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ISSN: 0210-0754 Depósito Legal: B. 9.348-1976 Año III Número: 13 Enero de 1978 |
DISCURSO GEOGRÁFICO Y DISCURSO IDEOLOGICO:
PERSPECTIVAS EPISTEMOLÓGICAS
Jean Bernard Racine
CONTENIDO
Un problema complejo, pero oportuno y actual
Los componentes "tradicionales" del problema
El nivel de las "palabras"
El nivel de las problemáticas
La búsqueda del orden
Formalización y análisis cuantitativo de las estructuras:
la reducción
Del estructuralismo a las ambigúedades de la dialéctica
El "por qué" de la investigación: primera aproximación
La búsqueda de una problemática adecuada
El estudio sistémico de las totalidades sistémicas
La naturaleza de la totalidad sistémica: las "equivalencias
conceptuales"
El estudio marxista de la totalidad marxista
Las leyes fundamentales de la "temática" marxista
Más allá del marxismo: por una problemática de
lo aleatorio y de la confrontación
La geografía a la búsqueda de una ética del espacio
Nota sobre el autor
Jean Bernard Racine nació en Neuchâtel (Suiza) en 1940. Efectuó sus estudios en la universidad de Aix-en-Provence presentando su tesis doctoral de 3e Ciclo en 1965, sobre el tema L'appropriation du sol rural par les citadins dans le Départament des Alpes Maritimes. Essai de géographie social (Pub. Annales de la Faculté des Lettres, Aix-en Provence, La Pensée Universitaire, 1966, 256 págs.).
Desde 1965 ha sido profesor y luego director del Departamento de Geografía de la Universidad de Sherbrooke (Canadá) y desde 1969 profesor de la universidad de Ottawa. En 1973 fue nombrado profesor y director del Instituto de Geografía de la Universidad de Lausanne (Suiza), puesto que desempeña en la actualidad.
Sus primeras investigaciones fueron sobre la organización del espacio rural y la red urbana de la Francia meridional (Alpes marítimos y Côte d'Azur), pero desde su llegada a Canadá se dedicó al estudio de problemas urbanos y métodos cuantitativos. Desde 1967 ha publicado diversos trabajos sobre la aglomeración de Montreal, culminando en su Tesis de Estado (Universidad de Niza, 1973) sobre
-RACINE, J.B. y REYMOND H.: L'Analyse quantitative en géographie,
Paris,
P.U.F., col. SUP, 1973, 316 págs.
-De l'analyse mathématique à l'analyse cartographique: les outils d´une logique opérationelle en géographie en RAVEAU, J. (Ed.): Les méthodes de la cartographie urbaine,Université de Sherbrooke, 1972, págs. 121-138.
-Ecologie factorielle et écosystèmes spatiaux, en BOURGOIGNIE, G. E. (Ed.): Perspectives en écologie humaine, Paris, Editions Universitaires, 1972, págs. 152-191.
-La centralité commerciale relative des municipalités du système métropolitain rnontréalais: un éxemple d'utilisation des méthodes d´analyse statistique en géographie, "L´Espace Géographique", Paris 1973, n.º 4, págs. 275-289.
-Du quantitatif au qualitatif: présentation d´une géographie factorielle du phénomène suburbain montréalais "Géoscope", vol. IV n.º 2, 1973, págs. 31-55.
-Géographie factorille de la banlieu montréalaise au sud du Saint Laurent "Revue de Géographie de Montréal" XXVII, n.º 3, (1973) y XXVIII, n.º 1 y 3 (1974).
-Ecologie factorielle et attributs géographiques, (en col. Con M. CAVALIER), "Cahiers de Géographie de Québec", vol. 16, n.º 38, 1972, págs. 213-242.
-L´analyse discriminatoire des correspondances typologiques
dans l´espace géographique (en col. Con G. LEMAY), "L´Espace
Géographique", Paris, vol. 1, 3, 1972, págs. 145-166.
-Le modèle urbain américain, "Annales de Géographie",
Paris, n.º 440, julio, 1971, págs. 397-427.
-La notion de paysage géographique dans la géographie française, "Canadian Geographer", XVI, n.º 2, 1972, págs. 149-161.
-Le projet géographique et l´organisation de l´espace: les implications scientifiques et idéologiques d´une géographie nouvelle, en BEAUREGARD, L.: L´Avenir de l'histoire el de la géographie, Quebec, 1976, págs. 106-125 y 52-59.
-De la géographie volontaire à la practique politique, en ROBERGE, R. (Ed.): La crise urbaine Presses Université de Ottawa, 1974, págs. 81-119 (en col. con J. P. FERRIER).
-Vers une "nouvelle géographie" au service de l'homme, "Les
Cahiers Protestantes", abril 1976, n.º 2, págs. 11-20.
DISCURSO GEOGRAFICO Y DISCURSO IDEOLOGICO: PERSPECTIVAS EPISTEMOLOGICAS
Un problema complejo, pero oportuno y actual
Nada hay más delicado para un geógrafo que emprender un discurso sobre el discurso del geógrafo formulando explícitamente la hipótesis de que es posibte relacionar el discurso geográfico con el discurso ideológico, y que esta relación pone en duda la forma de conocimiento que propone nuestra disciplina en el contexto de las ciencias actuales. El gran riesgo está en separar la teoría de la práctica, en recrearse en las complicaciones: caer, en el peor de los casos, en la palabrería o en la verborrea, o, en el mejor de ellos, en la metafísica, es decir, colocarse de tal forma por encima de la realidad que alguien tenga la posibilidad de preguntarse si la corriente de pensamiento que se sigue no defiende más una opción ideológica que una epistemología geográfica. Una vieja reflexión del filósofo marxista Louis Althusser no resulta demasiado alentadora al respecto. ¿No es él quien habla de estas "ilusiones ideológicas aplastantes de las que todo el mundo es prisionero" y que haría falta por tanto clarificar y criticar a partir "de conocimientos científicos nuevos"? (Althusser, 1964).
¿Cómo definir,sin embargo, los conocimientos científicos en el campo de la geografía y de la epistemología? Si el concepto de ideología permanece por lo menos multívoco, qué décir de la definición de nuestra disciplina, de su objeto, de su método o métodos. Los epistemólogos, precisamente, no dicen nada al respecto. Por ejemplo en vano buscaríamos referencias a la geografía en las obras de los teóricos de la epistemología genética. Si se les pregunta el porqué, se apoyan en el carácter pluridisciplinar de la actividad de los geógrafos; una actividad que carece de unidad orgánica y que no se basa en ninguna teoría, ni en ningún axioma. En estas condiciones, Jean Piaget s6lo puede negar la existencia autónoma de nuestra disciplina.
Es necesario abordar de alguna manera el sistema de relaciones múltiples que establece entre estos tres niveles de reflexión: geográfico, ideológico, epistemológico, a pesar de que cada uno de ellos esté tan mal o tan pobremente definido como sus respectivas competencias. Los primeros artículos de Yves Lacoste (1973-1976), el éxito de "Hérodote", nos invitan a ello, con tal de que se asegure una vía de reflexión crítica y coherente capaz de llevar a nuevas proposiciones. Desde este punto de vista, creemos que nuestra experiencia y conocimiento de la práctica de la geografía llamada nueva en América del Norte, examinados a la luz de una primera formación de tipo clásico y al cabo de tres años de haber descubierto de nuevo Europa, nos autorizan por lo menos a exponer nuestro testimonio. Vale la pena recordar la actualidad de la polémica sobre la ideología en geografía al otro lado del Atlántico y la expansión de la "geografiá radical", de la cual la revista "Antipode" es un exponente, además de la existencia de obras de mayor relieve firmadas incluso por los más reconocidos teóricos de la "nueva geografía", como William Bunge y David Harvey, autores respectivamente, primero, de una "geografía teórica" (Bunge, 1966) y de una "explicación en geografía" (Harvey, 1969), y después, de una "geografía de una revolución" (Bunge, 1971), así como de una obra sobre la "justicia social y la ciudad" (Harvey, 1973). Al examinar los primeros números de "Hérodote" los trabajos norteamericanos y el conjunto de debates publicados en la revista de la Asociación de geógrafos norteamericanos, se evidencia que la cuestión de la ideología incumbe a todos los geógrafos, tanto si trabajan con los instrumentos y perspectiva de la geografía llamada "tradicional" -cualitativa, empírica e inductiva-, como si lo hacen de acuerdo con los instrumentos y la perspectiva de la llamada geografía "nueva" cuantitativa, teórica y deductiva. A pesar de sus peligros es obligado, pues, empezar por la ideología.
Sin embargo, cómo abordarla, ¿por su definición? Nos hemos referido ya a la dificultad que esta tarea supone en un campo como el de la geografía en que la ideología es ante todo el "pensamiento de otro" y hace referencia a una noción a la que no puede reconocérsele cualidad objetiva desde el momento que no existe una adhesión explícita (Dumont, 1974). En efecto, cualquier reflexión sobre la ideología se plantea ante todo como una réflexión crítica. Nadie se sorprenderá de que las argumentaciones sobre la ideología sean hoy, en esencia de origen marxista y de que las argumentaciones marxistas funcionen siempre, según confesión de ideólogos marxistas (Lindemberg, 1975), "contra alguien" o "contra alguna cosa". Admitimos asimismo con Fernand Dumont que "las ideologías plantean, en principio, problemas porque compiten entre sí", y que es precisamente la "confrontación que hace la ideología una realidad, pues en el caso de que la situación admitiera una definición única sería como si no hubiera ideología". En efecto, las ideologías son "multiformes y se ofrecen en un mercado en el que compiten diversas lecturas y objetivos de la sociedad y de los grupos"; esto se explica porque "quienquiera que hable de ideología lo hace ante todo para desacreditarla utilizando, en principio, un pensamiento ajeno". ¿Es razón suficiente para concluir que el concepto de ideología, escritoen singular, es verdaderamente ideológico?
Tras la lectura de los debates que tienen lugar a propósito de la tilosofía marxista una cosa queda en claro: la ideología se expresa de múltiples maneras y en numerosos lugares, a través de distintas formas de comunicación y de instituciones diversas. Pero no acaba de existir acuerdo sobre: su naturaleza profunda; la cuestión de si es una o múltiple; la necesidad o posibilidad de concebirla a nivel de la sociedad en general o en el de la sociedad de clases; si su expresión está en determinados contenidos del saber o en las formas de su apropiación, y si la relación entre ciencia e ideología tiene un carácter de ruptura (Althusser) o de articulación (Rancière). Es comprensible que los marxistas se sientan incómodos en esta situación. El Manifiestodel partido comunista, era bastante claro en 1848, cuando decía que "las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante", cita muy frecuente en toda la literatura geográfica y económica de la corriente "radical" norteamericana. Sin embargo, Henri Lefebvre (1966) ha mostrado que para Marx el concepto de ideología tenía por lo menos tres significados distintos: "representación ilusoria de lo real", "teoria que ignora sus presupuestos", "teoría que generaliza el interés particular". Los especialistas del pensainiento marxista no se han puesto de acuerdo aún en la interrelación de estas tres definiciones. Por nuestra parte, nada podemos añadir al respecto. Incluso en el marco relativamente restringido del concepto marxista de ideología, son complejas las relac¡ones entre conocimiento e ideología. Adoptaremos por ello el punto de vista del filósofo marxista Henri Lefebvre (1970), el cual -más prudente que Louis Althusser, para quien la "ciencia" (revolucionaria) se construye contra la ideología- admite que "si al intentar definir un criterio riguroso de la cientificidad alguien afirma que la ciencia y la ideología se excluyen, nada resiste, todo salta en pedazos y en primer lugar la cientificidad de Marx. ¿Cuál es la serie de proposiciones que no contiene una huella o un germen de ideología?". David Harvey lo formula explícitamente en la presentación de su obra Social Justice and the city:"los capítulos de la segunda parte -dedicados a la formulación socialista de los problemas urbanos- son ideológicos en el sentido occidental del término, mientras que los de la primera parte -dedicados a las formulaciones llamadas "liberales"- lo son en el sentido marxista" (Harvey, 1973).
No sólo el marxismo está en cuestión sino que el tema de la ideología se impone también hoy, de grado o por fuerza, en todos los campos de las "humanidades" y de las ciencias sociales. Hace ya trece años que H. Lefebvre calificó a la "ideología estructuralista" de "pura y propiamente tecnocrática": sistema de ideas que se inscribe en una estructura social y que juega un papel histórico en el seno de determinada sociedad o "formación social", como por ejemplo en la Francia de la década de los 60, la Francia gaullista. Sin embargo, Karl Mannheim mostró más tárde la relación existente entre el medio social y las formas de pensamiento, distinguiendo las ideologías de las utopías. Siguiendo a Marx y Weber, este conocido especialista de la "sociología del conocimiento" sostiene que la ideología refleja el orden social e intenta salvaguardarlo, mientras que la utopía busca la transformación de! statuquo(Mannheim, 1965). La distinción de Mannheim abre horizontes particularmente provechosos para la geografía. Pero también parecen fecundos para la teología (Wackenheim, en su obra Christianisme sans idéologie, 1974, ahoga por una utopía profética, la única capaz, a su modo de ver, de asentar con autenticidad el evangelio en el futuro) y para la economía de quienes propugnan "cambiar la vida" con el socialismo (Attali y Guillaume, 1974). ¿No indica tal vez ésto que ya ha sonado la hora de hacer un primer balance de contradicciones dentro de una perspectiva más amplia que la que opone las formulaciones llamadas "liberales" las llamadas "radicales", "marxistas" o "marxianas", aun cuando unas y otras se ocupen de la ideología?
