REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. XVI, nº 953, 15 de diciembre de 2011 [Serie documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana] |
NOTICIA Y RECUERDO DE MANUEL SACRISTÁN
Alfons Barceló
Universitat de Barcelona
Recibido: 15 de febrero de 2011. Aceptado: 30 de marzo de 2011.
Noticia y recuerdo de Manuel Sacristán (Resumen)
Manuel Sacristán Luzón (Madrid, 1925- Barcelona, 1985) fue seguramente el intelectual marxista más prestigioso y respetado en la España del siglo XX. Cuatro facultades universitarias de Barcelona han patrocinado hace pocos meses unas Jornadas sobre su legado, con ocasión del 25 aniversario de su muerte. Esta comunicación rememora su magisterio como profesor de filosofía de las ciencias sociales sobre la base de vivencias de 50 años atrás.
Palabras clave: Sacristán, marxismo, filosofía de las ciencias sociales
Notice and memory of Manuel Sacristan (Abstract)
Manuel Sacristán (Madrid, 1925- Barcelona, 1985) was perhaps the most prestigious and respected marxist thinker in the XX century in Spain. A few months ago four university faculties in Barcelona have organized a conference about his legacy, commemorating the 25th anniversary of his death. The present paper remembers his work as a teacher of Philosophy of Social Sciences, according to personal experiences occurred 50 years ago.
Key words: Sacristán, marxism, philosophy of social sciences
Hace 25 años, el 27 de agosto de 1985, murió Manuel Sacristán, el filósofo marxista español del siglo XX más riguroso, informado y abierto. Escribió mucho, pero sólo publicó dos libros redondos, uno sobre lógica formal, otro sobre Heidegger. A partir de 1983 fueron reunidas muchas de sus obras breves de menor empaque (artículos, ponencias, prólogos, opúsculos) en una serie de volúmenes bajo el título genérico Panfletos y materiales. En general se trata de trabajos esclarecidos, vigorosos y originales. Bien es verdad que el propio autor los juzgó así, con poca benevolencia y una pizca de humildad y de humor negro: “Los dos tomos aparecidos de Panfletos y materiales revelan bastante bien el desastre que en muchos de nosotros produjo el franquismo: son escritos de ocasión, sin tiempo suficiente para la reflexión ni para la documentación”.
La formación básica de Sacristán era sólida, y su talante, nada proclive a la frivolidad ni a la superficialidad. Era licenciado en Derecho y doctor en Filosofía. Estuvo becado para estudiar (1954-1956) en el Instituto de Lógica y Fundamentos de la Ciencia de la universidad de Münster, dirigido por Heinrich Scholz. Aunque al final fue promovido a catedrático de universidad, previamente tuvo que padecer, en diversos períodos, ostracismo académico y persecución política, a causa de su militancia en el Partit Socialista Unificat de Catalunya. Se vio por tanto impelido a ganarse la vida haciendo traducciones (excelentes) del inglés, alemán, francés, italiano, griego clásico y catalán. Tradujo un promedio de seis libros por año durante mucho tiempo. La relación de obras sería demasiado extensa, pero -si para muestra basta un botón- he aquí un breve listado de autores traducidos: Marx, Engels, Schumpeter, Lukács, Korsch, Gramsci, Quine, Adorno, Galbraith, Copleston, Havemann, Marcuse, Bunge. En algún momento lo justificaba así: “Al traducir no sólo me ganaba la vida, sino que colocaba producción cultural en la vida cultural del país”. Conviene apuntar asimismo que en ciertos momentos dirigió de hecho diversas revistas culturales y políticas como Laye, Realidad, Nous Horitzons, Materiales o Mientras tanto.
Sin embargo, en mi opinión, donde sus cualidades brillaron muy por encima de lo normal fue en las tareas docentes. Como profesor universitario era soberbio. Conviene decir expresamente que sus extraordinarias dotes pedagógicas y su compromiso con una enseñanza rigurosa y seria le granjearon un profundo respeto como maestro universitario por parte de varias cohortes de economistas. Eso ha sido certificado de forma rotunda por Ernest Lluch, ministro de Sanidad, Narcís Serra, ministro de Defensa, Pascual Maragall, Alcalde de Barcelona, Andreu Mas-Colell, Consejero de la Generalitat de Catalunya y economista teórico de talla internacional. Su buen hacer analítico y filosófico ha sido reconocido asimismo por colegas de primera fila, como Jesús Mosterín, Javier Muguerza, Emilio Lledó o José María Valverde.
