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Índice de Biblio 3W

Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796.
Depósito Legal: B. 21.742-98

Vol. XII, nº 710, 10 de marzo de 2007

EL INGENIERO MILITAR ANTONIO ÁLVAREZ BARBA Y SU PROYECTO DE CONSTRUCCIÓN DE UNA CASA PARA ALOJAMIENTO DE LA MARINA Y DE UNA NUEVA POBLACIÓN EN LA BAHÍA DE OCOA (1771)

Gerard Jori
Licenciatura en Geografía, Universidad de Barcelona


Palabras clave: ingenieros militares, siglo XVIII, República Dominicana, Ocoa

Key words: militar engineers, 18th century, Dominican Republic, Ocoa


La bahía de Ocoa, localizada en la costa meridional de la actual República Dominicana, fue frecuentada durante el siglo XVIII por embarcaciones militares y mercantes que realizaban la navegación entre España e Indias para el aprovisionamiento de agua potable y víveres, la reparación de jarcias o velas y la evacuación de los navegantes que habían enfermado durante la travesía. La ensenada, no obstante, estaba despoblada, lo que resultaba en gran perjuicio de los buques que en ella efectuaban sus escalas y, por extensión, de la marina de guerra y comercial española. Además, la falta de población en este sector de la costa propiciaba que fuera utilizado como refugio por naves inglesas dedicadas al corso. Es por ello que en 1771 Antonio Álvarez Barba, un miembro del Cuerpo de Ingenieros Militares destinado a Santo Domingo, ideó un proyecto consistente, de un lado, en la construcción de una casa para alojamiento de los oficiales de marina, y, del otro, en el establecimiento de una nueva población destinada a albergar dieciséis familias. Los ingenieros militares, en la medida en que formaron la corporación técnica española más avanzada y eficaz del setecientos, tuvieron un papel esencial en todo lo relativo a la organización del territorio, tanto metropolitano como de ultramar; desde este punto de vista el proyecto de Álvarez Barba constituye uno más de cuantos se plantearon para la adecuación defensiva del territorio y el fomento de las actividades económicas. Sin embargo, tiene la peculiaridad de que fue diseñado individualmente por el ingeniero sin que nadie le encomendara la tarea. Éste pretendía, asimismo, encargarse de la dirección de las obras e, incluso, sufragar los costes de las mismas. Con ello Álvarez Barba perseguía conseguir para sus dos hijos plazas en el ejército, por lo que el documento objeto de este artículo, además de representar un buen ejemplo de la actividad de los ingenieros militares en América, ilustra de manera extraordinaria una de las estrategias desplegadas por miembros de la institución para satisfacer intereses particulares u obtener determinados beneficios personales.

Por otro lado, el documento que publicamos tiene el interés de referirse a una posesión en decadencia –Santo Domingo– que hacía tiempo que había pasado a ocupar una posición relativamente marginal en el Imperio Hispano, pero que en la época de nuestro ingeniero conoció una tímida prosperidad gracias a iniciativas como la que nos ocupa. Además, creemos que el proyecto del ingeniero militar debe insertarse en la política de fortalecimiento de la marina de guerra y mercante ideada por los reformistas del siglo XVIII. Es cierto que dicha política se basó, ante todo, en decisiones adoptadas desde las más altas instancias políticas como la de liberalizar el comercio con los puertos americanos, pero también lo es que acciones más modestas como la planteada por Álvarez Barba contribuyeron igualmente a la mejora de las condiciones de la navegación atlántica, lo que otorga al documento un valor excepcional. En nuestro estudio introductorio abordaremos, en primer lugar, la actuación desplegada en América por el Cuerpo de Ingenieros Militares con el objeto de enmarcar la figura de Álvarez Barba en el seno de la primera corporación técnica que trabajó para favorecer el desarrollo económico del continente. A continuación nos interesaremos por la carrera profesional del ingeniero, dado que como escribió en 1774 Francisco Requena, otro miembro de la institución que sirvió en el Nuevo Mundo, “si no se sabe el carácter del que escribe, no se puede juzgar de la realidad y valor de sus producciones”[1]. En tercer lugar comentaremos la parte del manuscrito en la que Álvarez Barba efectúa su solicitud relativa a la integración de los hijos en el ejército. Por último, examinaremos las líneas generales del proyecto, así como sus implicaciones militares y económicas.

Los ingenieros militares en América

La presencia de ingenieros militares en la América española se remonta a las postrimerías del siglo XVI, momento a partir del cual comenzaron a desarrollar actividades ligadas a la protección de los territorios conquistados organizando un importante sistema defensivo para el golfo de México, mar Caribe y América Central. Asimismo, en razón de la escasez de técnicos disponibles, los ingenieros militares intervinieron ya desde el mismo quinientos en labores no castrenses tales como la arquitectura civil y religiosa o la ampliación de ciudades. Sin embargo, no fue hasta principios del XVIII, con la creación del Real Cuerpo de Ingenieros Militares en 1711 y la aprobación de las primeras ordenanzas de la institución en 1718, cuando se establecieron claramente las funciones que el cuerpo debía desempeñar, las cuales respondían a tres objetivos básicos: asegurar la defensa del territorio, intervenir en el mismo mediante la construcción de obras públicas y proporcionar conocimientos geográficos a través de informes territoriales o trabajos cartográficos[2]. Esta diversidad de facetas de la actuación del cuerpo se materializó tanto en los territorios metropolitanos como de ultramar, pero fue en América donde los ingenieros militares pudieron desplegar sus plenas potencialidades en tanto que científicos, administradores y militares. De hecho, en cierto modo formaron el primer cuerpo técnico que contribuyó al progreso del Nuevo Mundo[3], y ello a pesar de las graves y endémicas limitaciones con que tuvieron que llevar a cabo su trabajo y del escaso reconocimiento que éste recibió.

La actividad de los ingenieros militares en América durante el setecientos estuvo influida de manera insoslayable por un conjunto de vicisitudes históricas[4]. La primera mitad de la centuria se caracterizó, en términos generales, por una situación de paz y desarrollo en la que mucho tuvieron que ver las buenas relaciones con Francia[5], lo que supuso la terminación de las agresiones de corsarios de dicho país en los territorios españoles. Pero durante la segunda mitad del siglo el acoso de los pueblos indígenas, normalmente auxiliados por los ingleses, obligó a intensificar la defensa de las fronteras septentrional y meridional mediante la construcción, por parte de los ingenieros militares, de una extensa red de presidios[6]. A ello conviene añadir que la reanudación del hostigamiento de piratas y corsarios en las colonias atlánticas, junto con los conflictos bélicos que enfrentaron a España e Inglaterra y que se ramificaron a América –como las guerras por el III Pacto de Familia (1762-1763 y 1779-1783) o la guerra por la alianza franco-española de 1796–, motivaron la organización de un esquema de protección de las plazas costeras en virtud del cual éstas eran amparadas por fuertes localizados en el traspaís, desempeñando los ingenieros militares un papel decisivo en la adopción de dicho modelo elástico de defensa.

Además, como parte de su tarea militar, los ingenieros militares desarrollaron durante el siglo XVIII una ingente labor de reconocimiento del territorio americano mediante la realización de detalladas descripciones geográficas[7], a veces acompañadas de mapas o planos, en las que solían consignar aspectos como la cuantificación de los recursos naturales, la forma de las costas marítimas, las características climáticas, los regímenes fluviales, el estado de conservación de las fortificaciones o las relaciones socioeconómicas que mantenían las poblaciones nativas[8]. Durante mucho tiempo pesó sobre dichos informes un real decreto que prohibía su publicación a menos que el Consejo de Indias lo permitiese, de modo que la práctica totalidad de la producción científica de los ingenieros militares que trabajaron en América no pasó del estado de apuntes o manuscritos. A veces, no obstante, estos trabajos consiguieron alcanzar cierta difusión entre los círculos científicos más insignes de la época, como por ejemplo el mapa de Miguel Constanzó y Diego García Conde confeccionado en 1797 como parte de un proyecto de defensa para Nueva España, pero que fue facilitado a Alejandro de Humboldt quien lo publicó en el Atlas geographique et physique du Royaume de la Nouvelle Espagne[9].

Aunque la defensa del territorio era prioritaria, a falta de otros técnicos los ingenieros militares también intervinieron activamente en la proyección y dirección de numerosas obras civiles. Su participación fue esencial en la construcción de puertos y en el diseño de ampliaciones urbanas y de nuevas poblaciones, siendo el documento que transcribimos un buen ejemplo de esto último. Asimismo, ejecutaron numerosos proyectos de edificios públicos tales como hospitales, palacios, cárceles, fábricas, iglesias, tribunales o casas de moneda, colaboraron en la construcción de obras de canalización para el abastecimiento de agua a las ciudades y campos de cultivo, y contribuyeron a la política borbónica de ordenación del territorio proyectando caminos, canales y puentes. Finalmente, algunos ingenieros, movidos por un afán de fomento regional, tuvieron un papel destacado en Sociedades Económicas de Amigos del País creadas en ciudades americanas, así como en la fundación de varias de las academias de matemáticas y dibujo que se establecieron en América: Cartagena de Indias (1725), Caracas (1760 y 1808), Buenos Aires (1799), Cumaná (c. 1800), Santa Fe (1801), etcétera.

