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Depósito Legal: B. 9.348-1976 Año VII. Número: 39 Mayo de 1982 |
LA TEORÍA FÍSICA DE LA TIERRA. UNA TESIS EN LA GINEBRA DEL SIGLO XVIII
Traducción del latín por Virgilio Bejarano
I. GABRIEL CRAMER Y EL DESARROLLO DE LAS CIENCIAS FISICO-NATURALES EN LA GINEBRA DEL SIGLO XVIII
por Horacio Capel
Uno de los acontecimientos notables de la ciencia europea del siglo XVIII fue la conversión de la ciudad de Ginebra en un importante centro científico internacional. Dos figuras tan destacadas de la Ilustración como fueron Voltaire y Rousseau estuvieron íntimamente asociados a la vida intelectual ginebrina. Pero, al mismo tiempo, en esa ciudad se formaron y realizaron su actividad un buen número de científicos que efectuaron importantes contribuciones en campos diversos de las ciencias físico-naturales, y que gozaron en su época de una gran reputación internacional. La simple enumeración de algunas de las más destacadas figuras de ese movimiento científico resulta impresionante y, de hecho, la historia de las ciencias matemáticas y físico-naturales del siglo XVIII no puede realizarse sin citar en un momento u otro algún científico ginebrino: en matemáticas Gabriel Cramer, Louis Bertrand o Simon Antoine I 'Huillier; en astronomía Jacques André Mallet o Jean Trembley; en física Jacques Berthelemy Micheli du Crest, Jean Jallabert, Georges Louis Le Sage, Pierre Prevost, Marc August Pictet, Nicolas Theodore de Saussure; en geología Jean André Deluc, Horace Benedict de Saussure; y sobre todo en zoología, botánica y biología, donde la nómina es realmente impresionante: Abraham Trembley, Charles Bonnet, Jean Senebier, François Huber, Henri Albert Gosse, Jean Antoine Colladon o Jean Pierre V aucher.
Una tal floración de grandes científicos en una ciudad que contaba apenas con 18.000 habitantes a principios del siglo XVIII y unos 25.000 en vísperas de la Revolución Francesa es realmente sorprendente. Tanto más si tenemos en cuenta que este desarrollo es, en realidad, un hecho del siglo XVIII y no está ligado a una tradición previa que lo explique. Efectivamente, durante los siglos XVI y XVII no existió en Ginebra una auténtica comunidad científica, y la preocupación por estos temas era relativamente escasa. Sólo en teología existía una importante tradición desde la época de Calvino. Pero el rigorismo doctrinario y dogmático del calvinismo no favorecía precisamente el desarrollo científico. Desde la segunda mitad del siglo XVlla iglesia calvinista fue muy conservadora y desde un punto de vista filosófico-científico favoreció la enseñanza de Aristóteles. La Venerable Compagnie des Pasteurs velaba eficazmente para que los profesores de filosofía de la Academie de Geneve se mantuvieran dentro de los principios aristotélicos y de la sana filosofía.
Sin embargo, de forma repentina, a comienzos del siglo XVIII la ciencia adquiere en Ginebra un gran prestigio, y conoce un espectacular desarrollo, que es sobre todo intenso entre 1730 y 1760. La investigación de los factores que determinaron este brusco despegue merece sin duda la mayor atención, y puede ser objeto de diversas interpretaciones. Pero de una cosa no cabe duda: en el origen de este movimiento se encuentran dos o tres grandes personalidades científicas, y una de ellas es indiscutiblemente Gabriel Cramer. El conocimiento de la biografía vital y científica de este autor presenta por ello un enorme interés.
Aunque fue esencialmente un matemático,
Cramer tuvo también un gran interés por la ciencia de la
naturaleza y orientó a algunos de sus discípulos en esta
dirección. Las relaciones científicas internacionales que
llegó a anudar aseguraban un elevado nivel de información
sobre los avances de la investigación en los principales centros
europeosUno de sus discípulos, Robert Guillaume Rillet realizó
bajo su dirección una tesis sobre la estructura física de
la Tierra, presentada en 1735. De hecho, de acuerdo con las normas científicas
de la época, la tesis puede serie también atribuida al director,
pues él era quien facilitaba una parte importante de las ideas y
las orientaciones (1). El interés esencial de dicha
tesis es que facilita un resumen muy valioso de las ideas que dominaban
en Europa hacia los años 1730 acerca de la estructura física
de nuestro planeta. Puede servir, pues, como elemento de comparación
para interpretar el desarrollo de la reflexión científica
sobre el mismo tema en otros países -por ejemplo, en Españay
a lo largo del siglo XVIII. Esa es la razón de que se haya elegido
para su publicación en "Geo Crítica". La presente nota tiene
por objeto simplemente presentar la figura de Cramer, con el fin de que
se pueda valorar adecuadamente el trabajo que hoy publicamos.
La formación de una comunidad científica
En el desarrollo de la actividad científica ginebrina puede señalarse un hito esencial: la creación efectiva de la cátedra de Matemáticas en la Academie de Geneve en 1724. Dos jóvenes que apenas contaban 20 años y que pertenecían a ricas familias de la burguesía ginebrina fueron elegidos para ocupar simultáneamente dicha cátedra: Jean Louis Calandrini (1703-1758) y Gabriel Cramer (1704-1752). Poco después, en 1737 se iniciaban también en el mismo centro las enseñanzas especializadas de física experimental, de las que se encargó un discípulo de Cramer, J~an Jallabert (1712-1768). A partir de esas techas existe ya una enseñanza institucionalizada de la ciencia moderna en Ginebra al nivel superior.
La creación de las cátedras de Matemáticas y de Física coincide con la aparición de un nuevo ambiente intelectual en la ciudad de Calvino y, más concretamente, en la Academia por él fundada. Desde comienzos del siglo XVIII la burguesía ginebrina se interesa cada vez menos por la teología como actividad intelectual. Hay una crisis de reclutamiento en la Facultad de Teología, la más prestigiosa durante el siglo XVII, y los hijos de las familias burguesas abandonan estos estudios para dedicarse a la ciencia. La teología, por otra parte, se hace menos doctrinaria y dogmática y los pastores adoptan una actitud más tolerante, lo cual se refleja en los estudios de la Academia.
El principal inspirador de las reformas que se realizaron en la Academia y en la Iglesia ginebrina fue Robert Chouet, admirador de Newton y de la nueva filosofía. Tanto él como el "nuevo Calvino" Alphonse Turrettini parece que adoptaron una actitud teológicamente más tolerante, influidos precisamente por la filosofía natural. En cualquier caso, la filosofía de Aristótéles fue expulsada de la Academia y sustituida primero por Descartes y, en seguida, por Locke y Newton. Estos dos autores fueron ampliamente difundidos en sus aulas mucho antes que en otros lugares de Europa (2). La filosofía racionalista, llamada a veces cartesiana, triunfaba. Hacia 1715 el espíritu que empezaba a ser dominante en las enseñanzas aparece reflejado en las palabras que escribió un discípulo indirecto de Chouet, en una tesis de filosofía dedicada precisamente a él: "Buscar la evidencia y la certidumbre propia de cada cosa mediante un libre y juicioso examen, fundado en una justa desconfianza, ese es el método moderno, al cual se debe el estado moderno y florecimiento de las ciencias y de las artes en todos los lugares en que los prejuicios, la autoridad y la superstición no le han cerrado la entrada". No se trataba tanto de defender a Descartes como de mantener la verdad, y más el método cartesiano que el mismo sistema (3). El culto a los antiguos era sustituido por la reflexión propia y por una valoración de los autores modernos. Algunos años más tarde de que se hubieran escrito esas palabras Gabriel Cramer podía oponer netamente el método de los modernos al de los antiguos, y mostrar su confianza en el primero:
"Si los Antiguos -escribe- han tenido tanto espíritu y genio como los modernos, son inferiores, sin embargo, por el método, por ese arte Infinitamente útil de deducir de un solo principio universal un gran número de verdades, de someter las a reglas generales, de desarrollarlas mediante consecuencias uniformes y de ligar las unas a las otras de la manera más adecuada para hacer nacer nuevos descubrimientos" (4).
Y el mismo Cramer daba cumplida demostración de la validez de esta idea oponiendo frente al análisis geométrico de los antiguos el análisis algebraico de los modernos en su Introduction a l'analyse des lignes courbes algébraiques (Ginebra, 1750), en donde no deja de señalar que la superioridad matemática de los modernos se debe a la invención del álgebra, "medio ingenioso de reducir los problemas al cálculo más simple y más fácil que la cuestión propuesta puede admitir: esta llave universal de las matemáticas ha abierto la puerta de ellas a muchos espíritus para los cuales hubiera permanecido cerrada sin esa ayuda (5).
La apertura de la Academie de Geneve a la nueva filosofía y a la ciencia experimental se produce paralelamente a un despertar del interés de la sociedad ginebrina por los temas científicos. Las razones de este repentino favor son, sin duda, diversas. Conviene tener en cuenta que la revocación del edicto de Nantes (1685) había hecho llegar a Ginebra a un gran número de inmigrantes protestantes, y que sólo en el verano y el otoño de 1687 encontraron asilo en Ginebra unas 8.000 personas, lo que permitió que la población se elevara en 1693 a 16.000 habitantes, a pesar de una importante epidemia de peste(6). Al igual que había ocurrido tras la noche de San Bartolomé (1572), los recién llegados eran, en gran medida, personas cualificadas, predominantemente de profesiones liberales y, ahora también, artesanos, fabricantes y mercaderes. Durante los años iniciales del siglo XVIII Ginebra conoció un gran desarrollo económico, basado en la relojería, en la joyería, en la impresión de indianas y, sobre todo, en la banca. Esta última se desarrolló al socaire de la neutralidad ginebrina y de las relaciones internacionales establecidas por lo que se ha llamado la "internacional hugonote".
La gran prosperidad de la ciudad no eliminó, sin embargo, las diferencias y conflictos sociales internos. Ginebra era una república burguesa. Sólo los que adquirían el título y el honor de burgués -que suponía a la vez la posibilidad de contribuir con las fuertes sumas económícas exigidas para ellopodían ejercer los derechos políticos. En conjunto, los ciudadanos que poseían la plenitud de estos derechos representaban una cuarta parte del total. El resto de la población estaba constituido por las clases artesanas, que suponían el 50 por ciento de la población, y por los campesinos agrícolas del cantón, que constituían otro 25 por ciento, y que eran considerados en la práctica como siervos.
En el interior de la clase burguesa el poder era fuertemente controlado, de hecho, por una oligarquía de grandes familias, fuertemente ligadas entre sí por alianzas matrimoniales. En realidad, el "Gran Conseil" de todos los ciudadanos con derechos políticos había visto usurpadas sus funciones por un "Petit Conseil" de 25 miembros, que elegía a los 4 Síndicos. Estos dos núcleos esenciales del poder de la ciudad eran controlados por un pequeño número de familias que constituían el patriciado urbano, y este grupo mantuvo sólidamente el poder, a pesar de las tensiones que se fueron generando a lo largo del siglo XV III -y que estallaron por ejemplo en 1707 y 1738- entre este patriciado y los grupos que no podían acceder a la burguesía, o que dentro de ella no llegaban a compartir el poder.
Fue esta pequeña fracción de la oligarquía burguesa la que adoptó a principios del siglo XVIII la vía de la ciencia. Esto contribuyó a conceder un gran prestigio a esta actividad, y tuvo, por ello, efectos ejemplares sobre los otros grupos sociales. Como escribe Cléopatre Montandon: "El estatuto social de los sabios que han inaugurado la era de la actividad científica en Ginebra ha contribuido en gran parte a valorizar esta actividad en la sociedad y a que se reconociera la importancia del papel del hombre de ciencia" (7).
Al igual que ocurrió con la vida política y económica, la ciencia ginebrina fue fuertemente controlada por las familias del patriciado urbano. Y el desarrollo de esta actividad se vió facilitado por las relaciones y alianzas financieras, económicas y religiosas que habían logrado anudar en toda Europa esas familias. Esto permitió a los jóvenes científicos establecer con facilidad lazos intelectuales y realizar carreras de reputación internacional. Cl. Montandon ha supuesto convincente que "el lugar de un hombre de ciencia en un campo científico dado y, por consiguiente, su contribución a la estructuración de este campo, dependía de su posición en la red más extensa del campo científico internacional (8). Los científicos ginebrinos estaban así, por su propia posición social, en inmejorables condiciones para mantenerse al tanto de los avances científicos y para realizar contribuciones destacadas y reconocidas por la comunidad científica internacional. El desarrollo de una potente industria editorial, controlada también en buena parte por miembros de las familias burguesas, y la generalización del francés como lengua científica garantizaba, además, la difusión en toda Europa de la actividad científica de los autores ginebrinos y aseguraba su reputación internacional. (Véase fig. 1).
Figura 1.Factores
que influyen en la carrera científica, según Cleopatre Montandon.
1975.
El interés de estos científicos de la burguesía ginebrina se dirigió particularmente hacia las ciencias físico-naturales, más que hacia las ciencias sociales o las humanidades. Las razones que pudieron existir para ello son, sin duda, complejas, aunque Montandon piensa que esto tierle alguna relación con "una inclinación que tiende a dar preferencia al orden establecido, ligado, en sus espíritus, al orden de la naturaleza (9). Según esta interpretación, los hijos de los patricios trataban de mostrar la racionalidad y el orden del mundo real a través de la investigación científica de la naturaleza y, adernás, contribuyeron a prestigiar con esta misma actividad a la clase social a la que pertenecían. Las justificaciones ideológicas de raiz teológica, dominantes desde el siglo XVI darían paso ahora a otras de raiz cientifista que exaltaban el orden de la naturaleza como reflejo del plan divino de la Creación.
