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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XV, nº 889, 25 de septiembre de 2010

[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]


DEL POSIBLE IMPACTO CLIMATOLÓGICO DE LOS DESEQUILIBRIOS ELECTROMAGNÉTICOS DE ORIGEN ANTROPOGÉNICO


Pedro Costa Morata

Profesor Titular de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente, 1998
pcosta@euitt.upm.es


Recibido: 22 de marzo de 2010. Aceptado: 10 de junio de 2010.


Del posible impacto climatológico de los desequilibrios electromagnéticos de origen antropogénico (Resumen)

La acelerada recarga de energía electromagnética sobre la atmósfera en las últimas décadas en las sociedades tecnológicas debido el vertiginoso desarrollo de actividades que implican la emisión de esa forma energética viene preocupando por la trascendencia que puede tener para la salud humana y la vida orgánica. De forma semejante a como la acumulación de “gases de invernadero” ha llevado, con el tiempo, a procesos de variación climática perceptibles que ya se anuncian catastróficos, esta acumulación de energía electromagnética, superpuesta a la ya existente de origen natural e interactuando con el conjunto de los llamados geocampos, podría introducir nuevos desequilibrios o desajustes en los mecanismos y procesos atmosféricos y climáticos, con consecuencias seguramente negativas.

Palabras clave: campo magnético, campo eléctrico, radiación electromagnética, geocampos, magnetosfera


On climatological impact of electromagnetic unbalance from anthropogenic origin (Abstract)

The increasing recharge of electromagnetic energy on the atmosphere in technological societies due to the hasty development of activities during the past decades is disturbing because these electromagnetic emissions can affect human health and organic life significantly. As the accumulation of “greenhouse gases” has affected climatic changes in a way that is announced as catastrophic, this accumulation of electromagnetic energy, which doubles the existing one coming from natural sources, could introduce new disturbances and disorder in atmospheric and climatic mechanisms and processes, thus having important negative consequences.

Key words: magnetic field, electric field, electromagnetic radiation, geomagnetic field, magnetosphere


Introducción: ampliar la inquietud electromagnética

La acelerada recarga de energía electromagnética[1] que viene teniendo lugar en la atmósfera a lo largo de las últimas décadas en las sociedades tecnológicas, como consecuencia del vertiginoso desarrollo de actividades que implican la generación y emisión de campos electromagnéticos (CEM), preocupa crecientemente por la trascendencia que pueda tener sobre la vida orgánica debido a la sensibilidad electromagnética de los seres vivos y, en especial, de los humanos. Poco a poco la inquietud social sobre estas interacciones entre electromagnetismo y materia viva ha ido extendiéndose por todo el mundo desarrollado, incluyendo desde luego España, y adquiriendo la forma de rechazo individual y colectivo a instalaciones eléctricas de transporte y transformación (de frecuencias eléctricas industriales) así como a infraestructuras de telecomunicaciones (de radiofrecuencias), singularmente la telefonía móvil.

La intervención de la comunidad científico-técnica en este nuevo debate socio-tecnológico aparece, una vez más[2] como minoritaria, repitiéndose la apatía y las reticencias, cuando no el desabrido rechazo desde las instituciones, sean éstas científicas, tecnológicas, políticas o económicas, y tanto en el plano nacional como en el internacional. De modo particular, las empresas comerciales de telecomunicaciones –como históricamente viene siendo actitud sistemática en el mundo empresarial ante cualquier actitud de rechazo social más o menos fundado y motivado por las novedades tecnológicas o las inquietudes científico-técnicas– se han instalado en una posición de negativa y radical cerrazón a reconocer la menor incidencia perjudicial de sus actividades, encontrando en los poderes públicos, también de forma automática e instintiva, apoyo y cobertura a esta actitud elusiva (que además suele implicar un laxo cumplimiento de la normativa en vigor).

Las posiciones, de momento irreconciliables, adoptadas por parte tanto de la defensa como de la crítica respecto a las posibles interacciones fisiológicamente nocivas entre los CEM y la salud se vienen manteniendo y prolongando en el tiempo, mientras que  la argumentación científica –biológica, fisiológica, electroquímica– se enriquece a partir de una cada vez más abundante producción de literatura científica centrada en los aspectos críticos y conflictivos, que refleja resultados inquietantes de los estudios e investigaciones de índole médico-biológica, in vivo e in vitro[3]. Ni que decir tiene que la trascendencia de los resultados de este proceso crítico de investigación podría cuestionar, al menos en principio, el desarrollo de la llamada Sociedad de la información, de estructura físico-tecnológica eminentemente electromagnética y que pretende construir un mundo de relaciones eléctricas incluso sin hilos, multiplicando ad infinitum la presencia de esta forma energética en la biosfera. En consecuencia, no ha de extrañar la acritud que va adquiriendo esta polémica, lo que llega a afectar también el mundo científico que, como sucede habitualmente en tantos ámbitos, aparece muchas veces relacionado con el sector industrial-comercial de lo electromagnético: las telecomunicaciones, la informática y el sector eléctrico-industrial.

