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UNIVERSIDAD DE BARCELONA 
ISSN:  0210-0754 
Depósito Legal: B. 9.348-1976 
Año XII.   Número: 27-28
Mayo-Julio de 1980

ORGANICISMO, FUEGO INTERIOR Y TERREMOTOS EN LA CIENCIA ESPAÑOLA DEL XVIII

  Horacio Capel



 

ÍNDICE

ORGANICISMO Y FUEGO INTERIOR

La tradición platónica
Las teorías sobre el mundo subterráneo
El eco de Kircher en el movimiento novador
Organicismo y mundo subterráneo en la primera mitad del setecientos
El desvanecimiento del organismo clásico

VOLCANES Y TERREMOTOS

La opinión tradicional
Temblores catastróficos en el setecientos: y preocupación por sus causas
Combustión y explosión como causa de los terremotos
Pervivencia de Kircher y Aristóteles a mediados del siglo XVIII
Los terremotos y la virtud eléctrica
Bibliografía


ORGANICISMO, FUEGO INTERIOR Y TERREMOTOS EN LA CIENCIA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVIII

Por Horacio Capel

El éxito de la obra de Kuhn ha contribuido a dirigir la atención de los historiadores de la ciencia hacia el nacimiento de nuevas concepciones, hacia la modificación de paradigmas y hacia las revoluciones científicas, descuidando en cambio el tema de las continuidades, del mantenimiento de antiguas ideas y de su permanencia dentro de los nuevos paradigmas. Sin negar el gran interés que tienen y lo extraordinariamente fructíferas que han sido las tesis de Kuhn y la polémica suscitada por las mismas, hay que reconocer que lo que sorprende a veces en la historia de la ciencia no es tanto el cambio y la renovación, sino precisamente lo contrario, la persistencia de viejas ideas, que con frecuencia se descubren en las nuevas concepciones bajo ropajes insospechados, pero sin que al examen atento puedan ocultar su parentesco o dependencia respecto a antiguas raíces.

La historia de las ciencias de la tierra está llena de estas continuidades, que a veces se prolongan sin interrupción desde la antigüedad clásica hasta tiempos muy avanzados de la edad moderna y que, en ocasiones, vuelven a descubrirse incluso en las nuevas interpretaciones científicas que se proponen a fines del siglo XVIII.

La tenaz supervivencia de viejas ideas solo puede entenderse si se las pone en relación con poderosas corrientes de pensamiento que a veces hunden sus raíces en la más remota antigüedad y que han sido luego alimentadas por movimientos científicos o filosóficos extraordinariamente ricos y complejos. Este es el caso del organicismo, esa interpretación! global de la estructura terrestre que parte de la analogía entre el hombre y el mundo concebido como un «organismo». El origen de esta analogía se encuentra en las relaciones de semejanza entre microcosmos y macrocosmos, difundidas en el mundo occidental por la filosofía platónica y neoplatónica y por las corrientes alquímico-herméticas, cuyos ecos han perdurado hasta bien entrado el siglo XVIII. Es en esas tradiciones, sobre todo, donde hay que buscar las raíces de una influyente concepción del mundo que, renovada con características diferentes en el siglo XIX, se prolongó hasta nuestros días, e impregna todavía el pensamiento de fuertes imágenes, llenando nuestro lenguaje cotidiano y científico de innumerables metáforas.

Con la filosofía neoplatónica y con la tradición alquímico-hermética está también relacionada la importancia atribuida al sol y al fuego en la generación de los fenómenos y en la constitución interna de la tierra, concepción que, en este último aspecto, alcanza su más acabada formulación en la obra del padre! Kircher y que influye en la ciencia española del siglo XVIII a través de múltiples y diversas vías. La acción del fuego subterráneo se convirtió en un elemento fundamental en la interpretación de la estructura interior de nuestro planeta, constituyendo un factor básico para la explicación de las causas de un cierto número de fenómenos terrestres. En particular, se convirtió en un elemento esencial para la interpretación del origen de terremotos y volcanes, combinándose con una vieja tradición aristotélica y estoica que atribuía la causa de los mismos a las exhalaciones o al viento interior. Estas interpretaciones fueron las dominantes durante la mayor parte de la edad moderna, hasta el nacimiento a mediados del setecientos de otras explicaciones relacionadas con lo que podríamos llamar el paradigma eléctrico, de gran prestigio a mediados de dicho siglo. El estudio de todas estas cuestiones constituye un interesante capítulo de la historia de las ciencias de la tierra, y de la historia del pensamiento científico español, y a él pretende contribuir el presente trabajo.

ORGANICISMO y FUEGO INTERIOR

La tradición platónica

La búsqueda de interpretaciones globales sobre la estructura del mundo terrestre encontró tempranamente un camino mediante el examen de las analogías existentes entre los organismos vivos y el «organismo» terrestre. Esta concepción organicista, que tanta trascendencia llegaría a alcanzar a lo largo de la historia de la ciencia, permitía una comprensión satisfactoria de muchos fenómenos naturales de nuestro planeta, los cuales pasaban a explicarse en términos de la fisiología y patología del hombre y otros seres vivos. La piedra angular de dicha concepción es la afirmación de que el cuerpo humano y el mundo terrestre son semejantes en todo, y que del examen del uno podemos inferir el funcionamiento del otro. Es la idea que en 1748 expresaba así D. Diego de Torres y Villarroel:
 

«este cuerpo terráqueo tiene una maravillosa semejanza con el Mundo pequeño del hombre, y no hay contenido en el uno que no se encuentre con poca alteración en el otro, sin otra diferencia sensible que la de la quantidad y la figura; pero su materia, sus órganos, su economía, sus achaques y sus movimientos son tan parecidos, que bien examinados los de un cuerpo se hallará nuestro discurso con un claro conocimiento del otro» 1.
 

Frente a la concepción mecanicista surgida con la revolución científica del XVII y que tendía a explicar el mundo en términos de mecanismos medibles y cuantificables semejantes a los de una máquina artificial, la concepción organicista - mantenida sin interrupción durante casi toda la edad moderna - representaba una antigua corriente de pensamiento cuya difusión en la Europa cristiana está ligada, sobre todo, a la filosofía platónica y neoplatónica.

Como tantas otras concepciones básicas de la cultura europea, el origen de esta idea se remonta a la época clásica y tiene raíces presocráticas y orientales. La analogía entre el universo, o «macrocosmos», y el pequeño mundo del hombre, o «microcosmos», fue desde época presocrática un lugar común en la literatura y en la ciencia griega, postulándose un sistema de correspondencias diversas que se extendían desde el número de elementos de uno y otro mundo (por ejemplo, siete o cinco elementos en cada caso, según algunas interpretaciones), hasta la similitud de órganos y funciones 2. La analogía se enriqueció luego en el Timeo de Platón, esa especie de

«afirmación iluminada» 3, en que culmina la cosmología y la antropología platónica y en donde el filósofo ateniense afirma que «el mundo es realmente un ser vivo,
provisto de un alma y de un entendimiento» 4. Estas analogías fueron también usadas por los estoicos y aparecen luego en el mundo latino en autores como Cicerón - autor de una traducción latina del Timeo - y Séneca. Este último en sus Quaestiones Naturales escribe; «ora sea animado el mundo, ora sea un cuerpo regido por la naturaleza como los árboles, como los sembrados, encerrado en él late el germen de todo lo que debe hacer, de todo lo que debe padecer desde su nacimiento hasta su muerte», añadiendo que igual que «en el semen está comprendida la razón de todo lo que será el hombre futuro», así también en el mundo está contenida toda su evolución desde sus comienzos 5. En otro lugar, al plantearse Séneca el problema, para él fundamental, de la forma como el aire penetra en la tierra, da su respuesta comparando con lo que sucede en el cuerpo del hombre; de esta manera se situaba en esa tradición estoica que bajo la influencia de médicos como Erasístrato había desarrollado analogías orgánicas aceptando que la tierra posee canales por donde circula el pneuma vivificante, al igual que ocurre en el cuerpo humano 6.

Conviene advertir aquí que en el empleo de analogías orgánicas es preciso distinguir grados de intensidad, que pueden suponer posiciones filosóficas diferentes. El razonamiento analógico es, desde luego, un hábito bastante común de la investigación científica, y permite explicar por analogía con los fenómenos que se conocen directamente aquellos otros que no pueden ser fácilmente aprehendidos por estar lejos de nuestro alcance. En este sentido las analogías orgánicas han podido ser usadas en la época clásica por autores muy diversos, aunque ello no suponga necesariamente la aceptación del sistema global de correspondencias entre microcosmos y macrocosmos. Es lo que ocurre con Aristóteles. En diversos pasajes de sus obras este filósofo usa laxamente de analogías orgánicas 7, pero ello más como una metáfora o como forma de razonamiento analógico que como aceptación de una simpatía o solidaridad más profunda. La prueba de ello es que el mismo autor llega incluso a criticar explícitamente el abuso de esta forma de explicación científica, cuando le parece que alguien se excede con ella 8. La correspondencia microcosmos - macrocosmos que algunos durante la edad media creyeron encontrar en la tradición aristotélica, y que fue usada por la astrología judiciaria, tiene un sentido totalmente diferente ya que, en todo caso, se refiere a una vinculación entre el mundo sublunar y el superior, y además no es seguro que siempre haya sido correctamente interpretada 9.

En realidad, es en la tradición filosófica del platonismo donde hay que buscar las raíces de la influyente concepción organicista. El cristianismo, que tan bien supo asimilar la tradición platónica, aceptó el sistema de correspondencias entre microcosmos, entendido como mundo del hombre, y macrocosmos, entendido como el conjunto del universo, el cual aparece usado y repetido por los padres de la iglesia y, luego, en la tradición agustiniana. Durante la edad media, el platonismo pervivió en el pensamiento europeo a través de Cicerón, de Boecio, de Ibn Gabirol y, sobre todo, de San Agustín 10. Dos líneas diferentes pueden distinguirse dentro del platonismo en la tradición medieval: la que lleva a la contemplación de mundos inteligibles fuera de la realidad física y que a través de la introspección, es decir del alma, llega a una intelección de la naturaleza y encuentra a Dios; y la que conduce a la contemplación del mundo físico producido por el plan creador de la divinidad 11. Es dentro de esta última línea, ligada a la interpretación cristiana del Timeo, e influyente en la escuela de Chartres durante el siglo XII, que puede insertarse la aparición de la concepción organicista. El mundo físico, en su totalidad, se concibe en ella como un todo viviente y orgánico, con relaciones de simpatía entre sus partes y lazos estrechos con los cielos y con los elementos inferiores 12. Estas relaciones y lazos mutuos permitían por primera vez al occidente cristiano elaborar una interpretación física coherente del universo, y tenía una serie de consecuencias que alcanzaban a campos diversos del saber. En particular, la relación entre los cielos y el cuerpo humano y la constitución del hombre a base de elementos simples suponía una trasformación de la Medicina, ya que el médico solo podía realmente curar si poseía conocimientos amplios, incluyendo los astronómicos y alquímicos. La razón de ello radica en que estas amplias relaciones aceptadas entre todas las partes del universo exigían que la comprensión de lo que ocurre en el microcosmos humano se hiciera a partir de una concepción cosmológica más amplia, en la que la astrología y la alquimia tenían mucho que decir. Se comprende así la coincidencia de la física platónica y de la astrología y alquimia árabes realizada en la edad media, y el desarrollo que todo ello tendría en el Renacimiento. En cualquier caso, debe advertirse que esta interpretación físico-astrológica suponía - como ha señalado T. Gregory - un avance importante, ya que con ella la causalidad directa no se remitía a Dios sino a los astros, con lo que se abría el camino para interpretaciones naturales separadas de la teología.

Otra característica de la tradición platónica medieval merece también destacarse. Se trata del importante papel que en ella desempeña el sol en el cosmos y en la generación de las cosas terrenas. El sol, y el fuego, se convierten en el «spiritus vitalis» en «quasi artifex et efficiens causa», y por consiguiente en un principio activo fundamental para la explicación física del mundo. La fílosofía platónica al resaltar el papel del sol y del fuego enlazaba con la física pitagórica y estoica y con una tradición médica que también lo consideraba principio de vida y fuerza natural original 13.

Se comprende con todo lo dicho que durante el Renacimiento platonismo y alquimia se avinieran bien. Mientras que las corrientes platónicas volvían a insistir, entre otras cosas, en la unidad profunda del cosmos y en las relaciones de semejanza y solidaridad entre sus partes, magos y alquimistas con su ciencia mística y oculta utilizaban también esas relaciones de correspondencia articulada entre microcosmos y macrocosmos para perseguir los secretos de la naturaleza y asignaban al fuego un papel esencial en sus experiencias transmutatorias y en la purificación de las sustancias. La figura de Paracelso, y en general toda la tradición hermética - la que se remite a la mítica figura de Hermes Trimegisto 14 - deben citarse aquí, siendo evidente en la actualidad la relación entre ellas y las corrientes platónicas y neoplatónicas 15. En Paracelso - pero también en Cardano, en Gilbert, en Porta - alcanza su más acabada expresión ese mundo de la semejanza y la similitud tan bien caracterizado por Michel Foucault en Las palabras y las cosas 16 que caracterizaría - en contra de lo que él deja entender - no a todo el siglo XVI, sino sobre todo a esa corriente de pensamiento que se relaciona con la tradición platónica y Con la obra de los alquimistas árabes.

Como es sabido, la filosofía platónica fue conocida e influyente en la España del renacimiento, donde autores como Leon Hebreo, Juan de Valdes o Miguel Servet se insertan claramente en esta tradición 17. La figura de este último autor es particularmente interesante por su actividad geográfica como editor de Ptolomeo 18. Una parte importante del pensamiento español del renacimiento y siglo de oro está impregnado por corrientes de pensamiento en las que se afirmaba la solidaridad entre microcosmos y macrocosmos, tema que en la literatura alcanza ahora alguna de sus más relevantes formulaciones 19. Las cuales tienen su paralelo en la ciencia de la época, donde no es difícil encontrar planteamientos semejantes, que afirman la correspondencia entre el pequeño mundo del hombre y el macrocosmos. Correspondencia que por citar un ejemplo, es claramente expresada por el catedrático de matemáticas de la Universidad de Valencia, cuando en 1677 escribía en su Astronómica curiosa: «al hombre llaman los filósofos mundo pequeño, por resplandecer en él todas las propiedades que se hallan en el universo, como altamente notó San Gregorio el Grande, esto es elementares, parte corruptible, e incorruptible, viviente, senciente e inteligente» 20, para inmediatamente después unir esta afirmación a una interpretación organicista de la tierra, en la que distingue entrañas, venas y arterias.

Durante el siglo XVII la línea platonizante y hermético - alquímica se refleja, por ejemplo, en obras de tanta importancia como el Arte de los Metales (1640) del sacerdote onubense Alonso Barba, la cual si por un lado, presenta rasgos claramente modernos por su utilización del método experimental para introducir mejoras en el beneficio de los metales, por otro, ofrece, sin embargo, no pocos caracteres que le emparentan con la tradición alquímica y hermética, y que hasta ahora no han sido debidamente resaltados. El análisis de esta obra puede contribuir a aclarar nuestra argumentación.

La aportación esencial de la obra de Barba consiste en la exposición detallada de los métodos de beneficio de los metales, realizada a partir de su conocimiento y experiencias en las minas de Potosí. El éxito del sistema por él descubierto des - de 1610 para el beneficio de la plata en caliente, o sistema del cazo, le llevó a escribir su libro en el que expone el método común de beneficio de la plata por azogue (libro II), el beneficio del oro, plata y cobre por cocimiento (libro III), el beneficio por fundición (libro IV) y el sistema para refinarlos y separar unos metales de otros (libro V). Son estas aportaciones las que hicieron del Arte de los metales un hito importante en la historia de la metalurgia, atestiguado por las numerosas ediciones que se hicieron en ese siglo y en el siguiente 21.

A pesar del nuevo espíritu científico que reflejan sus observaciones y experimentos, Barba aceptó numerosas ideas anteriores sobre la constitución y generación de los minerales, muchas de ellas de raíz claramente alquímica. Barba clasifica los minerales en tierras, jugos (como la caparrosa, el alumbre, la sal...), piedras (preciosas, mármoles, pedernales,…) y metales, dando datos en el libro I de su obra sobre su reconocimiento, propiedades y disposición de todos ellos. También se preocupa de su origen, y en este punto acepta plenamente las ideas acerca de la generación de los minerales y de la existencia del líquido petrificante, que aparecían ya en Avicena, según reconoce el mismo Barba, y en el Lapidario de Alfonso X el Sabio 22. Sobre la generación de las piedras considera que «no puede ponerse en duda en que haya alguna virtud activa que engendre y haga las piedras, como las hay para todas las demás cosas generales, y corruptibles del Universo», aunque señala que esta virtud «es dificultosísima de conocer por no tener lugar determinado su generación, pues en el aire, en las nubes, en la tierra, en el agua y en los cuerpos de los animales vemos que se engendran las piedras» 23. Las piedras, según él, se generan a partir de los jugos, los cuales deben ser tenaces y viscosos «porque a no serio, evaporada la humedad con el calor, no quedará unida, sino hecha polvo y tierra la materia». Lo que luego sería la importante disputa de los fósiles aparece apuntada en su obra, dándose una explicación a las observaciones que en este sentido ya se iban reuniendo; la naturaleza del líquido convertía en piedra cualquier objeto poroso que atravesara, y por ello «se han visto en varias partes árboles enteros, partes y huesos de animales convertidos en durísimo pedernal», citando en apoyo de esta idea algunas petrificaciones observadas en América 24.

Barba utiliza explícitamente en su obra argumentos alquímicos. Así con referencia al problema de la formación de los metales expone, además de la de los filósofos y del vulgo, la opinión de los alquimistas, que conceden gran importancia a los rayos del sol en su generación y acepta la idea de la trasmutación de los metales a partir de esta fuerza. Según esta opinión, los rayos del sol calientan la tierra la cual «quemada así por largo tiempo se convierte en otra substancia también térrea»; a su vez, «esta tierra así quemada, mezclada y cocida con el agua se tras muta en otra especie que contiene en sí algo de la substancia de Sal y Alumbre» 25.

El sol y el calor se convierten así en Barba en fuerzas esenciales en el proceso de transformación de los metales - y es seguro que esta idea influyó en las experimentaciones que le llevaron al descubrimiento del sistema del cazo, y quizás fue a su vez reforzada por el éxito del mismo. Calor y frío combinados explican la formación de los metales. En el capítulo dedicado a exponer la causa eficiente y formal de los metales (lib. I, cap. XX) Barba considera que la causa próxima

«usa como de instrumentos de las calidades elementales, y especialmente del calor, y frío en la generación de los metales: con el calor mezcla uniformemente lo térreo con lo húmedo, que es la materia de que se componen: cuécelo, y lo digiere, y espesa, y con el frío lo endurece y quaxa, en forma de metal, más o menos perfecto, según la mayor o menor pureza, que halló en la disposición presente de la materia» 26.

La acción hidrotermal explica, a su vez, la formación de los filones, como resultado de la fuerza combinada de un calor interior y de otro astral o exterior: «las peñas en que se crían de ordinario los metales, que llamamos cajas, sirven de conductos por donde se encamina y une la virtud del calor subterráneo y el de los astros», mediante el cual se excitan los vapores, se dispone, mezcla y purifica la materia de que se «crían» sin permitir que se desvanezca por ninguna parte 27.

Debe advertirse que las ideas que Barba expone acerca de la constitución y generación de los metales en el libro primero de su obra, no eran una simple introducción teórica sino que están estrechamente ligadas a sus innovaciones técnicas y facilitaron realmente el basamento sobre el que éstas se realizaron. Alquimia e innovación tecnológica ligada a la experimentación están en Barba íntimamente unidas, y fue sin duda a partir de creencias alquímicas sobre la transmutación de los metales y sobre el papel del calor y de la humedad en este proceso que llegó a su hallazgo fundamental del sistema de beneficio por cocimiento. Como él mismo dice al describir el descubrimiento del sistema del cazo, cuando estaba realizando experimentos sobre los métodos usados para «quaxar el Azogue», decidió hacerlos en una vasija de cobre, por no tener a mano una de hierro; al no obtener e! resultado que esperaba le añadió, «tentando», algunos materiales, y entre ellos metal de plata molido, «pareciéndome – dice - que las reliquias de semilla y virtud que en estas piedras habría, con el calor y humedad de cocimiento podrían ser de importancia para mi pretensión». El resultado, añade, «me alteró no poco», - ya que sin duda pensó que había alcanzado la ansiada meta perseguida por los alquimistas - pero se desengañó pronto «advirtiendo que era la Plata que el metal tenía la que el Azogue había recogido, y no otra que se hubiese en parte transmutado». De esta forma, y al azar - «acaso», como él dice - obtuvo guiado por ideas alquímicas, y apoyándose en un indudable y moderno espíritu experimental, el método de beneficio que tanta importancia había de tener en la metalurgia.

Como era de esperar, la magnificación del sol y del calor va unida en Barba a un organicismo claramente expresado. Las alusiones al organismo terrestre y las comparaciones con la anatomía y fisiología de los animales permiten a Barba explicar algunos hechos esenciales. Así al plantear un problema tan básico en su obra como el de la generación de los metales afirma que se originan en «las venas de la Tierra, que discurren por su gran cuerpo como receptáculos principales de su humedad permanente, proporcionada a su solidez y dureza, como lo es la sangre de los cuerpos de los animales». Y este mismo organicismo es el que le lleva a aceptar la generación y crecimiento de los metales con todas las implicaciones que ello suponía, y que no son ni más ni menos que la negación de la inmutabilidad del universo. «Muchos con el vulgo -señalaba Barba - por ahorrar dificultosos discursos, dicen, que desde el principio del Mundo crió Dios los metales de la manera que están hoy, y se hallan en sus vetas»; y añade: «Agravio hacen a la naturaleza, negándole sin fundamento en esto la virtud productiva que tienen las demás cosas sublunares»; apoyándose él en la experiencia para convencer de lo contrario, y citando el caso de muchas minas que una vez excavadas «se vuelven a llenar de la Tierra; y desmontes circunvencinos, y en espacio no más largo de diez o quince años, cuando mucho, se trabajan otra vez de nuevo abundantísimas de metal» 28.

La relación con los antiguos mitos de la Madre Tierra aparece evidente en estas afirmaciones que, al igual otras señaladas por Eliade, asimilan las minas a la matriz de la madre, donde crecen y se regeneran los minerales. Es en esa concepción de la naturaleza como «viva» donde Mircea Eliade 29 ha encontrado una convincente relación entre metalúrgicos y alquimistas. Por otro lado, no cabe duda de que ideas como la expresada por el sacerdote Alonso Barba al cuestionar la inmutabilidad de la Tierra en aspectos parciales, cuestionaban de manera más general la inmutabilidad de nuestro planeta y afirmaban así una concepción dinámica que sería planteada de manera diferente con el triunfo de las tesis evolucionistas en los dos siglos siguientes.

Las teorías sobre el mundo subterráneo

Además de otros agentes difusores, es interesante destacar ahora que el papel de algunas órdenes religiosas pudo ser importante en la difusión de ideas neoplatónicas o platonizantes. Entre ellas, en primer lugar, los agustinos que al mantener la fidelidad a su santo epónimo se situaron en una concepción platónica netamente diferenciada desde el siglo XIII del riguroso aristotelismo tomista de los dominicos. También los franciscanos, que se insertaron en la tradición agustiniana 30, pudieron ser difusores conscientes o inconscientes de esta filosofía. En la edad moderna, la filosofía platónica debió de ser seguida, además, por los jesuitas. Su oposición a los dominicos, por un lado, y el proyecto consciente que persiguieron de ensanchar las bases filosóficas superando las discusiones bajomedievales, por otro, les hicieron sensibles a ideas filosóficas de origen diverso, entre ellas sin duda también las neoplatónicas. La oposición a Aristóteles y la cita de Platón son una constante en las obras de numerosos jesuitas referentes a la naturaleza. Baste citar, como ejemplo español, al padre Acosta que en su Historia Natural y Moral de las Indias (1590) no tiene reparos en atacar a Aristóteles, y señala de pasada que los antiguos, salvo Platón, habían ignorado la existencia del cuarto continente.

Estas circunstancias explican, me parece, que un jesuita como el padre Atanasio Kircher pudiera elaborar una obra como el Mundus subterraneus (1665) en la que claramente se refleja la concepción organicista y en la que el! fuego central pasa a ser, de acuerdo con ciertos aspectos de la tradición platónica, el elemento fundamental de la estructura del globo.

El Mundus subterraneus es sin duda, junto con el Prodromus de Steno, una de las aportaciones fundamentales que se hicieron en el siglo XVII a la discusión de la estructura interna de nuestro planeta. El estímulo para escribir la obra procedió, como el autor refiere en el prólogo, de la impresión que le produjo el terremoto de Calabria de 1638 y las erupciones del Vesubio, lo que explica la atención prestada a estos fenómenos en ella. La idea central de la concepción kircheriana es la de que la tierra es, «ad exemplar Microcosmi», como una especie de vasto organismo, con una osamenta pétrea constituida por las cordilleras, con un núcleo ígneo central y con grandes cavidades subterráneas llenas de fuego (pirofifacios), de agua (hidrofilacios) y de aire (aerofilacios). Los elementos de este «geocosmos» están todos ellos interrelacionados. Existe una circulación permanente de las aguas, de manera semejante a como las venas transportan la sangre en el cuerpo, y que mantiene en equilibrio los mares y océanos, comunicados a su vez entre sí; una circulación subterránea y exterior de los vientos; una comunicación de los fuegos, que poseen respiraderos exteriores en los volcanes. El elemento motriz de todo este organismo es el fuego central, que por canales subterráneos difunde exhalaciones ígneas que calientan el agua de los hidrofilacios a la que convierten en vapor que, a su vez, contribuye a transformar las sustancias subterráneas, o que se eleva hasta los más altos montes para después de enfriado dar origen a ríos y fuentes (figs. 1 y 2). Al desarrollar este esquema, Kircher recogía directa o indirectamente gran cantidad de ideas que estaban en el ambiente y que tienen en muchos casos un origen clásico, y con frecuencia inequívocamente platónico. En Platón, efectivamente, se encuentra no sólo la justificación básica de la analogía entre macrocosmos y microcosmos sino también otros muchos elementos esenciales de la concepción kircheriana. Entre los cuales algunos tan importantes como las cavidades subterráneas, el fuego interior y la circulación permanente de todas las aguas, todos los cuales aparecen en el bello mito que en el Fedón el filósofo griego pone en boca de Sócrates 31. En ese mito, con el que Sócrates a punto de morir intenta tranquilizar a sus amigos íntimos narrándoles la vida que le espera al alma después de la muerte, se encuentra, en efecto, una visión de la tierra que prefigura la de Kircher. Aparecen las cavidades subterráneas 32, llenas de agua, de niebla o de aire, y un sistema general de circulación en el que existen «ríos eternos» bajo tierra y que posee como eje principal la gran sima que «atraviesa de extremo a extremo toda la tierra» y a la que, aceptando la denominación de; los poetas.

Fig. 1 - Sistema ideal del interior de la tierra, con el fuego central y los pirofilacios, según el Mundus subterraneus del P. Kircher. Todo el sistema está relacionado mediante canales subterráneos a través de los cuales se alimentan los pirofilacios desde el fuego central, y con los que se engendran en la superficie los volcanes o montes ignívomos.

Fig. 2 - Sistema ideal del mundo subterráneo mostrando los hidrofilacios y la circulación interior de las aguas activada por el fuego central, el cual da origen también a la coalescencia de substancias minerales en las matrices interiores de la tierra. Lámina del Mundus subterraneus, ejemplar de la Biblioteca Universitaria de Barcelona.

Platón llama el Tártaro; en su interior la tierra tiene también «fuego en abundancia y grandes ríos de fuego» o de fango líquido, y se forman «inmensos vendavales» originados por la circulación de las aguas al entrar o al salir de las profundidades. Aunque este mito parece tener en Platón un sentido puramente escatológico, e incluso Sócrates afirma tras exponerlo que «el sostener con empeño que esto es tal como yo he expuesto no es lo que conviene a un hombre sensato», sin duda podía ser tomado también por una concepción científica sobre la tierra, y así debieron hacerla los contemporáneos, lo que explica que Aristóteles lo resumiera en los Meteorológicos y argumentara ampliamente contra su validez 33. Por ello no extraña que estos elementos pudieran ser usados por otros autores clásicos 34, así como también por Kircher como fuente de inspiración, directa o indirecta, de su Mundus subterraneus.

Pero Kircher combinó todos esos elementos con otros propiamente aristotélicos en una ambiciosa concepción que trata de dar una visión de conjunto, intentando encontrar las claves de la constitución terrestre y de su organización y evolución. Los cuatro elementos fundamentales - fuego, agua, aire y tierra - le facilitan el esquema de su obra, siendo sucesivamente tratados en ella. En los libros VI y VII, los dos últimos del primer tomo, dedica gran atención a las señales que aparecen en las rocas, en las que trata de encontrar ocultos sentidos. En los libros siguientes se ocupa de las substancias minerales y metálicas, de los venenos y «frutos letales» del mundo subterráneo, de las combinaciones alquímicas; y considera la virtus lapidifica como la gran fuerza que contribuye a la conservación del planeta al equilibrar los estragos que sobre el elemento tierra realiza constantemente el paso del tiempo y la acción de las aguas, los vientos, los terremotos y otras fuerzas, en un proceso antitético que se corresponde con el más general de generación-corrupción.

Así se conserva el geocosmos creado por Dios y manen ido en un equilibrio armónico. Un geocosmos en el que existe una evolución desde una materia caótica primitiva fecundada por el espíritu divino hasta el gran cuerpo organizado en el que viven plantas y animales, y que posee como fuerza seminal organizadora la panspermia o vis seminal, concebida como un espíritu material, un vapor sulfúreo-mercurial que es la semilla universal de todas las cosas 35.

En España el eco de la obra de Kircher no se hizo esperar y es en relación con ese impacto que aparecen las más claras formulaciones organicistas en la ciencia española de la segunda mitad del seiscientos y del setecientos.

En la transmisión de las ideas de Kircher hay que situar en primer lugar a Juan Caramuel, el ilustre científico madrileño de polifacética y sugestiva personalidad. Caramuel (1606 - 1682) pertenece a ese grupo de científicos que - como Descartes, Mersenne, Gassendi, el mismo Kircher - buscaban a mediados del siglo XVII nuevos caminos para la ciencia y para la filosofía. Corresponsal de Descartes - el único español que lo fue, al parecer - adversario decidido del aristotelismo, defensor de la demostración experimental, y preocupado por empresas intelectuales que no es difícil enlazar con la tradición platónica - como la de deducir a partir de las matemáticas todas las cuestiones filosóficas y teológicas (como pretendía hacer en su Mathesis audax, 1642) - Caramuel podía fácilmente coincidir Con Kircher. Su epistolario con el jesuita, estudiado por Ceñal 36, demuestra, en efecto, una comunidad de preocupaciones y una admiración del cisterciense español por el alemán. Mientras era obispo de Campagna - Satriano, en el reino de Nápoles, Caramuel recibió directamente de Kircher la primera edición del Mundus subterraneus el mismo año de su publicación 37. Así Caramuel pudo constituirse en un transmisor de las ideas kircherianas a España, lo que sin duda vino facilitado por el gran prestigio de que gozó el científico madrileño entre los círculos novadores españoles que fueron apareciendo desde los últimos decenios del seiscientos.

Otro canal de difusión de sus ideas fue evidentemente el de los miembros de la multinacional jesuítica. Se sabe que Kircher mantuvo correspondencia con dos jesuitas españoles que estaban en México, los padres Francisco Jimenez y Alejandro Fabiano, y en España con el padre Juan Eusebio Nieremberg y con el padre José Zaragoza 38. Este último, profesor de Matemáticas en el Colegio Imperial de Madrid a partir del 16701, difundiría seguramente desde su cátedra las ideas de Kircher al tratar en sus cursos matemáticos de la estructura de la tierra.

En su obra geográfica fundamental, la Esphera en comun, celeste y terráquea. (1675), Zaragoza cita y usa a Kircher en la proposición XII dedicada al Mundo subterráneo, remitiendo al alemán para mayor conocimiento «de tan extrañas como profundas noticias» que aporta. Siguiendo a su hermano en religión, aceptó la existencia del fuego subterráneo, que tendría en los volcanes sus respiraderos y sería capaz incluso de incendiar las aguas del mar. Al tratar de las causas del fuego considera que «la causa material es el azufre, betún y salitre, según Agrícola, Cardano, Cessio, Kircher y Resta», lo cual se prueba «con la experiencia del hedor sulfúreo», siendo el betún y la resina las sustancias que dan duración al incendio; en cuanto a la causa eficiente, la considera más difícil de establecer: «tengo cierto - afirma que Dios en la creación dexó en varias concabidades fuego, que éste se va comunicando por donde le halla materia y que tal vez las exhalaciones interiores se encuentran como en las nubes, y causan nuevos incendios: esto aprueban Alberto M. Philoteo, Vives, etc.» 39. Luego se plantea el problema de si el fuego subterráneo, es infernal, cosa que duda, y sobre su naturaleza señalando: «tiénese por cierto que el fuego subterráneo ordinariamente es ascua, y no llama», según otra vez Cardano, Cessio y Kircher, «porque la llama necesita de respiración y no puede conservarse tanto tiempo en lo interior de la tierra; pero algunas veces con los vientos subterráneos se levanta la llama y causa los estragos». Alude también a los pirofilacios, hidrofilacios y aerofilacios del padre Kircher respecto a los cuales con un cierto escepticismo escribe: «no les repruebo, porque son posibles, ni les apruebo porque no basta la posibilidad para afirmar el hecho». Escepticismo que aparece en otras ocasiones, como cuando al tratar de los vivientes subterráneos comenta que «el padre Kircher da una historia de hombres subterráneos más extraña que la de las Batuecas» 40.

