REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. XIV, nº 836, 25 de agosto de 2009 [Serie documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana] |
Alba Con Iglesias
Master Planificación Territorial y Gestión Ambiental
Universidad de Barcelona
Palabras clave: modelo Barcelona, ciudad mentirosa, Barcelona, perspectiva antropológica
Key words: Barcelona model, lying city, Barcelona, anthropologic perspective
El debate sobre los modelos de ciudad, en lo referente a su existencia misma, su validez y su utilidad a la hora de ser aplicados en otras ciudades, es un tema de gran actualidad. En este sentido, el caso específico de Barcelona ha suscitado, de un tiempo a esta parte, una intensa discusión, fruto de la cual podemos encontrar un gran número de artículos, ensayos y diferente documentación sobre dicha materia. Un ejemplo de esto es el caso de La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del “modelo Barcelona” de Manuel Delgado, obra que será el objeto de análisis de esta reseña.
Manuel Delgado es licenciado en Historia del Arte y Doctor en Antropología por la Universidad de Barcelona, donde es profesor titular de Antropología Religiosa y coordinador del programa de Doctorado Antropología del Espacio y del Territorio; también coordina su propio grupo de investigación sobre Espacios Públicos. Es director de dos colecciones editoriales. En la actualidad forma parte de la junta directiva del Instituto Catalán de Antropología y es ponente de la Comisión de Estudios sobre la Inmigración en el Parlament de Catalunya. Ha publicado numerosos artículos sobre los temas en los que investiga y numerosos libros como La muerte de un dios (1986) La ira sagrada (1991), Las palabras de otro hombre (1992), Diversitat i integració (1998), Ciudad líquida, ciudad interrumpida (1999), El animal público (premio Anagrama de Ensayo, 1999), Luces iconoclastas (2001), Disoluciones urbanas (2002), Elogi del vianant (2005) y Sociedades movedizas (2007). También ha colaborado en diferentes medios de comunicación, como en El País y El periódico de Catalunya.
El libro de Manuel Delgado es un ensayo crítico sobre el modelo Barcelona, en el que el autor muestra desde las primeras páginas su intención, señalando que no hará propuestas de mejora por no sentirse competente para ello; sin esconder que su crítica lo será en el sentido más estricto de la palabra. En la misma introducción el autor indica cómo el texto se construye en base a documentos escritos por él mismo en fechas anteriores, pretendiendo destacar que su opinión no es nueva ni se fundamenta en un agotamiento del llamado modelo Barcelona, sino en fallos derivados de concepciones erróneas. A lo largo de los siete capítulos de la obra el autor va desglosando la otra realidad de la ciudad, la que no forma parte del producto que se vende como Barcelona. En este análisis pasa de puntillas sobre los aspectos positivos del Modelo, nunca negando su existencia, pero sí señalando que ya son demasiadas las voces que se encargan de alabarlo. La obra viene a sumarse a una serie de voces discordantes con la adulación general hacía el modelo Barcelona, que se han ido alzando para hacer visibles los aspectos más oscuros de un producto que se pretende vender como perfecto. Estamos pues, ante un documento de gran interés que, desde una perspectiva más antropológica, analiza la Barcelona actual.
Una nueva lectura del modelo Barcelona
Manuel Delgado comienza situando a Barcelona como un ejemplo más del actual contexto internacional: una ciudad postindustrial a la que se pretende convertir en producto de consumo, con una extraordinaria operación de marketing para la venta de una imagen. Aún asumiendo los logros del modelo Barcelona para la población, el autor plantea dudas acerca de la motivación real y los objetivos de determinadas actuaciones.
