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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVI, nº 922, 5 de mayo de 2011

[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

        
 
TENDENCIAS DE LA GEOGRAFÍA HISTÓRICA EN MÉXICO

Pere Sunyer Martín
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa
peresunyer@live.com


Recibido: 15 de julio de 2010. Devuelto para revisión: 30 de julio de 2010. Aceptado: 20 de octubre de 2010


Tendencias de la Geografía histórica en México (Resumen)

Pese a la existencia de una tradición en estudios de geografía histórica solamente algunos autores han reflexionado sobre su desarrollo en México. Incluso, el propio término “geografía histórica” no tiene la implantación que se supondría entre los investigadores que se dedican a esta especialidad. En este texto queremos hacer una revisión de la situación de esta subdisciplina de la geografía humana en este país y presentar los temas principales que están preocupando en la actualidad a los investigadores mexicanos. Creemos que la geografía histórica en México tiene un futuro esperanzador, que está siendo enriquecido desde la multisdisciplinariedad.

 Palabras Clave: geografía histórica, Sauer, Braudel, Chevalier, integración territorial, configuración del Estado


Trends in Historical Geography in Mexico (Abstract)

Despite of the existence of a tradition in historical geography research in Mexico, only few scholars have paid attention to its development. Even, the use of the term “historical geography” has not been full extended between its specialists. In this article, we want to review the situation of this sub-discipline of the human geography research in Mexico, and to present the main themes of concern for those researchers interested in it. In our opinion there is a promisory future for the development of such discipline in Mexico, which is being enriched from a multidisciplinary point of view.

Key-words: historical geography, Sauer, Braudel, Chevalier, territorial integration, the making of the State


El desarrollo de la geografía histórica de México ha recibido escasa atención por parte de geógrafos e historiadores nacionales y extranjeros, pese al temprano origen de este campo de conocimiento en el país y la participación de destacados investigadores europeos y norteamericanos en su configuración moderna. Trabajos como los de Manuel Orozco y Berra sobre la distribución de las lenguas indígenas en México (1864), sus Apuntes para la historia de la geografía en México (1881) y la recopilación de materiales cartográficos que conforman hoy la mapoteca que lleva su nombre en el edificio del Observatorio de Tacubaya (México D.F.) (Materiales para una cartografía mexicana, 1871); los del historiador Cayetano Esteva sobre el estado de Oaxaca; los realizados por Francisco del Paso y Troncoso sobre la división territorial de la Nueva España (1912) y su labor de recuperación de las Relaciones geográficas que mandó hacer Felipe II en su reinado, dispersas en diversos fondos documentales y que ha permitido que hayan podido consultarse por numerosos investigadores, entre ellos, Miguel Othón de Mendizábal quien basándose en ellas realizó un estudio sobre la influencia de la sal en la distribución geográfica de las poblaciones indígenas de México[1]; o estudios como Distribución geográfica de los regadíos prehispánicos debido al antropólogo Ángel Palerm (1943), todos ellos son prueba suficiente de una larga tradición nacional[2].

También forman parte de su geografía histórica las numerosas investigaciones desarrolladas en el siglo XX por investigadores extranjeros en este campo que han tenido a México como objetivo. Destacan en primer lugar las aportaciones del estadounidense Carl O. Sauer quien desde principios del siglo vio en este país una fuente inagotable de riqueza para dos líneas de estudio mutuamente imbricadas, la geografía histórica y la cultural. Artículos como The personality of Mexico (1941) resumen las razones de su interés por el país norteamericano, además de ser un alegato en defensa de la perspectiva temporal en los estudios geográficos[3]. El interés de Sauer por este país fue proseguido por otros investigadores de la escuela de Berkeley como S. Cook, W. Borah, P. Gerhardt, que han abordado desde finales de los años de 1940 diversos aspectos de la geografía histórica mexicana, como por ejemplo la evolución demográfica en momentos previos a la irrupción de los españoles hasta mediados del siglo XVII[4]. Desde el ámbito europeo conviene mencionar el trabajo pionero del historiador francés François Chevalier, discípulo de Marc Bloch, La formación de los latifundios en México. Tierra y sociedad en los siglos XVI y XVII, resultado de su tesis doctoral presentada en 1950, publicada originalmente en francés en 1952 y vertida al castellano en México en 1953. Chevalier inauguró una veta de investigaciones que fue seguida por otros colegas influidos por la escuela de los Annales, como Jean-Pierre Berthe y Thomas Calvo, y por geógrafos, como Claude Bataillon[5].

Pese a estas y otras muchas aportaciones, únicamente tres artículos se han ocupado del desarrollo de la geografía histórica en México. Uno debido a D. J. Robinson, investigador de la Universidad de Syracuse (Nueva York), publicado en 1972 en la obra Progress in Historical Geography, coordinada por Alan R.H. Baker. Otro segundo escrito por el historiador mexicano Bernardo García Martínez, en 1998, titulado “En busca de la Geografía histórica”, como parte de un volumen de la revista Relaciones, que edita El Colegio de Michoacán, dedicado al tema que ocupa estas líneas y, en particular, como homenaje al investigador francés Jean-Pierre Berthe. Finalmente, en un ámbito institucional, el geógrafo José Omar Moncada ha hecho hace pocos años una relación de la aportación en este campo de los investigadores vinculados al Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)[6].

Una de las características que muestran estos textos de la geografía histórica mexicana es que ésta ha sido abordada por estudiosos de diferentes disciplinas, no siempre conscientes de que estaban aportando materiales e investigaciones al conocimiento geográfico-histórico nacional[7]. Así sucede con los historiadores, en sus diferentes especialidades, quienes han contribuido significativamente al conocimiento y comprensión del espacio geográfico mexicano, mucho más que los propios geógrafos; una tarea urgente a realizar, sobre todo en un momento en el que se celebran el segundo centenario de la Independencia de México (1810-2010) y el centenario de la Revolución (1910-2010). Creo que a la luz de la evolución reciente de esta especialidad en el ámbito internacional y la ocasión histórica de las celebraciones centenarias, es ahora cuando existen las condiciones para hacer una reflexión desde la geografía histórica sobre el camino político recorrido desde esas fechas y promover esa necesaria comprensión del espacio geográfico nacional y su conformación.

En este artículo quiero presentar el panorama general de la geografía histórica en México y las tendencias temáticas que están preocupando, el principal, desde mi punto de vista, es el del proceso de integración territorial nacional, tema al que he dedicado cierta atención junto a Eulalia Ribera (Instituto Mora) y Héctor Méndoza (Instituto de Geografía-UNAM) y que fue motivo para que se celebraran en México dos coloquios internacionales y se publicaran sendos libros[8], de los que hablaré sucintamente.

No está en mi ánimo ser exhaustivo en todo lo que se ha realizado sobre geografía histórica en México, que es mucho. Artículos sobre el tema pueden encontrarse en una amplia variedad de publicaciones académicas. Parto asimismo de una concepción amplia de lo que creo que debe comprender esta subdisciplina de la geografía humana: la comprensión de los procesos de ocupación humana de la superficie terrestre a lo largo de la historia y la reconstrucción histórica de las geografías pasadas; de los usos y significados dados al territorio; de los procesos de apropiación individual y colectiva del espacio terrestre. En definitiva de todas aquellas investigaciones que nos permitan conocer “la historia del territorio”, parafraseando el título del tema que ocupó el VIII Coloquio Internacional Geocrítica celebrado en México en 2006[9].

En los próximos apartados, revisaré, primero, los estudios ya mencionados que se han ocupado de esa evolución, principalmente los de Robinson y García por el amplio panorama que plantean, y mostraré algunas de sus virtudes y carencias; segundo, presentaré las líneas generales que se están desarrollando en geografía histórica en el contexto internacional y; finalmente, abordaré los temas que están ocupando actualmente a los especialistas en geografía histórica mexicana, una muestra del amplio campo de desarrollo que tiene esta disciplina en México. En esta última parte, haré especial hincapié en el VIII Coloquio Internacional Geocrítica, dedicado al tema que me ocupa, una oportunidad magnífica para que se conociesen los especialistas mexicanos en la materia y los temas que les preocupan.


La evolución de la geografía histórica en México. Algunas revisiones previas

En 1972 apareció el artículo de David J. Robinson “Historical Geography in Latin America” en la ya citada obra de Alan R.H. Baker Progress in Historical Geography. El motivo de la aparición de esta obra fue el de revisar la situación, los avances y las perspectivas de la geografía histórica tras la Revolución cuantitativa y proponer nuevos enfoques que permitieran a esta subdisciplina superar la brecha que, al menos de forma aparente, se había abierto con respecto a los otros ámbitos de la geografía y, en última instancia, justificar su existencia[10]. La geografía histórica, explica Alan Baker, por su propia idiosincrasia, tuvo un “long relaxation time”, un largo período de respuesta, para asumir los cambios que se estaban planteando desde mediados de 1950 en la geografía. Así, tras una introducción escrita por el coordinador de la obra en la que reflexiona acerca de la filosofía de este campo de conocimiento y propone nuevos métodos de trabajo que habrían de permitir profundizar en los análisis, se encuentran varios capítulos que examinan el desarrollo de esta disciplina en diversos países y regiones del mundo. Uno de ellos, el elaborado por Robinson, está dedicado a América Latina.

David James Robinson, historiador especialista en Latinoamérica y en aspectos de su geografía histórica[11], presentaba un panorama desolador para la geografía de esta extensa región en los años de 1970 y, en particular, para su geografía histórica, aunque pone más atención en los países del cono Sur, especialmente Argentina y Brasil, que en otros como México. Es un panorama bastante negativo que muestra, sobre todo, el desinterés de los geógrafos latinoamericanos por lo geográfico-histórico, algo comprensible si se reflexiona sobre el contexto económico, social y político de la región en la segunda mitad del siglo pasado, más pendiente por superar problemas estructurales acuciantes que en pensar en los procesos que la llevaron a esa situación. Así, describe unos países con unos departamentos de geografía poco desarrollados en general, orientados más a la formación de futuros docentes que a investigadores y con una gran escasez de medios y recursos para la investigación.

