la cartografía española a gran escala, y una buena herramienta para el análisis territorial. Las 2.285 hojas impresas desde 1875, correspondientes a nueve ediciones distintas, atesoran uno de los registros más sistemáticos y accesibles acerca de los notables cambios territoriales que se han producido en nuestro país desde la época de la Restauración, y constituyen en su conjunto una fuente insustituible para la geografía histórica de España.
Para facilitar el manejo, de esta fuente se ofrece a continuación un catálogo de las ediciones del Mapa Topográfico 1 :50.000 realizadas hasta 198817. La información se ha obtenido mediante consulta directa de las colecciones del Mapa Topográfico Nacional existentes en la Academia de Ciencias de Barcelona18 y en la Cartoteca del InstitutCartografic deCatalunya, y se ha contrastado con el catálogo manuscrito de ediciones del MTN existente en el Centro Nacional de Documentación e Información Geográfica de Madrid19. Cada hoja del Mapa está referenciada por el número y la identificación nominal correspondiente a la primera edición. Los números bis y los cambios de nombre se han indicado entre paréntesis a continuación de la identificación nominal.
NOTAS DEL APÉNDICE
*Agradecemos a D. Angel Arévalo, Director General del Instituto Geográfico Nacional, ya D. Germán Vidal, Ingeniero Geógrafo dellGN y Secretario Técnico del Consejo Superior Geográfico, la información prestada en la preparación de este apéndice y las facilidades concedidas para consultar los fondos del Centro Nacional de Documentación e Información Geográfica. Una parte de este trabajo se publicó anteriormente en la revista "Mundo Científico", n° 97, diciembre de 1989, págs.1190-97.
1 Cfr. G.M. Wheeler, Report upon the Third International Geographical Congress..., Washington, 1885.
2 F. Nadal ha estudiado con detalle las dificultades de edición de la Carta Geotopográfica de la Isla de Cuba. Ver F. Nadal, "La formación de la "Carta GeografoTopográfica" de Valcourt y los trabajos geográficos de las Comisiones de Estadística y División del Territorio de Cuba (1821-1868)", en J.L. Peset (Coord.), Ciencia, Vida y Espacio en Iberoamérica, Madrid, CSIC, 1989, vol. 111, págs. 329-356.
3 C. Lemoine-lsabeau, La carte de Belgique et J'lnstitutCartographiqueMilitaire (18301914), Bruselas, 1988.
4 Pedro Peñas grabó las hojas correspondientes a Madrid (1875); Colmenar Viejo (1875); Getafe (1876); Alcalá de Henares (1877); Villaviciosa de Odón (1877) y El Chiquero (1888). Había sido profesor de dibujo en el Instituto de Cuenca y fue autor de un libro que sirvió de manual para varias generaciones de dibujantes. Pedro Peñas: Manual del obrero. Cartilla de dibujo geométrico industrial, Madrid, Hernando, 14" edición, 1946, 2 vols.
5 Diaz Hernández inició su colaboración en el Instituto Geográfico a partir de 1886, realizando las hojas de Campo de Criptana (1886); LasGuadalerzas (1886); Espinoso del Rey (1887); Tomelloso (1887); Infantes (1888); Munera (1888); Lezuza (1889); La Gineta (1890); Hinojosa del Duque (1891); Virgen de la Cabeza (1894); Solana del Pino (1894); Alcaraz (1898) y La Campana (1908).
6 Grabó las hojas de Gálvez (1885); Alcazar de San Juan (1886); Anchuras (1887); Retuerta (1887); Tirteafuera (1888); Mestanza (1890); Las Navas de la Concepción (1898) y Palma del Río (1908).
7 Llopis realizó las hojas correspondientes a Fontanarejo (1887); Malagón (1887); Los Romeros (1888) y Almagro (1888).
8 R. Marín fue uno de los más activos grabadores del Instituto Geográfico. Aparece como responsable de las hojas de Torrijos (1885); La Alameda de Cervera (1886); Quintanar de la Orden (1886); Piedrabuena (1887); Valdepeñas (1888); Moral de Calatrava (1888); Almadén (1889); Villarta de los Montes (1891); Valdeganga (1892); AIdeaquemada (1894); Lietor (1895); Beas de Segura (1897); Castro del Río (1899); Baena (1905); Alcaudete (1906); Calera (1907) y Lucena (1909).
9 J. Méndez era topógrafo del Instituto Geográfico. En colaboración con Benito Martínez publicó la Guía del Plano de Madrid, reducido con la autorización competente del publicado por el Instituto Geográfico y Estadístico en 1877..., Madrid, Tip.de Ricardo Fé, 1886, 32 págs. De su mano son las hojas de Navahermosa (1885); Villarte de San Juan (1886); ElBonillo (1887); Almodovar del Campo (1888) y Abenojar (1888).