El problema reside en saber si basta nuestra experiencia de la geografía para efectuar este balance. Como hemos visto, la polémica rebasa ampliamente el campo específico de la geografía suponiendo que este campo exista. En la actualidad, la polémica incumbe no sólo al conjunto de las ciencias humanas -la polémica sobre el "reduccionismo" y el "neopostivismo" que enfrente a Karl R. Popper (Popper, 1959, 1973) a las críticas de la Escuela de Francfurt (Adorno, 1969; Habermas, 1968, 1973; Horkheimer, 1969, 1974)-, sino también al problema del conocimiento como tal o al del conocimiento de los conocimientos; afecta, en consecuencia, al conjunto de la epistemología, ya se trate de ciencias físicas o sociales, de ciencias lógico-formales (matemáticas y geometría, lógica) o de las llamadas factuales (las que poseen un contenido empírico, las disciplinas que trabajan en base a datos factuales: geografía, antropología, física, historia, biología...). En todo caso, tal es la conclusión tras la lectura de obras como Logique et connaissance scientifique (dirigida por Piaget, 1969) o L'explication dans les sciences (Apostel, Cellerier, Piaget y otros, 1973). Se descubre entonces que el problema de la ideología no se puede reducir a una dicotomía ciencia/ideología o conocimiento/ideología, que el conocimiento científico es "revolucionario" porque es verdadero (Althusser, 1974), y que la ideología no es más que un sistema de ilusiones necesarias a los sujetos históricos para que funcione el todo social, representación mixtificada, falseada, además de no científica, de este sistema social que se utiliza con objeto de que los "individuos" ocupen el "lugar" que les corresponde en el sistema de explotación de clases. Se descubre, asimismo, que el problema de la ideología no está en absoluto, o al menos no únicamente, en escoger entre dos tipos de formulaciones, o incluso problemáticas conceptuales, según el tipo de sociedad que se prefiera: la liberal, que se acepta o se defiende por necesidad, y la socialista, que se quiere instaurar en nuestros países occidentales, la cual no. se identifica con la imagen que proporcionan los países en que se ha instaurado nominalmente; éste es el caso particular de los geógrafos que han optado por esta profunda voluntad de cambio (¿ideología o utopía?), los cuales sólo ven en dichos países una caricatura más o menos trágica de las auténticas aspiraciones del socialismo.
¿Puede generalizarse el problema de la ideología en estas condiciones? Una forma concreta de hacerlo sería buscar las manifestaciones más evidentes. El geógráfo se siente tentado inmediatamente por la cuestión de las formas de organización del espacio, por ejemplo, el plano circular o radioconcéntrico de una ciudad, opuesto a la división ortogonal (oposición de la idea de jerarquía a la idea de igualdad individual... Aunque es cosa sabida que estas connotaciones son tan relativas como todas las otras). Nos atendremos ahora al discurso del geógrafo, sin olvidar, evidentemente, todo lo que en dicho discurso no pertenece a la geografía como tal, pero sirve de base a sus análisis y representaciones. Empezaremos por tratar sucintamente las ya bastante conocidas componentes "tradicionales" de la ideología del discurso y seguiremos con aquello que conocemos de forma más concreta: el discurso "nuevo" que comienza a transformar, y lo seguirá haciendo durante mucho tiempo, las lecturas de los nuevos maestros de la geografía.
Los componentes "tradicionales" del problema
Como es natura no entramos en la consideración de aquellos problemas ya planteados por otros: el problema histórico de la relación entre geografía y poder (Lacoste, 1976), entre geografía y guerra (Lacoste, 1976), así como la crítica de una actitud determinista (la de Ratzel, pero también la de Louis Wirth, 1938, mucho más sutil) que pone en relación mecánica, al menos de forma implícita, cierta disposición espacial con determinado tipo de vida social (Remy y Voye, 1974; Berry, 1973), lo cual desvirtúa la explicación e indirectamente enmascara las causas reales. Definida la ideología como "un contenido mental a partir del cual es posible justificar la propia existencia y posición social", este contenido mental "permite aceptar, comprender y, en consecuencia, estabilizar una estructura social" (Remy y Voye, 1974), lo que parece ser el "efecto ideológico" de la utilización de las problemáticas deterministas. Sin embargo, nos ha costado mucho tiempo saberlo, incluso lo llegamos a olvidar cuando el "determinismo" se disfraza de novedad; la forma arquitectural, la trama parcelaria o el plano urbano en lugar de las formas de diferenciación de tramas naturales o físicas.
En este epígrafe empleamos el concepto de "tradición" en el sentido de antigüedad del "mal", no en el de denuncia del mismo. Esta es muy reciente. En realidad, en el campo de la geografía no toma cuerpo hasta 1970, en que se inicia en Norteamérica (el primer número de Antípode es de finales de 1969; el segundo, dedicado a la "metodologia radical", de 1970; el primer número dedicado entera y explícitamente a la ideología. data de 1973). Luego se ha extendido a medias en Francia con el artículo que Yves Lacoste dedica a la, geografía en el volumen Philosophie des sciences sociales de 1860 à nos jours, y en especial ha sido asumida del todo por François Chatelet en 1973 con la aparición del primer número de Hérodote. Ignorando algunos de los proyectos de Hérodote, emprendimos la redacción del presente articulo en el verano de 1975 con vistas al discurso inaugural del congreso anual del Instituto de Geógrafos Británicos. ¿Cabe concluir de este hecho que estamos todos, unos con independencia de otros, sometidos a la influencia del paradigma "crítico", el cual significa, para los teóricos de las revoluciones científicas, una especie de "visión del mundo", de modelo conceptual general que domina una época, es decir, una especie de referencial básico o como diría Michel Foucault, una "episteme" que impulsa a formular, a propósito de la realidad, unas cuestiones con preferencia a otras? Tras el paradigma de la cientificidad estructuralista, parecía llegado el momento de someter aquello que se presentaba cada vez con más claridad como un resurgir del empirismo y del positivismo cientifista a la crítica de un pensamiento que ha reconocido, con Marx en las Tesis sobre Feuerbach y gracias a las investigaciones psicológicas y epistemológicas de Piaget, que el pensamiento humano, en general, e implícitamente su aspecto particular, el conocimiento científico, están en estrecha relación con la conducta humana y con las acciones del hombre sobre el mundo. "El pensamiento científico, fin último para el investigador, es sólo un medio para el grupo social y para la humanidad entera", recuerda Lucien Goldmann al prolongar simultáneamente la obra de Marx y de Piaget en su defensa del estructualismo genético (Goldmann, 1966). ¿Hacen falta argumentos más contundentes para legimitar la necesidad de una crítica a la "razón instrumental"? Ya volveremos sobre ello más adelante.
El nivel de las "palabras"
La crítica, en efecto, puede comenzar en cuestiones previas a la "razón" que sostiene un discurso ante todo, a nivel del lenguaje. Nadie pone en duda que la ideología tenga por vehículo un lenguaje (Lefebvre, 1966) incluso si el lenguaje no agota los medios de expresión de una ideología máxime cuando ésta es "dominante", y, por tanto, hace intervenir hechos de poder. Pero ocurre que la cita que encabeza este texto permite legitimar, por la misma evidencia de sus afirmaciones, la necesidad de una crítica de los hechos de lenguaje. Las palabras están henchidas de equívoco; así, la palabra "vida" para el biólogo moderno; o también la de "espacio" o "región" para el geógrafo, en el sentido de que provocan toda una serie de representaciones mentales, inconscientes o insidiosas, según las cuales existiria en algún lugar una realidad que sería, para el diálogo, "la vida en sí" de un modo escolarmente platónico, o que, para el geógrafo sería "el espacio en sí" o la "región en si", con características unívocas, independientemente de las prácticas sociales. Con estas nociones clave de la biología y de la geografía ocurre lo mismo que con las de "lógica" o "sistema", cuya existencia, en la mayoría de discursos teóricos, sean o no geográficos, se presupone más que se postula, ya sea gratuitamente como hacen algunos, ya justificando esa presuposición y ese postulado mediante consideraciones políticas o filosóficas (la "totalidad", por ejemplo). Quizá fuera más útil descubrirlas y mostrar su existencia a través de una investigación auténtica que dejara de lado las representaciones previas, más o menos míticas, y que planteara los problemas sin prever de antemano sus respuestas.
El vínculo entre la palabra, la representación y el método es precisamnnte una cuestión de método que puede parecer esencial a algunos; buena prueba de ello es el conjunto de la obra crítica de un Henri Lefebvre por ejemplo. Pero, ¿no es ello mismo la expresión de una elección que, a su vez, no es ni neutra ni inocente y que también supone, o se basa, en otro tipo de creencia? La cuestión merece quedar elucidada. Mientras tanto, reconozcamos con Louis Althusser la importancia de las batallas sobre las palabras. "Las realidades de la lucha de clases, dice, son "representadas" por ideas, que son representadas por palabras". En los razonamientos científicos y filosóficos, las palabras conceptos, categorías son instrumentos del conocimiento. Pero, en la lucha política, ideológica y filosófica, las palabras son también armas, explosivos o calmantes y venenos" (Althusser, 1968). Un ejemplo, tomado en la intersección de la reflexión geográfica y sociológica, mostrará fácilmente que, incluso como instrumento de conocimiento, la elección de la "palabra" (considerada ciertamente en cuanto concepto) es capital. Si, al querer tratar sobre la diferenciación interna del espacio urbano, descubro la necesidad de hacer intervenir un análisis del tiempo del hombre (o de los hombres, o de los grupos, o de las clases sociales... lo que a su vez constituye otro problema en el que la "palabra" no es indiferente), y utilizo el concepto de "tiempo lbre" y no el de "tiempo de reproducción de la fuerza de trabajo"; es evidente que, a partir de un contenido empírico que, para mí, puede ser idéntico en los dos casos, será diferente la orientación de toda mi investigación, el conjunto de los conocimientos producidos, y ello cualquiera que sea la opción metodológica que me imponga en el tratamiento de la información de que dispongo. Como puede verse, el problema semántico recubre el de la problemática metodológica.
En todo caso, no defenderemos aquí que la elección del segundo concepto sea forzosamente superior a la del primero. Todo depende de lo que se quiera hacer inteligible. Y, en primer lugar, tener conciencia de ello. ¿Quiere decir esto que hay "palabras engañosas" que serían las palabras de la ideología burguesa, y "palabras-exactas (ciertas)", las de la ciencia, o bien de "las ciencias", en realidad, de la ciencia marxista-leninista? El que hoy se pueda plantear esta cuestión sabiendo de antemano que habrá lectores que responderán de forma afirmativa (por lo menos, los discípulos de Althusser), legitima que se la plantee a la comunidad de geógrafos. Los estudiantes que ya han leído a sus "clásicos" comienzan a plantear el problema no sólo interrumpiendo la explicación de tal o cual profesor, sino también con la elección del tema de su memoria o de su tesis, explicando que se basan en una "ciencia proletaria", ciencia de los dominados, por oposición a una "ciencia burguesa", que sería la ciencia de los dominadores. Deben ignorar ciertamente que, a la izquierda de Althusser, se impugna de modo radical la problemática de la "desigualdad entre un saber y un no saber", así como la dicotomía entre las "dos" ciencias. Para Jacques Rancière, por ejemplo, "no hay una ciencia burguesa y una ciencia proletaria. Hay un saber burgués y un saber proletario" (Rancière, 1974), ya que "la ciencia", tal como la piensa Althusser en oposición a la ideología "representación de la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia" -en realidad el "discurso marxista oficial", de la ciencia- se resuelve finalmente "en la doble justificación del saber académico y de la autoridad del Comité Central". "La ciencia" se convierte en consigna de la contrarrevolución ideológica. En último extremo, la teoría de la ciencia que defiende Althusser permanece, según Jacques Rancière, en el mismo plano que las ideologías que pretende combatir, "es decir, que, a su manera, refleja la posición de clase del intelectual pequeño-burgués".
Si no hay posibilidad de escapar a la contradicción por la izquierda, ¿será ello posible por la derecha? Nada permite pensarlo así; y la victoria semántica del marxismo es tan evidente hoy, y tan sorprendente que dan ganas de abandonar, aunque sólo sea por evitar la caída en la facilidad, como decía Jean Daniel en su editorial del Nouvel Observateur de 10 de mayo de 1976: "el vocabulario marxista ha penetrado en las costumbres con la intensidad de un fervor religioso. Nos encontramos en una era teológica: Igual que en los tiempos de la cábala, del mandarinazgo, de Bizancio, o del Concilio de Trento. Cada cual enarbola sus textos sagrados". Para convencerse de ello, basta hojear cualquier número de Antipode.Basta también con esperar un poco -como se sabe, ya ha llegado el momento- para ver aparecer la misma tendencia en la geografía francesa. Incluso nosotros... Pero quizá constituya esto un momento indispensable en el replanteamiento de una problemática. Necesitamos "conceptos" para poner un poco de orden en nuestras construcciones". Los conceptos tradicionales no sirven; esforcémonos por asegurar los y nuevos y véamos si los resultados corresponden a los deseos. He aquí un punto de vista.