Si la escasez de efectivos fue uno de los males endémicos que afectó a la actuación del Cuerpo de Ingenieros Militares, en América dicha limitación se hizo especialmente patente debido a la necesidad de salvaguardar y afianzar unas relaciones de poder sobre amplísimas extensiones de territorio. En particular, dos factores determinaron que en las posesiones americanas el número de ingenieros fuera, pese a lo indispensable de su labor, insuficiente para satisfacer las necesidades de todo el continente, como son la preferencia de que fueran desplazados a Indias ingenieros españoles y la costumbre de no trasladar a individuos de edades avanzadas o con enfermedades. Una vez en América las condiciones de trabajo eran realmente precarias, por lo que era frecuente que los allí destinados, o bien trataran de eludir su incorporación al nuevo puesto, o bien hicieran todo lo posible para regresar a la Península. Esta situación mejoró significativamente a partir de 1768, cuando la nueva ordenanza de la corporación equiparó a los ingenieros destinados a América a cualquier otro oficial del ejército, instauró un incentivo económico para el desplazamiento y reglamentó la promoción automática al rango jerárquico superior para los trasladados siempre y cuando permanecieran un mínimo de cinco años en su nuevo destino. Sin embargo, el número de ingenieros trabajando en América continuó siendo insuficiente –55 en 1778 frente a los 150 que había en la metrópoli– y, además, su distribución aparecía muy polarizada en las direcciones de Nueva España, La Habana y Guatemala, que respectivamente albergaban diez, nueve y siete ingenieros[10]. Otras direcciones, en cambio, contaban únicamente con uno o dos miembros de la institución; tal era el caso de la de Santo Domingo, que en el siglo XVIII había perdido buena parte de su anterior interés comercial en beneficio de otros territorios americanos. En cualquier caso, hasta 1795, año de la cesión de la parte oriental de La Española a los franceses, allí permaneció trabajando el ingeniero Álvarez Barba, de quien pasamos a ocuparnos a continuación.

El ingeniero militar Antonio Álvarez Barba

En el documento que publicamos nuestro ingeniero afirma que “ha que sirve a S.M. veintinueve años”, por lo que su ingreso en el servicio tuvo lugar en 1742, año en el que sólo entró a formar parte del cuerpo un único miembro que lo hizo con el grado de ingeniero voluntario[11]. Se trata de una figura del escalafón –situada fuera de la estructura permanente de la institución– que generalmente estaba formada por militares de otros cuerpos o armas del ejército que en periodos de necesidad adquirían funciones de ayudante de ingeniero o ingeniero extraordinario[12], y que una vez superadas las circunstancias particulares que habían motivado su incorporación al servicio retornaban a sus cuerpos de origen. Sin embargo, también podía suceder que los ingenieros voluntarios permanecieran definitivamente en el Cuerpo de Ingenieros Militares[13], prosiguiendo entonces su carrera a través de la escala facultativa establecida en las ordenanzas de la corporación[14]. Así, sabemos que en noviembre o diciembre de 1749 Álvarez Barba fue nombrado ingeniero delineador[15], categoría equivalente a subteniente en la escala de grados militar y desde 1740 la vía más usual de entrada a la institución. El proceso normal de acceso al Cuerpo de Ingenieros Militares era el de aquellas personas de ascendencia nobiliaria o militar que habiendo cursado estudios de matemáticas en alguna de las tres academias –Barcelona, Orán o Ceuta– se examinaban al convocarse plazas de ingeniero. A veces, no obstante, una vez aprobado el examen, el candidato debía esperar a que apareciera alguna plaza vacante, pudiendo ser este el caso de Álvarez Barba, lo que explicaría que durante los siete años que van de 1742 a 1749 permaneciera en el cuerpo con el grado de ingeniero voluntario. De ser esta la casuística de nuestro ingeniero, éste habría recibido su formación técnica en la Academia de Matemáticas de Barcelona, probablemente durante la segunda mitad de la década de 1730. Respecto a lo primero no albergamos dudas ya que el nombre del ingeniero aparece, con el número de escalafón 348, en la relación elaborada por Concha Virgili Belda de miembros del cuerpo que estudiaron en ese centro y que después trabajaron en América[16]. Lo segundo lo deducimos del hecho de que en la enumeración de estudiantes de la academia barcelonesa que Pedro Lucuze, a la sazón director del centro, realizó en 1739[17], no consta ningún Antonio Álvarez Barba, lo que nos induce a pensar que en ese año el ingeniero ya había concluido sus estudios[18], aunque existe también la remota posibilidad de que cursara los mismos y aprobara el examen correspondiente entre 1740 y 1742.

No conocemos la fecha en que Álvarez Barba fue destinado a servir a La Española, aunque es seguro que prácticamente toda su carrera militar transcurrió en esta isla del Caribe. Entre los trabajos que realizó con anterioridad al que nos ocupa se encuentran un plano de 1764 de la nueva población y fortificaciones construidas en la desembocadura del río Jaina, a escasos kilómetros al este de Santo Domingo y lugar de incuestionable interés geoestratégico[19], y otro de 1768 de la ciudad y ensenada de San Fernando de Montechristi, situada en el extremo nororiental de la actual República Dominicana[20]. En 1771, además de elaborar el proyecto objeto de nuestro estudio y levantar el plano adjunto de la bahía de Ocoa, Álvarez Barba recibió la orden de reconocer el terreno con la finalidad de hallar un lugar idóneo para la construcción de aduanas y almacenes en Santo Domingo, proponiendo para dicho emplazamiento la batería de San Diego; Carlos III dio su conformidad a la resolución adoptada por el ingeniero y le encomendó la dirección de las obras que se desarrollaron al año siguiente. Por otro lado, como revela el documento transcrito, en ese mismo año Álvarez Barba ya había accedido en la escala facultativa del cuerpo a la categoría de ingeniero en segundo y era, como corresponde a dicha graduación, teniente coronel del ejército. Ello quiere decir que en los veintidós años que van de 1749 a 1771 el ingeniero ascendió en razón de sus méritos en la estructura jerárquica de la institución a través de los niveles de delineador, extraordinario, ordinario y en segundo, lo que se corresponde razonablemente bien con una carrera profesional tipo[21].

Durante el decenio de 1770 Álvarez Barba llevó a cabo una destacada labor en lo que al levantamiento de planos se refiere. En 1772 dibujó el del fuerte proyectado para custodia de Santo Domingo y al año siguiente confeccionó el de la Real Fuerza de esta misma ciudad. Especialmente notable es el Plano de la Plaza de Santo Domingo fechado en 1778 en el que aparece representada a color la primera fundación americana y sus alrededores y en el que se señala la localización de una cincuentena de lugares destacados de la ciudad[22]. Se trata, sin duda alguna, de un trabajo cartográfico prototípico de un miembro del Cuerpo de Ingenieros Militares en la medida en que no encontramos en él nada superfluo. La pieza, en efecto, se halla desprovista de toda decoración halagadora y suntuosa para albergar, únicamente, aquellas informaciones de la superficie terrestre que tenían algún sentido desde un punto de vista político-militar, informaciones éstas que, además, aparecen representadas mediante líneas limpias, colores sobrios y una precisa simbología alfanumérica. Otros levantamientos cartográficos atribuidos a Álvarez Barba son un plano del pueblo y fortificaciones de campaña de San Miguel (1794), otro de la población y defensas de Bayaya y un tercero de la batería de Lance de Santo Domingo, no habiendo sido posible fechar estos dos últimos documentos.

La intensa labor cartográfica realizada por Álvarez Barba ilustra una de las facetas más importantes de la actividad del Cuerpo de Ingenieros Militares, así como una de las aportaciones esenciales de esta corporación a la ciencia española del XVIII[23], cual es la producción regular de mapas y planos tanto de territorios peninsulares como de ultramar, en un periodo en que la cartografía en nuestro país presentaba grandes limitaciones. En efecto, las sucesivas ordenanzas que regularon el funcionamiento de la institución asignaron a los ingenieros militares la tarea de confeccionar piezas cartográficas[24] y reglamentaron, especialmente la de 1803, aspectos como las escalas, los símbolos convencionales o la información que debían contener los mapas, lo que dio origen a una producción cartográfica sumamente homogénea. Para ello los ingenieros dispusieron del instrumental técnico más avanzado que fue apareciendo a lo largo del siglo XVIII –como el sextante inventado por John Campbell en 1757 o el teodolito de Jesse Ramsdem con limbos de bronce de gran precisión de 1763[25]– y que constituyó un elemento decisivo para el desarrollo de una cartografía científica, resultando trabajos que en no pocas ocasiones certifican una gran pericia por parte del ingeniero y que sin ningún género de dudas representan un extraordinario patrimonio histórico-documental[26]. Particularmente abundantes fueron los levantamientos efectuados en América como consecuencia de la organización en las colonias españolas de dicho continente de un inmenso sistema defensivo basado en fortificaciones interiores que apoyaban la defensa de las plazas costeras, lo que obligó a los ingenieros a ampliar la escala de sus planos urbanos para rebasar el simple entorno fortificado[27]. Buen ejemplo de ello lo constituye el plano de 1778 de Santo Domingo al que nos referíamos antes, donde nuestro ingeniero dibujó los alrededores o zona polémica de la ciudad con el fuerte periférico que la defendía localizado aguas arriba de la desembocadura del Ozama. Se trataba, no obstante, de mapas elaborados como parte de una estrategia militar de defensa del territorio, por lo que en realidad los ingenieros militares no atendieron en sus levantamientos a los principios matemáticos que darían lugar a las proyecciones equivalentes y conformes[28]. Por otro lado, dadas las atribuciones de los ingenieros militares en lo que a la construcción de obra pública se refiere, también son muy abundantes los planos de edificios confeccionados por miembros de la institución, como atestiguan los diversos trabajos de este tipo efectuados por Álvarez Barba en Santo Domingo.