El eco de Kircher en el movimiento novador

A pesar de este temprano escepticismo hacia las tesis kircherianas, estas se difundirían durante el último tercio del siglo XVII por canales diversos, entre los cuales, en primer lugar, el jesuítico. A través del padre Zaragoza y de los profesores del Colegio Imperial, o por intermedio de autores como Caramuel, sus ideas se extenderían en los medios científicos madrileños y aparecen en obras diversas, relacionadas con el movimiento novador. Entre ellas, el Espejo Geographico del filojesuita Pedro Hurtado de Mendoza muestra que en 1690 esas ideas eran plenamente conocidas, puesto que se citan repetidas veces varios libros del jesuita alemán. La difusión de sus ideas había contribuido, a su vez, a propagar la tesis de la correspondencia profunda entre macrocosmos y microcosmos, que Hurtado de Mendoza no vacila en aceptar al comparar la red hidrográfica con el sistema humano de circulación de la sangre a través de venas y arterias. Estas son sus palabras:

«Enseñan los Doctores que las venas y arterias del Microcosmos o pequeño mundo (assi llaman al hombre) son los Rios y los Arroyos que bañan y mantienen el forçoso comercio de sus Continentes. Señalan en él sus Mares y Golfos, o Senos, quatro harto insignes encierran en la cabeça las membranas, que se alargan de las meninges, ponen sus Lagos, y como en el Macrocosmo o mundo mayor assi en essotro Mundo se hazen cada dia nuevos descubrimientos de Estrechos, Anastomoses, Lagunas, Estanques […].

Pero dexando este género de Geographía, tan curioso, y tan necessario para nuestra salud y conservación, vuelvo a la mia, y digo que si aquellos Authores cotejan con razón las venas que llevan la sangre del coraçon, como del centro a la Peripheria, y las arterias que las trahen, como de la Peripheria al centro, con los Rios que parten del mar a fecundar las Tierras, y vuelven después de concluida su circulación, al mar, llamaré también yo con ella a los Rios venas y arterias de este gran cuerpo de el Macrocosmo. Y, si no ay Doctor. ni Anatomista, des pues de tantas anatomías, y tan curiosas pesquisas, que sepa dezir el numero de solas venas del cuerpo humano, siendo éste tan pequeño, y como nada, en comparación del Orbe […] quien estrañará que no se pueda dar quenta de todas las venas. Anasthomoses, y arterias del Globo Terráqueo?» 41.

La obra de Hurtado de Mendoza es, por muchas razones, un buen ejemplo del movimiento novador madrileño en el campo de la geografía, y muestra bien como las tesis kircherianas y los planteamientos organicistas eran conocidos y aceptados por esos científicos. Como lo fueron también por otros novadores, que con frecuencia, intentaron difundir las nuevas corrientes desde posiciones filosóficas eclécticas en las que se combinaba el respeto a Aristóteles, la asimilación matizada de corrientes cartesianas (Descartes, Gassendi) y las posiciones de raíz platonizante.

Este es el caso de los novatores valencianos cuyas ideas fundamentales son bien conocidas en la actualidad después de los diversos estudios que se les han dedicado, y cuyo interés por la geografía ha sido también objeto de análisis recientemente 42. Pero quizás no se ha mostrado suficientemente la raiz netamente kircheriana y las componentes organicistas de sus concepciones sobre la estructura de nuestro planeta. Raiz que aparece evidente en las obras de representantes destaca - dos de este movimiento como Corachán y Tosca.

Ante todo, Juan Bautista Corachán, que en sus Avisos del Parnaso – redactados en 1690, aunque publicados póstumamente por Gregorio Mayans y Siscar en 1747. 43 - hizo aparecer directamente al padre Kircher para exponer sus teorías. Como es conocido, en los Avisos se presenta en forma dialogada toda una serie de principios de la nueva física, mediante la ficción de una fiesta que se celebra en el Parnaso con motivo del cumpleaños del dios Apolo. La reunión comienza el 26 de mayo de 1690 con intervención del dios y de toda una serie de científicos ilustres (los jesuitas Grimaldo, Fabri, Mendoza, Clavio, Kircher, Escoto, los científicos Boyle y Descartes), y en el curso del certamen se realizan y se discuten diversas experiencias que tratan de probar que la luz es cualidad, el peso del humo, la formación del pollo en el huevo, y diversas cuestiones matemáticas y físicas. En una de las sesiones, la del día 4 de febrero se suscita una, disputa sobre si existe la esfera del fuego en la última región del aire, cuestión que unos siguiendo a Aristóteles afirmaban 44 y otros, en cambio, negaban. Los contertulios aceptaron la existencia en el interior de la tierra, de receptáculos de fuego elemental aunque no puro, «a los que llamó Kirkerio Pirofilacios», en lo cual coincidieron todos, fundados en la experiencia de los numerosos volcanes que existen en Europa y América meridional. También coincidieron en que estos fuegos subterráneos «se sustentan y tienen por pábulo al azufre, betún, salitre, carbones de piedra, y otros materiales que pueden dar duración a un incendio», sirviendo estos fuegos «para la conservación de los sublunares, generación de los metales y para defensa de la putrefacción» 45, todo ello de acuerdo con la más pura concepción kircheriana, que en eso coincidía con la aristotélica. Kircher intervino en la disputa hablando en nombre de todo el bando de los antiaristotélicos. Se refirió al problema del fuego del cóncavo de la luna 46, afirmando que en los libros sobre meteoros Aristóteles había hablado de exhalaciones, «que por la costumbre se llamaron fuego», sosteniendo por su parte «que no es verdadero fuego, porque este es un exceso y efervescencia del calor, lo que no tienen las exhalaciones porque solo son en potencia fuego, y no actualmente» 47. Así, según la interpretación que hace Kircher de Aristóteles, lo que hay en el cóncavo de la Luna serían solo exhalaciones y no fuego. En su intervención, Kircher se opuso también a la idea de que el fuego tienda a subir a su región, como aparentemente parecerían probar los cohetes, y afirma que «en el aire hay muchas exhalaciones». En favor de su argumentación cita a gran número de autores, entre los cuales a Scheiner, Galileo, Cabeo, Ricciolo, Descartes y Caramuel.

Las cuestiones que se discutían en el imaginario cónclave del Parnaso, no eran baladíes, sino, al contrario, muy importantes desde el punto de vista científico. Uno de los problemas en discusión era el de la corruptibilidad o no de los cielos. Los oponentes alegaban que si los cielos y los astros eran incorruptibles. el sol no podía ser de fuego, pues éste por naturaleza es corruptible. Alegaban otras razones para oponerse al caracter ígneo del sol: que si fuera fuego «avría menester pábulo para conservarse»; que «el sol siempre es igual y de una misma manera, lo que no tiene el fuego, luego no es formalmente fuego»; que «el fuego es cónico o piramidal», y como el sol no es así, no podía ser fuego; que «si el sol fuera fuego, siendo tan grande y durando tanto tiempo abrasaría a todo el universo, y calentaría más quanto más cerca: y así la media región estaría más caliente que la ínfima, lo qual es contra la experiencia». A lo cual podían añadirse todavía otros argumentos: que el fuego se puede mirar libremente sin que se dañe la vista, al contrario del sol; que el sol puede engendrar los minerales en las entrañas de la tierra, y los animales y las plantas en su superficie 48. A todo ello se opuso decididamente Kircher refutando una por una ¡todas las razones que daban los aristotélicos 49, y concluyendo que «el Sol es de naturaleza ígnea, i fuego formal, cuyas partes unas son fluidas, como mares de fuego, como se experimenta en las olas, i temblor, i otras sólidas, que sirven para darle consistencia; y para decirlo en una palabra, es del mismo modo que nuestra tierra, solo que lo que aquí es agua, allá es trueno: y así hay nubes, truenos, lluvias, rayos, tormentas y alborotos, en el océano del fuego» 50. Corachán adoptaba así una neta posición moderna, usando ampliamente de los descubrimientos del padre Scheiner sobre la naturaleza del sol, descubrimientos relatados y ampliamente citados, por cierto, por Kircher en su Mundus subterraneus.

Kircher vuelve a intervenir en los Avisos del Parnaso para sostener la misma idea de la corruptibilidad de los cielos mediante el recurso de narrar las cosas maravillosas que ha podido conocer en un éxtasis. Corachán aprovecha para exponer diversas nociones sobre la estructura de los cuerpos celestes, las cuales proceden esencialmente del Iter exstaticum y que, en esencia, tienden a demostrar la identidad de composición entre los planetas y la tierra. La luna se describe como un cuerpo con atmósfera y accidentes semejantes a los de la tierra y luego sucesivamente se alude a los diferentes planetas del sistema solar. Mercurio, por ejemplo, se describe como un planeta «con montes, valles, mares, etc., como la Luna; pero de diferente naturaleza y condición; porque los mares se mueven, y fluctúan con una suavidad y sosiego admirable sin el fragoso tumulto de olas que ví en la Luna», y de manera semejante los otros planetas, cada uno con sus montañas y mares, aunque con peculiaridades distintas en cada caso. La escena concluye con las manifestaciones de sorpresa de los oyentes por las maravillas escuchadas: «con esto quedaron todos los oyentes admirados por haber oido tantos prodigios, y más lo extrañaron los de la Escuela Peripatética, por ser cosa contra su sentencia, en que ácremente defienden, que los cielos son sólidos e incorruptibles, simples, y no compuestos de los cuatro elementos, por lo qual muchos de estos no dieron crédito al dicho Kirkerio» 51.

Los Avisos del Parnaso muestran que la obra de Kircher era ya bien conocida y apreciada en España a fines del siglo XVII en los círculos novadores, y que se le atribuía un significado claramente antiaristotélico, siendo esgrimida además por esos círculos en su batalla por la introducción de la ciencia moderna en nuestro país. El movimiento novador se convirtió de este modo en uno de los principales canales de difusión de las ideas kircherianas. Aunque en ocasiones la paternidad de las ideas que propagaban no fuera claramente reconocida, y pueda sospecharse que no tuvieron un conocimiento directo de ellas, sino llegado a través de otros autores.

Esta es la pregunta que puede formularse, por ejemplo, con referencia al kircherianismo de Tomás Vicente Tosca, otro de los miembros más representativos del movimiento novador. Seguramente es en la obra sacerdote valenciano y concretamente en el Compendio Mathematico (1707 - 1709) donde se pueden encontrar las más nítidas formulaciones organicistas y el más abundante eco de las ideas de Kircher, aunque cuando las expone no cita ni una sola vez a dicho autor. Pero teniendo en cuenta ,que la estructura de conjunto y los datos fundamentales contenidos en esa obra proceden del Cursus seu Mundus Mathematicus (1690) del jesuita saboyano Claudio Francisco Millet Dechales, no sería extraño que las noticias de Kircher le hubieran llegado también a través de ese canal 52.

Tosca expone una concepción kircheriana sobre la estructura interior de la tierra en el tratado «Phisico-Mathemático de los metheoros terrestres, áqueos, aéreos, y ethéreos» de su Compendio Mathemático 53, y particularmente de forma destacada en el libro II dedicado a los meteoros que se engendran en la tierra. Tosca se siente obligado a introducir el tema presentando la disposición y organización del globo terrestre, tanto en la superficie como en el interior de nuestro planeta, lo que da ocasión para que aparezcan aquí todos los temas esenciales del Mundus subterraneus desde el organicismo al fuego interior.

En lo que se refiere a la fábrica y disposición exterior del globo, Tosca se limita a exponer únicamente lo más preciso «dejando lo demás para el tratado de Geographia, que es su propio lugar». Llama la atención sobre todo en la existencia de una estructura regular de montañas, formadas por la Providencia para cumplir diversos fines, a saber: 1) «para que los montes, y substancias lapídeas sirviesen en la tierra de lo mismo que sirven los huesos en el cuerpo del hombre: pues así como estos dan firmeza, al edificio del cuerpo humano, así los montes cuyas cordilleras se enlazan y traban entre sí, dan consistencia, firmeza y permanencia a la fábrica del globo terrestre; y sin su resistencia el continuo fluxo y refluxo del mar, iría deshaciendo y sacando de su lugar la tierra más floja hasta ocupar toda su superficie»; 2) para que los montes más altos «pongan reparo a la furia de los vientos»; y 3) para que el agua dulce se reparta desde ellos a través de ríos y fuentes 54.

Pasa luego a exponer la disposición interior del globo, lo que pondera como tarea difícil ya que nadie ha podido bajar a observarla; a pesar de ello se conoce dicha disposición (,por el philosóphico discurso, que de los efectos infiere las causas, siguiendo el hilo de una perfecta analogía, ha llegado a penetrar muchos arcanos de su artificiosa disposición» 55. Para Tosca la tierra no es un cuerpo homogéneo, sino «orgánico, como lo es el cuerpo» y de la misma manera «como este consta de sangre, y otros humores, que engendra en diferentes oficinas, contiene en diversos vasos, y reparte por diferentes conductos, así la tierra produce y conserva en sí ;innumerables humores, que sirven para la generación de los minerales, sustento de los vegetales, y alimento de los sensitivos: y no hay duda que para tan nobles obras ha de tener proporcionadas oficinas, donde los dichos humores se preparen, y varios canales y conductos que les distribuyan por el vasto cuerpo de la tierra» 56.

Siguiendo con esta analogía y para que mejor se comprenda la organización interna de la tierra, explica primeramente la disposición del cuerpo humano, con sus diferentes partes: el estómago, «en quien por virtud del calor natural, y principalmente del ácido fermentativo, se hace la primera decoción del alimento; y separándose lo más sutil de los crasso y terreno, lo más sutil se convierte en una sustancia blanca, que es lo que llaman Chilo; Y lo más crasso desciende a los intestinos»; el hígado, donde el alimento se convierte en sangre, que penetra por la vena cava en el corazón, donde «como en el principal hornillo, y oficina de nuestro cuerpo, recibe su perfección», y de donde saliendo por la vena aorta «que es el tronco de las demás, se reparte por todo el cuerpo, dividiéndose y subdividiéndose en innumerables ramas que dan alimento y calor a todos los miembros». Al igual que Kircher, Tosca resalta que todo el sistema está intercomunicado, porque la sangre pasa otra vez a la vena cava, por donde vuelve de nuevo al corazón 57.

Pues bien, «a semejanza del cuerpo humano» posee también la tierra grandes concavidades internas: «unas llenas de agua, que en Griego se llaman Hidrophilacios; otras llenas de fuego, que se llaman Pirophilacios, y otras de aire». Dichas cavidades tienen unas funciones muy bien determinadas, pues «en estas oficinas labra la naturaleza la maravillosa variedad de substancias que enriquecen los tres reinos, mineral, vegetable y sensitivo», intercomunicándose todas ellas mediante una circulación permanente del todo semejante a la del cuerpo humano:

«Penetra el mar por grandes y profundas aberturas las entrañas de la tierra, y con sus aguas salobres le comunica las muchas influencias celestes, que continuamente recibe; y dividiéndose por el cuerpo terrestre en varios aqueductos, llena muchas, y dilatadas cavernas, en las cuales, como en artificiosos alambiques, por virtud del fuego subterráneo, se cuece, y altera, de suerte, que separándose lo más sutil de lo crasso, se eleva en vapores, que penetrando por los poros, y venas más sutiles de la tierra, parte se levanta a la región del aire, y condensándose en nubes, se resuelve en lluvias: parte entrando en las frías concavidades de los montes, se convierte en fuentes, de cuyas vertientes vienen a formarse los ríos, que restituyen todas aquellas aguas al mar, para introducirse otra vez en la tierra, y dar con esta perpetua circulación perenne materia para la formación de tanta variedad de substancias, que se componen de las partes más crassas, y salitrosas; y preparadas estas por la eficacia del fuego subterráneo, se difunden por diferentes conductos, que repartidos por el interior de la tierra, según la varia disposición que en ella hallan, se convierten en diversos minerales. como son oro, plata, hierro, piedras, venenos, y demás cosas, cuya diversidad y multitud es digna de toda admiración. Basta esto para que se pueda hacer algún concepto de la organización interior del cuerpo terrestre» 58.

A pesar de que Kircher no aparece citado, la paternidad de estas ideas es evidente. Y por si hiciera falta, se demuestra todavía más cuando en las páginas siguientes Tosca explica en detalle la constitución de las diversas cavidades interiores. Así los hidrofilacios o «receptáculos de las aguas subterráneas» se dividen en dos clases. La primera es la de «los que están en las profundas cavernas y los ríos que de los mismos montes se originan», existiendo bajo todas las grandes montañas, y entre ellas bajo los Andes americanos «de quienes salen innumerables ríos, singularmente el Maragnon y el de las Amazonas».

Fig. 3.- La circulación de las aguas, según el padre Kircher. A través de canales subterráneos el agua del mar pasa a los hidrofilacios, desde donde los ríos la vuelven otra vez al mar.Lámina del Mundus subterraneus.

La comparación de esta descripción Con unas láminas del Mundus subterraneus (figs. 2, 3 y 4) hace innecesario cualquier comentario. En cambio, puede ser interesante hacer notar la forma no castellana del topónimo Marañón, que muestra el grado de dependencia de Tosca respecto a las fuentes extranjeras.

El segundo tipo de hidrofilacios es el de los abismos, que son «unas cavernas muy grandes llenas de agua que están en lo más profundo de la tierra». v a las cuales «se precipita el mar con formidable ruido y estruendo; y por esta causa muchos mares, y singularmente el Caspio tienen tan horrendos remolinos que se tragan las ballenas y los navíos». La comunicación de unos y otros hidrofilacios es un rasgo fundamental, y «según algunos discurren», de estos abismos proceden las aguas de los demás hidrofilacios «con quienes comercian por diferentes conductos» 59.

La descripción que hace Tosca de los pirofilacios puede servir para conocer las ideas básicas de Kircher acerca de estos elementos fundamentales de la estructura interior de la tierra. Se trata de «unas dilatadas cavernas en las entrañas de la tierra, llenas de fuego; de las cuales son testigos irrefregables los volcanes que continuamente vomitan llamas, o humo, sirviendo de algún desahogo a los sobredichos incendios». Este fuego subterráneo «carece de luz en aquellas concavidades, porque no es otro, que una materia ardentísima, encendida a la manera que la cal se le infunde agua». Los pirofilacios se mantienen Con las mismas materias que suministra la tierra, y su papel es fundamental en el funcionamiento del organismo terrestre ya que actúan «como hornos en las oficinas interiores de la tierra, con cuya actividad se preparan, y disponen en ellas innumerables materiales, que sirven para la producción, y conservación de tantas sustancias, como se encuentran en las minas de la tierra».
 
 


Fig. 5. El sistema fluvial de América del Sur, alimentando por los grandes hidrofilacios andinos. Lámina del Mundus subterraneus

Por último, los aerofilacios o receptáculos de los vientos subterráneos se describen como «unas grandes concavidades de la tierra llenas de aire, el cual se deriva por canales diferentes» hasta los hidrofilacios y pirofilacios «para avivar los incendios de éstos, Y para impeler el agua de aquellos facilitando con esto su ascenso por secretos conductos que subministren materia a muchas fuentes» 60. De esta forma el ambicioso sistema diseñado por Kircher se nos presenta en castellano con toda su verdadera complejidad, a manera de un vasto sistema funcional perfectamente articulado, que aunque formulado en clave organicista constituye un claro precedente de esa máquina térmica que sería la tierra para Hutton a fines del siglo XVIII.

Un organicismo el de Tosca que no se limitó a las páginas del tratado de meteoros, sino que parece llegó a estar profundamente asimilado, y que él convirtió en fundamento de toda su concepción de la naturaleza, concebida como un megacosmos a imagen del microcosmos humano. Es lo que muestra el significativo título de una obra que el valenciano escribió y que es citada por Gregorio Mayans en su Vida de Tosca: «El Gran Teatro de la Naturaleza, esto es el «Megacosmos» o el gran mundo descrito fisiológicamente, en el cual se habla de toda la región Etérea y Elemental, de la Tierra, del Agua, del Aire, del Fuego, de los Meteoros, de los Minerales, de las Plantas, de las Flores, de los Frutos, de los Animales Terrestres, Acuáticos, volátiles, de las restantes cosas del Universo. Y todos los secretos de la Naturaleza son examinados y explicados con [toda] la claridad posible»61. Con una obra así Tosca seguía estando en la órbita de Kircher, y a través de él enlazaba con toda la tradición neoplatónica que hizo del principio de semejanza el instrumento para comprender los secretos de la naturaleza. Lo cual para Tosca era posible sin abandonar totalmente el aristotelismo dado el ec1ectismo filosófico que siempre defendió y que aparece claramente reflejado en su Compendium Philosphicum.

Organicismo y mundo subterráneo en la primera mitad del setecientos

La utilización de las ideas de Kircher por el movimiento novador facilitó sin duda, que éstas se difundieran en España y fueran aceptadas en la primera mitad del XVIII como explicación de la estructura interna de nuestro planeta. Diversos autores contribuyeron en esos años a su propagación.

Uno de ellos fue el catedrático de Matemáticas de la Universidad de Salamanca, D. Diego de Torres y Villarroel, que en su Viaje fantástico (1724) siguió el modelo del Camino Extático del jesuita alemán; del que imitó desde el plan general de la obra, desarrollada a través de un viaje que trascurre del mundo subterráneo al estelar, hasta las ideas esenciales. No es la única vez que Torres utilizó ampliamente las ideas de otro autor. En realidad, la redacción apresurada de muchas de sus obras, producidas para un público poco exigente - el «vulgo» al que continuamente se refiere -, le obligaba, y a la vez le permitía, este recurso. En el caso del Viaje fantástico Torres afirma que lo escribió en solo ocho días a partir de la obra de Kircher, y de las noticias que dieron «los Astrólogos del Norte» en la Gazeta del 13 de Junio sobre el eclipse de mayo de 1724, y declara que «sin duda la lección de Kirquerio o las novedades de la Gazeta, o uno y otro pensamiento barajado, despertaron en la imaginación la siguiente burla» 62. El éxito de la obra debió de ser grande, pues catorce años más tarde su autor se sintió tentado a insistir nuevamente publicando su Anatomía de lo vísíble e invísible (1738) que conserva en lo esencial el plan y las ideas de la obra anterior, con solo algunas modificaciones de detalle en el relato. El eco de las ideas de Kircher perdurará en Torres hasta el final de su vida, pues todavía en 1748 volvió a utilizarlas ampliamente en su obra sobre los terremotos.

El Viaje fantástico - calificada como «obra Physico-Matemática» por el primo de D. Diego, el librero Antonio Villarroel y Torres 63 - describe en cuatro jornadas toda la estructura del universo. En la primera, los viajeros recorren el mundo subterráneo y se da noticia de los minerales que en él se encuentran y «de toda su fábrica y oficinas interiores». En la segunda, tras salir a la superficie por Sicilia, donde se encuentra una de las bocas del fuego subterráneo, se embarcan para España y durante el viaje. el autor - que siempre se designa como «el Astrólogo» - explica las cualidades y movimientos del mar, y enumera los existentes, así como su situación y disposición, incluyendo un breve tratado de geografía descriptiva; tras desembarcar en Cádiz se presta atención al mundo vegetal y animal, explicándose la generación y composición de los mismos 64. Durante la jornada tercera ascienden al aire, exponiéndose los diversos fenómenos atmosféricos. Por último, la cuarta es un viaje a los cielos, durante el cual se realiza una disertación sobre las estrellas y sus movimientos, y sobre las calidades e influjos de los eclipses de luna y sol, y se hacen numerosas consideraciones de carácter astrológico. La obra es, pues un breve tratado de cosmografía, geografía e historia natural, redactado en forma tal que podía ser fácilmente leido, por lo que las concepciones expuestas alcanzaron sin duda una gran difusión.

La descripción del mundo subterráneo se mantuvo prácticamente sin cambios en las diversas obras de Torres. Se trata de la región media del planeta, situada entre la inferior o infernal, y la suprema o superficial, la que sostiene al hombre, animales y plantas. En la animada prosa de D. Diego, dicha región media se describe como «un globo obscuro, interrumpido a trecho de varias cavernas, boquerones. vientres, canales y otros conductos más y menos dilatados, profundos y encogidos, en cuyos huecos se estancan, se cuecen, se purifican, se aumenta y disminuyen los diferentes sólidos insensibles y otros cuerpos líquidos, que produce esta vastísima región» 65.

El mundo subterráneo es, pues el lugar de una incesante actividad. Al igual que en la obra del padre Kircher, el fuego interior desempeña un papel fundamental en ella y en la estructura del planeta. Dicho fuego, más el calor aportado por el sol en la superficie y la humedad son los agentes esenciales a partir de los cuales se pueden explicar un gran número de rasgos de nuestro planeta. Un párrafo bien significativo de esa concepción es éste, en el que el autor explica a sus compañeros el origen de unos vapores que observan en el curso de su viaje subterráneo:

«esos vapores que sentimos son unos alientos nitrosalinos y sulfúreos que como forasteros de este centro [de la tierra] los arroja y eleva así el calor del Sol como el fuego subterráneo, que cuece en estas entrañas: y ellos buscando los poros de la tierra se penetran hasta encontrar el aire, y los que en aquella esfera endureció, y condensó la frialdad de aquella región, baxan más térreos a buscar su centro, de tal modo, que continuamente suben vapores y baxan, siendo el calor y luz del sol, y la humedad de la Luna, y el especial influxo de los demás cuerpos etéreos, universales agentes que producen en la disposición de esta materia elementar estas formas, y especies» 66.

Un aspecto esencial de la estructura interna de ese mundo subterráneo es la existencia de depósitos de fuego, de agua y de aire, y de una circulación interior de estos elementos. Todos los ya conocidos elementos kircherianos aparecen otra vez aquí aunque surgen nuevos detalles que completan la imagen del Mundus Subterraneus.

Ante todo el fuego. Este se concentra en unas cavernas o pirofiJacios, cada uno de los cuales es «la principal oficina donde se preparan, y labran a fuego, innumerables materiales, que sirven para la producción de tantas substancias como vemos». Se trata de un fuego especial: «un calor y ardentísima materia, sin luz, a la manera del de la cal, cuando le echan agua, pero de mayor actividad y fuerza». Ese fuego se mantiene a manera de pabilo, con la misma tierra preparada, y se conserva gracias a los respiraderos y bocas que la naturaleza abre en la superficie de la tierra en forma de volcanes 67.

El agua es la misma agua del mar, la cual, a través de diversas rupturas y bocas existentes en su fondo, se introduce en las entrañas de la tierra. La más importante de estas rupturas es la que existe debajo del Polo Artico, por donde penetra la mayor cantidad de agua, la cual, dividiéndose «por ocultas sendas, y conductos», se distribuye por todo el globo interior. Más tarde, se vuelven a unir «y salen por otra puerta, o rotura, que está debaxo de el Antártico, siendo esta circulación de las aguas subterráneas el motivo de perpetuarse en la superficie de la tierra las fuentes, ríos y lagunas». Esta es la causa también de que el mar se mantenga permanentemente dentro de sus límites, «porque cuanta agua recibe de sus caudalosas corrientes de ríos y fuentes; la vuelve a arrojar a estos conductos subterráneos, y con esta perpetua circulación no da lugar a exceder sus límites» 68, Se daba con ello explicación racional a un problema que había intrigado a los clásicos y, todavía, a los hombres del renacimiento y que en la España del siglo XVI apareció poéticamente formulado por Fray Luis de León cuando en su Oda a Felipe Ruiz se interrogaba por

«... las lindes y señales
con que a la mar airada
la Providencia tiene aprisionada

Las aguas del mar, «llenas y preparadas de los celestes influxos», penetran en el interior de la tierra por las citadas «roturas» y, además de circular subterráneamente, se depositan en cavernas «que los Filósofos llaman Abismos o Hydrofilacios». Torres precisa en otra obra que el agua depositada en los hidrofilacios está «mezclada de distintos materiales resinosos y ardientes» que proceden bien de lo que las aguas van «lamiendo» por los canales y barrancos subterráneos por los que circulan, bien de los humos y vapores de los pirofilacios 69. La mezcla así constituida, por la acción del fuego vecino, «se cuece y se altera» - «fermenta» dice en otra ocasión - produciéndose entonces cambios sustanciales, pues,

«separando lo sutil de lo crasso, rompe, y penetra los poros, y fisuras de la tierra, y sube en alientos y vapores: éstos, parte se congregan en nubes, parte se convierten en fuentes, cuando entran en los huecos de los montes, y a las porciones más salitrosas, las prepara el fuego: y según la disposición y mixtura, las cuece, y convierte, ya en plata, y en ese oro. Al ir, pues, penetrando estos poros la parte sutil de aquellos hálitos, a las orillas de las cisuras, por donde pasan, se van dexando lo más vituminoso, y sulfúreo; y de eso es engendran esos medios minerales que Vmds. ven repartidos por esas venas, como el arsénico, oro pimente, y muchas sales y venenos: y estos con los días y siglos hacen una física transmutación» 70

La existencia de los hidrofilacios permite explicar gran número de fenómenos naturales. Las fuentes de aguas termales reciben un agua calentada por la cercanía del fuego subterráneo, y tienen características medicinales o malignas según las materias que disuelven en su circulación subterránea. Los lagos o lagunas se originan en fracturas que hacen salir a la superficie el agua de los depósitos interiores, por lo que su alimentación o desagüe se hace con total independencia de la circulación exterior. Esa es la explicación de que las aguas de algunos lagos se mantengan constantes a pesar de no recibir ningún aporte exterior, o por el contrario, recibiendo numerosos ríos que no tienen luego salida.

Por último el aire. El mundo subterráneo posee también grandes depósitos aéreos y una circulación de viento: son los aerofilacios. Este aire era imprescindible para mantener y avivar los fuegos y para facilitar la circulación interior de las aguas y su ascenso a la superficie. El origen remoto de este elemento kircheriano se encuentra seguramente en Séneca, el cual en sus Quaestiones Naturales consideraba que al igual que en el hombre el aire de la respiración «hace su morada no en medio de nervios y músculos, sino en las vísceras y a lo largo de la cavidad interior», también en la Tierra ocurría lo mismo, puesto que «la cavidad sísmica no se realiza en la superficie, sino que viene de abajo y del fondo de sus entrañas», por lo que cree probable que el aire se acumule en el interior de la tierra «dentro de cavidades muy vastas» 71. Para Torres Villarroel el aire de los aerofilacios se ha convertido en «un aire pestilente, hinchado y repleto de las exhalaciones y espíritus que toma de los abismos del fuego, de los regueldos y vómitos que arrojan las cavernas del agua, y de los bostezos, humaredas y soplos, que continuamente despiden otras hoyadas más pequeñas y más vecinas en cuyos centros y superficies se dispone el azufre, el carbón, y otros materiales retostados e inflamables» 72. Al igual que para los clásicos, y para Kircher, también aquí el resoplido del aire en el interior de algunas grutas y cavernas sería una prueba de la existencia de esa circulación subterránea.

Agua y fuego, tierra y aire son los elementos esenciales de cuya combinación surgen todas las sustancias minerales. El papel del aire es secundario, pero no por ello deja éste de estar presente. La presencia del agua es tan necesaria que se la encuentra incluso en los depósitos de fuego, donde en principio no se la esperaría hallar, pero ya advierte Torres que «como para la generación de estas substancias, además del calor es precisa el agua, esta se dispone en estos Pyrofilacios» 73. El proceso por el cual se producen los diversos minerales es descrito en el siguiente párrafo:

«Todas las materias que oculta este mundo subterráneo son tres, piedras, metales y medios minerales. Estos géneros se engendran de la proporcionada mixtión de tierra yagua, manteniendo también en sí porciones de los cuatro elementos, pues es indubitable, que cualquier sulfur, y licor, retiene en su cuerpo el aire oculto. Estas piedras que Vmds. ven las fabrica la sagaz naturaleza de la mixtión de mucha tierra y poca agua; y el motivo de que unas sean más chrystalinas, otras más luzidas, otras más duras, y otras más suaves, es la mayor o menor cocción que hace en ellas el fuego, ya de los celestes cuerpos, ya el que está encerrado en estas cavernas. La generación de los metales es de mucha agua y poca tierra; esta poca porción. se convierte en sulfur, y la mayor cantidad de agua en argento vivo, o azogue. y condensada y unida el agua al sulfur en la diuturna decocción, la tierra se clarifica, y destruidas las partes más térreas queda el metal. En los colores que Vmds. vieron digo, que toda materia preparada para metal como otra cualquiera materia cocida, es negra al principio; en la segunda decocción se hace blanca, y de la tercera resulta el color rubro, que es el más perfecto, y último que hace el fuego en los metales»74

La aceptación de la concepción kircheriana, que posee, como ya sabemos, un componente organicista, era fácilmente asimilable por un autor que por sus preocupaciones astrológicas y médicas usaba ampliamente el principio de semejanza en las dos direcciones posibles, es decir, tanto para explicar el macrocosmos (universo o tierra) como para explicar el microcosmos humano. Efectivamente en puntos muy diversos de su abundante producción escrita Torres Villarroel usó ampliamente de las analogías y semejanzas. Las empleó, en primer lugar para entender el funcionamiento del cuerpo humano y para dar reglas médicas a partir de una comparación con el macrocosmos, de acuerdo con la más pura tradición alquímico-astrológica. Obras como Lo más precioso y preciso de las medicinas: Cartilla astrológica y médica publicada en 1727. El Médico para el bolsillo, de 1737, o La Junta de Médicos, de 1740, están profundamente impregnadas de ese antiguo principio de que - dicho con sus mismas palabras - «sin el respeto y conocimiento de las estrellas es imposible curar la más leve enfermedad del hombre». El tema ha sido suficientemente estudiado por L. S. Ganjel en varios trabajos, 75 por lo que resulta innecesario insistir aquí en ello. Nos limitaremos a señalar que para Torres el hombre es como una imagen reducida del universo «porque en su fábrica están perceptibles, y en alguna manera resplandecientes cuantas substancias, materias y figuras se conocen e imaginan en los otros Mundos»; por ello puede considerarse el hombre «un Mapa reducido, en cuya delineación se perciben porciones de Cielo, se tocan todas las materias elementales, y se cree toda la gran parte espiritual del alma» 76.

Pero Torres también usó de este mismo principio de semejanza en la dirección inversa, es decir, para explicar los fenómenos naturales a partir del conocimiento del cuerpo humano. Y seguramente en su Tratado físico y médico de los Temblores (1748) suministró una de la más completa y tardía aplicación de este principio a la estructura de la tierra hecha en una obra científica en la España del setecientos. Vale la pena por ello detenerse un poco y - aún a riesgo de ser reiterativos - ver de qué manera se utiliza este principio, que también en este caso procede directamente de la tradición kircheriana.

