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UNIVERSIDAD
DE BARCELONA
ISSN: 0210-0754 Año IV. Número: 20 Marzo de 1979 |
EL ESPACIO MARITIMO EN LA GEOGRAFIA HUMANA
Juan Luis Suárez de Vivero
Nota sobre el Autor
Juan Luis Suárez de Vivero nació en Sevilla en 1940. Es Piloto Mercante (Cádiz y Barcelona) y Licenciado en Geografía por la Universidad de Barcelona; desde 1978 es profesor ayudante del Departamento de Geografía de la Universidad de Sevilla. El presente artículo se ha realizado a partir de su tesis de Licenciatura presentada en la Universidad de Barcelona en 1978 y dirigida por H. Capel
Las cuestiones oceánicas han adquirido en la actualidad tal trascendencia que cualquier país, aún careciendo de acceso al mar, se ve gravemente afectado por ellos (Naciones Unidas, A/Conf. 62/23, 1974). Hoy el océano, además de ser proveedor de alimentos y superficie de circulación, es considerado como una fuente vital de recursos energéticos y minerales, desempeña una función clave en la estrategia militar, y se ha demostrado su importancia primordial en el ecosistema terrestre como regenerador del aire y del agua. Las posibilidades de seguir manteniendo importantes cotas de desarrollo industrial y de alimentar a una población en rápido crecimiento pasan hoy por el mar (Giarini, O., 1977, 7-12).
A modificar la imagen tradicional del mar y a ampliar los usos del océano han contribuído un gran número de ciencias y especialidades. Sin embargo la presencia de la geografía dentro del espectro científico relacionado con el mar es extremadamente débil. La publicación de la FAO. International Directory o, Marine Scientists. (1977) nos permite cuantificarla. El citado organismo internacional ha censado a once mil expertos en ciencias del mar pertenecientes a sesenta y tres países: centraremos nuestra atención en cinco de ellos que contabilizan el 50 % del total de expertos: Inglaterra, Francia, Alemania Federal, Estados Unidos y la Unión Soviética, países, en los que al mismo tiempo los estudios geográficos han alcanzado un gran desarrollo (cuadro 1).
Como refleja el cuadro, la presencia de geógrafos apenas es apreciable; pero lo más significativo es la casi ausencia de la geografía como especialidad científica relacionada con el mar. Por otro lado, los escasos geógrafos censados constan en su mayoría como especialistas en materias tales como sedimentología, geología marina, geofísica u oceanografía química.
Este hecho nos lleva a plantear una segunda cuestión: ¿Cuáles son los objetivos científicos del geógrafo en el espacio marítimo? Una primera aproximación a esta interrogante se puede efectuar analizando algunas de las comunicaciones pertenecientes a la Sección «Geografía del Océano.. del último Congreso Internacional de Geografía (Moscú, 1976). Las materias a tratar en dicha Sección constan de tres apartados: 1) Problemas Generales y Regionales de la Geografía del Océano, Regionalización, Islas; 11) Recursos y Economía del Océano; 111) Paleografía y Geomorfología del fondo del Océano.
Dentro del apartado (1), que por su titulo parece plantear el enfoque básico de la «Geografía del Océano», se encuentran comunicaciones tales como Impacto de las crecidas estacionales del rio Calville en las aguas costeras del Océano Artico en el Nordeste de Alaska, y Biogeografia del fondo oceánico basada en la distribución de recientes braquiópodos. (International Geography, 1976, vol. 3, 4, 46). Si bien el contenido de estas comunicaciones no aclaran las líneas maestras de la Geografía del océano, las afirmaciones vertidas en otra de ellas parecen aumentar la confusión al determinar que «La geografía del océano en su conjunto es una tendencia especial de la geografía económica...» (Salnikov, S. S., International Geography, 56).
Obviamente estos documentos no agotan las posibilidades de reflejar el estudio del mar por los geógrafos, pero, sin duda, suponen un indicativo esclarecedor de la situación de la geografía en relación con las demás ciencias que tienen objetivos oceánicos, y del contenido específico de lo geográfico en lo que atañe al espacio marítimo.
Resulta, pues, de especial interés analizar las causas por las cuales el espacio marítimo ha obtenido un tratamiento escasamente cohesionado en la investigación geográfica, cuando no se ha negado la pertenencia del océano al espacio objeto de la geografía. Profundizar en esta cuestión quizá nos permita una mayor comprensión del desigual desarrollo del saber geográfico, así como de su posición con relación a otras ciencias.
Aunque se ha emitido alguna hipótesis que explica la situación anterior -«El tipo de geografía, en la cual la palabra hombre figuró prominentemente, tendió a excluir el estudio del océano de nuestra esfera» (Briault, E. W. H., Hubbard, J. M., 1968 [1975], 216)creemos que existe un conjunto de factores. anteriores incluso al desarrollo de la moderna geografía, que han configurado la actitud del saber geográfico hacia el espacio oceánico.
La tesis que se mantiene en este estudio puede resumirse en los siguientes términos: desde el siglo XV en que se iniciaron los grandes descubrimientos el océano fue ante todo un espacio por donde era necesario saber moverse y situarse; la resolución de estos problemas fue el objetivo de la ciencia astronómica, labor que la mantuvo empeñada durante tres siglos, pudiéndose afirmar que en ese período fue la ciencia dominante en el océano.
Una vez finalizado el proceso de conocimiento y exploración de la Tierra, solucionados sustancialmente los problemas de la navegación (finales del XVIII), los nuevos intereses marítimos estimularon el inicio del estudio sistemático y en profundidad de océano (fenómeno que se sitúa a partir de la segunda mitad del XIX), lo que implicó que un conjunto de ciencias -fundamentalmente la biología, y en segundo término la física y la química con un amplio desarrollo teórico y metodológico, tomasen la iniciativa de la investigación oceánica.
Así a partir de la segunda mitad del XIX, los problemas oceánicos pasaron de la astronomía a una serie de ciencias. no cohesionadas disciplinariamente, bajo la denominación de oceanografía, diluyéndose lo que, por influencia de Alexander Von Humboldt, llegó a estructurarse fugazmente como «Geografía física del mar».
En este mismo período (último tercio del XIX) la geografía surge revitalizada de la crisis que estuvo a punto de Ilevarla a su desaparición: se institucionaliza como disciplina universitaria y se constituye la comunidad científica de los geógrafos (Capel, H., 1977). La imagen del océano desarrollada por esta nueva geografía fue el resultado, básicamente, de dos factores: a) del papel desempeñado por la geografía en el proceso de expansión colonial en los últimos decenios del XIX. b) de sus mismos fundamentos teóricos que limitaron el espacio geográfico al espacio habitado: el ecúmene.
De esta manera cristalizó una visión del océano como superficie de circulación, producto, por un lado, de la función secular de los mares, y de la carencia de un enfoque científico apropiado para abordar los problemas surgidos de los nuevos usos del océano.
Mostraremos, en primer lugar, la
posición de la ciencia con respecto a los problemas básicos
planteados por la distinta utilización de los mares, para centrar
posteriormente nuestro análisis en la producción geográfica
de finales del XIX y principios del XX, período en el que las ciencias
sistemáticas modifican la imagen tradicional del océano.
LA CIENCIA Y EL MAR
Desde el siglo XV la utilización del océano como vía fundamental de la expansión europea, planteó una serie de problemas, ligados a la navegación, que provocaron la primera aplicación práctica del conocimiento científico (Bernal, J. D., 1976 [1954] 1,305,343,347).