En lo relativo a la geografía histórica, acusa la larga dependencia intelectual de los países europeos (Francia y Alemania, principalmente) y estadounidenses, cuyos investigadores habían sido, además, según él, los que habían realizado hasta los años setenta las principales aportaciones. Por otro lado, para este autor, los geógrafos autóctonos en este campo no poseían la preparación, ni el bagaje intelectual ni metodológico que les permitiera competir con especialistas de disciplinas próximas, como los historiadores y antropólogos y denotaba una “ausencia de dinamismo en la investigación geográfica”. Como reflejo de la situación que vivía la geografía histórica en México en esos años, este autor menciona, únicamente, cuatro trabajos de diferente temática realizados por mexicanos; alude a la relevancia de El Colegio de México en este campo, sobre otras instituciones existentes en el país; y concentra su atención en los trabajos emprendidos por Carl Sauer y su escuela, aunque reconoce su escasa influencia directa en México.

La crítica que se le puede hacer a Robinson no es tanto de su desconocimiento sobre la geografía histórica en Latinoamérica, como de su tendencia a proyectar los mismos procesos de la evolución de las ciencias de los países europeos y de los Estados Unidos en los países de la región, ignorando, o queriendo ignorar las circunstancias particulares que dieron origen y sentido al quehacer científico en ellos: un síntoma más de una de las cosas que acusa, la de la “colonización intelectual” de los países latinoamericanos y que ha conducido, de forma repetida, a querer tratar de aplicar en ellos patrones útiles para Europa y Estados Unidos.

Mucho tiempo después, en 1998, apareció una nueva revisión de la geografía histórica en México realizada, esta vez, por un investigador nacional con larga experiencia en este campo, sobre todo a partir de su trabajo Los pueblos de la Sierra. El poder y el espacio entre los indios del Norte de Puebla hacia 1700 (1987) resultado de su tesis doctoral[12]. Se trataba de Bernardo García Martínez, historiador del Colegio de México, quien se ha preocupado desde hace años de la geografía histórica de México desde una perspectiva amplia, orientándose a la comprensión de la conformación de su espacio geográfico.

“En busca de la Geografía histórica”, publicado, como se ha dicho, en la revista Relaciones de El Colegio de Michoacán, es pese a su parcialidad, como explicaré, mucho más generoso que el de Robinson en referencias bibliográficas nacionales y en descubrir deudas intelectuales –no en vano habían pasado ya 16 años entre ambos textos— aunque no puede disimular el amplio número de referencias extranjeras sobre las nacionales que utiliza. Su idea principal es que la geografía histórica de México está todavía por escribirse, de ahí el título del artículo.

En líneas generales, prosigue la crítica de Robinson hacia la geografía histórica mexicana y reconoce las mismas deudas intelectuales. Asimismo, propone unas directrices generales de interpretación de la evolución de esta subdisciplina en México para los cincuenta años que analiza, desde 1948 hasta 1998, y augura un panorama muy alentador para el futuro para los que nos dedicamos a él.

Bernardo García divide en tres grandes períodos la geografía histórica mexicana realizada por las aportaciones de investigadores nacionales y extranjeros: 1949- 1970, en el que, en su opinión, se establecen los dos grandes pilares sobre los que se asienta la geografía histórica mexicana, la línea de Fernand Braudel y la de Carl Sauer. Los ya citados F. Chevalier (1953) y A. Moreno Toscano (1968), así como el de J. Revel-Mouroz (1972) Aménagement et colonisation du tropique humide mexicain se inscribirían, según este autor, en la línea braudeliana, mientras que en la línea de Sauer incluye a Sherburne Cook, pionero en la historia ambiental y de los estudios de demografía histórica en México, y Robert C. West (1949), que aplicó la teoría de la localización industrial a un contexto histórico pasado, en concreto el que denomina “distrito minero” de El Parral, en el Noroeste de México[13].

Un segundo período, 1970-1980, correspondería a la asimilación y proyección de las propuestas de interpretación del espacio colonial a partir de la teoría de lugar central de Christaller y Lösch; y un tercer período, de 1980 hasta 1998 en el que se viviría, siempre según García, una cierta reacción antipositivista y una cimentación de los fundamentos de lo que considera que debería ser el futuro de la disciplina. En la segunda etapa hace especial hincapié en la cartografía histórica desarrollada que califica de “fina y original”, y en la serie de trabajos tendentes a comprender la conformación del espacio económico novohispano siguiendo la estela del citado de R. C. West. Finalmente, en la tercera etapa García Martínez reflexiona sobre las diferentes líneas que pensaba en ese momento que podían seguir los estudios geográfico-históricos.

El problema que plantea en el trasfondo del artículo es la práctica ausencia de estudios que traten de reconstruir el espacio geográfico histórico mexicano. Se había conseguido con mayor o menor éxito, en su opinión, recomponer las características geográficas de estos espacios pero “no era mucho lo que se avanzaba en el conocimiento del espacio en términos de evolución, comparación o análisis, como si, por este lado, se hubiera agotado el tema geográfico”[14]. No se trataba, así, solamente de describir espacios geográficos estáticos, más bien, al contrario, era necesario dar una mayor viveza al conjunto incorporando la variable “tiempo” en el análisis y dilucidando las relaciones de equidad, dependencia y dominio entre espacios geográficos y sus elementos.

Apunta García a la necesidad de, en un futuro próximo, primero, reflexionar sobre lo ya conseguido (“Las obras de nuestros días invitan a un balance y permiten ver lo mucho y lo poco que se ha hecho en materia de geografía histórica en cuarenta y cinco años”)[15]; segundo, incorporar extensos períodos históricos hoy todavía insuficientemente comprendidos (verbigracia, el siglo XIX mexicano); y. tercero, aboga por una “sistematización de los estudios de contenido geográfico”. En definitiva, tiene en mente obras como la de Ralph Hall Brown (1949) Historical Geography of the United States o el más reciente de Donald Meinig The Shaping of America, a los que cita, acomodadas a México y a sus características históricas, culturales y sociales.

Sin duda, las reflexiones de Bernardo García hay que tenerlas en cuenta, muchas de las cuales compartimos, y se debe considerar en su justa medida su propuesta de regionalización del espacio geográfico mexicano, sin pretender con ello que sea la única[16]. Esta ha servido, en su versión más reciente, al geógrafo Héctor Mendoza en la elaboración de una parte de las hojas de la sección de geografía histórica del Nuevo Atlas Nacional de México[17]. Sin embargo, al menos dos críticas pueden hacerse al conjunto del artículo. La primera de ellas es relativa a las etapas propuestas, más acordes con la evolución de la geografía en el ámbito internacional que con la realidad de la geografía mexicana y, sobre todo, de su geografía histórica. No creo, y es una opinión personal, que haya elementos suficientes para identificar periodos vinculados a tendencias geográficas, más bien se ha dado una convivencia de líneas intelectuales diversas. En la geografía mexicana, y más en la geografía histórica, se ha ido, como en muchos otros países, a remolque de lo propuesto y realizado en el ámbito internacional, y las novedades han sido incorporadas por la labor de tesistas en el extranjero y de profesores invitados en las instituciones mexicanas, sobreencimándose sobre enfoques, métodos y temas tradicionalmente abordados.

La segunda es que, al igual que en otros ámbitos disciplinarios, como se ha dicho, impera una visión de la geografía histórica mexicana sesgada hacia las aportaciones de investigadores extranjeros (el 80 por ciento de sus referencias) frente a las desarrolladas en el propio país; mientras que de las nacionales invoca primordialmente las realizadas en El Colegio de México, que aunque destacadas, no han sido las únicas, de ahí lo de su “parcialidad”. El artículo de José Omar Moncada (2004) viene a vindicar la labor realizada en otras instituciones en el mismo campo, en este caso la del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México que cuenta, según explica el autor, con una sección de Geografía histórica desde 1974[18]. Un buen ejemplo reciente exponente de tal dedicación es el apartado de “Historia y Geografía”, coordinada por este mismo autor, de la colección “Temas selectos de Geografía de México” en el que se abordan de forma amena temas de geografía histórica e historia de la geografía de este país.

Seguramente, un repaso a las publicaciones de las principales instituciones del país podría enriquecer el parco panorama nacional esbozado por García y hacerse una idea más clara del desarrollo de esta disciplina. Cito a modo de ilustración sólo algunas de las instituciones de la región centro del país que albergan investigadores y líneas de trabajo geográfico-histórica, como el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), el Colegio de Michoacán y otras tantas.

No sería justo abandonar el extenso artículo de García sin profundizar en el panorama general de la geografía histórica y subsanar algunas carencias de su texto, a fin de tener una perspectiva más completa de la geografía histórica mexicana y su inserción en el contexto internacional.

Una nueva visión de la geografía histórica

Desde sus orígenes, la geografía histórica no sólo ha sido objeto de los geógrafos; también, y sobre todo, los historiadores en sus diferentes especialidades han mostrado un extraordinario interés por asumir en sus investigaciones esta parte inextricable del relato histórico como es el territorio. El desapego que en algún momento de la evolución de ambas disciplinas llevó a la historia a tratar de distanciarse de la geografía, y a la geografía histórica, desde los años de 1930, a buscar su propia personalidad frente a los objetivos y métodos de la historia, ha pasado desde hace ya unos años a otro plano.

La geografía histórica ha tenido que asumir, tras la revolución cuantitativa y la impugnación de la creciente influencia del positivismo, que especialistas de otras ramas de las ciencias sociales, como los historiadores, economistas, antropólogos, sociólogos, trabajen aspectos espaciales de sus respectivos objetos de estudio que directamente guardan relación con la geografía y, en consecuencia, con la geografía histórica. Y lo mismo atañe a una amplia gama de profesionales de ramas diversas, desde las ingenierías, pasando por el urbanismo, la biología y la medicina, y el derecho, quienes están haciendo aportaciones a la geografía histórica y merecen estar considerados.