Delgado reflexiona en el primer capítulo sobre las diferencias entre el orden de la Barcelona imaginaria y el desorden de la real en diferentes aspectos. Comienza cuestionándose la ruptura entre la etapa tardofranquista y lo que él mismo señala como “etapa llamada democrática” frente a la idea imaginaria de ruptura total entre ambas épocas. En este sentido, el autor destaca el continuismo en materia urbanística y en lo referente a los actores principales, creadores y gestores del modelo Barcelona, presentes ya en las administraciones franquistas, muestra de que la concepción de la actual Barcelona proviene de una etapa dictatorial. Ejemplo de las diferencias entre lo imaginario y lo real es el uso de términos como “rehabilitación” y “reforma”, utilizados para anunciar una mejora ideal de los barrios; frente al papel real de dichas expresiones como eufemismos para enmascarar la transformación de barrios obreros en zonas residenciales destinadas a las clases medias y altas, bajo los intereses del sector inmobiliario y con la complicidad de las administraciones. También existen diferencias entre las teorías de las autoridades y técnicos y la realidad, como bien se visualiza en la caricaturización de la diversidad cultural utilizada como slogan publicitario, en el esfuerzo por reconvertir a los inmigrantes de víctimas a causantes de los problemas y en la conversión del centro antiguo en un parque temático. El autor reivindica así la necesidad de hacer visible la realidad ciudadana, la de un centro de ciudad donde existen o, por lo menos, existían, ciudadanos que pueden no resultar atractivos a turistas y nuevos propietarios y es que el modelo Barcelona cuenta con un nuevo elemento: “la ilegalización de la pobreza”.
La uniformidad identitaria que pretende el orden político es el eje central del segundo capítulo, aunque es un tema recurrente a lo largo de toda la obra. En este tema destaca el intento por crear una única identidad común como antítesis a lo que define la cultura urbana, esto es, una suma de intereses e identidades diferentes que, en ocasiones, permanecen unidas por aquello que las separa: la aversión. Esta búsqueda de uniformidad identitaria, de homogeneidad, convierte a la ciudad en un campo de pruebas de las relaciones entre ideología y lugar, haciendo de la misma un teatro, donde se adoctrina a los ciudadanos sobre cómo han de vivir la ciudad, facilitando así el control de la misma. En el caso específico de Barcelona las diferentes identidades presentes en la misma se pretendieron condensar en una única, “el barcelonismo” una “tercera vía” alejada del “españolismo saturado” y del “catalanismo ruralizante” señalados por el autor; pero, en este caso, también hay diferencias entre lo imaginado y lo real así, frente a la pretendida Cataluña como “sistema de ciudades” lo que se obtuvo fue una “Barcelona metrópoli depredadora”.
En consonancia con la búsqueda de una identidad común resulta de gran interés la utilidad de los llamados espacios de calidad, tema que Delgado analiza en el capítulo tercero. En este sentido resulta interesante el papel del monumento para organizar el territorio en base a un pasado teóricamente común y la proliferación de lugares de memoria, representados en el caso de la Ciudad Condal en la protección de restos fabriles, principalmente chimeneas, en aras de la “memoria colectiva”, con el fin real de anular el pasado. Así, toda esta búsqueda de monumentos, tiene una doble misión, por un lado rentabilizar por parte de las instituciones aquellos aspectos de la memoria urbana que ellas mismas deciden y, por otra parte, legitimizar las acciones de arquitectos y diseñadores urbanos. El autor señala también la operación de maquillaje que suponen las políticas monumentalizadoras que son, al mismo tiempo políticas para el olvido, ya que se crean lugares de memoria oficial a la vez que se pretenden ocultar puntos molestos o inconvenientes para la venta de la ciudad. Frente a los que acusan a quienes alzan la voz ante estas políticas de estar en contra de las transformaciones, Delgado destaca la necesidad de señalar a quiénes favorecen dichas acciones. Finalmente, analiza las diferencias entre la memoria urbana heterogénea, con todas las evocaciones posibles, y la memoria institucional, que recrea el pasado en función de los antojos del presente y de los objetivos que se pretenden para el futuro siempre según los deseos de los que ostentan el poder. Pretende pues, el orden político, hacer creíble una ciudad sin conflictos, es decir, frente a la ciudad de los propios ciudadanos, compleja y heterogénea, se encuentra la ciudad simple que dibujan los mapas del poder y de los turistas. Otro aspecto interesante que destaca el autor es el hecho de que la ciudad no sólo se pliega ante el poder, sino también ante el genero masculino, “lo urbano, y sobre todo lo urbanizado, se identifica sistemáticamente con lo viril” frente a la realidad ciudadana “profunda y oculta”, “lo uterino de la ciudad”.