Al igual que en el hombre, la tierra tiene una piel o superficie «rota y quaxada de poros y agujeros» que sirven «para refrescar, humedecer y templar todo el cuerpo». Debajo de esta cubierta superficial del globo «hay otra túnica que sigue su redondez de una tierra húmea, gredosa, pingüe y aceytosa, que le sirve de mantener la trabazón de las partes sólidas, […] y para detener y templar las exhalaciones, humos y vapores» que salen de las cavernas subterráneas y podrían sofocar y matar a los seres vivos de la superficie del planeta. En el interior de la tierra existen «una prodigiosa multitud y variedad de venas, arterias, vasos y conductos estrechos», los cuales llegan «hasta los principales vientres» de los aerofilacios, hidrofilacios y pirofilacios; a través de ellos circulan azufres, sales, nitros y otras substancias que son tomadas en las cavernas interiores y contribuyen a la formación de los minerales. Estas venas y canales tienen además otra función, pues «ligan y sostienen las partes momias y blandas de la tierra interior con las fuertes, duras y montuosas». Por último, las porciones débiles húmedas y blandas, tanto interiores como exteriores, están resguardadas, fortalecidas y rodeadas por las montañas y peñascos, que son «los huesos y zancarrones que los tienen sobre sí» 77.

Naturalmente, después de una descripción como esta se pueden explicar fácilmente muchos fenómenos naturales, pues «las mismas indisposiciones y enfermedades que padece nuestro cuerpo son visibles en el mundo subterráneo», y en particular se entiende que «en desordenándose las exhalaciones, espíritus, vientos, aguas, azufres, nitros, y otras materias inflamables de las que contiene en sus vientres y cavernas hace temblar y titubear todo el cuerpo y arroja) terribles arqueadas de cólera y fuego por los boquerones de los vesubios y los montes ignívomos» 78.

El desvanecimiento del organismo clásico

Parece claro que las analogías que en un principio podían tener un sentido en el marco de toda una concepción filosófica se han convertido en esta tardía utilización por Torres Villarroel en un organicismo acríticamente empleado y que puede ser considerado como un verdadero obstáculo epistemológico - en el sentido de Bachelard 79 - que impedía una auténtica reflexión científica. Conviene advertir, de todas maneras, que esta supervivencia de las analogías orgánicas de raíz platónica en el siglo XVIII no es algo exclusivo de España, sino que aparece también en otros países. Particularmente significativo es el caso de Inglaterra, el país que primeramente sufrió el impacto de la Revolución científica Y. por consiguiente, la difusión de las concepciones mecanicistas que le acompañan, y donde, a pesar de ello, la antigua y arraigada concepción organicista perduró también hasta el siglo XVIII y tuvo una última y ambiciosa presentación en las obras de Thomas Robinson (The anatomy of the Earth. 1694) y William Hobbs (The Herat generated and anatomized. 1715) 80.

En España, las tesis organicistas fueron desempolvadas otra vez por algunos eruditos y científicos locales para interpretar apresuradamente una catástrofe natural que golpeó fuertemente a los hombres de la época: el terrible terremoto de 1755. Pero las reacciones suscitadas por esas interpretaciones muestran que ya entonces eran consideradas insatisfactorias incluso por personas que carecían de una buena formación científica. Aunque, paradójicamente, el rechazo de esa concepción, podía ir unida a una aceptación el principio de semejanza que estaba en la misma base de las analogías organicistas.

Un ejemplo de la nueva actitud ante las analogías orgánicas lo constituyen la obra del gaditano de Juan Luis Roche sobre los terremotos, realizada con ocasión de la circunstancia citada. En el Prólogo Apologético que escribió a la edición de las Cartas del Padre Feijoo sobre terremotos 81 no vacila en aceptar una idea que, según él mismo afirma, era usada por «todos los Philósofos» para explicar el terremoto de 1755, a saber: que el hombre es un mundo abreviado o microcosmos «en donde se halla recopilado todo quanto encierra el universo». Para él también, el hombre en su parte animal es un compuesto de todos los elementos, y, apenas se diferencia de las plantas y animales más que en el nacer y el morir aunque dentro del cuerpo humano el globo pequeño del cerebro «encierra más misterios que cuantos sabemos del universo entero» pues «en solo la cavidad vital se ocultan más principios y mecanismos que en todos los Metheoros y Phenomenos celestes» 82. Pero Roche considera que esta simple analogía no basta para explicar los terremotos, porque «la trampa está en atribuir a solo la Tierra árida lo que es adaptable a todo el universo: no solo a la tierra árida lo atribuyen, sino únicamente a su media región que llaman mundo subterráneo» y añade: «Todo el universo es una viva estampa del mundo pequeño que es el hombre; pero el globo solamente de la tierra árida, y mucho menos su segunda región, ni es estampa, ni aún bosquejo».

Roche se propone mostrar la debilidad de los sistemas naturales basados en las analogías entre el hombre y el mundo, «en los quales se hallará especificado hasta el sudor, orina, excrementos y mocos del mundo», y en los que, por si esto no bastara, se llegaba incluso a «comprehender a la tierra en la multitud de miserias, achaques. y enfermedades que nos atraxo el pecado de Adán […]. Con sólo una calentura, una obstrucción, un resfriado, una constitución, un pasmo o otra cualquier destemplanza de las que acumulan a la tierra, cátate un Terremoto, una Peste o cualquiera otra desdicha que quiera o pueda sobrevenirnos». Para él, pretender usar estas analogías «con achaque de mecanismo», es caminar «sobre engaños y alucinaciones phylosóficas». Frente a la abusiva utilización de las analogías patológicas (hidropesías, convulsiones, parálisis, tercianas...) para explicar fenómenos terrestres, él declara que se contentaría «con que tan solamente se mostrasen en el mundo subterráneo el equivalente de una fibra de tantas y tan innumerables como componen el mundo subterráneo». Según él el mayor fundamento en que se basan estas analogías es la comparación entre la circulación de las aguas en la tierra y la de la sangre en el hombre, y acepta que esto puede representar «una levísima analogía, pero nada de semejanza, porque la disparidad es inmensa». Y pregunta: «¿a donde está la distribución de venas y arterias en el globo terráqueo? A donde la facultad pulsífica de las últimas y las válvulas de unas y otras?».

El alegato de Roche podría estar dirigido perfectamente contra Torres Villarroel. Pero sorprendentemente no es a él a quien van dirigidos los tiros, sino contra un religioso andaluz - que él conocía personalmente y que, por tanto, debía ser de Sevilla o Cádiz - «conocido en el orbe literario por sus doctas producciones», el cual había escrito un «nuevo sistema» en cuyo prólogo, además de aludirle a él, criticaba también a Torres Villarroel, Nifo y Fernando Lopez de Amezua, e impugnaba el sistema eléctrico de los terremotos defendido por Roche 83. La disputa es en el fondo, un episodio más de la lucha contra los aristotélicos. Estos aparecen representados en este caso por el autor del nuevo sistema, al que Roche critica que mezcle en su argumentación datos físicos, matemáticos y científicos siendo así que previamente ese mismo autor había declarado que los filósofos aristotélicos deben estar libres «de la jurisdicción de Astrólogos, Mathemáticos, Chímicos y de los que se llaman Eruditos».

Es de todos modos una lucha en la que posiblemente los resentimientos personales entre estudiosos locales estimulaban la elaboración de argumentos científicos. Porque de hecho, el mismo Roche que tanto atacaba las analogías orgánicas, en realidad no negaba su validez sino que se oponía a su desmesurada extensión y a su aplicación a detalles insignificantes. Y así en la misma obra declara:
 

«Es el Mundo un cuerpo orgánico, por cuya razón y otros efectos, que vemos en la superficie, imaginamos en su centro varios receptáculos, conductos, elaboratorios, y otras oficinas con agua, fuego, ay re y varios fluidos, que solamente por razón de su oficio pueden tener obscura alusión o remota analogía comparativa con algunas partes del cuerpo viviente. Pero qué tiene que ver lo análogo, y alusivo de algunas pocas partes con la similitud y semejanza de todas, hasta lo más ridículo?»84
 

Pero es que, además ese mismo Roche pocos años más tarde, en una obra sobre las «Nuevas y raras observaciones para prognosticar las crisis por el pulso (1761) dedicada a vindicar los trabajos del doctor Francisco Solano de Luque, el médico de Antequera motivo de tantas polémicas 85 y al que llama el Hipócrates español, no duda en usar y abusar de las analogías ahora con fines médicos y naturales. Roche en esa obra piensa que puede fortalecer el sistema de Solano «con la evidencia de un gran número de futuros, que pueden anunciarse en el Mundo grande, y tienen bastante similitud con sus prognósticos en el pequeño; porque unos, y otros estrivan en ciertas leyes muy conformes». Y en confirmación de su idea examina los diversos pronósticos del tiempo (tempestades. calmas, esterilidad o fertilidad de las cosechas) o de sucesos (como las pestes) que pueden hacerse con señales pequeñas tales como el color del sol, la forma de las nubes, el comportamiento de los animales, el dolor de las heridas del hombre 86.

Sin duda estamos ya muy lejos de las primeras formulaciones del principio de semejanza, pero aún así esa relación afirmada entre mundo grande y pequeño difícilmente puede ocultar su origen, y muestra hasta qué punto había sido aceptada una idea de raíces antiguas. De todas formas, también es claro que a mediados del siglo XVIII asistimos al ocaso de esta idea en el mundo científico paralelamente, o incluso más tardíamente que en la literatura 87. Es el momento en que se desvanece el «obstáculo animista» 88 dentro de las ciencias físicas. Cuando el organicismo renazca a fines del XVIII y durante el XIX, será a partir de principios diferentes - los que consideran al organismo como un sistema complejo de funciones interrelacionadas y de órganos para realizarlas, un sistema de fuerzas autorreguladas, de acuerdo con los descubrimientos realizados por la biología. La Tierra no será ya un animal que respira y sufre enfermedades aunque puede uno preguntarse hasta qué punto la difusión del antiguo organicismo facilitó la adopción de un nuevo sistema de analogías que tan influyente llegaría a ser en el siglo XIX.

VOLCANES Y TERREMOTOS

La opinión tradicional

En una región geológicamente tan inestable como la mediterránea, lugar de confluencia de dos placas tectónicas y, por consiguiente, de permanente actividad sísmica 89, tenían que aparecer muy pronto esfuerzos para explicar racionalmente el fenómeno de los repetidos temblores de la tierra. En efecto, según cuenta Aristóteles en los Meteorológicos (II, 7,8), Anaxímenes, Anaxágoras y Demócrito intentaron ya en el siglo V antes de Cristo elaborar una primera interpretación de sus causas, interpretación que él mismo criticó y modificó.

En la explicación de Aristóteles 90 la tierra, que era naturalmente seca, se humedecía por razón de la lluvia, y calentada por el sol y por el fuego interior daba lugar a un soplo (pneuma) y exhalaciones que podían desplazarse hacia el exterior, originando el viento, o hacia el interior, dando lugar al temblor y produciendo consecuencias análogas a los estremecimientos y palpitaciones originadas en el hombre por el soplo interior. Las ideas aristotélicas fueron tenidas en cuenta, de una manera o de otra, por todos los autores clásicos que trataron del tema, como su discípulo y sucesor en el Liceo Teofrasto, Estratón y Epicuro. Fue también la dominante durante la edad media y se difundió, entre otras, a través de la obra de San Alberto Magno en el siglo XIII 91, llegando con todo su prestigio a la época renacentista. En España, además de la recepción indirecta a través de la vía árabe 92, y de los comentarios escolásticos bajo medievales, los Meteorológicos fueron traducidos directamente del griego al latín en 1531 por Juan Gines de Sepúlveda y con el resto de los libros de Física fueron objeto de gran número de ediciones en los siglos XVI y XVII. La difusión de las ideas sobre meteoros en castellano quedó asegurada con la traducción que en 1615 hizo de esa obra el Licenciado Murcia de la Llana 93.

A la tradición aristotélica hay que unir la de la física estóica, reflejada en las Quaestiones Naturales de Séneca. En el libro VI de esta obra, Séneca, después de repasar las distintas interpretaciones que se habían dado sobre su origen (el agua para Thales de Mileto, el fuego, la tierra, el aire o una combinación de ellas) adopta la teoría pneumática y concluye que «la principalísima causa, pues, de los temblores de tierra es el viento, elemento móvil de suyo y que cambia de un lugar a otro». Según él «si una causa exterior le agita y le asenderea y le mete en lugar estrecho, conténtase por entonces en cederle el puesto, y vagabundea si se le consiente» pero, en cambio, «si se le quita la posibilidad de salir y halla resistencia en todos lados, entonces indócil rueda y brama en sus cárceles y hace mugir profundamente la montaña» 94.

Así el aire, que para Séneca es «el elemento más pujante, más activo de la naturaleza», encerrado en cavernas subterráneas es el causante de los terremotos. A través de diversas vías esta tradición se recogió también en occidente y, ya sola o ya combinada con otras, se convirtió en un nuevo factor explicativo. En España, donde el senequismo se ha considerado casi una constante del pensamiento y del carácter nacional 95, la obra de Séneca fue conocida ampliamente e incluso tempranamente vertida al castellano por mandato del rey Juan II de Castilla 96, existiendo desde el renacimiento numerosas ediciones latinas de sus obras completas 97.

La concepción senequista sobre terremotos está presente también en la Historia Natural de Plinio el Joven obra asimismo muy utilizada en el Renacimiento, y de la que hizo en España una traducción castellana en 1624 el Licenciado Gerónimo de Huerta. Plinio acepta plenamente que la causa de los terremotos son los vientos: «porque es cierto – afirma - que jamás tiembla la tierra sino estando quieto el mar y el aire tan sosegado y tranquilo que los vuelos de las aves son libres, sin haver viento alguno que nos incline y lleve a alguna parte: y esto no sucede jamás sino después que los vientos están encerrados en las venas y cavernas de la tierra, teniendo oculto su soplo». El naturalista romano realiza también una comparación interesante - por sus consecuencias - al añadir «Y no es otra cosa abrirse la tierra y salir el viento, que cuando el rayo sale rompiendo la nube, batallando el aire encerrado, y procurando salir a su libertad» 98. Respecto a la época de mayor incidencia de estos fenómenos se aparta de Aristóteles, pues considera que es el otoño y el verano, al igual que ocurre con los rayos, y cree que ésta es la razón de que en Egipto y en las Galias no se produzcan temblores: en el primer país porque lo estorba el gran calor que hace, y en el segundo a causa del invierno. La obra de Plinio fue muy conocida en España y sus ideas ampliamente usadas. En particular, las señales previas sobre terremotos que este autor relaciona fueron citadas numerosas veces y todavía en el siglo XVIII por Feijoo, que en sus Cartas Eruditas no dudó en afirmar la utilidad que tenía el conocer dichos indicios 99.

Que el tema de los temblores de tierra interesaba ampliamente desde el Renacimiento lo prueba el que obras de gran difusión popular dedicaran atención al mismo, propagando ideas que constituirían, sin duda, durante el siglo siguiente el fondo básico explicativo de las personas de cultura media. Esta visión es la que refleja Jerónimo Cortés, el autor del famoso Lunario Perpetuo, en el tratado de los elementos incluido en su Phisonomia y varios secretos de Naturaleza (Tarragona, 1609). Cortés acepta como punto de partida para su explicación de los temblores la existencia de «las tres regiones que los doctos constituyen en la misma tierra». La primera es la más superficial, en la que viven las plantas, los animales y el hombre, y en donde se encuentran los montes, ríos y volcanes (a los que el pueblo denomina «bocas de infierno»): «según la buena Philosophia esta región no pasa de seis a siete estados de un hombre debaxo de tierra». Más abajo se extiende la segunda región donde «se engendran los vapores y exhalaciones cálidas, con la fuerza y virtud de los rayos del Sol, y mediante la influencia de las Estrellas y Planetas»; es la región donde se forman los metales y los minerales que se pueden moler, como el azufre y otros. En la tercera región «no se sabe que se engendre cosa alguna», porque se tiene la seguridad de que la virtud y la fuerza de los rayos solares no llegan hasta ella, por lo que «está la tierra más pura y simple que en las dos dichas regiones». Los temblores y terremotos se producen en la segunda región y, según Cortés,
 

«Proceden de las muchas exhalaciones calientes que se engendren en las íntimas concavidades de la tierra, las cuales como se van multiplicando con la virtud y fuerza de los rayos del Sol, Planetas y Estrellas, no hallando por donde subir, mueven la tierra con extraña violencia para poder salir, causando muchos temblores y grandes terremotos en la misma tierra»100
 

Cortés se plantea también la relación entre estos fenómenos y la formación de los montes, y señala que mientras para algunos doctos éstos son causados «por los empellones que dan azia arriba las sobredichas exalaciones encendidas, quando no hallan concavidades en la parte que se engendran, para poder caminar y discurrir por ellas", para otros se formaron en tiempo del diluvio, por haber entonces «descarnado el agua a la tierra en muchas y diversas partes del mundo». El, por su parte, sigue una opinión diversa, que no hace intervenir para nada las explicaciones naturales: «yo diría – afirma - que ni fue esto ni esotro, sino que al tiempo que la Majestad inmensa del Criador formó la tierra, crió también los montes para ornato della y servicio de los hombres; de los quales no poca utilidad y provecho han sacado y sacan hoy en día los vecinos dellos y aún los muy distantes» 101.

Si la explicación de Cortés al poner el acento en las exhalaciones enlazaba directamente con la tradición aristotélica, otras interpretaciones más frecuentemente adoptaban una posición ecléctica combinando - como ya había hecho San Alberto Magno en el siglo XIII - a Aristóteles con Séneca y haciendo intervenir también los efectos del fuego interior. Es la postura del padre Zaragoza cuando defiende que "el fuego subterráneo y el aire encerrado, que con el calor se hace raro, dilata y busca salida, son causa de los terremotos», al igual - añade a titulo de demostración - como «el ayre encendido en una bola de bronce puesta al fuego sin respiración la rompe con gran violencia» o como ocurre cuando se incendia la pólvora encerrada en una mina o cuando «se produce la violencia de un rayo formado en la tenue cárcel de una nube»: «aplíquense pués – concluye - estas causas divididas o juntas al interior de la Tierra y se hallarán bastantes para los terremotos» 102.

Las interpretaciones de origen clásico llegadas directamente o más o menos modificadas por los intérpretes medievales representaban intentos de explicación racional de unos fenómenos naturales que por sus efectos catastróficos sobrecogían y atemorizaban a la población. Dichas explicaciones tenían que competir con las de carácter sobrenatural, las cuales podían adquirir gran relevancia en el marco de algunas corrientes teológicas que ponían énfasis no tanto en el Dios creador y distante que crea el mundo, establece las reglas para su funcionamiento y lo deja conducirse de acuerdo con dichas reglas, sino en un Dios cercano y providente que cuida de forma inmediata del funcionamiento de ese mundo y que ocasionalmente puede usar de su poder para mostrar su disgusto o satisfacción con los hombres 103. El enfrentamiento entre explicaciones racionales y sobrenaturales se resolvía generalmente con la adopción de unas u otras, aunque no es infrecuente encontrar también autores que dan entrada a la vez a interpretaciones de uno y otro carácter, lo que obligaba a un previo esfuerzo de clasificación para distinguir temblores producidos por cada una de esas causas. Quizás el caso más espectacular que puede citarse en este sentido es el largo y erudito libro escrito por el caballero aragonés Anastasio Marcelino Uberte, con ocasión de los temblores que asolaron al reino de Nápoles en los dos últimos decenios del siglo XVII.

En la presentación de su obra, Uberte afirma que utiliza los mejores y más verdaderos «Filósofos» griegos y latinos, y los «Históricos» que han escrito sobre ese tema, citando en concreto a «Plinio, Séneca, Valdelmoncio, Claudio Galeno, Pedro Crinito, Alberto Magno, Aristóteles y otros», y entre esos otros de forma destacada al español Doctor Lucio de Espinosa 104. Asegura a continuación que prescinde de las «supersticiones» de los caldeos egipcios y babilonios, y abomina «de las mentiras en las Synagogas de los Rabinos, y de las fábulas tenaces de los Idiotas e Ignorantes Mahometanos de su Alcorán, que todo lo natural y sobrenatural lo atribuían al movimiento de las Estrellas, sin venerar estos lo que es prodigio, ni distinguir lo que propiamente por causa acontece». Esta última frase de la clave de su intento, pues, efectivamente, Uberte se dedica en su obra a la prolija operación de distinguir los temblores originados directamente por causas sobrenaturales de los que pueden atribuirse a factores naturales. Para ello reúne todas las noticias de terremotos sucedidos antes y después de Cristo y tras analizar las circunstancias de cada uno atribuye a causas sobrenaturales todos aquellos que por alguno de los datos disponibles puede interpretarse como castigo o muestra del descontento divino (libro IV). Así, por dar un ejemplo, interpreta de esta forma el acaecido en el año 386:
 

«Año de 386. Sucedió un terremoto de singulares efectos en Antioquia, que congregándose en su sinagoga infernal los Marcionistas, de improviso les tocó con sus remelones en dicho puesto, que no se libró ninguno; pero de los Cristianos ninguno pereció de cuantos vivían en la ciudad, haviéndose tragado la tierra hasta el último Herege; con que se comprobó que Nulla iniquitas manebit Impunita; suele Dios disimular no pocas veces, pero cuando se resuelve, con un castigo impone los tormentos, que merecían muchos»105.
 

A continuación investiga los temblores que pueden atribuirse a causas naturales, distinguiendo a su vez entre los causados por el viento, por el agua o por el calor. Al viento atribuye los terremotos ocurridos los años 1198, 1332, 1585, 1612 en Puzol, Berna, Portugal e Inglaterra, considerando que todos ellos han sido provoca - dos por «el viento recluso en los cóncavos de la Tierra» y actuando de esta manera:
 

«Encerrado en las entrañas de la tierra un Vapor; exhalación o espíritu flatoso; siendo este el uno húmedo y otro seco; se engendra de aquel el agua y del segundo el Viento. Estos allí reclusos forcejan para salir con violencia furiosa y batallando entre si contrarios, estremecen los fundamentos del edificio más soberbio. Es menor o mayor el fracaso según la agitación, con que conspiran por la copia de exhalación que reservan, o despiden. Persevera el temblor más o menos tiempo, hasta que fenece la actividad de ambos, saliendo el Viento en busca de su Región, como habitación más propia»106
 

A la acción de las aguas atribuye Uberte los terremotos de los años 853, 1294, 1305, 1456, 1343, 1511 y 1670, ocurridos también en diversas regiones. El temblor se produce porque las aguas «(unidas por la violencia queriendo salir a tragarse los puestos de la Tierra, donde hallan menor resistencia; brotan y hierven apresuradas por rebosar para ocupar el terreno y hacer nuevos lagos, y estanques» 107. Por último la tercera causa natural que excita los temblores es el calor y la sequedad «que queriendo consumir el betumen enlazado con la tierra, han producido en los puestos vecinos extraño movimiento, batallando con la humedad como contrario, o por el exceso de lo cálido, queriendo prorrumpir hacia la región del Ayre» 108. Atribuye este origen los terremotos de los años 63, 203, 472, 512, 1631, y 1649, entre otros muchos, todos ellos acompañados por algún tipo de erupción volcánica. Naturalmente las erupciones del Vesubio son descritas con particular detalle así como algunas de América, por ejemplo el terremoto provocado por el Pichincha en Quito.

Uberte dedica también en su obra gran atención al análisis de las características de los temblores, en particular la duración (libro II), y los distintos movimientos que en ellos pueden distinguirse a saber; por consenso, por concusión o sucusión, por conmoción y por hiato o abertura (libro IV, págs. 105 y ss.). También analiza los efectos que causan, discutiendo los criterios para distinguir los que pueden considerarse efectos prodigiosos (libro III), y se preocupa por los posibles remedios, ante lo que no se muestra, por cierto, muy optimista pues afirma que «siendo los únicos remedios aquellos que conducen al Cielo, se proponen los de ambas especies, que son de la Protección, de Nuestra Señora de la Concepción Inmaculada, y de otros Santos Protectores», entre los cuales San Francisco de Borja de manera especial 109. Lo obra se completa con la relación de los terremotos que ha padecido el reino de Nápoles y con la detallada descripción de los terremotos de 1688 y 1694.

Al plantear el problema de los temblores en términos de un castigo divino los hombres del renacimiento y del siglo XVII habían retrocedido respecto a la posición mantenida por algunos pensadores clásicos. En efecto, dieciocho siglos antes, en sus Ouaestiones Naturales, Séneca había afirmado que «no es la ira divina quien provoca estos trastornos grandiosos del cielo y la tierra» y procuró averiguar la fuerza física que los producía 110. Frente a esta neta posición racionalista no sólo el pueblo adoctrinado por los predicadores se inquietaba por la ira divina que se demostraba en los temblores, sino que eruditos como Uberte e incluso ilustres e ilustrados científicos como el padre Zaragoza no se atrevían a ir más allá de afirmar que unas veces eran efecto natural, y otras causados o permitidos por Dios para castigo del hombre 111. Como veremos a continuación, el espíritu racionalista tuvo todavía que librar fuertes batallas frente a las interpretaciones sobrenaturales en pleno siglo de la ilustración.
 

Temblores catastróficos en el setecientos: y preocupación por sus causas

La reflexión científica, o simplemente curiosa, sobre los temblores de tierra se vio grandemente espoleada por algunos sismos catastróficos que se produjeron en el imperio hispano desde la segunda mitad del: siglo XVII. Cada uno de ellos daba lugar inmediatamente a la publicación de numerosos opúsculos y folletos del más diverso carácter, no faltando entre estos los que intentaban dar alguna explicación natural al fenómeno.

Para la época que nos interesa hay que partir de la ola de conmociones geológicas que afectaron duramente a partir de 1687 a la América andina, y en particular a esos focos esenciales del dominio hispano en América del Sur que eran Perú y Quito 112. Dicha oleada sísmica - que se produjo poco después de que en 1674 un terremoto arruinara la ciudad de Lorca 113 y de que el 6 de Octubre de 1680 una fuerte sacudida afectara gravemente a Málaga - alcanzó su máxima intensidad en 1688, con una serie de temblores que ocasionaron grandes destrucciones en Perú.

El siglo se inició con el violento terremoto que el 24 de Diciembre de 1704 se produjo en la isla de Tenerife, afectando a los Realejos y villa de la Orotava, cuya noticia fue pronto difundida en la península 114. También tuvieron mucho eco, en España, tras la catástrofe que había asolado el sur de Italia en 1688 y 1694 115, los terremotos que azotaron otra vez estas regiones en los primeros decenios del setecientos, como el de Benavente, Nursia, y Roma, de 1703 - que fueron utilizados para difundir la devoción a San Felipe Neri - y el de Palermo de 1726 116.

Un nuevo estímulo para la discusión de las causas de los terremotos se produjo en los años 1740, como consecuencia de otra serie de temblores que causaron fuertes destrucciones en América y en la metrópoli.

En el altiplano andino la repetición de temblores desde 1688 había dado lugar a una amplia preocupación por el tema, que se intentaba abordar desde perspectivas muy diversas. El académico francés Bouguer, uno de los que participaron en la medida del grado de meridiano, alude a este hecho cuando escribe que «no nos asombraremos que la Astrología judiciaria haya emprendido en el Perú el prever los temblores de tierra y los incendios de los volcanes», y añade que «se conserva el gusto por esta ciencia vana en todos los países en que las verdaderas ciencias solo han hecho progresos reducidos» 117. Bouguer menciona también a un sujeto - «un curioso», dice él - que era sustituto del profesor de Matemáticas en la Universidad de Lima como ejemplo de un autor dedicado a este tipo de interpretaciones. Aunque no lo nombra, se trata de Juan de Barrenechea, que en 1725 publicó en Lima un Relox Astronómico de los Temblores de la Tierra, secreto maravilloso de la Naturaleza, en el que apoyándose en 143 observaciones indicaba las horas fatales durante las cuales habían de tener lugar estos acontecimientos, y que en 1734 asegundó en el tema con su Nueva observación astronómica del periodo trágico de los Temblores grandes de la Tierra, calculando los años más probables de estos accidentes sobre la base de 70 nuevas observaciones. Dada la permanente inestabilidad geológica del altiplano andino, seguramente Barrenechea no tuvo muchas dificultades para confirmar sus pronósticos. En cualquier caso, los años siguientes conocieron dos importantes temblores: del de 1742 fue testigo Antonio de Ulloa, que basándose en las observaciones entonces realizadas pudo hacer luego una interesante discusión del tema 118; mucho más grave fue el del 26 de Octubre de 1746 que destruyó casi totalmente la ciudad de Lima y provocó un violento maremoto que asoló también el puerto de el Callao, provocando una gran sensación en toda España cuando fue conocido 119.

Esta sensación aumentó cuando poco después, cuando los días 23 de marzo y 2 de abril de 1748 unos fuertes temblores, que se supone que alcanzaron el grado IX en la escala de Mercali, dañaron gravemente a la ciudad de San Felipe, hoy Játiva, a Montesa y otros lugares cercanos, en el reino de Valencia. En Montesa, donde se encontraba el castillo central de dicha orden, el 23 de marzo, «después de repetidas y furiosas lluvias a las seis y cuarto de la mañana tembló el monte, siendo las vibraciones de norte a sur; continuaron estos por algunos segundos, y desquiciado aquel soberbbio edificio [del castillo] se desplomaron las paredes, cayeron los techos y se levantó una espesa nube de polvo, que anunció la desgracia a los pueblos vecinos». También se desplomó la iglesia del pueblo y gran número de casas, afectando asimismo ese temblor y el del día 2 de abril a gran número de pueblos de la comarca, donde «aumentáronse las angustias de la pobre gente sin abrigo y casi sin alimentos con las copiosas lluvias que se siguieron» 120, Hay que suponer que esta coincidencia entre el temblor y la pluviosidad confirmaría en muchos espíritus la idea de relación profunda entre todos los fenómenos «meteorológicos». Con motivo de este terremoto, cuyas sacudidas se dejaron sentir todavía durante 18 meses, se imprimieron en Valencia relaciones de los que habían afectado al sur de Italia y al Perú, en todos los cuales la devoción de San Felipe Neri había producido, según esas noticias, resultados maravillosos 121.

Pero todos esos terremotos fueron superados por el de 1755. Seguramente no ha habido otro temblor que más fuertemente golpeara a la opinión pública que el terremoto de Lisboa ocurrido el 1 de Noviembre de 1755, y ello no sólo por la magnitud de las destrucciones como por el impacto repentino que causó en una Europa cada vez más próspera y optimista, a la vez que más rápidamente intercomunicada. Este terremoto dio lugar inmediatamente a una cantidad enorme de publicaciones científicas, religiosas, políticas o meramente informativas y curiosas, y como es sabido sirvió también de ocasión a Voltaire para atacar el providencialismo y el optimismo de algunas concepciones filosóficas. Realmente no podía dejar de espantar el «espectáculo de la vicisitud de las cosas humanas» que ofrecía «un Reino enteramente trastornado, una Capital sepultada en sus propias ruinas, millares de casas abrasadas, un pueblo entero entregado a las llamas, cuarenta y cinco mil personas muertas repentinamente, destruida la fortuna de doscientos mil vasallos, y por fin una pérdida inmensa y casi incomprehensible» 122. El terremoto fue seguido de un maremoto y de un violento incendio de la ciudad, el cual se prolongó durante cinco días. Sus efectos se dejaron sentir también en todo el reino pués como dice un documento de la época, «a poca diferencia todo el Lucitano imperio padeció las mismas ruinas, siendo muchos los pueblos que enteramente tragó el mar» 123.

Pero también España, el norte de África 124 y otros países europeos fueron afectados por este catastrófico temblor. En España fue sobre todo Andalucía la región que más duramente sufrió sus efectos, que causaron grandes destrucciones, aunque escasas víctimas. La razón de ello radica seguramente en que el temblor se produjo con dos sacudidas brevemente espaciadas, lo que permitió que la población pudiera ponerse a salvo en lugares descubiertos. En Huelva, por ejemplo el terremoto

«Principió por un ruido grande subterráneo, acompañado de un estremecimiento violento de los edificios […] y esto duraría como un minuto. Haviendo sosegado por breves instantes, repitió el ruido mucho más espantoso, siguiéndole un movimiento de undulación, o hacia un lado, y otro de todas las paredes, que se fue graduando cada vez más, y en su mayor fuerza se cambió en otro movimiento, que hacía levantarse la tierra hacia arriba y con ella saltaban las más fuertes Torres y Edificios»125.
 

El Doctor Don Antonio Jacobo de el Barco, de quien procede este testimonio, considera que fue este segundo movimiento el que causó la mayor ruina; ello explica que a pesar de hallarse llenas de gente las iglesias por la festividad del día y la hora (las diez de la mañana) solo perecieron en esa ciudad ocho personas y ninguna dentro de las iglesias «lo que prueba» concluye el Dr. Barco - que quando se desplomaron [los muros y techos] ya habían salido huyendo».

Otras ciudades andaluzas fueron también afectadas en mayor o menor grado. En Cádiz, que estuvo a punto de ser destruida por un maremoto, un testigo presencial afirma que «en esta ocasión Tierra y Mar parece se conjuraban contra nosotros, que nos creimos o sepultados en las ruinas de los Edificios, o anegados en las olas del Mar»; el temblor empezó a las 9 y tres cuartos, siendo al principio lento y aumentando luego de forma creciente, a pesar de lo cual los estragos no fueron muchos ni graves: «se han visto algunos Texados corridos; algunas casas viejas maltratadas y ruinosas, que se apuntalaron después, algunas rajas en paredes y Murallas que no parecen ser de mayores consecuencias», afirma un jesuita que estaba presente 126; pero luego sobrevino el maremoto a las 11 de la mañana produciéndose graves daños en 1as instalaciones cercanas a la costa 127. En Sevilla unos 300 edificios fueron arrasados y varios miles dañados 128 y los habitantes creyeron que la ciudad «se desolaba» y que todos sus habitantes perecerían y «es dictamen de los Architectos, que si hubiera durado unos minutos más, se hubiera arrasado la Ciudad» 129.

En Córdoba el terremoto se sintió hacia las 10 de la mañana con gran violencia, sucediéndole otro un cuarto de hora después, y nuevamente a las 12, «y por muchos días después no dexó de sentirse tal qual movimiento»; el temblor produjo gran pavor aunque «no pereció viviente alguno: siendo así que fue imponderable el estrago y ruina de los Edificios, habiendo sido mayor el destrozo de las más primorosas y fuertes fábricas» 130. Al parecer, San Felipe Neri intervino también en este caso para evitar los daños personales.