Los días 15, 19 y 21 de octubre de 2010, la Associació d'Estudiants Progressistes organizó unas Jornadas sobre el legado de Manuel Sacristán (1925-1985) con la colaboración de dos facultades de la Universitat de Barcelona (Economia i Empresa; Filosofía) y otras dos facultades de la Universitat Pompeu Fabra (Ciències econòmiques i empresarials; Ciències polítiques i socials). El texto fuente del presente ensayo fue escrito a demanda de los estudiantes organizadores de las mencionadas Jornadas, para ser leído en una de estas sesiones. Estaba, pues, redactado en catalán y tenía como destinatarios preferentes a estudiantes universitarios de ciencias sociales. Fue leído el 19 de octubre en el Aula Sacristán de la Facultad de Economía y Empresa, en una sesión con el título genérico Metodologia i Ciències socials. El texto que presento a continuación es una versión similar, pero distinta. Además de estar vertida al castellano, la presente comunicación amplía y recorta, revisa y ajusta los contenidos del documento original a fin de facilitar la comprensión a un público más extenso y menos homogéneo.
Recuerdo de Manolo Sacristán
Fui alumno del profesor Sacristán en la Facultad de Ciencias Económicas de Barcelona hace exactamente cincuenta años, durante el año escolar 1960-1961. Tenía yo 17 años y estaba también matriculado en segundo curso de Derecho. Por aquel entonces en España la mayoría de las carreras universitarias duraban cinco cursos académicos, las asignaturas se daban a lo largo de tres trimestres y los profesores fijaban con alto margen de discrecionalidad el contenido concreto de las materias que impartían. Dicho sin remilgos: hacían lo que les daba la gana. Los planes de estudio eran en general declaraciones orientativas y más bien retóricas. Los catedráticos eran pocos, estaban encastillados en pocas universidades, y mandaban mucho. Además, en un régimen político que enaltecía como uno de sus principios rectores, no la democracia ni las libertades, sino la “jerarquía”, gozaban de un poder casi omnímodo dentro de su reducto particular, de modo que explicaban lo que les apetecía y examinaban del temario que se les antojaba.
Sacristán era encargado de curso (una categoría docente con poco sueldo y nulas garantías de permanencia) de Fundamentos de Filosofía, una de las cinco asignaturas que se impartían en el primer año de Económicas (las otras eran: Teoría económica I, Sociología, Historia económica mundial, Derecho civil). El año anterior había explicado sobre todo lógica formal, pero a la vista de los magros resultados en cuanto a aprovechamiento y complicidad con el alumnado, en este curso había decidido ocuparse de las corrientes de la filosofía del siglo XX. El programa estaba centrado en tres ejes: -neopositivismo, -existencialismo, -marxismo. Recuerdo en especial que nos dio a conocer los planteamientos del Círculo de Viena (Moritz Schlick, Otto Neurath, Rudolf Carnap), las principales tesis del primer Wittgenstein, las ideas y ocurrencias de Heidegger y Sartre, la existencia del “personalismo”, una corriente de izquierdas de raíz humanista y cristiana nacida en Francia.
En las clases hacía referencia a autores y libros, pero sin aturdirnos en demasía. Le gustaba leer, con cadencia apropiada, fichas con pasajes de los pensadores que nos quería dar a conocer, a fin de que pudiésemos catar en alguna medida su sabor auténtico. Recalcaba que por filosofía (hasta principios de la era moderna) se entendía el conjunto de conocimientos racionales y sistemáticos, de modo que filosofía se contraponía a teología, la cual era una suma de afirmaciones basadas en la revelación y el magisterio de la Iglesia. Por otra parte, a menudo se hacía eco, y en buena medida suscribía, de una tesis kantiana que sintetizaba en clave aforística: “No hay filosofía, hay filosofar”. Esto es: hay investigación, se va haciendo camino, se consigue afinar categorías y razonamientos, pero no hay una estación terminal paradisíaca, ni se avanza ineludiblemente en la buena dirección. Parecía obvio que no perseguía nuestro aplauso, ni nuestro entusiasmo. Su objetivo era más bien que dispusiéramos de información seria, que entendiésemos los problemas y las visiones, que desarrolláramos nuestro espíritu crítico, y también que afináramos nuestra conciencia moral y nuestra solidaridad con los explotados y oprimidos.