Lo principal durante los primeros momentos de la irrupción cuantitativa, que fue en gran parte lo que temía H.C. Darby (1983), era que ese movimiento pusiera en tela de juicio una forma de hacer geografía histórica y eso afectaba desde los aspectos descriptivos empleados (basados en la fórmula de los cortes transversales o cross-sections, por ejemplo) al tratamiento que se podía hacer a los datos empleados y la cartografía desarrollada. La geografía histórica de los Darby, Sauer, Dion, Clark de sus respectivas escuelas fueron relegados de sus respectivas instituciones por aquellos que representaban la apertura al tratamiento estadístico e informático y a los modelos teóricos[19]. Valoraciones como la que realizó Paul Claval acerca de lo aportado por, en este caso, la geografía tradicional son extensibles a la geografía histórica

“su interés está fuera de toda duda: son valiosísimos tanto para el geógrafo como para el historiador, y satisfacen a ambos por el rigor con que fueron llevados […] sin embargo, nada fundamentalmente nuevo han aportado a la Geografía, ni tampoco han renovado sus métodos ni sus conceptos. Establecer las características de un país o de una región en una fecha determinada, es describir la Geografía tal como se ofrecía a los contemporáneos; la descripción no tiene perspectiva temporal, no tiene duración”[20].

La irrupción a fines de 1960 y principios de 1970 de nuevas corrientes filosóficas e ideológicas, y la recuperación de otras ya existentes, entre ellas la fenomenología con sus diferentes orientaciones, desde el existencialismo al humanismo, el estructuralismo y el marxismo, por mencionar las más importantes, es reflejo de los cambios que se venían sucediendo en el mundo y de la creciente influencia de las ciencias sociales tanto en el mundo académico como en la sociedad, ejercieron una fuerte influencia también en la geografía, que veía peligrar nuevamente su objeto de conocimiento frente a la competencia externa[21]. Posteriormente, el denominado giro cultural en geografía humana resultado tanto de los cambios habidos en el mundo en los últimos años, de las nuevas preocupaciones de una sociedad en proceso de globalización, del influjo de las ideas de los postestructuralistas y su eco en el pensamiento posmoderno, volvió a hacer temblar estructuras y formas de hacer consideradas inamovibles, entre ellas, la reinterpretación de la propia base documental en la que se fundaba el conocimiento geográfico-histórico y la mayor relevancia que se está otorgando a los actores que construyen el mundo, así como la atención a las nuevas escalas de análisis, de lo doméstico a lo global.

La geografía histórica hoy se está nutriendo de una gran heterogeneidad de puntos de vista sobre el espacio, y el temor original a traspasar límites disciplinarios actualmente ha quedado relegado a la necesidad de entender el espacio en toda su dimensión y complejidad, tal y como se ha estado tratando de hacer desde una de las revistas internacionales más prestigiosas en este campo, el Journal of Historical Geography. En sendas editoriales de esta publicación separadas entre sí una década, escritas por Alan R.H.Baker, en 1987, y por Michael Heffernan, en 1997, respectivamente, se exponen los lineamientos que se iban a seguir en la selección de artículos. Si Baker recordaba, y reafirmaba así, el objetivo de apertura intelectual que se propuso en el origen del Journal en el que no se iba a privilegiar ningún dogma, ni problema específico, ni período ni lugar del pasado, Heffernan apuntaba más lejos: para él, y para el equipo editorial, la geografía histórica era, sobre todo, una [sub]disciplina híbrida y que esta característica le permitirá[ía] “cuestionarse las categorías intelectuales convencionales que el mundo moderno ha interpretado y conceptualizado”[22]. Esta hibridización refiere a la necesaria transgresión de los límites disciplinarios tradicionales entre la geografía, la historia y “otras disciplinas vecinas”, algo que no siempre fue bien visto por defensores a ultranza del campo disciplinario[23].

Esta apertura de la geografía histórica a las otras disciplinas, a “aquellos que  tuvieran algo interesante que decir acerca de la geografía de un área en un tiempo pasado”[24], como se pretendía desde el Journal of Historical Geography ha conllevado a superar los temas tradicionales de la especialidad y abrirlo a un amplio espectro temático. En parte, la influencia del postestructuralismo, al no reconocer puntos de vista superiores a otros, ni maneras de pensar dominantes sobre otras dominadas, ha permitido la apertura a asuntos que forman ya parte de la geografía histórica, como al conocimiento de los protagonistas de la comprensión del espacio. Así, el estudio del lugar y de los espacios antes marginados de la historia nacional, se alzan sobre los estudios geográfico histórico regionales tradicionales; y la recuperación de los conocimientos geográficos y percepciones espaciales de colectivos “invisibilizados” adquiere un nuevo interés y vigor, p. la geografía histórica de las mujeres, minorías étnicas y culturales; la geografía histórica de los espacios domésticos y de ámbitos espaciales como los desiertos y regiones áridas, las selvas, los mares; la revisión del papel que han desempeñado las metageografías en la concepción del mundo y de sus habitantes, están condicionando los nuevos rumbos de la geografía histórica. Como ya ha apuntado Horacio Capel, la comprensión del mundo requiere conocer la génesis y evolución de los fenómenos que le dan forma: “el enfoque histórico de los problemas y la formación histórica del investigador se consideran esenciales, y se piensa que el estudio de la historia proporciona una ‘mente histórica’ que no sólo permite conocer el pasado, sino también el presente”[25].

Para el caso mexicano, entender el proceso histórico que ha conformado su espacio geográfico en toda su complejidad y magnitud, a todas sus escalas (desde la doméstica y local, a la regional y nacional) y para el conjunto de sus espacios (las zonas urbanas y rurales, las regiones fronterizas desde la binacionalidad, los litorales, desiertos, bosques y montañas…) es una de las posibilidades a las que puede ir encaminada una geografía histórica nacional, como quería B. García. Pero bien podríamos pretender, mediante la geografía histórica, entender mejor el presente del país y delinear un futuro más justo y enriquecedor a partir de esa misma comprensión. Y también, puestos a pretender, no sólo nos es necesaria la historia del conocimiento geográfico de ingenieros, científicos y políticos, sino también la de todas aquellas personas que han contribuido a que este espacio nacional llamado hoy México, sea el que es. Es decir, hoy hay que abrir la investigación geográfico-histórica al conjunto de los protagonistas de su historia.

La geografía histórica y la institucionalización de las ciencias

La primera cosa que he tratado de hacer al iniciar este texto es justificar la existencia de una tradición en México de estudios geográfico-históricos, un hecho que parece ser frecuente en la mayoría de los estudios históricos de cualquier disciplina. Esta tradición, dentro de una lectura lineal y continuista de la historia de la disciplina, conduciría casi irremisiblemente a la aparición de especialistas en el campo en cuestión y a la creación de instituciones que permitieran desarrollarlo, ya sea mediante la formación de nuevos especialistas o el incentivo de investigaciones. El hecho explicitado por David J. Robinson y Bernardo García es que sí existía una tradición pero que la contribución autóctona era pobre y denotaban, además, sobre todo Robinson, que la disciplina que naturalmente debiera aportar especialistas, la geografía, no estaba en condiciones de hacerlo y no podía competir con aquellos procedentes de campos afines, como la historia y la antropología.

A esta situación se añadía la colonización intelectual de la que hablaba Robinson (1972), síntoma inequívoco según su opinión de la debilidad institucional y profesional de los países latinoamericanos. No hay que decir que las formas más perniciosas de esta dependencia son aquellas que han recurrido a modelos no autóctonos para tratar de explicar hechos acaecidos en regiones con características culturales y sociales diferentes. Ya hace años Antonio Lafuente y José Sala Catalá advirtieron al respecto en un artículo aparecido en Quipu, hasta hace poco la revista latinoamericana de historia de la ciencia y de la tecnología, sobre la necesidad de volver hacia los factores locales para la comprensión del desarrollo tecnológico, social y cultural de los países latinoamericanos en la época de la colonia. Así, dicen, conviene “diseñar una estrategia investigadora que asuma el condicionamiento geográfico y cultural como criterio fundamental e imprescindible punto de partida”[26]. Un condicionamiento geográfico que remite a dos de los problemas de la geografía histórica: la reconstrucción del territorio que se usa y ocupa, en cuya labor la cartografía desempeña un relevante papel[27]; y a las ideas que sobre ese mismo territorio y sus condiciones, se han tenido en cada momento histórico.

Esta cita me permite una primera aproximación a aquellos aspectos a veces olvidados de la geografía histórica que derivan de la institucionalización de la geografía y de otras disciplinas que estudian la superficie terrestre. Ésta ha sido clave en el conocimiento del territorio, y en el eventual diseño, formación y cohesión de un proyecto nacional como el que se plantearon las regiones independizadas de la corona española a principios del siglo XIX. No en vano, había que fundamentar científica y económicamente, y dar forma política y socialmente, a las naciones recientemente creadas y en ello la geografía cumplió un papel muy relevante.

El territorio se conforma no sólo a partir de la extensión sucesiva del conocimiento geográfico con su exploración, su levantamiento cartográfico y su posterior apropiación y uso, sino también de las imágenes que ese territorio inspira previamente a su conocimiento y las que se generan y divulgan posteriormente. Para el caso mexicano, hay tres elementos clave en el desarrollo de su geografía y de su geografía histórica, no siempre bien comprendidas y estudiadas al menos desde este último punto de vista: la labor realizada por los ingenieros militares y la posterior creación del cuerpo de ingenieros geógrafos en el siglo XIX; la fundación de la Sociedad Geográfica; y la aparición del profesor de geografía. Desde la geografía histórica, no sólo hay que señalar los factores de interés histórico geográfico e institucionales que permita entender su surgimiento durante la colonia o ya en el México independiente sino a aquellos otros de carácter geográfico histórico que nos permitan comprender sus visiones del territorio y las actuaciones posteriores.

Así por ejemplo, J. Omar Moncada en su diversa y amplia obra ha abordado no únicamente los aspectos institucionales relativos a los ingenieros militares, a los ingenieros geógrafos y a los estudios geográficos en México, en general, una tarea sobradamente mostrada[28]. También ha tratado aspectos vinculados a la geografía histórica. Una revisión de sus publicaciones permite entender desde este punto de vista, por ejemplo, el conjunto de las labores realizadas por los ingenieros militares en cuanto la ejecución y dirección de obras militares y civiles: la construcción de fortificaciones  costeras y las mejoras portuarias, en lo militar, la de caminos y puentes, la de canales de desagüe, de irrigación y navegación, la de edificios civiles y religiosos, e incluso la de asentamientos humanos, en lo civil, todas ellas revelan las ideas que tenían los miembros de este cuerpo del territorio novohispano y el proceso de construcción territorial que supuso la ocupación española[29]. Al conocimiento real de las condiciones de la topografía mexicana, a gran y pequeña escala, de la que se encargaron ingenieros militares y posteriormente ingenieros geógrafos, hay que reparar en el de su concepción territorial, en la visión que tenían esos profesionales del territorio que configuraban.