Aunque con menor gravedad, otras ciudades españolas conocieron igualmente los efectos de este temblor, como ocurrió en Murcia, en Lorca, en el Escorial, en Madrid 131, en Galicia 132. El informe elaborado por la Academia de la Historia, por encargo real, sobre la extensión del seísmo y los daños producidos reunió datos de un total de 1001 pueblos afectados 133 y el mapa elaborado por J. Guillén a partir de este informe muestra la gran repercusión que tuvo, alcanzando una intensidad máxima en la depresión del Guadalquivir pero extendiéndose también a las dos mesetas, Murcia y sur de Valencia y cuenca alta del Ebro 134. La relación de los daños hizo concluir a los académicos que «por lo universal, por lo violento y repetido» el de 1755 había sido «de los más señalados que se sepa haya padecido el Orbe» 135.

Opinión semejante mantuvo Feijoo. En una carta escrita el 19 de Noviembre de este año 136 afirma que también hubo terremoto en Oviedo y que parece que este temblor «ha comprendido a toda nuestra península, según las noticias que vienen de varias partes». Estima, por todos los datos que tiene, que el de Noviembre ha sido uno de los más terribles y amplios terremotos que ha habido nunca, y a partir de ello se inquieta sobre la posible decadencia y ruina de la Tierra, ya que «si los terremotos de este siglo y el pasado exceden en su extensión a todos los antiguos, no sé si podremos temer que el Globo Terráqueo se vaya minando más, y más cada día, y por consiguiente las ruinas se vayan haciendo mayores cada día hasta llegar a una portentosa calamidad». Como al mismo tiempo cree que se están también produciendo cambios en la Luna, Feijoo teme que «en el Globo Terráqueo haya nuevas irregularidades análogas a las de los Cuerpos Celestes, que pidan asimismo nueva aplicación de la mano del Artífice, para la conservación del Orbe».

Los desastrosos efectos del terremoto de 1755 se difundieron rápidamente a través de gran cantidad de folletos que desde cada ciudad afectada daban a conocer, en prosa o en verso, las destrucciones y muertes ocurridas y describían las circunstancias del seísmo. Pero también plantearon graves problemas religiosos y científicos a cuya resolución se dedicaron asimismo numerosos dictámenes y publicaciones 137.

Ante todo, problemas teológicos, porque en una sociedad tan dominada por todo lo religioso, había que discutir públicamente si se trataba de un castigo divino y, en ese caso, saber qué había que corregir, y poner a punto remedios sagrados para evitar su repetición - entre los cuales, la devoción a San José: pareció también particularmente eficaz 138.

La tesis de que el fenómeno tenía que explicarse únicamente en términos estrictamente religiosos encontró ardientes partidarios 139, pero tenía en su contra el carácter indiscriminado del castigo que ponía en cuestión la justicia y benevolencia divina. Y en algunos casos planteaba problemas graves sobre la oportunidad del mismo ya que, como decía Juan Luis Roche, «la ciudad de Sevilla que padeció más que otra en España […] acaso resplandece más que otras en la importantísima virtud de la Justícia, magnificencia de los Templos, devoción a la Virgen, destierro de Theatros, Coliseos y Mujeres Públicas» 140.

Entre los mismos eclesiásticos se levantaron enseguida voces que se negaban a utilizar esa catástrofe para estimular falsas piedades esgrimiendo el temblor como muestra de la indignación de Dios, pues - en opinión del presbítero D. Joseph Cevallos, profesor de la Universidad de Sevilla, y Académico de la Historia de Madrid - «Dios no quiere sino la verdad y rechaza la mentira y la falacia». El mismo Cevallos se opuso firmemente a la precipitada consideración de los terremotos como algo sobrenatural, escribiendo que

«es Dogma de Fe Católica que Dios produce todas las causas, y efectos: y siendo efectos naturales los Terremotos, truenos y tempestades, concurre Dios a su producción, como a otro cualquier efecto natural. Quando se han de tener los terremotos y truenos por sobrenaturales, o causados por su singular providencia, pide un profundo estudio, y más allá de lo que parece»141.
 

La consideración de los terremotos como fenómeno producido directamente por Dios como expresión de su ira, se argumentó con la autoridad de escritores antiguos, entre los que destaca San Filastrio, obispo del siglo IV. Contra esta utilización de autoridad arremetió también Cevallos, el cual concluye que el terremoto del 1 de Noviembre había sido «enteramente natural, y causado por las causas segundas naturales, y proporcionadas, concurriendo Dios como produce otro cualquier afecto natural ", es decir, simplemente como causa primera de todas las cosas creadas. Esta distinción entre la causa primera y las causas segundas es la que permitió en aquellos años a los espíritus ortodoxos pero racionalistas realizar una discusión científica del terremoto y de otros fenómenos naturales, a través de una separación cuidadosa que no cuestionaba el poder divino. Como decía Juan Luis Roche, defendiendo al mismísimo Feijoo de posibles críticas, cuando el físico «dice que la Naturaleza obra aquel, o el otro prodigio, se debe entender siempre con precisa alusión al Autor de la Naturaleza a quien ésta está subordinada enteramente. Y cuando el Theólogo en el mismo asunto pronuncia, que Dios hizo esto o lo otro, se debe entender, como único Autor de todas las Causas naturales» 142.

La cuestión de si el terremoto de 1755 había sido el mayor de los producidos en la tierra, era en aquellos momentos importante y tenía numerosas implicaciones teológicas y científicas. La envergadura de la discusión puede atisbarse al leer en una de las obras publicadas que la lista de los terremotos producidos desde la venida de Cristo «excede cinquenta por uno a los que se experimentaron antes de su venida», por lo que los paganos de China «reconvienen a los Católicos con semejantes argumentos; esto es, con las desgracias que padecemos» 143. Pero además, el problema de si la tierra estaba o no en decadencia, que ya hemos visto aludido en unas palabras de Feijoo, quedaba claramente afectado por el sentí do de la respuesta. No es extraño por ello que se hicieran cuidadosos cómputos de los terremotos conocidos y cálculos sobre su duración, extensión y efectos. A ellos se dedicó por ejemplo Jacobo del Barco que, con datos tomados de la Fax Chronológica del jesuita Juan Domingo Musancio (reimpreso en Roma, 1701), analizó los treinta y cuatro terremotos producidos desde la venida de Cristo concluyendo que por su extensión y efectos el de 1755 seguramente era de los mayores, ya que «haciendo un cómputo prudencial, por lo que se ha dicho, y aún por lo que se ha callado por no angustiar los ánimos» cree que «excede al del año 1693 que padeció la Sicilia, en que se calcularon casi cien mil muertos» 144.

No debe extrañar por todo ello el extraordinario impacto que el terremoto de Lisboa tuvo en la opinión de sus contemporáneos, y que la catástrofe fuera usada con los fines más diversos, desde los filosóficos y religiosos a los científicos y literarios, pasando por los políticos. Entre éstos últimos cabe citar el curioso escrito titulado Profecia Politica, verificada lo que está sucediendo a los portugueses por su ciega afición a los Ingleses: Hecha luego después del Terremoto del año de mil setecientos cinquenta y cinco (Madrid, 1762)) 145, que quizás se escribiera como elemento de la pugna que en aquellos momentos se mantenía en España entre los partidarios de la alianza con Francia y los de Inglaterra. La tesis de esta obra es que «lo que más había destruido a ese Estado en nuestro siglo era la ciega confianza que tenía en una Nación Extranjera; Nación ambiciosa, codiciosa de la Grandeza, y el poder, que ofrece al principio una mano para socorrer y que oprime después con una infinidad de Brazos». La identidad de esa nación extranjera no ofrece dudas, pués es señalada explícitamente más adelante: se trata de Inglaterra, que entre otras cosas «disfrutaba por entero las Minas de Oro de Brasil; y Portugal no era más que el Ecónomo de sus propias riquezas». Fue en estas circunstancias que finalmente «las causas Physicas han concurrido con las Morales: los Elementos han suplido a lo que no ha alcanzado la política. Se abrió la Tierra, y destruyó a los que la destruían». El discurso político a que nos referimos se escribió precisamente para mostrar que «el Reyno de Portugal puede sacar gran ventaja de sus desgracias, y solo para probarlo» 146. No parece, sin embargo, que los gobernantes portugueses supieran sacar todas las consecuencias de este profético aviso, puesto que siguieron confiando en la alianza de la pérfida Albión.

Aceptado el carácter natural del terremoto, quedaban por explicar las causas precisas que lo habían producido. Las interpretaciones fueron en este sentido de lo más variado y, en general, de escasa originalidad, ya que los diferentes autores, apremiados por la necesidad de suministrar una rápida respuesta a las preguntas que se les hacían, se limitaron a retomar las interpretaciones ya existentes, o a fabricar apresuradamente otras. Algunas de éstas eran totalmente disparatadas, y utilizaban datos manifiestamente erróneos. Como cuando el autor de la Profecía Política (1762) antes citada, tras señalar que Portugal estaba muy expuesto a estas catástrofes, escribe que

«dificilmente se podrá señalar la razón de las causas por qué estos fenomenos catastróficos son mas frequentes en Portugal que en otras partes, a menos que se quiera decir que proviene de que en Portugal hay una sola estación, sintiendose mas calor que frio. No puede la tierra estar expuesta a enfermedades como el cuerpo humano? No necesita de la alternativa del frio, y del calor? Acaso una estación siempre igual no puede ir preparando de un siglo a otro las causas de estas revoluciones physicas?»147.
 

De todas maneras, estas interpretaciones a pesar de lo erróneas que hoy nos parezcan y de lo poco originales que incluso entonces resultaban, suponían esfuerzo para profundizar racionalmente en el origen de unos fenómenos naturales de comprensión difícil y que solo mucha más tarde encontrarían una explicación científica satisfactoria. Porque la cuestión del terremoto era «materia muy seria e importante» como escribía D. Joseph de Cevallos 148, «no solo por lo que sacia la curiosidad de saber de un movimiento tan vehemente y espantoso, sino porque va en ello la conservación de las vidas, haciendas, ciudades, y cuanto bueno y precioso puede haber en un Reyno».

La discusión científica sobre terremotos implicaba dos diferentes tipos de interrogantes: el de sus causas y el de sus efectos. Aunque uno y otro aspecto están, lógicamente, relacionados, pueden diferenciarse también en su formulación y en las implicaciones que presentan. En el debate sobre sus efectos topográficos se oponían los que, como los ingleses Robert Hooke y John Rayo los italianos Anton Lazzaro Moro y Ludovico Generelli atribuían a los terremotos un papel importante en la formación de la topografía terrestre 149 y los que negaban este papel, ya porque concedieran ese significado al diluvio, o ya porque como Buffon minimizaran ese papel desde posiciones «uniformistas» 150.
La respuesta a la pregunta sobre las causas - la única que será aquí abordada - enfrentaba, en cambio. Concepciones alternativas sobre la estructura interna de nuestro planeta y. por la mayor dificultad de la observación tuvo que ser abordada durante mucho tiempo con planteamientos puramente especulativos que suponían posiciones filosóficas más o menos explicitadas. Este será el problema que trataremos en las páginas siguientes.

Combustión y explosión como causa de los terremotos

El punto de partida de cualquier reflexión científica sobre las causas de los terremotos fue hasta el siglo XVII, en España y en toda Europa, la explicación clásica aristotélico-senequista. Pero desde ese siglo dicha explicación va adquiriendo mayor complejidad, e incorporando nuevos elementos, sin abandonar de todas formas muchos de los que aparecían en el origen. El viento interior se concibe ahora como un agente en la combustión y explosión de las sustancias minerales existentes en el interior de la tierra, adquiriendo así su configuración definitiva una interpretación anunciada por Aristóteles pero que había ido perfilándose desde el Renacimiento.

El primer síntoma de esta permanencia clásica es el mantenimiento de la discusión sobre este tema dentro de los tratados dedicados a «meteoros». Como es sabido meteoros significa en griego simplemente «levantado del suelo», «en el aire», es decir, que viene a equivaler a la palabra latina sublime, «porque los Metheoros son aquellos fenómenos contingentes que se observan en lo sublime del ayre» 151. Dentro de sus escritos físicos, los Meteorológicos de Aristóteles estudian los fenómenos que tienen una existencia pasajera en la región circunterrestre del mundo sublunar; incluyen no solo las propiedades comunes del aire - lo que hoy entendemos por fenómenos meteorológicos, como el viento, la lluvia, el granizo, o la nieve - sino también las del agua (mares, ríos, fuentes) los terremotos, e incluso ciertos fenómenos astronómicos como la Vía Láctea o los cometas, que para Aristóteles pertenecen al mundo sublunar. La formación de todos estos fenómenos se debe, en la concepción aristotélica, a la acción del sol, cuyo calor hace que se desprenda de la tierra una exhalación seca y otra húmeda y acuosa que, combinadas en distintos lugares y formas, dan origen a todos los tipos de meteoros 152.

Esta clasificación aristotélica de los fenómenos físicos aparece todavía en la primera mitad del setecientos no sólo en buen número de obras de carácter filosófico, sino también en obras de tipo estrictamente científico. Entre esas últimas se encuentra el Compendio Mathematico del padre Tomás Vicente Tosca, obra esencial de la ciencia española del XVIII. Tosca dedica el tratado XXII de su obra al estudio "phísico-mathematico de los metheoros terrestres, aqueos, aéreos y etéreos», conservando la clasificación aristotélica y dedicando dentro de él particular atención a los terremotos y otros meteoros subterráneos 153.

La opción de Tosca es tanto más sorprendente si tenemos en cuenta que para el clérigo valenciano la causa de los terremotos no son ya las exhalaciones, sino las explosiones que provoca el fuego subterráneo al alcanzar cavernas interiores llenas de azufre, salitre, carbón, sal amoniaco y otras. Ya Aristóteles había atribuido el fuego de los volcanes al incendio provocado por el choque de las partículas contenidas en el aire subterráneo 154. La tesis de que los terremotos y volcanes eran causados por el fuego subterráneo al provocar el incendio y explosión de materias inflamables se había difundido desde el Renacimiento, siendo defendida por Cardano y Palissy, entre otros 155, así como más tarde por Kircher. De manera semejante, para Tosca, la explosión provoca fuertes vientos y «como éste no pueda tolerar encerramiento alguno, como lo vemos en la pólvora, busca con violencia la puerta que le negó la naturaleza», produciéndose así el temblor. Esta interpretación utiliza las tesis del padre Kircher sobre el fuego interior, combinadas con ideas de origen aristotélico. Entre éstas, la de mayor probabilidad de temblores en lugares montuosos cercanos al mar, debido a la existencia en ellos de concavidades que se llenan con las sustancias salitrosas de origen marino. Esta opinión no es original de Tosca, y era corriente a fines del XVII. Por ejemplo, recuerda mucho a la que había sostenido en 1692 el inglés John Ray 156, el cual había aceptado igualmente que el mar podía penetrar en cavernas subterráneas y unirse con el fuego central provocando la erupción volcánica. Pero todas procedían en último término de Aristóteles que había indicado como lugares más expuestos a terremotos aquellos sectores costeros en que la mar tiene un curso impetuoso y en que la tierra es esponjosa y llena de cavidades, es decir aquellos en que la mar «parece introducirse en la tierra por canales» 157 lo cual generaría sin duda la exhalación que debe producirse «a la vez a partir de lo húmedo y lo seco» 158. La importancia concedida por Aristóteles a la interacción de humedad y sequedad permite, a su vez, detectar el remoto origen de la razón por la que, según Tosca, el otoño precedido de un verano seco puede ser más favorable para los temblores: «porque las lluvias de otoño se profundan mucho en la tierra seca, de cuyas áridas glebas toman muchas partículas sulfúreas, y nitrosas, y las comunican a; las cavidades interiores, donde suelen inflamarse y causan los terremotos: lo cual no ocasionan tan fácilmente las lluvias de invierno, porque estas no se profundan tanto: en la tierra por hallarse ya cerrados sus poros» 159.

La interpretación de Tosca fue aceptada por otros autores relacionados con el movimiento novador valenciano, y aparece, en particular, en una de las obras filosóficas más representativas de dicho movimiento, la Filosofia Racional, Natural, Metafisica y Moral (1736) del presbítero Juan Bautista Berni, alumno del padre Tosca y catedrático de Filosofía en la Universidad de Valencia. La obra de Berni se publicó avalada por un elogioso juicio de su amigo D. Gregorio Mayans, el cual la valora como una obra de «Filosofía cumplida, cual no la teníamos en España, bien que casi todas las partes de ella ya se habían tratado con mucho acierto»; después de comparar a su autor con Vives, con el dean Marti, y con Tosca, considera que había escrito «una Filosofía entera y cual debe enseñarse en las Escuelas». La obra fue escrita, en efecto, para ser usada como libro de texto en la cátedra de Filosofía de la Universidad de Valencia, y fue redactada en castellano y no en latín para facilitar su utilización. De los cuatro volúmenes de que consta, el II está dedicado a filosofía natural, «o física, porque trata de la naturaleza de los cuerpos». Su autor al igual que su maestro Tosca es un ecléctico y se declara decididamente moderno al afirmar que «la experiencia y la razón han de ser los dos polos en quienes estrive toda la fábrica de la Física». Berni afirma que su física «a nadie se ata» y aunque no pretende apartarse de Aristóteles, asegura que solo lo seguirá «cuando la razón lo persuada» 160.

El libro IV de este volumen II está dedicado a la generación y corrupción de los cuerpos mixtos y compuestos, y dentro de él los volcanes y terremotos son tratados en el capítulo sobre la generación de los mixtos imperfectos o meteoros 161, Berni sigue la opinión común de los filósofos de que «la materia! de los meteoros son vapores y exhalaciones de los cuerpos, que llaman elementares», a manera de efluvios, e incluye los volcanes y terremotos dentro de los meteoros de la tierra. La causa de los primeros se explica suponiendo «que en las entrañas de la tierra hay fuegos subterráneos que por sutiles canales se comunican con los mares; y así, por razón de los flujos del mar, comprimiéndose el agua oprime el aire de los canales, que como fuelles avivan el fuego, y este busca respiradero para echar el humo». Según esto: «la causa formal de estas llamas es el fuego subterráneo; la material el azufre, nitro y carbones cavadizos; la instrumental es el viento, y la cavernosa constitución de la tierra», manteniéndose el fuego gracias a las sales «que del mar se unden, y se comunican por los canales».

En cuanto a los terremotos, son producidos por incendios subterráneos en los que «llenos de nitro los canales, o venas de la tierra se encienden; y no pudiendo respirar, rompen, y levantan al Cielo los Montes y edificios mayores». Berni acepta la relación entre terremotos y volcanes, y atribuye la mayor actividad de estos a la gran cantidad de materia encendida que se apresura a salir por las bocas. También enumera las señales de terremotos, y cita entre ellas la inesperada serenidad del aire, «porque esto es señal que hay vapores que pretenden salir». Estima asimismo, al igual que su maestro Tosca, que la tierra montañosa y cercana al mar es «achacosa de terremotos» porque las concavidades que existen debajo de los montes pueden entonces llenarse fácilmente de sales y nitros. Por último, considera al otoño la estación más expuesta a los temblores, en particular si el estío fue caluroso, y ello por razones semejantes a las que esgrimía Tosca: «porque las lluvias se insinúan por los poros de la tierra, y como van mezclados con porción de tierra, ésta con facilidad se enciende mezclada con los nitros». Toda esta explicación supone la aceptación de grandes concavidades en el interior de la tierra, llenas de vapores, lo cual a su vez representa que en las «entrañas» de la tierra pueden engendrarse prácticamente todos los tipos de meteoros tales como lluvias, nieves, granizo o vientos.

La tesis de la combustión fue también usada, por el médico valenciano y catedrático de la Facultad de Medicina Andrés Piquer en su Físíca Moderna y Experimental (1745), obra que los contemporáneos calificaron como «la primera Físíca Moderna completa que se ha trabajado en nuestra España» 162. Es una obra claramente enfrentada a la tradición aristotélica, como reconoce uno de sus censores, el Dr. Josef Nebot y Sans, discípulo de Tosca, abogado de los Reales Consejos y académico valenciano, el cual afirma que «no es la Física de nuestro Autor para convencer a los Aristotélicos, a aquellos digo que mantienen con tenacidad lo que aprendieron en las Escuelas». Piquer, en efecto, demuestra conocer los diferentes «sistemas modernos» existentes - es decir, los de Descartes, Gassendi y Newton, que expone en su prólogo - pero declara seguir la filosofía ecléctica, «esto es aquel modo de Filosofar que no se empeña en defender sistema alguno, sino que toma de todos lo que parece más conforme a la verdad»; reconoce seguir unas veces a Gassendi, otras a Descartes, aunque declara que «no obstante, de ordinario me aparto de ellos, y solamente apruebo lo que hallo en los Físicos Experimentales» 163. Se trata pues de un claro representante de los científicos que en la primera mitad del siglo luchaban por introducir la ciencia moderna en España. Es además un autor declaradamente mecanicista que al exponer el plan que piensa seguir en el volumen segundo de su obra dedicado específicamente al curso de medicina anuncia que será «según el mecanismo, quiero decir, considerando el cuerpo humano compuesto de muchas máquinas y explicando sus operaciones por las leyes del peso, equilibrio y movimiento», declaración que no le impide seguir al mismo tiempo la opinión de Galeno de «que no puede el Médico comprender la naturaleza del hombre, sin entender la del Universo» 164.

Piquer trata de los terremotos en el tratado IV dedicado a los elementos, al referirse al elemento fuego. Este es concebido por él como un cuerpo distinto de cualquier otro, insensiblemente esparcido por todos los cuerpos del mundo elemental, y que adquiere sus propiedades sensibles mediante la fricción de los cuerpos. El fuego ni se engendra ni se destruye, es un fluido puesto en continuo movimiento, elástico, no grave, y el más sutil de todos los elementos. Examina también las relaciones entre el calor y la frialdad, así como las propiedades de la pólvora y los fósforos, y discute luego las características de algunos efectos del fuego como el rayo y el relámpago. Piquer sigue en esto la opinión de Gassendi, según la cual el rayo es un fuego producido por exhalaciones de salitre, nitro y betún y se forma en el mismo lugar donde produce el daño. Se opone con ello a la opinión común de - que el rayo baja violentamente arrojado desde la nube, y que se forma en las partes superiores de la Atmósfera para descender a las inferiores». Frente a ello él sigue a Gassendi que «fue el primero que pretendió probar que el rayo no se mueve de arriba a abajo, sino que se forma en el lugar mismo donde ejercita su furia» 165. Las razones para esta posición tienen raíces antiguas de carácter filosófico: la tesis del descenso «se opone a la naturaleza del fuego, cuyo movimiento es siempre hacia cualquier parte de la circunferencia, y era menester poner en las nubes un impulso poderoso para impedirle su movimiento libre, y obligarle a seguir aquella determinada dirección» hacia abajo 166.

Armado con estos principios aborda Piquer el problema de los fuegos subterráneos, causa inmediata de los terremotos. El médico valenciano se muestra aquí contradictor de algunas de las ideas del padre Kircher. Acepta que en el interior de la tierra existe fuego elemental, que a él se deben los movimientos de los cuerpos subterráneos, y que por su carácter sutil puede penetrar fácilmente en todos los cuerpos. Pero en cambio rechaza la idea de que este fuego pueda estar ardiendo permanentemente; según él arde «en ciertos tiempos, del mismo modo que en la superficie de la tierra, y el aire se halla una inmensa mole de fuego, que solamente se hace sensible en algunos lugares, y no en otros, como también arde solo en ciertos tiempos y no perennemente». Para que el fuego interior ardiera siempre debería existir «alguna gran concavidad donde estuivera depositado», y es aquí precisamente donde Piquer disiente de la opinión de Kircher, porque - se pregunta - «¿qué terremotos, qué commociones, qué desorden no causaría un fuego tan inmenso obrando sobre tanta agua? 167. Por el contrario, él opina que «más natural es pensar que el fuego insensible corre libremente por lo interior de la tierra, y que se hace sensible en el betún, azufre y otros cuerpos inflamables, quando concurren las causas que se requieren para el encendimiento de ellos», causas que atribuye a la opresión, agitación y «fregamiento» de los azufre y otras materias inflamables 168.

Los efectos de este fuego subterráneo son diversos y, como el mismo Piquer los califica, admirables: - la evaporación, esto es la elevación de tantos vapores y exhalaciones que forman las nubes, la lluvia, el rayo y todos los meteoros son en gran parte efectos de este fuego», y no del calor del sol que, en realidad no penetra más allá de diez pies en la tierra. También lo son los terremotos, seguidos generalmente por una fuerte actividad volcánica. La explicación de su origen se hace acudiendo al ejemplo de la explosión de la pólvora en una mina: «Porque como sea cierto que los terremotos se hacen cerca de los volcanes, y que en estos hay copia de betún, carbón, azufre, salitre, y otras materias inflamables, es claro que hay en lo interior de la tierra que padece del terremoto una pólvora natural semejante a la que se enciende en el aire para formar una centella, y diferente solo por el lugar que ocupa y la espesura de las materias que la componen» 169.

El debatido problema de la producción de terremotos y volcanes simultáneamente en lugares alejados es también planteado, y en la respuesta aparece reflejada la opinión de Piquer sobre la relación física existente entre fenómenos terrestres y celestes, a la vez que, otra vez, el rechazo parcial de las tesis del padre Kircher en lo que respecta y la comunicación de los volcanes con el fuego interior.

«Para explicar verosimilmente como en un tiempo mismo suceden en lugares distintos los terremotos, y volcanes, basta saber que los Astros, especialmente la Luna, hacen opresión sobre el aire, y fuego elemental. Pues como sea cierto que estos elementos por su sutileza penetran los poros de la tierra, y que ésta en el interior tiene concavidades llenas de aire, y de fuego se sigue, que la opresión de los cuerpos superiores sobre estos elementos puede propagarse no solo hasta la superficie del globo terrestre, sino hasta su centro. Pero como sea asimismo cierto que las vibraciones: y el fregamiento aumentan con la opresión, y con aquellas el fuego, es tambien consiguiente que este se siga siempre que concurra una opresión violenta. Siendo pues la postura de los Astros distinta en distintos tiempos, y siendo insensible la distancia del dos volcanes respecto de su magnitud y altura, es facil que a un mismo tiempo obren con igual fuerza en lugares respecto de nosotros muy lejanos, y que solamente causen la opresión que se requiere en ciertos tiempos. Por esta razón juzgo que no se comunican entre si los volcanes por medio de canales subterráneos por donde camina el fuego, antes pienso que el encendimiento de dos volcanes a un mismo tiempo en lugares diversos nace de una causa cuyas fuerzas son comunes a entrambos, y halla en tales lugares la materia dispuesta. Ni ay en esto mas dificultad, que en que la Luna cause el flujo y reflujo en: lugares muy distantes en un mismo tiempo. Lo que decimos de los volcanes debe entenderse de los terremotos» 170.
 

Los ejemplos hasta ahora citados muestran que la explicación del origen de los terremotos como procesos de combustión y explosión era la imperante entre el núcleo de los novadores valencianos. Dicha interpretación parece ser la dominante en la primera mitad del setecientos en todos los círculos científicos más avanzados del país, como lo prueba la interpretación que del mismo fenómeno hizo Antonio de Ulloa cuando se planteó el problema del origen de los terremotos que asolaban a la América andina durante los años en que permaneció en aquellas tierras para la medida del grado del meridiano, y en particular tras el terremoto de Lima de 1742. En la Relación Histórica del Viaje a la América meridional, firmada juntamente con Jorge Juan, pero redactada por él 171 Ulloa expone, de entrada, la opinión «de los philósofos» según la cual los terremotos serían provocados «por el esfuerzo, que causan los vientos con su mucha dilatación»; añade que estos vientos son «tanto los contenidos en las Materias sulfúreas y otros minerales, como los esparcidos en las porosidades de la misma Tierra, cuando comprimidos en ellas y no cabiendo ya en el reducido espacio de sus venas procuran salir a mayor extensión». Ulloa afirma explícitamente que en esta opinión «parece que no hay contradicción», y que ello «además de la natural razón que así lo persuade se halla apoyado de la experiencia". Tras de lo cual suscita los dos grandes problemas que, a su entender quedan por explicar: a) «en qué manera vuelven a hincharse las venas de la Tierra con nuevo Ayre después de haver sucedido un temblor» y b) «qual sea la razón para que unos países sean más dispuestos a padecer este accidente que otros» 172.

Ulloa acepta también la relación íntima entre terremotos y volcanes, y alude al hecho de que en ocasiones al reventar algún volcán se produce un gran temblor qua puede ocasionar la ruina de los pueblos afectados. Concede que a este estremecimiento se le puede llamar con toda propiedad terremoto, pero observa que el temblor no sucede, o es más débil, cuando el volcán tiene abierta una boca previamente. Y concluye

«de lo que se infiere que ya una vez abierta boca o respiradero, cesa en parte el estremecimiento, aunque se repita la inflamación de la materia: lo cual parece que es muy natural, respecto de que aunque la pronta repetición de este accidente rarefacciendo el Ayre considerablemente, hace que su volumen se acreciente mucho, como encuentra con facilidad la salida [...] no causa en ella más estremecimiento que el correspondiente al estrépito formado de una gran cantidad de Ayre, en la ocurrencia de una salida estrecha. 173.
 

Ulloa da por sabido que la causa de los volcanes «consiste en las materias sulfúreas, nitrosas y otras combustibles que encierran las entrañas de la Tierra», e interpreta el proceso que da origen a la erupción volcánica como una inflamación y explosión de dichas materias. Estas,

«unidas entre sí y convertidas en una! pasta, que se prepara con el auxilio de las Aguas subterráneas, se fermentan hasta un cierto punto y, entonces, se inflaman; y con ellas el viento, que las circundaba y llenaba sus poros, de suerte que aumenta éste su cuerpo excesivamente a el que tenía antes de inflamarse y produce el mismo efecto que la pólvora [...] con la diferencia de que [...] encendido el Volcán, lo queda por tanto tiempo cuanto ha menester para consumir aquellas materias oleaginosas y sulfúreas que abundaban y estaban de más en el conjunto de su masa» 174.

El proceso descrito puede producirse, bien en lugares montañosos donde hay concentrada una gran cantidad de materia inflamable, o bien en áreas donde dicha materia se halla extendida en un amplio espacio, mediante ramificaciones que salen de los senos de las montañas. Esta difusión de materias inflamables en terrenos llanos, sobre todo en los cercanos a las montañas volcánicas, se comprueba por la existencia de los depósitos minerales correspondientes, y permite entender la gran extensión que alcanzan los terremotos. Ulloa encuentra confirmación de la explicación propuesta en los territorios andinos. Perú al ser abundante en minerales de salitre, azufre, vitriolo, sales jugos y otras materias combustibles, «está más expuesto a los terremotos con la continua inflamación que les sobreviene cuando han tenido la correspondiente, y natural preparación para admitirla» 175.

Pero no basta con la presencia de las materias apropiadas. Es necesaria también, la «preparación» a que alude Ulloa en el párrafo anterior. En ella la humedad desempeña un papel fundamental, siguiendo fielmente en eso la opinión de Aristóteles. El proceso, tal como se produce en Quito y en los valles andinos, es explicado así por Ulloa. Ante todo el terreno es «esponjoso y hueco, tal que entre sí dexa muchas concabidades o más poros», por lo cual «corren subterráneamente muchas Aguas, y hay siempre en ellos humedad» Por otra parte, las aguas que penetran en la tierra procedentes de la fusión de los hielos «tienen lugar de humedecer unir y convertir en pasta aquellas materias sulfúreas y nitrosas, las quales se preparan con su concurrencia». Finalmente la inflamación se produce, actuando entonces el viento contenido en las substancias minerales, el cual,

«hallando facilidad de incorporarse con el que está encerrado en los muchos poros y cavernas, o venas de la Tierra, al paso que lo comprime con su mayor extensión, lo quiere dilatar, comunicándole la rarefacción, que es regular consiguiente de la inflamación, que participa; pero no cabiendo así en la reducida cárcel que lo contiene, hace esfuerzo para salir, y al tiempo de ejecutarlo estremece todos aquellos espacios, por donde lo solicita conseguir, y los inmediatos [...] hasta que al fin abre puerta por donde encuentra menos resistencia: la qual unas veces vuelve a dexar cerrada con el propio movimiento tremulo, que ocassiona; y otras abiertas, que es lo que se observa en todos aquellos Paises [andinos]176
 

Este proceso de preparación, durante el cual se producen los ruidos Como truenos que a veces preceden a los terremotos, no se realiza de forma simultánea en todos los lugares con materias apropiadas, sino de forma sucesiva; como «la materia está esparcida en distintos parages, y cada uno en diverso grado de perfección para inflamarse» 177, es natural que haya una sucesión de sacudidas y no un solo temblor generalizado.

La explicación de Ulloa sobre las causas de los terremotos aporta como vemos poco al tema. Ulloa se limita a reproducir una teoría difundida, sin utilizar para nada las observaciones que dice haber realizado personalmente. La única aportación realmente personal tiene que ver con su formación náutica predominante, y se refiere a la relación apuntada poli algunos entre terremotos y mareas. Según él los temblores de que fue testigo en los Andes en 1742 se produjeron, bien cuando la marea se hallaba a mitad de su menguante, o bien cuando estaba a media creciente, pero nunca en la plena pleamar o bajamar. Esto sería «contrario a lo que algunos pretenden establecer de que hayan de experimentarse en las horas del Refluxo o Baxamar, y no en las otras seis del Fluxo o creciente, para que assi convenga con el Systhema que han formado de su origen y causas» 178, sistema que él se cree en condiciones de poder rechazar.

Pervivencia de Kircher y Aristóteles a mediados del siglo XVIII

Si la esforzada lucha que los novadores españoles habían llevado desde fines del siglo XVII contra el imperio de Aristóteles se empezaba a resolver a mediados del setecientos con un retroceso de la filosofía peripatética, ello no impedía que la ciencia clásica sistematizada por el Estagirita siguiera proporcionando todavía numerosas nociones y conceptos básicos a los mismos que trataban de situarse en posiciones renovadoras. Dichas nociones podían llegar a través de canales diversos y aparecían frecuentemente combinadas con concepciones más modernas, entre las cuales la de Kircher había adquirido una gran autoridad para explicar la estructura de nuestro planeta facilitando ideas que, por lo repetidas, habían pasado a formar parte del acervo científico común. El análisis de algunos trabajos realizados en los años centrales del siglo demostrará claramente lo que decimos.