La importancia de los espacios de calidad para la búsqueda de una identidad común es un ejemplo de relación entre morfología urbana y relaciones sociales, tema principal del capítulo cuarto. El autor asume esta correlación pero destaca la errónea premisa que afirman algunas autoridades y técnicos urbanos de que una determinada morfología urbana, por si sola, determina la actividad social. A partir de esta idea, Delgado analiza diferentes casos en los que esta relación se hace visible, como en los incidentes acontecidos en el Besòs en 1984 entre explotados, “la nueva clase obrera” (clase trabajadora que se alojaba en Sant Adrià) y excluidos, “nuevo lumpen proletario” (vecinos de barrios conflictivos a los que se quería realojar allí) y el caso de las grandes ensembles francesas donde se visualizaba “una sustitución de los antiguos explotados por los nuevos excluidos”. Ambos ejemplos tienen en común un aspecto, a saber: su posible conversión en un escenario clave para la percepción de los intereses de clase de explotados y excluidos, demostrando una gran capacidad para crear una identidad común la cual el poder establecido no esta dispuesta a asumir. En ambos casos el temor político se centró en evitar que diferentes grupos, a fuerza de convivir, se pudieran unir creando una identidad de referencia común, una fuerza contraria al sistema que les hace víctimas. Ante esto, las discusiones sobre los guetos se han ido enfocando de manera que el problema parece ser la excesiva concentración de miseria, no la mera existencia de la misma. Así pues, las luchas contra la segregación no son tales sino contra la posibilidad de que esos excluidos se agrupen. La realidad es que en ciudades como Barcelona, por más que se intente vender unos supuestos efectos positivos de la mezcla, lo cierto es que lo que se busca es un multiculturalismo escénico que utilizar como reclamo para la venta de la ciudad. Por último Delgado señala como, con el argumento de luchar contra la formación de guetos, se evita realmente dar soluciones a los problemas de alojamiento social masivo. Argumentando una falsa necesidad de diversificación social, se esconde la gentrificación de zonas habitadas por clases obreras y nunca la diversificación de áreas de clase media o alta. Un aspecto interesante destacado por el autor es la similitud entre gueto y prisión donde, en ambos casos, se busca dispersar a aquellos de los que se teme su capacidad para asociarse y enfrentarse a la situación en la que se encuentran.
El tema de la violencia es el eje principal del capítulo quinto, donde el autor se centra en el significado asociado a dicha palabra y en las diferentes variantes que se conciben de un mismo término. Delgado destaca que no se debería hablar de fenómenos de violencia sino de “sucesos a los que se atribuye violencidad”. Desde el poder se asocia el término violencia a un solo significado: la que practican los otros. Con este enfoque se consigue que la opinión pública solicite más protección, tanto policial como judicial. Una vez esbozado este planteamiento general, en cada caso específico, la expresión “violencia urbana” toma diferentes matices en función de los intereses de los grupos de poder. Así, en Francia, se asocia el término principalmente a las expresiones de rabia de los jóvenes de los suburbios. En España la violencia urbana se asocia a “tribus urbanas”, a “violencia juvenil”, observándose un afán desmedido por clasificar a los jóvenes dentro de alguna tribu urbana, a la cual, previamente, se le ha atribuido un comportamiento estándar; llegándose a la paradoja de que la diferencia “no es la causa sino la consecuencia de la diferenciación”. Esta obsesión por clasificar intenta acabar con la heterogeneidad, tratando a los jóvenes como un “problema cultural” y desplazando la atención de “contextos sociales y económicos altamente deteriorados” a un simple conflicto “identitario-cultural”.