En 1778, cuando nuestro ingeniero se hallaba en Madrid para revalidar el empleo de su hijo del mismo nombre, presentó una solicitud en favor de éste en la que se tituló Coronel de los Reales Ejércitos e Ingeniero en Jefe de la Isla Española. La ordenanza de 1768 –como asimismo la de 1718– no especificaba otra cosa a propósito de este rango que podían residir varios ingenieros en jefe en una misma ciudad, por lo que en general puede considerarse que durante el tiempo en que Álvarez Barba ocupó el cargo realizó, en tanto que primer subalterno del ingeniero director, funciones delegadas de formación de proyectos y de dirección y reconocimiento de obras. A partir de 1732, en el cuadro general de precariedad e insuficiencia de miembros que fue característico del Cuerpo de Ingenieros Militares, especialmente en los territorios de ultramar, en las posesiones americanas sólo llegaron a coincidir a un mismo tiempo tres ingenieros directores para atender las necesidades de todo el continente[29], de modo que en la práctica los ingenieros en jefe acababan desempeñando en numerosas ocasiones el rol de sus superiores inmediatos. Esto es lo que debió suceder a Álvarez Barba, ya que según el informe de Silvestre Abarca de 1778 en este año sólo tres direcciones americanas contaban con un ingeniero director –Nueva España, Cartagena y Guatemala–, mientras que la de Santo Domingo, no sólo carecía de él, sino que únicamente albergaba dos miembros del cuerpo: el propio Álvarez Barba con el rango de ingeniero jefe y un ingeniero ordinario[30], que creemos se trataba de Antonio Ladrón de Guevara y Percaz[31]. Esta situación de extrema precariedad en que se encontraba la dirección dominicana puede reflejar el menor interés que suscitaba entre las autoridades españolas la colonia de Santo Domingo frente a los territorios del continente.

También en el mismo año de 1778, a la vista de las cesiones territoriales hechas a los franceses en Santo Domingo, Álvarez Barba solicitó la libertad de derechos de alcabala[32] en las ventas de sus bienes para poder emigrar de La Española. Dicha petición no debió ser atendida dado que el ingeniero continuó trabajando y residiendo en la isla por lo menos hasta 1795, año en que en virtud del Tratado de Basilea la Monarquía Hispana cedió a Francia la parte oriental de la isla. De hecho, resulta difícil comprender por qué el ingeniero esgrimió ese argumento en su solicitud cuando la presencia francesa en La Española se remontaba mucho tiempo atrás y, stricto sensu, no se produjo concesión territorial alguna en los años 1770. En efecto, el origen de la Saint-Domingue francesa, que en el setecientos se convirtió en la colonia europea más rica del Nuevo Mundo aportando la cuarta parte de la riqueza de Francia[33], se encuentra en una de las disposiciones de la Paz de Rijswijck de 1697 por la que se puso fin a la guerra de la Liga de los Augsburgo[34]. Es muy probable que el ingeniero elevara su petición en razón de la firma, o bien del convenio fronterizo suscrito en San Miguel de la Atalaya el 29 de febrero de 1776, o bien del Tratado de Aranjuez de 3 de junio de 1777, mediante los cuales se delimitó la frontera franco-española en Santo Domingo. El primero fue rubricado por el brigadier José Solano y el representante francés conde d’Annery e implicó el trazado sobre el terreno, mediante 221 mojones y finalizado el 28 de agosto de 1776, de una línea fronteriza entre las dos colonias que iba de la desembocadura del Dajabón –o Massacre– al norte a la del Pedernales al sur; mientras que el segundo, firmado por el conde de Floridablanca y el marqués de Ossun, supuso la ratificación de aquél, con lo cual se trató de poner fin al contencioso fronterizo que enfrentó a las autoridades de ambas colonias durante prácticamente todo el siglo XVIII. Sin embargo, aunque impopulares desde la perspectiva española, ni uno ni otro convenios entrañaban concesiones de tierras a los franceses, sino que simplemente venían a reconocer y legalizar una situación de hecho que se prolongaba desde hacía tiempo[35].

La última noticia relativa a la carrera profesional de Álvarez Barba es de 1795, año en que siendo Mariscal de Campo y Comandante General de Ingenieros de la plaza de Santo Domingo asistió a la exhumación de los restos mortales de Cristóbal Colón. El cargo de ingeniero comandante de plaza había sido instituido en 1768 y comportaba, con arreglo a las ordenanzas promulgadas ese año,

“hacerse cargo, bajo inventario, de los planos y papeles relativos al servicio, tener el plano de la plaza y sus alrededores; [...] tener conocimiento exacto de los caminos y accidentes topográficos que pudieran favorecer las operaciones del enemigo o de la defensa de la plaza, así como de las condiciones de la costa, si fuera marítima, y de aquellos en que podría hacerse un desembarco; [...] cuidar de la conservación y policía de las fortificaciones y edificios militares”[36].

Nuestro ingeniero militar había, por tanto, ascendido a fines del setecientos hasta uno de los rangos más importantes de la escala facultativa, lo que explica que presenciara tan destacado acontecimiento histórico que merece algún comentario dado que, en última instancia, la exhumación de 1795 se sitúa en la génesis de la controversia a propósito del lugar donde reposan los restos del ilustre almirante.

Colón murió en Valladolid en 1506 y tres años más tarde su nuera, Doña María de Toledo, hizo trasladar los huesos a Sevilla donde permanecieron hasta 1537, año en que por intermediación de la misma señora ante Carlos V se dio nueva sepultura al navegante en el presbiterio de la catedral de Santo Domingo junto a su hijo Diego. La tumba permaneció ahí hasta 1795, cuando las autoridades españolas, ante la cesión de la colonia hecha a los franceses, decidieron exhumar los restos del almirante y trasladarlos a Cuba para que permanecieran en suelo español. La pérdida de Cuba en 1898 obligó a repetir el proceso y la sepultura de Colón quedó de nuevo y definitivamente instalada en Sevilla. La historiografía dominicana ha mantenido, empero, que en la exhumación de 1795, o sea, aquélla de la que Álvarez Barba fue partícipe, los restos de Colón fueron confundidos con los de su hijo Diego[37], esgrimiendo el hallazgo en 1877 con motivo de unas obras en la catedral de Santo Domingo de un ataúd de plomo con la inscripción “Ilustre y esclarecido varón D. Cristóbal Colón. Descubridor de América, Primer Almirante”. Un reciente análisis de ADN practicado a los huesos que se encuentran en Sevilla ha confirmado que los restos mortales conservados en la ciudad andaluza son efectivamente los del célebre marinero[38], aunque se mantiene la incógnita de por qué dichos restos sólo albergan el 15 por ciento del esqueleto[39].

Continuidad familiar de la profesión

Resulta muy interesante indagar en la esfera familiar de Álvarez Barba porque en varios sentidos ésta resulta paradigmática de las implicaciones del trabajo al servicio del Cuerpo de Ingenieros Militares sobre la vida privada de sus miembros. Primeramente, como no deja de advertir al principio del documento transcrito, el ingeniero pertenecía al solar de antigüedad y nobleza, lo cual, en la medida en que el cuerpo estaba compuesto solamente por oficiales, constituía, como de hecho sucedía en el resto del ejército, un requisito para ingresar –que no para ascender– en la institución. Pero mayor interés reviste el hecho de que el mismo padre del ingeniero, llamado también Antonio Álvarez Barba[40], era igualmente ingeniero militar, lo que ilustra la fuerte componente endogámica que caracterizó a la corporación en el sentido de transmisión de la profesión de padres a hijos[41]. Bien es cierto que dicha continuidad familiar era favorecida por las disposiciones de acceso al ejército que allanaban la integración al mismo de los hijos de oficiales, posibilitando, por ejemplo, que se incorporaran como cadetes a edades más tempranas, pero también lo es que esta práctica no hacía más que reproducir el modelo preindustrial de heredabilidad de las profesiones. Hubo, asimismo, otro ingeniero militar llamado Francisco Álvarez Barba del que se sabe que en 1746 tenía el empleo de ingeniero delineador[42]. Es posible que se tratara de un hermano o primo patrilineal –Álvarez Barba es un único apellido– de nuestro ingeniero, lo que elevaría a tres los miembros de la familia que pertenecieron al cuerpo, pero en este caso el parentesco no ha sido confirmado.

La endogamia en el seno del Cuerpo de Ingenieros Militares no sólo se manifestaba a través de la transmisión familiar de la profesión, sino también mediante el matrimonio con hijas de otros militares como sugieren los datos aportados por Martine Galland-Seguela: en el 43 por ciento de los caso identificados el origen social de las esposas era militar[43]. Esto es lo que sucedió a Álvarez Barba –hijo– quien contrajo nupcias con María Santos Leos-Echalas, cuyo padre, natural de Muruzábal, era capitán del ejército[44]. El Estado, con el objeto de asegurar la preeminencia del servicio sobre la vida familiar y ante la evidente cortedad de los sueldos que pagaba, reguló estrictamente todo lo concerniente al matrimonio de los militares en general, y de los miembros del cuerpo de ingenieros en particular, procurando que aquél se retrasara lo máximo posible y se realizara con mujeres que proporcionaran recursos al patrimonio familiar en forma de dote. En principio, con arreglo a un real decreto de 1742, las licencias sólo se concedían a partir del grado de coronel, lo que significa que los ingenieros militares no podían casarse antes de los cuarenta y siete años aproximadamente[45], pero el incumplimiento de la normativa fue bastante generalizado, especialmente entre los ingenieros destinados a América. Así, es muy probable que Álvarez Barba fuera mucho más joven en el momento de su casamiento, que con toda seguridad se produjo antes de 1757, año del nacimiento de su hijo Antonio José. Si tomamos como referencia la mediana de edad de incorporación al cuerpo durante el setecientos, que fue de veintiún años, y recordamos que el ingreso de Álvarez Barba tuvo lugar en 1742, inferimos que nuestro ingeniero contrajo matrimonio con no más de treinta y seis años. Además, como el primer trabajo del que se tiene noticia que efectuó en Santo Domingo data de 1764 –el plano del pueblo y fortificaciones de la boca del Jaina–, resulta pertinente conjeturar que la boda y los nacimientos de los hijos tuvieron lugar con anterioridad a su destino a Indias, lo que concuerda con el origen navarro de la esposa, de modo que el ingeniero debió realizar el desplazamiento a América junto a su familia. Familia ésta que además de los cónyuges estaba formada por dos hijos, el ya citado Antonio José y Francisco Antonio, nacido este último en 1759, y dos hijas, Margarita y María de la Concepción.