Sea como sea, lo cierto es que fue
hacia esas ramas físico-naturales hacia las que los científicos
de la alta burguesía ginebrina dirigieron esencialmente su atención,
mientras que la reflexión social y humanística, así
como las ideas de Rousseau, parecen haber interesado sobre todo a la pequeña
burguesía. En todos los casos, una ética calvinista que tiende
a exaltar el trabajo y el ascetismo dió lugar a un ambiente de rigor
y seriedad en la investigación científica, el cual pudo tener
efectos acumulativos -en este caso acumulando capital científico-
semejantes a los que se daban en la actividad económica (10).
Gabriel Cramer
El resultado de esta combinación de factores económicos sociales, religiosos e intelectuales fue un espectacular desarrollo de la ciencia en el siglo XVIII. Una comunidad constituida por cerca de un centenar de destacados científicos productivos desarrolló su actividad en la ciudad de Calvino a lo largo del siglo XVIII. Quizás ninguna otra ciudad europea haya alcanzado nunca una proporción tan elevada de científicos importantes respecto a la población total.
Cuando se repasan los nombres de estos científicos llama la atención inmediatamente un hecho curioso: la repetición de muchos apellidos. En la lista de los científicos ginebrinos de los siglos XVIII y XIX elaborada por Montandon aparecen en total una treintena de apellidos que se repiten alguna vez, y entre ellos se encuentran 7 Pictet, 5 Prevost, 4 Saussure, 4 de Candolle, 3 Maurice, 3 De la Rive, 3 Deluc, 3 Gautier, 3 Gosse, 3 Lullin y 3 Maret. Gran número de estos apellidos de científicos pertenecen a las grandes familias del patriciado urbano y se encuentran, además, con frecuencia ligados entre sí por relaciones de parentesco familiar (fig. 2).
Una de esas familias burguesas era la de los Cramer, instalada en Ginebra desde 1634 y que había podido acceder a la Burguesía en 1668 gracias a una alianza matrimonial ventajosa. Desde esta última fecha los Cramer "han pertenecido al cuerpo legislativo de Ginebra" y -como escribe una descendiente de esa familia"si ambicionaron poco los cargos superiores, y sólo han producido 3 Síndicos, por el contrario se han interesado siempre en las actividades más útiles de su nueva patria, y en ello han ocupado un rango honorable (ll). Uno de los miembros de esta rama, Jean Isaac Cramer, profesor y luego decano de la Facultad de Medicina y miembro del consejo de los Doscientos y de los Sesenta, fue el padre de Gabriel, cuyo hermano mayor Jean llegó a ser primer Síndico y jurista muy reputado.
En un ambiente como éste, pudo realizar Gabriel sus estudios con facilidad. Asistió a los cursos de la Academia y fue discípulo aventajado de Etienne Jallabert, que había sido nombrado profesor de Filosofía con el apoyo de Chouet. El joven Cramer realizó bajo la dirección de Jallabert una tesis que presentó el 31 de agosto de 1732 bajo el título Dissertatio Physico-Mathematica de Sano (fig. 3).
Cuando en 1724 quedó vacante la cátedra de Filosofía, por el fallecimiento de Jallabert, tres candidatos concursaron a ella: Amédée de la Rive; Jean Calandrini, que había estudiado bajo la dirección de Jean Antoine Gautier y realizado como tesis una Disquisitio Physica de Coloribus (1722); y Gabriel Cramer. Los dos últimos contaban 20 años, pero tenían importantes apoyos familiares en el Petit Conseil. La cátedra fue concedida al primero de los candidatos. Pero entonces, como escribe Simon I'Huillier, "algunos magistrados ilustrados, convencidos de que el cultivo de las ciencias debe ser una de las fuentes más sólidas de gloria a las que nuestra pequeñez nos permite aspirar, y una de las bases de nuestra prosperidad pública, sintieron la importancia de unir a nuestra Academia a dos jóvenes sabios que acababan de dar las pruebas más brillantes de su capacidad (12). Fue así como se separaron definitivamente la enseñanza de la filosofía y de las matemáticas, siendo nombrados esos dos jóvenes para desempeñar simultáneamente el mismo puesto, con el encargo de ocuparlo de forma alternativa: uno daría clases mientras el otro completaría su formación realizando estudios en el extranjero. Que un cuerpo hasta entonces tan conservador como la Academia decidiera fundar una nueva cátedra y la encomendara a dos jóvenes, cosa que no había hecho unos años antes cuando Nicolás Fatio había concursado con Jallabert a la cátedra de Filosofía, muestra bien hasta qué punto eran potentes las relaciones familiares de Cramer y Calandrini.
Tras la vuelta de Calandrini de su viaje al extranjero, en 1727 Gabriel Cramer emprendió, a su vez, un viaje de estudios que le conduciría durante dos años por varios países europeos: seis meses en Basilea, donde estudió con Jean, Daniel y Nicolás Bernouilli, siendo desde entonces considerado como discípulo del primero; ocho meses en Inglaterra, donde estudió astronomía en Cambridge y visitó Oxford, entablando relación con Saunderson, Halley, Moivre y Stirlings. En julio de 1728 estaba en Leyden, donde conoció a S. Gravesande; y a finales de dicho año en París, donde se relacionó con Fontenelle, De Mairan, Reamur, Algaroti, Maupertuis, Buffon y Clairaut (13).
A su vuelta a Ginebra, en 1729, recomenzó las clases en la Cátedra de Matemáticas, que desde 1734 ocupó solo, ya que Calandrini había pasado a desempeñar la de Filosofía. Más tarde, en 1750, el mismo Cramer sucedería a Calandrini en esa prestigiosa Cátedra.
Desde la vuelta de su viaje Cramer fue un decidido partidario de las teorías newtonianas y de la filosofía de Locke. Estudió la gravedad y la causa de la figura elíptica de la órbita de los planetas elaborando una Memoire sur le Systeme de Descartes et sur les moyens cf en deduire les orbites et les aphelies desplanetes (1731), y se ocupó de mecánica y astronomía, además de geometría y álgebra. Fue este último campo el que atrajo crecientemente su atención. Se dedicó a la investigación personal de las matemáticas y a la edición de trabajos fundamentales de esta disciplina. Entre sus obras personales destacan la importante In troduction a /'analyse des lignes courbes algebraiques, publicado en. 1750, pero que recoge el fruto de varios años de ininterrumpida actividad.
Entre las obras que se publicaron por su labor editora hay que destacar los Elementos de matemáticas de Wolff (Cristian Wolfii Elementa Matheseos Universae, Ginebra, 1732, 1741, 5 vols), las obras de Bernouilli (Joh. et Jac. Bernouillii Opera Omnia, Lausanne y Ginebra 1742-1744, 4 vols.). También publicó la correspondencia de Leibnitz con Bernouilli (Lausanne, 1745, 2vols.).
Entre tanto, mantuvo una importante correspondencia científica y relaciones personales (fig. 3) que se intensificaron con motivo de la visita que hicieron famosos científicos -por ejemplo Bufón, que acudió a Ginebra para estudiar matemáticas con él-, o de su estancia en París en 1748. También se interesó en geografía y cosmografía, discutiendo con Maupertuis los resultados de sus medidas del grado del meridiano. La correspondencia de Cramer constituye por todo ello una fuente importante para el estudio de las relaciones científicas en el siglo XVIII y está siendo hoy objeto de atención, habiéndose ya publicado fragmentos parciales tales como la correspondencia con Bufón (14), con Reaumur (15), con Condillac (l6), con Clairaut (l7), con Bernouilli y con otros muchos ilustres científicos de la época (18)
El enorme prestigio científico
y las relaciones políticas de Cramer le permitieron obtener en 1737
la creación de las enseñanzas de física experimental
en la Academia para su amigo Jean Jallabert, hijo de su maestro Etienne
Jallabert, nieto de Louis Tronchin y protegido por el influyente pastor
Jean Alphonse Turrettini. Jallabert tenía entonces 25 años
y tras su nombramiento emprendió también un viaje de estudios
al extranjero, de dos años de duración, en el que repitió
aproximadamente el itinerario de Cramer y los contactos anteriormente anudados.
Sus cursos comenzaron en 1739 con un discurso sobre la filosofía
experimental, -es decir, sobre la nueva física- y posteriormente
organizó un importante laboratorio que adquirió pronto fama
internacional por sus trabajos sobre la electricidad (19).
Se daba así un paso importante en el proceso de institucionalización
de la enseñanza de la ciencia en Ginebra, a la vez que se consolidaban
las relaciones persona y familiares internas, que tanta trascendencia adquirirían
en adelante.
Cramer y la física de la Tierra
Gabriel Cramer brilló ante todo como matemático, y fue a sus trabajos en ese campo a lo que debió su reputación internacional. Como físico no destacó personalmente de manera particular, pero siempre siguió con gran atención el desarrollo de las investigaciones y tuvo una información al día de los avances que se iban realizando. Su gran valor, en cualquier caso, fue el de organizar una escuela científica, y en esto nadie le regatea méritos. Fue siempre "un gran maestro en el arte de enseñar", como escribió un contemporáneo. E incluso los más reticentes reconocieron su valía en este sentido. Como escribió Lesage:
"Cuando se considera a Mr. Cramer como físico se encontrará que tuvo pocos puntos de vista originales y que no profundizó en ninguno. E incluso en matemáticas, de las que se ocupó más que de física, ha perfeccionado más cosas de las que ha descubierto. Pero el método y la paciencia, el saber y el juicio, la precisión y la claridad que brillaban en él de la forma más eminente le han permitido producir obras mucho más útiles de lo que son r frecuentemente las Composiciones sembradas de ideas nuevas pero mal digeridas" (20).
Entre sus discípulos se encuentra el eminente naturalista Charles Bonnet, que siempre recordó emocionadamente a su maestro y declaró que durante el período de su formación Cramer había sido para él "una especie de oráculo" (21). Otro discípulo suyo fue Jean Pierre Trembley, que presentó bajo su dirección una Disquisitio Philosophica de erroribus qui ex animi motibus nasci solent defendida en 1750 (fig. 4 y 5). Trembley pertenecía a una influyente familia, que dió a Ginebra importantes figuras políticas, religiosas y científicas.
Figuras 4 y 5. Portadas
de las tesis de G. Cramer (1732) Y J. P. Trembley (1740).
Una de las tesis dirigidas por Gabriel Cramer tiene por título Specimen Physicum de hodierna Terrae structura y fue presentada en septiembre de 1735. Su autor Robert GuiIlaume Rilliet pertenecía asimismo a una poderosa familia que formaba parte de la burguesía ginebrina desde el siglo XV. Miembros de la familia ocuparon repetidas veces el cargo de Síndico de la ciudad en la primera mitad del siglo XVIII. Este fue el autor de la tesis que hoy presentamos traducida al castellano.
Aunque el autor de la tesis, atraido por otras actividades, no brilló luego en la ciencia, su trabajo presenta un gran interés. Permite, ante todo, tener una visión de las ideas que acerca de la estructura física de la Tierra dominaban en el círculo de Cramer. Pero además, a través de ella podemos disponer de un estado de la cuestión acerca de este problema, tal como se planteaba en la ciencia europea de la década de 1730. Debido al extenso y selecto círculo de las relaciones de Cramer hay que esperar que el grado de información de que disponía el autor fuera particularmente elevado. Y en efecto, la erudición científica que muestra el trabajo es realmente notable y refleja un profundo conocimiento de mucho de lo que se hacía en esos momentos en los núcleos científicos más avanzados. La nómina de los trabajos y la procedencia de los mismos es bastante amplia: las Philosophi cal Transactions de la Royal Society de Londres, y los trabajos de Woodward, Hooke, Derham, Burnet o Newton; las publicaciones de la Academie des Sciences de París, los trabajos de la Academia de Bolonia y las investigaciones que realizaba Ramazzini y Vallisneri; las Memorias de la Academia de Ciencias de Berl ín y las Acta Eruditorum de Leipzig; las publicaciones de los jesuitas Kircher o Riccioli; las investigaciones que realizaba en Zurich J. Scheuzchzer; los trabajos de autores holandeses o residentes en aquel país como Varenio o de Boot. Un amplio círculo de relaciones en las que no están ausentes -como hemos vistolos científicos del mundo católico.
Armado este amplio conocimiento de
los avances científicos de la época, así como de una
buena formación clásica, Rilliet realizó un cuidadoso
análisis de los datos disponibles y trató de explicar a partir
de ellos la estructura física de la Tierra. El asunto era delicado
porque implicaba cuestiones teológicas importantes. La historia
de la Tierra estaba narrada en la Escritura, y era muy difícil realizar
una discusión científica sobre este tema sin tocar puntos
cruciales del relato bíblico, como el de la Creación o el
Diluvio Universal. El autor de la tesis, típico representante de
la ciencia ginebrina, caracterizada por una gran religiosidad, no duda
ni un momento de la posibilidad de acomodar el relato bíblico y
los hallazgos de la ciencia, en particular las abundantes petrificaciones
que habían reunido y sistematizado ya los estudiosos. La interpretación
de Rilliet coincide, en lo esencial, con la de los científicos de
la época y resalta el papel del Diluvio en la evolución de
la superficie terrestre. Esta interpretación era la normal para
los europeos del siglo XVII y principios del XVIII, que no podía
prescindir en sus interpretaciones de esta universal inundación.
Pero más allá de esta aceptación podían existir
diferencias importantes. Para unos, la Tierra era desde entonces una gran
ruina. Otros, en cambio, tenían una visión más optimista,
y se oponían firmemente a la idea de decadencia. Burnet, Rilliet,
y otros científicos protestantes se encontraban entre los primeros.