El nivel de las problemáticas
Pero hay algo más que las palabras y los conceptos. La "problemática", a su vez queda cuestionada tanto a nivel de los objetivos de inteligibilidad como de los métodos escogidos para alcanzarlos. La decodificación ideológica es tanto más delicada de llevar cabo en este caso e igualmente ambigua en sus resultados. Para el autor de este trabajo que considera como definitivamente adquirida la revolución cuantitativa, existe el gran peligro de que un planteamiento tan legítimo y esperado sobre lo que transmiten nuestros diferentes tipos de discurso, desemboque en una empresa contrarrevolucionaria que nos haría retroceder veinte años atrás. A diferencia de ciertos geógrafos marxistas o "marxianos" franceses, los geógrafos "radicales" de América del Norte no lo desean en absoluto. Para ellos, la "nueva geografía" ha roto afortunadamente con el discurso tradicional, estrictamente descriptivo y consagrado únicamente al descubrimiento de las individualidades, de las personalidades regionales, discurso desarrollado según el modo inductivo que utiliza una formulación de tipo verborreico-conceptual e histórico-literario, refugio de lo multívoco y de lo implícito. Ya era hora, en efecto, de que la "nueva geografía" denunciara la degeneración de la geografía tradicional en una especie de colección académica de "sellos de correos", adicionando entre sí las descripciones locales, regionales o territoriales, sin preocuparse en realidad de hacer progresar de manera significativa el conocimiento de los procesos que hayan causado tal o cual situación geográfica, tal o cual estructuración espacial. Nadie debería discutir hoy que ya no es tiempo de un saber particularizado en términos de acumulación repetitiva de una información descriptiva. Por otra parte, no parece que, a este nivel, exista nadie que quiera volver atrás.
La duda aparece, sin embargo, cuando se ven proliferar los sacerdotes de la cuantitatividad, que, con un enfoque orientado a la generalización, en términos de hipótesis y de teorías cuya validez conviene verificar recurriendo a los modelos y a la simulación, y, por tanto, al ordenador, creen haber encontrado no sólo el medio de enlazar de nuevo con las "disciplinas de vanguardia" -en lo cual estamos completamente de acuerdo- sino también el camino de la verdad, de toda la verdad y de sólo la verdad. Bueno será que el "nuevo geógrafo" parta a la búsqueda de las "leyes" o, más modestamente, a la búsqueda de "reglas" que establezcan la diferenciación y la organización de nuestro espacio. ¿Cómo no reconocer la validez de una toma de posición en favor de una geografía que ya no se contenta con responder a cuestiones tales como el dónde y el qué, y que se decide a estudiar el cómo y el por qué de las "estructuras espaciales", respetando una serie de reglas -las del "método científico"? (cabe preguntarse si "universal" o "marxista")- de una geografía que, asegurando la "transpararencia del enfoque, y más allá de la experiencia y de la medida, consideradas indispensables en cualquier conocimiento cientítico, permitiera llegar hasta la previsión y, consiguientemente, a la acción, es decir, a la manipulación voluntaria de los acontecimientos que experimentamos. En este discurso, el discurso tipo de la nueva geogratía anglosajona (véase la obra enormemente significativa de H. Abler, J. Adams y P. Gould, Spatial Organization, The Geographer´s View of the World, 1974) ¿no parece sugestivo? En todo caso, es perfectamente representativo de lo que los prácticos de la teoría crítica llaman neopositivismo anglosajón, empírico e idealista. A este nivel, la crítica puede seguir vías distintas. Permítasenos describir algunas de ellas, sin ánimo de ser exhaustivos, pero sí partiendo de lo más general hasta llegar a lo particular.
La búsqueda del orden
Al fín parece que los matemáticos, empiezan a proponer de manera legible a las ciencias humanas una serie de demostraciones sobre los límites de utilización de sus herramientas, tal como J. Scott Amstrong del MIT (1967) que ha tratado de los peligros que supone la utilización de los métodos de análisis factorial sin el apoyo de un réferencial teórico para evaluar los resultados inducidos; y como H. Le Bras, de la Escuela Politécnica francesa (1974), que ha indicado la debilidad de los métodos de análisis multivariados en el descubrimiento de estructuras todavía desconocidas. Mientras, la nueva geografía continúa a fondo en su búsqueda del orden en los sistemas de datos que maneja. Se plantea entonces la cuestión de saber cual es el valor de una investigación en la que se presupone, sin ninguna demostración previa, un orden subyacente a una estructura, y en la que seguidamente se trata de descubrir dicho orden como única conclusión lógica de la investigación.
Es forzoso admitir actualmente que una cierta forma de investigación del orden traduce de modo cuasi explícito la existencia en el espíritu del investigador, de una intensa orientación ideológica. La nueva geografía anglosajona, tal como la ilustra el que consideramos como el mejor y más útil de sus manuales, notable en muchos sentidos (Abler, Adams, Gould, 1971), desorienta al lector que no esté familiarizado con el modo de per$sar anglosajón. Sirvan como botón de muestra los dos primeros capítulos del libro, cuyo objeto es explicitar la problemática de base de una geografía que se pretende científica. Se puede estar de acuerdo con los autores en que la función esencial de la investigación científica consiste en ordenar nuestras experiencias del mundo, en modelarlas de forma que se las pueda manipular, así como en evidenciar que en la naturaleza hay más orden de lo que parece a condición de buscarlo. Aunque no habría que pretender encontrar orden a toda costa, ni que se le creara allí donde claramente no existe, Y ello por cuanto es legítimo plantearse cuestiones, en este sentido, que van mucho más allá de los prejuicios de métódo: pues, si el descubrimiento de las regularidades entre los fenómenos estudiados significa la existencia de un orden en el mundo, ¿no tienden esas regularidades a convertirse, a su vez, en significaciones, con el riesgo consiguiente de que éstas intenten justificar, naturalmente la existencia de ese orden subyacente? Al no estar sometido a crítica, puesto que se le refiere a una especie de "filosofía de la ciencia", el orden subyacente se convierte en orden precisamente ideológico "desde el momento en que no es más que una generalización a partir de experiencias anteriores, y se convierte en una verdad absoluta, a la que se puede llegar a venerar (o a odiar), y en cualquier caso, hacer objeto de superstición" (Maffesoli, 1975).
El lector comprenderá ahora, mejor, que, cuando hombres como Horkheimer, Adorno y Habermas proponen su "teoría crítica" (Kritische Theorie) y lanzan la "querella del positivismo" (Positivismusstrait), ello es, en primer lugar, para mostrar que, a una racionalización desmesurada o, más precisamente, a la puesta en acción de la "racionalidad en sí" a través de los procesos cognitivos"-, puede asociarse, y, en efecto, se asocia la imposición, en nombre de la racionalidad, de un tipo de dominación política determinada y no reconocida (Hirsch, 1975). La crítica ideológica, tiene pues, un objetivo. Se convierte, explícitamente en "política" en el sentido fuerte de término. Cuestiona el conjunto del discurso científico moderno, pero, al final del análisis, lo que cuestionará serán los vínculos, involuntarios y no conscientes la mayoría de las veces, establecidos con una cierta forma de organización de la sociedad -en realidad, con el capitalismo de organización. A veces, la acusación irá dirigida contra la función ideológica explícita de un discurso que hace la apología de un cierto tipo de sociedad. En el terreno de la geografía, ésta es la acusación de un David Harvey (1973a, 1973b) o un Richard Peet lanzan contra hombres como Malthus, evidentemente, pero también contra Brian Berry (uno de los padres "no arrepentidos" de la nueva geografía) o Keith D. Harris, cuyos enfoques ligados a una concepción de la sociedad llamada "liberal", sirven, voluntariamente o no, a los intereses del capitalismo monopolista de Estado desde el momento que orientan la investigación al estudio de las condiciones de control de los problemas y no a su solución, y ello a pesar de los objetivos sociales que se fijan estos expertos de la geografía. Lo que se impugna en este caso, es ciertamente una geografía de tipo tecnocrático, orientada a la "ordenación" y al control, y por tanto, al servicio de "la ley y el orden".
Formalización y análisis cuantitativo de las estructuras: la "reducción"
Este es un primer punto. Hay otros, pero de ellos apenas si se encuentra la más mínima huella en la bibliografía y en los debates de los geógrafos. Sin embargo, quisiéramos introducir aquí una crítica que, si bien se desprende, de las observaciones que, en nombre del conjunto de las ciencias humanas, dirige un Lucien Soldmann a un pensamiento teórico, al estructuralismo de Lévi-Strauss, también concierne directamente a la geografía que, desde hace algunos años, se pretende "estructuralista"" o, más exactamente, como veremos después, "sistémica". Para Coldmann, el estructuralismo de Lévi-Strauss elimina, en su propia estructura y por los métodos que elabora la teoría que le subyace, el problema del sentido y el de la historia. Cuanto más lo haga, "menos necesitará comprometerse explícitamente en la defensa del orden existente". Así, nos dice, "el estructuralismo formalista es completamente ajeno a los problemas sociales y políticos, situando las valorizaciones implícitas a nivel de la metodología". El resultado es, evidentemente, el mantenimiento, sin discusión alguna, del capitalismo de organización y, a través de las producciones de las ciencias sociales, el desarrollo de la ideología dominante. La formalización estructuralista de la noción de región que se puso de moda en Francia con los trabajos de Roger Brunet (1969, 1972) y que supera hoy el problema de la región para abarcar cualquier espacio geográfico que se pueda definir como organizado por un "sisterna" (cf; Dollfus y Durand-Dastes, 1975), podría ser objeto de las mismas críticas.
Yo he contribuido personalmente a introducir entre los geógrafos francófonos la idea de que el espacio del geógrafo podría reducirse a un conjunto de elementos (los lugares), y de atributos de esos elementos (relaciones entre los lugares, e incluso disposición de los lugares recíprocamente entre sí), de lazos entre los atributos (relaciones entre los hechos característicos de esos lugares), en fin, de interdependencia entre esos elementos y esos atributos. Los trabajos de un Brian Berry sobre la jerarquía de los lugares centrales (Berry, 1967) habían popularizado, en efecto, esta concepción del "sistema espacial", que a pesar de todo, era muy parcial, aunque también fuera práctica, puesto que era directamente operativa para quien supiera utilizar los métodos del análisis estadístico multivariado. Con ello, introducíamos, sin duda alguna, una mayor coherencia en nuestras descripciones, con la posibilidad, además, de tratar un mayor número de variables, de descubrir en el "sistema" de sus vínculos recíprocos, correspondencias sobre el número, el sentido, la fuerza y sobre cuya naturaleza, finalmente, podíamos pronunciarnos con una trasparencia y una certidumbre infinitamente superiores a las que hubiéramos conseguido si no hubiéramos podido beneficiarnos de esta problemática y de estos útiles medotológicos (cf. Racine, 1975). Sin embargo, habíamos tenido la intuición de una reducción, juzgada necesaria (cf. Racine y Reymond, 1973) e indispensable para la inteligencia de las estructuras estudiadas. Pero tal reducción sólo la entendíamos a nivel de la información, en realidad, a nivel de los "datos estadísticos" que identificábamos con los "atributos" del "sistema". Ahora bien, en la realidad de los hechos, ¿qué es lo que ponía entre paréntesis esta reducción?
En primer lugar, y la paradoja sólo es aparente, algo que recuerda la argumentación de Yves Lacoste contra Vidal de la Blache: el hecho de privilegiar ciertos niveles de análisis que corresponden a determinados tipos de espacio de conceptualización (Lacoste, 1973); lo que suponía el peligro evidente de llegar una vez más a desplazar el lugar de la explicación, así como también a desgajarsubrepticiamente algunos factores del razonamiento que sólo podrían ser aprehendidos convenientemente a otros niveles de análisis. El respeto ciego a una cierta idea de la región, que corresponde a una cierta fase del desarrollo capitalista -éste es el problema de la geografía tradicional-; la obediencia única a la lógica de los modelos de investigación matemáticamente construidos; y la atención exclusiva a la información homogénea de que se puede disponer, la que proporciona un censo instrumento del poder, son otras tantas ocasiones que la ideología tiene para penetrar en el discurso geográfico. Una vez superado el entusiasmo de los neófitos, cada cual debe ser consciente del peligro que encierra el recurrir a problemáticas o a una metodología que permiten -sin que ello aparezca en el discurso, "y, por tanto, sin necesidad de justificación" (Lacoste, 1973)- que se dejen de lado las referencias a un gran número de factores físicos, económicos, sociales y políticos cuyo papel no se puede estudiar en las combinaciones geográficas más que situando el análisis a niveles diferentes de aquél a que uno está obligado a limitarse recortando el espacio, como exige todo tratamiento de una matriz de datos, en un cierto número de unidades de observación y de atributos espaciales que caracterizan de forma numérica cada una de nuestras unidades de observación. Y es que es muy fácil, y tentador a veces, ocuparse únicamente de lo que sucede dentro de límites definidos, ya sea por nuestro sesgo regional a priori, ya por las condiciones de utilización de nuestro utillaje técnico, o incluso por la propia lógica interna de nuestros procedimientos analíticos -que, evidentemente, no pueden proporcionarnos otra cosa que una cierta visión de lo real.
Y ésto es justamente lo que puede convertirse en problema en nuestra práctica, "tradicional" a su vez, de la geografía cuantitativa Todos sabemos que no aportamos sino una cierta visión de lo real: todavía no sabemos ntuy bien cuál y por qué. ¿Cómo escapar entonces al peligro de una fantástica mistificación tanto científica como política, fundada en el uso parcial de algunos elementos de cientificidad técnica más que de la propia ciencia, mistificación de la que seríamos instrumentos inconscientes porque nosotros mismos estaríamos mistificados? ¿Cuales son las consecuencias de un sesgo, de una parcelación o de un desmembramiento de la totalidad social tal como se mide a través de los atributos espaciales, siendo así que, por no poder captarlos en un mismo procedimiento analítico, se excluyen los movimientos de la dinámica social? Reducir la realidad social a un conjunto de variables aisladas e incoherentes, desprovistas de cualquier factor dinámico, quizá sea en la mayoría de los casos la condición misma de la utilización de la información numérica en nuestros modelos multivariados. Incluso, o porque esté mediatizada por la ideología, la relación entre el hombre y lo real hace intervenir a una concepción del mundo, y, por consiguiente, a una ideología. Lo cual constituye todo un tema de reflexión, de análisis e incluso de experimentación, sobre el que importa llamar la atencion conjunta de los geógrafos y matemáticos que deben abordar juntos el trabajo crítico.