La creación, en 1833, del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, germen de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, tenía como finalidad afianzar el proceso de conformación del Estado naciente a partir del levantamiento estadístico, y la elaboración del mapa nacional, temas ya tratados desde la historia de la geografía y la estadística[30]. Desde la geografía histórica interesa además incidir en las visiones de un territorio, también real, pero sobre el que se proyectaban ideales geográficos, reflejadas, por ejemplo, en las noticias geográficas y estadísticas que informaban al Gobierno y al Congreso de las bondades de su tierra, y que alentaban, o trataban de hacerlo, la llegada de colonos que contribuyeran al progreso del país[31].

No debemos olvidar la labor efectuada por los profesores de geografía, ligada a la implantación del sistema educativo nacional impulsado con gran fuerza en tiempos de Porfirio Díaz, en 1891. Fue en estas fechas que apareció la geografía con un temario que trataba de aplicar el método objetivo en su enseñanza, influencia de la obra de Herbert Spencer  La educación: intelectual, moral y física (1866) en los teóricos, pedagogos y maestros de México y en las leyes de instrucción que se derivaron desde principios del siglo XX[32]. El fomento del raciocinio, la observación, ir de lo conocido a lo desconocido, de lo local a lo nacional[33], es la base de este método que entronca con el intuitivo de Pestalozzi difundido en el siglo XIX. Profesores normalistas y la acción precedente de otros profesionales como Antonio García Cubas (Ingeniero geógrafo), y de geógrafos como Manuel Orozco y Berra, llevaron a la elaboración de manuales, diccionarios y atlas geográficos, usados la mayoría en la enseñanza de la geografía en los niveles básico y medio de educación, tal como han puesto de relieve Patricia Gómez y Javier Castañeda[34]. Estas obras contribuyeron, entre otras cosas, a la formación y divulgación de un imaginario nacional, que comprendía además de las características físicas del territorio, sus límites y riquezas, los referentes de la cultura nacional, y las vicisitudes de su historia, y tenían como encomienda crear las condiciones para la supervivencia del país en “el concierto de las naciones” como se acostumbraba a decir. En esta tónica, reviste particular interés mostrar la concepción que del territorio se tenía y divulgaba en los libros utilizados en la enseñanza básica y media y, en concreto, del que se pretendía ofrecer del territorio nacional.

El territorio conocido fue formado, además de por los ingenieros militares y geógrafos, por otros profesionales, como los geólogos, meteorólogos y naturalistas, en general, cuyo objeto de estudio es la superficie terrestre, muchos de los cuales formaron parte de las numerosas comisiones científicas que se constituyeron durante el porfiriato[35]. El proceso de institucionalización de estas disciplinas científicas fue un elemento clave en el afianzamiento de México como nación y aporta también datos de mucho interés a la geografía histórica del país que ya han sido en parte estudiados[36]. Es necesario ampliar las investigaciones a todos aquellos otros campos de conocimiento y corporaciones técnicas que tienen en el espacio su razón de ser científica y profesional.

La geografía histórica reciente en México y sus temas

Las divisiones territoriales y las fronteras internacionales son, desde luego, aspectos que forman parte de la agenda de la geografía histórica. Ya en su momento Orozco y Berra, encargado de realizar una nueva división territorial del entonces II Imperio mexicano, en tiempos de Maximiliano de Habsburgo, abordó el estudio de las divisiones territoriales realizadas durante el dominio español y expuso los criterios de la propia[37]. Posteriormente,  Edmundo O’Gormann, en 1937, volvió a retomar el tema en una obra que ha devenido clásica. Ya más recientemente, la geógrafa Áurea Commons convirtió las divisiones territoriales en su tema de tesis doctoral y ha publicado numerosos artículos al respecto. La labor realizada por Commons en el conocimiento de las divisiones territoriales del país, como de los límites y la extensión algunas de las entidades estatales de la República mexicana, permiten comprender las tensiones, no sólo políticas, que se derivan de la forma de organización del territorio, objeto de mucho interés para la geografía histórica[38]. En el trasfondo de esas divisiones había un debate de mayor calado que Margarita Carbó sabe reflejar en la polémica federalismo/centralismo que caracterizó gran parte del XIX mexicano[39].

El estudio de los límites territoriales de la Nueva España, como las fronteras del México independiente, es de indudable valor para la geografía histórica y aporta elementos para la comprensión de los problemas pasados y actuales. Los límites virreinales han sido objeto de interesantes aproximaciones. Así, por ejemplo, la frontera Chichimeca se ha abordado por diversos autores como aquel territorio marginal límite entre lo civilizado y la barbarie[40], si bien algunos cuestionan tal clasificación y optan por una matización de tales calificativos llevándola a lo que podría entenderse como una división social[41]. También Enrique Florescano trató sucintamente el tema fronterizo virreinal a partir del problema de la colonización y ocupación del suelo en los límites del territorio virreinal conocido[42].

A los trabajos primigenios de César Sepúlveda sobre las fronteras internacionales de México examinadas desde el derecho internacional[43] les siguieron otros posteriormente con el examen de los problemas históricos acarreados con esa delimitación y sus consecuencias en la actualidad[44]. El levantamiento de tal delimitación internacional ocupó en su momento a bastantes profesionales cuyos trabajos de campo aportaron datos de primera mano sobre las condiciones de vida en esos parajes, los paisajes, los elementos naturales, las poblaciones, entre otros aspectos, que han sido estudiados por Luz Tamayo y J. Omar Moncada[45].

Finalmente, la misma frontera internacional es objeto de percepción, apropiación y rechazo por parte de los sujetos que en ella viven, como se propone en la obra Por las fronteras del norte coordinada por José Manuel Valenzuela Arce (2003). En uno de sus textos, Manuel Ceballos (2003) estudia el proceso histórico de conformación cultural de la frontera de México con Estados Unidos[46].

Otro tipo de demarcaciones o circunscripciones ha sido abordada por estudiosos diversos, por ejemplo, las del arzobispado de México, tratada por Elena Vázquez en 1965; o la organización político-administrativa, abordada por McGowan e Hira de Gortari[47].

Desde la historia del urbanismo, las aportaciones a la geografía histórica no son menos relevantes. La localización y creación de ciudades durante la colonización española de América no ha de pasar de largo para el especialista en esta disciplina. Al trabajo previo de José Luis Romero, Latinoamérica: la ciudad y las ideas (1976), y al de Francisco de Solano como coordinador de Estudios sobre la ciudad iberoamericana (1984)[48], les han seguido otros como los desarrollados por José Sala Catalá que inciden en los aspectos técnico-científicos de la urbanización en Latinoamérica[49]. En esta obra Ciencia y técnica en la metropolización de América estudia los casos de México, Lima y las ciudades de la Guyana holandesa, que ya había abordado previamente en la revista Quipu. Quiero destacar, en particular, el artículo titulado “La localización de la capital de Nueva España, como problema científico y tecnológico” que alude no solamente a la forma de la ciudad, diseñada con el Tratado de Alberti en mano, sino también al problema de su desagüe, flagrante sobre todo tras las inundaciones de principios del siglo XVII[50]. El acueducto construido para este fin por el ingeniero Enrico Martínez fue tenido como “la obra de ingeniería civil más importante del renacimiento” ha sido objeto de diversos investigadores[51].

En referencia a los modelos urbanos, aun queda largo trecho para evaluar la extensión de su aplicación en México, por ejemplo, como el utópico de Tomás Moro en muchas poblaciones de la Nueva España, que se aplicó en Michoacán por Vasco de Quiroga o en Tlayacapan (Morelos) por los primeros religiosos que llegaron a tierras novohispanas[52].

Hay otros muchos temas que forman parte del repertorio de la geografía histórica mexicana, y es que lejos de estar agotados están llamando más la atención. Entre ellos hace tiempo se está estudiando el problema de las relaciones hombre-medio a lo largo de los tiempos prehistóricos e históricos. La luz de Ángel Palerm, Pedro Armillas y Erik Wolf enraizada en la discusión sobre la obra de Karl Wittfogel Despotismo oriental (1953) y la previa de Vere Gordon Childe What Happened in History? (1942) iluminó una serie de reflexiones e investigaciones tendientes a mostrar el vínculo existente entre la mayor complejidad social y su dominio sobre el territorio y sus condiciones ambientales, una de cuyas consecuencias sería una incipiente organización estatal y la aparición de centros urbanos[53]. Una parte importante de la obra de estos tres autores ha tratado este tema y ha sido continuada por sus discípulos. Las investigaciones desarrolladas desde la etnohistoria por Brigitte Boehm a partir de su Formación del Estado en el México prehispánico (1986) y los estudios que se están realizando por el equipo de investigación “Organización social y agua” dirigido por Jacinta Palerm guardan relación con esta preocupación[54]. En particular, ha habido un interés por demostrar que el desarrollo de la agricultura de riego en el centro de México está unido a la existencia de una organización estatal.

También preocupa el estudio de la distribución de los asentamientos prehispánicos en la cuenca de México y en regiones próximas[55], y la de las nuevas poblaciones nacidas en la época colonial y en períodos posteriores[56], pero también la despoblación provocada durante los primeros estadios de la colonización española[57]. Actualmente, el concepto de “territorialidad”, la de los diversos grupos indígenas que perviven en el México del siglo XXI y que operan el espacio, está siendo objeto de numerosos antropólogos y sociólogos[58].

Entre las actividades económicas, se han estudiado la extensión de la ganadería y sus repercusiones en la organización del espacio y en aspectos ambientales. Al trabajo inicial de Morrisey, han seguido otros, como el de Serrera, en vinculación al desarrollo de una incipiente industria textil, y el de Melville sobre su impacto en los bosques[59]. La difusión de ciertos cultivos agrícolas como el maíz y el trigo, ya había sido objeto del estudio de Moreno Toscano (1968). El caso del nopal y junto con él de la grana cochinilla, ha sido estudiado por Atlántida Coll (1998), un producto de gran valor estratégico y de gran importancia en el desarrollo de la industria textil europea; y el desarrollo de la minería se ha estudiado, en algunos casos siguiendo lo realizado inicialmente por R. West, como P. J. Bakewell y S. Álvarez, y en otros tratando de explicar su dimensión geográfica[60] o su forma de organizar el espacio productivo[61].