Una interpretación que refleja muy bien esta pervivencia es la que propuso el catedrático de Matemáticas de la Universidad de Salamanca D. Diego de Torres y Villarroel. Conocedor atento de las demandas del público, D. Diego no podía desaprovechar la ocasión del terremoto de 1748 sin lanzar un papel; que explicara los orígenes de esa catástrofe. Sus Tratados Físícos y Médícos de los Temblores y otros movímientos de la Tierra, llamados vulgarmente Terremotos, de sus causas, señales, auxilios, pronósticos e hístorias (1748), redactados sin duda apresuradamente para la ocasión, vuelven a tomar gran número de ideas de raíz kircheriana ya expuestas por él en obras anteriores - y en particular en el Viaje fantástico (1724) y en la Anatomía - de todo lo visible e invisible (1738) - completadas por unas vivas metáforas organicistas y unas explicaciones sobre los terremotos toma - das de la tradición aristotélicaescolástica. Esta última inspiración es paladinamente declarada por D. Diego en este opúsculo cuando afirma que «un Autor bien contemplativo, estrechamente observante de los artículos de Aristóteles, y todo arrimado a las obscuridades de la vida y estudio de nuestros Peripatéticos» fue el que le encandiló en su juventud para el estudio de la física, y que «con esas candelillas (que aún relampaguean en mi memoria) y algunas morceñas, que se han encendido de las tostadas hojas de mis experimentos» ha redactado la obra.

En efecto, la explicación de Torres incluye elementos que aparecían ya en Aristóteles o en Séneca. Los terremotos son producidos por «el ayre encerrado y oprimido en las cavernas, vientres y entrañas» del mundo subterráneo. La animada prosa de D. Diego convierte la acción del aire en una lucha feroz con la corteza terrestre:

«hinchado y ahito el ay re de varios espíritus, y repleto de abundancia de materias inflamables y combustibles, se rareface y se enciende, ya por el fuego de los pirofilacios, ya estregándose unas con otras las materias dichas, o de otro qualquier modo; y viniéndole estrecho el lugar o cueva donde estaba recluso, pelea por salir a extenderse y dilatarse, y entonces tienta con fuerza prodigiosa todas las paredes de la gruta, y se aporrea y agita hasta que rompe por la parte mas débil, o por donde puede, y sale con ruido y estrago de las partes interiores y superficiales de la tierra»179.
 

El temblor puede ser más o menos violento, según la naturaleza de las partículas que integran el aire. La intensidad máxima se alcanza cuando estas partículas son «de materiales resinosos, retostados y malignos como los del nitro, alumbre, sal armoniaco, betún, carbón y otras que encierran en sí mucho ayre, muchas exhalaciones y prontitud para encenderse» 180.

La argumentación de Torres sigue muy de cerca la de Arist6teles, en puntos fundamentales. La misma alusión a los temblores y palpitaciones del cuerpo humano. Igual mención de las tempestades para explicar de qué forma se producen las exhalaciones. Idéntica coincidencia, por fin, sobre la época más propicia para los terremotos; si Aristóteles había afirmado que es sobre todo en primavera y otoño así como en las ocasiones de grandes lluvias y grandes sequías cuando más frecuentemente se producen 181, Torres señala que «en las dos estaciones del año Primavera y Otoño padece regularmente la tierra las enfermedades de sus movimientos y alteraciones» y que «las lluvias desordenadas, las tempestades repetidas, la sequedad, el calor y el frío desproporcionado e irregular» engendran los terremotos 182. Sorprendentemente, los veintidós siglos transcurridos no parecen haber aportado nada nuevo a la explicación del fenómeno; incluso puede afirmarse que, al contrario, han servido para degradar dicha explicación, pues la prudencia del filósofo griego al realizar las comparaciones orgánicas 183 deja paso en el autor español a una desenfadada comparación entre el hecho natural y las enfermedades del cuerpo humano. Torres, en efecto, no duda en afirmar que los terremotos son una enfermedad del cuerpo terrestre, y precisamente la más formidable, y realiza continuamente comparaciones con el organismo humano concluyendo que «en los mismos tiempos acontece enfermar el mundo pequeño del hombre» y el de la Tierra 184.
Al igual que en Aristóteles, la génesis de terremotos y de volcanes aparecen totalmente disociadas. En Torres, estos últimos se presentan como las bocas o respiraderos del fuego interior «por donde vierta sus llamas y desahogue sus fuegos». La explicación de las erupciones es la que sigue:

«como en lo mas. central de los montes están las minas de azufre, carbón y sal, con la mixtura de estas se enciende este fuego subterráneo, y ayudado de el viento, que está en los aerophylacios, rebienta en llamas con temblor ruidoso de la tierra, abriendo muchas vezes nueva boca, por donde el fuego se introduce; y como las halla cargadas de estos materiales, apenas llega el fuego, quando rebolviéndose, como la pólvora, forman nuevo desahogadero de sus llamas: Mas porque comunicándose este fuego por algunos conductos a las minas de azufre, sal, etc. las convierte en viento; y como el viento no puede estar encerrado, busca su violencia por donde salir. y abre los fundamentos de los montes por las partes mas superficiales»185.
 

Inmediatamente después de la publicación de su obra sobre los terremotos, Torres fue acusado de plagiario. Así se hace en la Resurrección del Diario de Madrid o Nuevo Cordón Critico general de España, dispuesto contra toda suerte de libros papeles y escritos de contrabando, cogido, por su desgracia, el papel de Don Diego de Torres sobre los Temblores de la Tierra, como pirmer estravio del Cordón, publicado con el nombre de tres autores, pero atribuido comúnmente al carmelita Fray Juan de la Concepción 186. La acusación fundamental que se la hacía era la de haber plagiado los Dictados latinos de la filosofia académica, del padre Claudio Prasen, publicados en Venecia en 1739. Es difícil comprobar la veracidad de esta acusación, que puede tener visos de verosimilitud dada la desenvoltura de Torres para utilizar fuentes diversas en sus escritos. Pero tampoco era necesario acudir al plagio para conocer las ideas de Aristóteles, reeditado en castellano en 1721 187 y la confesión del salmanino sobre las enseñanzas aristotélicas no tiene por qué ser rechazada. Además, como ya sabemos, Torres conocía muy bien desde hacía años las ideas del padre Kircher, de quien proceden muchos de los conceptos básicos que usa en su argumentación.

El terremoto de 1755 dio nuevamente motivo para interesarse por este fenómeno, sobre cuyo origen autores de las más variadas formaciones se sintieron tentados de dar su opinión. Las tesis aristotélico-kircherianas fueron otra vez esgrimidas, como muestra, por ejemplo, de manera eminente la publicación de Fray Miguel Cabrera, lector jubilado de la Orden de Mínimos y socio de erudición de la Regia Sociedad Médica de Sevilla. En su Explicación Physico-Mechánica de las causas del temblor de tierra, como constan de la doctrina del príncipe de los Filósofos, Aristóteles 188, el autor expone siguiendo a los Meteorológicos, las teorías de Anaxímenes, Anaxágoras, Demócrito y Aristóteles, para presentar a continuación su propia teoría de una gran corriente interior a la que denomina «vena cava», la cual atravesaría la tierra por el eje de sur a norte y de la que partirían ramificaciones hasta la corteza terrestre. El «Tártaro» platónico del Fedón aparece otra vez aquí, en una interpretación que tiene inequívocas raíces kircherianas, como muestra, además, el uso que Cabrera hace de términos como hidrofilacio o aerofilacio.

Aire y fuego como agentes fundamentales y el agua como elemento activador de la explosión aparecen igualmente en otros autores 189, demostrando la tenaz pervivencia de una vieja idea con dos milenios de antigüedad. Entre los que echaron mano del incendio de materias combustibles para explicar el temblor se encuentra también el polifacético jesuita padre - José Francisco de Isla, el cual bajo el pseudónimo de Thomas Moreno sostuvo la tesis de la combustión interna de materias sulfúreas, bituminosas y nitrosas en una Carta escrita por un profesor Salmantino a un amigo suyo de esta Corte, en que le descubre la verdadera causa physica y natural del Terremoto 190, citada e impugnada por Feijoo 191.

Pero quizás la más completa exposición de - esta tesis en dicha ocasión la hizo el Doctor Antonio Jacobo del Barco en una Carta que se publicó en los «Discursos Mercuriales» de Madrid el 21 de Abril de 1756 192. En ella el erudito onubense, catedrático de Filosofía y vicario de la villa de Huelva, explicó no sólo el origen sino incluso la razón de las dos sacudidas experimentadas en el seísmo del 1 de Noviembre mediante la comparación con el «estrago que causa la pólvora atacada en las minas» la cual produce una explosión que levanta rocas y edificios. De manera semejante ocurre en el terremoto, aunque en él

«las particulas de nitro, y demas inflamables, que vaguean por las minas, que ay en las entrañas de la Tierra, juntándose, como sucedió ahora, en: grande cantidad, empezando a fermentar, o hervir violentamente, estregándose unas con otras, conciben el mayor calor, se encienden: encendidas rarefacen o desplegan violentísimamente los muelles del ayre, y como no halla éste en la caberna todo el lugar que necesita en su estado de dilatación, pega en las paredes angulares, y con las que miran a la superficie de la tierra. De lo que resulta, que comunicado este impulso a la tierra tenga esta assi el movimiento de bamboleo a los lados, como el vibratorio, o de salto azia arriba»193.
 

La explicación de porqué a diferencia de lo que ocurre en las explosiones de pólvora, aquí el ruido es menor y dura más tiempo es que «en el Terremoto la materia se va encendiendo sucessivamente, y successivamente va adquiriendo el ayre su elasticidad, o extensión», hasta que tras golpear todas las paredes de la caverna donde se encuentra «abre algun conducto, por donde sale el ayre, a adquirir todo el lugar, que le es debido, según su cantidad» 194.

En la obra de Barco se vuelven a encontrar muchas de las ideas ya conocidas; el fuego como agente de la rarefacción del aire; los cuatro elementos tradicionales (tierra, agua, fuego y aire) aunque insistiendo mucho en que ninguno de ellos se encuentra puro. excepto "en el entendimiento del Metaphísico, quando los considera abstraidos en su singularidad»; el mundo subterráneo constituido por «grandísimas lagunas, o Ríos subterráneos, y dilatadísimos Canales» por los cuales circulan «toda la infinidad de materias que hay en ellas, pues a estas tiene en movimiento la vigorosa acción de los Fuegos subterráneos» 195.

Pero encontramos también el intento de dar respuesta con estas ideas a una serie de preguntas que todos se hacían sobre las circunstancias del seísmo. Ante todo, ¿porqué se sintió el mismo tiempo el terremoto en lugares tan distantes? Barco no tiene inconveniente en explicar ello con su teoría de la explosión, pues

«siendo el Nitro, y Azufre, puestos en movimiento violento, una pólvora mas pronta quizás, que la artificial, era como preciso, que en los sitios subterráneos, adonde huviese de ir pegándose la inflamación, aunque cogiese esta distancia muchos centenares de Lugares, sucediese la inflamación, el ruido, y movimiento de la Tierra casi a la misma hora»196.
 

Para prueba de lo cual arguye que si un reguero de pólvora que uniese Lisboa y Roma se incendiase, el fuego recorrería en «pocos minutos» esa distancia por la prontisima inflamabilidad de la pólvora».

Pero a continuación había que explicar porqué unos lugares habían sido afectados y otros no. La respuesta se encuentra entonces en la desigual composición y dureza de las materias subterráneas. Debido a ello, no es extraño que los conductos existentes «sean tortuosos, y que vayan culebreando, huyendo de los sitios pedragosos, y siguiendo por los areniscos, o esponjosos» 197.

Del Barco sitúa el centro del temblor - es decir, el lugar en que según su tesis, comenzó el incendio - debajo del fondo del océano Atlántico, más cerca de las costas de Berbería que de Portugal por las noticias de los grandes estragos producidos en aquel reino africano. Y utilizando ideas también conocidas, no considera extraño que los pirofilacios se sitúen debajo del mar, ya que señala que contra la opinión vulgar, fuego yagua no son tan opuestos como se cree y que además, así los dispuso Dios «para la harmonía del Universo». Acompaña datos de emisiones volcánicas submarinas y considera inatacable que «el sitio más regular de los fuegos subterráneos es baxo el suelo del agua».

Por último, aborda también una cuestión que interesaba profundamente a los contemporáneos, la de saber si podían conocerse las señales o pronósticos del terremoto, para disminuir sus efectos. Su respuesta es que «para los hombres no hay pronósticos para conocer con precisión el Terremoto, que nos amenaza» y discute a la vez sobre los efectos materiales y morales del fenómeno.

Los terremotos y la virtud eléctrica

Entre las numerosas interpretaciones que se formularon sobre las causas de los terremotos con ocasión del de 1755 hubo algunos que pusieron en relación el temblor con la fuerza eléctrica, que entonces era objeto de gran curiosidad. Entre estas interpretaciones deben destacarse las de Feijoo, siempre atento a los sucesos físicos y requerido insistentemente para ello por sus admiradores y la del gaditano Juan Luis Roche.

Desde Oviedo, donde como vimos también se dejó sentir el terremoto, el Padre Feijoo se sintió obligado a dar alguna interpretación sobre las causas de esta catástrofe ante las numerosas demandas que le llegaban. Su respuesta vino en forma de cinco cartas escritas con esta ocasión a D. Joseph Diaz de Guitian, residente en Cádiz, y al canónigo D. Joseph Rodriguez de Arellano, entre el, 19 de Noviembre de 1755 y el 23 de Enero de 1756 y publicadas inmediatamente 198.

Feijoo debía de haber reflexionado ya sobre estos fenómenos naturales y formulado más o menos su interpretación, porque desde la primera de esas cartas deja ya entender cual sería su respuesta. Al dar cuenta de la extensión que parece haber tenido el terremoto, Feijoo señala que si éste se ha dejado sentir también en Francia «tendrán motivo los señores philosofos extrangeros, para atribuir los terremotos a un nuevo milagro de la virtud eléctrica, como ya casi generalmente recurren a ella para explicar la causa de los Truenos y Rayos»; añadiendo como explicación que, en verdad «la comunicación del movimiento a distancias tan enormes dentro de un momento, hace bastante eco a la comunicación momentánea del movimiento concusivo, que hace a larga distancia la virtud Eléctrica». Feijoo desarrolla esta idea en las cartas posteriores, pero antes expone algunos datos históricos sobre terremotos (carta 2ª) y analiza las interpretaciones dadas hasta entonces para explicarlos (carta 3.ª).

Respecto a los terremotos del pasado, Feijoo no duda en atribuirles consecuencias importantes en la modificación de la superficie terrestre, y cree, por ejemplo, que las fabulosas hazañas de Hércules rompiendo el estrecho de Gibraltar son el recuerdo de algún gran terremoto que tuvo estos efectos. También interpreta como causados por terremotos las leyendas o testimonios de antiguos hundimientos, como por ejemplo los que, según la Martiniere, se habían producido antiguamente cerca de Cádiz, cuya causa él «determinadamente» considera que fue un terremoto, y no, como otros interpretaban, ninguna inundación o movimiento de agua agitada por vientos. Sobre las causas aducidas para explicar los temblores, considera que "las que hasta ahora discurrieron los philosophos» son insuficientes para explicar el terrible que padeció la península el 1 de Noviembre de 1755. Entre estas interpretaciones él analiza sobre todo dos, igualmente insatisfactorias. La primera se relaciona directamente con las ideas expuestas por Steno en su Prodromus (1669), ideas que seguramente conoció solo de forma indirecta, ya que ni la obra ni el autor son citados por él. Según esta tesis, los terremotos serían resultado «de ruinas, que padezcan las partes interiores de la tierra, en las cuales con gran verosimilitud se suponen algunas espaciosas cabernas, adonde por varios accidentes pueden caer desplomadas las bóvedas, que las cierran con los materiales sobrepuestos a ellas, que tal vez constituirán porción igual a una gran montaña, como de las que se levantan sobre la superficie de la tierra se ha visto en varios tiempos hundirse o postrarse algunas». Aunque acepta que esto pueda ser causa de algunos terremotos, niega que haya influido en el de 1755, ya que no se tenía noticia de que hubiera ocurrido ningún hundimiento de montañas.

La segunda de las causas que analiza es la que relaciona los terremotos con el incendio de materias combustibles existentes en el interior de la Tierra. Según él «este es el más probable y tan común principio de los terremotos que casi se puede llamar su causa universal», y el causante también de los volcanes. Pero no cree que haya actuado en el caso del terremoto de 1755 pues habría que suponer «que en un mismo día y aún a una misma hora se dió fuego a una gran mina de dichas materias inflamables» en diferentes lugares de la península tan distantes como Lisboa, Cádiz, Madrid y Oviedo, preguntándose: «¿qué hombre de algún juicio assentirá a la incensión simultánea de tantas minas, quantas son las Poblaciones de España, que sintieron a un mismo tiempo el Terremoto?». Considera que es «totalmente arbitraria» la idea de que las minas subterráneas se comuniquen unas con otras y que el fuego pueda propagarse a partir de una o todas las demás, ya que cree imposible la existencia de tan largos conductos subterráneos.

A partir de aquí Feijoo se considera obligado y en condiciones para exponer un nuevo sistema sobre los terremotos, aunque lo hace con reservas, pues no presume que el ideado por él «sea absolutamente inexpugnable». La exposición de ese sistema es el objeto de la carta cuarta, escrita el 13 de Enero de 1756.

El sistema que propone trata de explicar sobre todo los terremotos de gran extensión, como el que ocurrió en 1755. Acepta la existencia de grandes cantidades de materias inflamables en el interior del globo, aunque a considerable distancia del centro de la tierra, «por dexar en aquella profundidad bastante espacio donde colocar aquella gran piedra Imán de alguno, o algunos centenares de leguas de diámetro, cuya existencia consideran algunos philosofos precisa para explicar el evidente magnetismo del Globo Terráqueo, y otros, muchos Phenomenos magnéticos, que nos presentan las observaciones». A partir de testimonios históricos y de fábulas clásicas muestra la antigüedad de muchos volcanes y de ello infiere que «la materia en que se caban […] se le subministra de sitio, o sitios, mui profundos, porque de no ser assi, ya algunos siglos ha se huviera consumido toda». Por último cree también que en las cavernas interiores de la tierra hay «abundante copia de exhalaciones», con la que se forman en ellas terribles tempestades semejantes - aunque «mucho más impetuosa» precisa - a las que se experimentan en la atmósfera.

La analogía introducida con las tempestades atmosféricas es lo que permitirá a Feijoo el paso a su interpretación eléctrica. Considera que, de forma parecida a como ocurre en la atmósfera, «de las materias inflamables que están en sitios más profundos agitadas de los fuegos subterráneos ascienden copiosas exhalaciones a aquellas cavernas, que no están muy distantes de nosotros, y en ellas se encienden, truenan y fulminan». Así se forman nublados y tempestades semejantes a los de la atmósfera, «pero mucho más terribles: ya porque en igual espacio hay mayor copia de exhalaciones […] ya porque careciendo de espacio libre y anchuroso, a donde derramarse [...] están muy comprimidas, de todo que [son] como pólvora atacada». Por todo lo cual concluye que esas cavernas interiores vienen a ser como «otros tantos hornos de un violentisimo fuego de reverbero, o como otras tantas grandes minas de pólvora encendida». En apoyo de su tesis cita las observaciones de La Cohdamine sobre una erupción del Cotopaxi, que arrojó piedras a grandes distancias, a manera de proyectiles, y cree que «mucho menor impulso es menester para arrasar una gran Ciudad como Sevilla o Lisboa, derribando por medio de un Terremoto todos sus edificios, que para arrojar tan lejos aquellas enormes masas de piedra». Las posibles críticas a su sistema son discutidas y rechazadas por Feijoo, que encuentra un argumento decisivo a su favor en el hecho de que el terremoto de 1755 afectara a puntos tan distantes a la misma hora. Es en este punto donde Feijoo introduce y desarrolla su tesis del origen eléctrico de los terremotos a partir de la analogía con lo que ocurre en la atmósfera. La causa inmediata y más general de los terremotos es: «unos nublados tempestuosos, formados o congregados en las cavernas subterráneas» perfectamente semejantes a los que se experimentan en la atmósfera, y que al igual que en ella dan lugar a rayos, truenos y relámpagos como resultado de las materias eléctricas contenidas en dichos nublados. Los fenómenos eléctricos producirían chispas - «como el rayo» - que provocarían el incendio de los depósitos subterráneos, y alude como demostración a diversos experimentos que, según ha leido, se han realizado sobre la electricidad, así como a «la famosa experiencia de la comunicación eléctrica a que algunos dan el nombre de golpe fulminante y otros llaman la experiencia de Leyde» Feijoo conoció el experimento de Muschembroek a través del Ensayo sobre la electricidad de los cuerpos del abate Nollet traducido al castellano por Joseph Vazquez en 1747, y afirma haberlo repetido personalmente, señalando - ahora según Mollet - que la corriente se transmite a lo largo de 100 personas cogidas de la mano 199.

Después de todo ello propone lo que considera "el alma» de su sistema:

«Supongo, pues, que en un sitio muy profundo de la Tierra se puede congregar una grande cantidad de materia eléctrica: sean por exemplo cien millones de libras de materias sulfúreas y bituminosas [...]. Esta gran colección de materia eléctrica puede agitarse en tal tiempo, sea por esta, o aquella causa, sin que se pueda, ni sea menester averiguar ni qual es la causa que la pone en movimiento, ni porque la mueve en tal o tal día, dexándola reposar uno o muchos años […]. Considero ahora como sequela necesaria de los experimentos del Abad Nollet y de Versalles, que es inmensa la fuerza impelente de las vibraciones, o disparos de la materia eléctrica agitada. La fuerza del impulso se debe medir por los obstáculos, que vence, por la rapidez del movimiento que imprime, y por la distancia a que se alarga. El movimiento de las vibraciones es extremadamente rápido, pues en el mismo momento, que siente la conmoción el sujeto inmediato a la máquina, la percibe el mas distante […]. A la distancia a que se alarge el impulso no se pudieron. señalar límites hasta ahora» 200
 

De manera semejante, el benedictino acepta la posibilidad de transmisión a larga distancia de los impulsos eléctricos que afectan a «aquella abultada colección de materia orgánica» que supone «movida en algún profundo seno de la Tierra»,.

A pesar de la apariencia científica que daba a sus argumentos y del prurito de novedad que siempre mostró, Feijoo con frecuencia no procedía como un verdadero científico, pues recurría a argumentos teológicos para reforzar sus tesis en aquellos puntos en que carecía de argumentos racionales. Es lo que hace también en este caso, pues frente a los que pudieran considerar inaceptable sus tesis por el hecho de que ningún hombre pueda realizar algo semejante, se limita a esgrimir lo limitado de la mente humana y a señalar que también con referencia a la fuerza de Dios «apenas puede caer el hombre en mayor error que el medir el infinito poder por sus limitadísimas ideas».

Feijoo muestra también una inadecuada comprensión de la naturaleza de los fenómenos eléctricos que incluía en su explicación - fruto quizás de una lectura apresurada, como muchas de las suyas - y supone como «innegable» la posibilidad de que «en sitio muy profundo de la tierra se congregue el abultado montón de materia eléctrica» que ha señalado, y que «la actividad de esta materia sea tal que sus radiaciones se extiendan hasta la superficie, conservando fuerzas bastante para trastornar algunos espacios de ella». Las repercusiones del terremoto en puntos alejados se explican así, según él, porque las «radiaciones o vibraciones» podrían ser divergentes y tomar diversos rumbos alejándose cada vez más unas y otras y del centro donde se produjeron.

En las últimas de sus cartas sobre los terremotos, Feijoo se hace eco del temor genera! que existía sobre una posible repetición del catastrófico seísmo del mes de noviembre, y trata de mostrar que este miedo es infundado ya que «quanto mas temibles y comprehensivos de mayor espacio son los terremotos, tanto menor son temibles sus repeticiones». La razón para esta afirmación es según él puramente física:

«Quanto mayor es el Terremoto, tanto mayor cantidad de materias inflamables y inflamadas (que ciertamente son sus causas) se consume. Assi es menester mas dilatado tiempo para que, o por vía de nueva producción o por afluencia de la contenida en partes distantes, se reponga igual cantidad de materias. Por consiguiente a un terremoto grande no puede suceder otro igual sin interponerse en los dos un espacioso intervalo de tiempo» 201.
 

En apoyo de su tesis realiza diversas especulaciones sobre la probabilidad de repetición de terremotos a partir de los datos históricos citados en la obra del premostratense Juan Zahn, Specula Phisico-Mathematica (1702 vol. II), que da un total de 238 terremotos desde Cristo, completados con otros de Gassendi y los padres Fournier y Regnault 202. La carta de Feijoo se completa con una discusión sobre las muertes repentinas y sus causas y el problema de la administración de sacramentos en las pestes y catástrofes naturales.

El prestigio de que gozaba Feijoo aseguraba a su explicación sobre la causa del terremoto una inmediata difusión. Era !o que ya preveía Don José Cevallos que en la larga censura que escribió a la obra del benedictino se promete que «con estas cartas se animarán nuestros Patricios a hacer nuevas observaciones, inquirir sus causas, y darnos quanto hay sobre este sucesso tan funesto». Por ello no es extraño encontrar el mismo año de la publicación de las Cartas obras en las que se comentaban y discutían sus tesis, como la de Juan de Zúñiga (1756). A partir de aquella fecha, la relación entre el fuego interior y los fenómenos eléctricos aparece claramente expresada por diversos autores, y entre ellos Pedro Elexalde, socio de la Real Sociedad Médica de Nuestra Señora de la Esperanza, en su Dissertación Chimico-Phisico Mecánica sobre el fuego en general (Madrid, 1756) defiende, utilizando a Huyghens y Newton, que no existe el fuego terrestre y que «el que errumpe del Vesubio, y otros volcanes, y el Eléctrico, son causados de movimiento por el cual llegan los cuerpos a tomar estado de ignición».

Sin embargo, no todos los que introdujeron la electricidad en su interpretación de los terremotos tuvieron que inspirarse necesariamente en la obra de Feijoo. En realidad, la atención a los fenómenos eléctricos estaba en el ambiente intelectual de la época y. en Inglaterra, en Italia y en Francia particularmente, otros autores tuvieron al mismo tiempo una idea semejante a la del benedictino español. Hasta el punto de que Feijoo se sintió obligado a escribir una «Critica de la disertación en que un Philósofo extrangero designó la Causa de los Terremotos recurriendo al mismo principio en que anteriormente la havia constituido el Autor» 203. En ella se defiende señalando que su escrito fue anterior en tres años: al del francés Isnard, como podía comprobarse por las fechas de la edición de Roche, aunque reconoce que ello: no significa que el autor francés le haya plagiado, «pues – afirma - pudo muy bien ir a buscar en la Electricidad la causa de los Terremotos, sin otra luz que la de su discurso». Y añade: «ni para tomar este camino era menester tener, un genio muy inventivo, pues de algún tiempo a esta parte se habla, y escribe tanto de la virtud Eléctrica que apenas se puede tocar con la pluma, o con la especulación en varias matherias de Physica, sin que dicha virtud espontáneamente se presente en la memoria» 204. A pesar de lo cual, Feijoo hace algunas críticas a Isnard y discute si había leido su obra, inclinándose a pensar que si la había conocido y utilizado.

Pero no era solamente en España y en Francia donde había surgido esta idea. Desde el siglo anterior se había venido intuyendo, como muestra una alusión al rayo hecha por el padre Zaragoza en 1675 y citada páginas atrás. Pero en realidad, el primero que, al parecer, había propuesto formalmente la tesis del origen eléctrico de los terremotos había sido el médico inglés William Stukeley. Con motivo de los temblores que se habían producido en Londres el 8 de Febrero y 8 de Mayo de 1749 y el 30 de Septiembre de 1750, el doctor envió una memoria a la Royal Society de Londres, defendidas el 22 de Marzo de 1749 y el 6 de Diciembre de 1750 y publicadas luego en el volumen 10 de las «Philosophical Transactions». El resumen que hizo Joseph Priestley años más tarde 205 permite tener una idea precisa de la explicación que proponía.

Stukeley rechazaba la hipótesis de que los terremotos fueran causados por fuegos o explosiones subterráneas por razones semejantes a las que dió Feijoo: falta de pruebas sobre la existencia de cavernas subterráneas, y por tanto «poco lugar para las fermentaciones interiores»; ausencia de terremotos con ocasión de incendios en minas de carbón; ausencia de fuego o de vapores en el terremoto que había afectado a Londres; imposibilidad de imaginar una explosión tan potente que pudiera actuar sobre un radio de 30 millas; necesidad de varios días para «la fermentación y la producción de vapores elásticos», lo que hace imposible un temblor instantáneo. A estas razones añade otras apoyadas en la observación como la de que si los vapores y «fermentaciones» subterráneas fueran la causa de los terremotos, arruinarían el sistema de fuentes y manantiales allí donde se producen, cosa que, según él, no ocurre 206.

Todo ello le lleva a concluir que la única causa posible de los temblores es la conmoción eléctrica, y el análisis de los fenómenos que precedieron y acompañaron al terremoto de Londres le parece una prueba convincente. Atribuye una importancia grande al hecho de que en los meses precedentes el tiempo había sido seco y cálido, con viento del SO, «de manera que la tierra tenía que haber llegado a un estado de electricidad propia de esta vibración particular». Además había existido durante todo el año gran número de fenómenos eléctricos tales como truenos, relámpagos. y en estas circunstancias, solo faltaba «para producir el efecto sorprenden - te de un temblor de tierra mas que el encuentro de algun cuerpo no eléctrico», De esta forma, si una nube no eléctrica descarga lo que contiene sobre alguna parte de la tierra en ese estado de fuerte electricidad, se seguirá necesariamente un temblor de tierra», yeso es lo que, según Stukeley sucedió en Londres, como confirman además los ruidos que se escucharon la noche antes, «lo mismo que el ruido eléctrico precede al choque». Otro inglés, el Dr. Hales defendió también en 1749 un punto de vista semejante, publicado igualmente en las "Philosophical Transactions» 207.

Casi al mismo tiempo, el padre Giambatista Beccaria (1682-1766) postuló igualmente el origen eléctrico de los terremotos - «sin tener ningún conocimiento de lo que había dicho el Dr, Stukeley», subraya Priestley 208 - en varias de sus obras publicadas en los decenios 1750 y 1760 209. Supuso también que eran fenómenos eléctricos, pero frente a la opinión del médico inglés, sostuvo que la materia eléctrica estaba alojada mucho antes en el interior de la tierra. Beccaria reprodujo experimentalmente un terremoto eléctrico en su laboratorio, e integró su teoría eléctrica sobre esos fenómenos con sus hipótesis sobre el origen del trueno, Exponiendo sus puntos de vista Joseph Priestley concluye:

«es seguro que si se admite la explicación que el padre Beccaria ha dado de las nubes tormentosas. no será muy dificil admitir tambien que los temblores de tierra deben contarse entre el número de los efectos de la electricidad. Porque si la materia eléctrica puede por algún medio perder el equilibrio en las entrañas de la tierra, de suerte que la mejor manera de restablecerla sea que este fluido se forje un paso en el aire y atraviese varias millas para llegar af lugar donde falta, se puede fácilmente imaginar que el paso súbito de este potente agente cause a la tierra sacudidas violentas»210.
 

Vista desde esta perspectiva, y teniendo en cuenta la relevante personalidad científica de Beccaria y de Priesley, la tesis del padre Feijoo adquiere todo su significado, y sitúa a su autor en la línea de las corrientes científicas más renovadoras del momento 211.

Entre los partidarios declarados de las tesis feijonianas se encuentra el gaditano Juan Luis Roche - ya citado a propósito del organicismo -. En Diciembre de 1755 Roche se preguntó también sobre las causas de que el terremoto se hubiera dejado sentir simultáneamente en partes tan distantes y utilizó en la discusión imágenes parecidas a las de Feijoo - como la de que el terremoto «corre más que el rayo» - y ejemplos semejantes. Roche explica en su carta del 3 de Diciembre de 1755 dirigida a D. Francisco Buendía y Ponce, que había consultado obras sobre el terremoto de Sicilia de 1694 y que no había encontrado una respuesta satisfactoria a sus problemas, como tampoco en las de Jorge Juan (1748), Juan Antonio Barrenechea, Padre Regnault (Entretenimientos Physicos) y Padre Francisco Privitera (Tratado de la Dolorosa Tragedia del Reyno de Sicilia) 212.

Roche, corresponsal también de Sarmiento 213, afirma que estaba en relación personal con Feijoo y confiesa que éste había tenido la confianza de comunicarle «muchos de sus Escritos familiares» y cedérselos enteramente 214. Se declara totalmente partidario de su sistema, pero afirma que él había defendido una tesis semejante sin conocer las opiniones de Feijoo, lo que considera - y no hay razón para dudar de ello, pues hoy se admite la posibilidad de descubrimientos simultáneos - una «analogía tan sigular de ambos espíritus». 214.

Roche sostiene puntos de vista semejantes a los de Feijoo y, en particular, acepta que hay una estrecha semejanza entre las exhalaciones de las nubes y las que ocasiona un terremoto, y de ello extrae la consecuencia de «que siendo el fuego de las nubes hermano del subterráneo, lo mismo debe serio el fuego o materia eléctrica (con la del Terremoto) por la perfecta conexión que tiene ésta con el rayo y demás exhalaciones terrestre». Su única originalidad consiste en el intento de situar el centro del seísmo, es decir en «señalar en la superficie de la tierra el punto (si fue único y de igual impulso) en que en el interior de ella se encendió la mina del terremoto». También se pregunta porqué a partir de ese centro la fuerza del temblor no se deja sentir en todas direcciones y «porque padeció más una parte de Africa, de Portugal y de España que las otras». Roche conjetura que lo que hoy llamaríamos el epicentro estuvo situado en el mar, junto a la costa de Africa y no lejos del Cabo Cantín, por los devastadores efectos que, según sus noticias, había sufrido la costa marroquí. Examina también un fenómeno celeste ocurrido el 10 de Mayo, fecha en que se observó en el sol «aquel círculo que llaman Halon o Corona», y lo interpreta en términos de su sistema eléctrico y no como un fenómeno óptico. Hace también consideraciones sobre otros fenómenos celestes que se observaron al mismo tiempo que el terremoto y los atribuye asimismo a causas eléctricas y en ningún caso de tipo astrológico. Se muestra apasionado defensar de su tesis y se previene de la oposición de muchos filósofos «que miran con zeño los descubrimientos modernos, especialmente los Eléctricos, que algún día podrán desconcertar sus opiniones».