Con frecuencia los ingenieros militares se valían de su influencia para integrar a sus hijos en el ejército o mejorar el rango jerárquico de éstos, para lo cual podían valerse de diversas estrategias. Unos elevaban peticiones directas al rey en las que inclusive podían alegar la situación de extrema pobreza en que se encontraba su familia[46]; otros, merced a su posición dentro del cuerpo, atribuían directamente cargos a sus descendientes; y unos terceros se inclinaban por ofrecer al rey determinados servicios a cambio de obtener prerrogativas para sus hijos. Este es precisamente el caso de Álvarez Barba, quien en el documento que nos ocupa propone a Carlos III la construcción en la bahía de Ocoa de un edificio para alojamiento de la marina y el establecimiento, a su costa, de una nueva población para dieciséis familias en esta misma ensenada, arguyendo la gran utilidad de dicho proyecto para asegurar el país. El ingeniero señala que tiene dos hijos “en edad proporcionada para seguir las honrosas huellas de su padre y abuelo, y con inclinación a las armas”, los cuales, al no haber plazas vacantes en el batallón fijo de Santo Domingo[47], se ven obligados a servir como cadetes voluntarios. A la vista de ello confiaba que una vez aprobado el proyecto se dignara “la piedad generosa de S.M. conceder [a sus hijos] dos compañías en el batallón fijo de esta isla o a lo menos una al mayor dicho Don Antonio, y a el otro otra en uno de los regimientos de caballería o dragones”, sustentando su petición en el hecho de que el rey concede gracia a “todo sujeto que [...] se esmere en hacer algún particular servicio a la Corona, como levantar torres en las costas de Andalucía o Reino de Murcia, formar castillos y baterías en dichas costas o contribuir para otras obras de fortificaciones en los presidios de África”.  Finalmente, el ingeniero esperaba que en caso de que fallecieran sus descendientes varones pudiera valerse a modo de dote de la gracia otorgada por el rey para casar a sus hijas con otros miembros del ejército, a los que se concederían las plazas otorgadas a los difuntos hijos.

Sabemos que el soberano denegó la petición efectuada por el ingeniero dado que en su nombre se escribió al margen de la instancia “No convengo en esta solicitud; los oficiales de marina no necesitan más casa que los navíos en que están destinados”[48], de modo que cabe suponer que no fue atendida la petición de 1771 de atribuir plazas a los vástagos de Álvarez Barba en el batallón fijo de Santo Domingo. Sin embargo, como vimos con anterioridad, siete años después de redactar su instancia el ingeniero se encontraba en Madrid para revalidar el empleo de su hijo mayor y presentar una solicitud en su favor, de lo que deducimos que al menos Antonio José ya había conseguido en 1778 una plaza fija en el ejército. Muy prontamente Álvarez Barba también consiguió casar a su hija Margarita, que el 8 de septiembre del mismo año de 1771 contrajo matrimonio con el caraqueño Nicolás del Toro, hijo de los marqueses del Toro.

Las propuestas del ingeniero

El proyecto ideado por Álvarez Barba en 1771 se compone del texto manuscrito y de un mapa de la bahía de Ocoa que, por desgracia, no conocemos. A su vez, el escrito se estructura en cuatro partes. En la primera, que no está titulada, el ingeniero presenta someramente las ventajas que se derivarían de su proyecto y expone, con profusión de fórmulas de cortesía, la petición ya comentada relativa al acceso de los hijos a la carrera militar. El que el proyecto fuera redactado con dicho propósito lo convierte, de hecho, en un producto un tanto sui generis por cuanto propiamente no constituye un trabajo del Cuerpo de Ingenieros Militares sino de un miembro concreto de la institución, que con el objeto de conseguir determinados favores reales se encarga individualmente de plantearlo, así como de dirigirlo y financiarlo en caso de ser aprobado. Ello contrasta de forma evidente con el proceder normal de los ingenieros militares, cuya actuación siempre estuvo dominada por un claro espíritu corporativo que hacía que todo proyecto emprendido no fuera fruto del trabajo individual de un ingeniero determinado sino del cuerpo en su conjunto, dado que unos y otros se encargaban de revisar, rectificar y aprobar las obras cuantas veces fuera necesario[49]. Por otro lado, Álvarez Barba también solicita al rey en esta primera parte del documento que de ser admitido su proyecto el Capitán General y Gobernador de Santo Domingo –cargo que ocupaba José Solano y Bote en el momento en que se redactó– adoptara las disposiciones necesarias para llevar a término las obras. En concreto, el ingeniero insta a que se le conceda la potestad de otorgar licencia de víveres para la manutención de los trabajadores y nuevos pobladores, así como la facultad de trasladar a Ocoa todo lo necesario para la realización de las obras.

La segunda parte del manuscrito, titulada “Relación, Plano y Proyecto formado por el Teniente Coronel de Ingenieros Don Antonio Álvarez Barba a los Reales Pies de S.M.”, es la más extensa e importante dado que en ella nuestro ingeniero argumenta la utilidad de su proyecto y expone las directrices generales del mismo. Álvarez Barba comienza afirmando que en América el clima se rige en función de dos estaciones en las que predominan vientos diametralmente opuestos. Atendiendo a este principio genérico el ingeniero establece que de abril a septiembre, esto es, los meses en que imperan los vientos de componente sur en las islas caribeñas, los buques que realizan la navegación entre España y La Habana o Veracruz efectúan la aguada –escala para el aprovisionamiento de agua potable– en la bahía de San Francisco de Puerto Rico, mientras que los restantes seis meses, en los que dominan los vientos del norte, dicha escala se lleva a cabo en la ensenada dominicana de Ocoa. A diferencia del abrigo puertorriqueño donde desde la primera década del siglo XVI existía una población –la actual villa de San Francisco de Asís de la Aguada–, la bahía de Ocoa estaba despoblada, lo que resultaba en gran perjuicio de las embarcaciones que anclaban en ella, hasta el extremo que en ocasiones los comandantes de los navíos decidían no detenerse y proseguir el viaje “en derechura a la Habana o Veracruz exponiendo a las tripulaciones de marina a experimentar las más lamentables miserias tanto por falta de víveres como de agua”. A la vista de ello, Álvarez Barba propone construir una casa para el alojamiento de los oficiales de marina y establecer en la bahía el asentamiento para dieciséis familias.

Pero antes de examinar las instrucciones concretas dadas por el ingeniero para la ejecución de su proyecto, conviene decir algo a propósito de la actividad naviera y la política marítima del setecientos con respecto a América para comprender determinados aspectos del documento. La llegada de los Borbones supuso cierta recuperación del poderío naval español y un robustecimiento de la marina mercante gracias al programa de reformas de la Carrera de Indias que en 1728 inició José Patiño, a la sazón Secretario General de Marina e Indias, con la creación de la Real Compañía Guipuzcoana de Navegación para el comercio del cacao venezolano[50]. Dicha compañía mercantil privilegiada, que se fundó a imagen de las ya establecidas en Inglaterra y Holanda, venía a sustituir el tradicional, ineficaz y oneroso sistema de flotas y galeones, y aunque tuvo que hacer frente a numerosas dificultados obtuvo un relativo éxito económico que acabó motivando la constitución de otras Reales Compañías del mismo tipo: de Galicia (1734), La Habana (1740), Barcelona (1755), Cádiz (1765) y Filipinas (1785)[51]. José de Campillo, sucesor de Patiño, tuvo igualmente un destacado papel en el resurgimiento de la marina mercante al redactar en 1743 su Nuevo Sistema de Gobierno Económico para la América, obra en la que defendió que la recuperación de la economía española pasaba por la liberalización del comercio americano, que todavía estaba sujeto al monopolio del puerto de Cádiz[52]. En 1748, bajo el reinado de Fernando VI, se intentó llevar a término esta idea, pero la enconada reacción de los mercaderes gaditanos hizo finalmente desistir del proyecto. Sí que prosperó, por el contrario, la supresión del sistema de flotas y galeones para Nueva España y la implantación en su lugar del régimen de navíos de registro –o “navíos sueltos” como los llama Álvarez Barba– que hacían el viaje por el Atlántico de forma aislada y no siguiendo convoyes.