Los problemas del medio ambiente forman parte de ese territorio fronterizo que dicen Rucinque y Velásquez entre la historia ambiental y la geografía histórica[62]. Ya en el párrafo anterior se ha mencionado alguno, como la deforestación y posterior desertificación de áreas de sobrepastoreo, y se asocian otros ligados a la actividad minera, ya denunciada en su tiempo por Alejandro de Humboldt en su Ensayo político del Reino de la Nueva España. Uno de los temas más relevantes, aquí en México, desde el punto de vista ambiental es el del agua. Alejandro Tortolero ha abordado en sucesivos trabajos los problemas del agua y su distribución, así como los aspectos tecnológicos ligados al riego, y para uno de los períodos más interesantes, dentro de la perspectiva de la conformación del México actual, como es el siglo XIX[63]. Entre los temas ambientales, Gustavo Garza ha abordado las condiciones climáticas, los riesgos derivados de fenómenos hidrometeorológicos en tiempos ya históricos están siendo reconstruidos a partir de las informaciones obtenidas en archivos de la iglesia[64].

La creación de las redes del territorio está formando parte del índice de investigaciones desde la geografía histórica, ya entendida desde la historia regional como de la antropología regional. Una de estas redes es la del regadío, estudiado por antropólogos e historiadores, entre los que destaca el trabajo precedente de Ángel Palerm “Distribución geográfica de los regadíos prehispánicos” (1943)  ya citado, al que han seguido otros de carácter más regional como los de Brigitte Boehm y Martín Sánchez Rodríguez en Michoacán, y los de Teresa Rojas en el Valle de México[65]. Algunos de estos estudios se centran en la tecnología hidráulica prehispánica, como los de Jacinta Palerm y Martínez Saldaña, no en vano, la extensión de la red es además de geográfica, una cuestión tecnológica[66]. Mientras que otros, como los de Luis Aboites, se refieren a las políticas contemporáneas de irrigación, desarrolladas sobre todo a partir de la Revolución, entendidas como proyecto de conformación nacional[67]. También la construcción y extensión de las líneas de ferrocarril, de las carreteras y de las comunicaciones telegráficas han contribuido a la conformación del país y la noción de una idea de Estado[68].

Finalmente, entre la abundancia de temas que trata hoy la geografía histórica interesa hoy en México sobremanera aquellos estudios que tratan de comprender la conformación del espacio nacional, desde el punto de vista político, económico, social, de aquellos que abordan aspectos más concretos de la conformación del espacio histórico mexicano, tal como expresaba García Martínez en su escrito de 1998.

El problema de la integración territorial de México ya se ha analizado desde diversas perspectivas. Desde la historia económica y regional es particularmente interesante la línea desarrollada por Alejandra Moreno Toscano desde su Geografía económica de México, siglo XVI de 1968. Trabajos como El sector externo y la organización espacial y regional de México, 1521-1910 (1977), junto con Enrique Florescano, y muchos otros en los que trata de entender el modelo de desarrollo urbano son indicadores de la preocupación de la autora por los temas territoriales[69]. También Ángel Bassols, en diferentes obras, Carlos Sempat, Jorge Silva Riquer, hicieron un esfuerzo por tratar de entender desde la geografía económica la conformación de las regiones en México[70]. Muchas de las aportaciones desde la historia, la antropología y la geografía fueron generosamente compilados por Brigitte Boehm (1999), una investigadora ligada a los estudios etnográficos. También desde el derecho ha preocupado el problema de la conformación de un Estado nacional. Al coloquio preliminar que ocupó a expertos mexicanos del derecho en 1984, en años recientes hay que añadirle los estudios publicados por Manuel Ferrer Muñoz[71]. También se ha examinado el proyecto nacional de integración territorial desde las constituciones y su razón de ser interna, como nación, y como entidad independiente de cara al exterior[72].

En realidad, el proceso de conformación de México como estado moderno, si bien con sus características propias, no fue distinto del que se vivió en las otras repúblicas que hoy conforman Latinoamérica. Así ha sido entendido por muchos investigadores como Carlos Bosch, quien desde hace años se ha preocupado por la conformación de Latinoamérica e Iberoamérica, y el profesor colombiano Aldo Olano en su América Latina: herencias y desafíos[73]. Y así lo entendimos con la organización en 1999 y 2005 de sendos coloquios y publicaciones bajo el título genérico La integración del territorio en una idea de Estado[74]. Bajo ese título examinamos desde un punto de vista comparativo, interdisciplinario, y desde la perspectiva territorial los procesos que llevaron a la conformación de los Estados nacionales de México, Brasil y España, algo no muy frecuente de encontrar, todo ello en un momento, como el actual, en que parecen desdibujarse las fronteras y, junto con ellas, los territorios que encierran y los Estados tradicionales que los administran y controlan. Paralelamente, surgen otras voces que reclaman el reconocimiento a sus derechos históricos, a su cultura y su territorio, algo que está afectando a países de todo el mundo. Esos tres casos favorecían la comparación por ser multiculturales en su esencia, con unas trayectorias políticas semejantes y por su proximidad cultural e histórica.

Los trabajos presentados en ambos coloquios y en las publicaciones que de ellos se derivaron han permitido profundizar en las respuestas a varias de las preguntas que se plantearon con su organización y que fueron trasladadas a los ponentes para que las respondieran en función de su tema de investigación y dieron pie a nuevas cuestiones[75].

La conclusión principal a la que llegamos es la similitud de los procesos que se vivieron en los tres países, que se originan con la ascensión de una nueva clase social al poder y con el proyecto de construcción del Estado liberal. Las diferencias en los momentos en que acaece cada una de las etapas de consolidación de estado burgués cambian en función de las condiciones locales, pero se mantiene el esquema general. Por otro lado, la visión del territorio y las actuaciones o políticas de las clases dirigentes fueron muy similares, y los problemas que se derivaron de las actuaciones de control y dominio del territorio y, por lo tanto, de su población, tuvieron, en muchos casos, soluciones parecidas, lo que exacerba la necesidad de proseguir con los análisis comparados.

Con todo lo realizado, tanto por nuestra parte como desde otras disciplinas, parece evidente que hace falta un mayor esfuerzo desde el punto de vista de la interdisciplinariedad para entender no solamente el proceso de conformación del estado nacional mexicano, de la misma manera que los de otros tantos países del mundo, sino, y sobre todo, entender el papel que cumple el territorio en él.

He creído interesante dedicar el último apartado a uno de los coloquios relacionados con la geografía histórica de México en los que he tenido ocasión de participar como organizador. Se trata del VIII Coloquio Internacional Geocrítica titulado Geografía histórica e historia del territorio que tuvo lugar en mayo de 2006. Un repaso a las comunicaciones presentadas por parte de investigadores de instituciones mexicanas puede ser un buen indicativo de las líneas de interés que se están abordando en el país.

Geografía histórica e historia del territorio: el VIII Coloquio Internacional Geocrítica

El título utilizado para el Coloquio Internacional Geocrítica de mayo de 2006, Geografía histórica y la historia del territorio, podría considerarse un pleonasmo (¿qué es si no la geografía histórica sino una historia del territorio?), con el que se quería hacer una llamada a todos aquellos especialistas del territorio (geógrafos, historiadores, arquitectos…). Las comunicaciones presentadas son un buen exponente del momento que vive la geografía histórica iberoamericana, y en particular la mexicana, de los asuntos que interesan, de las tendencias que se están imponiendo y de la variedad de profesionales de distintas disciplinas que han participado en él[76]. No han sido los geógrafos el principal colectivo asistente, como pudiera esperarse. Más bien, se trata de un grupo heterogéneo, multidisciplinario unido por un  tema afín. De alguna manera, Geocrítica reiteró el propósito que años antes The Journal of Geographical History, en el momento de su aparición, hizo a los lectores: una publicación abierta a todo aquel que, independientemente de su formación, tuviera algo interesante que decir sobre geografía histórica[77]. El problema de la configuración de los nuevos Estados nacidos a la vida independiente, la integración de sus territorios nacionales, las formas de organización del espacio en diferentes períodos históricos (mundo prehispánico, colonial y de los países independientes) y a diferentes escalas, las ideas que sobre el territorio poseían los diversos grupos y agentes que operan en ellos, las implicaciones geopolíticas de cada actuación en el territorio, fueron tratados de diversa manera en este VIII Coloquio.

Muestra del interés de los investigadores mexicanos por la “geografía histórica y la historia del territorio” puede observarse a partir de la publicación especial de Scripta Nova dedicada a este encuentro internacional. Cerca de un 20 por ciento de los textos recuperados pertenecen a esta nacionalidad. Sorprende, también, la ausencia de algunos de los destacados investigadores en la temática planteada en el Coloquio.

En una revisión necesariamente limitada de las aportaciones hechas por los participantes mexicanos se podría destacar lo siguiente:

El tema más tratado por los participantes mexicanos fue el titulado “La organización del territorio de las sociedades tradicionales y de los reinos de las Indias Occidentales”. La necesidad de extender el dominio del territorio virreinal, y más tarde del nacional, y organizarlo por parte de los diversos gobiernos siguió siendo en el siglo XIX, y es hoy en el XXI, una de las tareas pendientes de los países latinoamericanos; aunque la forma de ejercer ese dominio y la finalidad para la que haya de servir éste dependerá del signo político de los gobernantes y, por lo tanto, de sus intereses. Así, Hira de Gortari (2006) estudió y comparó las diferentes formas de organización del territorio en época virreinal de la Nueva España y en la época independiente de México. Margarita Carbó (2006) recuperó en su ponencia las Repúblicas de indios, un tema abordado desde hace ya años, entre otros, por Agustín Cue (1947), como forma de organización territorial, en tanto unidad económica, social y política, y examinó sus vicisitudes a lo largo del virreinato y en el México independiente. Todavía el período de organización nacional, el siglo XIX y parte del XX, sigue sin llamar la atención de los especialistas, como ya había apuntado B. García (1998).

El territorio es percibido por los intelectuales desde diversas perspectivas. Las obras de Ratzel, como mostró Patricia Gómez Rey (2006), sirvieron de estímulo para una comprensión del México de principios de siglo XX desde la geopolítica, como pretendía Andrés Molina Enríquez en los años previos a la Revolución.