A pesar de esta declaración de fe en los avances científicos. y en las potencialidades futuras de las doctrinas eléctricas, y de sus declaraciones sobre la importancia de la experiencia 216, Roche es todavia un autor que no logra ocultar su limitada formación científica ni separarse totalmente de las antiguas creencias astrológicas 217 ni eludir la fe en los «pronóstícos» sobre los temblores 218. Aún así, no hay que menospreciar el papel de obras como la suya en la difusión del pensamiento científico tanto más cuanto que es un autor que da pruebas de) una gran sensatez al escribir con fino esceptismo.

«El impugnar systemas ajenos en materias Physicas, aunque sean de los mas plausibles o recibidos no es cosa ardua, porque apenas se excogitó hasta ahora alguno que no flaquee notablemente por este o aquel lado; pero es extremadamente dificil formar uno nuevo tan bien compaginado que no esté por alguna parte amenazado de ruina. Yo no me lisonjeo de que el que poco há he ideado sobre la causa de los terremotos sea absolutamente inexpugnable. Bástame para sacarle a probar fortuna el que no me haya ocurrido hasta ahora objección alguna que me haga fuerza»219.


Nuevas ideas y viejas creencias

Durante la segunda mitad del siglo XVIII siguió manteniéndose la curiosidad científica por terremotos y volcanes, aumentando sobre todo el interés por estos últimos a partir del reconocimiento de la importancia de las emisiones volcánicas en la génesis de las formas superficiales y, particularmente, a partir de la discusión sobre el origen volcánico o sedimentario del basalto, que representaba un punto crucial en la disputa entre plutonistas y neptunistas. Los grandes terremotos de mediados del setecientos, y en especial el de Lisboa, habían además estimulado el interés de los naturalistas por estos fenómenos, y los conos volcánicos del Vesubio y del Etna se convirtieron en un motivo de atracción para los naturalistas europeos que realizaban el viaje de Italia, a la vez que nacía una preocupación por el papel constructivo y regenerativo del vulcanismo en la economía de la naturaleza 220. En Europa el interés por los volcanes se había acentuado también desde que en 1756 Jean Etienne Guettard había descubierto coladas y conos volcánicos en Auvernia, en torno al Puy de Dome, lo cual fue seguido años más tarde por otros descubrimientos en Velay y Vivarais y por una discusión sobre la extensión de las emisiones y naturaleza de los materiales. 221.

En España el origen volcánico de algunos montes había sido reconocido claramente durante el setecientos. Ante todo el Teide, pico del que Feijoo escribía en su Teatro Crítico que «da casi palpables muestras de que se formó de volcanes» 222. La idea era común entre los canarios y en 1776 Viera y Clavijo en su Noticia de la Historia General de las Islas de Canaria afirmaba que dicho monte «sin duda debe ser el monstruoso parto de alguna antigua erupción de volcán sobre las montañas más eminentes y que actualmente es un volcán apagado» 223, a la vez que se lanzaba a una interesante discusión sobre la naturaleza volcánica del conjunto de las islas 224; idea que rechaza considerando que el carácter ordenado de muchos depósitos y la presencia de fósiles marinos en ellos, demuestran que las Canarias, a pesar de haber sido afectadas por erupciones volcánicas, « nos ofrecen todas las señales de haber sido porciones de una tierra primitiva y regular» 225.

Vulcanismo y terremotos recibieron también la atención del núcleo de científicos ligados a los Anales de Ciencias Naturales de Madrid 226. De las restantes áreas volcánicas españolas, los volcanes de Olot habían sido también citados en 1775 por Guillermo Bowles en la Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España y fueron luego estudiados desde los años finales del siglo XVIII por el farmacéutico y naturalista Francisco de Bolós y Germa, que más tarde publicaría un estudio de conjunto sobre el tema, redactado en 1796 227. Con todos estos trabajos las interpretaciones sobre las causas de estos fenómenos se fueron matizando y modificando, proporcionándose nuevas teorías. A pesar de todo, inc1uso en las más renovadoras aparecen por los caminos más inesperados numerosos ecos de las antiguas interpretaciones.

La vieja tesis que aceptaba la existencia de soplos o vientos como causa de los terremotos siguió estando muy arraigada en la conciencia popular. Aristóteles había defendido que la causa de los temblores de tierra era el «soplo» cuando éste en lugar de ser exhalado al exterior quedaba en el interior de la tierra 228. También había afirmado quera violencia del terremoto se relacionaba con la configuración de los terrenos y la intensidad del soplo, pues allí donde éste encuentra una resistencia que le impide abrirse paso fácilmente y le obliga a permanecer en un espacio estrecho, es donde las sacudidas son más violentas y dañinas, no cesando el temblor «hasta que el viento que era causa motriz se lanzaba hacia la región superior de la tierra» 229 Plinio, por su parte había advertido, al exponer las señales futuras sobre terremotos, que un remedio para ellos es «el aver muchas cuevas: porque es cierto exhalarse por ellas el viento concebido» y consideraba que «acábanse los tremores de la tierra en saliendo fuera el viento» 230. Se explica así la extendida creencia que había en la edad moderna de que si se lograba que la exhalación fuera expulsada al exterior podría disminuir el peligro. Se entiende, por ello, lo que ocurrió en Granada con ocasión del terremoto de 1778, cuando «empezó a clamar el vulgo se abriese el Pozoairón, sito en la Calle de Elvira, y otros profundos para libertarse de este azote» 231. El ayuntamiento se vió obligado a tratar de estas quejas y se encargó a la Sociedad Económica un dictámen sobre el tema, que fue realizado por su censor D. Gutierre Joaquin Vaca de Guzman, alcalde del Crimen de la Real Chancilleria 232, y en el que mostró la inutilidad e incluso el daño de las obras que se pedían. De manera semejante, con motivo del violento terremoto que afectó a Calabria y Mesina en 1783 la preocupación por las exhalaciones aparece también así como las especulaciones sobre los daños que pueden producir a la salud (,la mala constitución del ayre, ocupado de vapores contrarios a la salud y agitados de vientos irregulares» 233.

Pero no solo entre el vulgo pervivían estas antiguas ideas. Incluso en obras científicas relevantes, cuando se leen con atención aparecen gran número de reminiscencias de ellas. Valga como ejemplo la obra del cálido orador jacobino y prolífico autor histórico y físico Jean Louis Carra Nouveaux Principes de Physique, publicada en París en 1781 y dedicada al Príncipe Real de Prusia. Carra trata de volcanes y terremotos en el capítulo XXII de su obra, dedicado a «la masa terrestre», donde desarrolla sus ideas básicas sobre la constitución física del planeta. Según él la tierra está compuesta de diferentes sustancias dispuestas en capas horizontales como resultado del depósito de materiales en el agua por la acción de la gravedad. Esta disposición uniforme se ve rota por la fuerza resultante de la rotación de la tierra y la compresión de los polos, que produce grietas, desmoronamiento de montañas y otros efectos, a los que se unen diversos movimientos locales (sedimentación de arenas en las desembocaduras de río, depósito de calizas en el mar…) que según el autor no necesitan mayores explicaciones «porque las causas son conocidas».

La explicación sobre los terremotos parte de la concepción de la estructura interna de la tierra como formada por un núcleo flexible de mercurio que hizo posible la compresión de los polos y el ensanchamiento del ecuador, lo cual dió lugar a la formación de cisuras y de grietas en la corteza terrestre, y es a la vez el origen de los terremotos. Esas grietas son el origen de los mares y lagos, algunos de los cuales desaparecieron posteriormente rellenos por sedimentos aunque manteniendo en su interior cavidades («vuides» dice el autor) subterráneas «de donde las aguas se han retirado sucesivamente y donde no han quedado más que sustancias inflamables» 234. Volvemos a encontrar así las cavernas subterráneas y las materias sulfurosas que ya nos eran familiares. Según Garra, las lluvias pudieron luego limpiar la superficie sólida «de estas minas funestas» y la naturaleza invitar a los hombres sobre ellas ..cubriendo la trampa de verdura y de flores»; y enseguida otra idea familiar: «una comunicación sorda de las aguas del océano, con la mayor parte de estos subterráneos desecados, amenazaba desde entonces a diferentes partes de la superficie terrestre», amenaza convertida en realidad cuando el cambio de inclinación del eje de la tierra condujo las aguas hacia algunos de esos subterráneos Entonces «el contacto del fluido acuoso con materias secas y muy flogistizadas, ha levantado los mares, turbado la atmósfera, desgarrado el seno de la tierra, y abierto un abismo bajo los pasos de aquellos a quienes el azar había fijado a un suelo pérfido» 235. Así se forman los terremotos que, curiosamente otra vez, «amenazan quizás todavía algunas de las regiones vecinas del ecuador, que el cielo ha favorecido más con sus miradas», lo que recuerda antiguas interpretaciones que también consideraban más expuestas a terremotos a las regiones más meridionales 236, Garra cree también que no todas las partes de la tierra están igualmente expuestas a los terremotos «porque habría que suponer al mismo tiempo que la corteza superior no se adhiere en ningún lugar al núcleo, lo que es contra todas las leyes de la gravedad», y deduce de toda su argumentación que los desastres irán disminuyendo debido a la desaparición de las cavidades subterráneas 237.

En cuanto a los volcanes, «son producidos por las mismas causas que los temblores de tierra, pero con la diferencia de que el contacto inmediato del aire da lugar a su explosión». Según Garra, eso se comprende fácilmente cuando se considera que «la comprensión continuada de los polos al reabrir una de esas grietas antiguas, en las cuales existen sustancias piritosas y bituminosas, da ocasión al aire ambiente a ejercer su elasticidad sobre estas sustancias»; eso sucedería a veces también en los temblores de tierra «porque entonces hay un doble efecto, el del contacto del fluido acuoso a la entrada sorda del subterráneo y el del aire atmosférico a la apertura de este subterráneo por la superficie». Los volcanes son considerados por todo ello como los respiraderos o chimeneas de los focos que producen los temblores de tierra», pudiendo afirmar Garra que sus erupciones impiden otros desastres mayores, y que cuantos más volcanes apagados existan en un país, menos peligro hay para nuevos temblores catastróficos 238.

La tesis de la combustión interna perduró ampliamente en la segunda mitad del setecientos, y fue reafirmada por la publicación en España de obras prestigiosas de carácter científico o de tratados fisiológicos de gran difusión popular. Entre las primeras se encuentra la de Buffon que en el segundo volumen de su Historia Natural 239, había tratado de este tema, considerando a los terremotos como hechos ligados a los volcanes e interpretándolos como fenómenos superficiales provocados por la explosión de materias inflamables (como el azufre) y de sustancias capaces de fermentar (como las piritas) y ocasionados por la exposición al aire o a la humedad. Buffon afirmaba que estos incendios podían reproducirse experimentalmente mezclando y enterrando azufre y limaduras de hierro, y se oponía a la opinión de Ray negando la relación de los volcanes con el fuego subterráneo y la incidencia de estos fenómenos en la formación de las montañas 240.

Entre las obras de carácter filosófico que aluden al tema puede citarse los Elementos de Filosofia del jesuita francés François Para de Fanjas (1724-1796), traducida al castellano por el catedrático de Filosofía de Valladolid Lucas Gomez Negro. Según Para de Fanjas los volcanes son «Respiraderos de la Tierra que dan salida a los fuegos que se encienden en su seno», y «quanto más libre tienen el paso a la parte de afuera, tanto menor es su reacción, y tantos menos terremotos ocasionan» 241. A pesar de ello, el jesuita se opone a las ideas de Descartes y otros autores sobre el fuego interior, y, con mayor fuerza aún a las de Leibniz y Buffon que habían interpretado el proceso de formación de la tierra como un proceso de calcinación y vitrificación del que aún quedaría como resto un cierto fuego interior. Para él «la Tierra no tiene más fuego interior, ni más principio interno de calor que el Fuego elementar, que ha sido primitivamente unido e incorporado con todas las substancias, y aquella parte accesoria de fuego elementar que recibe continuamente del Sol, o que le dan por accidente la fermentación e inflamación de las materias combustibles que hay sobre la superficie, o a corta profundidad en sus entrañas» 242.

La tesis de la combustión interna se siguió usando también por autores españoles para interpretar el origen de terremotos y volcanes. A titulo de ejemplo, puede citarse entre ellos el jesuita padre Ignacio Molina, que en su Compendio sobre Chile afirmaba que en los Andes chilenos hay catorce volcanes que arden constantemente y que «la gran cantidad de materias azufradas que se reúnen en estas cavernas es la causa inextinguible de los terremotos que a veces experimenta este país». Molina señala que estos temblores no llegan de improviso sino que permiten a los habitantes escapar y salvarse, especulando que «el desahogo que por sus cráteres tienen muchas de estas terribles cavernas, quizás modera de algún modo la rapidez de sus efectos» 243.

La interpretación de las erupciones volcánicas a partir de la combustión interna se siguió esgrimiendo a fines del siglo XVIII por autores tan destacados como el alemán G. Werner, uno de los creadores de la moderna geología, el cual consideró que la materia combustible era en realidad el carbón. De manera paulatina esta combustión se fue transformando en un proceso de reacciones químicas, aunque en el contenido de éste proceso encontramos también curiosamente el eco de viejas ideas. Es lo que ocurre en la Memoria de Eugenio L. M. Patrin, dada a conocer por el catedrático de Mineralogía del Real Gabinete de Historia Natural y director de los «Anales»», D. Chistiano Herrgen, y en la que se impugnaban las tesis de Lazzaro Spallanzani y Jean Senebier y la existencia de grandes abismos en las regiones volcánicas. Con ello se rechazaba una de las antiguas ideas sobre el tema, aunque insensiblemente se acepten otras. El autor cree que el origen de estos fenómenos está en las reacciones químicas, y considera que las capas pizarrosas de los terrenos primitivos son el laboratorio en donde se descomponen las aguas del mar, próximas a estas regiones, idea de inequívocas raigambre clásica. Las materias que intervienen en el proceso son también conocidas: las capas pizarrosas contienen sulfuros que actúan sobre la sal marina formando ácido clorhídrico el cual, a su vez, obraría sobre los sulfuros con gran violencia, a la vez que el hidrógeno del agua, combinado con el carbón y el oxígeno daría origen al petróleo. La combustión de éste, por último, estaría sostenida por el fluido eléctrico, que saturado de azufre constituye el elemento regenerador de estas sustancias en las pizarras 244.

La incorporación del fluido eléctrico en esta explicación no es sorprendente si tenemos en cuenta el éxito que la interpretación propuesta hacia mediados del siglo había llegado a tener en una época en que triunfaba lo que seguramente puede ser llamado el paradigma eléctrico. Y en que a partir de las investigaciones de Franklin, Nollet, Beccaria y otros se empezaba a penetrar realmente en la naturaleza física de este fenómeno. 245.

La tesis del origen eléctrico de los terremotos fue mantenida por relevantes científicos en la segunda mitad del siglo. En una obra tan destacada en el desarrollo de la teoría eléctrica como es The story and present state of electricity with original experiments (1767) de Joseph Priestley - el gran químico inglés descubridor del oxígeno -, este autor dedica un capítulo a exponer los ensayos realizados para explicar mediante la electricidad algunos fenómenos extraordinarios de la tierra y los cielos, y presta gran atención, como ya vimos a la exposición de las ideas de Stukelay y de Beccaria. Priestley no solo no los refuta, sino que acepta decididamente esa tesis, e incluso emite una hipótesis complementaria sobre el lugar donde se encuentra el fluido eléctrico que origina los temblores:

«supuesto que la materia eléctrica, de una forma o de otra. se haya acumulado sobre una parte de la superficie terrestre, y que a causa de la sequía de la estación no se expanda fácilmente; ésta podrá, como lo supone el P. Beccaria, forzar un paso a las mas altas regiones del aire. formar nubes pasando a traves de los vapores que flotan en la atmósfera, y ocasionar una lluvia súbita que facilitará el paso de fluido. Toda la superficie asi descargada recibirá una conmoción, como haría otra sustancia conductora, dejando o recibiendo una cierta cantidad de fluido elécrtico. Este fluido, al despedirse barrerá toda la extensión del pais. Y en esta suposición el fluido en su salída natural seguirá naturalmente el curso de los ríos y aprovechará todas las eminencias, para facilitarse los medios de subir a las regiones mas altas del aire»246.
 

La explicación de los terremotos como fenómenos eléctricos había pasado a ser aceptada por muchos y de acuerdo con ellos se proponían también peregrinos remedios físicos. Es lo que hizo el abate Bertholon de San Lázaro profesor de física experimental de los Estados Generales del Languedoc. el cual consideraba que los temblores eran un resultado de una ruptura del equilibrio «entre la materia eléctrica que reyna en la atmosfera, y la que es propia de la masa de la tierra», Esta era su explicación:

«Si el fluido eléctrico es superabundante, como puede suceder por mil causas, procura, según las leyes del equilibrio propias de todos los fluidos, dirigirse hacia el parage en que haya menos, yasi habrá de escaparse algunas veces desde el globo de la tierra a la atmósfera. Quando este restablecimiento de equilibrio puede hacerse con facilidad, entonces es un simple rayo ascendiente; pero si se le oponen obstáculos considerables y multiplicados, en tal caso resulta un temblor de tierra, cuya fuerza y extensión son proporcionadas al tamaño del defecto de equilibrio, a la profundidad del hogar, y a los obstáculos que tiene que vencer»247.
 

A partir de ahí, el abate Bertholon propone un sistema de antitemblor y antivolcán basado en las experiencias eléctricas y más concretamente en los estudios sobre el pararrayos de Franklin. Este sistema consiste en plantar! alrededor de las ciudades gran número de varillas metálicas, armadas de puntas diversas. Este sería el único medio de evitar el azote de los terremotos «restableciendo el equilibrio del fuego eléctrico y dándole salida por la comunicación recíproca que se forma entre el globo terraqeo, y la atmósfera, a la qual va a perderse el fluido eléctrico como en un inmenso Océano» 248. La discusión sobre la forma concreta de estas varillas fue objeto de otro trabajo del abate, traducido y publicado como el anterior en las Memorias instructivas, de Miguel Geronimo Suarez 249. El remedio propuesto recuerda mucho al que exigía el pueblo de Granada en 1778 solo que la expulsión de las exhalaciones se procura ahora de acuerdo con las nuevas concepciones científicas, a través de varillas y no mediante la apertura de pozos. 250.

La tenaz persistencia de viejos mitos y de antiguas explicaciones científicas, mantenidas con todo su prestigio a lo largo de los siglos, aparece asi como un rasgo digno de ser tenido en cuenta en la historia del pensamiento científico. El recurso a antiguas interpretaciones por parte de los hombres cultos e incluso de científicos relevantes, muestra lo difícil que resulta proponer nuevas explicaciones convincentes de los problemas científicos. La cuestión de cómo, a pesar de todo, han podido desecharse esas viejas ideas, convertidas en creencias inconscientes, y proponer otras nuevas interpretaciones científicas, adquiere bajo esta perspectiva un renovado interés.

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NOTAS

1. TORRES VILLARROEL, 1748. Ed. 1974. Prólogo al Vulgo. En las citas conservamos la ortografía original, excepto la acentuación, que ha sido corregida.

2. Sobre este tema existe una amplia y variada bibliografía, que, en lo fundamental, puede verse citada y parcialmente resumida en la interesante introducción de la obra de RICO, 1970.

3. TOVAR, 1956, págs. 145-150.

4. PLATON, Timeo, 30 c. En Obras completas, pág. 1134.

5. SENECA, Quaest. Nat., 111, 29. Ed. 1943, págs. 844-845.

6. SENECA, Quaest. Nat., VI, 24. Ed. 1943, pág. 887. Compárese con TATO N , 1971, 1, 1971, pág. 418.

7. Por ejemplo, en los Meteorológicos acepta que «el interior de la Tierra como el cuerpo de las plantas y de los animales tiene su madurez y su vejez», las cuales afectan a partes del cuerpo terrestre, bajo la influencia del frío y del calor (l. 13, 351 a, 25-30); o que -la parte dulce y potable [del mar] se eleva a causa de su ligereza, de la misma manera como esto se produce en el cuerpo de los animales» (11, 2, 355 b, 5-15). También las usa en varias ocasiones al tratar de los terremotos, comparando, por ejemplo, la acción del viento terrestre al temblor y palpitaciones del cuerpo humano (II, 8, 366 b, 15-20, y II, 8, 368 a, 5-10).

8. Por ejemplo, al citar la opinión de Empédocles de que el mar es «un sudor de la Tierra» y por ello salado (Meteorológicos, I, 353 b, II; y II, 357 a 25), lo considera válido como metáfora poética, pero insatisfactorio como explicación científica (véase la crítica en Meteor. II, 357 a, 25-357 b, 20).

9. En la frase tan a menudo citada de los Meteorológicos (1, 2, 339 a, 20-30), mientras que en el texto aristotélico lo que se afirma es la “continuidad» del mundo sublunar y el superior (véase ARISTOTELES, Meteor. Ed. Tricot, 1955, pág. 5, nota 1), la versión habitual en la edad media, e influyente en la astrología (por ejemplo, la que aparece en VERNET, 1978, pág. 135) traducía «vinculación». Es esta tradición aristotélica, de todas maneras, la que es explícitamente aludida en la edad media en textos de las Partidas de Alfonso X el Sabio, o el Lapidario alfonsí (reproducidos en RICO, 1970, pág. 70 y 71).

10. KOYRE, 1977, págs. 16-40.

11. GREGORY. 1975.

12. GREGORY, 1975, pág. 199.

13. GREGORY. 1975, pág. 202.

14. BOAS. 1962, cap. IV.

15. KOYRE, 1955, JEVONS, 1964.

16. FOUCAULT, 1966, cap. II.

17. MENENDEZ PELAYO, 1928, MARTINEZ GOMEZ, 1965, ABELLAN, 1979, vol. II. Teniendo en cuenta la profunda influencia de Erasmo sobre el pensamiento español, es interesante atender a la génesis y al eco de un concepto organicista ampliamente usado por él, el del -cuerpo místico»; además de la obra de Bataillon, véase sobre ello MARAVALL, 1956.

18. BULLON, 1945.

19. RICO, 1970. En su obra El pequeño Mundo del Hombre, Francisco Rico ha estudiado la variada fortuna de la idea de microcosmos en la literatura española desde la edad media al siglo de Oro y en autores que van desde Diego García, los miembros del círculo de Alfonso el Sabio o Ramón Llull, en la época medieval, hasta Fray Luis de León, Lope de Vega, Quevedo, Gracián o Calderón, en los siglos XVI y XVII.

20. FERRER, 1677. pág. 49.

21. En el estudio que acompaña a la edición facsimil de 1925 (Monterrey. Mexico) se señalan las siguientes: siete ediciones en el siglo XVII (3 españolas. 2 inglesas - una de ellas en 1670 por el embajador de Inglaterra en Madrid - 1 alemana y 1 italiana); 17 en el siglo XVIII (3 españolas, 2 inglesas, 4 alemanas, 5 francesas -la de 1751 por Lenglet du Fresnoy, bajo el pseudónimo de Grosford - y 3 holandesas) y 6 en el siglo XIX (3 españolas y 3 hispanoamericanas).

22. Sobre el Lapidario véase AMOROS, 1963, y para los orígenes árabes VERNET, 1978.

23. BARBA, 1640, Lib. l. cap. XII, ed. 1770, pág. 23.

24. BARBA. 1640 lib. l. cap. XVII.

25. BARBA, 1640, Ed. 1770, pág. 34.

26. BARBA, 1640; ed. 1770, pág. 37-38.

27. BARBA, 1640, cap. XXII. Conviene advertir que la idea de que el sol engendraba sustancias en la tierra en relación con la circulación de las aguas estaba difundida en el siglo XVII y aparece en los lugares más diversos. Así FARIA y SOUSA en su Epitome de las Historias Portuguesas (1677, pág. 360) tras aludir a las sierras y valles portuguesas se refiere a las aguas «con cuyo jugo, y en cuyas entrañas el Sol engendra y produce los frutos y las riquezas que nos sustenten y adornan».

28. BARBA, 1640, Ed. 1770, pág. 34.

29. ELlADE, 1974, págs. 40-50.

30. HIRSCHBERGER, 1965, I, pág. 366.

31. PLATON. Fedón. 110-113. En Obras completas. 1979. págs. 647.650.

32. Las cuales se encontraban ya en las cosmologías de Anaxágoras y Demócrito. Véase ARISTOTELES, Meteorológicos, II, 7 365 a, 20 y II, 7, 365 b, 4.

33. Aristóteles resume el mito del Fedón y rechaza la existencia de depósitos subterráneos como reguladores de la circulación de las aguas (Meteorológicos, I, 13, 349 b, 29-30; II, 13, 350 b, 23-24; I, 14,352 b 5-10), aunque acepta la existencia dé algún tipo de circulación interior de ciertos cursos fluviales (I, 13, 351 a, 1-15). En cuanto al interior de la tierra, parece considerar, más bien, que es frío, pues ello es lo que permite la condensación del aire y su conversión en agua en las partes subterráneas para -junto con el agua de la condensación exterior- formar los ríos (Meteor. I, 13 349 b, 20-26).

34. Por ejemplo, por Séneca en sus Quaestiones Naturales, donde se preguntaba: «No pienso yo que dudes demasiado tiempo de la existencia de ríos subterráneos y de un mar escondido. ¿De donde irrumpen estos hontanares que vemos, de donde llegan hasta nosotros, si sus aguas no tienen origen en las entrañas de la Tierra?» SENECA, Trad. Cast. de Lorenzo Ribes. Ed. 1943, pág. 794. La idea de la circulación subterránea de las aguas aparece también en Descartes.

35. KIRCHER, 1665; y KIRCHER 1671, 3.­ª parte: Synopsis Mundo subterráneus in X libros digestum. Sobre las ideas palingenésicas hay referencias en MARX, 1971.

36. CEÑAL, 1953.

37. Ver carta de Caramuel a Kircher de fecha 24 de Marzo de 1665, en CEÑAL, 1953, págs. 144-145 y nota 2 de la pág. 145. Por su parte FLETCHER (1970, pág. 62) cita la correspondencia con V¡ncente Mut en 1649.

38. CEÑAL, 1953, pág. 121, nota 66. También tuvo intercambio epistolar con el erudito Lastanosa. Respecto a la correspondencia con Nieremberg en 1645, véase FLETCHER, 1970, pág. 63. En 1661 Francisco Jimenez alababa desde México el iter Exstaticum, según FLETCHER, 1970, pág. 62.

39. ZARAGOZA, 1675, pág. 253.

40. ZARAGOZA, 1675, pág. 256 Y para la cita anterior, pág. 254.

41. HURTADO DE MENDOZA, 1690-1691, vol. II, págs. 178-180, cursivas en original. El problema de la enigmática personalidad de Hurtado de Mendoza ha sido tratado en CAPEL, ob. cit. en nota 42.

42. CAPEL, Geografia y Matemáticas en la España del siglo XVIII, cap. IV. (en publicación).

43. CORACHAN, 1747. Los Avisos aparecieron dedicados a Fernando VI, por mano de D. José de Carvajal y Lancaster, y de ellos dice Mayans que «fueron escritos en su juventud por mero divertimiento».

44. CORACHAN, 1747, pág. 54. (45) CORACHAN, 1747, pág. 59.

46. La idea tradicional sobre este tema es la que aparece expresada por el Doctor Leonardo Ferrer predecesor de Corachan como catedrático de Matemáticas de la Universidad de Valencia, el cual en su Astronómica curiosa (1677) sostenía que el fuego es «muy raro y de muy inmaternal substancia, con las quales propiedades sube arriba con movimiento derecho, dexando el centro del mundo y llegándose a la circunferencia del cóncavo de la Luna» FERRER, 1677. pág. 65.

47. CORACHAN, 17.47. pág. 63.

48. CORACHAN, 1747, pág. 75.

49. CORACHAN, 1747, págs. 75-78.

50. CORACHAN, 1747, pág. 78.

51. CORACHAN, 1747, págs. 84 y 97. Corachán hace intervenir entonces al jesuita Gas. par Escoto en defensa de Kircher.

52. DECHALES, 1690. Concretamente, la fuente podría ser el «Appendix ad Astronomian. Tractatus de Meteoros» del vol. IV, aunque debe señalarse que el plan de Tosca en el tratado equivalente no corresponde exactamente con el de Dechales.

53. TOSCA, 1707 - 1709, Tratado XXII, vol. VI.

54. TOSCA, 1707-1709, Ed. 1757, Vol. VI, pág. 439.

55. TOSCA, Ed. 1757, vol. VI, pág. 440.

56. TOSCA, E. 1757, VI, pág. 440.

57. TOSCA, E. 1757, pág. 441.

58. TOSCA, 1707 - 1709. Tratado XXII, libro 11. Prop. 11. Ed. 1757, vol. VI, pág. 442.

59. TOSCA, E. 1757, vol. VI, pág. 443-444. Las profundidades inmensas del Caspio aparecían ya en Aristóteles (Meteorológicos 1, 13,351 a, 10-15).

60. TOSCA, Ed. 1757, vol. VI, pág. 445.

61. Citado por Mayans en su vida de Tosca, incluido en MAVANS, 1974, pág. 246.

62. TORRES, 1724, pág. 2. Torres pudo también conocer el Viaje al Mundo de Descartes del jesuita francés P. Daniel, traducido luego en Salamanca (DANIEL, 1742), organizado con un plan semejante al de Kircher, y en donde se realiza una defensa ponderada de Aristóteles, a la vez que se incorporan elementos de la nueva ciencia. En la obra se propone un “Plan y tratado de ajuste entre Aristóteles, Principe de los Philosophos y Mr. Descartes, Gefe de la Nueva Secta”, pág. 109. La traducción de esta obra y la defensa entusiasta de ella que hace su traductor muestra la existencia de un núcleo cartesiano en Salamanca, lo que puede explicar el origen de algunas ideas de Torres Villarroel.

63. Prólogo a la Anatomia de lo Visible e Invisible TORRES VILLARROEL, 1738.

64. Para esta parte Torres confiesa utilizar el Tratado Anatómico de Kerkeringio (sic) y cita también las observaciones de Falopio, sobre el semen y la generación ovípara así como la Adronografía de Uvartano.

65. TORRES VILLARROEL, 1748. pág. 8.

66. TORRES VILLARROEL, 1724, págs. 8-9.

67. TORRES VILLARROEL, 1724, pág. 19.

68. TORRES VILLARROEL, 1724, págs. 13-14.

69. TORRES VILLARROEL, 1748, pág. 9.

70. TORRES VILLARROEL. 1724. pág. 15.

71. SENECA, Quaest.Nat. VI, 24, Ed. 1943, pág. 887.

72. TORRES VILLARROEL, 1724, pág. 18 y 1748, pág. 9.

73. TORRES VILLARROEL, 1724, pág. 19.

74. TORRES VILLARROEL, 1724, pág. 9-10.

75. GRANJEL, 1952. Una relación de otros trabajos de este autor relacionados con ese tema puede verse en LOPEZ PIÑERO, 1979, pág. 486.

76. TORRES VILLARROEL, 1748, pág. 4.

77. TORRES VILLARROEL, 1748, pág. 17-20.

78. TORRES VILARROEL, 174S, pág. 22. Omitimos otros datos sobre el eco de Kircher en España durante este período. Breves referencias sobre su influencia en Feijoo pueden verse en GLlCK, 1970, nota 5. Datos sobre la influencia en José Vicente del Olmo en CAPEL, op. cit. en nota 42.

79. BACHELARD, 1972.

80. Véase PORTER, 1977, 1975. El mismo Porter ha reeditado la obra de Hobbs (Bull. British Museum Nat. Hist., Londres, 1976). También CAPP, 1979.

81. FEIJOO, 1756.

82. Opinión sin duda compartida por el censor de la obra, D. Francisco de Buendía y Ponce, «Presbitero Teólogo, Socio Médico de número y Académico de varias Sociedades», el cual declara también la semejanza entre el mundo físico y racional: «Antigua es la semejanza que hallaron todos entre los dos mayor y menor Mundo, y a la verdad con razón: porque qué podrá notar el más lince Physico en el Globo Terráqueo que no halle igual, si con atención lo examina, en el racional?». Aunque la razón de esta semejanza se aleja de la que justificaba las analogías platonizantes, porque añade: «es la naturaleza siempre uniforme en sus acciones, pues agena de todo alvedrío, que le haga indiferente, solo arregla sus pasos por el nivel a que la ley le obliga» (en FEIJOO. 1756. Censura de la obra).

83. Roche afirma que el respeto que le debe le lleva a «omitir el título del Escrito, su Religión y su Nombre».

84. ROCHE, Prólogo Apologético, En FEIJOO, 1756.

85. Véase sobre él MARAÑON, 1962, págs. 112-114.

86. ROCHE, 1761, págs. 64 ss.

87. Francisco Rico considera que después de la muerte de Miguel Barrios en 1701 no hay figura parecida que use la idea del microcosmos con la misma intensidad con que se había utilizado en la edad media y renacimiento, y concluye que .el hombre microcosmos se desvanece en el siglo XVIII» RICO, 1978, págs. 268-269.

88. BACHELARD, 1972, pág. 176 ss.

89. Para una visión actual del problema y bibliografía básica puede utilizarse MUNUERA, 1969.

90. ARISTOTELES: Meteorológicos II, 7 y 8. Utilizamos la Ed. Tricot 1955.

91. MELLI, 1968, págs. 112-115.

92. VERNET, 1978.

93. ARISTOTELES, 1615.

94. SENECA, Ouaest.Naturales. Lib. VI, XVIII, Ed. 1943, pág. 799. En Aristóteles la equivalencia entre pneuma y anemós, se da generalmente, aunque no siempre (Véase ARISTOTELES, Meteor. Ed. Tricot, pág. 151, nota 2). Séneca adoptó la teoría pneumática, convirtiendo el soplo en viento, y tomando de Aristóteles la mayor parte de sus explicaciones (como la que se refiere, al rugido del viento subterráneo). Aunque acepta que también pueden producir terremotos los hundimientos de rocas provocadas por su peso o por la erosión subterránea.