En cualquier caso, el mayor impulso al comercio con América se dio en tiempos de Carlos III, bajo cuyo reinado, siguiendo a Jaume Vicens Vives, “aumentó portentosa y rápidamente el volumen de tráfico entre una y otra costas del océano atlántico”[53]. Con arreglo al Real Decreto de 6 de agosto de 1764 se creó el primer servicio regular de correos entre España e Indias, servicio éste que prestaban fragatas artilladas que zarpaban el primero de cada mes del puerto de A Coruña con destino a La Habana, aunque efectuando, como señala Álvarez Barba en el documento, escalas en La Española y Puerto Rico[54]. Una vez en la ciudad cubana, el navío-correo hacía acopio de todas las cartas que habían llegado del continente procedentes de los puertos de Veracruz, Cartagena de Indias y Portobelo, para regresar entonces a la Península en un viaje que esta vez se realizaba sin escalas. Otra importantísima medida para el desarrollo del comercio marítimo con América fue la ampliación, hecha en virtud del Decreto y Real Instrucción de 16 de octubre de 1765, del número de puertos peninsulares que podían comerciar directamente con las islas de Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Margarita y Trinidad. Esos puertos eran los de Santander, Gijón, A Coruña, Sevilla, Málaga, Cartagena, Alicante y Barcelona[55], a los que se añadía el ya habilitado de Cádiz. Con ello se dio el primer paso del proceso de liberalización del comercio indiano que culminó el 12 de octubre de 1778 con la aprobación del Reglamento y Aranceles Reales para el Comercio Libre de España a Indias, que elevó a trece el número de puertos que podían comerciar con los territorios de ultramar y a veinticuatro el de puertos americanos abiertos al comercio, lo que en la práctica equivalía a todos los grandes puertos hispanoamericanos excepto los de Venezuela y México, cuya habilitación tuvo que esperar a 1789. Vemos, por tanto, que en los tiempos en que Álvarez Barba redactó su proyecto existía por parte del movimiento ilustrado español un claro interés en fortalecer la marina mercante e intensificar el tráfico marítimo entre España y América, y es en dicho contexto donde hay que ubicar la preocupación del ingeniero por asegurar el buen abrigo de las naves dedicadas al comercio en su paso por Santo Domingo.

Pero Álvarez Barba, como militar que era, no sólo planteó su proyecto en razón de las ventajas que del mismo se derivarían para el tráfico de mercancías, sino también atendiendo a su utilidad para la marina de guerra, lo que igualmente debe enmarcarse en un proceso más amplio de reestructuración de la Armada Real acometido durante el setecientos para asegurar la defensa del Imperio. Los primeros pasos encaminados a vigorizar el poder naval español y racionalizar la marina militar fueron dados por Patiño, entre cuyas acciones sobresalen la formación de la Academia de Guardiamarinas de Cádiz (1717), la fundación del Cuerpo del Ministerio de Marina (1717), la reorganización de la oficialidad[56] (1717), la institución de la Comisaría de Ordenación y de la Contaduría de Marina (1717), la redacción de las Ordenanzas de Sueldos (1720) y de Arsenales (1723) y la extensión de la Matrícula de Mar –fuero guipuzcoano dado a la gente de mar– a todo el territorio peninsular (1726)[57]. Asimismo, durante los años en que Patiño fue Secretario General se construyeron treinta y seis buques para la defensa de las flotas de galeones que efectuaban la navegación entre España y América.

A partir de 1743, con el ascenso del marqués de la Ensenada a las Secretarías de Guerra, Hacienda, Marina e Indias, se redoblaron los esfuerzos para modernizar la construcción naval española, lo que comportó la redacción en 1748 de las Ordenanzas de Montes y las Ordenanzas Generales de la Real Armada. Las primeras tenían por objeto asegurar el aprovisionamiento de madera a los arsenales, mientras que las segundas contenían un ambicioso plan para la ampliación de la capacidad productiva de los astilleros[58], plan éste que se completó con el trabajo de “espionaje industrial” llevado a cabo por Jorge Juan en Londres entre 1749 y 1750, y a resultas del cual fueron contratados una serie de técnicos británicos[59]. Gracias a esta política el número de barcos de guerra construidos en el decenio de 1750 creció significativamente hasta las cuarenta y una unidades, frente a las once botadas en la década anterior, suministrando los astilleros de cada uno de los tres departamentos navales –Ferrol, Cádiz y Cartagena– la maquinaria bélica que la Real Armada requería para defender el Imperio. La caída en desgracia de Ensenada comportó cierta paralización del proceso de reforma de la marina militar, aunque pese a ello en los años sucesivos fueron construidos en astilleros españoles algunos de los mayores buques de guerra del mundo, entre los cuales el Santísima Trinidad, botado en 1769 y cuyos cuatro puentes y 120 cañones lo convirtieron en el barco más poderoso de la época hasta que sucumbió en Trafalgar en 1805.

En definitiva, el proyecto de Álvarez Barba relativo a la seguridad durante las aguadas de las “armadas, flotas, navíos sueltos, y correos que hacen viaje desde España, para las Américas” se inserta en un programa mucho más amplio de fomento y renovación de la marina mercante y militar española que llevaba años desplegándose. Por otro lado, el ingeniero también alude a las ventajas que de su proyecto se derivarían para “las Armadillas de Barlovento que traen el situado todos los años como la tropa que de la ciudad baja a conducirla, pues suelen estar de veinte a treinta días pasando grandes incomodidades en las playas”. El situado era una renta anual que desde México se enviaba a una serie de colonias, entre ellas Santo Domingo, para mantener el aparato administrativo y militar. Según cálculos de Humboldt, como promedio anual entre 1788 y 1792 los situados remitidos a Santo Domingo ascendieron a 274.000 pesos, lo que sumado a los fondos que por el mismo concepto se enviaban a Cuba, Florida, Puerto Rico, Filipinas, Louisiana y Trinidad hacía un total de 3.635.000 pesos, equivalentes a aproximadamente la sexta parte del producto anual del Reino de México[60]. Todos los años, aunque según parece con prolongadas demoras, las cajas de dinero se desembarcaban en la bahía de Ocoa y, desde allí, se trasladaban en recuas de mulos a la ciudad de Santo Domingo, donde en palabras del abogado y clérigo de la catedral Antonio Sánchez Valverde, que escribió una descripción de La Española en 1785,

“el júbilo era insólito [...]; la murga recibía a los recién llegados animalitos con alegres aires, repicábanse las campanas de todas las iglesias y ermitas, y, consecutivamente, entre bailes y otros alborozos por todas partes, los acreedores por la suya ajustaban sus cuentas para darse algún respiro en regalos”[61].

No había para menos dado que eran muchos los eclesiásticos, funcionarios, soldados y particulares dominicanos que vivían a cuenta de los fondos del situado. Al propio Álvarez Barba también le incumbía la llegada anual de esta suma de dinero porque con ella se mantenía el batallón fijo de Santo Domingo en el que sus hijos servían como cadetes voluntarios. El traslado del situado desde Nueva España estaba a cargo, como subraya el ingeniero, de la Armada de Barlovento, una formación permanente creada en el siglo XVII[62] para labores de patrullaje en el Caribe pero que también acabó desempeñando funciones de transporte de remesas y de escolta auxiliar de embarcaciones que hacían la Carrera de Indias.

Es en el segundo párrafo de la misma parte del manuscrito intitulada “Relación, Plano, y Proyecto,...” donde Álvarez Barba formula con claridad sus intenciones. Para ello realiza en primer lugar una sintética descripción geográfica de la bahía de Ocoa, un ejercicio de geografía aplicada que el ingeniero acomete para formar su proyecto sobre la base de concretas y certeras informaciones territoriales. Sin embargo, el ingeniero militar no menciona la gran idoneidad de la ensenada para el abrigo de las naves, que de sobra era conocida en la época, como de hecho demuestra el que fuera tan frecuentada por las embarcaciones para efectuar sus aguadas. Así, por ejemplo, el antes citado Antonio Sánchez Valverde dejó escrito a propósito de la bahía que

“Sus dos cabos o puntas que hacen la entrada, distan entre sí como tres cuartos de legua y va extendiéndose y dilatándose más y más hacia adentro, hasta formar la circunferencia de algunas tres o cuatro leguas. Por consiguiente, es capaz de las mayores Escuadras y numerosas Flotas, cuyos Navíos pueden aterrar tanto, que pongan su bauprés sobre la tierra y se aseguren en ella con amarras. La elevación de su Costa los defiende de los vientos y hace tranquilo y apacible su mar”[63].

Es posible que Álvarez Barba eludiera hacer referencia a todo esto para exagerar la necesidad de acondicionar la ensenada con arreglo a su proyecto.

Sea como sea, el ingeniero sí que indica la existencia del río de Ocoa y del palmar del mismo nombre donde se ubicaba el manantial en el que los marineros solían surtirse de agua dulce. También menciona la presencia en dicho palmar de un antiguo molino de azucarería “cuyas ruinas de fábrica demuestran el haber sido una gran hacienda”. Creemos que se trata del ingenio establecido en la primera mitad del siglo XVI por el Oidor de la Real Audiencia Alonso de Zuazo, quien como otros miembros de la elite colonial obtuvo durante la primera fase de la conquista, pasada la fiebre aurífera, grandes beneficios con la producción azucarera. Hacia 1550, año en que se calcula que existían unos treinta ingenios en la isla, tuvo lugar el gran apogeo de la industria dominicana del azúcar, encauzándose entonces la colonia hacia una auténtica economía de plantación[64]. Sin embargo, la marginación de La Española con respecto a un Imperio que cada vez más tendía a estructurarse alrededor de las ricas reservas argentíferas de Nueva España y Perú resultó fatal para la economía dominicana de exportación, de modo que en la época de Álvarez Barba hacía tiempo que la lucrativa industria del azúcar –como la del jengibre[65]– en Santo Domingo había decaído en favor de las actividades ganaderas para la comercialización de pieles. Ello explica el interés por parte del ingeniero en subrayar, a efectos de justificar su intención de establecer una población en Ocoa, lo adecuados que resultaban los terrenos para la explotación de hatos de ganado. En la misma línea también recalca la abundancia de pesquería en la bahía y de recursos madereros en las sierras litorales, añadiendo, por un lado, que la existencia de salinas en el puerto de la Caldera –localizado en la punta oriental– facilitaría el proceso de salazón del pescado, y, por el otro, que las crecidas del río Ocoa permitirían transportar los troncos de madera hacia la costa con suma comodidad.