Con una lógica parecida a la que estimula la consideración analítica y crítica de las relaciones CEM-salud debiera surgir la preocupación por la posible influencia de estos pujantes agentes físicos en los equilibrios electromagnéticos planetarios, induciendo en concreto alteraciones atmosférico-climáticas no deseadas; o adicionales, teniendo en cuenta el carácter eminentemente aleatorio de la dinámica atmosférica. Tendríamos así en ciernes un nuevo problema físico global que –de forma semejante a como la acumulación de “gases de invernadero” ha llevado con el tiempo a procesos de variación climática perceptibles y, según la opinión más y más generalizada, catastróficos a plazo– contribuiría a introducir nuevos desequilibrios o desajustes en los mecanismos y procesos atmosféricos y climáticos, con consecuencias globales, o al menos locales, probablemente negativas.

Subyace en este planteamiento el hecho, que se muestra imparable e irreversible, de la emisión exponencial de CEM que viene teniendo lugar desde la década de 1980 en todo el mundo desarrollado, campos radiantes con origen en una multiplicidad de actividades humanas que se superponen a los campos electromagnéticos naturales existentes –los geocampos–, que aun teniendo en cuenta su alta variabilidad en el espacio y el tiempo resultan bastante bien conocidos y cuya evolución, en cierto modo, puede predecirse.

En este texto pretendemos exponer el marco general de preocupación –analogías, determinantes, características generales– en el que debiera desarrollarse el análisis de un conjunto de interrelaciones, que nos parecen inocultables y merecedoras de atención urgente, existentes entre los CEM de origen antrópico y la dinámica atmosférico-climática. No ofrece mayor pretensión, ni explicativa ni probatoria, que la de advertir sobre un fenómeno físico novedoso y mal estudiado, pero de evidente trascendencia en “lógica física”; y que una vez más importantes sectores económicos van a pretender minimizar, sobre todo por su carácter hipotético. Pero que entra de lleno en el ámbito de las responsabilidades de la comunidad científico-técnica, debiendo ésta acometer su análisis autónomo desde numerosos puntos de vista: físico-electromagnético, tecnológico, geográfico-climatológico, fisiológico, antropológico, sociológico, económico… y por supuesto ético.

Por lo tanto, aquí advertimos, como hipótesis de trabajo, sobre un posible nuevo problema de materialización futura –si es que no se ha empezado ya a manifestar– que a más de suscitar preocupación por el mero hecho de percibirse su trascendencia, advierta sobre la fragilidad de los equilibrios electromagnéticos y los efectos de su alteración, que siempre es inquietante, incluso cuando esto sucede por causas naturales.

Por otra parte, aunque el ámbito en el que planteamos la investigación a realizar es el físico-climático, eludiendo el tema mucho más debatido y conflictivo de los efectos en la salud de los CEM, es evidente que estas alteraciones sobre las que queremos llamar la atención acabarían repercutiendo en la salud y el bienestar general de los humanos, más allá de su alteración de tipo primario, es decir, atmosférica. Se haría presente, por una vía indirecta, un nuevo campo de interrelaciones CEM-salud, en este caso no a través de lo que actualmente ya se conoce como “contaminación electromagnética”, sino como consecuencia de alteraciones climáticas.


Del CO2 a los CEM: emisiones y acumulación de agentes antrópicos

Tanto por suponer un proceso histórico-geológico acumulativo como por haber acabado induciendo alteración atmosférica, que es lo que en este texto nos interesa, resulta de interés evidente la consideración comparativa del caso de las emisiones de gases llamados “de invernadero”, y en especial el dióxido de carbono –CO2– para extrapolar los aspectos que ofrecen alguna semejanza respecto de las emisiones de radiaciones no ionizantes. Si las emisiones de este CO2, lentamente crecientes desde que se iniciara la Revolución industrial y ya percibidas en sus efectos térmicos desde finales del siglo XIX[4], han alcanzado niveles capaces de alterar visible y seriamente la dinámica atmosférica y el clima, situando a las sociedades actuales ante una grave situación global,  parece pertinente que se salga al paso del hecho –semejante desde varios puntos de vista– de las emisiones electromagnéticas de origen humano, que evolucionan de forma exponencial y en periodos de tiempo mucho más cortos que el habido en el caso de este gas de referencia.