Pero, el territorio no responde únicamente a los intereses de los grupos dirigentes y de sus gobiernos. Es, ante todo, de quien lo vive y lo usa: el pasado y presente indígena, los vendedores de las calles, el movimiento obrero, y las clases pudientes, entre muchos otros. Todos ellos son objeto de interesantes reflexiones espaciales. El concepto de altépetl ayuda a entender las formas de organización territorial prehispánica en México, como ya había defendido García Martínez (1987). En este Coloquio no podían faltar alusiones a esta forma de organización prehispánica y fue analizado para el caso de Tlaxcala como propuso García Sánchez (2006), un estado que mantuvo sus privilegios dada la colaboración que tuvo con las tropas españolas. También es la base del análisis que presentaron Fernández y Garza (2006) a partir de la imagen pictórica de Metztitlán: pasado indígena y percepción europea se mezclan en ella ofreciendo una interesante lectura del territorio indígena. Finalmente, el movimiento obrero también se organizó territorialmente y creó sus redes de apoyo vinculadas a la Casa del Obrero Mundial como mostró Anna Ribera (2006). Los grupos indígenas, su territorio y su sentido de territorio fueron objeto de la comunicación de Ma. del Carmen Ventura (2006)

La pintura de Metztitlán permite enlazar los temas de cartografía histórica que fueron abordados en otros apartados del Coloquio, además de en el titulado “La cartografía del territorio”. La comunicación de Marcela Dávalos (2006) estudia la forma de representación de los barrios de indios a partir de los mapas urbanos de la ciudad de México de José María Alzate a fines del siglo XVIII. Su lectura permite observar el contraste de la relación con el espacio que tenían los vecinos de esos barrios con la de los miembros del arzobispado, encargados de administrar la doctrina. El poder construye el espacio y hace visibles o invisibles a sus habitantes en función de sus intereses. La cartografía urbana es la protagonista de la comunicación de Hernández Franyutti (2006) sobre el arquitecto Ignacio de Castera, Maestro mayor de la ciudad de México durante el siglo XVIII: una muestra de la representación del discurso ilustrado en la organización del territorio, leído a partir de las propuestas de John B. Harley acerca de la comprensión de la cartografía.

Por su parte, Ma. del Carmen León García (León, 2006) abordó la obra cartográfica de los ingenieros militares realizada en el siglo XVIII. Una labor que permitió conocer con bastante profundidad las características del territorio de la Nueva España que sirvió de base al barón de Humboldt para su Ensayo político del reyno de la Nueva España (1810) y a los independentistas criollos, en su proyecto de construcción nacional.

El estudio de Irma García Rojas (2006) sobre la Nueva Galicia y la región de Guadalajara se inserta en una tradición de estudios que se remonta a inicios del siglo XVII con la Descripción geográfica de los reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León por Alonso de la Mota y Escobar (edición de 1966), y entronca con los trabajos sobre la organización del espacio económico y región de Guadalajara impulsada, entre otros, por los ya citados J.P. Berthe (1973 [1970]), Th. Calvo (1989 [1984]), y Bakewell (1971). En este caso, García Rojas se ocupa de la cartografía histórica existente de lo que antiguamente se conocía como el occidente de la Nueva España, que comprendía un territorio mayor que el de la hoy emblemática entidad mexicana de Jalisco. La cartografía que presenta se refiere a mapas de carácter regional, a mapas urbanos –Guadalajara—, los de zonas mineras, los costeros y los relativos a la laguna de Chapala[78].

Referido también al Estado de Occidente se encuentra el trabajo expuesto por Hirineo Martínez (2006). En él se aborda la división realizada en el siglo XIX de esta entidad en las tres actualmente existentes, a saber, Jalisco, Nayarit y Colima, y reflexiona el trasfondo que hay tras la decisión administrativa de imponer una nueva división. Una comunicación que remite a los ya citados clásicos de O’Gormann [1994 (1937)] y Commons (2000) sobre las divisiones territoriales de México, como también al todavía imprescindible estudio realizado por Bataillon (1967) y su revisión más actualizada (Bataillon, 1997) para comprender la realidad regional mexicana.

Desde una óptica institucional, Azuela (2006) presentó el proyecto cartográfico desarrollado por la Comisión Geográfico Exploradora (1878-1911), en tiempos de la presidencia de Porfirio Díaz, a partir de una concepción utilitarista de los mapas topográficos, e inscrito dentro de un proyecto nacional de conocimiento geográfico.

El control del Estado sobre el territorio se ha ejercido mediante diversos instrumentos de los que la cartografía, como se ha visto, es un ejemplo. Pero también la ciencia y los científicos, las corporaciones técnicas, los religiosos, las órdenes mendicantes, y los militares, todos ellos en la órbita del poder, han servido como tales y han estado sometidos a sus vaivenes y desdenes. Sunyer (2006) muestra como los proyectos de colonización del territorio árido mexicano, dos tercios del país, tras la Revolución no siguió la opción ambientalmente menos costosa, si no las más redituable políticamente al decidirse por extender el regadío antes que propiciar la técnica de Dry-Farming o cultivo de secano. Una visión del espacio mexicano desde el punto de vista geopolítico que implicaba inversiones de fondo y ofrecer trabajo a quienes tradicionalmente habían sido ninguneados por el poder político: los ingenieros civiles y agrónomos.

La creación de ciudades y puntos de colonización, como los presidios que presentó Arnal (2006) y la propuesta de José de Escandón en el siglo XVIII de realización de ciudades en el Nuevo Santander (Tamaulipas), presentada por Gabriela Vázquez (2006), son dos ejemplos de la lógica de dominio territorial que imperaba en el siglo ilustrado novohispano. Luis Arnal lleva años trabajando el tema de los presidios y los considera el origen de muchas poblaciones del norte mexicano (Arnal, 1995) y su estudio se vincula con los trabajos pioneros de P.W. Powell (1944, 1987) y Beatriz Braniff (2000, 2001) sobre el desarrollo de la frontera septentrional de los territorios novohispanos.

El mundo urbano, a pesar de su aparente homogeneidad, esconde diversas formas de organización espacial en función de los intereses y debates entre los diversos agentes que operan en ella, pero también de su origen cultural, sus modos de vida (Cabrales, 2006): es un espacio creado a imagen y semejanza de las clases gobernantes, espejo del país (E. Ribera, 2006); o bien, planeado con una finalidad económica, como ocurrió en las ciudades del Nuevo Santander (Vázquez García, 2006) y recreado por las clases menesterosas y los vendedores callejeros, como ha mostrado Barbosa (2006) al recuperar los rumbos del comercio en la antigua ciudad de México.

La lista de temas que se han tratado ya, y los que se van a abordar, no dejan de aumentar de año en año, un buen síntoma que indica que los temas del pasado, al contrario de lo que se nos quiere hacer creer, preocupan a cada vez más personas (Capel, 2006).

Consideraciones finales

Como bien sabían los geógrafos dedicados al campo de la geografía histórica durante los años treinta del siglo pasado, la línea fronteriza que separa la geografía de la historia es muy fina, y la posibilidad de salirse del campo disciplinario es extraordinariamente elevada ¿qué tanta geografía y qué tanta historia debía incluirse? Parece claro que fueron cuestiones más académicas e institucionales que propiamente científicas las que condujeron en el siglo XIX a la división de los conocimientos de lo que hoy llamamos ciencias sociales (Carvalho, 1997, 1999).

En la geografía histórica al parecer, tras un largo período en que se temía su desaparición como especialidad tanto por factores internos a la propia geografía como por la competencia desde disciplinas próximas, ha dominado la cordura y el interés colectivo frente a las posturas dogmáticas, al punto que revistas de la calidad de Journal of Historical Geography no han tenido ningún reparo en publicar los artículos de “todos aquellos que desean decir algo interesante acerca de la geografía de una región en un momento del pasado”. La geografía histórica se nutre de muchas perspectivas y no se debería negligir ninguna. No en vano, la construcción del territorio atañe a factores que deben estudiarse desde la inter y la multidisciplinariedad, tal como se propuso también en el VIII Coloquio Internacional Geocrítica.

Explorar las tendencias de la geografía histórica en México, el objetivo de este ensayo, ha permitido comprender varias cosas. Una de ellas es que en México se ha hecho geografía histórica y de gran calidad en el pasado y que posiblemente ha sido la debilidad del entorno institucional lo que no ha propiciado que haya tenido históricamente un mayor desarrollo, ni que, quizás, haya habido una comunidad científica suficientemente sólida para recibir las influencias externas, ni un ambiente interno propicio para desarrollarse por la propia dinámica investigadora.

Como ya expusieron David J. Robinson, Bernardo García y J. Omar Moncada, la geografía histórica mexicana ha sido más objeto de historiadores que de geógrafos, aunque posiblemente este colectivo ya esté en condiciones hoy en día de aportar algo más. Creo que el principal problema es que no ha habido un buen intercambio de informaciones entre los diversos centros de investigación mexicanos dedicados a esta subdisciplina de la geografía humana y su futuro dependerá en gran parte de potenciar los canales de comunicación interinstitucionales y favorecer los foros académicos. La variedad y amplitud de temas que se abren al interesado en las cuestiones histórico espaciales es altísima y se requiere aglutinar esfuerzos desde diversas perspectivas.

Sigo siendo optimista sobre el futuro de la disciplina en México. Los temas son abundantes y la forma de abordarlos, las perspectivas que se pueden aplicar al conocimiento del pasado, son innumerables. Y una cosa aún más importante, sobre todo en tiempos de celebraciones centenarias, como la de la independencia de México y aún de muchos otros países latinoamericanos en este 2010, resulta cada vez más importante  reflexionar sobre el pasado, no tanto porque nos preocupe, ya que, como decía H. Capel en el colofón del VIII Coloquio, “no podemos actuar sobre él”, sino porque nos preocupa el futuro y debemos pensar en él. En este sentido, y siguiendo a este mismo autor, creo que cuadran bien las palabras con las que se clausuró el citado evento y que volvió a repetir en septiembre de 2009 con ocasión del Congreso Internacional La ciudad contemporánea: procesos de transición, cambio e innovación y IV Congreso  Internacional Hispano-Mexicano. En un mundo como el actual, en el que se están dando cambios de gran profundidad necesitamos de la geografía histórica “para entender el pasado, para organizar mejor el presente, y para construir el futuro”[79].