Sintetizaré todo eso diciendo que nos enseñó a diferenciar entre palabras y hechos, verdad y retórica, espíritu altruista y afán de promoción, a ver las cosas desde diferentes ángulos, a conjeturar que todo fenómeno tiene diversas facetas, zonas oscuras, causas complejas, de manera que conviene distinguir en toda realidad distintos planos y múltiples interdependencias. Por descontado, la semántica y la lógica no resuelven, claro está, todos los problemas; pero son buenos instrumentos analíticos. Asimismo es preciso discernir entre ciencia, ideología y valores, a pesar de que siempre existen conexiones y túneles y puentes entre estos tres territorios. A la postre, sin embargo, el aprendizaje más enriquecedor para mi proceso formativo fue impregnarme de un ideal normativo de modestia y de rigor, de duda metódica y de búsqueda de la verdad. En términos de componentes básicos quizá se podría expresar como una combinación de información, estudio, reflexión y critica, mientras uno procura fijarse objetivos (intelectuales y prácticos) sin andar a la greña por los cerros de Úbeda.
A una distancia de medio siglo desearía poner énfasis además sobre dos aspectos, uno de método o forma, otro de talante. En España, en 1960, para los adolescentes de 17-18 años, con una formación básica deficiente y distorsionada por el nacional-catolicismo que había adoptado como ideología de referencia la dictadura franquista, el profesor Sacristán no sólo destacaba como sabio, sino que también era un excelente comunicador, con gran capacidad de seducción merced a su soltura en el discurso, claro, riguroso y refinado, de una parte, y por otra, su diligencia en la presentación de los asuntos, tanto en lo que se refiere a aducir pruebas como en la articulación de las cadenas argumentales. Hay que destacar asimismo que se tomaba su profesión muy en serio y que era extremadamente respetuoso con los alumnos. O sea, se preparaba con esmero las clases, exponía con pulcritud, dominio del lenguaje y con argumentaciones atentas, sin dejar recovecos en la penumbra. No resulta sorprendente, por lo tanto, que fuese considerado por una muy amplia mayoría como uno de los mejores maestros de la universidad de Barcelona, y que muchos envidiásemos tanto su capacidad comunicativa como su castellano con bonita dicción mesetaria.
La segunda faceta que quería destacar se refiere al modo como trataba a los autores. Resultaba fascinante cómo se esforzaba en ponerse en la piel de los protagonistas seleccionados. Desde luego, no se privaba de criticar ni de lanzar algún comentario sarcástico; pero sobre la base de un profundo respeto intelectual. Los filósofos examinados podían estar equivocados, pero no era buena práctica sospechar de entrada que eran una pandilla de imbéciles. Por lo común los pensadores estudiados tenían como objetivo tratar problemas importantes o, como mínimo, interesantes. Tal vez posteriormente dichos problemas quedarían aparcados, superados o disueltos, pero no era ocupación estéril seguir el rastro de sus ideas y sus esfuerzos por esclarecerlas. A menudo resultaba instructivo examinar las rutas que habían explorado, analizar el contexto y los estímulos a partir de los cuales habían germinado sus problemáticas y, por último, hacer balance de los logros alcanzados (tanto positivos como negativos, fueran problemas resueltos o un irremediable fracaso).
Conviene recordar, dicho sea de paso, que no era esa la práctica normal en el ámbito de la enseñanza y la transmisión cultural en la España de aquellos años. Todavía tengo bien vivo el recuerdo, por ejemplo, de cómo había solucionado nuestro profe de filosofía de bachillerato (y director de un colegio de frailes) la difícil papeleta de resumirnos el pensamiento de John Locke: “John Locke. ¡Juan el Loco! Ya está todo dicho... ¡No hace falta explicar nada más!”
Un legado particular distribuido en cuatro tesis
Voy a esbozar ahora el legado de Manolo Sacristán, desde mi experiencia particular. Como preludio, acaso sea oportuno dejar dicho que nunca fue para mí un guía político, pero sí un magnífico mentor intelectual. Aunque las enseñanzas recibidas no puedan describirse con unas pocas frases, intentaré dar una idea de ellas por medio de un listado de componentes principales, tales como escepticismo, rigor, historicismo, atención a la multiplicidad de niveles y a la complejidad, apertura ante las novedades y desconfianza ante las modas. Para dar más realce al asunto, he agrupado y condensado las ideas subyacentes en “cuatro tesis” que expongo brevemente a continuación.