Finalizada la etapa de los grandes descubrimientos (finales del XVIII), el mar siguió desempeñando un destacado papel en la formación de los imperios coloniales durante el último tercio del siglo XIX, período en el que surgen nuevos usos del océano al márgen de su utilización como superficie de circulación.
En esta primera parte trataremos de destacar los problemas claves a los que se tuvo que hacer frente en estas distintas etapas, y cuáles fueron las ciencias dominantes en su resolución.
Esta perspectiva histórica resulta altamente reveladora para abordar el análisis del concepto de espacio marítimo desarrollado por la nueva geografía surgida a fines del XIX, ya que puede explicar en gran medida la situación actual aludida en el inicio de este trabajo.
Los grandes problemas de la navegación: la longitud
Desde la Antigüedad los navegantes se sirvieron de algunos métodos que les permitían conocer con cierta aproximación su posición en la mar mediante el cálculo de la latitud, y determinar los rumbos utilizando la aguja magnética (Nordenskiold, A. E., 1977, 48).
Esto era suficiente mientras se navegaba en mares cerrados o a la vista de la costa, pero la navegación transoceánica requería una mayor precisión, esto es, conocer la segunda coordenada: la longitud.
Este fue un problema clave durante tres siglos (XVI, XVII, XVIII); de él dependía no sólo conocer la situación propia del navío en alta mar, sino poder trazar con exactitud los rumbos y determinar la posición de las tierras descubiertas. Todo ello actuó como uno de los condicionantes básicos de la expansión pues el alto valor de la distancia-tiempo -cinco años para ir y volver de España a Filipinas- suponía un límite espacial decisivo y un grave problema para la rentabilidad de los viajes (Chaunu, P., 1973, 149).
Obtener una solución eficaz para el cálculo de la longitud, constituyó una tarea compleja y duradera y fue la astronomía la ciencia que facilitó la hipótesis científica a partir de la cual fue posible abordarla.
En efecto, una solución astronómica requería conocer la estructura del universo para poder predecir el movimiento de los astros cuya observación permitía calcular las coordenadas de un punto sobre la Tierra. La hipótesis científica de las dos esferas facilitó, en primer lugar, el marco conceptual dentro d91 cual se iniciaron las grandes travesías: la concepción tolemaica del universo de las dos esferas recuperada por los científicos del Renacimiento, indujo a afirmar la esfericidad de la Tierra y deducir de ahí la posibilidad de circunnavegarla; en segundo lugar constituyó un esquema mental que facilitó en gran medida la simplificación de la estructura del universo y su aplicación práctica a la navegación ya la cartografía (Kuhn, T. S., 1978 [1957]).
La trascendencia de los problemas planteados por la navegación en general, y la longitud en particular queda patentizada por el impacto que tuvo en el desarrollo científico, en la difusión de la ciencia y en las instituciones que se generaron en función de dichos problemas.
A. C. Crombie (1974 [1959]) Y J. D. Bernal (1976 [1954]) han señalado la importancia de la astronomía y la navegación en la ciencia del XVI y XVII fundamentalmente; en efecto, puede afirmarse que ningún científico prestigioso fue ajeno a los temas suscitados por las necesidades de la navegación y participaron no sólo investigando en ellos sino, en numerosos casos, realizando funciones docentes en las escuelas de navegación (Waters, D., 1968), que al mismo tiempo eran los centros dominantes en la transmisión del conocimiento científico.
Los observatorios astronómicos de París (1672) y Greenwich (1675), fueron creados, esencialmente, para «determinar en la mar la longitud tan deseada» tal como lo especificó taxativamente Carlos II de Inglaterra (cit. por García Frías, J. 1958, IV, 238), junto con instituciones como el Board of Longitudes (1714) Y el Bureau des Longitudes (1795) Y teniendo en cuenta que la Royal Society y la Academia de Ciencias de París tenían objetivos científicos relacionados con la navegación (Bernal, J. D., 343).
En la segunda mitad del XVIII ya se disponía de medios adecuados para calcular la longitud por métodos astronómicos, pero la solución más eficaz la proporcionaron los relojeros mediante el cronómetro marino (Hoye, F., 1967, 144). No obstante la astronomía siguió siendo imprescindible para la navegación.
Al margen del problema de la longitud, la navegación planteó distintas dificultades que afectaban primordialmente a la cartografía, -cuyo desarrollo dependía de la geodesia, que, a su vez, estaba en función de los avances astronómicos, a los instrumentos de observación, que apenas conocieron modificaciones importantes entre el XVI y finales del XVIII (Mauro, F., 1975 [1968] 19), Y al aprovechamiento de vientos y corrientes, carentes de un tratamiento científico, ya que únicamente llegaron a ser utilizados en provecho de la navegación mediante la recopilación de la información vertida en los diarios de navegación a medidos del XIX (Maury, M. F., 1963 [1861]).
Puede afirmarse, por tanto, que durante el período que transcurre entre finales del siglo XV y la segunda mitad del XVIII las cuestiones claves que estimularon la actividad científica en relación con el mar giraron alrededor de la actividad náutica, con un destacado énfasis en el problema de la longitud, del cual dependían la seguridad de la navegación, la reducción de la distancia-tiempo y como consecuencia la posibilidad de aumentar la rentabilidad de los viajes.
A partir de estos presupuestos básicos
podemos interrogarnos acerca de la función ejercida por la geografía
en ese período y en la resolución de dichos problemas.
La geografía astronómica
Generalmente se suele identificar la historia de la geografía durante los siglos XVI y XVII con el desarrollo de la etapa descubridora en ese mismo período (Clozier, R., 1967 [1942]). Sin embargo es conveniente determinar si la geografía disponía de una base conceptual que le permitiera abordar los problemas planteados en aquel período, tal como lo hizo la astronomía.
La estructura de las obras de geografía surgidas a raíz de la traducción de la obra de Tolomeo, tenían como característica común el contener una primera parte «astronómica y matemática que seguían, según la época y las circunstancias históricas, la concepción tolemáica o copernicana, y una segunda parte corográfica donde «narraban con detalle hechos curiosos y noticias históricas (Capel, H., 1974, 13).
Como producción geográfica suele también incluirse la elaboración cartográfica en la que aparecen nombres como los de Apianus, Ortelius o Mercator que, al mismo tiempo, son considerados geógrafos (Nordenskiold, A. E., 48: Legendre, R., 1953, 58), pero que se servían de los esquemas teóricos y prácticos de la astronomía para sus realizaciones cartográficas (Hill, C., 1972 [1961] 279).
A mediados del siglo XVII Bernhard Varenio, «El más claro precedente de la moderna ciencia geográfica» (Capel, H., 1974, 11), en su obra Geografía General (1650), que responde a la concepción copernicana del mundo (Varenio, B., Geografía General, editó Horacio Capel, 1974, 88), no sólo reacciona contra el tipo de geografía descriptiva o especial que se venía produciendo y a la que «apenas se podía aplicar el calificativo de ciencia(Varenio, B., 92), sino también, y especialmente, contra la presencia dominante de la astronomía. Varenio intenta situar a la geografía al mismo nivel que la astronomía pues «La Geografía (...) constituye sin embargo una parte de las Matemáticas no menos peculiar que la Astronomía» (Varenio, B., 92). Tal reacción concuerda con la situación científica del XVII en que las ciencias dominantes (esencialmente la astronomía) debían su prestigio a la aplicación rigurosa del cálculo matemático (Weizsacker, C. F., 1972 [1966] 90).