La primera analogía entre el CO2 y los CEM podemos establecerla en virtud de su origen antropogénico diverso (industrial y comercial, con origen en la producción y el consumo) y en la tendencia creciente de sus emisiones. Si bien en ambos casos la evolución de su presencia en la atmósfera es de tipo exponencial en el caso de los CEM se da con mucha mayor velocidad, experimentando éstos un auge de momento incontenible (mientras que los gases de invernadero ya están sometidos a vigilancia y un cierto control para su reducción).

La segunda analogía, más significativa, estriba en que ambos agentes físicos (admítasenos la generalización, aunque el CO2 es un compuesto químico) contribuyen a alterar el equilibrio electromagnético terrestre. La acumulación de gases de invernadero en las capas altas de la atmósfera hace que parte de la fracción infrarroja de la radiación solar (que, no lo olvidemos, es de naturaleza electromagnética) que debiera reflejarse desde la superficie terrestre hacia el espacio exterior sea absorbida por las moléculas de estos gases atmosféricos y sea reemitida hacia el interior, volviendo a la troposfera y a la superficie del planeta; esta recepción de radiación infrarroja que debiera haber salido de la atmósfera exterior pero queda “atrapada”, provoca el recalentamiento de tipo “invernadero” al que se le atribuye el inicio causal del cambio climático. Así, un fenómeno de origen químico-industrial (producción y emisión de ciertos gases) acaba repercutiendo en un desequilibrio electromagnético Tierra-espacio exterior.

Por su parte, la veloz acumulación de energía electromagnética de origen industrial-comercial en la atmósfera terrestre –troposfera, biosfera, ionosfera– debiera repercutir de algún modo en la situación previa, digamos actual, alterando los equilibrios electromagnéticos existentes. Y así, debemos preguntarnos:

1. Qué supone la acumulación de energía radiante electromagnética en la atmósfera. Este interrogante parece que debiera ser resuelto, cuanto antes, a partir de conocimientos generales suficientes acerca de la acumulación de energía electromagnética, aun teniendo en cuenta la diversidad y heterogeneidad de las magnitudes físicas con que se expresan (frecuencia, amplitud, energía…). No parece aceptable, por lo insensato, la respuesta que viene emitiéndose con más o menos claridad desde los sectores institucionales cuando de cuestiones electromagnéticas –es decir, de radiaciones no ionizantes– se trata: que no hay nada, en definitiva, que suponga novedad o cambio por el que debamos preocuparnos…

2. Con qué realidades físico-atmosféricas interactuará esta radiación. Aquí reside el núcleo esencial del problema que planteamos, ya que se trata de determinar los mecanismos de interacción que en este caso estarán presentes en la conjunción entre CEM de origen artificial y CEM de origen natural, los llamados geocampos. Y este es un espacio de conocimiento escasamente explorado.

3. Qué efectos, globales o locales, pueden esperarse de la interacción de los campos de origen artificial con los geocampos ya existentes. Este aspecto de la indagación presenta un carácter más teórico, al menos en tanto no se comprueba la existencia de efectos reales de expresión mensurable; pero es evidente que se pueden adelantar los efectos posibles con su potencial y repercusiones. No solo no debemos aceptar la postura oficiosa generalizada, que subrayamos en el primer interrogante, de menosprecio del problema sino que correspondería apelar al llamado Principio de Precaución[5] que establece criterios eminentemente restrictivos cuando el conocimiento sobre posibles efectos perniciosos es materialmente insuficiente o cuando la envergadura de esos potenciales efectos representa daños desproporcionados.

Este proceso indagador que propugnamos sigue, visiblemente, lo que de forma tan tardía[6] como irresponsable ha sucedido en la comunidad científica de los países industriales en relación con el CO2 y su capacidad de acumulación atmosférica, que acabaría desencadenando efectos más o menos esperables, hasta dar lugar a perturbaciones atmosféricas de inmensa trascendencia. Con nuestra propuesta queremos advertir sobre fenómenos, en este caso electromagnéticos, que podrían seguir un itinerario sucesivo similar de causas-efectos hasta llegar a producir hechos suficientemente serios como para que en un futuro no muy lejano surjan alarmas, se lamenten indiferencias y se exijan responsabilidades.