La participación directa de los ciudadanos en los asuntos públicos mediante la apropiación colectiva del espacio público centra el capítulo sexto. Para el caso concreto de Barcelona, Delgado toma diferentes ejemplos que muestran como, determinados puntos de la ciudad, son escenarios de actos cargados de simbología, que la ciudadanía no considera tolerables y como esta misma se rebela contra ello logrando en ocasiones expulsarlos de su seno. En estos casos se repite un mismo esquema, esto es, por una parte se encuentra “la figura del ocupador del espacio urbano, que lo hace suyo mientras lo usa, que se apropia de él en tanto lo considera apropiado” y, por otro lado, “el ocupante, potencia ajena y contraria que se hace presente por la fuerza en un espacio del que se apodera de manera ilegítima”. Para el autor la utilización por la fuerza de los espacios públicos se debe a “la incapacidad de los sistemas políticos centralizados a la hora de convertir las relaciones entre dominantes y dominados en asuntos políticos dirimibles en público”. Así, el debate sobre violencia urbana nunca es parcial y objetivo, los medios de comunicación relatan los acontecimientos partiendo de que la actuación las fuerzas públicas es siempre justa. En este sentido, si se analizara el gran valor simbólico de algunos lugares podría hacerse una valoración más neutral y objetiva de diferentes acciones de las movilizaciones consideradas antisistema. Delgado analiza la dimensión teatral de las manifestaciones y lanza un argumento que invita a la reflexión cuando señala cómo, en ocasiones, el objetivo de las intervenciones policiales es el de buscar el enfrentamiento, contrariamente a lo que teóricamente deberían pretender. El reflejo de todo esto es que el espacio público que se pretende destacar como escenario pacífico donde se demuestra la participación democrática se convierte en un lugar que ocasiona y es, simultáneamente, escenario del conflicto.
Finalmente, en el último capítulo, el autor hace un resumen y balance del ejemplo de “Barcelona como paradigma de un estilo de construcción de la vida urbana que aparece marcada por la reapropiación capitalista de la ciudad”. Todo esto se observa en la “conversión del espacio urbano en un parque temático”, en la “gentrificación de los centros históricos”, en la “terciarización de la ciudad”, la “dispersión de la miseria y “el control del espacio público que se va haciendo cada vez menos público”. Para Delgado Barcelona es, también, un ejemplo de la dejación de las responsabilidades principales que tienen que ejercer las instituciones políticas frente al marcado autoritarismo que ejercen sobre los sectores más frágiles de la sociedad. Así, la Ciudad Condal se convierte en un producto de marketing, donde se pretende, sin resultado, mostrar un espacio público libre de conflictos y donde la miseria no tiene cabida. Al no conseguirse el triunfo de la clase media, las clases altas muestran su descontento y las autoridades responden reprimiendo la pobreza, no luchando por acabar con ella sino persiguiéndola para ocultarla, para evitar que empañe la imagen de ciudad que se pretende vender. Para este objetivo las autoridades utilizan diferentes elementos, como la “Ordenanza de medidas para fomentar y garantizar la convivencia ciudadana en el espacio público de Barcelona”, presentada en 2005. Esta Ordenanza, apoyada en un determinado significado del término “civismo”, se centra en la idea de “preservar el espacio público como un lugar de convivencia y civismo” olvidando que el espacio público existe como resultado de las diferentes utilizaciones del mismo, buscando acabar con la heterogeneidad, persiguiendo a cualquier “clase peligrosa” para el Ayuntamiento, olvidando que la mayor parte de los comportamientos incívicos son realizados por jóvenes “guiris”. Se destaca también la “creciente monitorización de las actividades públicas” como respuesta a la expresión de los ciudadanos a través de la fiesta, que son autorizadas cuando las clases poderosas lo consideran oportuno. El autor apunta como el aumento del incivismo es la consecuencia de un aumento de las limitaciones a las que las autoridades someten a la población, sobre todo en lo referente a la apropiación del espacio público y como este incivismo es la forma de aflorar aquellas realidades sociales que se quieren esconder sin intentar solucionarlas. Producto de este intento por acabar con la verdadera ciudad, los movimientos asociativos que se fraguaron durante el franquismo han ido acallándose en el seno de una “ciudad-espectáculo”. Barcelona es un ejemplo del intento por crear un “nuevo patriotismo urbano” irreal y teatral, ideada por técnicos y políticos, que da la espalda a la miseria que habita en su seno, creyendo que al ocultarla no existe, creando así dos realidades opuestas, buscando una ciudad para la universal clase media que convive con las clases altas y expulsando a las clases bajas. Una Barcelona de los poderosos y del dinero que olvida la esencia que define lo urbano: la heterogeneidad y la desobediencia.