Si a Henri Lefebvre se le preguntara sobre lo que esta reducción pone entre paréntesis, respondería sin nigún género de duda: "Mucho. La complejidad concreta de la praxis, la del hombre y la del mundo. La dialéctica. Lo trágico. La emoción y la ocasión. Lo individual, desde luego, y quizá también una gran parte de lo social. La historia, en fin. Todo ello pasa en lo residual, que debe empequeñecerse ante la tecnicidad mundializada, y desaparecer" (Lefebvre, 1963).
Así se ve como se crean los lazos entre una cierta problemática, una metodología, un útil, una ideología, y, finalmente, lo que hemos hecho pasar al lado de lo verdadero, de la vida, o, al menos, de la actividad humana productora y creadora (la praxis), generadora del devenir, constitutiva, como dice Lefebvre, aunque también destructora de las estructuras. Lo que, en definitiva, equivale a plantear el problema de la dialéctica, la dialéctica de las contradicciones.
Del estructuralismo a las ambigüedades de la dialéctica
El ejemplo a estudiar, pues, es evidente: el empleo tan común, durante largo tiempo de una problemática dualista en el estudio tanto económico como geográfico del "subdesarrollo". Los trabajos suscitados por la tesis dualista han permitido, sin duda alguna, describir mejor ciertas situaciones de subdesarrollo. Pero debido a su propio hilo conductor, impiden que se plantee la verdadera cuestión del "subdesarrollo", de su génesis histórica, que, tanto a escala mundial como a escala regional, no aparece sino a partir del momento en que se descubre, con Samir Amin por una parte (1971) y, con Hildebert Isnard (Isnard, 1971), por otra, que no existe juxtaposición de dos sociedades, desarrollada una y subdesarrollada otra, sino una única pieza de una máquina también única, de un sistema global, en cuyo seno las sociedades y las regiones subdesarrolladas ocupan un lugar particular y desempeñan funciones definidas. Así es como se capta particularmente bien, a partir de los ejemplos argelinos que propone Isnard, la "dialéctica de profundización de las disparidades regionales propias de la colonización: no es ninguna exageración decir que el enriquecimiento de las regiones colonizadas y el empobrecimiento de las regiones tradicionales son fenómenos estructurales de un mismo proceso económico" (p. 93). En a perspectiva de los modelos "centro-periferia" ligados a la teoría de la dominación, la impugnación del subdesarrollo, o del marginalismo de las regiopes tradicionales, cambia de objeto entonces, y se orienta, una vez más, contra un objetivo preciso, "la economía capitalista mundial", que hasta entonces había quedado recubierto por la masa de hechos y apariencias descritas por el método empírico-positivista, cuya función ideológica queda perfectamente clara.
¿Quiere esto decir que este tipo de enfoque nos asegura la "verdad"?
¿Una verdad por encima de las ideologías? La "ciencia" situada a la "izquierda", ya sea marxista o marxiana, no se pone de acuerdo sobre este particular. Téngase muy en cuenta, en primer lugar, -y sobre ello habrá que volver de nuevo- que la pureza ideológica de los investigadores no les asegura la pertinencia de un discursn frente a algunos colegas. El marxismo estructuralista; y hasta riguroso, de un Althusser no es más que un "producto de descomposición del dogmatismo", del mismo modo que los "compromisos" de un Roger Garaudy. Esto es al menos lo que piensa Henri Lefebvre en su crítica del "nuevo eleatismo", a propósito de Claude Lévi-Strauss (Lefebvre, 1966). En cuanto al "estructualismo genético" de Lucien Goldmann, en ningún caso podría corresponder, según el mismo autor (Lefebvre, 1963), a lo que Marx habría podido indicar respecto a la conjunción de las condiciones de estructura formal y de devenir dialéctico: "no se refiere más que a estructuras mentales" a "concepciones del mundo". Abusa del concepto de totalidad tomado en sí. Corre el peligro de no ser ni genético ni estructural. Lo mismo ocurre más o menos con lo que se acepta de los modelos "centro-periferia", cuyo eco ha sido tan grande incluso fuera de los medios marxistas. Ha sido Yves Lacoste quien ha planteado una cuestión muy simple, la del carácter necesariamente multívoco de una representación del mundo en la que, con connotaciones diferentes, se utilizan las dos formulaciones (países subdesarrollados-periferia) atribuyendo a cada una de ellas el sentido de la otra.
"¿Dónde está, pues, la periferia? ¿Dónde se localizan, en un mapa del mundo los países subdesarrollados?" Por otra parte, "la formulación geográfica según la cual un país (dominante) ejercería un rol sobre otro país (dominado) ¿no sería ambigúa?" (Lacoste 1976c). Se vuelve, pues, a las palabras y al simple dónde y qué de la geografía tradicional. Esta imposibilidad de separar la problemática tanto del método como del lenguaje pone de manifiesto la importancia de la cuestión, así como la dificultad de la objetividad, la dificultad de pensar el saber científico como un saber verdadero que se opondría al saber de la ideología, y en particular de la ideología dominante. ¿A partir de cuándo nos ponemos al servicio de esta última, aunque sea quizás de una manera inconsciente? En último extremo, y quedándonos únicamente en el plano de lo cualitativo, para quien acepte el postulado de la naturaleza dialéctica de todos los fenómenos que se inscriben en el espacio y en el tiempo, todo discurso que no integre la problemática del materialismo histórico y dialéctico es científicamente falso si se postula que la dialéctica es "en primer lugar el movimiento real de una unidad que se está haciendo, y no el estudio simplemente, siquiera funcional y dinámico, de una unidad ya hecha" (Sartre, 1960). Científicamente falso porque pasa al lado de lo verdadero. Por eso se dirá que la geografía ha de ser dialéctica, porque las situaciones que estudia son situaciones dialécticas. Tal es la posición de un Pierre George (1970), aunque también lo es de geógrafos que han pasado por lo cuantitativo, como David Harvey (1973a, 1973b), Bernard Marchand (1974) y yo mismo. Ideológicamente sospechoso -lo cual es todavía más fácil de concebir- porque un discurso no dialéctico sólo ofrece una imagen parcial de las contradicciones, un solo aspecto de una realidad cuya existencia es multiforme.
¿ No consiste la actitud dialéctica en abarcar, de un solo movimiento, el bien y el mal de los teólogos, el propietario y el no-propietario, el explotador y el explotado, el capital y el trabajo, el centro y la periferia, la naturaleza y la cultura, lo cercano y lo lejano, la muchedumbre y la soledad que estudian los especialistas de las ciencias económicas y sociales, y que no existen sino en una relación mútua, en función unos de otros? La propia distancia, como ha observado Bernard Marchand, y, a través de ella, la mayoría de los comportamientos espaciales de que se ocupa el geógrafo, puede, y debería, ser considerada como una "relación dialéctica" (Marchand, 1974).
Todo es sistema, todo es movimiento, todo es también contradicción.
Admitamos esta lección fundamental del materialismo marxista, ya sea histórico (científico) o dialéctico (filosófico). Convengamos también con Lucien Goldmann, y a pesar de Henri Lefebvre, en que el marxismo se presenta en forma de un estructuralismo genético generalizado (Goldmann, 1969). ¿Se puede tomar nota de ello y continuar por las vías abiertas de la "nueva geografía" de una geografía llamada "científica"? Los problemas empiezan a aparecer de inmediato. A primera vista, parecen insolubles. En la obra realizada bajo la dirección de Jean Piaget y consagrada a las relaciones entre Lógica y conocimiento científico, se empieza por decir que no existe solución a la formulación en términos de lógica clásica de los procesos dialécticos (Apostel, 1969) y que, por consiguiente, añade Georges Nicolás-Obadia, es igualmente imposible dar una forma operatoria matemática o estadística a las interacciónes en el sentido en que lo entienden los marxistas (Nicolás-Obadia, 1976). ¿Qué hacer entonces? ¿Inventar un nuevo tipo de discurso? Y ello ¿debe hacerse aunque nadie sepa muy bien todavía a qué puede corresponder, en concreto, la práctica del discurso dialéctico en esta otra práctica que es el análisis espacial? Porque no basta con decir que ciertos conceptos están dialécticamente ligados para tener la seguridad del carácter dialéctico de un estudio. El debate iniciado por Jean-Paul Sartre dentro del mundo marxista con su Crítica de la razón dialéctica (1960) demuestra que no nos vamos a poner de acuerdo por ahora sobre el particular, a pesar de que incluso Joël de Rosnay en su presentación de Macroscope, y, con él, los matemáticos que manejan ecuaciones "diferenciales" (dependientes del tiempo) e "integrales" (independientes del tiempo), parece que puedan reconciliar la invarianzay la dialéctica (Rosnay, 1976). Rosnay define en sus sistemas "grandes invariantes", ligados dialécticamente por pares, tales como la energía y la información, la entropía y la neg-entropia, el equilibrio de fuerzas y el equilibrio de flujos, la permanencia y la evolución, los stocks y los flujos, los "bucles" de retroacción positivos y los negativos; todos los cuales constituyen leyes constantes, desde lo biológico a lo social, pero que, al mismo tiempo, permiten integrar y comprender el cambio, la dinámica, la duración, la evolución...
¿Quiere ello decir que se encontrará el medio de superar las contradicciones que nos hemos visto obligados a subrayar hasta aquí, mediante una problemática sistémica? Muchos investigadores lo piensan, sean o no marxistas.
Pero antes de ponerse a investigar qué problemática puede considerarse realmente adecuada vale la pena subrayar una última distinción. Que concierne al por qué y al cómo de la investigación, y que nos servirá, por tanto, de balance-perspectiva para sacar conclusiones sobre estos problemas que actualmente se han convertido en "tradicionales".
El "por qué" de la investigación: primera aproximación
En su obra sobre Urbanismo y desigualdad social, David Harvey denuncia la geografía del "statu quo". Por ejemplo, el conjunto de investigaciones sobre los modelos de estructura urbana que siguieron a los primeros trabajos de la escuela de ecología urbana de Chicago. Ni el progresivo refinamiento de estas investigaciones ni siquiera los descubrimientos "factoriales" sobre el caracter aditivo de los modelos (Racine, 1971) podían ayudar a resolver el problema de los ghettos. La problemática de un Engels que examinaba las estructuras urbanas de Manchester hace más de un siglo, dentro de su estudio sobre la situación de las clases trabajadoras en Inglaterra; problemática explicativa y no descriptiva, llegaba mucho más lejos en la denuncia radical del sistema capitalista aunque, en realidad, fuera una de las primeras -(Engels, 1844). Y, sin embargo, ni los especialistas de las áreas sociales, ni Brian Berry y su equipo más tarde, ni tampoco el autor de este artículo, aluden en sus trabajos a Engels.
Se comprende, pues, que al hablar de una geografía del "statu quo" que no cambia nada, David Harvey demuestre, incluso de una forma implícita, que la querella metodológica no afecta únicamente a los métodos ni tampoco a las cuestiones de epistemología. Si hay una visión del mundo, esta visión implica su devenir. Y uno se da cuenta hoy de que la discrepancia en las ciencias sociales alcanza también -y sobre todo- a las intenciones prácticas del enfoque teórico. ¿Vamos a traer a colación aquí la querella de la geografía "aplicada", que ya está superada? Se podrían leer de nuevo los debates que han agitado la geografía francesa durante los últimos veinte años a la luz de los instrumentos críticos de que disponemos en la actualidad. Pero los términos del debate original nos parecen superados por completo y ya no conciernen sólo a la disciplina geográfica. Más que de aplicación, o de acción directa más o menos tecnocrática, de lo que se trata ahora no es de cuestionar el qué y el cómo de la actividad científica, sino el por qué.
Mario Hirsch (1975) ha intentado reducir a una fórmula las divergencias entre el positivismo y la Escuela de Frankfurt: "por un lado la constitución y la medida de sistemas sociales funcionales artificiales, que se afirma que son calculables en sus movimientos propios; por otro lado, la intención científica motivada por la liberación del hombre frente a tales limitaciones impuestas por sistemas, que le hace capaz de reducirlas de manera auto-reflexiva a sus energías creativas originales, gracias a un estudio dialéctico que tenga en cuenta el conjunto de los procesos sociales, cuyo carácter es histórico y procesual". Es evidente que, desde esta perspectiva, una geografía "revolucionaria" ya no es una geografía "aplicada", sino más bien una "geografía crítica", orientada por la voluntad explícita de cambiar el mundo y no por el deseo de describirlo y comprenderlo simplemente. De ahí la necesidad de buscar el por qué de las cosas, los mecanismos rectores de naturaleza histórica y dialéctica. De ahí también el descubrimiento del carácter irrisorio de la estadística inferencial y de sus tests de la hipótesis nula en el marco de una lógica puramente aristotélica según la cual las cosas son verdaderas o falsas de una vez para siempre.