Con todo, a modo de introducción, deseo presentar dos miniaturas anecdóticas que nos ayudarán a reconocer el terreno por el que vamos a transitar punto seguido. A saber, en 1983, con ocasión del centenario de Marx, le preguntaron a Sacristán en una entrevista qué pensaba de la crisis del marxismo. Su respuesta fue: “Todo pensamiento decente ha de estar en crisis permanente”. También puede resultar significativo, para tener alguna idea de cómo funcionaba su intelecto, traer a colación una de sus reacciones más típicas al paso de sus lecturas. En efecto, a menudo apostillaba las afirmaciones atrevidas y las propuestas poco fundadas con acotaciones del siguiente tenor, en los márgenes del libro o artículo: “¡¿Y eso, cómo se sabe?!”
Primera tesis, la semántica y la lógica no son ninguna tontería
Necesitamos conceptos esclarecidos y términos depurados para poder razonar bien y socializar el pensamiento. Conceptos y términos son instrumentos intelectuales que hay que afilar con delicadeza y manipular con cuidado. En circunstancias ideales tendrían que servir para entender mejor la realidad, no para engatusar a los inocentes con florituras verbales, ni para hacer ostentación de habilidades pirotécnicas. En definitiva, por tanto, no os dejéis enredar con terminologías esotéricas. De todos modos, en los casos más favorables, mirad de recuperar el núcleo racional del asunto. Para que se entienda: desconfiad de los que alaban los méritos de la dialéctica, pero no se molestan en caracterizar seriamente esta noción, y tampoco defienden la utilidad de la idea con ilustraciones convincentes. Con todo y con eso, ¡ojo!, no seáis impacientemente destructivos. En fin de cuentas, detrás de las ideas emperifolladas y de los términos con mucha carga publicitaria puede haber, a veces, una aspiración legítima que merece ser rescatada. Así ocurre, por ejemplo, cuando la etiqueta de pensamiento dialéctico denota, en el fondo, un proyecto de explicación científica con rasgos historicistas, sistémicos y emergentistas, sin saltarse a la torera las reglas de la lógica.
Segunda, el rigor no es atributo exclusivo de las demostraciones formales,
sino que cubre muchos campos: conceptos bien perfilados, referencias precisas y específicas, propiedades y conexiones claramente determinadas, conocimiento del contexto, matices y puntualizaciones pertinentes. Obviamente, el conocimiento riguroso es un ideal inalcanzable; siempre vamos a parar a concreciones falibles y perfectibles. Pero no se trata de una pura convención ni de otra construcción social más. De hecho, siempre hay grados, y, por otro lado, los criterios comúnmente aceptados respecto del rigor evolucionan en el tiempo y con el tiempo. Por eso no es extraño encontrar en los borradores y notas de lectura de Sacristán apuntes con expresiones del tipo “increíble indecencia de esta gente /en referencia a los estructuralistas franceses y en especial a Roland Barthes/ en el uso de las palabras”; o advertencias señalando el peligro del “desprecio del matiz filosófico”; o quejas ante argumentos que revelan “provinciana ignorancia de las peculiaridades de ámbitos filosóficos”.
Es importante, en suma, no embrollar con retórica oportunista el género de las entidades que se están analizando. Dicho con otras palabras: no hay que confundir y poner en el mismo saco “cosas concretas” y “entes de razón”, objetos y propiedades, procesos y estados, fuerzas y mecanismos, stocks y flujos. Añádase, en parecida longitud de onda, que conviene poner sobre aviso respecto del uso y el abuso de las metáforas. Sin duda, son artefactos mentales, espléndidos como muletas para ayudar a entender y para dar alas a la intuición; pero carecen de potencia demostrativa y de contundencia probatoria. Y a veces conducen a descarrilamientos. No deseo entrar ahora en pormenores sobre todos esos asuntos, pero sí quiero subrayar que es enorme la cantidad de incorrecciones que puede uno reunir escrutando trabajos expertos de ciencias sociales, incluso la literatura de economía matemática presuntamente de calidad irreprochable.