Gran número de científicos católicos entre los segundos
(22). La constatación de estas diferencias no deja
de suscitar numerosas cuestiones sobre las relaciones entre los campos
aparentemente alejados de la teología y la ciencia natural.
Notas
(1) Lo que explica que, por ejemplo, hoy puedan atribuirse a Linneo diversos trabajos que fueron redactados en realidad por sus discipulos Véase sobre ello LlNNÉ, 1972. Introducción de Camille Limoges, pag 8
(2) BOURGEAUD, 1900, vol. 1, pags. 562-563.
(3) Tesis de Jean Jacques de La Barre, 1714, Cit. por BOURGEAUD,1900, vol. l. pag.563.
(6) Datos de MONTANDON. 1975. pag 21 Las cifras Que damos sobre la evolución de la población de Ginebra proceden de esta valiosa obra
(10) Vease sobre ello MONTANDON, 1975. pags 44-46
(12) Cit por WOLFF, 1860. vol. 111. pag. 208 .
(13) Vease sobre ello CONDILLAC, 1953, pag. 5, y BOURGEAUD, 1900 .
(16) CONDILLAC, 1953, Ed. Le Roy.
(18) Para una visión general, véase SPEZIALI,1959.
(19) Véase sobre ello BOURGEAUD, 1900, vol 1, pags. 566 y ss.
(20) Cit.porWOLFF,1660,vol.III,pag.217.
(21) Véase el texto completo de Bonnet, en el que recuerda el periodo de su formación intelectual, en BOURGEAUD, 1900, vol. 1, pags. 564-567.
(22)
Capel, 1982.
(1)
Lo que explica que, por ejemplo, hoy puedan atribuirse a Linneo diversos
trabajos que fueron redactados en realidad por sus discipulos Véase
sobre ello LlNNÉ, 1972. Introducción de Camille Limoges,
pag 8
(2) BOURGEAUD, 1900, vol. 1, pags. 562-563.
(3) Tesis de Jean Jacques de La Barre, 1714, Cit. por BOURGEAUD,1900, vol. l. pag.563.
(6) Datos de MONTANDON. 1975. pag 21 Las cifras Que damos sobre la evolución de la población de Ginebra proceden de esta valiosa obra
(10) Vease sobre ello MONTANDON, 1975. pags 44-46
(12) Cit por WOLFF, 1860. vol. 111. pag. 208 .
(13) Vease sobre ello CONDILLAC, 1953, pag. 5, y BOURGEAUD, 1900 .
(16) CONDILLAC, 1953, Ed. Le Roy.
(18) Para una visión general, véase SPEZIALI,1959.
(19) Véase sobre ello BOURGEAUD, 1900, vol 1, pags. 566 y ss.
(20) Cit.porWOLFF,1660,vol.III,pag.217.
(21) Véase el texto completo de Bonnet, en el que recuerda el periodo de su formación intelectual, en BOURGEAUD, 1900, vol. 1, pags. 564-567.
Bibliografía
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Que con la benevolencia de Dios, bajo la presidencia del Sr. D. Gabriel Cramer, Profesor de Matemáticas y Filosofía, somete a examen público
ROBERTO GUILLERMO RILLET, Ginebrino
el miércoles próximo 28 de septiembre a la hora y en el lugar
de costumbre
En Ginebra, Imprenta de Marco Miguel
Bousquet y Socios, 1735(*)
El astrónomo Tales, cuando estaba absorto observando las estrellas se cayó en un pozo, lo que hizo que se riera de él una esclava suya, pues, según ella decía, se empeñaba en conocer las cosas del cielo y no sabía qué había bajo sus pies (1) . A evi1:ar esta censura, aunque ciertamente sea un poco injusta, ayuda contemplar con ojo filosófico la Tierra que pisamos, estudiar su constitución actual, e inquirir las causas de su estructura: asunto indudablemente noble y, desde luego, agradable no menos por la diversidad de las conjeturas que por los admirables fenómenos y consecuencias que de ellas se deducen.
Dejamos para los astrónomos cuanto suele discutirse sobre la posición de la Tierra entre los planetas y todo lo que se dice sobre su inmovilidad y su movimiento. Indaguen los geógrafos la forma de la Tierra y determinen los 1ímites de las tierras y de los mares. Nosotros vamos a investigar la composición física de la Tierra y a examinar la disposición de sus partes.
TESIS I
La Tierra, en efecto, si la contemplamos como un todo, no es una estructura de cosas ordenada y homogénea, sino una masa hacinada y un montón de cuerpos sin número, en colocación variada e incierta, sin razón alguna de orden o belleza (2) El Mar se encuentra, acá y allá, sembrado de islas; sobre él parecen desplomarse enormes rocas y peñascos; en él penetran promontorios y se abren ensenadas: todos los accidentes terrestres dan la impresión de haber sido arrojados al azar y sin concierto. Montaña y montones de rocas, con sus valles intermedios, ocupan una no pequeña parte de la tierra firme, y campos y llanuras la otra parte, dividida por lagos, pantanos y ríos. Las interioridades de la Tierra son a menudo vacías y cavernosas, principalmente al pie de los montes y al lado de los mares, donde hay cuevas, antros, recovecos, agujeros ciegos y concavidades, y todos estos accidentes dispuestos asimismo confusamente y sin orden. En efecto, para formarnos en nuestra mente una idea exacta de este Globo, conviene, en primer lugar, prescindir de la hermosura que con su manto de hierbas, frutos y bosques añade la naturaleza a la Tierra; conviene suprimir mentalmente todo el ornamento que se ha proporcionado a la Tierra con el trabajo de los hombres: la mayor nivelación de la superficie, la coerción de los ríos dentro de sus cauces, la feracidad y fertilidad que a los campos prestan los cultivos, la suntuosidad de las ciudades y los edificios. En segundo lugar, hay que vaciar el Océano de sus aguas y poner ante nuestro espíritu aquella profunda inanidad. Imaginemos vacío el lecho de los mares con sus desproporcionadas subestructuras y su bárbaro aparato de peñascos, de rocas, de abismos y de islas desparramadas. En tercer lugar, por último, retiremos las coberteras de las cavernas, para que nos sea posible ver las profundidades de la Tierra. Desnudemos las raíces y fundamentos de los montes para poner ante los ojos los receptáculos que hay en su interior. Dispuestas así las cosas, si una vez apartados los despojos, contempla alguien nuestro Globo, ninguna otra cosa, creo, le parecerá ver sino las ruinas de un mundo derrumbado y los restos de una trabazón descompuesta.
II
Escrutemos estos escombros, que se nos han dado por morada, con el fin de que, si se puede hacer, veamos las causas de tan grande disolución, y así es cosa cierta que toda la parte superior de la Tierra, desde la superficie cimera a la más baja profundidad, que hasta ahora se ha podido explorar excavando, consta de varios estratos paralelos o, dicho a la manera de Vitruvio, de capas (3) que o bien se diferencian por la materia, o se distinguen por el color, o están separadas por fisuras. En efecto, cuando ponemos nuestros ojos en los montes, sobre todo donde por la falta de una corteza de tierra aparecen desnudas las rocas, advertimos con toda evidencia que los montes mismos están dispuestos en diferentes estratos; más aún, que están constituidos por esos estratos. En efecto, la ladera más cercana del monte Saleva, que mira hacia nuestra ciudad, presenta muchos órdenes de vetas de piedra en declive hacia el septentrión. Gracias a la experiencia de los excavadores se sabe que, dondequiera que el suelo no ha sido subvertido por el trabajo de los hombres o por otras causas, los estratos aparecen en esa forma; mas su disposición se declarará mejor con un par de ejemplos que con una verbosa descripción.
Dice Varenio (4) que, cuando en una ocasión se perforó la Tierra en Amsterdam hasta una profundidad de 232 pies, se encontraron dieciocho estratos. Primero, de tierra cultivable, 7 pies; después, de tierra negra idónea para alimentJr el fuego, 9; de arcilla mollar, 9; de arena, 8; de tierra, 4; de arcilla, 10; de tierra, 4; de arena, sobre la que suelen asentarse las casas de Amsterdam, 10 pies; de arcilla, 2; de arena gorda blanca, 4; de tierra seca, 5; de tierra revuelta, 1; de arena, 14; de arcilla arenosa, 3; de arena arcillosa, 5; de arena rellena de pequeñas conchas marinas, 4. Entonces apareció un fondo arcilloso hasta una profundidad de 102 pies; después arena gorda en un espesor de 31 pies, punto en el que se abandonó la excavación.
Los estratos que aparecen en la perforación de los admirables pozos de Módena, los describe Ramazzino (5) de esta manera: "Primeramente, dice, desde la superficie del suelo hasta los 14 pies no aparecen más que los cimientos y las ruinas de la ciudad antigua: pavimentación de las calles, tiendas de artesanos, suelos de edificios. Después de estos escombros, la tierra se presenta lo bastante compacta para que se la pueda considerar tierra virgen; y no mucho después la tierra aparece negra y pantanosa, entreverada de cañas; luego, en 14 pies, obsérvase un cambio del suelo, ora blanco, ora negro con ramas y hojas de diversos árboles, hasta que se llega al nivel cretáceo que se contempla a una profundidad de 28 pies. El espesor de este estrato es de casi 11 pies y asimismo contiene muchas conchas. Después aparece otro estrato palustre de 2 pies, lleno de juncos y de hojas y ramas de plantas. Pasado este estrato, se presenta otro nivel cretáceo del mismo espesor que el de más arriba; perforado éste, vese de nuevo otro estrato pantanoso en nada diferente del primero, y detrás de éste viene de nuevo otro estrato cretáceo de la misma naturaleza que los de más arriba, superpuesto a otro estrato palustre, que finalmente termina en un nivel mollar y arenoso, con mucho cascajo y lleno de conchas marinas". No se suele excavar más abajo; pero esta última capa se perfora con una enorme barrena, y cuando ésta ha penetrado 5 pies, brota de allí con fuerza tanta agua que el pozo se llena en un momento.
III
Fuera de la universal disposición en estratos de los materiales terrestres, nada hay que siga una regla o se ajuste a un orden, nada en que no puedan reconocerse las ruinas. Paralelas, desde luego, suelen ser las superficies superior e inferior con las que se delimita cada capa: pero los estratos mismos raramente conservan entre sí el paralelismo, si no es en las planicies más abiertas, que, cuando se las perfora, se advierte que, aunque no siempre, suelen estar constituidas por varias capas horizontales. En las montañas, por el contrario, los estratos se inclinan hacia el horizonte en ángulos (6) indiscriminadamente de todas las aberturas: unos descienden oblicuamente y otros verticalmente; hay también algunos que ascienden de nuevo. Y no hay ninguna posición ni curvatura tan singular que no se encuentre representada en alguna de esas capas. Otras se arquean y forman a modo de bóvedas; otras, como plegadas, ofrecen superficies de variadísima figura y a menudo dotada de ángulos agudísimos; otras, arrugadas, como en movimiento sinuoso, avanzan formando ondas y a veces retroceden. Reconocerá con facilidad el geómetra en el sesgo de las vetas casi todas las especies de curvas, ya en una misma sección, ya en las diversas partes de las inflexiones, ya también en los tramos que recurren y revierten a la primera zona. Con todo, en general, no hay ninguna capa, por muy rara que sea su inflexión, a la que no acompañen otras muchas paralelas. Y para que no falten vestigios de escombros, en muchos sitios aparecen aislados estratos más duros, de piedra, por ejemplo, como rotos y cortados por fisuras perpendiculares a su misma dirección (7).
IV
Hay también que hacer otra observación general; pero sometida a muchísimas excepciones. Lo más frecuente es que los estratos se ordenen entre sí según las leyes de su peso específico (8), de suerte que, cuanto más profundamente se excava, más pesados son los materiales que se extraen. Pero, con todo, no es demasiado constante la observancia de esta regla, sino que a menudo sobre las capas más ligeras se asientan las más pesadas, como si tan grande confusión de ruinas despreciase cualquier tipo de ordenación. Consecuentemente, en la mayor parte de las canteras los estratos de piedra contienen capas de material más blando, como si toda la cantera fuese obra de muchos aluviones (9). Así, en Inglaterra, se ha visto que las minas de carbón a una profundidad de 188 pies constan de 30 estratos de diverso material: arcillosos, de piedra, carboníferos, algunos de mineral de hierro, otros de una substancia peculiar parecida a la pizarra. etc. Pero, cuando se han determinado los pesos de estos cuerpos, se ha comprobado que no responden en modo alguno al orden de estratificación de los mismos (10).
V
Escóndense en estos escombros tesoros no sólo propios de reyes, como piedras preciosas y metales nobles, sino también tesoros para los filósofos. En efecto, esas capas están rellenas de cuerpos heterogéneos cuyo origen ha de buscarse en otra parte. Esos cuerpos o son residuos de plantas y animales y restos humanos, o bien los delatan claramente (11). Aparecen, sobre todo, cuerpos de seres marinos: peces o huesos y dientes de peces; ostras, caparazones, conchas, corales, litifitos, alciones y otros seres que suelen criarse en el fondo del mar o en las costas. Acerca de todos ellos es digno de notar que casi siempre se encuentran en aquellos estratos cuyo peso es aproximadamente igual a su propio peso (12).
VI
Resulta útil reducir a determinadas especies estos objetos encontrados al azar. Los distribuimos en tres clases:
1º Aparecen despojos de tales características que conservan su naturaleza vegetal o animal, ya subsistan enteros e intactos, ya se encuentren rotos, desmenuzados y casi calcinados. Tales son los troncos subterráneos (13), los huesos (14) y cuernos (15) de animales, las espinas de peces y las conchas (16), objetos que al quemarse exhalan un olor al instante reconocible.