La Geografía General, aún representando una ruptura con la geografía anterior, sigue siendo una geografía para la navegación (Varenio, B., 89, 90). Los tres capítulos (XII, XIII Y XIV) del Libro I dedicados al análisis del océano están orientados a las necesidades de la navegación -todavía no se habla de la vida en el mar y ésta será la concepción dominante hasta le siglo XIX. El predominio de las cuestiones náuticas en el océano subsistió hasta mediados del XIX, aunque la resolución de los problemas básicos, unido a la finalización de los grandes descubrimientos, provoca una nueva concepción de los viajes (Leroi-Gourhan, A., 1964, 143) en los que aparecen objetivos científicos ajenos a la navegación, que conducen a centrar la atención en el mar a ciencias que tradicionalmente, se mantenían al margen del espacio marítimo.
Trataremos a continuación
el significado de los nuevos intereses marítimos y su relación
con la ciencia en el período que transcurre entre los últimos
decenios del XVIII y primera mitad del XIX.
Los naturalistas en el mar
Lo que algunos historiadores denominan «edad de Cook» (Baker, J.N.L., 1949) o «siglo de Cook» (Leroi-Gourhan, A., 1964). se caracteriza por constituir un período en el que se llevan a cabo un tipo de expediciones marítimas donde subsisten diversos intereses: descubrimientos residual es, observaciones astronómica, física del globo, meteorología y en un lugar destacado, la investigación naturalista. Simultáneamente estas expediciones tenían la misión de «pasear el pabellón.. y formalizar relaciones diplomáticas.
Dentro de la labor científica destacan, fundamentalmente, dos objetivos: la cartografía y las ciencias naturales.
La razón del primero resulta extremadamente coherente: con los viajes de James Cook (1768-1772, 1772-1775 y 1776-1778) quedan resueltas las incógnitas acerca de la posibilidad de nuevos descubrimientos, al mismo tiempo que se lograba determinar con exactitud la longitud; quedaba por tanto la misión de concretar y rectificar la posición de las tierras conocidas (Charliat, J. O., 1968 [1962] IV, 12). Es en este período cuando comienzan a crearse los Depósitos Hidrográficos.
El segundo objetivo se inserta plenamente en el panorama científico de la época ya que las expediciones se aprovechaban en un alto grado para la formación de colecciones de historia natural que constituía uno de los grandes intereses científicos desde mediados del XVIII (Bernal, J. D., 1, 396, 490'-493). Ello explica que en las más importantes expediciones realizadas entre 1768 y 1850, alrededor de una veintena, participasen, al menos, más de treinta naturalistas entre los que se encuentran Joseph Banks, Solander, Mongés, Baudin, Telesius, Gaimard, Lesson, Chamisso, Darwin, Dana, Hooker y T. H. Huxley (Herdman, W. A., 1923; Baker, J. N. L., 1949; Legendre, R., 1953; Rouch, J., 1968 [1962]).
En España se llevaron a cabo tres grandes expediciones botánicas entre 1783 y 1787, a las que hay que agregar otras tres menos importantes entre 1789 y 1802 (Arias Divito, J. C., 1968).
Aunque en las primeras expediciones del XVIII se realizaron algunos estudios de fauna marina (las de J. Banks en el primer viaje de Cook), el medio marino no constituía todavía un centro de interés para los naturalistas: «(...) desgraciadamente para la ciencia, muy pocos se encuentran dispuestos o capacitados para fijarse en las curiosidades que en ellos (los océanos) guarda la naturaleza.. (Cook, James, 1777, 1,9).
Hasta mediados del XIX no comienza a cristalizar lo que ya será investigación específicamente oceanográfica bajo el impulso de los naturalistas (Taton, R. 1961,420).
Resulta ahora oportuno preguntarse
qué interés tenían, en este período, los hechos
marítimos para la geografía, y de un modo más general,
cuál era la situación de la geografía.
La geografía cartográfica
Con frecuencia se reproduce como historia de la geografía del XVIII, la historia de las expediciones marítimas y de la cartografía.
René Clozier (1967 [1942] 62) alude a los progresos de la geodesia que permiten un gran vigor en los levantamientos cartográficos; Vivien de SaintMartin (1878, 453) habla de un «admirable cuerpo de geografía naútica» conseguido a partir de dichos levantamientos»; Paul Claval (1974, 15) señala que todos estos acontecimientos son parte de la historia de la geografía.
No obstante, aquí nos interesa dilucidar si en la resolución de los problemas planteados en un determinado período histórico, en concreto la necesidad de perfeccionar la cartografía, se utilizaron teorías y/o hipótesis científicas desarrolladas por la geografía. Nuevamente, en este caso, los avances en la cartografía se debieron a un descubrimiento astronómico: el movimiento de nutación producido por la forma no esférica de la Tierra; este hecho impulsó a la Academia de Ciencias de París a iniciar en 1735 una serie de mediciones para calcular la forma exacta del planeta (Hoyle, F., 146).
En cuanto a la participación
de los geógrafos en estos trabajos se citan nombres como los de
Guillaume Delisle y Bourgnignon d'Anville (Clozier, R., 62), junto con
opiniones no muy alentadoras como la del hidrógrafo español
Tofíño en su Introducción al Derrotero de las Costas
de España.
Levantada con tanta exactitud la carta de la Periferia de España, es noticia importante el uso que se hizo de ella para averiguar las leguas que contiene la superficie esférica del Reyno, satisfaciendo de este modo la curiosidad de muchos Patricios que con sobrado fundamento desconfiaban de los cálculos de los Geógrafos en esta materia (Tofiño San Miguel, V, 1789, XIV).
Por otro lado la consulta de textos geográficos de la época presenta dos características a destacar: el escaso número de geografías astronómicas y náuticas y, en contrapartida, la abundancia de Compendios, Descripciones y Atlas con un marcado carácter histórico, detectándose en segundo término algunos textos que responden a la tendencia alemana de la geografía pura»: un intento de «establecer las bases naturales apropiadas para la descripción científica de la geografía universal» (Daus. F. A. 15).
Por influencia de Humboldt se denominó Geografia física del mar el tratado debido al marino estadounidense M. F. Maury publicado en 1855 (Leighly, J., 1963, XIII). El término geografía física del mar fue sustituido en la década de 1880 por el de oceanografia; por entonces las ciencias del mar se iban configurando bajo esquemas innovadores que hacían de la biología la ciencia de vanguardia en la investigación oceánica.
Trataremos en las líneas que
siguen mostrar las líneas básicas a través de las
cuales se perfiló una nueva imagen del océano que constituye
el precedente más inmediato del actual desarrollo de las ciencias
del mar.
El surgimiento de la oceanografía.
Hacia la década de 1850 la mayoría de los grandes problemas planteados por la navegación estaban resueltos o en vías de solucionarse. La navegación a vela se encontraba en su máximo desarrollo, y se comenzaba a sustituirla por el vapor (Perpillou, M., 1964). Las cuestiones oceánicas dejaban de pertenecer al ámbito exclusivo de la navegación, abriéndose nuevas perspectivas en el uso del océano.