 

Notas finales

[1]Orozco, 1864, 1871, 1881; Esteva, 1913; Troncoso, 1912; Mendizábal, 1928 y 1947.

[2] Sobre estas referencias véase bibliografía final . Con respecto a los distintos destinos de las Relaciones geográficas mandadas hacer por Felipe II a Juan de Ovando y Juan López deVelasco, y la serie de trabajos de carácter histórico y geográfico histórico que de ellas se derivaron, puede verse Moreno Toscano, 1968, p. 13-26. En referencia a Ángel Palerm, puede verse el artículo de González (2000) y la obra de Sánchez (2002) en los que se repasa la aportación de este antropólogo de origen español.

[3] Así parece desprenderse del concepto de “personalidad” por él empleado, enraizado en la obra de Ciril Fox The Personality of BritaIn Its Influence on Inhabitant and Invader in Prehistoric and Early Historic Times. Con ese concepto entiende, dice, “La designación de personalidad aplicado a una parte particular de la tierra, incorpora la relación dinámica e integral de la vida y el territorio”. No hay que olvidar que la publicación de este texto es próximo a la conferencia que impartió como presidente de la Asociación de Geógrafos Norteamericanos en 1940 y publicada en Geographical Review en 1940, en la que hace una defensa acérrima de la geografía histórica como campo de estudio dentro de la geografía.

[4] De Sherburne F. Cook destaca, junto a Lesley B. Simpson, The Population of Central Mexico in the Sixteenth Century (1948). Más tarde publicó The Historical Demography and Ecology of the Teotlalpan (1949), Soil Erosion and Population in Central Mexico  investigaciones que se encuadran en la línea de ecología humana que en México tuvo eco en autores como Pedro Armillas y Ángel Palerm, más próximos a la antropología que a la geografía. S. Cook prosiguió junto con Woodrow Borah (1912-1999) diversas investigaciones ligadas a la historia demográfica de México ya en los años cincuenta. Entre las más conocidas están The Population of Central Mexico in 1548. An Analysis of the Suma de Visitas de Pueblos (1958) e Indian Population of Central Mexico, 1531-1610 (1960) que inauguraron la línea de estudios demográficos de la escuela de Berkeley. Sobre este historiador puede leerse el resumen biográfico de Zoraida (2000). Peter Gerhardt (1920-2006), por otro lado, dedicó una parte importante de su vida a la geografía histórica mexicana con trabajos que siguen siendo consulta obligada para quien desee comprender la conformación territorial de la antigua Nueva España en los siglos XVI al XVIII. De ellos destacan los dedicados a las fronteras norte y sureste de la Nueva España (1982 y 1979 respectivamente) y sobre todo su Geografía histórica de la Nueva España, 1519- 1821, publicado originalmente en 1972, obras todas ellas vertidas al castellano muchos años después, ya en los años de 1990, por mediación del Institutod e Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Sobre este autor puede leerse la editorial que el Instituto de Geografía de la UNAM le dedicó el año de su fallecimiento (Instituto de Geografía, 2007).

[5] Muestra de esta línea de trabajo, puede leerse la investigación de Cambrézy, Lescurain y Marchal (1992) Crónicas de un territorio fraccionado. De la hacienda al ejido y el trabajo de Tortolero (1992), quien desde su tesis doctoral en 1990 (Les Haciendas et l'innovation: activités agrícolas et changements techniques dans la région centrale du Mexique (district Chalco et état de Morelos, 1880-1914) sobre el papel de las haciendas en la incorporación de innovaciones tecnológicas fue derivando hacia las formas de organización y uso de su espacio.

[6] Moncada, 2004.

[7] Esta falta de consciencia es extensible a las valoraciones de las obras geográfico-históricas más conocidas por parte de quienes eran receptores de estos estudios. Es decir, se podría asegurar que tanto desde la propia geografía como por parte de otras disciplinas la geografía histórica no existía como tal, como especialidad, sino que estaba incluida o bien dentro de la historia o bien dentro de subdisciplinas más conocidas de la geografía (geografía humana, económica, regional…). Un ejemplo puede verse en la reseña que hizo el historiador José Lameiras de la obra ya citada de Peter Gerhard The Southeast Frontier of New Spain (1979) en la que la califica como historia político-geográfica: “Los factores geográficos, refiéranse éstos al medio ambiente natural, a las consecuencias de su alteración o a los elementos que en él se encuentran como parte del paisaje “social” y “cultural” han de relacionarse para la comprensión de las acciones políticas que se presentan en un área espacial. En estos términos se pueden evaluar los datos presentados por Gerhard, partiendo de las interrelaciones de la situación geográfica con el hecho histórico político de la conquista” (Lameiras, 1980). Otro tanto ocurre con la obra de Figueroa, 1974, más asociada a una geografía política que a lo que incluso en su momento se podía entender como geografía histórica.

[8] Me refiero a los coloquios México-España y México-Brasil sobre la Integración del territorio en una idea de Estado, celebrados en la ciudad de México en 1999 y 2005, respectivamente, y organizados por Eulalia Ribera, del Instituto Mora; Héctor Mendoza, del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México; y un servidor (Véase al respecto Mendoza, Ribera, Sunyer, 2002, y Ribera, Mendoza, Sunyer, 2007).

[9] Sobre el mismo puede consultarse la página en donde se encuentran los textos presentados http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-218.htm

[10] La “justificación de su existencia” tiene su razón de ser si tenemos en cuenta la inusitada defensa del campo disciplinario realizada por personalidades clave de la geografía histórica anglosajona, como Carl O. Sauer y Henry Clifford Darby. Sauer, en los artículos antes citados, responde a los cuestionamientos aparecidos principalmente en la obra de Richard Hartshorne The nature of Geography (1939); Darby, de la escuela británica, defiende la perspectiva temporal en la geografía, al menos, en dos artículos, On the Relations of Geography and History (1953) y The Problem of Geographical Description (1962).

[11] Entre sus temas de interés figuran los de población indígena en la América hispana en tiempos coloniales y en particular sobre el virreinato de Nueva Granada, y el desarrollo de estructuras espaciales vinculadas a la organización del sistema económico y productivo en tiempos de la colonia. Una de sus obras principales como editor, en este último sentido, ha sido Social Fabrics and Spatial Structures in Colonial Latin America (1979), en cuya introducción Robinson trata  de explicar el tejido industrial novohispano a partir de la idea de lugar central siguiendo la línea de investigación inaugurada por Robert West en 1949.

[12] El título de su tesis Indians, Conquest and Political Desintegration:The Sierra de Puebla in New Spain (1579-1700) presentada en la Universidad de Harvard para la obtención de su doctorado en Historia. Entre sus estudios de carácter espacial-regional destacan “Consideraciones corográfi­cas” (1981), en Historia General de México, “Regiones y paisajes de la geografía mexicana”, en Historia General de México (2000),  “El desarrollo regional y la organización del espacio (siglos XVI al XX)” (2004) en la obra coordinada por Enrique Semo Historia económica de México.

[13] La obra de West citada fue recientemente traducida al castellano con el título La comunidad minera en el norte de la Nueva España: el distrito minero de Parral (2002). Robert C. West en 1941 ya había realizado un interesante trabajo sobre una de las comunicaciones más concurridas del noroeste de la Nueva España que conectaba las regiones productoras de alimentos con los principales centros mineros, entre los que estaba Parral (West, 1941). Sobre el estudio de West sobre Parral puede leerse el comentario realizado por Salvador Álvarez (2005: 110-112).

[14] García Martínez, 1998, p. 36.

[15] García Martínez, 1998, p. 55.

[16] Recientemente, F. Fernández-Christlieb (2008), investigador del Instituto de Geografía, hizo una valoración positiva de su propuesta de regionalización, “apoyada en un conocimiento detenido del territorio” desarrollada en una de sus últimas publicaciones (García, 2008). Antecedentes de esta obra y de su propuesta de regionalización de México se pueden encontrar en los artículos de García Martínez citados en Nota VII.

[17] Mendoza, 2007.

[18] Si bien, no todo lo reseñado por Moncada puede considerarse propiamente geografía histórica. En algunos casos, la tenue separación entre la geografía histórica y la historia de la geografía parece difuminarse.

[19] Aunque en ocasiones, como explicó J. B. Harley en un artículo publicado en 1973 (Harley, 1973), fuera esa la excusa para lograr el visto bueno, la aceptación de artículos y ponencias en congresos: ir al mercado de productos “cuantitativos” y ver cuál de ellos daba solución a sus problemas en el estudio geográfico histórico.

[20] Claval, 1974, p. 88.

[21] Capel, 1981, p. 403 y ss..; Darby, 198, p. 425-426.

[22] Heffernan, 1997, p. 2.

[23] Guelke, 1997, p. 233. Leonard Guelke, promotor en los años de 1970 de un enfoque idealista en geografía histórica, en el texto mencionado de 1997 (“The Relations Between Geography and History Reconsidered”) defendía un núcleo disciplinario de la geografía histórica basado en las relaciones hombre-medio.

[24] Clark y Patten, 1975, p. 2

[25] Capel, 1981, p. 446.

[26] Lafuente, Sala Catalá, 1989, citado en Capel, 1994.

[27] En relación con la cartografía, en México se ha hecho mucho en el pasado con el antecedente de Orozco y Berra (1871) y recientemente tanto para descubrir y catalogar los mapas y planos existentes, para conocer y estudiar  los individuos y las instituciones responsables de su elaboración, como para entender lo realizado, y el sentido y significado que subyacen a esos mapas, y eso ya fuera  para mapas a pequeña escala como en gran escala. Tratar en este texto la historia de la cartografía en México y la cartografía histórica de México, siendo como son parte inextricable de la geografía histórica, en mi opinión, conllevaría extenderse más de lo conveniente. No quiero dejar de pasar la ocasión para recordar la celebración en abril de 2008 del II Simposio Iberoamericano de Historia de la Cartografía, quizás el evento más relevante dentro del ámbito internacional iberoamericano, organizada por el Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México, bajo la coordinación de J. Omar Moncada.

[28] Respecto de la evolución e institucionalización de la geografía en México puede verse Moncada, 1994.