Tercera tesis: Conviene estar al tanto de las novedades, pero no hay que dejarse encandilar a primera vista por la última moda
puesta en circulación; sobre todo cuando carece de apoyo empírico resolutivo y, encima, no está protegida por una red de sostén (directo y/o indirecto) de las disciplinas colindantes. A menudo la moda en cuestión se revela pronto como un espejismo que se disipa sin dejar rastro. Por eso resulta oportuno y aleccionador familiarizarse con la historia de las ciencias y las técnicas, y, todavía más, echar un vistazo a la historia intelectual y política del siglo pasado. Estas visitas constituyen un buen entrenamiento para percibir las distancias entre promesas aventuradas, predicciones especulativas y la realidad pura y dura. Y eso vale tanto en lo que concierne a la gran tribu de los saberes propiamente científicos como en los campos limítrofes, ya sean tecnologías elementales, ciencias en construcción, pseudociencias de diversos géneros, ideologías tradicionales, sistemas de valores en fase de emergencia.
Y cuarta
Durante el siglo XX ha progresado moderadamente (si bien con inmensos vaivenes) la causa de los derechos humanos y de las libertades democráticas. Muchísimo mayor impulso han experimentado tanto los avances técnicos y científicos, como la producción de bienes y servicios. Pero también hay que decir que este siglo ha batido todos los récords en lo que se refiere a asesinatos en masa, hambre, miseria y padecimientos, destrucción de recursos y degradación del medio ambiente. No creo que la batalla para superar tantas desdichas esté perdida irremisiblemente, pero la verdad es que por ahora los signos de los tiempos no parecen apuntar hacia un radiante porvenir. De todos modos, aunque quizá sea una propuesta demasiado ambiciosa, no es disparatado pensar que “la obligación idealizada de toda persona decente tendría que ser asumir el compromiso de conocer y cambiar el mundo, disfrutando de la vida y ayudando a los demás, sin poner en peligro la supervivencia de la especie humana”.
En este sentido me gustaría plantear la pertinencia de la noción de “pecado”, una idea que me parece valiosa y que vengo defendiendo desde una laicidad radical. Esto es, al margen de los delitos y las faltas, categorías situadas en el territorio regentado por el derecho penal y los códigos legales, hay también “pecados” (mortales y veniales) en un ámbito que no se solapa enteramente con los espacios de culpas a los que nos hemos referido hace un momento. En efecto, el atributo “pecado” es apropiado para calificar ciertas acciones (u omisiones) no necesariamente punibles en el plano legal, pero que atentan contra unos principios éticos o unas reglas morales socialmente determinadas (en general no codificadas, ni iguales para todos los grupos poblacionales o profesionales). Bien es verdad que la norma moral es cambiante, depende de estadios históricos y circunstancias varias; pero no es enteramente caprichosa ni puramente convencional. También hay que tener en cuenta que casi siempre hay grados, fronteras borrosas, complejas casuísticas, y bulas y privilegios varios.
El caso es que me complació topar con una cita de Manuel Sacristán en similar longitud de onda: “Echar un velo sobre el mundo para no verlo es precisamente el pecado mortal del intelectual”. Como añadidura, me atreveré a sugerir que son “pecados veniales arquetípicos del mundo intelectual” impartir clases y elaborar documentos o trabajos de investigación en los que campe la frivolidad, la vaguedad o la ignorancia (bien sea por holgazanería, por cobardía o por interés), así como eludir por flaqueza humana las dimensiones críticas o incómodas del asunto que uno está sometiendo a examen.
Quince píldoras “sacristanianas”
Nunca explicitó Manuel Sacristán de manera sistemática los elementos primordiales de su pensamiento filosófico y ético. Aun cuando desde su mayoría de edad permaneció fiel a principios como la racionalidad, la igualdad, la fraternidad, la denuncia de todo tipo de explotaciones y opresiones, por descontado fue evolucionando. Como es natural, fue modificando y refinando sus puntos de vista, al compás y al calor de los acontecimientos históricos y de sus vivencias personales. Durante un largo período se consideró a sí mismo continuador de una larga tradición marxista, a pesar de las aberraciones y extravíos que padeció esta corriente ideológica y política. Pero a partir de la invasión rusa de Checoslovaquia en 1968 y del fiasco de la “primavera de Praga”, se agudiza su pesimismo. No abandona la militancia, pero dimite de sus responsabilidades de dirección política. Apenas un año y medio más tarde padece una fuerte depresión, pero se rehace y acepta plantar cara (a pesar de cierto sentimiento de derrota y catástrofe) al desafío de corregir y actualizar el ideario y los principios de la Internacional Comunista. Éste será su norte hasta el final de sus días. Hay que destacar, en especial, que se esforzó en incorporar nuevos ámbitos de reflexión y de intervención política a una tradición marxista que consideraba extremadamente degradada, pero que no juzgaba como inexorablemente desahuciada. Claramente significativa, en este sentido, fue su labor de apertura y de sostén a planteamientos emanados de las nuevas sensibilidades de cariz feminista, pacifista y ecologista, así como el rechazo sin paliativos de las concepciones deterministas del devenir histórico.