¿Puede servir el marxismo de relevo científico? Para un Karl Popper, el marxismo se sitúa fuera de la ciencia en la medida en que se le pueda aplicar un criterio cualquiera que permita evaluar y, en su caso, refutar la cientificidad de sus proposiciones. Y, para Popper, la teoría científica válida es la que se puede refutar y no ha sido refutada. Ello, según el principio fundamental de la falsabilidad que establece que las certidumbres científicas son siempre, en último análisis, negativas y no positivas, ya que el edificio teórico se construye exclusivamente gracias a un proceso de selección negativa, de rechazo (Popper, 1973). Con dicha proposición, Popper responde por adelantado a la crítica del neopositivismo, pero no a la afirmación de Horkheimer (1969) en su Teoría críticaa, de que "el valor de una teoría está determinado por su ligazón con las tareas que se emprendan en el momento histórico preciso por las clases progresistas". Sin duda, pensaría que tal enfoque sería definitivamente "ideológico". Sin embargo parece que tal sea la posición de cuantos, desde la geografía radical norteamericana o la sociología marxista francesa, denuncian la función ideológica del discurso liberal e idealista
El positivismo construye sus conceptos y sus categorías a partir de la realidad existente, con todos sus defectos. Los que elabora el marxismo, o el neomarxismo, son instrumentos de lucha cuyo alcance se verificará en la praxis. En ambos casos, el empeño tiene un alcance ideológico que, en el primero está impícito, y en el segundo explicitado. Pero ¿por qué no reconocer que ello no tiene nada de sorprendente, que tal constatación no hace más que redescubrir una realidad epistemológica fundamental, ya mencionada, puesta de manifiesto hace mucho tiempo por Jean Piaget, a saber: que el pensamiento humano, en general, e, implícitamente el conocimiento científico que constituye un aspecto particular de ese pensamiento, están estrechamente vinculados a las conductas humanas y a las acciones del hombre sobre el medio ambiente? Si el pensamiento científico no es más que un medio para el grupo social y para la humanidad toda, nunca escapará a las ideologías, y la impugnación de la ideología no puede ser otra cosa que otra ideología determinada.
Una vez admitido ésto, ¿puede intentarse una superación de las contradicciones desveladas desde el doble plano del rigor científico y de la transparencia ideológica? Nos parece que es hoy posible y necesario aproximar diversos órdenes de conocimiento: el que nos viene evidentemente de los datos, y los diferentes tratamientos que somos capaces de aplicarles (un necesario neopositivismo); y el que también nos vendría de nuestra comprensión de la naturaleza de las estructuras que estudiamos. A este nivel, el dilema quizá sea capital. Intentaremos formularlo y superarlo dialécticamente.
La búsqueda de una problemática adecuada
Parece que la investigación geográfica en los próximos años estará dominada por dos tipos de discursos: el de Brian Berry que propone un nuevo "paradigma" para la geografía moderna en el trabajo colectivo Directions in Geography (Chorley, 1973), o el de un David Harvey (1973a) o un William Bunge (1973, 1974, 1975), que buscan un "método para asegurar la supervivencia", una "geografía de la supervivencia", o incluso una "geografía de la alternativa". Tanto de un lado como de otro, se está muy lejos de la vieja geografía tradicional, inductiva, empírica y cualitativa, que tantas veces ha sido denunciada. Sin embargo, y más allá de la revolución de los años 60, "los jóvenes de la nueva frontera" de la geografía de entonces se enfrentan hoy en los términos más violentos. Los epítetos son otros tantos golpes bajos entre los "ex" de la revolución cuantitativa. "Idiota" es una palabra muy empleada; también lo es la de "racista", o la mucho más significativa de "gran brujo tecnocrático", "nuevo mandarín" ("del mismo tipo que aquellos cuyos análisis han llevado al desastre de Vietnam" y, en la misma línea de pensamiento, "Mc Namara de la geografía", cuya influencia puede llegar a ser tan "devastadora" como la del Mc Namara original. Todo ésto es Brian Berry a los ojos de David Harvey, y el trabajo del primero sobre las Consecuencias humanas de la urbanización (1973) revela a Harvey, autor de Social Justice and the City, que el "maestro" oficial no tiene nada interesante que decir sobre un tema en el que se considera experto (Harvey, 1975, recensión de la obra de Berry en el número 1, 1975, de Annals of the Assotiation of American Geographers: p. 99-103).
Elevemos el debate partiendo no solamente de la constatación de la paradoja de la guerra que hacen gente formada con los mismos métodos y que han luchado en la misma guerra para conseguir la renovación científica de la disciplina, sino también del carácter paradójico de una oposición dentro de dos problemáticas conceptuales aparentemente idénticas en el sentido de que ambas se refieren al concepto de "sistema". En efecto, a este título una y otra se pretenden totalizantes (y hasta "dialécticas"). Aquí se determina el parecido, y para explicar el hiato, hay que recurrir una vez más, a la influencia marxista.
Si, por comodidad de lenguaje, se califica al enfoque de Briar Berry de "dialéctico-funcionalsta" y al de David Harvey de "dialéctico-marxista", se podrá decir, parafraseando a André Gunder Frank (1969) que la totalización funcionalista, o sistémica del primero, y la totalización marxista, y dialéctica del segundo, difieren entre sí en tres aspectos elementales, aunque fundamentales: "en primer lugar, por su enfoque de la totalidad; en segundo lugar, por las cuestiones que plantean respecto de la totalidad; y, en tercer lugar, por lo que se refiere a la totalidad cuyo estudio escogen". Un libro como Social Justice and the City constituye una prueba de ello, y la presentación de Brian Berry hace de su nuevo paradigma lo confirma, por si fuera poco.
El estudio sistémico de las totalidades sistémicas
La totalidad sistémica se presenta bajo una forma aparentemente neutra, referida simplemente al postulado de la necesidad de un enfoque "global". La definición más completa del sistema parece que es hoy la siguiente: "un sistema es un conjunto de elementos en interacción dinámica, organizados en función de un objeto" (Rosnay, 1975). La introducción de una "finalidad" no es sorprendente: el objetivo puede no expresar ningún proyecto, y ser simplemente constatado a posteriori mantener los equilibrios y hacer posible el desarrollo de la vida en la célula, por ejemplo. De forma que la teoría sistémica es completamente diferente de lo que el enfoque estructuralista de la noción de sistema nos había aportado hasta ahora. Para el estructuralismo, un sistema es una estructura cerrada que no puede evolucionar sino a través de una desorganización total y de una reorganización, mientras que, desde una perspectiva sistémica, un sistema es por lo general un sistema abierto, que recibe energía e información y la transforma en entropía (en desorden), contra la que ha de luchar para crear "negentropía". Parece, pues, que coexiten dos grupos de características en un sistema: las que se refieren a su aspecto estructural, y las que le permiten ser funcional. El aspecto estructural define la organización en el espacio de los componentes o de los "elementos" de un sistema, lo que Joël de Rosnay define como su "organización espacial". El aspecto funcional se refiere al proceso, es decir, a los fenómenos que dependen del tiempo (intercambio, transferencia, flujo, crecimiento, evolución, etc.): es la "organización temporal". En este sentido, nos propone ante todo concebir una "metageografía de los procesos" (progreso importante éste que supone pasar del estudio único de las estructuras, incluso longitudinales, a los procesos) en la que la explicación geográfica se consideraría en términos más complejos y relativos que en el empirismo de la nueva geografía que actualmente está superada (el descubrimiento de una cadena causal de acontecimientos deferenciados por su localización y que dan cuenta de la puesta en marcha de la estrtuctura), de manera realmente sistémica, y hasta cibernética. Júzguese sobre ello.
La metageografía de los procesos supone que la "explicación geográfica se comprenda en cuanto se ocupa de los antecedentes y consecuencias de un conjunto de tomas de decisión en un contexto de entorno y localización, en cuyo seno el hombre, como actor principal, se considera como una máquina cibernética de decisión a través del tratamiento de la información, máquina cibernética cuyos sistemas de valor se basan en bucles de retroacción que la relacionan con su medio". La traducción es muy aproximada y exagera, si ello es posible, los efectos de la jerga habitual del "engineering". En realidad, si en todo sistema se lleva a cabo una transformación, habrá entradas y salidas; si las entradas resultan de la influencia del entorno, los "bucles de retroacción" expresarán el hecho de que las informaciones sobre los resultados de una transformación o de una acción se remiten a la entrada del sistema en forma de datos. Estos son tratados por la máquina cibernética. Cuando contribuyen a faclitar y a acelerar la transformación en el mismo sentido que los resultados precedentes, se dirá que el bucle es positivo, siendo sus efectos acumulativos. Por el contrario, cuando los nuevos datos actúen en sentido opuesto a los resultados anteriores, se tratará de un bucle negativo. En tal caso, sus efectos estabilizan el sistema cuyo equilibrio se mantiene, contrariamente a lo que ocurre en el primer caso en el que se registra un crecimiento (o un decrecimiento) de tipo exponencial. Berry asimila al individuo a una máquina de este tipo, como sistema en el seno de un entorno de sistemas. Diez años antes, Berry nos decía que la ciudad era un sistema dentro de un sistema de ciudades. Este tipo de postulado ha tenido un impacto evidente sobre la investigación. ¿Ocurrirá lo mismo con el nuevo?
La naturaleza de la totalidad sistémica: las "equivalencias conceptuales"
Está claro que la presentación de Brian Berry representa un progreso considerable con respecto al paradigma mecanicista y positivista que durante tanto tiempo prevaleció en la geografía anglosajona. También es evidente que su problemática pretende ser ahora profundamente relativista Todas las tomas de decisión que imagina Berry las considera inscritas en un contexto localizacional y en un medio definido como un "ecosistema", un sistema de interacciones funcionales entre organismos vivos (entre los cuales figura el hombre) y sus diferentes medios físicos, biológicos, culturales, siendo el propio ecosistema producto de procesos naturales y culturales en interacción. Un largo bucle de retroacción muestra incluso que tanto los procesos naturales como los culturales se ven afectados, a su vez, por procesos espaciales ligados a secuencias de tomas de decisión anteriores en el interior de cada uno de los medios correspondientes y derivados de la combinación de necesidades biológicas (la supervivencia, la conservación, la reproducción) y culturales,
-ligadas asimismo a todo un sistema de creencias y de percepción, de esperanzas y de aspiraciones, de experiencias que condicionan las voluntades de cambio a través de los diferentes modos de planificación. La acumulación de las acciones individuales se traduce finalmente en procesos espaciales de tres tipos; los que aseguran la simple conservacióndel sistema, eliminando las crisis disfuncionales; los que lo hacen evolucionarmediante el crecimiento y el cambio progresivo que amplifican los bucles de retroacción positivos; y, en fin, los que son revolucionariosy ven cómo el sistema se transforma por la redefinición de sus miembros, de sus límites, de la naturaleza y estilo de las interacciones que lo estructuran. Estos diferentes procesos espaciales modifican los procesos naturales y culturales cuya interacción define el ecosistema global. El bucle se cierra de nuevo y vuelta a empezar.
Más profundamente todavía, Brian Berry intenta considerar al mundo como un conjunto jerarquizado de sistemas abiertos; de estructuras que se mantienen y repiten según una cierta invarianza, incluso cuando la materia, la energía y la información están en movimiento continuo a través de ellas, estructuras que -añade- pueden transformarse bruscamente de acuerdo con un proceso llamado de "reestructuración jerárquica". Los hechos humanos se integran en la misma problemática en la medida en que se organizan igualmente en sistemas. Sin embargo, tales hechos manifiestan un comportamiento intencional, que le da sentido al cambio y que permite la búsqueda consciente de objetivos colectivos que se juzgan como deseables. Parece, pues, que se haya superado la etapa en que se hacía referencia, sin pensar en su naturaleza, a estructuras y a sistemas cuya existencia se postulaba, y a los que se prestaba una autonomía completamente artificial, debido a una necesidad metodológica, olvidando discretamente la inadecuación fundamental de la herramienta de análisis (la estadística multivariada de tipo lineal para la que el todo no es más que la suma de las partes) a la definición conceptual del objeto estudiado, el sistema, definido éste como un todo cuya suma es superior a la suma de las partes. Evidentemente se trata ahora de encontrar el todo social, "trazo de unión y significante de lo particular". El problema consiste en saber si se le encontrará.
La problemática de Brian Berry es apasionante y estimulante a la vez. Pero, al hacerla derivar de lo que se podría llamar la "ley" de la interacción universal, ¿no propone una construcción racional que presenta al espíritu el equivalente conceptual de lo que la naturaleza ha realizado a lo largo del tiempo? Parece que Brian Berry haya renunciado en definitiva a este "método cientítico" que se proclamaba universalizante y unificador, ignorando la realidad social, dinámica y compleja. Pero, por el contrario, Brian Rerry introduce en su problemática la imagen de una jerarquización del Universo que corre peligro de convertirse en el modelo natural (¿y obligado?) de una jerarquización de las relaciones sociales y de los espacios que áquel las crean proyectándose sobre el suelo. ¿No debería denunciarse entonces los peligros de una representación del mundo como estructura o sistema en el que la información, utilizada en un modelo de organización circularia necesariamente de arriba abajo, desde el centro a la periferia, en un sólo sentido?
Parece que Brian Berry haga derivar su problemática desde un terreno particular, el de la física, y su modo de formalización del que nos propone la cibernética. Ya no es el "método científico" lo que se plantea como un a priori concebido para conformar la naturaleza a su imagen y semejanza, salvar sus postulados teóricos al precio de una mutilación de la realidad, sino que son las exigencias de una realidad las que se han planteado, en primer termino. Sería necesario, sin embargo, poder asegurar que la hipótesis de un isomorfismo entre estructuras ligadas a procesos naturales y estructuras como expresiones de prácticas sociales históricamente determinadas, es plausible por una parte, y que por otra, no presenta peligros, es decir, que sea refutable.