A continuación Álvarez Barba detalla las condiciones de su proyecto, que como ya hemos dicho se articula en torno a dos grandes ejes: la edificación de una casa para alojamiento durante las escalas navieras de los oficiales de marina y el establecimiento de una población permanente. Respecto a la vivienda el ingeniero prevé que esté formada por una estancia principal de veintiuna por ocho varas –unos 117 metros cuadrados–, seis aposentos, una capilla y una cocina. Asimismo, establece que la obra se emplazaría junto al manantial donde los marineros se proveen de agua y que en su construcción se emplearía la madera del país y “tajamani” para la cubierta. Conviene precisar el significado de este término porque constituye una forma mal escrita del vocablo “tejamaní”, arcaísmo del que a su vez proviene la voz dialectal mexicana “tejamanil”, que alude las tablas delgadas de madera que a modo de tejas se colocan para cubrir los techos de las casas. Finalmente, el ingeniero recalca que una vez levantada la casa pondrá a una persona “de toda satisfacción” para que cuide de ella y asista a los navegantes durante sus estancias.

Pese a que el edificio planteado por Álvarez Barba no pueda considerarse un cuartel en sentido estricto por cuanto no constituía únicamente un establecimiento para alojamiento de la tropa, Omar Moncada ha destacado que la respuesta dada al proyecto en nombre del rey –“No convengo en esta solicitud; los oficiales de marina no necesitan más casa que los navíos en que están destinados”– puede contener la explicación de por qué el Cuerpo de Ingenieros Militares, que tan intensa labor de construcción de cuarteles para el ejército desarrolló durante el setecientos, no proyectó prácticamente nada para la marina[66]. De otro lado, resulta interesante la solicitud hecha por el ingeniero para que los dueños de los terrenos donde prevé edificar no obstaculicen la realización de las obras, pues ello ilustra uno de los conflictos permanentes que enfrentó a los miembros del cuerpo con la sociedad civil del lugar donde trabajaban. En efecto, durante el siglo XVIII fueron constantes los contenciosos entre ingenieros militares y propietarios cuyos terrenos se veían afectados por las construcciones de aquéllos, a lo que cabe agregar los conflictos surgidos con profesionales civiles de la construcción tales como maestros de obras o alarifes. Pero al mismo tiempo también fueron frecuentes las alianzas entre unos y otros, lo que al decir de Horacio Capel contribuyó a que los ingenieros militares difundieran formas novedosas de organización del trabajo en los territorios hispanos[67].

Como se indicó, la segunda propuesta de Álvarez Barba consiste en la creación de una nueva población en la bahía de Ocoa destinada a albergar dieciséis familias, aunque el ingeniero nada dice al respecto de la morfología de este asentamiento. Sí que justifica, en cambio, la necesidad de construirlo debido a la total ausencia de población en esta parte de la costa, lo que según él hacía que los habitantes de Azua y Baní rehuyeran acercarse a la misma. Esta iniciativa debe, de hecho, enmarcarse en la activa política de inmigración desarrollada por las autoridades coloniales en el siglo XVIII para hacer frente a uno de los males endémicos de las Antillas en general, y de Santo Domingo en particular: la despoblación. Si en el quinientos ésta fue en gran parte motivada por la emigración, a medida que avanzaba la conquista, hacia los ricos territorios del continente, en la centuria siguiente se debió a la ruina económica de la isla provocada tanto por la pasividad de la Monarquía Hispana, que sólo parecía interesada en regiones continentales como Perú o Nueva España, como por las frecuentes destrucciones ocasionadas por corsarios, huracanes y terremotos[68]. La Santo Domingo de principios del XVIII se presentaba, por todo ello, como una colonia vacía, empobrecida y abandonada a su suerte, pero el fomento de la inmigración –fundamentalmente canaria–, la fundación de nuevas poblaciones para contener el avance francés y el aumento de la actividad comercial entre España e Indias comentado más arriba vinieron a motivar durante esa centuria cierta revitalización de la economía.

Álvarez Barba sitúa su propuesta en este contexto de fortalecimiento de la vida dominicana estimulado por el Estado al aludir a “las varias poblaciones de isleños [canarios] que en mi tiempo se han hecho, arreglándose desde la salida de Canarias hasta su entero establecimiento [...] que le tiene de costo [al rey] poco más o menos por cada familia de mil y quinientos pesos”. En la década de 1680 la Corona comenzó a incentivar la llegada de efectivos canarios para reforzar la escasa población que albergaba la colonia y frenar el avance francés por el oeste. En 1684 llegó un primer contingente formado por ciento ocho familias y tres años después otro de noventa y siete familias. Diversas enfermedades causaron estragos entre el primer grupo, pero los sobrevivientes lograron formar cerca de Santo Domingo el pueblo de San Carlos, así llamado en recuerdo de San Carlos de Tenerife. El segundo grupo se estableció en asentamientos que, como Bánica, se localizaban en regiones fronterizas, pues la intención de las autoridades era utilizar a los inmigrantes canarios como una “frontera viva” que vigilase y defendiese los territorios españoles de la penetración francesa[69]. Así, en 1690 el Cabildo y la Audiencia solicitaron a la Corona el traslado de un centenar más de familias para proteger del avance francés a Santiago, Azua y San Juan de la Maguana. Durante los dos primeros decenios del XVIII el ritmo de afluencia de inmigrantes canarios se ralentizó, pero a partir de 1720 volvió a intensificarse a raíz de las insistentes peticiones hechas por las autoridades coloniales. Entre los desembarcos más importantes registrados en las décadas siguientes se cuentan los de cincuenta familias en 1720, setenta y ocho en 1725, cuarenta en 1737, doscientas en 1751 y treinta y seis en 1761. Frank Moya cita un informe de la Contaduría de Santo Domingo de 1763 que señalaba que en los últimos veinte años habían arribado a la colonia unas doscientas veinticinco familias procedentes de Canarias[70]. Buena parte de estos nuevos habitantes de La Española, que al decir de Nicolás Sánchez-Albornoz protagonizaron una de las pocas migraciones dignas de recordar de europeos a la Hispanoamérica de la primera mitad del setecientos[71], se dedicaron al comercio con la colonia francesa y se asentaron en los reedificados pueblos costeros de Montecristi y Puerto Plata, en la península de Samaná y en avanzadas fronterizas como Dajabón.

Pero además de la canaria, otras dos inmigraciones desarrolladas durante este periodo vinieron a reforzar la muy notable expansión demográfica de Santo Domingo en el siglo XVIII. La primera fue protagonizada por extranjeros con experiencia militar que llegaron a la colonia para socorrer a las tropas españolas que defendían los territorios fronterizos. Dicho contingente, que también incluía mujeres, creció significativamente a partir de 1702 como consecuencia de las implicaciones en el Caribe que tuvo la guerra de Sucesión, y al término de la misma la mayoría de la gente que lo formaba no abandonó la isla sino que se integró con los demás pobladores. El otro flujo, que no dejó de crecer a lo largo del XVIII, estaba compuesto por esclavos negros que escapaban de la colonia francesa y adquirían la libertad en la española. A comienzos de la centuria incluso se creó especialmente para ellos la población de San Lorenzo de los Mina, que hoy es un barrio de Santo Domingo. Como resultado de la llegada de estos tres grupos de población la colonia superó el estancamiento demográfico en que se halló sumida durante todo el seiscientos a raíz de la crisis económica, registrándose entre 1681 y 1783 un crecimiento relativo de la población de cerca del 1.495 por ciento[72].

En la tercera parte del documento, titulada “Reflexiones”, Álvarez Barba reitera las ventajas de su proyecto y añade una serie de consideraciones relativas al pueblo que pretende construir. En primer lugar, con el objeto de atraer a numerosos habitantes, solicita que a los nuevos pobladores de la bahía se les conceda la potestad de ejercer la libre pesquería, así como de comerciar con los puertos franceses de Yacomelo y Los Cayos de San Luís. Esta última se corresponde con la actual ciudad del oeste haitiano de Les Cayes, famosa por constituir el punto de inicio de la expedición de 1816 planeada por Simón Bolívar para liberar a Venezuela de la dominación española, mientras que Yacomelo probablemente se trate de la ciudad de Jacmel, dado que dicho topónimo deriva, como revela su antigua ortografía –Jacquemel–, del nombre de un filibustero llamado Jacques Melo. Álvarez Barba señala que la “guardarraya tolerada a los franceses” por el sur de la isla discurría cerca de esta ciudad –que en todo caso siempre fue francesa dado que su fundación corrió a cargo en 1698 de la Compagnie de Saint-Domingue–, lo que sitúa a la frontera hispano-francesa en 1771 mucho más al oeste de lo que se fijó en San Miguel de la Atalaya cinco años después –la boca del Pedernales–. Esto explicaría el malestar del ingeniero con ocasión de la firma de los convenios fronterizos de 1776 y 1777, y que como se recordará motivó que solicitara la libertad de derechos de alcabala en la venta de sus bienes para poder abandonar su destino dominicano. Pero ya hemos dicho que la línea divisoria establecida en 1776 se delimitó con arreglo a los hechos consumados, de modo que el ingeniero, que sin duda tenía un conocimiento preciso de la región, debió de subestimar deliberadamente el límite hasta el que se extendía el área de influencia francesa en la isla.