20 Extráense objetos que, a primera vista, se juraría que son cuerpos de plantas o de animales; pero, examinados con mayor cuidado, se descubre que son de piedra o metálicos. Tales son los troncos (17) las ramas, los frutos de las plantas (18), los peces enteros y las conchas (19), miembros y huesos, incluso esqueletos de hombres y animales (20) petrificados o que han adquirido naturaleza metálica (21) .
3° La tercera especie es la de las piedras en las que se ven impresas o grabadas figuras de plantas, animales o caparazones (22) , como si estos cuerpos hubiesen impreso sus huellas en el limo otrora blando y después endurecido. Porque si la piedra presenta, no el aspecto externo, sino la superficie interna de las conchas, entonces se denomina ídíomór tos, porque con su figura peculiar y determinada delata tan fielmente la cavidad interior del crustáceo que, en su lecho, parece derramado como en su molde y matriz. En consecuencia, estas piedras se reparten diversos nombres según la diversidad de caparazones en cuyas cavidades se formaron: echínítes, pectínítes, ammonítes, buccínítes, cochítes, etc. (23).
VII
Esta distribución en capas de los materiales de que se compone la Tierra, no es solo peculiar de algunas regiones, sino que se encuentra por doquier en todos los sitios dondequiera que esos materiales se extraen: en todas partes presentan las entrañas de la Tierra restos de plantas y de animales. Realmente convencen las observaciones de muchos autores, en particular las del inglés Woodward y las del zuriqués Scheuchzer, de que no solo en Francia, Germania, Inglaterra, España, Suecia, Polonia, en una palabra, en toda Europa, sino también en Asia, Africa y América, en las islas lo mismo que en la tierra firme, en los más hondos valles y en las cumbres de las altas montañas, dondequiera que ha penetrado la avaricia de los excavadores o la curiosidad de los filósofos, la Tierra está formada por estratos y en éstos se encuentran, en mayor o menor cantidad, fósiles con figuras que representan partes de animales y vegetales. A los nuevos filósofos ha invadido un gran afán de recoger esos fósiles, con el fin de venderlos como los más raros ornamentos de los museos. La Biblioteca Pública de nuestra ciudad exhibe una extraordinaria colección, reunida gracias a la infatigable diligencia de un industrioso filósofo.
VIII
Sorprendente, en verdad, resulta que la mayoría de esos seres en cuyos despojos abundan las capas terrestres, crecen y viven hoy en regiones alejadísimas de las en que ahora se les encuentra. Así, en piedras de Lyon encontró dibujado D. de Jussíeu el fruto del Arbol Triste (24), que crece en las Indias. Así también se han desenterrado cadáveres de hipopótamos en Italia, en Francia y en Portugal (25), de cocodrilos en Alemania (26), y de elefantes en Siberia (27), y, en Irlanda, portentosos cuernos de gamos americanos (ingl. Macuse-deer) (28). En Suiza (29) y en lugares de Europa situados lejos del mar se extraen con bastante frecuencia espinas y dientes incluso de peces de la China (30) y el Brasil (31). Los excavadores europeos encuentran, en no menor cantidad que de los de su tierra, restos de animales y plantas que viven fuera de Europa y que también, en no raras ocasiones, son desconocidos.
IX
Conocida la forma de la Tierra, es tarea de los filósofos indagar sus causas. Y, en este asunto, no han faltado a su deber; mejor todavía, proliferan las conjeturas, engendros de ingenios incontinentes. Increíble es, además, cuán divergentes y cuán opuestas son las opiniones de los físicos.
Unos, dejada a un lado la consideración de los estratos de la Tierra, no entendiendo qué causa ha trasladado estos fósiles con figuras a lugares tan apartados de sus sedes naturales, los ha dispuesto en solidísimos estratos marmóreos o metálicos y los ha transformado en una substancia ajena a la que les era propia, en modo alguno creen que tales fósiles sean marinos, sino que piensan que son sencillamente y originados allí donde exactamente se les encuentra. Pretenden estos tales que o bien son una broma de la Naturaleza o una casualidad fortuita, o bien suponen que, como la de las plantas, se da también una vegetación de piedras, en la que éstas brotan formando espontáneamente figuras fijas y regulares, o imaginan también que tales cuerpos se forman por la combinación y fermentación de sales y azufres, o bien sueñan con fantasmas volando por los aires que, cuando caen en las entrañas de la Tierra, producen allí piedras a su propia imagen y semejanza, o, finalmente, creen que la Naturaleza, como si fuera un alfarero, preside la generación de esos fósiles.
X
Ahora bien, éstos parecen ser pensamientos de filósofos ociosos que, cuando en conversaciones o por la lectura han llegado a saber algo de tales fósiles, imaginan una grosera e imperfecta semejanza entre ellos y las plantas y animales de los que se dice que son despojos-, figuraciones que son como las que los niños pequeños buscan en las nubes. Pues bien, si la realidad fuera así, también nosotros nos acercaríamos gustosos a una de esas opiniones y buscaríamos contentos en los juegos de la Naturaleza la ayuda para la explicación. Pero a nosotros no nos es lícito ser tan felices, ya que nosotros cultivamos una filosofía más seria. Primeramente, en efecto, en lo que atañe a los fósiles de la primera clase no podemos dejar de reconocer que son partes o despojos de plantas o animales, cuando han conservado su naturaleza originaria. Si por la forma, tamaño, color, contextura, peso y olor que esparcen al quemarse, y finalmente por el análisis químico, se comprueba que se trata de auténtica madera, de auténticas conchas, de auténticos huesos, dientes y cuernos, ¿con qué verosimilitud pueden dichos fósiles ser sacados de esa clase de seres y ser pasados a otra?
No sería mucho más verosímil que si alguien, al ver un metal pesadísimo, amarillo, inalterable por el fuego, resistente al agua fuerte, soluble en el agua regia, pero que se encontró en las arenas de un río, negara que es oro solamente porque previamente había postulado que el lugar originario del oro son las entrañas de los montes. Mas, después que ya hemos concedido que estos fósiles no han nacido en los estratos de la Tierra, sino que se han incrustado en ellos, ¿qué sombra de dificultad queda, por fin, respecto de las otras dos especies? ¿Podemos acaso no estar seguros de la transformación de esos cuerpos en piedras o en metales? Pero esta transformación, según lo atestigua la repetida experiencia de las fuentes petrificantes, se debe a partículas adventicias, petrosas o metálicas, de esos restos que se adhieren a la superficie o se meten por los poros; partículas que, a simple vista o por medio del microscopio, pueden por lo general discernirse claramente de la propia substancia de la madera, de la carne, de los huesos y de los caparazones (32). ¿Pueden acaso ocasionar alguna duda las figuras impresas en las piedras? Pero que estas piedras antaño eran blandas, lo demuestra claramente la misma intrusión de un cuerpo heterogéneo. A menudo también las piedras con figuras conservan, entera o rota, la corteza del caparazón en el que, como en un molde, se petrificaron.
XI
Pero, ¿para qué más? A quien contempla estos fósiles ningún lugar le queda para la duda o la divagación. Hablan a los ojos; claman para decir que son restos de plantas o despojos de animales o bien sus huellas impresas. Tan esmeradamente, en efecto, tan perfectamente reproducen las costillas, las vértebras, los omóplatos, los dientes y las mandlbulas, que el anatomista puede, sin equivocarse, decir qué partes son aquéllas y a qué animales pertenecen. Véanse los esqueletos enteros, como con frecuencia acontece con los esqueletos de peces que se encuentran. ¡Ni una espina les falta, ni un huesecillo; todos conservan su propia figura, su posición y su conexión con los de al lado! De la carne convertida en piedra se pueden contar las fibras y distinguir los hacecillos de fibras. A las figuras de las plantas no les falta ni un órgano, ni una fibrilla, ni un pelo, ni un granito de poler, (33). Es posible, por tanto, sobre la base de tales huellas impresas, organizar un herbario (34), en el que se clasifican las plantas en sus propias clases, géneros y especies. ¡Que no nos vengan los filósofos con sus juegos de la Naturaleza y sus fuerzas ptást¡cas! Los mandaremos al celebérrimo museo de Scheuchzer, en el que, en vitrinas contrapuestas, se muestran, en una parte, los crustáceos fósiles y, en la otra, los correspond ¡entes crustáceos marinos; en un lado, las piedras con figuras y , en el otro, las piedras en cuyos huecos conformaron sus figuras. Ni la leche es más semejante a la leche, ni un huevo es más parecido a otro huevo, ni la cera del sello reproduce mejor el blasón del anillo. Vean y juzguen.
XII
He aquí, pues, la primera conclusión que aceptamos, apoyada en la manifiesta evidencia de los sentidos: que en los estratos de la Tierra quedaron incrustadas verdaderas partes de plantas y de animales. De las cuales, todavía hoy se encuentran algunas tales como cuando allí se introdujeron; otras, empero, adoptaron una naturaleza lapídea o metálica, y otras, finalmente, trituradas, calcinadas o corroídas, acabaron por desvanecerse, mas no sin antes imprimir su figura en las piedras, aunque ahora duras, blandas entonces.
Prosigamos en la indagación de la causa que llevó aquellas substancias a tan extraños lugares.
XIII
Hay quienes piensan que estos cuerpos heterogéneos, tales como se les encuentra, fueron puestos ya en los estratos de la Tierra en el momento de la creación original: como si realmente Dios hubiese creado en vano tales seres o acaso con la finalidad de que los admirasen y sobre ellos disputaran unos pocos filósofos algo más curiosos; como si hubiese querido exhibirlos como tentativas de obras más perfectas; como si los hubiese producido para nuestro engaño, la mayoría de las veces rotos y estropeados por diversos accidentes, por lo que nos vemos inducidos a creer que esos cuerpos fueron otrora partes de seres vivos (35). Por la misma razón también las mismas ollas y monedas, que igualmente se desentierran, habrá quien asegure que estaban ocultas desde el momento mismo de la creación.
XIV
Otros han creído que estas conchas fueron sacadas del mar y llevadas a los lugares donde ahora se las encuentra por los antiguos habitantes de esas mismas regiones y que, después de haber les servido de alimento los animales que contenían, fueron desechadas, se petrificaron y, de esa manera, se han conservado. Pero dígannos, por favor, los defensores de esta hipótesis a santo de qué aquellos hombres antiguos habían traído tantas plantas que no se podían comer, por ejemplo, helechos de América y otras lejanísimas playas, y por qué motivo las plantas marítimas las llevaron lejos de las orillas del mar. Dígannos, tengan la bondad, cuál fué el artificio de que se sirvieron para introducir esas quisquillas en los durísimos estratos terrestres hasta una profundidad de ciento o doscientos pies, respetando el orden de los estratos de modo y manera que nosotros, sus descendientes, al excavar, creemos que es tierra virgen. Dígannos, enhorabuena, con qué penosos trabajos no hubieron de ser acarreados en algunas regiones los inmensos montones de esa clase de despojos que rellenan provincias enteras (36), Dígannos, por último, si es crelble que conchas que apenas alcanzan el tamaño de una o dos líneas (37), como son las que en inconmesurable número se encuentran por doquier, pudieron antaño proporcionar alimento a los hombres.
XV
Ni cuadra mejor con las observaciones la hipótesis que establece que los fósiles en cuestión, conducidos a través de canales subterráneos desde el fondo de los mares hasta las raíces de los montes, depositáranse acá y acullá en las entrañas de la Tierra. Se oponen a ello, en efecto, no solo la dudosa o, más bien, muy poco probable existencia de tantísimos canalillos, sino también las leyes de la gravedad que no consienten que las aguas y mucho menos que moluscos y peces bastante grandes suban espontáneamente desde las raíces de los montes hasta sus cumbres. Aseguran, en efecto, que con el calor subterráneo los vapores suben hacia arriba y juntamente con ellos los huevos y gérmenes de los peces, los cuales, transportados en esa forma hasta los receptáculos de las aguas, desarróllanse all í mismo, se alimentan y viven y hasta procrean descendencia. Mas no son esos huevos tamañitos que floten en el vapor, ni tan sutiles que se cuelen por los sinuosos intersticios de los suelos ni tampoco comprendemos cómo, en aquellos estanques, desprovistos de alimento y aire libre, podían nacer y vivir los peces. Añádase que la mayoría de los estratos de la Tierra son más compactos que para dar paso al agua y a los vapores y, menos todavía, a los huevos de los peces; porque esos despojos no están tanto alojados en las fisuras cuanto incrustados en el meollo mismo de las capas terrestres; porque no solo pueden extraerse restos de peces ovíparos, sino también de animales vivíparos y fragmentos de otros cuerpos marinosNi parecen haber prestado la debida atención los secuaces de esta hipótesis al hecho de que, además de peces y moluscos, también se esconden otros cuerpos adventicios en los estratos de la tierra. ¿De dónde traerán los leños fósiles? ¿Inventarán acaso que el Nilo corre por debajo de Europa, hasta donde ha traído sus hipopótamos y sus cocodrilos? ¿Por ventura harán venir de Africa los elefantes y de América los gigantescos cuernos de los gamos a través de ocultos y misteriosos canales?
XVI
Réstanos, por tanto, decir que antiguamente todos los lugares de la Tierra estuvieron cubiertos por las aguas, las cuales arrastraban consigo limo y partículas terrosas así como plantas y toda clase de animales, que, al retirarse o serenarse las aguas, como se iban presipitando superponiéndose en el fondo, acabaron por formar estratos consistentes en una apelmazada mezcla de limo, arena y otros cuerpos. De estas capas, unas conservaron su naturaleza térrea, arcillácea o arenosa; otras, endurecidas por el paso del tiempo o entreveradas de partículas metálicas, convirtiéronse en estratos rocosos o en venas metalíferas, y otras, entremezcladas, todavía hoy conservan aquellos cuerpos adventicios de origen vegetal o animal que otrora nadaron en las aguas y finalmente se asentaron. Esta es la segunda conclusión que defendemos.