Geocampos y magnetosfera como receptores de la recarga energética

Para poder responder fundadamente a los interrogantes del punto anterior hemos de tener en cuenta la naturaleza y características físicas tanto de los CEM artificiales emitidos como de los geocampos, es decir, los campos electromagnéticos de origen y evolución natural que están presentes en la magnetosfera, que es el espacio terrestre y atmosférico en el que actúan esos campos naturales. En la sociedad tecnificada actual la generación de CEM es tan variopinta como vertiginosa, abarcando todo tipo de potencias de emisión y todas las gamas de frecuencias (hasta los 105 THz, a la que corresponde el ya mencionado nivel energético de 12,4 eV, umbral que separa lo no ionizante y lo ionizante. Hay dos grandes grupos de radiaciones masivas de CEM: las de tipo industrial, de baja frecuencia y altas intensidades y tensiones, con origen en la generación, transformación y transporte de energía eléctrica; y las de alta frecuencia y muy bajas intensidades y tensiones, con origen en las telecomunicaciones y la informática. Hay que reconocer que, desde que en 1888 Hertz generara y descubriera las ondas electromagnéticas (radio) que varios años antes había anunciado Maxwell teóricamente con sus geniales ecuaciones del electromagnetismo, se sabe casi todo sobre los CEM producidos por la tecnología moderna, aunque también es verdad que sólo en las últimas décadas ha surgido la preocupación por sus efectos perniciosos, debido a la inmensa proliferación de instalaciones, focos de generación y aplicaciones civiles y militares.

Por su parte, los geocampos presentes en la superficie terrestre y la atmósfera desde siempre están sometidos a variaciones seculares y son el resultado tanto de la naturaleza electromagnética de la Tierra y su envoltura inmediata como de la influencia que el Sol y otros astros ejercen sobre nuestro planeta. Estos campos naturales –generalmente bien conocidos pero de expresión muchas veces desconcertante– se describen habitualmente de esta manera:

Campo magnético (geomagnetic field)

El planeta actúa como un inmenso imán, cuyos polos Norte y Sur se sitúan en las latitudes geográficas Norte y Sur, separándose progresivamente entre sí los polos magnéticos y geográficos[7]. Este comportamiento se atribuye al hecho de que el interior de la Tierra está constituido por un núcleo de hierro sólido (y de níquel, es el famoso NIFE), a la temperatura de la superficie solar y que gira a velocidad ligeramente superior a la de la propia superficie terrestre; envuelto en un “océano de hierro”, se trata de un fluido conductor de electricidad en constante movimiento. El magnetismo terrestre, el llamado campo magnético interno, se atribuye al resultado de estos complejos movimientos, que generan el llamado “efecto dinamo”.

Se llama magnetosfera a la región que envuelve a la Tierra formando un escudo protector frente a las partículas cargadas, muy energéticas, que envía el Sol a través del “viento solar”, lo que se suele llamar campo magnético externo. Este viento solar es un tenue gas ionizado (partículas cargadas de oxígeno e hidrógeno, generalmente protones) que nuestra estrella emite continuamente y que es generado en su “corona solar”, viajando a velocidades de 200/800 km/s “a lomos” del campo magnético solar; es muy energético y letal para la vida, siendo frenado por la ionosfera y el campo magnético terrestre. El viento solar transporta hacia la Tierra también las llamadas “tormentas solares”, o “tormentas magnéticas”, que son perturbaciones temporales de la magnetosfera terrestre debido, o asociadas a, (1) una erupción, o eyección, de masa coronal, (2) un agujero en la misma corona o (3) una llamarada solar; el resultado es una onda de choque electromagnética que llega a la Tierra 24/36 horas tras producirse, provocando problemas y discontinuidades en los sistemas de telecomunicaciones[8]. La magnetosfera se inicia a una altura de 500 km., y tiene una forma disimétrica en torno a la Tierra: circular en dirección al Sol y alargada en el lado opuesto del planeta. La interacción de esta magnetosfera con el viento solar tiene lugar en otra región peculiar, la magnetopausa, a unos 60.000 km. de distancia de la Tierra, en la dirección del Sol[9].

De especial importancia en esta magnetosfera es la ionosfera, que es su capa o estrato inferior extendida aproximadamente entre los 50 y los 500 km. de altitud. La ionosfera está siempre cargada eléctricamente como resultado de la fotoionización (radiación de alta energía procedente del sol). Adopta la forma de un gas ligerísimo, casi plasma ya que en él predominan los electrones libres y los iones positivos. En realidad, la ionosfera experimenta cambios continuos como consecuencia de dos grupos de influencias, según sean exteriores o interiores a la atmósfera:

a) Exteriores:

1. Radiación solar ultravioleta

2. Rayos X solares

3. Radiación corpuscular procedente del sol

4. Rayos cósmicos galácticos

b) Interiores:

5. Variaciones de las condiciones meteorológicas

6. Variaciones producidas en el campo geomagnético

7. Emisiones electromagnéticas terrestres

8. Emisiones de compuestos químicos

Los rayos cósmicos son partículas subatómicas de alta energía y de origen extrasolar[10],  que alcanzan la ionosfera en su capa exterior interactuando con la atmósfera y el campo magnético terrestre. Como consecuencia de todas las influencias que recibe la ionosfera, sus variaciones son un poderoso monitor de los cambios atmosféricos, percibiendo variaciones geomagnéticas que podrían anunciar terremotos e interviniendo en la formación de nubes, entre otros mecanismos demostrados. A los efectos de nuestra hipótesis es el séptimo aspecto de los reseñados, el de las emisiones electromagnéticas terrestres de origen artificial, el que de forma especial nos interesa conocer.