En efecto, la transformación de la pesca de oficio artesanal a actividad industrial, supuso la introducción de criterios de productividad que llevaron a la racionalización de la explotación, lo que impulsó a la aplicación de avances científicos y tecnológicos: investigación biológica, la propulsión a vapor y la frigorización (Besançon, J., 1965, Perpillou, M. A., 1967; Boyer, A., 1967).
El impulso de la investigación queda patentizado por el número de expediciones realizadas y por la creación de estaciones costeras o laboratorios; ambos hechos tuvieron un contenido eminentemente biológico, tanto por la procedencia de los científicos como por los estudios llevados a cabo.
Entre 1873 y 1900 se organizaron más de cuarenta expediciones oceánicas (sesenta y siete entre 1900 y 1945) Y se crean cuarenta y una estaciones costeras o laboratorios marinos (Fuentes: Legendre, R., 1953; Rouch, J., 1968; Coulmy, D., 1976).
La expedición que simboliza todo el esfuerzo investigador centrado en el océano, fue la del Challenger (1873-1876) auspiciada por la Royal Society y el Almirantazgo británico. Su estado mayor científico estuvo compuesto por Wyville Thomson (biólogo), J. Murray (naturalista), Moseley (biólogo), R. von Willemoes Suhn (biólogo) y Buchanan (químico).
En el informe de los resultados de la expedición (50 volúmenes con más de treinta mil páginas) los trabajos sobre biología fueron los más extensos, ocupando a científicos como Thomson, Moseley, Carperter, Haeckel, Huxley y Agassiz; se describieron y clasificaron más de diez mil nuevas especies, de las que Haeckel estudió cuatro mil, popularizando el término plancton (Herdman, W.. 1923, 50-51, Rouch, J., 1968.. 46).
En este sentido puede hacerse la misma consideración del informe de las expediciones del Príncipe Alberto I de Mónaco: de los ciento diez fascículos de los Resultats de campagnes scientifiques accomplies sur son yacth par le Principe Albert I de Monaco, solamente siete están dedicados a la oceanografía físico (Rouch.. J., 1968, 68).
Las estaciones costeras tuvieron igualmente una orientación biológica y se situaron en zonas de interés pesquero. Al frente de ellas estuvieron zoólogos prestigiosos como Lacace-Duthiers, A. Giard, E. Perrier Delage. y sobre todo Anton Dohrn, de reputación internacional, que dirigió la estación de Nápoles (1872) (Taton, R., 421).
La intensa actividad investigadora en expediciones y laboratorios fue el factor que propició la configuración de la comunidad de científicos-oceanógrafos. El punto de partida de esa comunidad lo constituye. sin duda, la elaboración de la información recogida por el Challenger; a tal efecto se creó la Challenger Commission, para la cual se contrataron a los científicos más cualificados de diversos países (Herdman, W.,1923, 51).
El tratamiento de la información llevó casi veinte años de trabajo fel último informe es publicado en 1895). Por vez primera un grupo de científicos de diversas especialidades trabajó coordinadamente en el ámbito marino. Un dato más que subraya este fenómeno lo constituye los treinta y cinco científicos (igualmente de diversa procedencia, entre ellos el naturalista y biólogo español adón de Buen) con los que contó Alberto I de Mónaco para sus expediciones (Rouch. J., 1968, 53). Por últímo el interés centrado en la actívidad pesquera determinó la aparición durante el último tercio del XIX de los primeros organismos estatales e internacionales: Comisión Kie/, Scottish Fishery Board, y United States Fish Commission; en 1883 se celebra la Exposición Internacional de Pesquerias y en 1901 se crea el Consejo Internacional para la Exploración del Mar (Deacon, G.E.R., 1978 [1973] 16).
La consideración del mar como fuente de recursos y, específicamente en esta primera etapa, de recursos alimentarios dependientes de la pesca, abría nuevos horizontes a los usos del océano; la investigación oceánica además había revelado posibilidades en conexión con recursos minerales (el Challenger detec. tó los módulos de manganeso y John Murray comenzó a explotar depósitos de fosfatos) y quedó de manifiesto las importantes interacciones océano-atmósfera.
Estos hechos iniciaban un cambio de imagen del océano que, obviamente, no fue radical: el espacio marítimo se utilizaba como espacio de circulación con una intensidad nunca antes conocida, debido a la política colonial y al fuerte ritmo de expansión de los flotas mercante y de guerra, fenómenos que están en la base de las teorías del poder naval que aparecieron a fines del XIX.
Desde esta perspectiva interesa examinar
como fueron acogidos estos cambios por la geografía en el período
en que tiene lugar el proceso de institucionalización de este saber
y de constitución de la comunidad de geógrafos que, a diferencia
de los oceanógrafos, procedían de una disciplina estructurada.
LA NUEVA GEOGRAFIA V LA NUEVA IMAGEN DEL OCEANO
En el último tercio del siglo XIX los hechos oceánicos afectaban a un amo plio campo de intereses. La geografía Con una secular relación con el mar afrontaba, desde nuevos esquemas, una nueva situación en el espacio oceánico.
En la concepción de este espacio por el saber geográfico, jugaron un conjunto de factores que en definitiva eran un reflejo de las circunstancias globales bajo las cuales surgía, revitalizada, la ciencia geográfica.
Esta segunda parte se propone señalar
las primeras reacciones de la geografía ante el desarrollo de las
ciencias del mar, así como aquellos elementos de tipo teórico
que influyeron en la concepción del espacio marítimo. junto
con los hecho cuya trascendencia afectaron en mayor grado dicha concepción:
la expansión colonial y la puesta en práctica de las teorías
del poder naval.
Geógrafos y oceanógrafos
Como resultado de lo hasta aquí expuesto y como paso previo a los puntos que serán objeto de análisis, resulta procedente dilucidar qué tipo de relaciones existieron entre geógrafos y oceanógrafos, y si los intereses de ambas comunidades científicas llegaron a plantear algún tipo de conflicto.
La tesis aquí mantenida es que no solamente es apenas posible detectar conflictos, sino que por parte de los geógrafos se consideraba a la naciente oceanografía como una ciencia auxiliar más y por tanto, no aparecía como una disciplina competitiva.
En una primera aproximación existe un argumento de peso que explica la ausencia de conflictividad: la oceanografía, como ya se ha apuntado, no surge como una disciplina cohesionada, ni existía como tal en la estructura universitaria; los científicos oceanógrafos abordaron problemas oceánicos desde distintos enfoques científicos que en determinados momentos fueron dominantes.
En segundo término, la actitud de la geografía como disciplina que se nutre de una gran diversidad de ciencias auxiliares contribuía en un alto grado a eludir posibles enfrentamientos con otras ciencias.
Esta actitud se encontraba fuertemente enraizada en la geografía y surge con el auge de las ciencias sistemáticas en los primeros decenios del XIX, período que coincide con una profunda crisis de la geografía (Broc, N., 1976; Capel, H., 1977, 7-14) que la lleva a plantear su subsistencia como «disciplina de enseñanza y cultura, mientras que el dominio propio de la ciencia habia de caer en manos de científicos especializados»; así se pensó que la geografía podría estar formada por un conjunto de ciencias auxiliares, entre ellas, la oceanografía (Daus, F. A., 37-38). Esta situación se había asumido a tal extremo que el primero y se. gundo congresos internacionales de geografía se denominaron «Congrés International de Sciences Geographiques» (Daus, F. A., 38).