Por otro lado, según Álvarez Barba, el que la costa fuera frecuentada por embarcaciones de pescar españolas resultaría en provecho de los intereses generales de la colonia porque aquéllas podrían alertar a la Capitanía General de la presencia de naves extranjeras. En particular, el ingeniero afirma que él mismo fue testigo durante “la guerra pasada” de la presencia de navíos ingleses haciendo el corso en la bahía de las Águilas, situada al oeste de la de Ocoa muy cerca de la frontera haitiano-dominicana. De hecho, Álvarez Barba también consideraba conveniente establecer otro asentamiento en esa bahía y construir un castillo en una de las puntas de la misma para impedir el refugio de los corsarios. Cabe suponer que la guerra a la que se refiere es el conflicto bélico contra Inglaterra de 1762-1763 desarrollado en el marco de la guerra de los Siete Años, nombre dado a la contienda europea de 1756-1763 provocada tanto por la rivalidad entre Austria y Prusia por la hegemonía alemana, como por el afán de supremacía colonial de Francia e Inglaterra. España se mantuvo neutral durante los primeros años del conflicto, pero en 1761, cuando Francia estaba a punto de sucumbir ante Inglaterra, Carlos III firmó el III Pacto de Familia y entró en la contienda. Los motivos que llevaron al rey a unirse a una Francia casi vencida se encuentran en la sospecha de que el desmoronamiento del imperio colonial francés constituiría la antesala de un ataque inglés contra las posesiones españolas, como de hecho confirmaban las continuas violaciones de la neutralidad de España por parte de Inglaterra[73]. Además, en virtud del pacto Francia cedía a España la isla de Menorca, que había sido conquistada a los ingleses al comienzo de la guerra. Los ejércitos borbónicos de uno y otro país fueron, no obstante, derrotados en todos los frentes, incluido el caribeño; así, La Habana fue tomada en 1762, lo que justificaría la presencia de los barcos ingleses que vio Álvarez Barba en la costa meridional de La Española. Finalmente, en 1763 se adoptó la Paz de París por la que Inglaterra obtuvo, de Francia, la cesión de una serie de territorios coloniales en África, América e India[74] y la devolución de Menorca, y, de España, la entrega de Florida a cambio de la restitución de La Habana y Manila –ciudad que también había sido conquistada por los ingleses en 1762–.

Las últimas observaciones efectuadas por Álvarez Barba en el documento se refieren a la organización territorial-eclesiástica del nuevo asentamiento. El ingeniero determina que éste quedaría sujeto a la jurisdicción del pueblo de Azua, fundado en 1504 en la costa, pero que según Antonio Sánchez Valverde fue reedificado ex novo, después de las destrucciones ocasionadas por los terremotos de 1751, a escasos kilómetros hacia el interior de la bahía de Ocoa[75]. En 1769, tres años antes de la redacción del proyecto, Azua sólo contaba con 1.138 habitantes, pero trece años después su población ya alcanzaba unos 3.000 habitantes[76], lo que ilustra la expansión que experimentaron avanzadas fronterizas como ésta gracias al comercio con la parte oriental de la isla. El ingeniero establece, asimismo, que con los diezmos pagados por los nuevos pobladores de la ensenada se podría mantener un sacerdote, lo que resulta incongruente con su intención de que esos colonos se dediquen a la pesquería y la montería porque las Leyes de Indias especificaban claramente que “no se pague Diezmo de la pesquería, montería, y caça, porque no se deve Diezmo de las dichas cosas”[77].

Cierra el manuscrito una “Nota” en la que nuestro ingeniero alude al plano de la bahía de Ocoa que acompañaba su proyecto. Al parecer, en dicho trabajo cartográfico aparecía un punto de la bahía señalado con la letra “L” por ser particularmente propicio para el abrigo de las naves. Aunque Álvarez Barba opinaba que la mejor defensa de la bahía la constituía el estar convenientemente poblada, sugirió la posibilidad de fortificar dicho lugar mediante una pequeña batería de cuatro cañones.

El documento

A pesar de que el proyecto planteado por Álvarez Barba en 1771 no se llevó finalmente a cabo, el documento transcrito reviste un gran interés por constituir un buen ejemplo de la actividad desarrollada por los ingenieros militares en la América del siglo XVIII. En efecto, el trabajo de Álvarez Barba contiene la doble vertiente civil y militar que tan característica fue de la actuación del cuerpo al aspirar tanto a la defensa del territorio como al desarrollo socioeconómico del mismo; tiene unas implicaciones territoriales de primer orden al comportar la realización de obras de cierta envergadura; y se apoya en conocimientos corográficos y una pieza cartográfica confeccionada ad hoc por el mismo autor. Asimismo, el documento resulta paradigmático de una de las estrategias desplegadas por miembros de la institución en defensa de sus intereses particulares, cual es la prestación de determinados servicios a cambio de la integración de los hijos a la carrera militar. Es por ello que también puede considerársele muy interesante desde el punto de vista del proceso de institucionalización y profesionalización de los ingenieros militares del setecientos, aspecto éste que es esencial para comprender la práctica científica y profesional del cuerpo.

Como se comprobará, Álvarez Barba tenía un estilo literario algo farragoso y poco conciso, aunque en ocasiones no exento de cierta elegancia dieciochesca. El raudal de subordinadas, la abundancia de matices y el exceso de fórmulas de cortesía hacen que la lectura del documento sea algo tediosa e imponen al lector doblada atención. Hemos optado, pese a ello, por transcribir íntegramente el texto original, respetando la ortografía y puntuación del ingeniero, si bien, a efectos de facilitar su comprensión, se han desarrollado las abreviaturas. El manuscrito se halla conservado en el Servicio Histórico Militar de España, consta de dieciséis páginas y tiene la signatura 5-4-10-21.


[EL PROYECTO DE ANTONIO ÁLVAREZ BARBA SOBRE LA BAHÍA DE OCOA]

Señor

El theniente coronel Don Antonio Alvarez Barba, ingeniero en segundo, de casa solariega e ylustre de Castilla que ha que sirbe a S.M. veinte y nueve años, hijo legitimo del theniente coronel de ingenieros Don Antonio Alvarez Barba que sirbio en los ejercitos de S.M. quarenta y dos años, expone a la real consideracion de S.M. que hallandose con dos hijos, Don Antonio y Don Francisco Alvarez Barba, en edad proporcionada para seguir las honrrosas huellas, de su padre, y abuelo, y con inclinacion a las armas, sirbiendo en el dia a S.M. de cadetes voluntarios en el batallon fixo de la ciudad de Santo Domingo de la Isla Española, por no haver en dicho batallon fixo plazas bacantes para serbirlas en propiedad. Y atendiendo a que en los Reynos de España a todo sujeto correspondiende que sirba a S.M. y se exmere en hacer algun particular serbicio a la Corona, como levantar torres en las costas de las Andalucias, y Reyno de Murcia, formar castillos y baterias en dichas costas, o contribuir para otras obras de fortificaciones en los precidios de la Africa les ha consedido la piedad de S.M. barios empleos en el Ejercito desde coronel abajo, y deseando el suplicante que dichos sus dos hijos sirban a S.M. con el honor, y bentajas correspondientes a su inclinacion, propone el adjunto proyecto, considerandolo hutilisimo para las armadas, flotas, navios sueltos, y correos que hacen viaje desde España, para las Americas, como asimismo para los navios del comercio que ban a la Vera Cruz, y la Havana por cuyos justos motivos, expone a los pies de S.M. el proyecto, y relacion adjunta para que en vista de ella, y consultada por los Generales de Marina si las hutilidades que expone, las consideran utiles en beneficio de la Real Armada[,] comercio y serbicio de S.M. se digne en este caso, la piedad generosa de S.M. conseder a los dos dichos mis hijos dos compañias en el batallon fixo de esta isla o a lo menos una al mayor dicho Don Antonio, y a el otro otra en uno de los Regimientos de Cavalleria, o Dragones en España, o America, o donde fuere la boluntad de S.M. suplicando asimismo de que una bes consedida la gracia se estienda esta en el caso de que fallescan mis hijos interin cumplo con mi proyecto, pueda usar de dichas compañias, para darles en dote a las hijas que tengo casandolas con sujetos que sirban a S.M. y asimismo que desde el dia que se finalizen las obras que proyecto se resiban por el Capitan General de esta isla, o sujeto que comisione para ello y tomen posesion de ellas de orden de S.M. en cuyo caso devo de quedar relevado de todo accidente que suceda, y devera desde dicho dia de la entrega, el Capitan General de esta isla, poner a dichos mis hijos en pocesion de sus empleos, gozando el sueldo de tales capitanes, agregados para el servicio al batallon fixo de esta plaza, interin que se berifica haver bacantes, en cuyo caso se deberan perferir; asimismo suplico a S.M. que admitido el proyecto, se me conceda por el Capitan General de esta isla, dar licencias de biveres, para poder probeher a los trabajadores, y nuebos pobladores de lo nesesario para su manutencion, y conducir las herramientas, herrages, clavazones para las fabricas, como asimismo, que no se me ponga embarazo por el Capitan General para pasar a dicha bahia a dar las disposiciones que me parescan nesesarias para el mayor adelantamiento de las obras por lo que

Suplico a S.M. que en atencion a lo que llevo expuesto en la adjunta relacion de proyecto cuyo plano de dicha bahia igualmente acompaño, se digne la generosa piedad de S.M. consederme las gracias que pido cuyo favor espero.

Relacion, Plano, y Proyecto, formado por el Theniente Coronel de Ingenieros Don Antonio Alvarez Barba a los Reales Pies de S.M.