Por lo demás, la importancia radioeléctrica de la ionosfera es crucial, ya que en ella se reflejan las ondas de radio permitiendo, con las sucesivas reflexiones entre ésta y la superficie terrestre, alcanzar cualquier lugar del planeta. Al ser esta capa atmosférica especialmente dependiente de la radiación solar cualquier alteración ocasionada por una actividad anómala del sol afecta a sus propiedades dando lugar a perturbaciones en el sistema global de telecomunicaciones terrestre. La variabilidad del estado eléctrico de la ionosfera es, pues, alta, difiriendo sobre todo entre la noche y el día. Precisamente, la capacidad de reflexión de la ionosfera en relación con las ondas de radio (CEM) varía en función de su grado de ionización, lo que a su vez es una función directa, entre otras, de la acción solar.

Debido a su vulnerabilidad, también por causas antropogénicas, la ionosfera ha de ser vigilada y regulada desde el punto de vista radioeléctrico y de la gestión del sistema de telecomunicaciones, y esta es tarea de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), una de cuyas Recomendaciones (UIT-R P.532-1), de 1992, pide que en la planificación y explotación de los sistemas radioeléctricos que utilizan la ionosfera se tengan en cuenta los aspectos siguientes:

1. Las modificaciones provocadas en la ionosfera por las transmisiones de ondas radioeléctricas de alta potencia propagadas ionosféricamente.

2. Los efectos de la modificación ionosférica en las transmisiones por ondas radioeléctricas (la llamada “transmodulación”).

3. Las modificaciones de la ionosfera inducidas por las transmisiones transionosféricas de ondas radioeléctricas.

4. Las modificaciones de la ionosfera que resultan de la inyección de agentes químicos.

Todo lo cual –presencia de emisiones de CEM e inyección de agentes químicos, en resumen– nos delata claramente la influencia, reconocida, de la acción humana en la ionosfera.

Acerca, por lo demás, de la presencia de agentes químicos en la atmósfera  y de su interrelación con los CEM hay que recordar que estos CEM alteran la composición y el comportamiento esencial de determinados elementos químicos, entre ellos el ozono, directamente relacionado, como se sabe, tanto con el filtro estratosférico de rayos ultravioleta como con el efecto invernadero y el cambio climático.

Campos eléctricos (electric field)

En el entorno terrestre se detectan tres sistemas o conjuntos de campos eléctricos de origen natural, que dan lugar a campos eléctricos:

1. En la atmósfera, que está cargada con electricidad como resultado de la ionización debida a la radiación solar. Las “nubes de iones” que crea la radiación solar se desplazan por la atracción que ejercen tanto el Sol como la Luna sobre la atmósfera terrestre (de forma similar al fenómeno de las mareas).

2. Dentro de la Tierra, donde fluyen de forma paralela a la superficie ocho grandes conjuntos de corrientes eléctricas uniformemente situadas a ambos lados del ecuador, además de una serie de circuitos menores situados más cerca de los polos. La superficie de la Tierra tiene carga eléctrica negativa, que se “consumiría” (neutralizaría) si no fuera repuesta continuamente.

3. Entre el aire y la tierra con dirección vertical, donde circula otro flujo de electricidad que traslada las cargas positivas desde la atmósfera, ya que la carga negativa de la superficie es la que atrae los iones positivos. Así se “reponen” las pérdidas de carga (negativa) sufridas por la superficie terrestre, recibidas anteriormente durante la actividad tormentosa. El sistema ionosfera-superficie terrestre actúa, así, como un gigantesco condensador cuya placa positiva es la superior (ionosfera) y la negativa la inferior (superficie).

Hay que reconocer, en consecuencia, que la situación electromagnética del entorno de nuestro planeta, tanto el inmediato como el remoto, se nos presenta como compleja, variable y vulnerable.


Sobre desequilibrios electromagnéticos y su repercusión sobre el clima

Como consecuencia de la preocupación, finalmente generalizada, que suscita a escala global el cambio climático con origen en el recalentamiento de la atmósfera por la acumulación del dióxido de carbono, se viene analizando la evolución de la relación entre agentes electromagnéticos naturales y los cambios climáticos. En relación con nuestra propuesta de hipótesis dos son los tipos de interrelaciones, objeto de estudio concreto en la actualidad, que resultan de aplicación:

1. El campo magnético terrestre y el clima. Algunos autores (Gallet, Genevey y Fluteau, 2005) sugieren una relación de causalidad entre las variaciones seculares del campo geomagnético y los cambios climáticos, eximiendo al Sol de ser la única causa de estos cambios.