En términos generales puede afirmarse que los geógrafos consideraron los avances de la oceanografía como parte del propio desarrollo de la geografía aun. que existió alguna reticencia -como se señalará más adelante porque en definitiva se pensaba que todas las ciencias estaban integradas en la geografía: Le Myre de Vilers, presidente de la Sociedad Geográfica de París, afirmaba que la geografía es «la más vasta y más compleja de todos las ciencias» y que «saber geografía (...) es casi poseer la ciencia universal» (Boletín de la Sociedad Geográfíca de Madrid, XLIX, 1907, 425). Así pues todo era en el fondo geográfico o, en caso extremo, mantenía una relación con la geografía.
Ciertamente los hechos eran signifícativos de tal estado de opinión: John Murray, presidente de la Challenger Commission publicó numerosos trabajos en el Geographical Journal y en Scottish Geographical Magazine, y llegó a ser presidente de la sección geográfica de la British Association (Herdman, W., 88-89, 91).
Los congresos de geografía igualmente se hicieron eco del nuevo interés por el océano: «Los últimos congresos de Geografía, especialmente los de Londres (1895) y Berlín (1899) han contribuido a la propagación y desarrollo de los estudios oceanográficos» (B. S. G. M., XLIV, 1902, 427); un observador español en el congreso de Berlín exclama: «esto es... la apoteosis del mar» (B.S.G.M., XLI, 1899, 262). En el mismo congreso se nombró una comisión para «trazar el mapa batimétrico de los océanos» (B.S.G.M., XLVII, 1905, 185), labor para la que se ofreció el príncipe Alberto I de Mónaco.
El término oceanografía, como titulo de sección en los congresos de geografía, aparece por vez primera en el de 1895, y se repite en los congresos de 1899, 190'4, 1908 Y 1913.Anteriormente los temas marítimos aparecieron bajo la de. nominación de Geografia marítima (1875 y 1881) y Viajes y Exploraciones (1889).
Desde la geografía el interés por integrar a los estudios oceánicos era patente: se hablaba de una «geografía submarina» como una «rama frondosísima y muy fructífera de la geografía universal» (B.S.G.M., IV, 1878,1,226) Y se seguía con atención en las revistas el desarrollo de las expediciones y los estudios emprendidos (gráfico 1).
Sin embargo no deja de ser significativo que el príncipe Alberto de Mónaco, en una conferencia pronunciada en la Sociedad Geográfica de Madrid en 1912 y titulada «Progresos de la Oceanografía», no aludiese para nada a la posible participación de la geografía en tales avances (B. S. G. M., LIV, 1912, 129-138). En la realidad los estudios oceánicos pertenecían a un ámbito científico diferenciado cuya conexión con la geografía era dudosa; este hecho queda reflejado en las afírmaciones de uno de los primeros geógrafos universitarios, Marcel Dubois:
«El estudio de los mares, al cual se han dedicado sabios especializados que han tomado el nombre de oceanógrafos y fundado la ciencia oceanográfica, no debe ser absolutamente separado, ni por sus métodos, ni por los hechos que contiene, de la geografía propiamente dicha» (Dubois, M., 1907, 237).
En el fondo de estas apreciaciones emitidas desde la geografía, se encontraba latente la cuestión de la propia definición del saber geográfico y la determinación de su ámbito como ciencia. Pasaremos a examinar algunos puntos de los fundamentos teóricos de la geografía que afectaron a la consideración del espacio marítimo dentro del espacio geográfico.
Los principios del habitat y poblamiento
A pesar de que los temas oceánicos tuiveran una destacada presencia en la geografía del último tercio del XIX, la geografía universitaria de las primeras décadas del XX, cuestiona la pertenencia del espacio marítimo al ámbito geográfico. Ello es posible detectarlo en los textos de estos geógrafos universitarios y en el mismo contenido de los congresos internacionales en que la sección de oceanografía es suprimida en el período de entreguerras.
Las razones de tal posición son, sin embargo, anteriores y habría que buscarlas en la interpretación que se hizo de las teorías ambientalistas que llevaron a identificar el espacio geográfico con el espacio habitado.
El pensamiento geográfico a partir de la segunda mitad del siglo XIX, estuvo marcadamente influenciado por las ideas darwinianas a raíz de la publicación de Origen de las especies (1852).
Según Stoddart (1972), fueron tres conceptos los que incorporó la geografía procedente de Darwin: 1) desarrollo a través del tiempo; 2) relación entre el organismo y su habitat, desarrollado por Haeckel en la nueva ciencia ecológica; 3) selección y lucha, interpretado en un sentido, determinista. Un cuarto concepto, el de las variaciones al azar fue «por razones religiosas y científicas olvidado en los círculos de geografía» (Stoddart, O. R., 1972, 52, 65).
De estos conceptos aislados no puede afirmarse que tengan una determinada influencia en la valoración específica del espacio geográfico, aunque sí puedan favorecer ciertas interpretaciones. Por otro lado, aunque el océano no tuviera un tratamiento especial en las obras de Darwin, sí que desempeñó un papel destacado en el análisis de la infuencia de la consideración del mar, bien como barrera para la emigración, o como medio de transporte de organismos vegetales (Darwin, C., 1921, cap. X; Darwin, s. f., 409-4101).
En el énfasis puesto por la geografía en el impacto de las condiciones ambientales y que condujeron a la doctrina de las relaciones causa-efecto desarrollada por la escuela determinista (Jones, E., 1956; Davis, W. K. 0.,1972,32; Fitz Gerald, B. P., 1975,4-5) pueden encontrarse los indicios que llevaron a asociar el espacio geográfico con el espacio habitado y por ende con el espacio continental al incorporar al hombre en el mundo viviente, concepto darwiniano que, según Stoddart, fue la contribución más significativa de Darwin a la ecología (Stoddart, O. R., 58).
No obstante la idea de asociar el espacio geográfico al espacio habitado se encontraba ya en Carl Ritter, mientras que para Richthofen «la geografía era el estudio de la corteza firme terrestre» (Hettner, A., 1976 [1927] 96, 97).
Los principios de habitat y poblamiento que, según J. Gottman (1976 [1947] 126), son los únicos que utiliza la geografía humana, fueron aplicados al espacio marítimo cuando se comprobó el alto grado de circulación que en él se operaba, deduciendo de tal fenómeno que dicho espacio pertenecía al ecúmene (Sorre, M., 1948-1951).
Pero, previamente, en las obras de
geografía el océano ocupó un lugar que, bajo el peso
de los acontecimientos, adquirió una destacada significación
aunque fuese, contradictoriamente, para señalar el valor de la continentalidad
en la valoración del espacio.
El mar como espacio de expansión
Aunque al imperialismo de las últimas décadas del XIX se sumaron potencias que no poseían una amplia tradición marítima, el mar en la expansión colonial tuvo unas funciones definidas y fue un factor clave en el desarrollo de este proceso.
Sabido es que la geografía tuvo un destacado papel en la política colonial y que, específicamente, las sociedades geográficas se encargaron de impulsar los intereses imperialistas y estimular en las metrópolis la necesidad de la expansión (Freeman, T. W., 1965; Bridges, R. C., 1973; Shepperson, G., 1973; Broc, N., 1974, 1978; Miege, J. L., 1975, Capel, H., 1977).