Una perspectiva antropológica en la valoración del modelo Barcelona
Antes de hablar sobre el modelo Barcelona, hay que tener en cuenta la discusión sobre la existencia de modelos de ciudades. Para Horacio Capel hay que tener en cuenta las características propias de cada entorno, no hay modelos generales[1]. En opinión de Jordi Borja lo que hoy se conoce como modelo Barcelona es la utilización de una percepción social positiva sobre el urbanismo barcelonés de los 80 y 90 por ciertos agentes presentes en la ciudad para, a través de una importante operación de marketing, vender al mundo una imagen de Barcelona[2]. Este último autor tampoco es partidario de la utilización de modelos generales y señala la posibilidad de considerar los éxitos y fracasos de los demás para enriquecer la propia experiencia.
Cuando se habla de modelos y se intentan exportar experiencias concretas a otras ciudades, debe tomarse como ejemplo pero no intentar aplicarse de la misma manera como si de un patrón se tratara. Como señala Capel, cada ciudad tiene sus propias características, su propia realidad, que se debe tener en cuenta cuando se quiere realizar algún tipo de actuación[3]. Mientras que Bohigas por su parte; señala, que el modelo es la metodología[4]. Puede que resulte equivocado hablar de modelos de ciudades, pero lo cierto es que el ejemplo de Barcelona lleva asociado una serie de aspectos, con un alto grado de ambigüedad y que son modificados en función de quien realice el análisis, que funcionan como características mediante las cuales se suele analizar dicho modelo. En resumen, como señala Monclús “parece haber un acuerdo en ese reconocimiento de que estamos ante un caso ejemplar, en el que se ha utilizado una fórmula –o modelo- que se ha demostrado exitosa. Lo que no está tan claro es que esa fórmula constituya un hallazgo barcelonés, o bien haya sido en Barcelona dónde se habría ensayado su aplicación de manera más o menos correcta y eficaz”[5].
El libro La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del “modelo Barcelona” es un análisis crítico que ya desde el mismo título avanza cual es el resultado de dicha valoración para el autor. Se trata de un ensayo provocador, como bien se desprende de los títulos de los diferentes capítulos, que nos lleva a una reflexión profunda sobre la verdadera Barcelona pero que, lejos de quedarse únicamente en el caso de la Ciudad Condal, ofrece argumentos extrapolables para el debate sobre otras ciudades.
Este trabajo se enmarca dentro del actual debate sobre el modelo Barcelona, al que, en este caso, el autor contribuye mediante una obra de claro enfoque antropológico. La formación de Manuel Delgado, así como sus principales líneas de investigación, se reflejan en el libro, tanto en el enfoque antropológico señalado anteriormente, como en el interés por el análisis del uso de los espacios públicos y el examen del sentimiento de “barcelonismo” como ejemplo de construcción de identidades colectivas en contextos urbanos, uno de los principales temas de investigación del autor. Este enfoque difiere del enfoque geográfico donde hubiera destacado el estudio morfológico, más centrado en ejemplos concretos de actuaciones a diferentes escalas, como se observa en el libro de Horacio Capel El modelo Barcelona: un examen crítico, y de la visión más personal y subjetiva de las diferentes voces que se recogen en Odio Barcelona. Así, vemos análisis diferentes que deben entenderse como complementarios pues, como el propio autor reconoce, existe una relación entre morfología urbana y actividad social, lo que hace necesario un análisis multidisciplinar. Se trata pues de un ensayo crítico y en este sentido debe entenderse como una crítica dura y, posiblemente, difícil de asumir por autoridades y autores excesivamente servilistas con un modelo del que olvidan que también tiene fallos. Como Horacio Capel señala en su obra, las opiniones de aquellos técnicos involucrados activamente en el modelo no muestran ninguna capacidad de autocrítica con lo que se hacen necesarias voces que señalen los fallos[6].