2. Los rayos cósmicos y el clima. Otros autores (Kirkby, 2007; Svensmark, 2007) sugieren que la formación de nubes, con su incidencia directa en el clima, puede estar influida por los rayos cósmicos de origen galáctico, radiación que a su vez está modulada por el viento solar y –a escala temporal diferente– por el campo magnético terrestre. Los rayos cósmicos afectan al sistema eléctrico global de la atmósfera, por lo que este posible mecanismo dependería del proceso ión-aerosol-nube. Más recientemente (Sloan y Wolfendale, 2008) han criticado duramente esa teoría (refiriéndose a los trabajos de Svensmark[11]), rechazando el papel de los rayos cósmicos en el cambio climático y, concretamente, la relación entre éstos y la formación de nubes. (Esta controversia viene enmarcada en la pugna entre quienes dudan todavía del cambio climático de origen antropogénico, sosteniendo teorías “naturales” que implican, bien al geomagnetismo, bien a los rayos cósmicos, y quienes atacan estas reticencias insistiendo en la responsabilidad humana.)

Es ineludible tomar en consideración aquí el problema de las manipulaciones atmosféricas con un objetivo militar, es decir, la guerra climatológica. Nos referimos a los trabajos y experiencias –más o menos secretos– que persiguen la modificación del clima generalmente en un entorno local y determinado, que se convierte así en objetivo bélico a partir de diversos mecanismos de perturbación atmosférica, concretamente ionosférica. Tanto Estados Unidos como Rusia han desarrollado capacidades científico-técnicas suficientes para manipular el clima por medio de armas electromagnéticas avanzadas. Estados Unidos, que llevó a cabo diversas formas de guerra climatológica en la guerra de Vietnam desde 1967 (“Proyecto Popeye”), provocando lluvias mediante el bombardeo de nubes, ha desarrollado desde 1992 el bien conocido High Frequency Active Auroral Research Program (HAARP) que opera desde Gakona, en Alaska. Se trata de un programa militar derivado de la muy famosa Strategic Defense Iniciative (SDI, la llamada “Guerra de las galaxias” de los tiempos del presidente Reagan[12]).

En esencia, el HAARP persigue inducir modificaciones ionosféricas con el fin de alterar los modelos climáticos y desestabilizar las comunicaciones y el radar de posibles enemigos. Concretamente, la ionosfera puede sufrir “agujeros” en su naturaleza aislante frente al espacio exterior por la acción de ondas de diversas gamas de frecuencia y de alta energía (Miller y Miller, 2003). Hay un tercer aspecto, que debiera horrorizarnos, en esta manipulación de la ionosfera, y es el que se deriva de ciertos efectos biológicos producidos en el cerebro humano como consecuencia de la reflexión de ondas enviadas a la ionosfera con esa intención (Chossudovsky, 2000); teniendo en cuenta que los seres humanos son eminentemente electromagnéticos (más quizás que electroquímicos), se los puede afectar mediante ciertas ondas de determinados niveles energéticos[13]. De esta forma, parte de la guerra meteorológica podría consistir en una impacto negativo en la salud mental de poblaciones de ciertas localidades o incluso regiones (Fitrakis, 2002).

(Curiosamente, estas intervenciones ionosféricas de finalidad amplia, pero muy caracterizadamente bélico-climatológicas, no son objeto de análisis, ni mucho menos de denuncia, por parte de la comunidad científica internacional, incluyendo al amplio grupo de científicos vinculados al Panel Intergubernamental del Cambio Climático de Naciones Unidas y pese a que desde 1977 está en vigor una Convención internacional, ratificada por la Asamblea General de las Naciones Unidas y reafirmada en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, UNFCCC. Esta Convención prohíbe “el uso de técnicas militares u otras hostiles de modificación del medio ambiente que tengan efectos generalizados, duraderos o severos”.)


Conclusiones

La cuestión que aquí interesa, y que debe de ser analizada y acometida desde distintos puntos de vista pero inicialmente el científico, es el equilibrio electromagnético en la atmósfera, que debemos dar por establecido dentro de los márgenes y cadencias de variabilidad que nos determina la existencia de fuentes geomagnéticas internas y externas al planeta; equilibrio que, al mismo tiempo, debemos considerar vulnerable y modificable tanto por agentes naturales como por fuentes artificiales.