La geografía que surge en las últimas décadas del XIX debido a sus vínculos con el imperialismo adquirió una imagen del océano en íntima dependencia con la función que a su vez el océano desempeñó en la materialización de la política colonial.
A partir del fenómeno colonial en su relación con el espacio marítimo, esbozaremos algunas líneas significativas a través de las cuales se manifestaron los intereses oceánicos: doctrina del poder naval, textos geográficos, congresos y publicaciones, junto con una breve alusión al caso de España.
No nos incumbe aquí abordar las múltiples causas de la expansión colonial del último tercio del XIX, problema que sigue siendo objeto de debate; nos limitaremos a utilizar una hipótesis debida a David K. Fieldhouse (1977 [1973]) que consideramos puede ser provechosa para una mejor comprensión del fenómeno marítimo asociado al imperialismo.
D. K. Fieldhouse relativiza la importancia de los factores económicos en el imperialismo de últimos del XIX, resaltando el hecho de la continuidad del fenómeno expansionista, pero resaltando que «la novedad del imperialismo de fines del XIX hay que buscarla en la velocidad y universalidad del avance europeo y no en el mero hecho de que sucediera» (Fieldhouse, 1977, D. K., 522).
Creemos que en este nuevo factor, el ritmo de la expansión, desempeñó un papel insustituible la navegación y, en consecuencia, el océano como espacio de expansión.
El avance de las potencias coloniales -que pasaron de cinco antes de 1830, a diez en 1914lo estima Fieldhouse en 560.00~ Km2 año, de manera que en la primera década del siglo XX, la ocupación colonial afectaba al 90 % de Africa, 99 % de Oceanía y 56 % de Asia (Fieldhouse, 1977, D. K., 7,8; Duroselle, J. B., 1974 [1967] 216).
Este proceso queda reflejado en el crecimiento de la flota mercante que duplica su tonelaje entre 1900, y 1914 (Alexanderson, G., Norstrom, G., 1963,29); es el período en el que hacen su aparición las nuevas potencias marítimas, Alemania, Italia, Estados Unidos y Japón (Perpillou, A., 1965).
De estos hechos se tenía plena conciencia en la época, e hicieron afirmar a Leroy-Beaulieu en 1889: «El progreso de la navegación marítima es el principal fenómeno de los tiempos presentes» (cit. por Miege, J. L., 1975, 5).
De la intensa circulación y de la cristalización de las rutas sobre el mar surgió la necesidad de defenderlas y con ello a aparición de las primeras estratégias marítimas plenamente formuladas.
La primera formulación teórica sobre la necesidad del poder naval, provino de un país que todavía no era potencia marítima. Fue el almirante norteamericano Alfred Thayer Mahan, quien llevó a un primer plano el factor marítimo en su obra Influencia del poder naval en la Historia (1892).
Los postulados del almirante, surgen en un contexto histórico muy receptivo a las cuestiones oceánicas y como respuesta a la crisis norteamericana una vez finalizada la guerra civil (1861-1865) y el proceso de colonización interior.
Sus tesis suponen el anuncio y justificación de un imperialismo marítimo vigorizado y provisto de una vitalidad acorde con un Estado en plena euforia expansiva. Mahan toma como modelo a Gran Bretaña, ejemplo de la doctrina de la «concentración del poder» que consigue un control de sus rutas oceánicas mediante una potente flota de guerra.
La obra de Mahan causó un profundo impacto: desde la opinión pública a sectores profesionales especializados -entre ellos los geógrafos, como veremos más adelantehaciendo surgir el debate poder marítimo-poder terrestre; su influencia »(...) explica sobradamente la estrategia naval de la Gran Guerra» (Duroselle, J. B., 203).
Con la expansión colonial se toma conciencia del importante papel que puede desempeñar el mar como espacio de circulación y dominación, apareciendo las obras de geografía orientadas a destacar dichos aspectos: L. Figuier, La Terre et les mers (1864); P. Banier, Géographie apliquée a la marine, au commerce et á l'industrie (1878); C. G. Chisholm, Handbook of commercial Geography (1889) y editoriales como la Societé d'Editions geographiques, maritimes et coloniales (París).
En este contexto es muy reveladora la obra del geógrafo francés Marcel Dubois, un teórico de la colonización que alternaba su labor geográfica con actividades en la Ligue de la Patrie Francaise, en la Unión Coloniale Francaise y en la Ligue Maritime, donde se encargó de popularizar el ideal colonial (Broc, N. 1978). Su demostrado interés por la geografía colonial le llevó a preocuparse por los hechos marítimos en escritos como Océanographie et Océanie (1892), Du role des articulations littorales (1892) y La crise maritime (1910).
En España los sectores más sensibilizados ante la profunda crisis generada a fines del XIX acogen las doctrinas del poder naval como el remedio milagroto para la recuperación, llegándose a afirmar que la Marina «es la fuente más fecunda de cultura, poder, de riqueza (...) de espiritualidad, religiosidad y patriotismo, y por lo tanto, una de las piezas angulares de la reconstitución nacional» (Navarrete, A., 1917,37).
Junto a la Marina, la geografía era el complemento ideal de la reconstitución: «Trataré de demostrar que por falta de ciencia geográfica nuestra patria ha ido a una casi ruina» (Ricart Giralt, J. B. S. G. M., LlV, 1912,9).
Bajo el impacto de la crisis naval, se editó en España en 19011 la obra de Mahan y de influencia surgieron obras como Patria y Sea Power» (1901) de Manuel Andújar, prologuista de la traducción española de Mahan; Del poder naval y de su necesidad para España (1909) de José María Gavaldá, y El factor naval de España en el problema mediterráneo (1914) de A. Jimeno; entre otros. Por otro lado, en 1903 se introdujo una Geografía Marítima en el plan de estudios de la Escuela de Guardias-Marina (Herrero García, L. 190'3) Y en la misma fecha aparece un folleto en Barcelona titulado Notas pedagógicas y proyecto de una Escuela Naval de Comercio, por Juan Antonio Güell en el que afirma que la geografía «(...) y sobre todo su conocimiento práctico por medio de los viajes, ejerce un efecto sugestivo en la formación del carácter; desarrollando la acometividad de empresas y la tendencia al desarrollo y expansión de las mismas» (Güell López, J. A., 190G, 16).
Como dato significativo de la receptividad de la geografía ante los fenómenos oceánicos asociados al expansionismo, se encuentra ese 32 % de artículos y comentarios dedicados al tema de la circulación en la revista «Annales de Géographie» (ver gráfico), teniendo en cuenta que bajo otros epígrafes como los de «navegación», «exploraciones» o «geopolítica» pueden aparecer temas análogos; ello indica una multiplicidad de enfoques, aunque en beneficio de la claridad del gráfico, hemos sintetizado la clasificación temática.
Por último, las vinculaciones entre geografía y política colonial quedan reflejadas en los congresos internacionales celebrados entre 1871 y 1913. Los temas marítimos son tratados bajo distintas denominaciones: al margen de la oceanografía de la que ya hemos ocupado, dichos temas aparecen bajo los títulos de geografía económica, comercial y estadistica o viajes y exploraciones, planteándose temas como «¿Cuáles son, en qué países, las causas principales del declive de la Marina Mercante?»; «Un pueblo que abandona a los otros la explotación de sus relaciones marítimas, marcha por un buen camino económico?» (cit. por Pumain, D., 1972-75) o bien alguna de las recomendaciones efectuadas en 1871 bajo el epígrafe de «para la consideración de la Potencias Marítimas» (cit. por Freeman, T. W., 1972,200).