Un aspecto interesante del libro es cómo el autor destaca el importante papel de los ciudadanos en la ciudad y la necesidad de que ejerzan tal papel para evitar que la ciudad se someta a los deseos de los poderes públicos y otros agentes que, realmente, no son los que hacen la ciudad. En varias ocasiones se alude al interés del poder político por simplificar, unificar, homogeneizar, hacer más transparente, dócil y obediente a la ciudad y como, frente a esto, es necesaria la rebelión ciudadana.
Otro aspecto relevante del libro de Manuel Delgado es el que hace referencia al continuismo entre la etapa dictatorial y la democracia en lo referente, por ejemplo, a agentes implicados. Es importante analizar la posición de aquellos que intervinieron en la creación y gestión del modelo Barcelona para entender la motivación de algunas actuaciones. Como Horacio Capel señala con la designación de la Ciudad Condal como sede de los Juegos Olímpicos en 1986 se pasó de un modelo de actuación a pequeña escala a grandes proyectos, de la preocupación por los vecinos a la competencia mundial, perdiéndose gran parte del contenido social de lo que, hasta aquel entonces, se entendía como modelo Barcelona, así cabe entender que en los 90 se dio un cambio de modelo, o bien una “derechización política del modelo Barcelona”[7]. Como Capel destaca, algunos técnicos municipales vinculados al urbanismo acabaron trabajando en empresas privadas del sector inmobiliario, una muestra más del poder de dicho sector en la ciudad y de la venta de la ciudad al capitalismo.
Un tema de gran interés y de suma vigencia es el de la lucha contra la uniformidad y contra la docilidad y es que, heterogeneidad y conflicto no tienen porque entenderse en un sentido negativo. El papel de los espacios de calidad cuando son utilizados para anular la heterogeneidad choca con la realidad de lo urbano y es que, como bien señala Anatxu Zabalbeascoa al hablar de los espacios públicos, “una plaza hoy es más una suma de diferencias que un espacio unitario”. En concordancia con esto el Premio de Espacio Público Europeo de 2008 ha recaido en la Barking Town Square de Londres, de la que el jurado señala que expresa la diferencia, “la pluralidad e incluso el conflicto como rasgos básicos de la ciudad”[8]. Pero frente a la heterogeneidad real de las ciudades desde el poder se insiste cada vez más en homogeneizar, como acción para facilitar el control sobre la ciudad.
En el mismo capítulo en el que el autor habla de los espacios de calidad también hace referencia a la importancia del monumento. En este sentido es importante lo que señala el autor y que está en consonancia con la opinión de Lobato Corrêa que apunta cómo los monumentos son representaciones materiales de eventos pasados, con una gran carga simbólica y polisémicos, susceptibles a diferentes interpretaciones, por tanto, por definición, deberían ser ejemplos de la heterogeneidad urbana aunque desde las autoridades se construyan con un objetivo opuesto[9].