95. GARCIA BORRON, 1956, Introducción.

96. SENECA, 1551, Las Ouaest.Nat. no están incluidas en esta traducción.

97. No es ocioso advertir aquí el interés de Erasmo por Séneca, del que hizo una edición con escolios en 1515. Además de las ediciones de Séneca que se imprimieron en la península, se utilizaron también en España las realizadas en Amberes, Amsterdam. Las Bibliotecas de Cataluña y de la Universidad de Barcelona poseen una amplia colección de estas ediciones.

98. PLINIO, 1624, Vol. II, pág. 102. Plinio dedica a los terremotos sobre todo los capítulos LXXIX a LXXXIV del Libro II.

99. FEIJOO, Cartas Eruditas y Curiosas. Carta XII “Señales previas de Terremotos”, Ed 1751, vol. V, pág. 278 ss.

100. CORTES, 1609, págs. 69-71.

101. CORTES. 1609. pág. 71.

102. ZARAGOZA. 1675. pág. 255.

103. El problema de la relación entre concepciones teológicas y científicas durante los siglos XVI y XVII en la Europa protestante ha sido tratado por BUTTNER. 1977. Respecto a los países católicos conviene advertir que: 1) la homogeneidad teológica no era absoluta y que. a pesar de la imposición de una teología tomista, seguían subsistiendo corrientes diversas y contrapuestas; 2) que pudieron llegar, y ser aceptadas de forma involuntaria, ideas procedentes del campo protestante. La influencia que todo ello pudo tener en las diferentes visiones del mundo y en las teorías científicas es algo que está exigiendo una investigación.

104. Debe de tratarse de Félix Lucio de Espinosa y Lamo, autor de obras político-morales (entre ellas unos Escarmientos político-morales publicados en 1675 y que, por la fecha, quizás sea la obra aludida), de estudios históricos sobre casas nobiliarias, de obras sobre los duelos y sobre pintura, y editor de Mariana. Fue autor también de una Vida de los Filósofos Demócrito y Heráclito (Zaragoza, 1676). Los datos proceden de PALAU.

105. UBERTE, 1697, pág. 67.

106. UBERTE, 1697, pág. 79.

107. UBERTE, 1697, pág. 81.

108. UBERTE, 1697, pág. 84.

109. UBERTE, 1697, Libro VIII, y pág. 147

110. SENECA, Ed. 1943, pág. 791.

111. ZARAGOZA, 1675, pág. 255.

112. El otro gran foco sísmico de la América hispana era el altiplano mexicano y la Capitanía general de Guatemala, afectada por terribles catástrofes desde el siglo XVI. Véase RELACION, 1541.

113. ZARAGOZA, 1675. pág. 255.

114. RELACION, 1704. Los datos que damos en este trabajo sobre los más importantes terremotos de la primera mitad del XVIII pueden complementarse con las referencias, breves en general, que recoge GALBIS, 1940, págs. 19-25, y para regiones concretas, con las de FONTSERE-IGLESIES, 1971 y VINCENT, 1974.

115. UBERTE. 1697.

116. RELACION. 1726.

117.BOUGUER, 1749. pág. LXXII.

118. ULLOA, 1748. II parte. vol. III, Lib. I, cap. VII.

119. INDIVIDUAL. 1746. LLANO Y ZAPATA. 1747 y 1748.

120. CAVANILLES. 1795-97. Ed. 1958. Véase también FONTSSERE-IGLESIES, 1971, págs. 263-266 y CARRASCO ESTEBAN s.a.

121. PRODIGIOS. 1755.

122. PROFECIA, 1762, pág. VI. Con motivo del terremoto se dieron para Lisboa cifras de 500.000 habitantes, pero, según se indica en esta obra, un inglés apostó -por instigación de su gobierno- que no llegaban a 300.000, realizándose un recuento casa por casa que dió la cifra de 260.000 habitantes con los extranjeros. Al exponer estos cálculos se indica que «quizás no ha habido desde la creación desgracia, digámoslo así, más feliz», en razón del escaso número de personas de calidad que murieron en el terremoto y al hecho de que los fallecidos fueran casi solo del pueblo. Así en el barrio de Remolares «que es el barrio que padeció más, y cuyo trastorno fue más general, solo perecieron tres o quatro Estrageros, assi de los demas Ouarteles. Se advirtió entonces que lo más fuerte de la desgracia lo experimentó la gente común del pueblo; se libertaron todas las personas Reales, y la mayor parte de la Nobleza, y apenas huvo Sugeto alguno de carácter que no tuviera la fortuna de no verse en- vuelto en aquel catástrofe lastimoso» (PROFECIA, 1962, pág. CXXII). El texto es un insigne precedente de aquella famosa noticia que se atribuye al diario «ABC» de Ma- drid con motivo de un choque de trenes: «afortunadamente no hay que lamentar víc- timas entre los viajeros de primera clase».

123. BREVE COMPENDIO, 1755. La encuesta encargada por Pombal mostró en efecto los graves daños ocasionados en todo el reino (COSTA, 1955). Una referencia de obras portuguesas, francesas e inglesas contemporáneas referentes al terremoto de Lisboa puede encontrarse en la bibliografía incluida en GALBIS, 1940.

124. Sobre los efectos en Africa véase GUSTAVINO, 1948, donde se reproduce una relación enviada por los misioneros que estaban en Marruecos, con noticias de los daños causados en las ciudades de Fez, Mequines, Salé y otras. También referencias bibliográficas en GALBIS, 1940.

125. BARCO. 1756. pág. 569.

126. NOTICIAS, s. a. Véase también el testimonio de ROCHE, en FEIJOO, 1756.

127. El Académico Don Luis Godin, Director de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz realizó una relación de los efectos sufridos en Cádiz, reproducida en GUILLEN, 1956, págs. 126-130, y donde afirma que el número de personas muertas fue de unos 40. Ver también GAUDIN, 1755 y ULLOA, 1755.

128. AGUILAR PIÑAL, 1973. Véase también LEVE, 1755; OLOZAVAL, 1755; GUILLEN, 1956, págs. 114-119.

129. Según D. Joseph de Cevallos, Presbitero, Teólogo, del Gremio y Claustro de la Universidad de Sevilla y Académico de la Historia y de Madrid, en la! Censura de las cartas de Feijoo sobre Terremotos, FEIJOO, 1756.

130. PRODIGIOS, 1755. Sobre Granada véase GUILLEN, 1956, pág. 123. Respecto a Almería VICENT, 1970.

131. Véase TRAGICA RELACION, s. a.

132. FERNANDEZ VALDES, 1955.

133. Reproducido parcialmente en GUILLEN, 1956.

134. GUILLEN, 1956, págs. 132-133. Véase también el apéndice con la relación de los daños ocasionados por ciudades. Compárese dicho mapa con el que aparece en GALBIS, 1940. Sobre los escasos efectos en Cataluña FONTSERE-IGLESIES, 1970.

135. GUILLEN, 1956, pág, 109.

136. Al gaditano D. Joseph Diaz de Guitian, residente en Cádiz, FEIJOO, 1756, Carta 1,ª

137. Véase NIFO, 1755; LOPEZ DE AMEZUA, 1755; MORENO, 1755; MIGUEL FERRER, 1755; ORTIZ GALLARDO, 1755; BREVE, 1755; RODRIGUEZ GONZALEZ, 1755; MARTINEZ MOLES, 1755; SAN JOSE, 1756; ESPINOSA DE LOS MONTEROS, 1756; LLANO lA. PATA, 1756, MEMORIA, s. a. Otras referencias a folletos en prosa y verso que describen los efectos del terremoto de 1755 en Lisboa y ciudades españolas en FERNANDEZ DURO, 1900-03, vol. VI, págs. 500-501 y 503-506; DUE 1945. Una crítica desde la perspectiva actuar de algunas de las teorías que se expusieron entonces, en DUE, 1945.

138. Véase ESPECIFICO CELESTIAL, 1756; GABRIEL, 1755, Y BARREDA, 1756.

139. P. ej. FERRER, 1755.

140. ROCHE: Prólogo Apologético en FEIJOO, 1756.

141. CEVALLOS, en Censura de las Cartas de Feijoo sobre terremotos, FEIJOO, 1756.

142. ROCHE, Prólogo Apologético a las Cartas de Feijoo sobre terremotos, FEIJOO, 1756 (cursivas en el original).

143. ROCHE: Prólogo Apologético, en FEIJOO, 1756.

144. BARCO, 1756, pág. 592.

145. De esta obra se hicieron varias ediciones en el mismo año, en Sevilla y Calatayud, y parece que se publicó de orden superior, por lo que se dice en una edición de Madrid de 1808.

146. PROFECIA, 1762. Dentro del Discurso la “Relación histórico del Terremoto de Lisboa» aparece en las páqs. CXV-CXXVI.

147. PROFECIA POLlTICA, 1762, pág. CXVI. En la información reunida por la Academia de la Historia tras el terremoto de 1755 muchos de los informantes daban como causas argumentos de origen clásico, como “la competencia de los dos temperamentos de Estío y Otoño” o buscaban explicación de lo sucedido examinando cuidadosamente las señales meteorológicas ocurridas los días o semanas anteriores. Véase GUILLEN, 1956, págs. 113 y 114-119.

148. En la censura de las Cartas de Feijoo, FEIJOO, 1756.

149. Robert Hooke presentó en 1668 ante la Royal Society de Londres una serie la conferencias que fueron luego publicadas en 1705bajo el título A Dicours of Earthquakes, and Subterraneous Eruptions. Explicatting the Causes of the Rugged and Uneven Face of the Earth, y en donde había considerado a los terremotos como una fuerza fundamental en la modificación de la corteza terrestre e incluso en la alteración del centro de gravedad del planeta. Como era evidente que los terremotos conocidos no tenían efectos significativos en la elevación o hundimiento de montañas, ello obligaba a aceptar, o bien que la Tierra tenía mayor antigüedad de la que se suponía, o bien que la intensidad de estos fenómenos había sido mayor en el pasado y se había atenuados progresivamente por debilitamiento de los fuegos subterráneos o por extinción de una parte: de las sustancias inflamables causantes de los temblores. Véase sobre todo ello DAVIES, 1969, págs. 40-44, CAROZZI, 1970 Y OLDROVD, 1972. En Italia Anton Lazzaro Moro había considerado en 1740 que la acción de volcanes y terremotos tenía gran incidencia en el relieve, apoyando su tesis en el nacimiento de una isla volcánica en la bahía de Santorin. Sus ideas fueron defendidas en 1749 por el carmelita Generelli. TATON, 1971, pág. 745.

150. BUFFON. 1785-1805. vol. 11. aro XVI.

151. MARTINEZ, 1750, pág. 258.

152. Meteorológicos, I, 1 y II, Ed. Tricot, e introducción de este autor, págs. I-XI

153. TOSCA, 1707-1709, Ed. 1757, vol. VI, págs. 447-451. En realidad, solamente hacia mediados del siglo puede considerarse definitivamente descartada la clasificación aristotélica en obras científicas, quedando los meteoros reducidos a su sentido actual, como se observa en la Philosophia Sceptica del médico Martín Martinez (MARTI- NEZ, 1750, Diálogo IX, págs. 258-264).

154. ARISTOTELES, Meteorológicos, 11, 8, 367 a, 10.

155. TATO N , 1971, págs. 125-126.

156. En su Miscellaneous Discourses concerning the dissolution and changes of the World. Londres, 1692. Las ideas de Ray sobre los terremotos, en DAVIES, 1969.

157. Meteorológicos, II, 8,366 a 25-30. Opinión semejante mantuvo también Séneca.

158. Meteorolóqicos, II, 8, 365 b, 21 - 23.

159. TOSCA, 1707-1709, Ed. 1757, vol. pág. 451. Vale la pena observar que la argumentación de Tosca coincide en algunos puntos con las explicaciones organicistas que aparecen en una obra de 1686 del autor inglés Robert Plot (DAVIES,. 1969, pág. 23). Así cuando Tosca afirma que la serenidad del tiempo es indicio que precede a los terremotos «porque es señal que los poros de la tierra están cerrados, y no exhalan los hálitos sulfurosos», o cuando atribuye el mismo carácter al frío desacostumbrado del verano, porque entonces «es señal de que los hálitos cálidos se quedan encerrados en las cavernas subterráneas con peligro de inflamarse» (TOSCA, Ed. 1757, vol. VI, pág. 449). La coincidencia tiene que ver, evidentemente, con el origen común de las ideas de uno y de otro autor.

160. BERNI, 1736, 11, pág. 8.

161. BERNI, 1736. 11. págs. 315-319.

162. Así lo hace el presbítero D. Josef Climent, dos veces catedrático de Filosofía y doctor teólogo de la Universidad de Valencia en la aprobación a la obra de Piquer.

163. PIQUER, 1745, pág. 4.

164. PIQUER, 1745, págs. 2 y 6.

165. PIQUER, 1745. pág. 257.

166. PIQUER, 1745, pág. 258.

167. PIQUER. 1745, pág. 264.

168. PIQUER. 1745. Proposición 66. pág. 265

170. PIQUER, 1745. págs. 269-270.

171. Jorge Juan redactó en cambio el volumen de las Observaciones Astronómicas y Physicas, publicado también en 1748.
172. ULLOA, 1748, vol. III, pág. 109.

173. ULLOA, 1748, vol. III, pág. 110.

174. ULLOA, 1748, vol. III, pág. 110-111

175. ULLOA, 1748, vol. III, pág. 111-112.

176. ULLOA, 1748, III, pág. 112.

177. ULLOA, 1748, III, pág. 114.

178. ULLOA, 1748, III. pág. 104.

179. TORRES VILLARROEL. 1748, pág. 25.

180. TORRES VILLARROEL. 1748, pág. 25.

181. Meteorológicos II, 8. 366 b, 1-5.

182. TORRES VILLARROEL, 1724. págs. 28 y 30.

183. Véase Meteorológicos II, 8. 366 b. 25-30.

184. TORRES VILLARROEL, 1748, pág. 30.

185. TORRES VILLARROEL. 1724. págs. 18-19.

186. CONCEPCION, 1748. Véase ZAVALA, 1978, pág. 161 y 187; y AGUILAR PIÑAL, 1972.

187. ARISTOTELES, 1721.

188. CABRERA, 1756

189. MARTINEZ MOLES. 1755.

190. MORENO, 1755.

191. La atribución de esta obra al Padre Isla la hace PALAU. Feijoo alude a esta Carta en su Nuevo Systema sobre Terremotos, afirmando: «acabo de ver estos días una explicación muy bien formada de esta Causa de los volcanes, cuyo Autor se califica Profesor Salmantino. y firma al pie de ella Don Thomas Moreno. Acaso este es un nombre supuesto, con cuyo velo la modestia del autor oculta su verdadero nombre» (FEIJOO, 1756. Carta 3.ª pág. 11).

192. BARCO. 1756.

193. BARCO. 1756, pág. 572. (194) BARCO, 1756. pág. 573.

195. BARCO, 1756. págs. 574.577.

196. BARCO, 1756, pág. 577.

197. BARCO, 1756, pág. 579.

198. FEIJOO. 1756. La obra aparece! con un desusado número de licencias, censuras y aprobaciones, como si la gravedad del problema y las cuestiones morales implicadas en su discusión hicieran precisas mas garantías que las habituales.

199. La obra de Feijoo sobre terremotos contribuyó a difundir en España las nuevas ideas sobre la electricidad, Así el profesor de la universidad de Sevilla y Académico José Cevallos afirma que había repetido los experimentos de Feijoo con la botella de Muschembroek y que «lo repetí varias veces y no sentí la extraña alteración de que habla Muschembroek sino unos fuertes sacudimientos en el brazo, como si me hubieran dado un palo en la sangradera, que me duró unos quince días» (Censura a la obra de Feijoo, 1756).

200. FEIJOO. 1756 Carta 4.ª

201. FEIJOO, 1756, Carta 5.ª

202. Este último en sus Coloquios Fisicos, París, 1732, pág, 189. A ellos añade Roche en nota las referencias de otros varios temblores a partir de la Historia de Filipinas del Padre Murillo (1749).

203. Cartas Eruditas y Curiosas. Carta XIV, Tercera impresión. vol. V, págs. 286. ss.

204. FEIJOO: idem., pág. 287.

205. PRIESTLEY, 1771, vol. II, págs. 255-271.

206. Otros autores en relación con este tema habían observado precisamente lo contrario, es decir la desorganización del sistema de circulación subterránea. TOSCA, 1707, Ed. 1757. vol. VI.

207. PRIESTLEY, 1771, vol. II, pág. 272.

208. PRIESTLEY, 1771, vol. II. pág. 274.

209. Se trata en concreto de las siguientes obras principales:
- Dell-Elettricismo artificíale e naturale libri due (Torino 1753, 246 págs.).
- Dell-Elettricismo, letere di-dirette al chiarissimo Sigo Giacomo Bartolomeo Bec- cari (Bologna 1758, 381, págs.).
- Della Elettricitá terrestre atmosferica a cielo sreno, osservazioni di Giambatista Beccaria (2 de agosto de 1775) 54 págs. (Biblioteca Nacional, París).

210. PRIESTLEY, 1771, vol. II, págs. 274-275.

211. Respecto a la posible fuente de las ideas feijonianas vale la pena tener en cuenta las fechas de las primeras obras, de Beccaria, y la circunstancia de que existía al menos una traducción francesa, la Lettre sur l'electricité, par le R.P.J.B. Beccaria… adressée a M. l’abbé Mollet…. traduite de l’italien par M. de Lor, París, Ganeau, 1754, 148 págs. Dada la comunicación de Feijoo con Francia, no sería extraño que hubiera tenido referencias de esta obra.

212. La carta aparece reproducida en FEIJOO, 1756.

213. Ver ZAVALA, 1978, pág. 161.

214. Por su parte Feijoo alude también en una ocasión a J. Luis Roche como su «íntimo y discreto amigo» (Cartas Eruditas carta XII sobre la Bula de Pio V y los Terremotos, vol. V, pág. 273).

216. Roche afirma que «Los verdaderos philósofos, ya sean antiguos, o modernos […] se valen del gran potro de la experiencia para conseguir irremediablemente uno de dos efectos: o han de cantar sus contrarios la palinodia, o sufrir el tormento- Prólogo Apologético, en FEIJOO, 1756.

217. Hace por ejemplo consideraciones sobre las semejanzas entre aporto y et Puerto de Santa María, y sobre la coincidencia de ciertos signos astrológicos.

218. Roche se apoya en diversos autores, entre ellos Torres y Villarroel, y señala¡ varios pronósticos que en relación con los terremotos pueden deducirse; entre ellos, que los terremotos y borbollones provocados por el terremoto provocarían «una violenta conmoción en los ánimos, trascendiendo esto a los líquidos y sólidos» lo que daría lugar a que se curasen unos enfermos y muriesen otros. Este y otros seis pronósticos más se cumplieron, según él, en el terremoto de 1755.

219. ROCHE, 1756, Carta Tercera.

220. Véase referencias y bibliografía en PORTER, 1977, págs. 123-124.

221. GUETTARD, 1756; DESMARETS, 1774; FAUJAS DE SAINT-FOND, 1778; y DE MONT- LOSIER, 1780. Véase RUDWICK, 1974; TATON, 1971, págs. 752-753.

222. Tomo VII, Discurso II.

223. VIERA Y CLAVIJO, 1776, Libro III, cap. IV.

224. En la que esgrime informaciones procedentes de la Filosofia moderna del Dr. Andrés Piquer, ya citada.

225. VIERA Y CLAVIJO, 1776, Libro I, cap. 12. La edición de 1969 incluye además un fragmento del borrador de 1772 sobre sus propias observaciones estratigráficas, vol. I, pág. 46.

226. FRANOUI. 1799; RIO, 1800; TERREMOTO, 1800; CAVANILLES, 1800; NEE, 1803.

227. BOLOS. 1820

228. Meteorológicos, II, 8, 366 a, 1-4.

229. Meteorológicos, II, 8, 368 a, 1-5; 11. 8. 366 b, 30-31.

230. PLINIO. Libro II. cap. LXXXII; ed. 1624. vol. II. pág. 103.

231. SEMPERE y GUARINOS, 1785-1789, VI, pág. 114.

232. VACA DE GUZMAN. 1779.

233. RELACION. 1783 s. a. pág. 3.

234. CARRA, 1781, vol.. III, pág. 117. Jean Louis Carra (1743-1793) fue también autor de obras sobre la naturaleza elemental del fuego y de la electricidad (París 1787) sobre la náutica aérea (1784) y sobre el magnetismo animal (1785).

235. CARRA, 1781, vol. III, pág. 118-119, cursivas añadidas.

236. Aunque en aquellos casos era a causa del papel que desempeñaba el calor, y en el de Carra se debe al ensanchamiento de la tierra por el ecuador.

237. CARRA, 1781, vol. III, pág. 119, nota 23. Vale la pena destacar que la explicación de Carra corresponde en este punto con la de Anaxímenes que también aceptaba los hundimientos como causa del temblor. Al criticar su sistema Aristóteles lo rechaza porque «en este sistema los temblores de tierra deberían ir disminuyendo y acabar por cesar completamente algún día», al hundirse todas las cavidades lo que, según él, no es confirmado por la experiencia (Meteorológicos, II, 265 b, 15-20).

238. CARRA, 1781, vol, III, pág. 122.

239. Traducida por el intendente del Real Gabinete y del Jardín Botánico de Madrid D. Josef Clavijo y Fajardo y publicada en 21 volúmenes entre 1785 y 1805.

240. BUFFON, 1785 -1805, vol. II, arto XVI, págs. 260 - 349.

241. PARA DE FANJAS, 1796, vol. II, pág. 11.

242. PARA DE FANJAS, 1796, pág. 12.

243. MOLINA, 1776; Ed. 1878, pág. 189

244. PATRIN, 1800, Cit. Según MAFFEI y RUA, 1871, II, pág. 17.

245. HOME, 1972.

246. PRIESTLEY, 1771, vol. II, pág. 279.

247. BERTHOLON, 1783, b, pág. 364.

248. BERTHOLON, 1783, b. pág. 368.

249. BERTHOLON, 1783, a.

250. Explicaciones químicas combinadas. con eléctricas parecen constituir también fundamento de la obra del granadino Ponce de León (PONCE DE LEON s. a.) a principios del siglo XIX. La referencia que da DUE 1945 de este trabajo -que no hemos consultado- parece mostrar una relación evidente con las teorías de Beccaria y Priestley al valorar la cumbre de Sierra Nevada como foco del seísmo.
 

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BIBLIOGRAFÍA

A) Obras escritas hasta 1800

Indicaremos en cada caso el lugar donde se han consultado, cuando se trata de biblio- tecas públicas, y en el casa de obras que no se han podido consultar, la fuente del donde procede la referencia.
Relación de bibliotecas

BCC- Biblioteca Central de Cataluña. Barceiona (F. Bon.= Folletos Bonsons)
BUB -Biblioteca Universidad de Barcelona
BUMu - Biblioteca Universidad de Murcia
BNM - Biblioteca Nacional Madrid
BUV - Biblioteca Universidad de Valencia (Var.= Fichero de Varios)
 

ARISTOTELES

- Compendio de los Metheoros. Sacado a la luz por el Licenciado Murcia de la Llana, Madrid, Juan de la Cuesta, 1615, 100 págs. (Palau).

- Compendio de los Metheoros del Principe de los Filosofos Griegos y Latinos Aristóteles, en los quales se tratan curiosas, y varias questiones, autorizada la verdad de ellas de Santos, y graves Autores. Sacados a la luz nuevamente este presente año de 1721. En Madrid, por Juan de Aristia (1721). 6 + 148 págs. BUB.

- Les Météorologiques. Nouvelle traduction et notes par J. Tricot. Deuxième édition, París, Librairie Philosophique J. Vrin, 1955, 299 págs.

BARBA, Alvaro Alonso

- Arte de los Metales en que se enseña el verdadero beneficio de los de oro, y plata por açogue, el modo de fundirlos todos, y como se han de refinar y apartarlos unos de otros. Compuesto por el Licenciado Alvaro Alonso Barba, natural de la Villa de Lepe, en la andaluzia, Cura en la Imperial de Potosi, de la Parroquia de S. Bernardo. En Madrid. En la Imprenta del Reyno. año 1640.

- Arte de los metales, en que se enseña el verdadero, beneficio de' los de oro, y plata por azogue. El modo de fundirlos todos y como se han de 'refinar y apartar unos de otros. Compuesto por el Licenciado Alvaro Alonso Barba, natural de la Villa de Lepe en la Andalucia, Cura en la Imperial de Potosi, de la Parroquia de San Bernardo. Nuevamente ahora añadido con el Tratado de las Antiguas minas de España que escribió Don Alfonso Carrillo y Laso, Caballero del Avito de Santiago, y Fernandez, (1770), 232 págs. (Edición facsimil: Cía. Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, S. A., 1925). BCC.

BARCO, Antonio Jacobo del

- Cartas del Doctor Don Antonio Jacobo de el Barco, Catedrático de Philosophia, y Vicario de la Villa de Huelva, a Don N. satisfaciendo algunas preguntas curiosas sobre el terremoto de primeros de Noviembre de 1755 en .Discursos Mercuriales», Madrid, nº XIV, miércoles 21 de Abril de 1756, págs. 565-606. BUB.

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BERNI, Juan Bautista

- Filosofía Racional, Natural, Metafísica i Moral. Su autor el Dr" Juan Bautista Berni, Presbítero, Colegial que fue en el Mayor de S. Thomas de Villanueva, Maestro en Artes, Doctor en Sagrada Teología, Catedrático de Filosofía en la Universidad de Valencia, i Penitenciario del Hospital Real i General de dicha ciudad. En Valencia. Por Anto- nio Bordazar de Artazu, año de 1736,4 vols. BUB.

BERTHOLON DE SAN LAZARO, Abate

- Sobre un nuevo méthodo de preservarse del rayo, después de probar que por lo común asciende este de la Tierra, en Geronimo SUAREZ: Memorias instructivas y curiosas, Madrid. Vol. VIII, 1783, págs. 315-340, BUB.

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- Noticia de los extinguidos volcanes de la villa de Olot y de sus inmediaciones hasta Amer, y de los nuevamente descubiertos y no publicados, todos, en la provincia de Gerona, de la naturaleza de sus producciones y de sus aplicaciones, por el Dr. D. Primer ayudante de farmacia de los ejércitos nacionales, corresponsal del jardín botánico nacional de Madrid... Segunda edición. Corregida y Aumentada: por el mismo Autor, Barcelona, Imprenta de la Viuda Pla, 1841, 86 págs. BCC.

BOUGER, Pierre

- La Figure de la Terre, Determinée par les observations de Messieurs Bouger, et De la Condamine, de I'Académie Royale des Sciences, envoyés par ordre du Roy au Pé. rou, pour observer aux environs de I'Equateur, Avec une Relation abregée de ce voyage qui contient la description du Pays dans lequelles Opérations ont été faites. Par M. Bouguer. A París, Chez Charles Antoine Jombert, Libraire dll Roy 1749, CX + 394 págs., 7 láms. BCC.

BREVE - Breve compendio de las innumerables lamentables ruinas, y lastimosos estragos, que ala violencia y conjuracion de todos quatro Elementos, experimentó la Gran Ciudad, y Corte de Lisboa, el dia primero de Noviembre de este año de 1755, (al fín:) Con Licencia: Barcelona. En la Imprenta de Teresa Piferrer Viuda en la Plaza del Angel (1755), 8 págs. BUB.

BUFFON (George Louis LE CLERC), Conde de
- Historia Natural, general y particular, escrita en francés por el Conde de Buffon, Intendente del Real Gabinete, y del Jardín Botánico del Rey Chistianisimo, y miembro de las Academias Francesa y de las Ciencias, y traducida por D. Joseph CLAVIJO y FAXARDO, Madrid, Por D. Joachim Ibarra, Impresor de Cámara de S. M., 1785-1805, 21 vols. (2º ed. Madrid, Ibarra, 1791-1805). BCC.

CABRERA, Fray Miguel

- Explicación Physico-Mechanica de las causas del temblor de tierra, como constan de 18 doctrina del principe de los filosofos, Aristóteles, dada por medio de la vena cava, y sus leyes, cuya auxilio quita el horror de sus abstractos. Por Fray Miguel Cabrera, Lector jubilado del Orden de Minimos, compañero provincial, socio de erudición de la Regia Sociedad Médica de Sevilla y examinador sinodal de la misma' ciudad, Sevilla 1756,55 págs. (Sanchez Perez, 1929, 61).

CARRA, Jean Louis

- Nouveaux: principes de Physique, arnés de planches; et Dediés au prince Royal de Prusse par M. Garra. A Paris Chez Morin, Imprimieur-Libraire, rue Saint Jasques; Esprit, Libraire au Palais Royale; L'Auteur, rue Neuve des Petits Peres; et se trouve a Hambourg, Chez J. G. Virchaux, 1781, 3 vols. BUB.

CARRASCO ESTEBAN, Félix

- Relación de las ruinas causadas por los terremotos en Valencia, 23 de marzo de 1723 y 2 de Abril de 1748, (s.l. s.a.) (Galbis, 1940, 244).

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- Viaje del Mundo de Descartes. Obra que escribió y publicó en Francés el P. Gabriel Daniel en la Compañía de Jesus y publica traducida en castellano, D. Juan Gregorio Araujo, presbitero, profesor de Theologia, etc. En Salamanca, por Nicolas Joseph Villagordo, Año de 1742,320 págs. (1ª edición francesa. 1690). BUV.

DE MONTLOSIER

- Essai sur la théorie des volcans d'Auvergne, Paris, 1789 (Rudwick, 1974).

DESMARETS

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- Dissertation chimico-phisico-mechanica, sobre el fuego en general, en que haciendo excepción del sol, y estrellas fixas, con reforma de la materia de la luz, y materia etherea, creidos Elementos creados, se expone, que no ay fuego terrestre, cuerpo elemental especifico, y que el que se experimenta por la industria del hombre, como el fuego de que se hace uso común, el que erumpe del Vesubio, y otros yolcanes, y el Electrico, son causados de moYimientos, por el cual llegan Vos cuerpos a tomar el estado de ignición. Por Pedro Elexalde, Socio de la 'Real Sociedad Médica de Nuestra Señora de la Esperanza de Madrid. Vecino de la Villa de Guernica. Madrid. 1756. 44 págs. (Sánchez Pérez. 1929,97).

ESPECIFICO

- Especifico Celestial, Preservativo Singularissimo, contra los Terremotos, Temblores de Tierra e Inundaciones del Mar, experimentado; y executoriado en las Americas, donde esta pencion y congoja se padece más continuamente. Y único Remedio, que .se ha reconocido para el consuelo, y alivio de los afligidos Corazones de sus Moradores, y el mismo que hallarán los de estos Reynos si lo usaran con Fe. Reimpreso en Cádiz. A devoción de D. Pedro Joseph Curado, Presbytero, para grangearle devotos al Santisimo Patriarcha Sr. S. Joseph… En la oficina de D. Pedro Gomez de flequena, impressor Mayor de la Ciudad por S. M. Año de 1756.64 + 40 págs. BUB.

ESPINOSA DE LOS MONTERaS, Damián

- Respuesta que dio a una carta del Doctor D. Joseph levallos en assumpto de varios escritos impre5sos sobre el terremoto, el Ilmo. y Rmo. Sr. D. F. Miguel de San Joseph. Granada, 1756, 40 págs. (Sánchez Pérez, 1929, 100).

FARIA Y SOUSA, Manuel de

- Epitome de las Historias portuguesas, dividido en quatro partes: Por Manuel de Faria y Sousa. Adornado de los retratos de sus Reyes con sus principales hazañas. En Bruselas. Por Francisco Foppens, Impresor y Mercader de Libros, 1677, 398 págs. BCC.

FAUJAS DE SAINT-FOND

- Recherches sur les volcans éteints du Vivarais et du Velay. Grenoble y Paris, 1778 (Rudwick, 1974).

FERRER, Miguel

- Contracartas a las philosophicas publicadas por los que se nombran D. Fernando Lopez de Amezua y D. Thomas Moreno, sobre el terremoto del dia 1° de noviembre de el año de 1755, Madrid '1755,48 págs. (Sánchez Pérez, 1929, 112).

FERRER, Leonardo

- Astronomica curiosa, y Descripción del Mundo Superior e Inferior. Contiene la especulación de los Orbes, y Globos de entrambas esferas, con admirable artificio: Obra hecha de la poderosa mano de Dios, provechosa, para qualquier estudioso curioso. Escriviola el M. Fr. Leonardo Ferrer Valenciano, Agustino observante, Maestro en Filosofia, Doctor en Theologia, Cathedratico y Examinador de Matematicas en la célebre Universidad de Valencia. Presentada a la Muy Ilustre, Noble, Leal y Coronada Ciudad de Valencia, Patrona de la Universidad. Regida por los Muy Ilustres Señores. .. Con licencia, en Valencia, por los herederos de Geronimo Vilagrassa, junto al molino de Rovella, Año 1677. 228 págs. BUB.

FEYJOO y MONTENEGRO, Benito Jerónimo

- Teatro Critico Universal, o Discursos varios en todo genero de materias para desengaño de errores comunes; Escrito por el Muy Ilustre Señor D. Fr.-, Maestro General de la Orden de San Benito, del Consejo de S. M., etc. Nueva impresiono . . Madrid, por D. Joachin Ibarra, Impresor de Camara de S. M. 1777,8 vols. BUB.

- Cartas Eruditas y curiosas, en que por la mayor parte se continua el designio de el Teatro Critico Universal, impugnado o reduciendo a dudosas varias opiniones comunes. Dedicadas al Ilustrissimo y Rever. Señor D. Juan Avello y Castrillón, del Consejo de su Majestad, Obispo de Oviedo, Conde de Noreña, etc., Escritas por el Rmo. P.M.Fr. Benito Geronimo Feyjoo, Maestro General de la Religión de San Benito... Segunda Impresión. En Madrid, En la Imprenta de los Herederos de Francisco del Hierro, Año de 1748 y 1750,2 vols. BUB.