Pero, ¿se trata de una hipótesis o de un postulado? Si es un postulado, si en el plano operatorio no es posible refutarlo, puede establecerse entonces la hipótesis de que lleva a cerrar el camino de la explicación de la realidad que nos interesa. El peligro ha sido señalado muchas veces por los especialistas de la Escuela de Frankfurt: "peligro de producir conceptos que imponen un enfoque no social a las ciencias sociales" (Hirsch, 1975). Otra vez aparece la ideología. Ya sea con el nombre de funcionalismo, de sistemismo, de conductismo o de estructuralismo, el paradigma dominante en la actualidad es, para los críticos de la Escuela de Frankturt, un paradigma restrictivo y reduccionista a la vez, porque desde el principio ignora la naturaleza de los procesos sociales y de las estructu ras que les corresponden. En otras palabras, los conceptos utilizados a través de eseparadigma pueden ser ideológicamente utilizados (como cualquier representación ilusoriade la realidad, como toda representación de una relación imaginaria de los sujetos con relaciones reales) para justificar, al término del análisis, lo que los teóricos estiman deseable.
Pero no es ésta, sin duda, la intención de un Brian Berry. Hacerle esta crítica equivaldría de todas maneras un proceso de intención. Por nuestra parte, preferimos situar su aportación en otros términos diciendo que su adopción de los modelos físicos se debe a que toda interacción pone en acción una energía; que esta energía es, en sentido propio, una capacidad de interacción y que sus distintos niveles de la realidad corresponden a magnitudes diferentes de la energía de interacción puesta en juego. Si éste fuera el pensamiento de Brian Berry, parece que la analogía sería útil para toda la reflexión geográfica, a condición, en todo caso, de que en el momento de llevarla hasta las actividades sociales, la analogía no sirviera más que a título de modelo, de guía de reflexión, para poder plantear hipótesis refutables. En caso contrario, y si se aplicara sin precauciones al estudio de los resultados de las prácticas sociales, ese tipo de discurso tomado de los dominios de la naturaleza, puede presentar el peligro de tener un efecto social específico para quien no sepa decodificarlo, es decir, para la mayoría de la gente: permitir que la clase dominante naturalice y universalice las contradicciones sociales estructurales y la crisis que se derivan de ellas.
En otro trabajo hemos dicho que este peligro debe quedar señalado entre los geógrafos (Racine, 1976). Tanto nuestros estudios urbanos como las geografías económicas están llenas hoy de resultados empíricamente (y matemáticamente) sanos, pero cuyo efecto es siempre el mismo: autorizarnos a dejar en suspenso las cuestiones, a "no ver un poco más lejos, ni con mayor profundidad tampoco, más allá de las propias narices". Baste un ejemplo, el de nuestros modelos de crecimiento de las densidades urbanas Las llamamos alométricas, por referencia a la ciencia de las relaciones entre las evoluciones de forma y de tamaño, y nos sentimos orgullosos de ello. Se las ha verificado en casi todos los sitios. El problema aparece cuando, al cruzar las curvas temporales y las espaciales, descubrimos la existencia de un umbral crítico que ligamos a la aparición de desequilibrios sociales, observables empíricamente desde luego, pero que no serían sinola expresión de los desequilibrios biológicos en las relaciones interpersonales. El descenso de las densidades que se constata, quedaría ligado entonces a la aparición de una agresividad ligada asimismo al hacinamiento de las poblaciones, cuya ley se conoce y ha sido "comprobada experimentalmente". ¿Entre las ratas? , pregunta Manuel Castells. Eficaz en su contenido social, el discurso puede ser falso en su contenido científico, al menos con respecto al objetivo apuntado (Castells, 1975). Sin embargo ese es el discurso de algunas de las mejores escuelas norteamericanas, sobre todo, de los futurólogos.
Que nosotros sepamos, ningún geógrafo se ha aventurado tan lejos más allá de la constatación de la correlación entre el umbral de densidad y la aparición de trastornos sociales. Lo que ocurre es que algunos de ellos se plantean en el estudio de los hechos sociales la cuestión siguiente: ¿existe de verdad una diferencia significativa entre la utilización de los conceptos tomados de la historia de la materia, y nuestro viejo determinismo funcionalista, que en su forma moderna sugiere que "el marco de vida determina el contenido de la vida" o bien que "las formas espaciales determinan las relaciones sociales"? Lo que toda esta problemática parece olvidar y, en efecto, olvida, es que las formas espaciales, desde el punto de vista del hombre, pueden concebirse igualmente como una "relación social, y que para esta dialéctica social se han de forjar conceptos nuevos (Castells, 1969). Esta es precisamente la tarea que se han propuesto, después de su relectura de Marx, el filósofro Louis Althusser y tos investigadores de la Escuela Normal Superior (Althusser, 1965; 1974; Althusser y Balibar, 1968; Badiou, 1961), y, más tarde, todo el equipo de sociólogos neomarxistas del Centro de Sociología Urbana de París, cuyos trabajos no sólo renuevan la problemática urbana sino también el pensamiento marxista. Las obras de Manuel Castells (1973), André Lipietz (1974), Ch. Topalov (1974), J. Lojkine (1972), Castells y Godard (1974) y E. Preteceille (1973, 1975) son ejemplares en este sentido. Por una parte, proponen una crítica radical de la función ideológica do un cierto tipo de discurso aparetemente científico -pero que no lo es- y, por otra, anuncian en la sociología francesa una verdadera revolución, siendo así que en Francia el marxismo, o más bien, los "marxismos", habían adquirido carta de naturaleza, sobro todo después de la Liberación, aunque -según un comentario de Yves Lacoste a propósito del marxismo de los geógrafos- a través esencialmente "de vagas peticiones de principio que apenas si han hecho avanzar la investigación cuando se ha tratado de precisar el objeto de estudio y más exactamente de formular una hipótesis" (Lacoste, 1976a). Las cosas son muy distintas en la actualidad en todos los terrenos del saber, y, desde este mismo año, incluso en geografía. Lo cual nos autoriza a volver a otra totalidad", la que propone el marxismo.
El estudio marxista de la totalidad marxista
Sólo plantearemos algunos puntos críticos, ya que la geografía teórica no existe todavía, si no es en el sentido de tomas de posición de principio. Por otra parte, no es éste lugar apropiado para presentar una problemática "ortodoxa" de la geografía en el campo de batalla ideológico, ni tampoco para pronunciarnos al respecto. La defensa de la ortodoxia no nos corresponde. Hay otros, más autorizados, que lo intentan (Levy, 1976; Poncet, 1976) y que, después de haber constatado el carácter "naturalista, reaccionario y empírico" de nuestra disciplina, se esfuerzan por establecer los principios de una ciencia geográfica, igual que ha hecho el marxismo con la economía política y la historia en la misma perspectica "la única que permite" "el conocimiento de la estructura de las formaciones sociales", de su historia, y también de su espacio. Se trata, en efecto, de construir a partir de los conceptos marxistas y del materialismo histórico aplicado a la economta política y a la historia, una ciencia del espacio, pero en relación con la concepción materialista de la dimensión espacial de la realidad. Al igual que el tiempo, el espacio no es más que una forma de existencia de la materia, el modo de realización necesario de los fenómenos de la materia, el rondo de realización necesario de las relaciones sociales. Apoyándose en la aportación principal de la "ciencia marxista", por ejemplo. el descubrimiento de la unidad dialéctica entre el espacio-tiempo y la realidad objetiva de la materia, o la de que en cada estadio de la historia se encuentran dados un resultado material, una suma de tuerzas productivas, una relación con la naturaleza y entre los individuos creados históricamente, relaciones que se derivan de la división del trabajo y que pasan necesariamente por el sistema de las relaciones de producción que caracterizan en última instancia la organización de la sociedad, la geografía marxista puede presentarse como la ciencia que, habiendo renunciado al fetichismo del espacio (de un "espacio en sí" que sustituiría a los hombres del mismo modo que la mercancía los reemplaza en la economía política burguesa), estudia las "formas espaciales especificadas por los modos de producción en sus relaciones y en su evolucion".
A este nivel, es interesante constatar que, mientras que para algunos, la constitución de esta ciencia pasa por la construcción de una teoría del espacio social y, más particularmente, de una teoría del espacio social en el estadio de la crisis del capitalismo monopolista de Estado, para otros, que se sitúan dentro del mismo marxismo oficial, tal proyecto está fuera de las posibilidades existentés y puede crear el peligro de alejar de los comunistas a los geógrafos, sean éstos de derechas o de izquierdas. ¿No se resucita así el debate entre "antiguos" y "modernos", el debate de la "cientificidad" inductiva o deductiva? Para Jacques Levy, la "ciencia nueva" debe tender a producir las leyes del desarrollo del espacio social. Y exige previamente una "profundización" teórica -aunque tuviera que pasar por la filosofía- que no es "un rodeo, sino un atajo, puesto que, en definitiva, se vuelve a encontrar lo "concreto" revestido de conceptos y de leyes. Y por ello es por lo que "hacer teoría" trabajando "para la ciencia", equivale a servir a la "práctica revolucionaria". Para Jean Poncet, sin embargo, "ni la geografía teórica ni ninguna ciencia de la tierra o de la sociedad serían capaces de producir leyes que no hacemos más que aprender a dominar y a utilizar", y cuyo conocomiento seguiría siendo "relativo a nuestro nivel de desarrollo social" y, progresando al mismo tiempo que él. Los términos del viejo debate se transforman, pues, en la medida en que se les inscribe en una historia de las prácticas sociales, de las que la ciencia no es más que un aspecto. Ello quiere decir que los marxistas se podrán ahorrar veinte años de enfrentamientos en un debate estéril -puesto que la cuestión no es ésta- entre las perspectivas "ideográficas" (investigación, definición y explicitación de lo particular) y las perspectivas "nomotéticas" (investigación, definición y explicitación de las leyes generales). En último término, ello equivaldría a volver al debate sobre el excepcionalismo; o sea, a recusar toda la aportación, no sólo del pensamiento estructuralista, sino también del pensamiento dialéctico en sus atributos más evidentes, relativos a la consideración de una totalidad racional.
En términos marxistas, sin embargo, la totalidad tiene una connotación muy diferente de la que tendría en términos sistémicos. Hasta el punto de que para un "purista" como Althusser, cuando se trata de utilizar este concepto para definir la naturaleza de una formación social, es preciso adoptar todo tipo de precauciones.
Ahora bien, no es la teoría de los sistemas lo único que se cuestiona. El propio Hegel no tenía la misma idea que Marx sobre la naturaleza de una formación social. Y, por esta razón, piensa Althusser que mejor valdría dejarle a Hegel la categoría de totalidad, y reivindicar para Marx la categoría de todo, pues Marx piensa en la sociedad como un todo complejo, estructurado, con dominante, mientras que en el meollo de la vieja totalidad acecharía la tentación de descubrir en ella un centro que seria su esencia, igual que en un círculo o en una esfera. Por el contrario, Marx sustituye la metáfora del círculo por la del edificio, que remite a la distinción entre infraestructura y superestructura (Althusser, 1976). El edificio comporta unos cimientos (infraestructura o base económica", "unidad" de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción) y una superestructura, que, a su vez, comporta dos niveles o "instancias": lo jurídicopolítico (el derecho y el Estado) y lo ideológico (las diferentes ideologías, religiosas, morales, jurídicas, políticas, etc...). Louis Althusser ha mostrado lo que sugiere esta "metáfora espacial", este "tópico" que representa en un espacio definido los lugares respectivos ocupados por tal o cual realidad: los pisos superiores no se podrían sostener (en el aire) por sí mismos si no se apoyaran precisamente sobre su base, lo económico, que es la "determinación" en última instancia" (Althusser, 1965, 1970). En el orden de las determinaciones no existe una proporción igual entre la base y la superestructura, los diferentes elementos y atributos del sistema -para hablar con el lenguaje sistémico- no pueden considerarse en el mismo plano; "la desigualdad con dominante es constitutiva de la unidad del todo". Y esta desigualdad es lo que permite pensar que pueda ocurrirle algo real a una formación social, y que ello incida, por la lucha política de clase, en la historia real. Esto, por lo menos, es lo que defendía Althusser delante de su jurado en Amiens.
Las leyes fundamentales de la "temática" marxista
A través de su "temática", Marx propone, pues, un cierto número de leyes fundamentales que rigen las interacciones sociales: "he aquí lo que es determinante en última instancia", "he aquí el lugar que ocupas" "he aquí hasta donde debes desplazarte para cambiar las cosas" (Aíthusser, 1976). Del conjunto de la crítica althusseriana del Capital ¿qué podemos retener que pueda guiamos directamente en nuestros estudios geográficos "de las formas espaciales especificadas por los modos de producción"? Creemos que estas leyes se pueden reducir a lo que vamos a definir, con prudencia, como dos axiomas fundamentales, dos artículos de fe del marxismo, que nuestros estudios han ignorado en su gran mayoría. La primera ley (o ¿principio? o ¿axioma?) enuncia que "el modo de producción de la vida material, domina en general el desarrollo de la vida social, política e intelectual" (Marx, Crítica de la economía política, 1859).