Las líneas hasta aquí esbozadas nos han permitido establecer un primer nivel de relaciones entre la geografía y hechos marítimos-coloniales que han contribuido a configurar una imagen del océano como superficie de circulación.
Interesa abordar a continuación
un segundo nivel a partir de escritos que han constituido parte de las
bases teóricas del pensamieno geográfico moderno.
El mar: entre la geografía política y la «regionalización»
A fines del siglo XIX y primeros del XX se comienzan a sistematizar los conocimientos geográficos y a construir un cuerpo doctrinal con la intención de exponer las líneas maestras de una geografía general humana.
El propósito de este último epígrafe es mostrar la visión que se desarrolló del océano a partir de perspectivas teóricas que, aunque contenían elementos comunes, pretendían objetivos heterogéneos.
En síntesis puede establecerse una línea que siguió las pautas de la geografía política, y otra que condujo al tratamiento del espacio marítimo dentro del esquema conceptual de la geografía general; desde ambas actitudes se destacó la continentalidad como factor clave de las relaciones espaciales.
Las ideas darwinianas se encuentran igualmente en la base de los fundamentos teóricos de la geografía política. Las concepciones ambientalistas fueron recogidas por tres grandes figuras de la geografía (Friedrich Ratzel, Halford Mackinder y Vidal de la Blanche) que, al mismo tiempo, son considerados como los creadores de las escuelas europeas de geografía política (Célérier, P., 1969 [1955] 12).
El organicismo, que había sido asumido por el pensamiento geográfico, fue aplicado en tres niveles: Tierra, regiones y Estados (Stoddart, D. R., 59); sobre este último nivel, el Estado, se juzgó que actuaba el principio de selección y lucha que, a su vez, estaba asociado con las ideas económicas y políticas del XIX. F., Ratzel basándose en estas concepciones estableció las leyes para el crecimiento de los estados. (FitzGerald, B. P., 1974, 67; Dickinson, R. E., 1969,69).
¿Qué función ejercía el espacio marítimo en las tesis ratzelianas? En primer término Ratzel no fue ajeno a los acontecimientos contemporáneos: un año después del lanzamiento de la política naval germana, aparece su obra Das Meer als Quelle der Volkergrose, 1898 (El mar como fuente de grandeza nacional) en la que están presentes las ideas de Mahan (Strausz-HupN, R., 1945, 282) Y donde se expresa la preocupación por la actualidad alemana (Gottman, J., 1952, 43).
En el plano teórico, Ratzel define al océano como un espacio abstracto de cara a las tentativas del hombre por dominarlo económica y políticamente, afirmando que el carácter fundamental del océano es el de constituir una «vía» (Ratzel, F., 1907 [1901-1902]. Este carácter lleva implícito dos concepciones: una relaciona directamente el mar Con la actividad comercial que se desarrolla en Europa desde la segunda mitad del XIX; la segunda descarta el espacio maríti. mo como espacio humanizado ya que no pertenece al ecúmene, noción vinculada al espacio susceptible de ser habitado por el hombre. Uno de los límites del ecúmene es precisamente el mar (Broc, N., 1977, 87).
El carácter de «vía» asignado al mar, condujo a su tratamiento dentro de la geografía de la circulación, cuyas líneas maestras fueron trazadas en la segunda edición (1903) de Politische Geographie (Huckel, G. A., 1906, 40,1), donde la circulación marítima es analizada en función de las necesidades del Estado (Maull, O., 1959, 66).
Las ideas ratzelianas que se utilizaron para la constitución de la geopolitica como disciplina encargada de alimentar el expansionismo nazi (Dumont, M., 1955). permitían pensar en función de los grandes espacios, y en este sentido el océo. no ofrecía una mayor accesibilidad para la formación de grandes bloques políticos como el de las «potencias euroasiático-transcontinental» proyectado por el general Karl Haushofer, en su obra Geopolítica del Océano Pacífico, 1924 (Wei. gert, H. W., 1944, 182), obra en la que se encuentran presentes las influencias de Mahan y del geógrafo británico Halford Mackinder.
Efectivamente quien otorga un carácter riguroso y sistemático al factor marítimo dentro de la geografía política, es H. Mackinder (18611947); a este respecto pesaron sobre él las concepciones de Mahan y Fairgriéve, autor de Geo. graphy and Word Power, 1915 (Sanguin, A. L., 1975, 279).
Las tres obras básicas que sirvieron para el lanzamiento de sus tesis geoestratégicas fueron Britain and the Brítish Seas (1902), The geographical pívot 01 History (1904) y Democratíc Ideals and Realíty (1912).
La primera obra sirvió para elaborar una profunda reflexión acerca de la potencialidad marítima de Inglaterra frente al surgimiento de potencias con una amplia base territorial. Aunque el gérmen de esta idea apareció en el articuio The physica/ basis of Po/itica/ Geography (1890), en Britain and the British Seas está presente ante todo la cuestión de la superviviencia de Gran Bretaña.
Los trabajos de Mackinder que produjeron un mayor impacto fueron The geographical pivot... y Democratic ideals..., en este último se complementan y afianzan las tesis planteadas en el primero y fue escrito después de la Gran Guerra con la intención de «(...) persuadir a los realizadores del Tratado de París de dividir Europa del Este, en tal sentido, que quedara bajo control de cualquier nación o estado «Blouet, B. W., 1976, 228) .
De las teorías de Mackinder se desprende que el verdadero poder reside en el continente y la función del espacio marítimo es la de facilitar la circulación que no es practicable por tierra. En consecuencia, no es posible la existencia de potencias basadas únicamente en factores marítimos; es indispensable contar con una amplia base territorial:
«Lo que nos ha interesado aquí es más bien lo referente a las bases del poder marítimo y las relaciones de la misma con las del poder terrestre. A la larga, esta es la cuestión fundamental»; «Tan impresionantes han sido los resultados del poder marítimo británico, que ha habido tal vez una tendencia a despreciar las advertencias de la historia y a considerar en general que el poder marítimo tiene inevitablemente, a causa de la unidad del océano, la última palabra en la disputa con el poder terrestre» (Mackinder, H., Democratic Ideals..., cit, por Strausz-Hupé, R., 287-288).
Las tesis hasta aquí examinadas no sólo no introducen nuevas concepciones del espacio marítimo, sino que reafirman la imagen del océano como una gran superficie de circulación. En definitiva las concepciones geoestratégicas no hacían más que defender una utilización del espacio determinada por los intereses hegemónicos.
La segunda línea apuntada al inicio de este epígrafe se caracteriza por alcanzar las mismas conclusiones desde posiciones que pretendían vaciar de contenido político las relaciones espaciales, y fue desarrollada por la escuela francesa bajo el magisterio de Paul Vidal de la Blache.
A pesar de que la obra de Ratzel Politische Geographie tuvo, en principio, una buena acogida en Francia (Vidal de la Blache, P., La Géographie politiqueo A propos des écrits de H. Frédrec Ratzel, 1898) e incluso surgieron discípulos del geógrafo alemán (Camille Vallaux, Jean Bruhnes J. Ancel), los derroteros seguidos por la geografía, sobre todo a partir de los escritos del teórico sueco Rudolf Kjellen, provocaron una áspera reacción entre los geógrafos franceses que se fue incrementando a medida que el expansionismo alemán se hacía más palpable (Demangeon, A., 1932).