Pues bien, para cerrar mi intervención he seleccionado un muestrario de pasajes “sacristanianos” que pueden leerse como tesis representativas del pensamiento del Sacristán maduro. Evidentemente con unas pocas frases no se hace justicia a su pensamiento, siempre lleno de matices y distingos; pero creo que son suficientes para disponer de una caricatura no falaz del personaje. En ciertas citas he suprimido alguna palabra o alterado la puntuación, más atento a respetar el espíritu y facilitar la comprensión, que a ser escrupulosamente fiel a la literalidad del pasaje. He seleccionado los textos con pretensión de oportunidad, como si buscásemos condensar su mensaje en una docena larga de píldoras. Quiero creer que mi escueta antología no le parecería tramposa, aunque seguro que pondría reparos. He utilizado como fuente básica para hacer esta selección la antología recopilada por Salvador López Arnal y publicada bajo el título de M.A.R.X. Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres[1]. Los títulos de cada parágrafo son míos.
(1) La verdad como valor fundamental
“Para mí las palabras buenas son 'verdadero' y 'falso', como en la lengua popular, como en la tradición de la ciencia. Los de 'válido' / 'no válido' son los intelectuales; en este sentido: los tíos que no van en serio” (M.A.R.X., p. 45).
(2) Ciencia / ideología/ lógica
“Hay que ver ciencia e ideología como polos, como polos contrapuestos de cualquier producto cultural. Naturalmente que habrá gradaciones, habrá productos culturales en los cuales el polo ideológico sea de mucho peso, y otros en los cuales lo sea mucho menos. Pero en cualquier caso, serán polos y no entidades completamente separadas.
Por otra parte, la racionalidad de un discurso es cosa mucho más compleja, rica e importante que su logicidad formal. No es pues la ciencia de la lógica la que crea el pensamiento racional. La lógica lo estudia y lo articula y lo mejora, pero no lo produce” (M.A.R.X., p.79-80).
(3) Ciencia y valores
“La ciencia tiene sus valores, y uno de ellos es el de no meterse en más que describir neutralmente. Lo que ha de tener otros valores es la institución científica, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el ministerio o la empresa. Y el científico mismo. Pero no la ciencia” (M.A.R.X., p.266).
“El puro conocimiento tiene mucho valor, pero no tiene ningún valor moral; no tiene ningún valor para la práctica, si no hay un valor que oriente la aplicación” (M.A.R.X., p. 55).
(4) Racionalidad
“Para que un discurso sea correcto lógico-formalmente, basta con que no tenga inconsistencias. Para que sea racional, se le exige además la aspiración crítica a la verdad. Y esta aspiración impone a su vez la capacidad autocrítica y el sometimiento a unos criterios que rebasan la mera consistencia (por otra parte necesaria): son criterios que sirven para comparar fragmentos de discursos con la realidad. Incluyen desde la observación hasta el examen de las consecuencias prácticas de una conducta regida por aquel discurso” (M.A.R.X., p. 157).
(5) Facetas varias de la ciencia
“Uno ante la ciencia normal tiene que tener una actitud crítica. Ante cada producto de esa ciencia. Porque un producto científico no es nunca primariamente ciencia. Es, primariamente, un bien de uso y también un valor de cambio: es un libro, es una publicación en una revista. Es decir, lo que llamamos ciencia en sentido institucional y sociológico es un trozo de vida social que puede estar cargado de ideología, de política. Ciencia en el otro sentido, ciencia en el sentido en el cual imperan sólo los valores lógicos es un contenido de ese producto cultural al que llamamos ciencia en el sentido sociológico” (M.A.R.X., p. 273).