Nuestra hipótesis, que plantea la posible relación entre la aparición vertiginosa y creciente de energía radiante electromagnética en la atmósfera y cambios climáticos a cualquier escala espacial, se estructura a partir de las siguientes consideraciones, que resumimos:

1. El marco global de nuestros planteamientos es, en definitiva, el equilibrio electromagnético global en el entorno de la Tierra. Este equilibrio se establece entre CEM exteriores e interiores a la propia atmósfera terrestre, y es en este segundo ámbito, el propiamente planetario, donde situamos la reflexión y la investigación que proponemos, ya que  la novedad la aportan nuevos campos de origen y generación terrestre, es decir, del “grupo” de los CEM interiores.

2. Estos fenómenos novedosos de generación “masiva” de CEM no ionizantes constituyen toda una gama amplísima de frecuencias, niveles energéticos, potencias y densidades que caracterizan las variadas emisiones producto de la sociedad actual, progresivamente tecnologizada y en la que es creciente el protagonismo electromagnético, al que prácticamente no se le ve límites.

3. Nuestra hipótesis toma como referencia la analogía climática del CO2 como agente químico cuya acumulación atmosférica de origen antropogénico ha dado lugar a un problema climático general con expresión y repercusiones de escala global y local. Nos interesa, pues, explorar la posible repercusión en el clima de esta recarga, o exceso, de los CEM en la atmósfera.

4. Esta hipótesis se ampara en hechos constatables o discutibles, que ponen en relación ciertos fenómenos electromagnéticos con modificaciones o cambios climáticos a través de diversos mecanismos físicos. Desde hace tiempo, tanto el campo magnético terrestre como los flujos magnéticos solares o los rayos cósmicos extrasolares son objeto de estudio, conjeturas e hipótesis como agentes intervinientes en esos cambios percibidos en el clima terrestre.

5. El ámbito físico en el que vienen a “dirimirse” estos efectos es la ionosfera, capa de la magnetosfera altamente sensible y determinante, tanto en relación con el equilibrio electromagnético exterior-interior como con la viabilidad de las radiocomunicaciones terrestres y  las establecidas en el sistema Tierra-espacio exterior.

6. Uno de los indicadores que se nos proponen –si bien indirecto– para seguir los posibles desequilibrios y su repercusión climática es, desde luego, la formación de nubes a consecuencia de la ionización de la atmósfera, que a su vez puede venir causada por la acción de los rayos cósmicos, entre otros agentes; y el que se formen más o menos nubes altera, evidentemente, la cantidad de calor que llega a la Tierra, induciendo variación climática. 

7. Parece evidente, por otra parte, que los programas militares que vienen desarrollándose desde hace decenios pretenden conseguir la capacidad tecnológica suficiente para intervenir en la ionosfera y hacer vulnerables, climatológicamente, a enemigos potenciales. Esta guerra meteorológica sería capaz de producir una variada gama de sucesos y catástrofes climáticos.

8. De entre una cierta variedad de sucesos inquietantes a considerar, pese a ser mal conocidos por haberse estudiado insuficientemente, citamos los que se refieren al comportamiento de algunos animales, a los que se atribuyen propiedades electromagnéticas, por ejemplo para lograr orientarse en sus desplazamientos vitales o rutinarios (aspecto sobre el que la literatura científica existente es masiva y contundente). Los casos de desorientación en mamíferos marinos o en aves migratorias podrían tener que ver con ciertas alteraciones en el campo magnético terrestre, consecuencia a su vez de la intervención de agentes electromagnéticos novedosos o mal conocidos (pero con alta probabilidad, de origen antrópico).

9. Debe tenerse en cuenta –por ser de aplicación en nuestra hipótesis– la realidad de las sinergias en el mundo físico-natural, concretamente las que puedan surgir como consecuencia de la interacción entre los CEM y los agentes químicos.

10. Indirectamente, no deja de ser evidente que los cambios climáticos aquí contemplados, los de origen electromagnético antropogénico, pueden dar lugar también a problemas en la salud de las personas, así como a afecciones en otros seres vivos.

He aquí todo un panorama de hechos conocidos y de interrogantes por desvelar que enmarcan un nuevo problema, el de la relación CEM artificiales-clima, que una investigación sistemática y precisa debería hacer salir de su actual entorno hipotético. Parece más probable que, en este caso, pasarían a formar parte del inquietante y bien nutrido conjunto de problemas físico-naturales de origen humano y de evolución, quizás, irreversible.


Notas

[1] El concepto de electromagnético es utilizado aquí para referirnos a las radiaciones electromagnéticas de tipo no ionizante (CEM), inferiores al nivel energético de 12,4 eV (electrón-voltios); que son bien distintas a las radiaciones ionizantes, más energéticas y comúnmente conocidas como nucleares o radiactivas.

[2] Este nuevo fenómeno de indolencia social por parte del mundo de la ciencia y la tecnología institucional recuerda a ese otro episodio anterior, mucho más espectacular, de la actitud acrítica frente a la energía nuclear, primero hacia las experiencias nucleares de índole militar y luego en relación con los ambiciosos proyectos industrial-energéticos de los años 1960 y 70.