10 Este grabador fue autor del Plano. Guía de Barcelona. Novísima edición a la escala 1:1.000, Madrid, 1908. En el Instituto Geográfico desarrolló una intensa labor, fruto de la cual son las hojas de Los Navalmorales (1885); Madridejos (1886); Ciudad Real (1887); Villarrobledo (1887); Daimiel (1888); Brazatortas (1889); San Benito (1890); Pozoblanco (1891); Venta de Cardeño (1893); La Carolina (1895); Slles (1897); Porcuna (1903); Torres (1906) y Puente Geníl (1907).
11E. Voyer grabó las hojas de Villarrubia de los Ojos (1886); Navamorcuende (1886); Sotúelamos (1887); Manzanares (1887); Alambra (1888) y Torre de Juan Abad (1889).
12 ver Lemoine-Isabeau,op. cit., 1988
13 E. Bullón, "El Instituto Geográfico y Estadístico y el Mapa Topográfico Nacional", Revista de Geografía Colonial y Mercantil, Madrid, 1910, vol. VII, págs. 416-421.
14 M. Alonso Baquer, Aportación militara la cartografía española en la historia contemporánea, siglo XIX, Madrid, CSIC, 1972; y
R. Núñez de las Cuevas, "Cartografía moderna española", Separata de Aportación al XXI Congreso Geográfico Internacional, Madrid, 1969.
15 Instituto Geográfico y Estadístico, Memoria presentada y proyecto de presupuesto formulado por la Dirección General del IGE para el año 1914, Madrid, Dirección General del IGE, 1913.
16 R. Núñez de las Cuevas, "Nouvellestechniquesutiliséesspour la confection de la CarteNationaled'Espagneau1 :50.000", Comunicación presentada al SymposiumTechnique de IÁssociationCartographiqueInternationale, Edimburgo, 1964.
17 La relación incluye las ediciones 1 a a6a y la edición especial realizada durante la Guerra Civil. Las ediciones 7a y 8a han sido alcanzadas tan sólo por la hoja de Madrid en los años 1982 y 1983 respectivamente.
18 Agradecemos a la bibliotecaria de la Academia de Ciencias de Barcelona todas las atenciones prestadas.
19
Agradecemos al personal de la cartoteca del citado centro las facilidades
prestadas en nuestra consulta.
CUADROS Y FIGURAS
Figura 1 : El histograma representa el número de hojas publicadas año a año de la primera edición del Mapa Topográfico. La publicación se inició en 1875 y culminó en 1968. Pueden observarse tres fases claramente definidas en el ritmo de edición. La primera fase, correspondiente al período 1875-1889, presenta un ritmo de crecimiento sostenido. La segunda fase, de claro declive, se prolonga hasta 1915. A partir de esa fecha el ritmo de publicación se acelera, viéndose interrumpido únicamente durante el período de reorganización del Instituto Geográfico correspondiente a la Dictadura de Primo de Rivera, y por el paréntesis de la Guerra Civil. En 1957 se había completado la publicación de las hojas correspondientes al territorio peninsular. Las últimas hojas, editadas entre 1962 v 1968, corresponden a las Islas Canarias.
Figura 2: La figura representa el número de hojas de la segunda edición del Mapa Topográfico publicadas anualmente. La primera hoja apareció en 1905, aunque hasta los años 1915-19 no se acometería su realización definitiva. Desde entonces hasta 1934 el ritmo de actualización fue en constante aumento. A partir de 1940 se reemprendieron los trabajos alcanzándose en el período 1950-54 la máxima actividad. La segunda edición recibió un nuevo impulso a lo largo de la década de los años setenta. Desde su inicio en 1905 hasta 1988 se publicaron 672 hojas de esta segunda edición.
Figura 3: El mapa muestra la distribución espacial de las hojas del Mapa Topográfico según los diferentes períodos de edición. La formación y publicación de las hojas siguió un criterio de ámbito territorial provincial. En el primer período, de 1875 a 1889, se completaron las hojas correspondientes a Madrid, Toledo y Ciudad Real, orientándose la formación del Mapa hacia las provincias más meridionales de la Península donde existían los mayores latifundios. Esta tendencia meridional fue continuada en el período 1890-1914, así como en el de 1915-1930. Durante esta etapa se inició la publicación de las hojas de las provincias situadas en el cuadrante nordeste de la Península, así como las correspondientes a Palencia y León. A lo largo del período republicano se continuó la orientación emprendida en la década anterior, completándose la publicación de las hojas de las provincias más septentrionales de dicho cuadrante, así como de Granada en el sudeste. De este modo, en 1936 el Instituto Geográfico había editado la mayor parte de las hojas correspondientes a 25 de las 50 provincias que componen el territorio español.