(6) Ciencias sociales i ciencias naturales
“¿Estamos obligados a postular una heterogeneidad esencial entre ciencias sociales y ciencias naturales? No me parece. La unidad de la ciencia depende de la unidad de actitud, de conducta. Ciencia no es necesariamente ciencia formalizada. Hay, más que ciencia, trabajo científico, que acaba o no cristalizando en teoría formalizable, en sentido fuerte” (M.A.R.X., p. 65).
(7) Verificación de un modelo económico
“La verificación empírica es precisa no ya por prurito positivista, sino para dar sentido a los modelos económicos. Éstos, como todo conjunto de enunciados cuyo campo de relevancia no es unívocamente determinado, no tiene en rigor sentido pleno mientras no se le ponga en relación con algún campo empírico mediante operaciones de verificación. Así pues, por grande que sea la utilidad de la construcción formal de las 'teorías' (modelos), de la formalización lógico-matemática, en economía, habrá que tener presente siempre que el modelo formalizado no es por sí mismo más que aquel 'juego de las cuentas de vidrio' que inspiró a Hermann Hesse una voluminosa y conocida narración /El juego de los abalorios/” (M.A.R.X., p. 158).
(8) Es preciso estudiar: y hay que combinar análisis y síntesis, visión global y local
“Para entender las cosas hay que estudiarlas, y el creerse de izquierdas no da automáticamente comprensión al que no se molesta en estudiarlas” (M.A.R.X., p. 137).
“La comprensión global (que no sea un disparate de pura palabrería) tiene por fuerza que entrar en cada detalle. Lo que no se puede aspirar es a comprender el todo sin conocer nunca a ninguna de sus partes” (M.A.R.X., p. 73).
(9) Marx
“Cuando nos ponemos frente a la obra de Marx hoy, hay unas cuantas cosas claras. La primera es que en el plano científico Marx es un clásico de las ciencia sociales, lo que quiere decir un autor por un lado irrenunciable y, por otro, no actual en todos sus detalles. Y otra cosa clara es que Marx es mucho más que eso: es un clásico también en la secular o milenaria aspiración de la humanidad a emanciparse de las servidumbres que ella misma se ha impuesto.
En los dos campos: como científico y como filósofo de la sociedad Marx es un gran clásico que, en mi opinión, no caducará nunca” (M.A.R.X., p. 180).
(10) Marxismo
“El marxismo es, en su totalidad concreta, el intento de formular conscientemente las implicaciones, los supuestos y las consecuencias del esfuerzo por crear una sociedad y una cultura comunistas. Y lo mismo que cambian los datos específicos de ese esfuerzo, sus supuestos, sus implicaciones y sus consecuencias fácticas, tienen que cambiar sus supuestos y sus consecuencias teóricas particulares: su horizonte intelectual de cada época.
El marxismo es un intento de vertebrar racionalmente, con la mayor cantidad posible de conocimiento y análisis científico, un movimiento emancipatorio” (M.A.R.X., p. 232).
(11) Un caso patético de impostura intelectual: Althusser
“El pensamiento de Louis Althusser es en sustancia una confusión lamentable, peligrosamente disfrazada de claridad y precisión. La debilidad principal del pensamiento de Althusser no consiste en que atribuye demasiada importancia a lo teórico -cosa que efectivamente hace-, sino, sobre todo, en que sus nociones de teoría y ciencia son malas. Su intento de reconstruir el pensamiento de Marx como un producto puramente científico no es sólo un falseamiento de Marx, sino también una manipulación disparatada de las ideas de ciencia y teoría. Lo peor de la influencia de Althusser es que enseña a gustar gato por liebre, logomaquia exactista por ciencia, verborrea cargada de términos pseudo-técnicos por teoría” (M.A.R.X., p. 211-212).
(12) ¿Tiene sentido y/o significado la historia?
“Creo que hay que aceptar bastante más voluntarismo que hasta ahora en el pensamiento revolucionario. Uno de los elementos más necesitados de revisión en el tronco mayoritario del pensamiento marxista es la confianza en el carácter benéfico de los procesos sociales objetivos, por ejemplo, aquella inverosímil ingenuidad de Lenin según la cual, la marcha de la historia -¡vaya casualidad!- coincide con los deseos de los socialistas. Mejor no fiarse e intentar alterar el proceso con la voluntad del movimiento” (M.A.R.X., p. 228).