XVII
De lo cual hay por doquier tan manifiestos indicios que nadie que no esté ciego, con solo haber bajado a una mina cualquiera o a un pozo un poco profundo, dejará de reconocer al instante que las cosas han sido así. Ni, efectivamente, es posible en modo alguno explicar de otra manera el origen y la disposición de los estratos de la Tierra y la abundancia y variedad de los cuerpos extraños en ella insertos, ni tampoco, finalmente, las huellas impresas en piedras y en otras materias metálicas y minerales. Desde luego, todas las hipótesis precedentes tienen, además de las dificultades alegadas, la gran pega de que no pueden explicar ni siquiera un fenómeno de los estratos terrestres, cuya causa se explica paladinamente por un razonamiento facilísimo y ajustado a la norma de la propia Naturaleza. Esto lo sabían antaño los antiguos, quienes enseñaron que la Tierra no era otra cosa que el sedimento y las heces del agua: tén mèn gên hypóstasin einai kai trýga tou hýdatos (38).
XVIII
Pero aunque en esta conclusión convienen los más sanos filósofos, quienes afirman que toda la Tierra estuvo otrora inundada, sin embargo se apartan con varias y muy diversas opiniones acerca del modo y del tiempo de aquel diluvio. Es cosa manifiesta, eso sí, que la Tierra entera, precisamente al mismo tiempo y por todas partes, estuvo cubierta por las aguas. Los dos miembros de esta división subdivídense a su vez en dos partes: en consecuencia, propónense, en total, cuatro pareceres. Entre aquellos que quieren que la Tierra estuvo cubierta en veces por las aguas, unos alegan inundaciones especiales y accidentales, otros están persuadidos de que el Mar no se mantiene siempre en el mismo lecho, sino que se mueve en pequeños sectores y gradualmente, abandonando un litoral mientras ocupa el opuesto. Los que verdaderamente creen que la Tierra estuvo toda ella sumergida simultaneamente, unos hacen remotar el asunto al tiempo mismo de la creación, cuando las aguas, que por fin se agruparon en mares al tercer día, ocupaban por entero la superficie de la Tierra, y en cambio, otros aducen, como causa genuina de la actual constitución de la Tierra, el Diluvio universal.
XIX
Los que atribuyen la disposición de la Tierra en capas, y los fósiles con figuras que en ellas pueden encontrarse, a causas accidentales y particulares que hacen cambiar el aspecto de la Tierra, enumeran muchas de ellas, las que fácilmente pueden reducirse a cuatro capítulos: 1º. Los aluviones de los mares y de los ríos; 2º. Los terremotos y los montes que vomitan fuego; 3º. Los trabajos de los hombres, y, finalmente, 4º, El tiempo devorador de las cosas.
l. Que las tierras se forman por el acarreo de los ríos pretenden probarlo con el ejemplo de Egipto, región que asegu!an que, según el testimonio de los antiguos, formaba parte del mar: "Desde luego, si se da crédito a Homero (39), Egipto distaba tanto del continente cuanto espacio puede medirse en la carrera de una nave que navega un día entero a velas desplegadas; pero quedó unido al continente. En efecto, corriendo turbio el Nilo y arrastrando gran cantidad de limo, y depositándolo sin cesar junto a las primeras tierras, con el incremento anual ha hecho que Egipto jamás dejara de avanzar" (40). Así dicen también que fueron formadas por el río Aquelóo las islas Equínades (41), sostienen que Tesalia es un don del Peneo; Frigia, del Meandro; y Misia, Lidia y Jonia, respectivamente del Caico, del Hermo y del Caistro (42). Dícese que el Píramo ha aportado una parte tan grande de Cicilia que se ha predicho en oráculo (43) que vendrá un momento en que llegue hasta la isla de Chipre, que está en frente. Eratóstenes (44) piensa que la laguna Meótide y el Ponto Euxino, a causa del cieno que traen los ríos, disminuyen continuamente, y predice que, si dura ese aflujo, llegará un día en que todo el Ponto aparecerá relleno por un gran montón de tierra. Varenio (45) considera verosímil que las islas de Zelandia, y asimismo Holanda, han sido formadas por el Rin y por el Mosa, y conjetura que el extensísimo imperio de los chinos, si no ha sido creado, al menos sí ha aumentado con los aluviones, porque el río Amarillo, que procedente de Tartaria penetra en China y que con bastante frecuencia se desborda, lleva en su corriente una tercera parte de arena y sorra. Y Kircher (46) deduce de la lectura de las antiguedades arábigas que la gran llanura de Arabia, que se extiende entre el Golfo Pérsico y el Mar Rojo de Eritrea, estuvo cubierta por las aguas de estos mares; así como también opina que los fabulosos, desiertos de Tartaria fueron una continuación del Mar Caspio. y así, lo mismo que creen que muchísimas extensas y muy hermosas regiones del mundo fueron antaño asiento de las aguas, y luego, en el largo transcurso de los años, se transformaron en campiñas, a causa del limo y de las arenas arrastradas por los ríos en grandes cantidades, opinan también que no ha de buscarse otra razón de ser para los estratos de la Tierra y los moluscos que en ellos se encuentran.
XX
11. La segunda de las mutaciones que renuevan el aspecto de la Tierra, y que, como causa, transforman los mares en continentes, son los terremotos y las incendiarias erupciones de los montes volcánicos, cuyos efectos ¡ojalá encontráramos más raramente en las obras de los historiadores, ya que tan funestos y tan numerosos son! En efecto, cuando por estos agentes "es sacudida la Tierra -como dice Plinio (47) siguiendo a Aristóteles (48) tienen lugar cambios sorprendentes: en unos sitios se producen desplazamientos; en otras partes brotan nuevos ríos y, a veces también, arroyos de fuego o fuentes de agua caliente, y en otros lugares se trastorna el curso de los ríos. Unas veces subsiste la hendidura, que muestra por dónde la sacudida ha tragado lo que ha desaparecido; en otras ocasiones, cerrado el boquete y nuevamente nivelado el suelo, la resquebrajadura se oculta, de modo y manera que no queda rastro ninguno, aunque muy a menudo hayan sido devoradas ciudades enteras y, en una gran extensión, hayan sido tragados los campos".
Consta con certeza por testimonios sobre los que no cabe la menor duda: 1º. Que la Tierra que ha temblado se ha ocultado a sí misma por romperse, derrumbarse o haber quedado arrasados los montes (49) y haber sido tragados los campos (50) y, en su lugar, haber surgido a menudo lagunas (51), y, como si la Naturaleza se repitiera, otra vez han aparecido nuevos montes (52) . 2º Que, por el mismo motivo, han surgido islas que emergieron del Mar (53) y, a continuación, en algunas ocasiones, desaparecieron ocultas por las olas (54). 3º Que el piélago ha invadido las tierras (55) o, retirándose, ha dejado al descubierto extensos campos (56), de modo que ahora se labra donde antaño se pescaba. 4º Que esa misma causa ha separado del continente pedazos de tierra y ha convertido los promontorios en islas (57) y, a su vez, ha robado islas al Mar y las ha unido a la Tierra (58) . 5º Que a los estratos de la Tierra se les han superpuesto otros nuevos, quedando sepultados los antiguos (59) , o bien, apartados los de arriba, han quedado al descubierto los estratos inferiores. Y, por último, 6º. Que las tierras se han trasladado a otra parte (60) y los montes, como si fueran arietes, han chocado, quedando destrozadas las casas de labor y cuanto en esos lugares había (61).
Habiendo contribuido todas estas causas a perturbar y confundir los dominios de los mares y de las tierras, nada es de extrañar, suelen decir algunos, si en muchos lugares de la Tierra, particularmente en las zonas marítimas, se ven muy profundamente impresas en el suelo las huellas del Océano.
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III. Ni deben despreciarse, en absoluto, las mutaciones que ocasionan en la Tierra los trabajo de los hombres. Leemos, en efecto, que ellos han cambiado el curso de los ríos y desecado las lagunas, convirtiéndolas en campos feraces, corno de la región de los argivos atestigua Aristóteles (62) y Estrabón (63) nos enseña de aquella gran llanura situada entre el Apenino y los Alpes, la cual, con la desecación de la laguna Padusa, que se extendía desde el Mar hasta Placencia, convirtió Marco Escauro en campos ubérrimos para beneficio de los édilos. Leemos también que fueron manos humanas las que hicieron los lagos Lucrino (64) , Meris (65) y otros, y unieron a tierra firme las islas de Tiro (66) , Faro (67) , Eubea y otras más. Las cuales causas y otras parecidas, concurrentes con las precedentes, creen algunos que han originado una confusión tan grande en la superficie de la Tierra que ya no se reconocerían los antiguos asientos de las aguas a no ser por los restos fósiles marinos que, de cuando en cuando, encuentran los que excavan.
XXII
IV. Añádase a los factores anteriores el Tiempo, destructor y consumidor de todas las cosas, que, con su terrible hoz, en la Tierra misma consigue producir cambios. "Todas las cosas -dice Séneca (68)- corren la misma süerte y, si todavía no se han movido, no por eso dejan de ser movedizas". "Nos engañamos, por tanto, si creemos que una sola parte de las tierras queda exceptuada y libre de este peligro. Todas las cosas están sujetas a la misma ley, a saber: nada concibe la Naturaleza que pueda permanecer inmóvil. Unas cosas desaparecen en un tiempo y otras en otro y, lo mismo que en las grandes ciudades se derrumba esta casa y luego esa otra, así también en el orbe terrestre ahora se estropea esta parte y después aquella otra. No solo los hombres que nacemos siendo una cosa breve y perecedera, también las ciudades y regiones de los continentes y las costas y el mismo Mar están sometidos a la servidumbre del destino, y ,a pesar de todo, ¿nos prometemos nosotros que durarán los bienes de la fortuna y creemos que se aposentará y demorará en alguno la felicidad, cuya movilidad es, entre todas las cosas humanas, la más veloz? A quienes se prometen que todas las cosas son perpetuas no se les pasa por las mientes que ni el suelo mismo que pisamos es estable, porque el defecto de cualquier clase de suelo es su mala trabazón y que, si en su conjunto permanece, en cada una de sus partes va derrumbándose. Y, desde luego, es opinión de muchos filósofos que con el tiempo los estrechos se secan y se convierten en istmos, y los entrantes del Mar pasan a ser campos enjutos, y que a su vez, los mares vuelven a ocupar las tierras, y que los montes mismos no solo disminuyen de altura incesantemente al ser trasladadas partes suyas a lugares más bajos por las aguas que entre ellos corren, sino que, como los cuerpos corroídos por la vejez, de cuando en cuando se desmoronan (69). De suerte que, en forma no menos verdadera que elegante, aseguran que siguiendo a Pitágoras, se dijo en Las Metamorfosis de Ovidio (70).
"Nada es, ay, durable
debajo la misma figura, creo; así del oro al hierro pasasteis,
oh siglos;
múltiples veces
así, oh Fortuna, los sitios cambiaste. Visto he lo que fue trasantaño
una sólida tierra
ser un estrecho; he
visto en tierras mudarse los mares; lejos del piélago yacen ahora
conchas marinas,
en las montañas
más altas hállase el áncora vieja
y lo que fuera antes
campo hizo el correr de las aguas valle, y con la crecida la sierra es
al mar arrastrada;
quémase, antes
pantano, el erial en sus secas arenas,
y ahora ya son las
tierras sedientas undosas lagunas".
XXIII
Ahora hay quienes, persuadidos de que por estos y por otros motivos, que en gracia de la brevedad omitimos, la Tierra ha experimentado muchas y notables mutaciones debidas a accidentes de índole parecida, creen que es trabajo vano y superfluo el que se empleara en averiguar las otras causas que han reducido el Globo terrestre a su configuración áspera, desgarrada, montuosa y cavernosa. Mas nosotros, desde luego, estimamos que en manera alguna han de orillarse o dejarse en el olvido tales causas; por lo contrario, atribuimos a ellas muchos y muy importantes fenómenos. Ahora bien, muchos son los obstáculos que nos impiden creer que en ellas tienen su origen todas las desigualdades de nuestro Globo.
Concedamos, enhorabuena, si así lo desean, que esas son las causas que han podido formar algunas cavidades y cráteres y asimismo algunas protuberancias y elevadas verrugas de la Tierra, aunque tenemos que lamentar que entre los ejemplos aducidos muchos son exagerados y otros muchos se han deducido más bien de conjeturas que no por medio de una indagación diligente y comprobada. Pero, ¿qué significa todo eso ante la vastedad, la mole, el amontonamiento de los montes y la concatenación de sus cumbres? ¿qué ante los más grandes continentes? ¿qué ante los valles hundidísimos, ante los más profundos lechos de los lagos, ante las inexploradas dimensiones de los mares?
Si no nos imaginamos unas inundaciones o terremotos o bien otros cataclismos como nunca hemos leído que existieran, ¿cuándo podemos pensar que hubo penetrado el Océano hasta las partes centrales de los continentes y que estuvieron anegadas por las aguas toda la Germania, la Galia y hasta Helvecia, la región más elevada de Europa, a no ser en aquel tiempo en que el globo entero estaba cubierto por las aguas? ¿Cuál es la causa que esa opinión propone para dar cuenta de los heterogéneos cuerpos incrustados en las interioridades de los estratos de mármoles y rocas? ¿Qué aconte.cimiento tan admitable llevó hasta las altísimas cimas de los Alpes plantas, moluscos, peces y animales marinos, fluviátiles y terrestres propios y peculiares pobladores de las regiones más remotas? Ciertamente en los tiempos en que estaban inundados Egipto y la Germania, Africa lo mismo que Moscovia y la China simultáneamente con la Galia, entonces omnia Pon tus erat: "todo era mar" (71).