Por influencia de Vidal de la Blache se impuso una aparente despolitización del «discurso geográfico» (Lacoste, Y., 1977); actitud tendente a presentar los fenómenos naturales prescindiendo de factores económicos y sociales. De hecho obras de Vidal como Etats et Nations de /'Europe (1889) Y France de /'Est (1917) poseían una orientación específica relacionada con los territorios en pugna con Alemania (Freeman, T. W., 1965, 92). Francia, al igual que otros países, afirmaba su nacionalismo en la medida que acentuaba las vinculaciones entre el hombre y el suelo.
Vidal de la Blache mostró sustancial mente una imagen de Francia netamente continental: «Francia pese a su posición entre dos mares se adhiere largamente al tronco continental»; «la sustancia de la civilización francesa es de origen totalmente continental» (cit., por Ribeiro, O., 1968, 644). La afirmación de la continentalidad -basada en la presencia humana permanente y en el contacto secular con la tierra- suponía el rechazo del espacio marítimo como espacio geográfico: «El navío se desplaza sobre el agua, la mar surcada se vuelve a cerrar y la estela se borra; la tierra conserva más fielmente la traza de los caminos que hace tiempo hallaron los hombres» (cit. por Ribeiro, O., 658).
En la obra Principes de Géographie Humaine (1922), Vidal parte de la premisa de que el hombre es un ser terrestre y que en los grupos humanos no existe una atracción general hacia el mar. Esta concepción aparece pues como una continuidad de las tesis ratzelianas.
Tanto desde la geografía política como desde la geografía que auspiciaba una aparente despolitización, se derivaba una concepción del espacio oceánico ligada casi exclusivamente a los fenómenos de circulación, ya fuese en función de las rutas comerciales o de las posibilidades de una mayor movilidad para la estrategia naval. Este es el caso de Camille Vallaux (Géographie Géneral de Mers, 1933) y André Siegfied (Suez. Panamá et les routes maritimes mondiales, 1943) autores que desde una posición vidaliana, establecen una estructura del espacio marítimo dentro del marco de la geografía regional.
La escuela regional francesa no modificó sustancialmente las concepciones básicas ya expuestas en líneas anteriores, pero sí incorporó los nuevos conceptos por ella desarrollados. Así Jean Bruhnes (1910) destaca la función nutricia del mar; J. Rouch (1927) es el primero en hablar de la humanización del paisaje maritimo por influencia de Max Sorre que introdujo la noción de paisaje en la geografía (Claval, P., 1974, 95).
A Sorre se debe igualmente la introducción del espacio marítimo dentro del ecúmene: «(...) la existencia de navíos que aseguran un servicio (rutas) es un acontecimiento de una significación geográfica muy importante: ello resuelve la cuestión de saber si las extensiones oceánicas pertenecen al ecúmene» (Sorre, M., 1948-1951,538-539).
Con estas aportaciones quedaba teóricamente integrado el espacio marítimo dentro del espacio geográfico, aunque esta apoyatura teórica no fuera lo suficientemente eficaz para incorporar nuevos enfoques adaptados a los nuevos usos del océano.
La producción geográfica más reciente ha reaccionado de forma irregular ante estos nuevos usos del océano; así en el congreso internacional de 1972 volvió a desaparecer la sección de oceanografía, no existiendo ninguna otra sección que hiciese mención a este espacio. Sin embargo el geógrafo francés François Doumenge, en 1965, se interrogaba sobre si «la humanidad de la segunda mitad del siglo XX está en condiciones de construir una civilización del mar» (Doumenge, F., 1972, 317), Y afirma que «el limitado horizonte de tierra firme (...) ¡tiene que estallar y abrirse a las inmensidades oceánicas dotadas ciertamente de tres auténticas dimensiones» (Doumenge, F., 317).
En cuanto a las nuevas tendencias geográficas que han introducido la cuantificación y los modelos en su análisis, han mantenido esencialmente la imagen del océano como superficie de circulación, ya que han centrado sus objetivos en el transporte marítimo y su infraestructura.
Dentro de esta tendencia y en un primer nivel pueden distinguirse: a) textos cuyo contenido es estrictamente marítimo (Alexanderson, G. y Nortrom, G., 1963; Bird, J., 1971; Couper, A. D., 1972); b) obras en las que el transporte marítimo es analizado en función de la estructura general del transporte (Taaffe, E. J., 1973; Wolkowitsch, M., 1973). En el primer apartado existe una especial atención a la función del buque como instrumento de transporte, a la indu~ria que se desarrolla en torno a él (Alexanderson, G.; Couper, A. D.) y a los complejos portuarios (Bird, J.). En el segundo (cronológicamente más reciente), dada su concepción inicial, se tiende al análisis de los conceptos de región funcional, redes y puntos nodales, insertando el transporte marítimo como un elemento más de la estructura espacial que se examina.
En la producción geográfica
más reciente no se detecta, por tanto, una clara tendencia a la
sistematización del espacio marítimo, llegándose todo
lo más a intentos de clasificación de las actividades marítimas,
como el realizado por Dezert (1974). Sin embargo, la bibliografía
geográfica va incorporando nuevos temas oceánicos de particular
interés, tales como la polución, los recursos y la extensión
de los límites jurisdiccionales marítimos, lo que denota
el profundo impacto causado por estos problemas en toda la comunidad científica.
CONCLUSIONES
La revisión de los principales problemas que han afectado al uso del océano y el análisis de la posición de la geografía ante ese conjunto de problemas han mostrado ciertos desajustes entre la amplitud del dominio geográfico y su capacidad para dar respuestas eficaces a las necesidades surgidas en el espacio oceánico.
En segundo término, aunque el espacio marítimo presente determinadas particularidades que le han llevado a una posición ambigua en lo que se ha venido considerando como «espacio geográfico». creemos que no se trata de un caso excepcional o una anomalía dentro del campo de estudio de la geografía. En realidad desde que Varenio abogaba por la consideración de la geografía como una parte de las matemáticas, sigue en pie el debate acerca del estatuto científico de la geografía y su relación con aquellas ciencias con las que comparte objetivos científicos y que, en determinados momentos, los geógrafos se han apresurado a calificar como «auxiliares».
En lo que concierne al ámbito oceánico está justificado interrogarse acerca de la necesidad de un enfoque geográfico de las cuestiones relacionadas con el espacio marítimo y su tratamiento científico. En este sentido son claramente significativas las palabras de un destacado investigador oceanográfico, al afirmar que «No existe una ciencia llamada Oceanografía. La Oceanografía es un estudio global de un ambiente» (Costeau, J., 1978 (1973),5).
Resulta ahora oportuno estimar si es pertinente insistir en la búsqueda de unas bases conceptuales que permitan el análisis y la elaboración de esquemas teóricos, propios del saber geográfico, y su aplicación al espacio oceánico.
Parece inevitable que ello depende
de la posibilidad de aportar una estructura conceptual que sirva de base
para que la geografía pueda organizar y especificar sus objetivos
y su campo de actuación. En consecuencia sería un factor
desorientador abogar por el desarrollo de una geografía marítima
-lo que no haría más que aumentar la confusión y las
múltiples geografías existentes- en lugar de esforzar, como
parece más correcto, por la clarificación misma de la geografía
como ciencia.
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