- Cartas Eruditas y; Curiosas..., Tercera Impresión, en Madrid. En la imprenta de los Herederos de Francisco Hierro, 1751, y ss., 5 vols. BUB.

- Nuevo Systhema sobre la causa physica de los terremotos, explicado por los phenomenos electricos, y adaptado al que padeció España en primeros de Noviembre del año antecedente de 1755. Su Autor el Ilmo. y Rmo. Señor Don Fray Benito Jeronimo Feyjoo. Ex-General de la Religión de San Benito, del Consejo de Su Majestad, etc, etc, etc. Dedicado a la Muy Erudita, Regia y Esclarecida Academia Portopolitana. Por Don Juan Luis Roche, Académico de Erudición de la misma Real Academia Portuense, Socio Honorario de la Regia Sociedad de Ciencias de Sevilla, Académico de la Real de Buenas Letras, y residente en la ciudad y Gran Puerto de Santa María, en el Gremio, y Universidad de Mareantes, Y' Cargadores a Indias, impreso en el puerto de Santa María en la Imprenta de la Casa Real de las Cadenas, Año de 1756, 86 + 56 págs. BUB.

FRANQUI, Nicolás Segundo

- Carta sobre la erupción del volcan en la montaña de Veuge, cerca del Pico del Teyde en la Isla de Tenerife en 9 de junio de 1798. «Anales de Historia Natural», Madrid, vol. I, 1799, pág. 296, (Maffei y Rua Figueroa, 1871).
GAUDIN (¿GODIN?)

- Relation du tremblement du Novembre 1755 a Cadix, adressée a la Cour de Madrid. Heproducido en RAPIN: Le tableau des calamités ou description exacte et fidele de f'anéantissement de Lisbonne, par un spectateur de ce désastre (s. 1). 1756 ( Galbis, 1940, 251).

GUETTARD, Jean Etienne

- Memoire sur quelques montagnes de fa France qui ont été des volcans. «Memoires de l'Académie Royale des Sciences», 1752, Paris 1756, págs. 27-59 (Rudwick, 1974).

HURTADO DE MENDOZA, Pedro

- Espejo Geographico, en el qual se descubre, breve y claramente, assi lo cientifico de la Geographia, como lo Histórico, que pertenece a esta tan gustosa como noble y necessaria Ciencia. Contiene el Tratado de la Esphera, y el modo de valerse de los Globos, con las mas modernas observaciones y algunas experiencias Physico-Mathematicas en lo mas curioso de la Philosophia. Dedicado al Excelentíssimo Señor Don Gre- gorio de Silva, Mendoza, etc. Duque del Infantado, Pastrana, y Lerma, etc. Por D. Pe- dro Hurtado de Mendoza, Cavallero de la Orden de Calatrava, Su Secretario de Cartas. Con Licencia. En Madrid. Por Juan Garcia Infanzon, Año 1690, 11 + 263 págs. BNM.

- Espejo Geographico. Segunda y tercera parte. Contiene la Descripción del Globo Terraqueo... En Madrid. Por Juan Garcia Infanzon, Año 1691, 392 págs. + 12 h. de tablas. BNM.

INDIVIDUAL

- Individual y verdadera Relación de la extrema ruyna que padeció la Ciudad de los Re. res de Lima, Capital del Reyno del Perú; con el horrible Temblor de tierra acaecido en ella la noche del dia 28 de octubre de 1746, y de la tota' asolación del Presidio y Puerto del Callao, por la violenta irrupción del Aliar, que ocasionó en aquella Bahia [Lima 1746]. [Reimpreso] Por su original en Valencia con las licencias necesarias en casa de Joseph Thomas Lucas, año 1747,12 h. BUV.

KIRCHER, Athanasius

- Athanasii Kircherii E Soco Jesu Mundus Subterraneus, in XII Libros digestus; Quo Di- vinum Subterrestris Mundi Opificium, mira Ergasteriorum Naturae in eo distributio, verbo ?????????? Protei Regnum, Universae denique Naturae Majestas et divitae summa rerum varietate exponuntur. Abditorum effectuum causae acri indagina inquisitae demonstrantur; cognitae per Artis et Naturae conjugium ad humana e vitae necessarium usum vario experimentorum apparatu necnon nava modo, et ratione applincantur. Amstelodami, Apud Joannem Janssonium et Elyzeum Weyestraten. Anno, 1665. 2 tomos, 352 + 496 págs., BUB.

- Athanasii Kircherii E Soco lesu Magneticum Naturae Regnum Sive Disceptatio Physio logica De Triplici in Natura rerum Magnete iuxta triplicem eiusdem Naturae gradum digesto Inanimato, Animato Sensitivo, quae occultae prodigiosarum quarundam motionum vires et proprietates, quae in triplici Naturae Oeconomia nonnullis in corporibus noviter detectis observantur, in apertam lucem eruuntur, et luculentis argumentis, experientia duce, demonstrantur... Romae Typis Ignatij de Lazaris 1667, 136 págs. BUB.
- R. P. Athanasii Kircherii e Societate Jesu Iter Exstaticum coeleste, qua Mundi Opificium, id est, Coelestis Expansi, Siderumque tam errantium, quam fixorum natura, vires. proprietates, singulorumque compositio et structura, ab intimo Telluris globo, usque ad ultima Mundi confinia, per sicti raptus integumentum explorara, nava hypothesi exponitur ad veritatem, Interlocutoribus Cosmiele et Theodidacto. Hac Secunda editione Praelusionibus et Scholiis illustratum expurgatum ipso Auctore anuente, a P. Gaspare Schotto… Accessit ejusdem Auctoris Iter Extaticum Terrestre, et Synopsis Mundi Subterranei. Herbipoli, Sumptibus Johannis Andreae Endteri et Wolfgangi Junioris Haeredum Prostat Norimbergae opud eosdem. Anno M DCLXXI (1671) 683 págs. + índices. BUB.

LEVE

- Leve rasgo y sucinta descripción de los lastimosos efectos, que en esta ciudad de Sevilla causó el terremoto que acaeció el dia 1° de noviembre de 1755. Madrid, 1755 8 págs. (Sánchez Pérez, 1929, 29).

LOPEZ DE AMEZUA, Fernando

- Carta philosophica sobre el terremoto que se situó en Madrid y toda la Peninsula en 1° de noviembre de 1755, Madrid 1755, 15 págs. (Sánchez Pérez, 1929, 174).

LLANO Y ZAPATA, José Eusebio

- Carta o diario… Da cuenta de todo lo acaecido en esta capital del Perú desde 28 octubre... hasta 16 febrero de 1747. Lima, calle de Barranca, Por Francisco Sobrino, 1747, 33 págs. (Palau).

- Carta o Diario que escribe D. José Eusebio Llano y Zapata, en que… da cuenta de todo lo acaecido en esta capital del Perú… con el gran Movimiento de Tierra, Madrid. En la Imprenta de Juan de Zuñiga, 1748, 33 págs. [Es la reimpresión de la obra de Lima. 1747] (Palau).

- Respuesta dada al Rey nuestro Señor D. Fernando Sexto, sobre una pregunta que S.M. hizo a un Mathematico y experimentado en las tierras de Lima sobre el Terremoto… de 1755. En Sevilla. En la Imprenta Real de la Viuda de D. Diego lopez de Haro (1756), 8 págs. (Palau).

MARTINEZ, Martín

- Philosophia sceptica, extracto de la Physica Antigua, y Moderna, recopilada en Dialogos, entre un Aristotélico, Cartesiano, Gasendista, y Sceptico, para instrucción de la curiosidad Española. Por el Doctor Don Martín Martínez, Médico de Cámara de su Majestad Socio y Expresidente de la Regia Sociedad del Sevilla, Profesor Público de Anatomía, y Examinador que fue de su Real Proto-Medicato. Dedicado a la misma Ilustre Docta Sociedad. Segunda Impression. Con Privilegio. En Madrid: Año de 1750, 380 págs. BUB.

MARTINEZ MOLES, Francisco

- Dissertacion Physica: origen y formación del terremoto padecido el dia 1 de noviembre de 1755; las causas que lo produjeron y las que a todos los producen. Presagios que antecedentemente anuncian este temible meteoro y explicación de todas las cuestiones que sobre tan extraño suceso pueden hacerse. Escrita por el Dr. D. Francisco Martinez Moles, Profesor de Sagrada Theología en la Universidad de Alcalá. Sevilla, (s.a.), 26 págs. (Due, 1945).

MAYANS y SISCAR, Gregario

- Vida de Tomas Vicente Tosca. Incluido en Organum Rhetoricum et Oratorium, Trad. casto incluida en la edición de MAYANS, 1974, págs. 235-251.

- Informe al Rei sobre el Método de enseñar en las Universidades de España, (1767). Presentación, transcripción y notas por Isabel G. Zuloaga y Leon Esteban Mateo, Valencia. Editorial Bonaire, 1974, 266 págs. BUB.

MEMORIA

- Memoria fúnebre y descripción trágica de los inauditos y formidables estragos que ocasionó en toda la Española peninsula el violentisimo temblor de tierra experimentado en ella la mañana del dia 1° de Noviembre del año de 1755, deducida y extractada de diferentes noticiosas cartas que se han recibido en esta Imperial y Coronada villa de Madrid, Madrid (s.a.) (Galbis 1940, 242).

MOLlNA, Juan Ignacio

- Compendio de la Historia Jeográfica Natural i Civil del Reino de Chile. Publicado anónimo en Bolonia en 1776 i traducida por Narciso Cueto. -Colección de Historiadores de Chile y Documentos relativos a la Historia Nacional-, Tomo XI. Por Luis Montt, Santiago, Imprenta de la Librería del Mercurio, 1878, págs. 185.304, BCC.

MORENO, Tomás

- Verdadera causa physica y natural del terremoto de 1 de novembre 1755, Madrid 1755,
(Sanchez Pérez, 1929, 206).

NEE, Luis

- Noticias sobre el volcan de Albay en la isla Luzon, «Anales de Ciencias Naturales», Madrid, tomo VI, 1803, pág. 297 (Maffei y Rua Figueroa, 1871).

NIFO y CAGIGAL, Francisco Mariano

- Explicación Physica y moral de las causas, señales, diferencias y efectos de los terremotos, con una relación muy exacta de los más formidables y ruinosos... Madrid, Imp. Herederos de A. Gordejuela, 1755, 56 págs. (Palau).

NOLLET, Jean Antoine

- Ensayo sobre la electricidad de los cuerpos, escrito…por… el abate mollet…. Traducido por D. Joseph Vazquez y Morales. Añadida la Historia de la Electricidad [por el traductor], Madrid, Imprenta del Mercurio, 1747, XXIV, + 131 págs. (Palau).

NOTICIAS

- Noticias de lo acaecido en la Ciudad de Lisboa, Corte del Reyno de Portugal, y otras de dicho Reyno, en el día 1 de Noviembre de 1755 a causa del horroroso Terremoto y una relación individual de los lugares que se ha tragado el Mar, el número de personas que han muerto; y una descripción de lo sucedido en Cádiz en el mismo día. Con Licencia, 8 págs. BUV (Var. 333).

OLOZA V AL yOLA YZOLA, Fray José de

- Motivos del terremoto experimentado el sábado día de Noviembre de 1755, Sevilla, 1755 (Galbis, 1940, 262).

ORTIZ GALLARDO DE VILLARROEL, Isidoro

- Lecciones entretenidas, y curiosas, physico-astrologico-metheorologicas, sobre la generación, causas y señales de los terremotos, y especialmente de las causas y seña- les y varios efectos del sucedido en España en el día 1 de noviembre del año passado de 1755. Salamanca, Villagordo, 1756, 30 págs. (Sanchez Pérez, 1929, 220) (Otra edición: Sevilla, Vda. de Haro, 1755). (Palau).

PARA DE FANJAS, Francois

- Elementos de Filosofia, Compuestos en Francés por el Abate Para de Fanjas, Presbitero de la extinguida Compañía de Jesús, Traducidos al castellano por Don Lucas Gomez Negro, Catedratico de Filosofia por segunda vez en la Real Universidad de Valladolid y Abogado de Su Real Cancilleria. En Valladolid. En la Imprenta de la Viuda e Hijos: de Santander, 1796. Tomos: I y II: Elementos de Fisica o Compendio del curso completo de Fisica especulativa y Experimental, Sistemática y Geométrica, 1796, 460 págs. + 452 págs. BCC.

- Elementos de Filosofia… Tomo III y IV: Elementos de Metafisica Sagrada y Profana, o Compendio del curso de Metafisica y de la Filosofia de la Religión, En Valladolid, En la Imprenta de la Viuda e Hijos de Santander. Año de 1797, 538 + 400 págs. BCC.

PATRIN, Eugenio L.M.

- Extracto hecho de una Memoria intitulada Investigaciones sobre los volcanes, según los principios de la Quimica gneumatica, leida en el Instituto el 1.° Ventoso, año VII por el ciudadano Eugenio L.M. Patrin. Traducido al castellano por D. Christiano Herrgen. «Anales de Historia Natural», Madrid, vol. II, 1800, págs. 80-91.

PIOUER, Andrés

- Fisica Moderna Racional, y Experimental. Su Autor el Doctor Andrés Piquer, Médico Titular de la Ciudad de Valencia, Cathedratico de Anatomia y Examinador de la Facultad de Medicina en su Universidad, Socio Honorario de la Real Academia Medica-Matritense y Academico Valenciano. Tomo Primero. En Valencia. En la oficina de Pascual García, 1745, 424 págs. BUB.

PLATON

- Obras completas. Traducción del griego, preámbulos y notas por María Araujo, Francisco García Yagüe, Luis Gil, José Antonio Miguez, María Rico, Antonio Rodriguez Huertas y Francisco de P. Samaranch. Introducción a Platón por José Antonio Miguez, Madrid, Aguijar, Cuarta reimpresión. 1979.

PLlNIO

- Historia Natural de Cayo Plinio Segundo. Traducida por el Licenciado Geronimo de Huerta, Médico y Familiar del Santo Oficio de la Inquisición, y ampliada por el mismo con escolios y anotaciones en que aclara lo dudoso y oscuro, y añade lo no sabido hasta estos tiempos. Dedicada al Católico Rey de las Españas e Indias Don Felipe 111, nuestro señor. Con privilegio. En Madrid, Por Luis Sanchez, Impresor del Rey N.S. Año 1624,2 vols. BCC.

PONCE DE LEON

- Memoria sobre los terremotos, de D. José Ponce de Leon, socio de mérito de la Real Económica de Granada y Catedrático de su escuela Químico-Botánica, etc. Granada, (s.a.) 36 págs. (Due, 1945).

- Histoire de f'Electricité, Traduite de l'Anglois de Josep Priestley, avec des notes cri- tiques. Ouvrage enrichi de Figures en Taille Douce. A Paris, chez Herissant le fils, rue des Fossés de M. le Prince vis.a-vis le petit Hotel de Condé, 1771, 3 vols. BUB.

PRODIGIOS

- Prodigios obrados por el gran Patriarca San Felipe Neri en tiempo de terremotos. Re- cogidos de diferentes Relaciones auténticas para excitar a los Fieles a acudir al Patrocinio del Santo en semejantes calamidades. En Valencia, por Joseph Thomas Lucas, año 1748, 16 págs. BUV.

- Prodigios obrados por el gran Parriarcha [sic] S. Felipe Neri, en tiempos de Terremotos. Recogidos de diferentes Relaciones autenticas para excitar a las fieles a acudir al Patrocinio del Santo, en semejantes calamidades. Con licencia en Cordova, en la Imprenta de D. Gonzalo Serrano, por Francisco Villalón, (1755) 16 págs. BUV.

PROFECIA

- Frofecia Política, Verificada en lo que está sucediendo a los Portugueses por su cíega afición a los ingleses: Hecha luego después del Terremoto del año de mil setecientos cinquenta y cinco. Con licencia del Rey Nuestro Señor. En Madrid en la Imprenta de la Gaceta, Año de 1662, CXXVI págs. BUB.

RELACION

- Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha acontecido en las Yndias en una ciudad llamada Guatemala - es cosa de grande admiración - y de grande exemplo para que Todos nos enmendemos de nuestros pecados - y estemos apercibidos para quando Dios fuere servido de nos llamar. (s.l. s.a.) (Hacia 1541), 8 págs. BCC (F. Bon).

- Relación diaria y verdadera de los terremotos sucedidos en la isla de Tenerife, lugares de los Realejos, Villa de Orotava, su puerto y otras vezindades: sacada de lo Original, que de estas islas ha llegado a esta Corte. Miércoles 24 de Deziembre de 1704 a hora de Visperas empezó a temblar la tierra. Con Licencia, Barcelona: Por Francisco Guasch Impressor. (1704) 2h, BCC (F. Bon 3131).

- Relación del Terremoto que sucedió en Palermo, en el Reyno de Sicilia, en primero de septiembre del año de 1726, a las diez horas de la noche, y de las disposiciones y providencias dadas por el Excelentisimo Señor Pretor y Senado. (Barcelona, 1 sept. 1726) 6 h. BCC (F. Bon 7806).

- Relación verdadera de los terremotos padecidos en el Reyno de Valencia desde 23 de marzo de 1748 y de las Rogativas… a Dios... para que aplaque su ira... Valencia (1748), 8 págs. (Sanchez Pérez, 1929, 29).

- Relación Histórico-Física de los Terremotos acaecidos en Messina en el corriente año de 1783. Traducida fielmente de la que en idioma italiano se ha impreso en aquella ciudad. Remitida por el Sr. D. Juan Antonio Montbelli, Natural y Vecino de la misma, a su tio, el Sr. D. Andrés Montbelli, Caballero de la Real Orden Constantiniana, Cónsul de S. Mag. Siciliana en la presente ciudad, etc. Con Licencia en Barcelona. En la Imprenta de Raymunda Altes, Viuda, en la calle de la Librería (s.a.) 12 págs. BCC (F. Bon 3233).

- Relación exacta de las últimas noticias que se han recibido de la Corte de Nápoles del horroroso daño que han hecho los terremotos en la Calabria Ulterior, Mesina, y otras Ciudades, y Pueblos de aquel Reyno, sacados de un impreso italiano, que ha trahido el Extraordinario, y son con fecha de 11 del mes de marzo de este presente uño 1783. (Al fin:). Con Licencia. V Reimpreso en Gerona, por Joseph Bró, Impresor del Rey Ntro. Señor a las quatro Esquinas, (1783) 4 págs. BCC (F. Bon 1104).

RIO, Andrés Manuel del

- Discurso sobre los volcanes, leido en el Real Seminario de Minería de Méjico en 31 de octubre de 1799. «Anales de Historia Natural- Madrid, tomo II, 1800, pág. 335 (Maffei y Rua Figueroa, 1871).

ROCHE, Juan Luis

- Carta de Don Juan Luis Roche al Señor Don Francisco de Buendía y Ponce, Presbytero Theologo, Socio Médico de Número… [sobre la causa de los terremotos]. Puerto de Santa María, 3 diciembre 1755. Reproducida en FEYJOO, 1756, págs. 50-56.

- Nuevo sistema sobre la causa physica de los terremotos. Puerto de Santa María, 1756, 56 págs. (Palau).

- Relación y observaciones Physico-Mathematicas y Morales sobre el general Terremoto, y la irrupción del mar del dia de noviembre de 1756. Puerto de Santa María, 1756 (Sanchez Pérez, 1929,259).

- Relación y observaciones physicas-mathematicas y morales sobre el general Terremoto y la irrupción del mar del día 1° de noviembre de este año de 1755, que comprehendió a la Ciudad y Gran Puerto de Santa Maria, y a toda la costa y tierra firme del Reyno de Andalucía. Es una carta que escribió D.J.L.R. a las Reales Academias, Puerto de Santa María, Casa Real de las Cadenas 1756, 10 págs. (Palau, y reproducida en FEYJOO, 1756).

- Disertación médico-moral sobre el limitado poder de los abortivos de la medicina, contra la opinión común que los tienen recibidos por poderosos auxilios. Assunto que eligió y aprobó para sus Memorias la Real Academia Portopolitana. Defensa del Nuevo Sístema del Ilmo. Feyjoo sobre la causa Physica de los terremotos, para desagravio de la literatura de España, contra las imposturas que pretenden obscurecerlas. Puerto de Santa María, Casa Real de las Cadenas, 1757, 116 págs. (Palau).

- Nuevas; y raras observaciones, para prognosticar las crises por el pulso, sin alguna dependencia de las señales criticas de los antiguos: en que se prueva y procura establecer en la Medicina, para utilidad pública, el famoso descubrimiento Solaniano. Dedicadas al Rey Nuestro Señor D. Carlos el Tercero. Escritas por D. Juan Luis Roche, Académico honorario de la Real Academia Portopolitana... Tomo primero, En la Ciudad y Gran Puerto de Santa María, en la Imprenta de la Casa Real de las Cadenas (1761), 399 págs. BUB.

RODRIGUEZ GONZALEZ OSSORIO, Pablo

- Despertador y Recuerdo de dormidos para que abran los ojos del Alma, al gran golpe que padeció esta M.N. y M.L. Ciudad con el Terremoto acaecido en ella y en otras muchas partes de España, Africa, Europa, etc., a primeros de noviembre de 1755, que escribe D. Pablo Rodriguez Gonzalez Ossorio, Maestro (sin uso) de el nobilísimo Arte de Primeras Letras. En Sevilla [s.a.], Imprenta Real de la Viuda de D. Diego López de Haro, 36 págs. (Palau, 20h) (1755) (Due, 1945 y Palau).

SANCHEZ RIVEIRO, Antonio

- Tratado de la conservación de la salud de los pueblos y consideración sobre los terremotos. Trad. del portugués por Benito Bails, Madrid, 1781. (Galbis, 1940, 275).

SAN JOSE, Miguel

- Bibliographia critica, Sacra et Prophana seu Partes quatuor distributa: et grandi Operi adumbratum provectorum Lexicon, sive idioma sapientum inscripto, et Praelo maturo. praemissa. Authore Rmo. P. Fr. Michaele a S. Joseph Patria Madritano olim Philoso. phiae ac Sacrae Theologiae Professore. . . Matriti Ex Typographia Antonii Marin, Anno 1740. BUB.

- Respuesta que dió a una carta del doctor D. José de levallos en assumpto de varios escritos impressos sobre el terremoto, Granada 1756 (Sanchez Pérez, 1929,277).

SEMPERE y GUARINOS, Juan

- Ensayo de una Biblioteca de los mejores escritores del reynado de Carlos 111. Por D. Juan Sempere y Guarinos, Abogado de los Reales Consejos, Socio de Mérito! de la Real Sociedad Económica de Madrid y Secretario de la Casa y Estados del Excmo. Sr. Marqués de Villena. En Madrid, En la Imprenta Real, 1785-1789,6 vols. BUB.

SENECA

- Libros de Lucio Anneo Seneca, en que Tracta I De la vida bienaventurada. II De las siete artes liberales. III De los preceptos y doctrinas. IIII De la (providencia de Dios. V de la misma providencia del Dios. Traduzidos en castellano por mandado del muy alto principe el rey don Juan de Castilla de Leon el segundo. En Anvers. En casa de Juan Steelsio, con privilegio Imperial. 1551, 196 h + índice. BCC.

- L. Annaei Senecae Philosophi Stoicorum omnium acutissimi opera quae extant omnia... Basilae 1557, BUB.

- Séneque. Questions Naturelles... Texte établi et traduit par Paul Oltramarco. Paris. Ed. Les Belles Lettres, 1929, 2 vols. BUB.

- Obras completas. Discurso previo, traducción, argumentos y notas de Lorenzo Riber, de la Real Academia Española. Madrid, Aguilar, 1943, 1087 págs. BUB.

- Ouestions naturals. Text! revisat i traducció del Dr. Caries Cardó Barcelona (Tip. Emporium), Fundació Bernat Metge, 1956-59, 3 vols. BUB. BCC.

TERREMOTO

- Terremoto de México. «Anales de Historia Natural», Madrid, tomo II, 1800, págs. 235 ss., (Maffei y Rua Figueroa, 1871).

TORRES VILLARROEL, Diego de

- Viaje Fantástico del Gran Piscator de Salamanca. Jornadas por uno y otro Mundo. Descubrimiento de sus substancias, generaciones y producciones. Ciencia Juizio y congetura de el eclypse de el día 22 de mayo de este presente año de 1724 (de el qual han escrito los Astrólogos del Norte) las reglas generales para judiciar de todos los eclypses, que puedan suceder hasta la fin del Mundo. Dedicado al Señor D. Alexandro Navarrete… Por su autor D. Diego de Torres Villarroel, Profesor de Filosofia y Mathema- ticas, sustituto de la Cátedra de Astronomia de Salamanca etc. Impreso en dicha Ciudad con las licencias necessarias, (1724), 110 págs. BCC.

- Anatomia de todo lo visible, e invisible: compendio universal de ambos mundos: Viaje Fantástico: Jornadas por una y otra Esphera: Descubrimiento de sus Entes, Substancias, Generaciones y Producciones. Noticia de los Movimientos v Naturaleza de Inc: Cuerpos Terrestres y Celestiales'y Ciencia de los influxos de los Eclipses de Sol y de Luna, hasta el fin del Mundo. Dedicada al Emmo. señor Fray Gaspar de Molina, y Oviedo, Cardenal de la Santa Iglesia Apostolica Romana, Ex General de la Orden de San Agustin, Comisario General de la Santa Cruzada, Presidente de el Real y Supremo Consejo de Castilla, Obispo de Málaga, etc. Por su Autor el Doctor D. Diego de Torres Villarroel, del Gremio y Claustro de la Universidad de Salamanca, y su Cathedratico de Prima de Mathemáticas etc En Salamanca: Por Antonio Villarroel (1738), 232 págs. BCC.

- Tratados Physicos y Médicos de los Temblores y otros movimientos de la Tierra llamados vulgarmente Terremotos. De sus causas, señales, Auxilios, Pronosticos e Historias. Dedicado al señor D. Vicente Pasqual Vazquez Coronado, Marques de Coquilla, Conde deMontalvo y Gramedo etc. Por el Dr. D. Diego de Torres y Villarroel, de.) Gremio y Claustro de la Universidad de Salamanca, Catedrático de Prima de Matemáticas etc. Salamanca, Imprenta de Antonio Joset Villagordo y Alcaraz, 1748 (otra edición, Madrid, En la Imprenta de la Viuda de Ibarra, 1794 12 + 35 págs.). BUMu.

TOSCA, Thomás Vicente

- Compendio Mathematico en que se contienen todas las materias más principales de las Ciencias que tratan de la Cantidad. Que compuso el Doctor Thomas Vicente Tosca, Presbitero de la Congregación del Oratorio de S. Felipe Neri de Valencia, y Dedicada al Señor D. Felipe Quinto el Animoso, Rey de las Españas. En Valencia por Antonio Bordazar, 1707, 9 vols. BCC.

- Compendio Mathematico en que se contienen todas las materias más principales de las Ciencias que tratan de la Cantidad, que compuso el Doctor Thomas Vicente Tosca, Presbitero de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri de Valencia. Tercera Impression Corregida, y enmendada de muchos yerros de Impression y Laminas, como lo verá el curioso. Con privilegio, en Valencia en la Imprenta de Joseph Garcia. Año 1757, 9 vols. BUB.

- Compendium Philosophicum Praecipuas Philosophiae Partes Complectens Nempe Rationalem, Naturalem et Transnaturalem: sive Logicam Physicam et Metaphysicam, Auctore Thoma Vicentio Tosca, Valentino Sacrae Teologias Doctore. Archiespiscopatus Synodali Examinatore et Congregationis Oratorii S. Philippi Nerii Presbytero Valentiae Hedetanorum, Apud Viudam Hyeronymi Conejos. Ann MDCCLlV (1754). BUB.

TRAGICA

- Trágica Relación y verdadero y lastimoso Romance, en que se declara y expecifica el impensado y formidable temblor de Tierra que se experimentó entre diez y once de la mañana del dia primero de Noviembre del presente año de 1755 en la Imperial y Coronada Villa de Madrid. Refiérese la conmoción general que hizo en todos los templos, Casas y Edificios, los grandes estragos... que ocasionó, junto con el terror, susto…de los vecinos… y varias noticiosas individualidades. Sevilla, Viuda de Diego Lopez de Haro, s.a., 2 hs, (AguiJar Piñal, 1927).

UBERTE BALAGUER, Anastasio Marcelino

- Los estragos del Temblor, y Subterranea Conspiración. Las Señales, Duración, Efectos infelices y propicios. Las causas, y sus quatro Movimientos, en qué tiempo succeden, y qué Reynos son más molestados de estos horrores, con Asuntos 16, en los fol. 41, 42 de este Tratado. El Resguardo, y Remedio, En lo humano y en lo Divino… Lo como pasivo en tales Frangentes... Con relación de algunas Grandezas1de esta Ciudad; y Reyno de Nápoles, virtudes singulares y Penitencias de sus Nobles Patricios en los Terremotos de los años 1688 y 1694 Y en otros siglos…Todo esto en Respuesta a una Carta de un Amigo del Autor, en estilo Filosofico, Histórico, y Moral, con parecer de los más Selectos Autores. Compuesta por D. Anastasio Marcelino, Uberte Balaguer, Natural del Reyno de Aragon, que lo dedica al Reverendíssimo Padre D. Agustín Milacho y Aulisio, Monge de S. Benito en su Real Monasterio del Invicto Aragones S. Lorenzo, de la Ciudad de Anversa. Impresa por Felipe Mosca, y Herederos de Layn. En Nápoles con Licencia de los Superiores. Año 1697, 360 págs. BCC.

ULLOA, Antonio de

- Relacion Historica del Viage a la America meridional hecho de Orden de S.Mag. para medir algunos grados de Meridiano Terrestre y venir por ellos en conocimiento de la verdadera Figura, y Magnitud de la Tierra, con otras varias observaciones Astronomicas y Phisicas: Por Don Jorge Juan, Comendador de Aliaga en el Orden de San Juan, Socio correspondiente de la Real Academia de las Ciencias de París, y Don Antonio Ulloa, de la Real Sociedad de Londres, ambos Capitanes de Fragata de la Real Armada. Impressa de Orden del rey Nuestro Señor. En Madrid, Por Antonio Marín, Año de 1748, 4 vols., 404 + 279 + 379 + 222 págs. BCC.

- An account of the earthquakes at Cadiz, Nov. 1st. 1755. «Philosophical Transactions», Londres, LXIX. 1755, Pág. 427 (Galbis 1940, 276).

VARENIO, Bernhard

- Geographia generalis, in qua affectiones generales Telluris explicantur. Autore Bernh. Varenio Med. D. Amstelodami, Ex officina Elzeviriana, 1671, 784 págs. BCC.

- Geografia general en la que se explican las propiedades generales de la Tierra. Traducción del latín por José María Requejo. Edición y estudio introductorio por Horacio Capel, Ediciones de la Universidad de Barcelona, 1974, 148 págs.

VIERA y CLAVIJO, Joseph de

- Noticia de la Historia General de las Islas de Canaria. Contiene la Descripción geográfica de todas. Una idea de origen, carácter, usos y costumbres de sus antiguos habitantes: De los descubrimientos y conquistas que sobre ellas hicieron los Europeos: de su Gobierno Eclesiastico, Politico y Militar: Del establecimiento y sucesión de su primera Nobleza: de sus Varones ilustres por dignidades, empleos, armas, letras y santidad: De sus fábricas, producciones naturales y comercio; con los principales sucesos de los últimos siglos. Por D. Joseph Viera y Clavijo, Presbytero del mismo Obispado, Madrid, en la Imprenta de Bias Román 1776, 4 vols. (6ª Ed. Sta. Cruz de Tenerife, 1967, 2 vols.).

VACA DE GUZMAN, Gutierre Joaquin

- Dictamen sobre la utilidad ó inutilidad de la excavación del Paza airon y nueva abertura
de otros pozos, cuevas y zanjas para evitar los terremotos. Escrito de comissión de la Real Sociedad económica, por su Censor D. Gutierre Joaquin Vaca de Guzman y Manrique, del Consejo de su S. M., Alcalde del Crimen de esta Real Chancilleria; a consulta de la M.M. Ciudad de Granada, Granada en la Imprenta de la Santísima Tri- nidad. Año 1779. (Sempere y Guarinos 1785-89, VI, p. 114).
ZARAGOZA, Joseph
- Esphera en Comun, Celeste y Terraquea. Autor el M.R.P. Joseph Zaragoza, de la Compañia de Jesus, Calificador de la Inquisición Suprema, Catedrático de Theologia Escolastioa en los Colegios de Mallorca, Barcelona y Valencia, y agora de Matematicas en los Estudios Reales del Colegio Imperial de Madrid. Consagrada a la: Excelentisima Señora Condesa de Villa Umbrosa y de Castro Nuevo, Marquesa de Ouintana. Con licencia. En Madrid, Por Juan Martin del Barrio. Año de 1675, 256 págs. BUB.

ZUÑIGA, Juan de

- El Terremoto y su uso. Dictamen del Rmo. P. Mro. Fr. Benito Feijoo, del Conseio de Su Majestad, etc. Explorado por el Lic. Juan de Zuñiga, que lo dedica al Señor Conde de Valparayso, Secretario de Estado, y del Despacho Universal de la Real Hacienda... Con Licencia En Toledo, Por Francisco Martín, Impressor del Rey N.S., Año de 1756, BNM.

B) Obras escritas después de 1800

ABELLAN, José Luis: Historia critica del pensamiento español, Madrid, Espasa Calpe, 1979, Vol. I, Metodología e íntroduccíón hístóríca, 446 págs. vol. II, La edad de oro (síglo XVI), 698 págs.

ADAMS, Frank D.: The Birth and Developement of the Geo/ogical Scíences, Baltimore 1938, (2ª ed. Nueva York, 1954).

AGUILAR PIÑAL, Francisco: Impresos raros de tema madríleño, «Anales, del Instituto de Estudios Madrileños», vol. VIII, 1972, págs. 481-500.

AGUILAR PIÑAL, Francisco: Conmocíón espirítual provocada en Sevílla por el terremoto de 1755, «Archivo Hispalense», Sevilla, n.o 171-173, 1973, págs. 37-53.

AGUILAR PIÑAL, Francisco: Impresos sevíllanos del siglo XVIII. Adícíones a Tipografía Híspalense, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1974, 423 págs.

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