[3] Esta inquietud no tardó en surgir en España, siendo recogida por algunos textos generales que fueron publicándose en los años iniciales de la polémica:
Rosa, Raúl de la (1995): Contaminación electromagnética.
Costa Morata, Pedro (1996): Electromagnetismo (silencioso, ubicuo, inquietante).
Casado Sáenz, Enrique y González Barón, Manuel (eds.) (1997): Cáncer y medio ambiente (cap. 2: Radiaciones).
Bardasano, José Luis y Elorrieta, José Ignacio (2000): Bioelectromagnetismo. Ciencia y salud.

[4] Sobre la analogía, expuesta en 1827 por el gran físico y matemático Fourier, entre el comportamiento del calor en la atmósfera terrestre y en un invernadero, construyó en 1896 el químico sueco Svante Arrhenius la teoría de que el aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera incrementaría este efecto e induciría calentamiento global.

[5] Este Principio de precaución –tan argumentado incluso desde las instituciones cuando no está presente un problema real que obligaría a su aplicación– adquiere una gran importancia a la hora de evaluar potenciales efectos negativos en las interrelaciones ambientales, como es el caso de los CEM.

[6] Los hallazgos y consiguientes advertencias sobre el peligro de la acumulación del CO2 en la atmósfera muestran una cadencia lenta, con “saltos” de decenios entre llamamientos, después de que Arrhenius descubriera el “efecto invernadero”. De hecho, entre la primera advertencia seria (Lotka, 1924) y la iniciativa de Naciones Unidas de convocar la Conferencia de Villach (1985), que atacó directamente este problema, se sucedieron muy numerosos descubrimientos y llamamientos de parte científica, sin que ni gobiernos ni instituciones dieran pasos decididos para afrontarlo. Recordaremos, especialmente, que en 1938 se publicó la tesis del científico británico Guy Callendar, que vincularía los tres elementos clave del calentamiento global: la elevación de la temperatura, el aumento de la concentración de dióxido de carbono antropogénico y la radiación infrarroja.

[7] Actualmente la distancia entre los polos Norte, magnético y geográfico, es de unos 1.800 km., ampliándose esta separación a razón de unos 20 km. al año.

[8] Una “tormenta solar” puede definirse también como “enjambre de electrones, protones e iones pesados acelerados a altas velocidades por explosiones que se producen en el Sol”. 

[9] Las partículas cargadas del viento solar (generalmente protones altamente energéticos, con niveles de 500 keV) son “recibidas y arrastradas” por el campo magnético terrestre hacia las regiones polares, agrupándose en los llamados “cinturones de Van Allen” y dando lugar a la formación de las bellísimas auroras polares (boreales o australes). El Sol pierde unos 800 kg de materia por segundo a través del “viento solar”.

[10] Estos rayos cósmicos están constituidos por protones y partículas alfa sobre todo, poseyendo gran velocidad y muy alta energía; son por lo tanto ionizantes, pero cuando alcanzan la superficie terrestre lo hacen con muy baja densidad, contribuyendo en sólo un 10 por 100 a la dosis media de radiación que recibe un ser humano. En 2007 astrónomos argentinos del Observatorio Pierre Auger demostraron que en su mayor parte los rayos cósmicos que alcanzan a la Tierra proceden de la galaxia Centauro.

[11] Los daneses Svensmark y Friis-Christensen dieron a conocer en 1997 una teoría que vincula la acción de los rayos cósmicos galácticos con los cambios climáticos por intermedio de las variaciones en el viento solar.

[12] En realidad, el HAARP es un proyecto angloamericano desde su inicio, siendo desarrollado por la Fuerza Aérea norteamericana y las empresas Raytheon Co. y British Aerospace Systems.

[13] En esta interacción CEM-humanos adquiere importancia fundamental la resonancia de Schumann, que caracteriza al sistema natural Tierra-Aire-Ionosfera y que corresponde a una frecuencia muy baja (7,83 Hz), a la que entra en resonancia ese sistema, produciéndose la “vibración” de nuestro medio ambiente. Al coincidir esta frecuencia con la de ciertas ondas generadas en el cerebro humano (por ejemplo, en el hipotálamo) es posible interferir, mediante su generación artificial, en los procesos psíquicos de las personas (que es lo que se atribuye, entre otros objetivos, al proyecto HAARP).

 

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[Edición electrónica del texto realizada por Miriam-Hermi Zaar]



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Ficha bibliográfica:

COSTA MORATA, Pedro. Del posible impacto climatológico de los desequilibrios electromagnéticos de origen antropogénico. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 25 de septiembre de 2010, vol. XV, nº 889. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-889.htm>. [ISSN 1138-9796].