En esta misma dirección de búsqueda de la uniformidad, podemos destacar el debate sobre la tematización del centro de las ciudades, que se refleja en el hecho de que tras la modernización de los mismos, los resultados son de una increíble similitud entre los centros de diferentes ciudades. Esta modernización presenta dos caras, por una parte acerca las ciudades al mapa turístico y por otro las aleja de sus habitantes como señala Lluís Pellicer[10]. Continuamente se alzan voces que señalan estos problemas y la necesidad de saber quién esta detrás de todo esto, como Josep M. Montaner y Zaida Muxí resaltan “la tematización de los centros históricos y los ejes comerciales, que se repite en todas las grandes ciudades, es la escenificación de procesos urbanos, sociales y económicos mucho más complejos, lejanos de la casualidad, el azar o el aparente crecimiento natural y espontáneo”[11].
Un ejemplo concreto que sintetiza en una misma área muchos de las diferentes realidades de la Barcelona actual es el caso de Ciutat Vella. En general, cuando se habla de este distrito se suele señalar como uno de los principales problemas de la ciudad. Sin embargo, es en esta zona donde se ve claramente la lucha entre los intereses hosteleros, con el crecimiento espectacular de establecimientos de este tipo, la gentrificación y la presión sobre los residentes que muchas veces están siendo expulsados de sus barrios por la excesiva concentración hotelera. Es, el caso específico de Ciutat Vella, un ejemplo real de multiculturalidad como señala Joan Subirats y debe entenderse como una oportunidad para buscar la coexistencia de diferentes grupos sociales ya que, si se consigue la rebelión de la ciudad frente a las políticas homogeneizadoras, cabe esperar que la ciudad del futuro tenga una configuración similar a la de Ciutat Vella[12]. En base a esto parece fácil entender el afán de las autoridades por desmembrar esa multiculturalidad real del distrito, para conseguir una escénica que sirva de reclamo publicitario pero que sea controlable desde el poder establecido.
Otro tema de gran actualidad es el debate sobre la participación ciudadana. Cuando se hace referencia a él sería interesante reflexionar acerca de la falta de motivación de gran parte los ciudadanos a la hora de involucrarse en los proyectos, ya sea para informarse, proponer alternativas, quejas, etc. Tal vez pueda deberse a la falta de mecanismos activos de participación, pues como señala Antónia Casellas, una característica del actual modelo Barcelona es la escasa voluntad de inclusión de la participación ciudadana frente al énfasis en la colaboración público-privada como herramienta de planificación[13]. Frente a esto los ciudadanos responden de maneras diversas. Algunos se rinden ante la impotencia de no poder ejercer sus derechos como ciudadanos, otros se rebelan, y otros permanecen indiferentes; podría considerarse a estos últimos el reflejo de lo que Jordi Borja señala como la hipótesis de la desposesión, según la cual los ciudadanos se van sintiendo gradualmente desposeídos de su ciudad[14]. Para Jordi Borja como reacción a la desposesión se observa el renacimiento de asociaciones de vecinos y otras entidades las cuales muestran su descontento ante las diferentes acciones que están llevando a la Ciudad Condal a claudicar frente al capitalismo. Y es que, frente a los ciudadanos que son los que realmente hacen la ciudad, en el caso de Barcelona, como bien señala dicho autor “se hace ciudad hacia fuera, para consumidores externos”. En este mismo sentido se manifiesta Clarós que señala la incapacidad de las autoridades para escuchar a aquellos grupos sociales que reclaman su derecho a ser escuchados y apuntando que “hasta que el impulso de la ciudad no retorne a la gente, Barcelona continuará sumida en la crisis por más decorados y anuncios propagandísticos que le quieran poner”[15].