La segunda ley (o ¿principio? o ¿axioma?) establece que "la esencia del hombre no es una abstracción inherente al individuo aislado; en su realidad, es el conjuhto de las relaciones sociales" (Marx, Sexta tesis sobre Feuerbach, 1845). Estos dos principios han inspirado todos los ataques contra los estudios llamados "racionalistas liberales" que proyectan la imagen de una sociedad formada por una amalgama de individuos, que mantienen relaciones competitivas y conflictivas. "Individualismo, libertad económica e igualdad jurídico-política, estos elementos del pensamiento metafísico occidental –según Piaget- devienen la ciencia de un universo naturalizado de cosas y de individuos". Para el antropólogo Gerald Berthoud "esta visión liberal del capitalismo deja aparecer una imagen atomizada de la sociedad, reducida a estrategias individuales, o incluso a opciones y decisiones. Esta lectura de lo social tiene, entre otras ventajas, la de eludir toda idea de lucha de clases, en provecho de una "pulverización" del conflicto, que lo reduce a su sola dimensión individual. Ahistórico por excelencia, el sociocentrismo liberal se base en el postulado de una identidad exclusiva de la naturaleza humana, no sólo en sus invariantes biológicas, sino también en los comportamientos individuales".
Los estudios geográficos no se libran de la crítica, ya se inscriban en un paradigma de origen económico (tales como los que han proseguido los trabajos de Walter Christaller y de August Lösch sobre los lugares centrales, o los dedicados a los modelos de utilización del espacio urbano), ya en un paradigma sociológico (como nuestros análisis factoriales y nuestros estudios del espacio social metropolitano), o bien en un paradigma de los comportamientos (llamado "behaviorista" o conductista), centrados en el problema de la movilidad residencial, o que se apoyan en la práctica de los juegos urbanos, y que incluso se presentan como una problemática general de los comportamientos económicos en el espacio, tal como la geografía propuesta por un Eliot Hurts, que sin embargo, se califica de "radical". La crítica ya no se dirige, en efecto, contra el enfoque, sino contra los contenidos teóricos. Todos estos trabajos hacen abstracción, directa o indirectamente, de la problemática de las clases, abstracción que queda reforzada por la utilización de herramientas intelectuales y técnicas que no pueden hacer otra cosa que evacuar esa problemática. El concepto de "middle-class", en efecto, evacúa la contradicción capital-trabajo en la medida en que, al ser concebida como eje central de los procesos sociales, se convierte en el lugar donde se disolvería la lucha de clases (Poulantzas, 1974).
Del mismo modo, cuando el ecólogo factorial, o incluso cuando hasta el mismo especialista radical de la geografía del comportamiento, consideran que la esfera del consumo, y consiguientemente del comportamiento, se compone de familias cuyo conjunto, relativamente homogéneo, está únicamente "estratificado" de acuerdo con diferencias demográficas, geográficas, socioprofesionales, de rentas, de nivel de educación, de prácticas culturales, etc.... y que el estudio del consumo se agota en múltiples investigaciones de correlación lo más ajustadas posible eistadísticamente a cada tipo particular de consumo (Preteceille, 1975), el efecto teórico principal, a pesar del interés empírico de tales trabajos consiste en poner de relieve ese continuum de categorías. Esto es precisamente lo que hacen los "factors scores" (peso local de los factores) del componente principal del espacio social, tradicionalmente descubierto, y que los ecólogos factoriales han bautizado con el nombre de "status socioeconómico". Si no se lleva cuidado, es decir, si se trabaja sin un soporte teórico preciso con el que confrontar los resultados empíricos, la consideración del continuum de los "scores" puede conducir, "inductívamente", a un razonamiento que, en razón de la misma lógica que preside su descubrimiento, niegue prácticamente la existencia de clases sociales no sólamente opuestas sino ni tan siquiera definidas y delimitadas. Una vez más, la contradicción capital-trabajo queda escamoteada, y ya sólo se hablará de desigualdades entre categorías sociales, entre las favorecidas (ésta será la categoría de los cuadros superiores y de las profesiones liberales, y no la de la acumulación de capital) y las "desfavorecidas" (pero no "explotadas").
Los continuums factoriales, en este caso, son las equivalencias de lo que representan las distinciones introducidas por Colin Clark entre los sectores primario, secundario y terciario, o, como ya hemos visto, de lo que representa el concepto de "middle class" en Norteamérica. Idéntica crítica se hace, asimismo, a la conceptualización liberal de la noción de sistema urbano; una buena muestra de tal crítica la constituye la obra de Manuel Castells, La cuestión urbana(1973), uno de los títulos fundamentales de la nueva escuela de sociología urbana.
Para Castells, ya no se trata de criticar el enfoque sistémíco en nombre de la irreductibilidad del hombre, sino más bien de rechazar "como única perspectiva el análisis de un sistema social cuyas normas han sido establecidas por valores culturalmente definidos, de acuerdo con un proceso inexplicable en el marco del sistema". De ahí que, para M. Castells y sus camaradas, surja la necesidad de producir nuevas herramientas de conocimiento, y en primer lugar, de proponer una nueva definición de los elementos estructurales y de las relaciones que determinan el estado del sistema urbano. Estas relaciones se describen en el marco de una problemática para la cual el estado del sistema depende asimismo de la matriz general del modo de producción.
Pero por "modo de producción" no se entiende lo económico, sino, según dice Castells (1969), "una forma específica de articulación de los elementos (instancias) fundamentales de una estructura social, a saber, "sistema económico, político-jurídico, ideológico", sin que sea limitativa la lista de los "sistemas" posibles. Sin embargo, "en todo modo de producción existe un sistema dominante,variable, cuyo lugar en la estructura caracteriza al modo de producción en cuestión. En todo modo de producción hay un sistema determinanteen última instancia, que es invariante; y que siempre se trata del económico". El "sistema urbano" se define entonces corno la "articulación espacialmente específica de los elementos fundamentales del sistema económico" (Castells, 1969) o, más precisamente, como "la articulación específica de las instancias de una estructura social en el seno de una unidad (espacial) de reproducción de la fierza de trabajo" (Castells, 1973). El sistema urbano es la "estructura de las relaciones entre proceso de produccióny proceso de consumoen un conjunto espacial dado, a través de un proceso de intercambioy de un proceso de gestiónde las relaciones" (Castells, 1969). De ahí la importancia del papel del aparato de Estado, y de la planificación. Y esta idea fundamental en el pensamiento de Manuel Castells: "la planificación urbana es, en general, la intervención del sistema político en el sistema económico, a nivel de un conjunto socio-espacial específico, a fin de regular el proceso de reproducción de la tuerza de trabajo (consumo) y de reproducción de los medios de producción (producción) superando las contradicciones aparecidas en el interés general de la formación social cuya subsistencia se asegura así (Castells, 1969). Puesto que esta intervención determina una configuración particular de los actores sociales, estos actores no existen por sí mismos: "son el estado de las relaciones sociales a nivel del sistema urbano. El sistema de actores urbanosresulta del reparto de los agentes sociales (individuos o grupos) en los diferentes elementos y subelementos del sistema urbano". El comportamiento de estos actores no se puede considerar, pues, como expresión de un juego de influencias sino como efecto necesario de las relaciones que los elementos estructurales mantienen entre sí. Lo cual quiere decir que tales actores actúan de acuerdo con los "intereses" inscritos en la definición de que son objeto, y que la articulación de dichos intereses manifiesta las leyes de la coyuntura de la formación social en cuestión. El problema consiste entonces en determinar esas leyes y considerar la manera cómo el conjunto de la estructura determina al sistema urbano y al sistema de los actores" (Castells, 1969, p. 24).
Estamos, pues, cerca y lejos a la vez de la problemática de Brian Berry. El recurso al principio determinante de la existencia del modo de producción dominante, así como al principio de una esencia del hombre que no seria otra cosa que el conjunto de las relaciones sociales; el hecho, en fin, de que no se conciba el conjunto de los condicionamientos sociales sino bajo la forma de un movimiento dialéctico (contradicciones, superación, totalización), desemboca naturalmente en el rechazo de todo análisis que considere a los actores como sujetos autónomos sin referencia alguna al contenido social que expresan. Tales análisis son rechazados a priori por idealistas e ingenuamente empiristas Se dirá que su problemática se basa en un postulado filosófico, que es una cuestión de creencia pero no de ciencia, a saber, "la existencia de un sujeto racional capaz de determinarse individual y libremente, independientemente de sus determinaciones sociales". En este sentido, la proposición de un Ludwig Von Bertalanffy (1968) de que "el mandamiento último" de la teoría de los sistemas es que "el hombre no es solamente un animal político, sino ante todo, y, por encima de todo, un individuo", es calificada de enormemente ideológica.
Por el contrario, arrancar del concepto de modo de producción es, para el marxista, la única manera de enfrentarse con la realidad concreta de las relaciones sociales. Y no se trata de una mera cuestión de vocabulario; sino que traduce la elección de una nueva problemática que exige nuevos conceptos. La producción es producción del consumo. La reproducción del modo de producción implica fundamentalmente la reproducción de la fuerza de trabajo como fuerza de trabajo especificada, adecuada a ese modo de producción por el número, la cualificación, la localización. La conceptualización del espacio cambia entonces por completo, de la misma manera que el modo de explicación de su diferenciación, que se hace a la vez estructuralista y genética. El espacio que vamos a estudiar no existe independientemente de las prácticas sociales: es el espacio de la reproducción de las relaciones de producción, teniendo en cuenta que el concepto de reproducción es un concepto dialéctico que engloba el aspecto estático y el aspecto dinámico, y que toda reproducción supone una cierta transformación. El desarrollo de las contradicciones se convierte entonces en un elemento central de la transformación en la reproducción (Preteceille, 1975). Evidentemente, tales perspectivas son de orden sociológico y su traducción en términos geográficos debería tener en cuenta las propiedades del espacio que escapan a los procesos de producción social. Que tales propiedades existen parece suponerlo la reflexión actual sobre el enfoque sistémico con la suficiente fuerza como para que no renunciemos a buscarlas en principio. En particular, habría que plantearse si en un sistema "espacial" existen esas invariantessobre cuya naturaleza cabría pronunciarse, y si existen leyes constantes, que van desde lo biológico a lo social, y que hay que tener en cuenta si se quiere construir otros sistemas, una alternativa cualquiera al sistema impugnado. Baste con un ejemplo por ahora: el conjunto de los descubrimientos que se han hecho sobre la estructuración jerárquica de las ciudades y de las redes urbanas ¿corresponden a un saber teóricamente fundado, científico, que traduzca el principio fundamental de la energía mínima,o a un saber ideológico en sí, que sólo sería empírico y que tendría por función el hacernos aceptar como necesarias unas políticas de estructuración jerárquica del espacio nacional o del espacio urbano en provecho de la burguesía, del capital ligado al aparato de Estado, o incluso de las empresas multinacionales? ¿Qué se puede decir, por otra parte, de todo lo que la teoría de la información nos permite comprender en el espacio de nuestras prácticas sociales? ¿Qué decir de los fundamentos de la interacción espacial tal como empezamos a descubrirlos gracias a la teoría de la comunicación? En todos estos campos la investigación no ha llegado aún a resultados definitivos.
Más allá del marxismo: por una problemática de lo aleatorio y la confrontación
En espera de poder opinar sobre datos concretos, hagamos notar que este tipo de reflexión no es forzosamente determinista, aunque incluso el marxismo se haya podido confundir y haya sido confundido con un esquematismo positivista. Pues en la formulación concerniente al modo de producción, el "en general" tendería a relativizar el "dominio", haciendo la formulación más probabilista que determinista. Como ha puesto de relieve Michel Maffessoli (1975), el texto de Marx citado más arriba continúa de este tenor: "Pero hay también las formas jurídicas, políticas, religiosas, en las que los hombres toman conciencia de este conflicto y lo llevan hasta el fin". En el pensamiento de Marx hay lugar para algo más que un determinismo económico simplista, pues el mundo social no se puede reducir al mundo de la producción y al del intercambio. Los geógrafos marxistas deberían tenerlo pn cuenta. También ellos, incluso desde una perspectiva marxiana, correrían peligro de ocultar una parte de la realidad. Si la geografía marxista consiste en un enfoque puramente económico -y hasta economicista- de lo social, es decir, en una explicación del conjunto a partir únicamente del análisis de los medios de que una sociedad se dota para asegurar su supervivencia, se trataría entonces de una problemática análoga a la de un Christaller, aunque arrancara de premisas muy diferentes. En realidad, creemos que las cosas pueden ser muy distintas, aunque todos podamos reconocer el peso determinante del modo de producción.
Se puede admitir, en efecto, como postulado, de acuerdo con el filósofo Jean-Paul Sartre, que la proposición de Marx sea "una evidencia insuperable mientras las transformaciones de las relaciones sociales y los progresos de la técnica no hayan liberado al hombre del yugo de la escasez", pero que "tan pronto como exista para todos un margen de libertad real más allá de la producción de la vida, el marxismo desaparecerá; y, en su lugar, nacerá una filosofía de la libertad". Pero, por el momento, "no tenemos ningún medio, ningún instrumento intelectual ni ninguna experiencia concreta que nos permita concebir esa libertad y esa filosofía" (Sartre, 1960). Tal es la posición de la crítica marxista, o, al menos, su punto de origen, "el lugar desde donde habla".