[29] De la abundante obra dedicada a los ingenieros militares, destaco Moncada, 1986, 1993 en las que se explican las actuaciones realizadas por los miembros de ese cuerpo; Moncada, 1990 y 1995 sobre sus labores en obra hidráulica y la construcción de caminos; su colaboración en la obra de Capel, 1988. En relación con los ingenieros geógrafos, puede vese Moncada et al., 1999; y Mendoza, 2001

[30] La más longeva de las sociedades geográficas de América latina, la cuarta a nivel mundial, y de las primeras si se considera solamente su parte estadística (Lozano, 1991, Mayer, 1999, Azuela, 2003).

[31] Sunyer, 2007.

[32] Bazant, 2002, p. 154.

[33] Gómez, 2007, Nota 4.

[34] Gómez, 2003, 2007 y 2008; Castañeda, 2001 y 2007.

[35] Se denomina así al período de la historia moderna de México comprendido entre 1877 y 1911, en el que el general Porfirio Díaz domina la escena política, ya como presidente de la República, en diversas ocasiones, ya como ministro de Fomento, en el período de la presidencia de Manuel González, 1880- 1884. Entre las numerosas misiones creadas en este período destaca la Comisión Geográfico-Exploradora que ha sido objeto de diversos artículos, entre ellos, García, 1975.

[36] Azuela, 1996.

[37] Precisamente a raíz del encargo Manuel Orozco se dio a la labor de estudiar tales divisiones con el fin de justificar su nueva propuesta. Inicialmente publicó en 1866 en El Mexicano  las directrices que rigieron su división territorial, y fueron vueltas a publicar en El Sistema Postal de la República Mexicana, en 1878, bajo el título “Idea de las divisiones territoriales de México, desde los tiempos de la dominación española” (McGowan, 1990). Con respecto a la división territorial de Orozco pueden leerse extensos trabajos: Bassols, 1976; Commons, 1989; McGowan, 1990; Contreras, 2005.

[38] De O'Gormann se ha usado la edición de 1994 (O'Gormann, 1994 [1937]). Para el caso de la Dra. Áurea Commons, su labor se ha orientado al conocimiento no únicamente de las divisiones territoriales nacionales, sino también el de las entidades que conforman el México actual. Desde uno de sus trabajos iniciales Geohistoria de las divisiones territoriales del Estado de Puebla (1971), pasando por su tesis doctoral de 1981 (Commons, 1981) hasta una de sus más recientes y completas publicaciones (Commons, 2002), ha dedicado sus investigaciones a este tema y ha orientado tesis al respecto (Zúñiga, 1985a, 1985b; Ochoa, 1984, 1985). Un buen catálogo de las publicaciones de la Dra. Commons, puede consultarse en Moncada, 2004.

[39] Carbó, 2007.

[40] Cisneros, 1998; Braniff, 2000 y c2001.

[41] Álvarez, 2003 y 2008.

[42] Florescano, 1968.

[43] Sepúlveda, 1958a, 1958b.

[44] Sepúlveda, 1976 y 1977; Bassols, 1998-1999.

[45] Tamayo y Moncada, 2001; Tamayo, 2001.

[46] Ceballos, 2003.

[47] Vázquez, 1965; McGowan, 1990; Gortari, 2002.

[48] La obra coordinada de Solano recoge estudios publicados previamente entre 1971 y 1974 en Revista de Indias.

[49] Sala Catalá, 1994.

[50] Sala Catalá, 1986.

[51] Musset, 1992; Perló, 1999.

[52] Con respecto a las poblaciones michoacanas, véase Fernández y O'Gormann, 1937; Jarnés, 1942; Zavala, 1950. Sobre Tlayacapan (Morelos), Favier, 2004.

[53] Al respecto, véase Boehm , 1986, y Palerm, 1997. Sobre Ángel Palerm puede consultarse el estudio de González, 2000. Sobre Pedro Armillas, la biografía de José Luis de Rojas, 1987, y la de Teresa Rojas, 1991.

[54] Puede verse al respecto de esta investigadora la URL de su equipo de investigación http://jacintapalerm.hostei.com/index.html en la que se encuentran una parte importante de los resultados de sus investigaciones en relación con el riego. En particular “El pequeño riego en México ¿ manejo sustentable ? Regadío, origen del Estado y la administración de sistemas hidráulicos” (1997) consultable en la citada URL.

[55] Navarrete, 1988; López, 2003. El estudio de López Recéndez fue presentado en un Congreso en 1981 y publicado en 2003 en la revista Investigaciones geográficas del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México.

[56] Moreno Toscano, 1971 y 1974.

[57] Los estudios sobre población histórica en México tanto a nivel general como de casos particulares es abundante, sobre todo desde los trabajos de Cook y Simpson 1948 y luego Cook y Borah ya citados. De estudios posteriores Percheron, 1988; Sempat, 1989; Malvido y Cuenya, 1993, Calvo, 1994. Estos dos últimos compilan estudios diversos sobre la evolución  y el movimiento de la población de México.

[58] Entre otros Lenkersdorf, 1999; Lazos y Paré, 2000; Barabás, 2003; Liffman, 2005.

[59] Hay que hacer notar que ya Chevalier, 1953, había tratado el tema de la introducción de la ganadería en la Nueva España. Entre los estudios clásicos está también el de Morrisey, 1951. Serrera, 1999, trata sobre la extensión de la ganadería en Jalisco; Melville, 1994 sobre su impacto en  la comarca del Mezquital.

[60] Bakewell, 1971 y Álvarez, 1999.El libro de Coll, Sánchez-Salazar y Morales (2002) dedica uno de sus capítulos al desarrollo histórico de la minería en México, que contiene algunos mapas muy interesantes desde el punto de vista de la expansión de la actividad a lo largo de los últimos 400 años, además de abundantes referencias bibliográficas.

[61] Sariego, 1992; Saavedra, Sánchez, 2008.

[62] Rucinque, Velásquez, 2007.

[63] Tortolero, 1996; 1998.

[64] Garza, 2002, 2007.

[65]Boehm, 2002; Sánchez , 2005a y 2005b; Rojas ,1974.

[66] Palerm y Martínez, 2000.

[67] Muchos de los trabajos, sino la mayoría de Luis Aboites rescatan esta perspectiva. Como ejemplo, Aboites, 1998.

[68] En 1980, en una publicación de homenaje a Robert C. West (ver Davidson, Parsons, 1980) incluía varios trabajos dedicados al desarrollo de la red de ferrocarril (John J. Winberry) y su efecto en la jerarquización urbana (Peter W. Rees) siguiendo una vena cuantitativista que trataba de aplicar modelos para comprender ya los asentamientos mayas y aztecas, como la red de ferrocarril y su impronta en la jerarquía urbana. Entre otros trabajos recientes sobre el ferrocarril: Kuntz, 1999; Kuntz, Riguzzi, 1996; sobre la red de carreteras García, 2006a , 2006b,2006c; sobre el telégrafo Mendoza, 2007. Acerca de las veredas, caminos y carreteras, García Martínez coordinó un número especial de la revista de difusión Arqueología mexicana (vol. XIV, núm. 81) titulado La conformación del espacio mexicano en el que los diversos colaboradores dedican sus escritos a las diversas vías, prehispánicas o más reciente, que permitieron la comunicación interna del territorio que hoy denominamos México (García, 2006a).

[69] Moreno, 1971, 1974, 1998.

[70] Entre los numerosos escritos de Bassols, véase, por ejemplo, Bassols, 1979; Sempat, 1983 y 1998; Silva, 1998, 2003. También de Bassols vale la pena el texto presentado en la ponencia magistral al Coloquio Internacional México-España sobre la Integración del territorio en una idea de Estado: Bassols, 2002.

[71] González, 1984; Ferrer, 1995 y 1997.

[72] Galeana, 2007; Sosa, 2007.

[73] Bosch, 1978 y 1991; Olano, 2003.

[74] Puede verse al respecto Mendoza, Ribera, Sunyer (1999) y Ribera, Mendoza y Sunyer (2005). A lo largo del texto se han hecho llamadas a algunos de los trabajos presentados y publicados en el marco de ambos coloquios. Desafortunadamente, el interés del tema desborda el límite de un escrito como el que presentamos.

[75] Algunas de estas preguntas fueron ¿Cómo se construyen los Estados nacionales? ¿Qué función cumple el territorio en ese proceso? ¿Qué idea de territorio tienen en mente la clase económica y política dirigente, los científicos, los ciudadanos, los diversos grupos que ocupan y viven ese espacio? ¿Qué función desempeñan cada uno de ellos? ¿Qué modelo de territorio se desea y para qué tipo de sociedad? ¿Cuántos territorios se crean? ¿Cómo se incorporan los antiguos habitantes a la nueva concepción de estado y de territorio? ¿Conviven varias ideas de territorio? ¿Qué función desempeñan las ciudades en este proceso de configuración de los Estados nacionales? ¿Qué redes se establecen a lo largo y ancho del territorio nacional?...

[76] Una muestra de la amplitud de temas que abarca hoy la geografía histórica, y del interés que despierta, es la participación de más de ciento cincuenta investigadores de diversas partes de Iberoamérica, dispuestos en catorce mesas temáticas. Finamente, para su publicación final en el número especial de Scripta Nova, se aceptaron 91 artículos agrupados en diez temas. Puede consultarse la página de Geocrítica: http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-218.htm. A lo largo de los siguientes párrafos, las referencias son a los trabajos presentados y publicados en esta URL

[77] Véase al respecto las editoriales de esa publicación del número 1 (1975), la  del volumen 13 (núms. 1 y 2, 1987), la correspondiente al volumen 23 (núm. 1, 1997).

[78] Una versión reciente de este tema ha sido publicado por Irma B. Rojas (2009) en la revista del Departamento de Geografía de la Universidad de Guadalajara (Geocalli) en un número especial dedicado a Cartografía histórica. Participa también Francisco Barbosa (2009).

[79] Capel, 2006 y 2009.

 

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[Edición electrónica del texto realizada por Miriam-Hermi Zaar]

 


Ficha bibliográfica:

SUNYER MARTÍN, Pere. Tendencias de la Geografía histórica en México. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. XVI, nº 922, 5 de mayo de 2011. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-922.htm>. [ISSN 1138-9796].