Un ejemplo clave en el que se visualizan conjuntamente la falta de receptividad de la administración pública a las propuestas ciudadanas así como el desprecio por la conservación del patrimonio industrial de la ciudad es el caso de Can Ricart. Dicha fábrica está incluida dentro del llamado proyecto 22@ del Poblenou el cual pretende la transformación del barrio, con el objetivo final de obtener un gran espacio dedicado a las nuevas tecnologías que convivirán con nuevas áreas de vivienda así como equipamientos y zonas verdes. Este proyecto contempla a su vez, el desplazamiento de aquellas actividades que se consideren incompatibles con dichos usos, como son el caso de las actividades productivas y artísticas ubicadas en la antigua fábrica de Can Ricart. Como señala Antònia Casellas “el proceso de evolución del recinto a través de los años ejemplifica a su vez los cambios sufridos en el barrio en el que se ubica” con lo que la destrucción del mismo llevaría consigo la desaparición de una parte importante de la historia del barrio y, por extensión, de la propia Ciudad[16]. Con la recalificación de los usos del suelo del Poblenou aprobada por el Ayuntamiento en el año 2000 se convierte esa área en una zona dedicada a la economía del conocimiento obligando al desplazamiento de aquellas actividades ya implantadas allí. En un primer momento la opinión del Ayuntamiento se centró en conservar elementos puntuales de la edificación. Frente a esto el Grup de Patrimoni del Fòrum de la Ribera del Besòs se encargó de documentar el valor del conjunto entendido como elemento unitario. Como Horacio Capel señala en su artículo la movilización ciudadana en defensa de Can Ricart, de la que es un gran ejemplo la plataforma “Salvem Can Ricar”, “implica la defensa de un patrimonio, de la historia y de la identidad de la ciudad; también una crítica a la gestión del 22@ y a la forma de cómo se permite o impulsa la destrucción del tejido industrial del barrio; y, sobre todo, la defensa de una cierta idea de cómo se ha de desarrollar la ciudad y se ha de elaborar el urbanismo”[17]. La presión popular fue de tal magnitud que, si en un primer momento fue sistemáticamente ignorada por autoridades y técnicos, finalmente fue escuchada y se consiguió la calificación del complejo como bien cultural de interés nacional. Al analizar el caso concreto de Can Ricart observamos muchos de los rasgos que caracterizan al actual modelo Barcelona, es decir, la incapacidad de la administración pública para atender a las propuestas ciudadanas, la falta de interés del Ayuntamiento por la conservación del patrimonio real y su interés por la destrucción o desvirtualización del mismo pretendiendo anular el pasado real de la ciudad. Es este caso el reflejo de la “descalificación de la actividad industrial de carácter más manufacturero, sistemáticamente desvalorada por los planteamientos de la llamada ciudad postindustrial y posfordista” al que hace referencia Mercedes Tatjer[18].
En base a todo lo dicho cabe señalar que el libro de Manuel Delgado es una obra de gran interés, que contribuye a la valoración del modelo Barcelona desde una perspectiva más antropológica. Es importante analizar las críticas que Delgado señala considerando los fallos que denuncia como oportunidades para mejorar. Resulta vital asumir la realidad actual y la necesidad de que las autoridades vuelvan a trabajar por una ciudad para los ciudadanos, que no se continúe con la tendencia a fabricar una ciudad para los turistas y el capitalismo más global, donde son los ciudadanos los que deben adaptarse. Este libro busca, pues, despertar conciencias adormecidas para reivindicar la memoria de una ciudad con un pasado y una tradición a la que se pretende convertir en un producto de consumo alejado de la realidad ciudadana.
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Notas
[1] Capel, 2005, p. 25.
[2] Borja, 2005 (a).
[3] Capel, 2005, p. 25.
[4] Bohigas, 2005.
[6] Capel, 2005, p. 8.
[7] Capel, 2007.
[8] A. Z. 2008.
[9] Correa, 2005.
[10] Pellicer, 2008.
[11] Montaner y Muxí, 2008.
[12] Subirats, s.f.
[13] Casellas, 2007.
[14] Borja, 2005 (b).
[15] Clarós, 2007.
[16] Casellas, 2007.
[17] Capel, 2007.
[18] Tatjer, 2008.
[Edición electrónica del texto realizada por Miriam-Hermi Zaar]
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Ficha bibliográfica
CON IGLESIAS, Alba. Delgado, Manuel. La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del "modelo Barcelona". Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. XIV, nº 836, 25 de agosto de 2009. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-836.htm>. [ISSN 1138-9796].