XXIV
Volvamos ahora a la opinión de los que están persuadidos de que los mares no permanecieron siempre en un mismo lugar, sino que más a menudo y pasito a paso cambiaron de emplazamiento, y que el terreno seco en el que ahora se habita estuvo antiguamente anegado por las aguas marinas, habiéndose retirado luego el mar a nuevas ensenadas y ocupado la misma superficie de tierras en los litorales opuestos que la que en los anteriores había perdido. Resultó así que el terreno que después fue inundado ha conservado los moluscos que anteriormente habían vivido allí. Señalan así, de acuerdo con Plinio (72), "que el mar se retiró del puerto de Ambracia a una distancia de diez millas, y de cinco millas en el puerto ateniense del Pireo, y también en Efeso, donde antiguamente bañaba el templo de Diana. Si hemos de creer a Heródoto, el mar se extendía desde más arriba de Menfis hasta las montañas de Etiopa y asimismo por las llanuras de Arabia. Había también mar alrededor de Ilion y en toda la Teutrania". Agregan que Ravena, no.de otro modo que Venecia en nuestros tiempos, estaba situada en el mar y que, según los historiadores, podía navegarse en su interior (73). Los viejos cuentan que el nivel del Mar Báltico baja perceptiblemente (74) , pues en Laponia, en el transcurso de un solo siglo, parece como si los poblados se hubieran apartado espontáneamente de la costa y distan ahora algunas millas del emplazamiento de sus puertos respectivos. Lo mismo se observa también en las riveras meridionales de las Galias; por ejemplo, Aguas Muertas, puerto otrora célebre, actualmente dista, por lo menos, una legua del mar (75) . En cambio, ahora está el Océano donde antes había tierras. Plinio cuenta que Acaya quedó anegada por el golfo de Corinto, Europa y Asia por la Propóntide y el Ponto, y Acarnania por el golfo de Ambracia (76) . El Mar Báltico invadió las costas de Pomerania y acabó con el emporio comercial de Vineta, y en Noruega el mar, separando del litoral una serie de pequeñas islas, se ha deslizado entre estas islas y el de la tierra firme. El Océano Germánico ha ocupado la zona litoral de Holanda cerca de Cattorum vicus en una gran extensión, de suerte que los cimientos de Arx Britannica, antigua fortaleza de los romanos, yacen ahora en el mar invisibles y cubiertos por las aguas (77). Finalmente las costas boreales de la Galia se ven poco a poco invadidas por las aguas (78).
XXV
Desde luego, esta hipótesis, además de apoyarse en cimientos sobre manera inseguros y resbaladizos, si se admite, lleva a una consecuencia no creíble y en pugna con las más antiguas narraciones históricas: que el conjunto de todas las tierras y además todas las islas fueron, en un principio, mares, y que las más altas montañas estuvieron yacerltes bajo las aguas. Por todas partes, en efecto, se ve que el suelo está dispuesto en capas, y por todas partes se encuentran restos de plantas y animales incrustados en los estratos rocosos. Las más altas cumbres montañosas, a doce mil pies sobre la superficie del mar, tienen res tos marinos y presentan manifiestos indicios de que el Océano las cubría antiguamente (79). Y como las aguas no se acumulan formando montones, sino que en todas partes corren hacia abajo hasta que su superficie alcanza un mismo nivel y, en todas partes, está a igual distancia del centro de la Tierra, se sigue que, si esas cumbres, las más alejadas de todas del centro de la Tierra, estuvieron una vez cubiertas por las aguas, en ese tiempo estuvo la Tierra entera anegada por las aguas, y se abandona así la hipótesis de la inundación alterna y se vuelve al Diluvio universal.
XXVI
Los defensores de la hipótesis que se discute creen que esa dificultad puede eliminarse por dos razones. Aseguran los unos que el centro de los graves, esto es, aquel punto hacia el cual se ven obligados a descender los cuerpos pesados, no está inmovil en las entrañas de la Tierra, sino que se traslada con un lentísimo movimiento, y que por ello, sucesivamente, se acerca a todas y cada una de las regiones de la Tierra; lo cual es lo mismo que si esas regiones estuvieran alternativamente más bajas y unas tras otras se situaran ora más abajo; ora más arriba. En consecuencia, dicen, las aguas marinas, observantes del movimiento de ese centro, cubren siempre la parte de la Tierra más cercana al mismo, la cual parte tiene que emerger a su tiempo, o sea, cuando el centro, en su retroceso, arrastra las aguas tras de sí.
Pero los que así razbnan son refutados con demostraciones matemáticas por las que se establece que el centro de los graves no es ningún punto fijado independientemente de la situación de las partes de la Tierra, sino que es el punto alrededor del cual se equilibran entre sí todas las partes de la Tierra (80). Por tanto, mientras ellas permanezcan fijas, entre tanto persistirá inmóvil aquel centro. Toman, pues, el efecto por la causa los que aducen el movimiento del centro de los graves como la causa de las mutaciones de la superficie de la Tierra, porque el movimiento del centro de gravedad se sigue del movimiento de las partes terrestres, pero no lo ocasiona.
XXVII
Los otros, más sutilmente, pero no sé si con mayor evidencia, razonan de la siguiente manera. Es un principio del sistema newtoniano que el eje de la Tierra es muchas millas más corto en el diámetro del ecuador (81) , de suerte que, si desde el centro de la Tierra se trazan dos líneas hasta la superficie del Mar, la una hasta uno de los dos polos y la otra hasta cualquier punto por debajo del ecuador, la última tiene que sobrepasar a la primera en 80 ó 90 millas. Establecen, en consecuencia, que los polos no permanecen inmóviles, sino que, con perezoso movimiento, reptan por la superficie de la Tierra. Resulta así que los mares, como se mueven elevándose hacia ecuador y discurriendo desde los polos, inundaron todas las regiones unas tras otras cuando llegaron a la que está junto al ecuador, y, a su vez, el ecuador, retirándose, dejó en seco y, por tanto, habitable el fondo del mar.
Desde luego, estas elucubraciones, elaboradas muy ingeniosamente, deberían estar de acuerdo con las observaciones astronómicas. Pero estas últimas, contra las suposiciones de algunos, prueban que el movimiento de los polos es probablemente nulo (82) o, por lo menos, tan insignificante que, hasta hoy, no ha podido determinarse, no siendo, por tanto, capaz de acercar Europa al ecuador o a una región de sus inmediaciones. Existen además, por debajo de la línea equinocial, islas y tierras que sobresalen sobre la superficie del Mar y, en consecuencia, nunca han estado inundadas, cuyo suelo en absoluto dudamos que esté dispuesto en estratos ni que se encuentre plagado de restos marinos.
XXVIII
Por todo lo cual, oponiéndose como se oponen estas posiciones teóricas tanto a los testimonios filosóficos como a los históricos, no podemos comprometernos a tomar partido por la opinión que atribuye el estado actual de la Tierra al lentísimo, pero constante y continuo movimiento del Mar. No se nos oculta, en efecto, que en contra de los defensores de esta opinión está la realidad de que esas mutaciones tuvieron lugar mucho antes de que se recogiesen los testimonios históricos y que, por tanto, son más antiguas que todos los recuerdos humanos. Pero, si los que así opinan no hacen al mundo mucho más antiguo de lo que enseñan las Sagradas Escrituras o de lo que dicen las hist!Jrias profanas o bien de lo que persuaden las nuevas artes y ciencias, los avances de los mares que se han observado son tan exiguos, que todos los siglos pretéritos no bastan para recorrer una pequeña parte del camino que esos teorizantes imaginan. Ni puedo acabar de ver suficientemente c6mo el lento y casi imperceptible desplazamiento del Mar ha podido traer hasta nuestras costas plantas y animales de las Indias y de América.
XXIX
La tercera hipótesis es la de aquellos que, creyendo que la Tierra estuvo en otro tiempo toda ella sumergida, sitúan la época de aquella universal inundación antes del Diluvio, y precisamente en la primera separación de las aguas y de la tierra seca. Pero, en realidad, esta improbable conjetura la echa por tierra la increíble abundancia de cuerpos adventicios encontrados en la Tierra y la diversidad de los mismos. Los cuales no es de creer que fuesen creados en el principio del mundo para luego perecer: particularmente encontrándose como se encuentran las conchas de animales jóvenes mezcladas con las de animales adultos y las de animales débiles con las de animales maduros, y pudiendo colegirse, por diversas circunstancias, que estos restos y otros semejantes pertenecieron a seres vivos que habían vivido durante largo tiempo antes de aquel cataclismo, que fue la causa de su muerte (83). Porque nada digo ya de los huesos de cuadrúpedos, de las plumas de aves y de los restos de vegetales que se encuentran depositados en los estratos y que antiguamente habían vivido en terreno seco, ya que no se crían en el agua. Pero si acaso les preguntare yo con qué autoridad afirman que la Tierra recién creada fue anegada por las aguas del Mar y después quedó al descubierto, contestarían al instante que, para ellos, en este asunto, la autoridad es Moisés; aunque lo cierto es que precisamente Moisés es quien enseña que los cuerpos de seres vivos que se encuentran sepultados en los hondones de la Tierra todavía no habían sido creados cuando tuvo lugar la separación de las aguas y las tierras: porque las aguas se habían retirado en el tercer día de la Creación y la creación de los animales no empezó hasta el quinto día.
XXX
En forma no muy diferente se refuta la teoría del doctísimo Leibniz (84), que con escasos cambios hizo suya el célebre Fontanelle (85), teoría que, en resumen, se reduce a lo siguiente: en su origen toda la Tierra estaba cubierta por el Mar, cuyas heces constituyen las capas de la Tierra, dispuestas horizontalmente en un principio, o sea cuando en la Tierra habitaban únicamente peces y animales acuáticos; hasta que por fin el Mar (al estar abombada en distintos sitios la corteza terrestre, bien por su propio peso, bien por el peso de las aguas, bien a causa del movimiento general de la Tierra, o arrugada y rota, levantada en forma de montañas en unos lugares y en otras partes rebajada formando valles y hondonadas) penetrando en las interioridades del Abismo por las resquebrajaduras y grietas que se abrieron, dejó en seco gran parte de la superficie de la Tierra: lo que no fue otra cosa que la separación de las aguas y la tierra seca. Por eso en las montañas aparecen inclinados los estratos de las ruinas y a menudo también llenos de conchas y otros restos fósiles revueltos con el limo del Mar, que después se endureció.
Pero, con permiso de tan grandes varones, debo decir que sus explicaciones no se compaginan con la narración de Moisés, quien enseña que los peces fueron creados después de la separación de las aguas, cuando éstas se habían recogido ya en los depósitos llamados mares. Ni parecen tampoco dar una respuesta sólida a quienes objetan que, además de moluscos y peces, se encuentran en los estratos terrestres restos y figuras de plantas y asimismo insectos y huesos y esqueletos de serpientes, cuadrúpedos, aves y hombres, fósiles todos que hubieron de quedar depositados allí y ser trasladados luego más lejos después de estar habitada la Tierra. Mas, para salir al encuentro de esta dificultad, nada alegan si no son las mutaciones particulares, los terremotos, las inundaciones, etc, factores que más arriba se ha expuesto (86) que resultan insuficientes.
XXXI
Resta, por consiguiente, la cuarta y última hipótesis: la que considera que el Diluvio universal es la causa genuina y únic¡¡ o, por lo menos, la principal de la actual estructura de nuestro globo. La tercera conclusión, que es la nuestra, se levanta de entre las ruinas de las otras y se apoya en sus propios cimientos, a saber: en la felícisima solución de todos los fenómenos,. como aparecerá de los hechos que acontecieron en aquel tiempo fatal.
Todo el que lee con atención la descripción del Diluvio transmitida por Moises y medita sobre ella no puede imaginarse la inmensa masa de agua que tuvo que cubrir la Tierra ni, atónito y asombrado, puede dejar de preguntarse de dónde salieron tan grandes cantidades de agua y adónde se retiraron después del Diluvio. En este punto, para desviar la dificultad, cada cual se conforma con ficciones propias de la fantasía, y así éste quiere que la inundación se limitaba a determinada región; ese otro opina que las aguas, creadas para ocasionar el Diluvio, fueron después aniquiladas; aquél se .empeña en que la atmósfera entera se transformó en agua; quién hacer caer de arriba unas supuestas aguas celestes, y, por último, no falta quien supone que la primitiva Tierra carecía de alturas y motañas. ¡Como si en realidad Moiseés callara las causas de tan grande inundación y no indicara con palabras claras más que dos manantiales de aguas, al decir que se rompieron las grandes fuentes del Abismo y que se abrieron las ventanas del Cielo! Con lo último se hace referencia a las lluvias que caían a cántaros, mientras que con lo primero se indican las hendiduras de la corteza terrestre debidas a causas naturales o, más bien, abiertas por la voluntad y omnipotencia de Dios para que brotaran las aguas subterráneas e inundaran toda la Tierra y ocasionaran la perdición del género humano y de toda ralea de animales.