La cuestión que se plantea entonces es la siguiente ¿es esta crítica también ideológica? Sí y no. No, cuando propone el punto de partida posible de una nueva problemática conceptual cuya eficacia para dar cuenta del conjunto de los fenómenos observados habrá que verificar. Sí, cuando en lugar de utilizar el marxismo para aportar un cierto número de directrices, de tareas a emprender, de problemas a resolver, un conjunto de proposiciones susceptibles de numerosas interpretaciones -que es lo que Sartre reclama-, se le convierte en un saber, en un conjunto de postulados y de axiomas de los que se pueda deducir todo conocimiento. Aquí, es preciso citar una crítica al discurso marxista, hecha en 1960:
"Nadie duda de que el marxismo permita situar un discurso... Pero ¿qué es situar? Si me remito a los trabajos de los marxistas contemporáneos veo que intentan determinar el lugar real del objeto considerado en el proceso total: se establecerán las condiciones materiales de su existencia, la clase que lo ha producido, los intereses de esa clase (o de una fracción de esa clase), su movimiento, las formas de su lucha contra las otras clases, la relación de fuerzas en presencia, el embite, etc... El discurso, el voto, la acción política o el libro (podríamos sustituir estos términos por los diferentes construidos a los que se aplica la reflexión geográfica) aparecerá entonces en su realidad objetiva como un cierto momento de aquel conflicto: se le definirá a partir de los factores de que depende y por la acción real que ejerce; así, se le presentará como una manifestación ejemplar en la universalidad de la ideología o de la política, consideradas ambas como superestructuras. Este método no nos satisface: es un método a priori; no obtiene sus conceptos de la experiencia -o, al menos, de la experiencia que pretende interpretar- sino que los ha formado previamente, y está seguro de su certeza, y les asigna el papel de esquemas constitutivos: su único objetivo consiste en hacer encajar los acontecimientos, las personas o los actos considerados en moldes prefabricados. El formalismo marxista es una tentativa de eliminación. El método se identifica con el Terror por su negativa inflexible a diferenciar; su objetivo es la asimilación total al menor coste posible. Hay que rechazar el apriorismo pura y simplemente: unicamente el examen sin prejuicios del objeto histórico permitirá determinar en cada caso si la acción o la obra reflejan los móviles superestructurales de grupos o de individuos formados por ciertos condicionamientos de base, o bien si no se les puede explicar más que refiriéndose inmediatamente a las contradicciones económicas y a los conflictos de intereses materiales".
Y el autor de la cita añade:
"Valéry es un intelectual pequeñoburgués sin vuelta de hoja. Pero no todo intelectual pequeñoburqués es Valéry. La insuficiencia heurística del marxismo contemporáneo se resume en esas dos frases" ¿Quién es el autor de la cita? Un hombre poco sospechoso de transmitir en su discurso una ideología de derechas y liberal, uno de los más grandes filósofos de nuestro tiempo, Jean-Paul Sartre.
Al término de este análisis ¿puede esperarse que a un lado y otro de las fronteras ideológicas se haya comprendido la lección dada por el autor de la Crítica de la razón dialéctica en sus "cuestiones de método"? Una vez criticado el hecho de que algunos geógrafos en posesión de lo que ellos creen ser la mathesis universalis, apliquen su método indistintamente a objetos de estudio naturales y sociales en primer lugar, y, en segundo lugar, indistintamente a cualquier tipo de fenómeno social sin que se hayan tomado el trabajo de demostrar la correspondencia ontológica entre categorías científicas y estructuras de la realidad -lo que evidentemente puede desembocar en aberraciones- nos queda todavía por definir la naturaleza de esos procesos sociales y, por consiguiente, recurrir a una teoría de la sociedad. ¿Puede derivarse esa teoría de la imagen del mundo que nos da, por ejemplo, la física cuántica, por isomorfismo? En esta dirección parece que se orienta actualmente un Brian Berry. ¿Podría derivarse esta teoría de la problemática marxista? Esto es lo que intentan los geógrafos del movimiento radical en Norteamérica, y lo que está empezando a conseguir en Francia la nueva escuela de sociología urbana. Me parece que la opción entre ambas posiciones es todavía asunto de fe, con la salvedad de que la segunda postura puede parecer más conforme a una lógica concreta en la medida en que es específicamente social.
Pero, al margen de demostraciones futuras, ello no es razón para rechazar a priori la aportación positivista y neopositivista, ni, sobre todo, para negar la problemática conceptual y metodológica llamada sistémica, aún cuando sus conceptos deriven de la física. En este punto me parece muy importante hacer dos observaciones. La primera es de Jean Ullmo que, en su epistemología de la física (1969), recuerda que cada concepto adquirido por el método científico es un trampolín para el pensamiento y que "la conservación de la materia, de la energía, han servido de guía para explorar los nuevos sectores de la realidad, a condición en todo caso de intentar definirlos y medirlos". Precisamente, las investigaciones de un Roger Brunet en Francia (1969,1972,1973, 1975) son muy esperanzadoras desde el punto de vista porque los conceptos sistémicos en que basa su problemática de la región están explícitamente definidos y se pueden medir. ¿Por qué no aceptar como hipótesis de trabajo al menos otra observación de Jean UIlmo: "parece que más allá del campo operatorio propio de tal o cual orden de fenómenos, la naturaleza desvela a veces una intuición fundamental que revela mecanismos esenciales". Negarlo seria ideológico. Más todavía. Edgar Morin, sociólogo y antropólogo, recuerda -y ésta será nuestra seginda observación- a propósito de su libro L'Esprit du temps 2 (Morin, 1975) que "el hombre es el trílogo o la tríada de los tres órdenes que son el individuo, la especie, la sociedad". Y si el hombre no es ese "gran todo" que envuelve la sociedad y "disimula la especie entre sus pliegues, sino un conjunto de tres términos complementarios y antagonistas" se puede completar la definición de Marx sobre el hombre "conjunto de sus relaciones sociales", el conjunto de las interrelaciones sociales diciendo: "físicas, biológicas y sociales"sin que ninguno de los tres términos quede privilegiado: (entrevista concedida a Sauvage, nº25, 1976). No se está muy lejos de Marx, pero tampoco se queda reducido a él.
En nuestra opinión, es ideológico cualquier discurso que sea unívoco, es decir, que se remita siempre a un mismo referencial, nacido ya sea de una problemática positivista basada en la idea de que se puede tormar parte de un sistema y juzgarlo, ya de una inspiración dialéctica o freudomarxista, llamésele como se quiera. Tomar precauciones respecto a las ideologías no es construir un nuevo tipo de discurso científico, que seria "neo-científico", con el pretexto de que la ciencia se construye contra las ideologías. Tomar precauciones es descubrir que el positivismo y el reduccionismo que pretenden la objetividad, andan sueltos por ahí, a derecha e izquierda, en mi y fuera de mi, y que, como arma ideológica, lo utilizan tanto el conservadurismo como la contestación siempre que se trate de justificar a posteriori una opción primordial que nada tiene que ver con la ciencia. Sobre este tipo de comportamiento "científico", Roger Garaudy ha escrito páginas admirables (Garaudy, 1975). Tomar precauciones con respecto a la ideología quizá no sea otra cosa que proponerse referenciales distintos. Si bien esta confrontación no es posible en, y a través de, un investigador aislado, hay que admitirla a nivel de un trabajo de equipo, llevado conjuntamente y, si ello es posible, en un marco interdisciplinario.
Parece que una experiencia de este tipo se ha llevado a cabo en Ginebra bajo la dirección de Jean Piaget que, a lo largo de su carrera, ha sabido hacer trabajar de modo notablemente creador a marxistas y no marxistas. En el sentido epistemológico del término (SUSTEMA, es decir, las cosas que van juntas... a pesar de todo), el sistema propuesto a nuestra reflexión y a nuestra práctica científica derivarán sin duda de ese estructualismo y esa epistemología genética cuyo fundador y teórico ha sido Piaget, y que quizá hagan posible que un día los geógrafos dialecticen su utilización del enfoque sistémico tradicional, tarea que, me parece, es prioritaria. Hablando del positivismo lógico Piaget denunciaba un error central que deseo no cometan los geógrafos liberales o radicales, en los siguientes términos: "transformar el método en doctrina", "codificar el análisis formalizante hasta hacerlo solidario del dogmatismo, del más peligroso dogmatismo en ciertos aspectos, el de las tradiciones positivistas que querrían encerrar la ciencia dentro de fronteras definitivas en lugar de dejarla libre de practicar las aberturas que su dialéctica interna le lleva incesantemente a imaginar y a ensanchar" (Piaget, 1969).
Con esta óptica, ¿qué dirección podemos imprimir a nuestro trabajo de geógrafo? ¿Cuál puede ser el objetivo de una geografía activa? William Bunge, uno de los padres de la "nueva geografía" teórica, deductiva, cuantitativa, nomotética, y también el más "radicalmente" comprometido de los geógrafos norteamericanos, escribe en el trabajo colectivo Directions in Geography (Chorley ed., 1973), al final de un artículo titulado "Etica y lógica en geografía", una respuesta admirable a la pregunta que formulábamos: "que la tierra esté llena de regiones felices". Quedándonos más acá de la utopía ¿podríamos formular un nuevo proyecto para una ciencia del espacio que estuviera al servicio del hombre? En este sentido, permítasenos unas cuantas consideraciones a título personal.
La geografía a la búsqueda de una ética del espacio
No se trata aquí de rechazar la aportación de la "nueva geografía" en la que nos basamos. Nuestra disciplina debe dotarse actualmente de los medios formales y técnicos, de un enfoque científico, todo lo cual supone una remodelación de los programas de formación de los geógrafos. De lo contrario, el discurso que la geografía ofrezca quedará, antes o después, completamente desplazado de la formación de los adolescentes porque la geografía de los adultos habrá desaparecido. Y ello sería tamentable. Puesto que si la geografía aprendiese a no caer en la trampa racionalista y cientifista del neopositivismo, para el que la realidad social se podría reducir a un conjunto de variables aisladas e incoherentes que se estudian en el mismo plano, quizá entonces pudiera ofrecer un discurso vital para nuestro tiempo. Para ello no basta con buscar, matemáticamente y de una manera casi siempre sincrónica (simultánea), un orden, una serie de regularidades, entre los fenómenos estudiados, para que dicho orden o esas regularidades permitan, consciente o inconscientemente, justificar la existencia de un orden en el mundo, un mundo justificado naturalmente a partir de una especie de filosofía de la evidencia que legitime el statu quo, el de una ideología de conservación de las posiciones adquiridas. Para quienes redescubran hoy, siguiendo a Marx, que las malas relaciones que los hombres mantienen entre sí, e incluso para todos aquellos que redescubren a través de la revelación bíblica que existe una relación de dependencia entre la naturaleza de nuestra relación con Dios y la de nuestras relaciones con los hombres y su creación, para todos los que rechacen las determinaciones positivistas, para todos ellos ha llegado el momento de elaborar una nueva geografía crítica orientada por la voluntad explícita de cambiar el mundo y no sólo de comprenderlo.
Ante la coyuntura ecológica, técnica, económica, social y política, todos los geógrafos definidos por su rechazo del statu quo, han intentado plantearse el valor de las organizaciones que describen y explica. su valor ecológico, económico, social, político. Evidentemente, entre estos términos se producen distorsiones y antinomias considerables. Así, pues, el resultado del análisis geográfico puede ser la presentación dinámica de un cierto número de opciones (dinámica opcional) que, en cada caso, presentaría virtualidades múltiples (George, 1973). Cada una de esas virtualidades transmite una cierta significación ecológica, económica, social, política (por ejemplo, la posibilidad de un control democrático sobre la organización y la producción de cualquier espacio). Según el sentido que se le dé, aparecerán una serie de consecuencias, positivas o negativas, para los individuos pertenecientes a clases, grupos de edad o de status diferentes, según que se privilegie a tal o cual componente de la coyuntura. El geógrafo que no quiera "mojarse" debería, según Pierre George, detenerse en este tipo de presentacion.
Pero el espacio que intenta producir el aparato de Estado, que es producido por tal o cual modo de producción, por tal o cual clase social, no es forzosamente el espacio en que desearía vivir la mayoría. Lo cual es suficiente para que algunos geógrafos se pregunten cómo ejercer un control sobre la producción de nuestro espacio, es decir, el lugar de nuestra ética (ethos: estancia y modo de vivir, a la vez, según recuerda Bernard Rordorf en La transformation de l'espace habité, "Bull, du Centre protestant d´Etudes", julio 1975), cuyo destino parece estar en manos de los poderes dominantes y egoístas de nuestra sociedad.
Frente al discurso del economista o del ingeniero que prevalece actualmente,
y cuya función, muchas veces inconsciente, quizá consista
en reforzar y hacer aceptar la ideología dominante, el geógrafo
puede asumir la función de desarrollar el discurso de la alternativa
posible, dando forma a la reflexión del hombre habitante y del hombre
trabajador que, viviendo en su sociedad local, inmerso en su etno-cultura,
ve cómo se produce todos los días un espacio al que no sólo
no reconoce sino cuyo equilibrio ecológico se ve tan amenazado como
el equilibrio social que se inscribe en él. Si bien, durante largo
tiempo, el discurso sobre el espacio respondía, al menos parcialmente,
a una voluntad de control de dicho espacio por quienes lo ordenaban en
provecho propio, ¿por qué no imaginar la posibilidad de un
discurso que permita que los hombres aprendan a leer las diversas manifestaciones
de la producción de su espacio, que les de capacidad para analizar,
para "saber pensar el espacio", condición de un espíritu
crítico que incite a reclamar el control democrático de la
producción de las formas de organización del espacio,
condición
de un verdadero progreso de nuestra libertad frente a los marcos de vida,
a los lugares que se nos imponen y a las contradicciones que sufrimos todos
en nuestra vida cotidiana? En este mundo económico y técnico,
podría elevarse una voz nueva, una voz que fuera realmente popular,
arraigada en el saber y en las prácticas populares, un discurso
que apuntara al objetivo que se había propuesto Marx: realizar la
teoría científica cuya experiencia cotidiana tenían
las masas. Si tal fuera el objetivo del discurso geográfico, todavía
habría que inventarlo y darle forma.
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