(13) La revolución y los teoremas científicos
“Si las hipótesis revolucionarias fueran demostrables, si fueran teoremas científicos puros, no habría nunca lucha ideológica, como no la hay a propósito de la tabla de multiplicar. Que el objetivo teórico del marxismo es construir un comunismo científico quiere decir que el marxista intenta fundamentar críticamente, con conocimientos científicos el fin u objetivo comunista, no que su comunismo sea cosa objeto de demostración completa. Por de pronto, los fines no se demuestran: se lucha por ellos, después de argumentar que son posibles, no más” (M.A.R.X., p. 335).
(14) Tecnologías frente a sostenibilidad ecológica
“No hay antagonismo entre tecnología (en el sentido de técnicas de base científico-teórica) y ecologismo, sino entre tecnologías destructoras de las condiciones de vida de nuestra especie y tecnologías favorables a largo plazo a ésta. Creo que así hay que plantear las cosas, no con una mala mística de la naturaleza. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que nosotros vivimos quizá gracias a que en un remoto pasado ciertos organismos que respiraban en una atmósfera cargada de CO2 polucionaron su ambiente con oxígeno.
No se trata de adorar ignorantemente una naturaleza supuestamente inmutable y pura, buena en sí, sino de evitar que se vuelva invivible para nuestra especie. Ya como está es bastante dura.
Y tampoco hay que olvidar que un cambio radical de tecnología es un cambio de modo de producción y, por lo tanto, de consumo, es decir, una revolución; y que por primera vez en la historia que conocemos hay que promover ese cambio tecnológico revolucionario consciente e intencionadamente” (M.A.R.X., p. 270-271).
(15) Nacionalismo e internacionalismo
“El internacionalismo es uno de los valores más dignos y buenos para la especie humana con que cuenta la tradición marxista. Lo que pasa es que el internacionalismo no se puede practicar de verdad más que sobre la base de otro viejo principio socialista, que es el de la autodeterminación de los pueblos” (M.A.R.X., p. 342)
Nota de agradecimiento
Salvador López Arnal tuvo la amabilidad de leer el borrador final y señalar algunas incorrecciones, con una celeridad pasmosa. Quiero dejar constancia de mi agradecimiento y de su buen hacer.
Notas
[1] Barcelona: FIM & El viejo topo, 2003. 502 p., prólogo de Jorge Riechman y epílogo de Enric Tello.
Bibliografía selecta
SACRISTAN, Manuel. Sobre Marx y marxismo. Panfletos y Materiales I. Ed. de J. R. Capella. Barcelona: Icaria, 1983.
SACRISTAN, Manuel. Papeles de filosofía. Panfletos y Materiales II. Ed. de M. Sacristán y J. R. Capella. Barcelona: Icaria, 1984.
SACRISTAN, Manuel. Intervenciones políticas. Panfletos y Materiales III. Ed. de J. R. Capella. Barcelona: Icaria, 1985.
SACRISTAN, Manuel. Lecturas. Panfletos y Materiales IV. Ed. de J. R. Capella. Barcelona: Icaria, 1985.
SACRISTAN, Manuel. Pacifismo, ecología y política alternativa. Ed. de J. R. Capella. Barcelona, Icaria: 1987.
SACRISTAN, Manuel. El orden y el tiempo. (Introducción a la obra de Antonio Gramsci). Ed. de A. Domingo Curto. Madrid: Trotta, 1998.
SACRISTAN, Manuel. De la Primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón. Ed. de F. Fernández Buey y S. López Arnal. Madrid: Catarata, 2004.
FUNDACIÓN GIULIA ADINOLFI – MANUEL SACRISTÁN. Manuel Sacristán Luzón 1925-1985. Mientras tanto, mayo 1987, nº 30-31.
FUNDACIÓN GIULIA ADINOLFI – MANUEL SACRISTÁN. Homenaje a Manuel Sacristán en el 10º aniversario de su muerte. Mientras tanto, otoño 1995, nº 63.
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[Edición electrónica del texto realizada por Anna Solé y Miriam-Hermi Zaar]
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Ficha bibliográfica:
BARCELÓ, Alfons. Noticia y recuerdo de Manuel Sacristán. Bilio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, Vol. XV, nº 953, 15 de diciembre de 2011. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-953.htm>. [ISSN 1138-9796].