XXXII
No debe pensarse, por lo demás, que las aguas de aquel Diluvio fueran puras y limpias, sino espesas y fangosas, sucias por las partículas de barro y otras de diverso género. Más todavía, la observación de lo que acontece demuestra que la primitiva corteza de la Tierra hubo de disolverse y dividirse en partículas disgregadas, en parte debido a la fuerza de las aguas que por todas partes brotaron de las fuentes del Abismo, en parte por la violencia de tan largas lluvias y en parte también por el horrible y, sobre toda ponderación, portentoso alboroto de todas las cosas. Corpúsculos disueltos de tierra y de otros cuerpos solubles juntamente con animales y sus partes, huesos, dientes y conchas, y con diversos vegetales: árboles, frutales y hierbas, en una palabra, cuerpos de toda índole existentes en la superificie de la Tierra; todos estos seres y objetos, digo, removidos lejísimos de sus originarios emplazamientos, fueron confundidos y, flotando en ellas, arrastrados por las aguas, de manera que formaron una revuelta masa de agua turbia y cenagosa. Una imagen, aunque imperfecta, de tamaña inundación es la que puso ante nuestros ojos el Arva, cuando hace un par de años ocasionó aquella terrible catástrofe. Veíamos cómo el torrente fangoso y enrojecido por el barro arrastraba escombros, hojas, ramas y grandes troncos de árboles, y animales muertos de diversas especies.
XXXIII
Todos los materiales que nadaban en aquel turbulento Océano, una vez que éste, poco a poco, se hubo asentado y calmado, se precipitaron en el fondo unos tras otros, conforme a las leyes de su propia gravedad, en la medida, evidentemente, en que esas leyes pudieron observarse en medio de tan monumental perturbación. Primero, pues, cayerón al fondo los cuerpos más pesados; luego alcanzaron el fondo los que les seguían en peso, y así sucesivamente fueron asentándose, en orden, todos los demás: en último término los de gravedad cercana a la del agua; hasta que, al secarse la Tierra, todas sus partes quedaron cubiertas por los cuerpos que sob¡enadaban en las aguas. Fue así como el agua fue depositando en el fondo, poco a poco, sus propias heces, que quedaron repartidas en capas de diferente gravedad y diversa naturaleza, capas de que en efecto se compone el globo terrestre o, por lo menos, la parte de su corteza que nos es dado cultivar y observar.
XXXIV
Porque, si en estos estratos no se observa en todos los sitios la ordenación que debería responder a las leyes de la gravedad, esa desigual disposición de las capas altera muy poco su origen, que estuvo en aquel enfangamiento del agua. Por eso no podía realmente esperarse que capas originadas en un revoltijo tan confuso se superpusieran unas sobre otras siguiendo un mismo orden y concierto. Antes al contrario, esa ordenada estratificación se vió forzosamente alterada en diversos lugares en la medida en que en ellos correspondía distinta cantidad de substancias disueltas a la misma cantidad de agua disolvente; en la medida en que el agua estuviera más agitada o más tranquila; en la medida en que todos y cada uno de los cuerpos disueltos fueran más gruesos o más finos y más abundantes o más escasos los de la misma clase en el mismo lugar, y, por último, en la medida en que fuese más largo o más corto el trayecto de los cuerpos en suspensión. En efecto, una partícula muy ligera que caía desde un punto más bajo pudo alcanzar el fondo más rápidamente y colocarse entre los estratos más abajo que una partícula más pesada que se precipitaba desde un lugar más elevado.
XXXV
Esto no obstante, en general se .ha observado una ordenación de los estratos en. proporcion al desigual peso de los materiales, ordenaclon de la que, con bastante evidencia, se colige la prodigiosa profundidad de las aguas. Y, en consecuencia, los caracoles y los moluscos más pesados se encuentran en los estratos pétreos y marmóreos más pesados, mientras que las conchas más ligeras se han asociado a la greda, a la marga ya otros materiales del mismo peso que el suyo y, al excavar, se las encuentra más a menudo porque están enterradas menos profundamente. Por último, las substancias que superan en ligereza a la greda, a la arcilla y a la arena se asentaron las últimas de todas y formaron el revestimiento exterior del Globo terrestre; materiales que, al estar expuestos en la superficie de la Tierra a las continuas injurias de las tempestades, del aire y del agua y a otras causas parecidas, putrefactos y corrompidos, no han dejado huellas tras sí o solamente muy escasas. Esas materias más ligeras son miembros de seres humanos, y de animales terrestres, de aves y de peces, conchas muy ligeras fluviátiles y marinas, nécoras, cangrejos y otros crustáceos, y, por último, vegetales, objetos todos ellos que se encuentran mucho más raramente incrustados en los estratos terrestres.
XXXVI
Toda esta serie de fenómenos nos ha llevado al punto en que tenemos que proponer lo que, aunque a muchos les parezca increlble, sin embargo se sigue probablemente, necesariamente diría yo más bien, de nuestras observaciones. Postulamos que las capas pétreas, las marmóreas y las otras que son todavía más duras adquirieron su solidificación no mucho después de que la materia de que constan se hubo asentado en el fondo de las aguas, y por eso todos los estratos sólidos que hoy se ven son sólidos solamente después del Diluvio. De este rápido endurecimiento conocen los físicos no pocos ejemplos, y un caso muy semejante al nuestro parece ser el del polvo calcinado de alabastro o de yeso, el cual, una vez evaporada el agua, al cabo de unas pocas horas se endurece fuertemente. Y, desde luego, que los estratos más duros fueron otrora capas fluidas o blandas se echa de ver en las piedras, los silices, los mármoles y en otras substancias minerales que están llenas de conchas incrustadas; en las figuras de plantas y de moluscos impresas en las más duras rocas tan meticulosamente que ni siquiera faltan los rasgos más finos, y, por último, en la gran cantidad de cuerpos adventicios tan profundamente incrustados en los más duros estratos que constituyen una rrlasa homogénea. Lo cierto es, en todo caso, que muchos mármoles, en particular los que se encarecen por sus manchas blancas émulas de las serpientes y las conchas, en realidad no son otra cosa que un apelotonamiento de moluscos petrificados y aglutinados entre sí por su propio jugo, que rellenó todos los intersticios vacíos y después se endureció (87) Cerca de Viena, en Austria, hay una clase de piedra, empleada en la construcción de las casas, en la cual, excepto un poco de arena, nada se advierte que no sea un conglomerado de cuerpos marinos que han adquirido el aspecto y la consistencia de la piedra (88). Todos los estratos pétreos, tanto si abundan en despojos marinos como si carecen de ellos, es de creer que se endurecieron no de otro modo en tiempos del Diluvio.
XXXVII
Que estas capas terrestres tuvieron originariamente una disposición aproximadamente paralela y horizontal resulta congruente con la naturaleza del agua, Los estratos, pues, fueron planos, y la superficie misma de la Tierra era extraordinariame!1te lisa, esférica, continua y no resquebrajada ni abrupta, como un núcleo envuelto por las aguas que fluían alrededor, entonces enturbiadas. Estando así las cosas, esta nueva Tierra habría permanecido para siempre informe y vacía, sirviendo de lecho a un inmenso Océano sin orillas. Por lo cual, para que pudiera llegar a ser habitable se hacía necesaria una segunda separación de las aguas y de lo seco y se hizo preciso que tan inmenso volumen de agua se sumiera de nuevo en los remolinos del Abismo, de donde había brotado. A este fin rompiéronse otra vez las fuentes del Abismo y se abrieron y dislocaron los estratos de la Tierra, ya se debiera esta segunda fracturación a causas naturales, ya queramos atribuirla al poder divino y a la mano del Omnipotente. En medio de este cataclismo, mientras las partes inhóspitas de la Tierra rompíanse y sufrían muy diversas sacudidas, pues, lanzadas hacia arriba, sacan aquí sus cabezas al aire y, hundidas, dejan allí extensas cavidades; mientras chocando unas con otras amontónanse al azar, sucedió que sus estratos se arrugaron en múltiples y admirables pliegues y recibieron muy variada inclinación, pliegues e inclinación que todavía hoy conservan. Aquí está el origen del doble aspecto de la Tierra que se reparte en mares y tierras. En efecto, las partes más elevadas de esta ruina formaron los continentes; mas donde las tierras quedaron profundamente sumergidas bajo las aguas, ahí está nuestro Mar, en el cual las islas y los islotes son fragmentos separados los unos de los otros y arrojados sin orden ni concierto. En los continentes, según la diversa dispo~i,.iñn v pl rlifpfpnte tamaño y consistencia de los pedazos, se formaron los montes, los valles y las llanuras. Porque los fragmentos más blandos y flexibles adoptaron una disposición casi horizontal y constituyeron los campos y llanuras, mientras que los más duros y más sólidos, elevados de la manera que fuese, ya sea cayendo los unos sobre los otros, ya sea chocando y sosteniéndose mutuamente como formando bóveda, dieron origen a los collados y cumbres de los montes, y los desmedidamente deprimidos formaron los valles y el lecho de los lagos. Finalmente, en lo que atañe a las hendiduras, grutas y oquedades de la Tierra, es parecido a lo que suele acontecer en toda clase de ruinas, pues no fue posible a los pedazos que chocaron colocarse y casar tan .exactamente como para que no se interpusieran espacios vacíos. Esta es, en una palabra, la causa de que el Globo terrestre tenga una forma arrugada, áspera, abrupta y escabrosa; esta es la causa de que tenga el aspecto de un edificio derrumbado en sus propias ruinas.
XXXVIII
Tan abandonada y desordenada fisionomía de la Tierra no puede menos de advertir a los filósofos sobre su propio origen en la ruina de una bien trabada construcción. No nos sorprende, por tanto, que Cartesio, el más ingenioso de los filósofos, al estructurar su mundo, a semejanza de este nuestro val describir el nacimiento de la Tierra, haya buscado en las ruinas la estructura de la misma (89). Hasta tal punto, en efecto, el desaliñado rostro de la Naturaleza y su descompuesta apariencia ofrecía indicios nada obscuros de una corteza exterior dilacerada y de unas partes removidas y alejadas de su sede y ubicación natural! Porque,si hubiese prestado atención a los restos de plantas y animales incrustados en el interior de las más sólidas capas terrestres, fácilmente habría visto que estos estratos, aun cuando se rompieron y desgajaron ya endurecidos (de lo que da testimonio su situación colgante e inclinada), antes hubieron de ser masas blandas para poder admitir en su seno substancias tan heterogéneas y tuvieron que estar cubiertos por los mares para que esos objetos pudieran venir de lejos y, finalmente, que esto aconteció mucho después de haber sido creada la Tierra, cuando ya hacía siglos que estaba habitada, y que no sudió sin una increlble perturbación de todo lo existente, según se infiere de la enorme confusión de substancias terrestres y marinas. Todo lo cual hubiera impedido que Cartesio hubiera pensado en otros tiempos que no fuesen aquellos terribles del Diluvio. Cuya existencia, por consiguiente, aunque la silenciaran las Sagradas Escrituras, encontraría un fuerte apoyo en las afirmaciones de la Filosofía, si no con razones seguras, por lo menos probables.
Hemos expuesto una teoría
sobre el estado actual de la Tierra que, según creemos, aventaja
en verosimilitud a todas las demás, teoría que estamos convencidos
de que está de acuerdo con la experiencia, con la razón y
con las Sagradas Escrituras. Con estos guías y confiados en aquella
confianza, intentaremos defenderla en la medida de nuestras fuerzas, desechado
el temor que nos produce la conciencia de nuestra debilidad.
NOTAS
(*) El Traductor. El Profesor Virgilio Bejarano es Catedrático de Filología latina de la Universidad de Barcelona. Nació en Corral de Garcíñigo-Barbalos (Salamanca) en 1922, y tras realizar estudios de Filología Clásica en la Universidad de Salamanca fue nombrado profesor Adjunto en dicho centro, obteniendo el doctorado en la Universidad de Madrid en 1952. Posteriormente amplió estudios en las universidades de Perugia, Heidelberg y Paris. En 1954 ganó la cátedra de latín del Instituto Nacional de Enseñanza Media de Lorca y desde 1955 a 1967 fue profesor en la Universidad de Upsala (Suecia). Volvió a España en 1967 como Profesor de la Universidad de Barcelona.
Ha realizado numerosas investigaciones sobre diversos aspectos del latín (Historia de la lengua latina, poesía augustea, latín del siglo II, latín cristiano) y sobre filología castellana (estudios sobre Unamuno, Machado, etc.).
(1) PLATON: Teeteto, 174 a. (Las referencias bibliográficas han sido completadas y, en algunos casos, modernizadas por V. Bejarano y H. Capel).
(2) BURNET, Thomas: Telluris Theoria Sacra, Londres 1681, Lib. l., cap. 7 & 10.
(3) Vitruvio, en efecto, emplea corrium en el sentido de "estrato, capa" en varios pasajes de su De architectura (11 3,5; 8,5,6; VII 3,6); pero ya antes había hecho lo mismo Cató n (De agricultura 18,7). Despues Plinio el Viejo (Hist. Nat. VIII 86; XVII 26; XXXV 171) hace uso de corium con la misma significación (Nota del trad.)
(4) VARENIO, Bernhard: Geographia Generalis, Amsterdam 1650, Lib. 1, cap. VII, Prop. 7 p.m. 79.
(5) RAMAZZINUS, Bernardinus: De Fontium Mutinensium Admiranda Scaturigine Tractatus Physio-Hydrostaticus, Modena. 1691, Cap.l, pag.m. 251.
(6) Histoire de /'Academie Royaie des Sciences, París, Année 1708, p. 39, Edit. HolI.; Commentarii Academiae Bononiensis, (vol. l. 1731) pag. 73. SCHEUCHZER. Joan Jacob, Physica Sacra, Augsburgo, 1731, Tab. 46, pag. 46 Spectacle de la Nature, (por N.A Pluche), Paris 1732.1751, Tom. 111, pag. 146.
(7) WOODWARD, John: Specimen Geographiae Physicae (Trad. del ingles por J.J. Scheuchzer), Zurich 1704, pag. 9, Spectacle de la Nature, Paris 1732, Tom. 111, pago 159 y 163
(8) DERHAM William: Physico-Theology, Londres, '713. Trad franc. Theologie Physique, París, 1732, Cap. 11, Not. (f), pag. 95
(9) Histoire de /'Academie, Annee 1708, París, pag. 93; Annee 1712, pag. 67; Annee 1716, pag. 13
(10) Philosophical Transactions, Royal Society, Londres, N° 336, pag. 541.
(11) SCHEUCHZER, J.J.: Physica Sacra, 1731 Tab. 47-60, pags. 49-55
(12) WOODWARD, John: Geographia Physica, Zurich, 1704, pag. 26 y 27
(13) Philosophical Transactions, Royal Society, Londres, N° 67, pag. 2050; N° 224, pag. 361; N° 228, pag. 526; N° 275, pag. 980; N° 335, pag. 478; N° 330, pag 296. RAMAZZINUS, Bernardinus: De fontium Mutinensium Scaturigine, Módena, 1961, pag. m. 251. DE BOOOT, Anselmus Boétius: Gemmarum et Lapidum Historia, (1ª ed. Hanoviae, 1609) Lib. 11, C 158
(14) Mémoire de /'Académie Royale des Sciences. Année 1715, Paris, pag 242; Année 1719, pag.30; Année l721, p. 429, donde se citan muchos ejemplos y a menudo otros lugares.
(15) Histoire de /'Académie, Année 1727, Paris, pag. 153 y en otros lugares
(16) POMPONIO MELA, Geographia, 16,32; CAYO JULIO SOLlNO; Polyhist, Cap. 14; OVIDIO: Metamorfosis, XV 264
(17) DE BOOOT, Anselmus Boetius: Gemmarum et Lapidum Historia, (1ª ed. 1609) Lib. IV, cap. 242; SCHEUCHZER J.J.: Herbarium Diluvianurn, Zurich, 1709, passim en Apendice; Mémoire de /'Académie, Paris, junio 1692.
(18) Una castaña petrificada se encontró en los montes Querfurtenses. BUETTNER, David Sigismund Rudera Diluvii Tesles, Leipzig, 1710, Tab XVIII, 11. De un.. nuez petrificada habla J.J. SCHEUCHZER en Specimen Litographiae Helveticae, Zurich 1702, pag. 44, f.60
(19) Histoire de /'Académie. Année 1703, Pais, pag 27; Année 1714, pago 10 VALLISNIERI, Antonio: De Corpi Marini lle su Monti si Irovano, Venecia, 1721, pags 2 y 3; WAGNER, Johan Jakob: Historia Naturalis Helvetiae Curiosiosa, Zurich, 1680, pago 318 SCHEUCHZER, J.J: Piscium querelae el vinóiciae, Zurich, 1708
(20) Philosophical Transactions, Royal Society, Londres, N° 360, pag 963; SCHEUCHZER, JJ.: Physica Sacra, 1731, Tab. 49, pag. 49
(21) Un esqueleto de cocodrilo petrificado y metalizado fue encontrado en unas minas de Turingia: Misce/lanea Berolinesia, 1, pag 99
(22) SCHEUCHZER, J.J: Herbarium Diluvianum, Zurich 1709, passim; Spectacle de la Nature, Tom. 111, pago 385; Misce//anea Berolinensia ad incrementum Scientarum, Berlín, 1, 1710, pago 99 y 118; Histoire de /'Académie Année 1718, París, pag. 3; Memoire de /'Académie des Sciences, París, pag. 363.
(23) HOOKE, Robert: Posthumous Works, Londres, 1705, pag. 281-287 y en otros muchos lugares
(24) Histoire de /'Académie, Année 1721, París, pag. 1; Mémoires de l'Académie des Sciences, París, pag. 89
(25) MONTI Giuseppe: Monumentum Diluvianum, Bolonia, 1719 Mémoires de /'Académie Année 1724, París, pag 309
(26) Acta Eruditorum, Leipzig, 1718, pag 188; SCHEUCHZER, JJ.: Physica Sacra, 1731, Tab LII, pag. 51
(27) Mémoires de l'Académie, Année 1727. París, pago 429 y sigs.
(28) Philosophical Transactions, Royal Socíety, Londres, N° 227, pag. 849
(29) SCHEUCHZER, J.J.: Piscium quereale et vindiciae, 1708, passim
(30) Histoire de l'Académie. Année 1721, París, pag. 1; Mémoire de i'Académie des Sciences. París, pag. 93
(31) Histoire de /'Académie Année 1723, París, pag. 21; Mémoires de l'Acaaémie des Sciences, París, pag. 299
(32) WOODWARD, John: Geographia Physica, Zurich 1704, pag. 18
(33) SCHEUCHZER. J:J.: Epist. Diss. in Ephem Nat. Cur!os.. Dec. 111, An. V y VII, pag 78. observó unos puntos en la figura de una escolopendrlta y restos de semillas bien visibles en sus hojas Véase SCHEUCHZER, J.J Herbarium Diluvianum pag.17,Tab.II.Fig.3.
(34) SCHEUCHZER, J.J.: Herbarium Diluvianum, 1709
(35) Se han encontrado, en efecto, dientes de peces al parecer desgastados por la masticaciOn; conchas como si hubiesen sido perforadas por la lengua o barrena del pez púrpura: en los trozos de conchas fósiles están adheridas bellotas, tubitos vermiculares, perlas, etc., como sucede en las conchas marinas. WOODWARD John: Geographia Physica, Zurich 1704, pag 19; Historia Telluris illustrata, pago 98.99.
(36) Cuenta De Reamur que en Tours se han extraido caparazones de moluscos de diversas especies. cuyo volumen asciende, por lo menos, a 130.680.000 hexapodías cubicas Vease Historie de /'Academie Annee 1720, París. pag. 7; y. Memoires de /'Academie des Sciences. Paris, pag. 500. Vease tambien GASSENDI Pierre Vita Peireski, (1ª ed París. 1641) Lib IV. pag. m 255.
(37) En los Academiae Bononiens/s Commentarii, pag. 66 se trata de caparazones de moluscos, sobre todo Cornua Ammonls (Cuernos de Ammon). menores de una línea. encontrados en copiosísima cantidad en la arena de Bolonia
(38) METRODORO, en PLUTARCO, De placit, philos, III 9.
(40) SÉNECA, Cuestiones naturales VI 26,1 (cl.IV 2,10); HERÓDOTO, 115; ARISTÓTELES,Meteorologica 114, 353 b 2a; PLlNIO, Historia Natural 11 87, 201; ESTRABON 130,36 y XII 536
(41) PLINIO 1187, 201; HERÓDOTO 1110; TUCÍDIDES 11102; ESTRABÓN 159; X 458.
(43) ESTRABÓN I 52 s., XII 535
(44) POLlBIO IV 10; ESTRABÓN I 51
(45) VARENIO, Bernhard: Geographia generalis, Amsterdam, 1650. Lib 1, cap. 18, Prop. 9
(46) KIRCHER, A: Mundus Subterraneus, Roma, 1665, Tom. 1, cap. 2
(47) Historia Natural 11 80, 193 s.
(48) Meteorol6gica, Lib 11, cap. 8
(49) TITO LIVIO 6; XXIV 8; TÁCITO, Anales 11 47; PLINIO 11 89, 203. En el año 1604, en el Perú, un terremoto transtornó y removió de arriba abajo, en menos de medio cuarto de hora, ciudades y montes y ríos en una extensión de 300 leguas a lo largo de la costa y con una profundidad en el continente de 70 leguas.
(50) JUSTINO XVII,1; PLINIO I l93, 205.
(51) PLINIO II 89, 203: ATENEO VIII 2. Atribúyese a esto mismo la aparición del Mar Muerto tras la desapariciçon de Sodoma y Gomorra a causa del fuego llovido del cielo y de las terremotos.
(53) Las famosas islas de Delos y Rodas cuenta la historia que aparecieron hace ya muchisimo tiempo. Después surgieron las menores: Anafe, Nea, Alone. Tera y Terasia, Hiera y Tea (SÉNECA. Cuest. nat V1-21; JUSTINO XXX 4; ESTRABÓN 157). Junto a la isla de Tera (hoy Santorini) emergió una isla el 23 de mayo de 1707, según Antonio VALLISNIERI: De corpi marini, 1721, pag. 117; Histoire de /'Académie. Année 1707, París, pag. 13; y Année 1708, pag. 28; Philosophical Transactions, Royal Society, Londres, N° 314 pag. 67, y N° 332, pag. 355. Y entre las Azores igualmente el 26 de junio de 1720, según KIRCHER: Mundus Subterraneus 1665; y de nuevo otra vez el 31 de diciembre de 1720, según la Histoire de /'Académie. Année 1721, pag. 33; y Année 1722, pag. 16; Phil. Trans.. N° 372, pag. 100; Academia Bononiensis Commen. tarii, (vol. 1, 1731), pag. 205
(54) La isla Atlántida (PLATON, Timeo 24e; ESTRABON II 102).
(55) PSEUDO-ARISTOTELES, Sobre el mundo IV 396 a 20 s.; PLINIO 1192, 205; V 29,112 ss.; ESTRABON VIII 386; OROSIO 111 3: OVIDIO, Metam. XV 293 ss.
(57)
un temblor de tierra separó a Sicilla de Italia, a Eubea de Beocia,
a Atlante y Macris de Eubea, a Besbico de Bitinia y a
Leucosia del promontorio
de las Sirenas (Plinio 11, 203). Se asegura también que Britania
se desprendió de la Galia (Según las Philos. Trans. N°
275, pag. 967; y N° 352 pag. 589), y que Ceilán se separó
de la India, y Sumatra de las Molucas, lo dicen los que viven alll (Según
VARENIO, B.: Geographia Generalis, Amsterdam, 1650, Lib. 1, Cap.
17, Prop.12).
(58)
El mar unió a las tierras las islas de Antisa a Lesbos, Zefirio
a Halicarnaso, Etusa a Mindo, Dromisco y Perne a Mileto
Nartecusa al promontorio
de Partenia, etc. (PLINIO 11 91, 204). El promontorio Circeo era una isla
en tiempos de Homero
(Odisea X 194;
VIRGILIO,
Eneida 111386). Léucade se unió a la tierra
firme (OVIDIO, Metamor/osis
XV 289; ESTRABON I 59).
(59) DION CASO: Vira Titi. WORMIUS, Olaus: Musaeum Wormianum seu Historia Rerum Rariorum, Leiden, 1655, Lib. 1, Sect. 1, Cap. 5; Philosoph. Transactions,Royal Society, Londres N° 21, pag. 377; y N°48, pag. 967.
(60) PLINIO 1185, 199; AIMON (Batista?): Ad Ann. 822 ACOSTA, Jose: His/oria Natural y Moral de las Indias, Ad. Ann. 1581. CHILDREY, Joshna: Britannia Baconica, 1571, Londres, 1660, Ad. Ann. 1571.
(64) VIRGlLIO, Géorgicas II 161: PLINIO XXXVI 15, 125.
(65) HERODOTO II 149; DIODORO SÍCULO 147; PLINIO V 19, 50; POMPONIO MELA I, 12,65.
(66) PLINIO V 19, 76; POMPONIO MELA 112,65; OVIDIO, Metam. xv 288.
(67) PLINIO V 31,128 y XIII 11, 70; LUCANO X 509 ss.; POMPONIO MELA 117, 104; OVIDIO, Metam. xv 287.
(68) SÉNECA, Cuest. nat. VI 1.
(69) Véase Histoire de /'Académie Année 1715, París, pag. 5.
(73) ESTRABÓN V 326; SEUTONIO, Augusto 9.
(74) SWEDENBORG, Emanuel, en el Prefacio al Prodromum Principiorum Rerum Naturalium, Dresde y Leipzig, 1734.
(75) GASSENDI Pierre: Vita Peireski, (1" ed. 1641), Lib. V, pag. m. 302
(77) VARENIO, Bernhard: Geographia Generalis, Amsterdam 1850, Lib. 1, Cap. 18, Prop. 17.
(78) Histoire de I'Academie Annee 1707, París, pag 7.
(79) SCHEUCHZER, J.J.: (Herbarium Diluvianum, 1709 pago 57) cuenta que en la cumbre del Monte Estella hay un enorme tronco de árbol situado a cuatro mil pies por encima de la altura hasta la que pueden nacer y crecer árboles. Véase también Hisloire de /'Academie. Annee 1710, Paris pag. 29.
(80) Cf. Prop. 74 Lib. I con Prop. 7 Lib. II1 de los Principia Philosophiae Mathematica, de Isaac NEWTON, Londres, 1687.
(81) I. NEWTON: Principia Philosophiae Lib. 111, Prop. 18, 19 y 20
(82) RICCIOLI, Giovanni Battista: Almagestum novum, Bolonia, 1651, Tom. 11, Lib. IX, Sect. 4.. Cap. 11; Mémoires de l'Académie Année 1710, pag. 193; Année 1716, pag. 64; Mémoires, Ann. 1716, pag. 375; Philosophical Transactions, Royal Society, Londres. N° 190. pag. 403.
(83) Véase supra Tesis XIII, Nota
(84) G. G. LEIBNITZ Protogaea, en Acta Eruditorum, Leipzig, Año 1692, pag. 40
(85) Histoire de I'Académie. Année 1716, París, pag 16.
(87) Histoire de I Académie Année 1707. Paris, pag. 28
(88) Commentarii Academiae Bononiensis, Bolonia (vol I, 1731) pag 108 y 322
(89)
Princip. Philos. Part. IV, Art, 42-44.
© Copyright Horacio
Capel y Virgilio Bejarano, 1982.
© Copyright Geocrítica,
1982