La bariedad de los tiempos en las Americas, se dividen en dos estaciones yguales, en las que reynan comunmente los vientos diametralmente opuestos; esto es los seis meses desde abril, hasta septiembre se consideran por vientos generales en las costas de estas islas, los sures, y en los restantes seis meses del año, los nortes; sentado este principio general, y ser presiso que las armadas[,] flotas[,] navios sueltos, y correos, tanto de S.M. como del comercio, que hacen su navegacion de los Reynos de España para la Havana, y la Vera Cruz hayan de remplazar sus aguadas en esta isla, o la de Puerto Rico como refrescar los biveres[,] desahogarse en tierra los enfermos, y navegantes, y tal vez recorrer y componer los buques[,] darles pendoles abilitar las jarcias, y mudar las belas para cuyas maniobras suelen detenerse algunos dias en dichas aguadas, o bahias siendo los derroteros que para la Corte y General de Marina se les dan a los oficiales comandantes de los navios de S.M. los seis meses del año en que corren los sures a la bahia o aguada de San Francisco de Puerto Rico, y los restantes seis meses en que corren los nortes a la bahia o aguada de Ocoa, diez y ocho le[guas] a sotavento de la capital de esta Isla Española y ciudad de Santo Domingo, y encontrandonos en que los navios de S.M. y del comercio se hallan con quantas comodidades pueden desear en la aguada de San Francisco de Puerto Rico por estar bien poblada, sus vezinos contribuir al regalo y comodidades tanto de los enfermos, y pasageros quanto al prompto despacho, y abilitacion de los navios lo que resulta en bentajas, y serbicio de S.M. me introdujo a proponer el proyecto adjunto, a fin de venzer las descomodidades que padesen en la bahia, y aguada de Ocoa, como lo decantan todos los oficiales que arriban a ella, y el medio de conseguir el que le sea dicha aguada tan comoda, y agradable, gozando de mayores bentajas, y comodidades, que en la de San Francisco de Puerto Rico como ygualmente las gozen las Armadillas de Barlovento que traen el situado todos los años como la tropa que de la ciudad baja a conducirla, pues suelen estar de veinte a treinta dias pasando grandes incomodidades en las playas, de que les resultan graves enfermedades, siendo el principal motivo la falta de poblacion para lo que suelen muchos de los oficiales comandantes que una bes han estado en ella de hirse a la de San Francisco de Puerto Rico pretextando los tiempos, o segun sus viajes en derechura a la Havana o Vera Cruz exponiendo a las tripulaciones de marina a experimentar las mas lamentables miserias tanto por falta de biveres como de agua.

Esta situada la bahia de Ocoa a los 18 grados, y veinte y seis minutos de latitud de un temperamento seco; ay media legua de terreno que tiene un palmar que coje el frente donde se hanclan los navios, y es fertilizado por la rivera del rio de Ocoa de bastante consideracion, tiene en el comedio de dicho palmar proximo a la playa un nasimiento de agua dulze que regularmente es donde los navios forman sus aguadas, antiguamente havia un gran ingenio de agua de azucareria cuyas ruynas de fabricas demuestran el haver sido una gran hacienda, el temperamento de dicha bahia es bien sano, son asimismo los terrenos immediatos adaptables para la crianza de ganado bacuno, cavallar, carneros, y cabras hay abundancia de caseria, asimismo es tan abundante dicha bahia de pesqueria que en teniendo redes correspondientes puede producir mucho interes, beneficiandolo en escaveche, o salandolo para lo que tienen la comodidad de tener dentro de la bahia las salinas de la ciudad en el puerto que llaman la Caldera, el rio de Ocoa tiene su nasimiento en unas sierras muy elebadas que producen robustos pinos, y de todos generos de maderas abentajadas de modo que con facilidad se pueden conducir a la bahia en las crecientes de dicho rio, y en vista de lo expuesto propongo hacer por me quenta, y a mis expensas, primeramente una casa para el aloxamiento de los oficiales de marina con una pieza o sala de veinte y una varas de largo con ocho de ancho, y seis aposentos, su capilla, y cosina, todas las dichas obras de madera con su cubierta de tajamani, u tablita a uso del paiz en la que pondre sujeto de toda satisfaccion, para que cuide de dichas obras, y probea los navios de lo que necesitaren, se construiran dichas obras en la misma costa de la bahia asiendo frente a ella ynmediata a la aguada; asimismo propongo establecer diez y seis familias permitiendome sacar las que voluntariamente quisieren benir de los pueblos que tengan de ciento a docientos vezinos y no tengan fincas de rayses, tanto sean isleños de Canarias como de otras costas a los que les dare casa al uso de pais, y lo correspondiente para su establecimiento segun contratare con cada una de ellas lo que lo hare constar por escriptura publica para que en ningun tiempo yo les pueda faltar a lo contratado, y ellos seran compelidos por las justicias a no desamparar la nueba poblacion, asimismo devera mandar S.M. si tuviere por combeniente el proyecto expuesto, no se ponga embarazo por los dueños, a quien les puedan pertenecer estos terrenos abandonados tanto del palmar quanto de algunas praderias que se hallan en aquellas immediaciones, como a la distancia de la costa del mar tres quartos de legua de norte a sur, y otros tres quartos de leste a oeste para que se puedan emprender dichos trabajos sin perdida de tiempo obligandome a satisfacer los terrenos que se consideren necesarios a las medidas, y presios que corren en esta isla sin que se alteren por pretexto alguno, y respecto de ser el primer poblado que hay en las immediaciones de la bahia, a distancia de dos leguas, se consigue con el principio de este establecimiento el que los vezinos de los pueblos, de Bani, y Azua que distan de sinco a seis leguas de dicha bahia, y siempre han huido de arrimarse a la costa con el antemural de este nuebo vezindario se les quite el miedo que han tenido de aproximarse a la costa, y que todos los payses deciertos que hay en las immediaciones de Ocoa se bayan poblando de hatos de ganado bacuno, cavallar, por ser los terrenos muy bentajosos, para dichas crianzas, y consigue S.M. por este medio el fomentar de vezinos la dicha costa, y nueba poblacion, exponiendo que respecto al computo prudencial que a S.M. le ha costado las varias poblaciones de isleños que en mi tiempo se han echo, arreglandose desde la salida de Canarias hasta su entero extablecimiento en Montechristi, Samana[,] Sabana de la Mar, y San Raphael que le tiene de costo poco mas o menos por cada familia de mill y quinientos pesos, se puede considerar que aunque no me cueste tanto siempre sera muy grande el desembolso para el cumplimiento de lo que ofrezco, y por lo perteneciente a fortificar dicha bahia siendo tan dilatada, y toda la mar de playas muertas soy de dictamen que la mayor defensa es el estar toda ella bien poblada, no obstante se le puede poner una pequeña bateria de quatro cañones para resguardo de los barcos pequeños siendo de quenta de S.M. el poner la artilleria.

Refleciones

Las incomodidades que padecen los navios de S.M. y comercio en los dias en que se mantienen en dcha aguada de Ocoa son tan notorias a todo comandante que arriba a ella que por los antecedentes que llebo expuestos se demuestran bien bisibles; por [lo] que me remito al informe que den los Generales de Marina.

Las comodidades que se les ofrecen extableciendo mi proyecto son las siguientes; luego que dan fondo encuentran donde aloxarse[,] se desaogan el animo de los trabajos padecidos en la navegacion[,] se probehen con promptitud de todo genero de biveres, y regularmente en dos o tres dias pueden estar promptos a seguir su navegacion, si traen algun enfermo de cuidado que peligre la vida pueden dexarlo, si llega algun navio maltratado como suele acontecer logra en el tiempo que estuviere de tener aloxamiento sin que le cueste nada, y esta es la mayor comodidad que tiene respecto a la aguada de Puerto Rico no hallando por conveniente por lo presente a sujetar a los nuebos pobladores, a poblacion formal antes bien seria muy util se les franqueara por la piedad de S.M. el uso libre de la pesqueria en todas estas costas, y que pudieran con sus mismos barcos de pescar conducir los biveres de Yacomelo a los Cayos de San Luis puertos franceses de la misma costa precediendo la licencia del Capitan General, y Governador de esta isla siempre que lo jusgue conveniente consiguiendose dar ventajas utiles para S.M. la primera que con la frequencia de dichos barcos de pescar ban tomando conocimiento de mas de quarenta leguas que ay desde el principio de la bahia de Ocoa de costas desiertas que pertenecen a S.M. hasta serca de Yacomelo guardarraya tolerada a los franceses, y dan aviso a la Capitania General de los navios, y barcos que encuentren en dichas costas principalmente en la bahia de las Aguilas detras de Cavo Mongon y la Beata que regularmente en tiempo de guerra se suelen mantener dos fragatas, o navios de guerra ingleses haciendo el corso tanto contra los franceses como contra los basallos de S.M.; pues en la guerra pasada los he visto, y estado con ellos se consigue asimismo de atraher con dicha franqueza a la nueba poblacion de Ocoa muchos vezinos, y poblarse toda ella en poco tiempo, probeer de los viveres que no se dan en el paiz a los navios, como asimismo tomarse conosimiento de las tierras que ay permitiendoles las monterias de animales simarrones libre pudiendo pensar con el tiempo de extablecer una poblacion formal en la bahia de las Aguilas con un castillo en la punta de ella, con lo que se les quita a los enemigos de la Corona de S.M. el abrigo de extablecer sus corsos en un parage tan ventajasisimo para ellos quedando resguardada la costa desde Santo Domingo a Yacomelo del refugio de los corsarios enemigos, y dando por azentado que con dicha franquezas sean muchos los nuebos vezinos que se agregaran a los nuebos pobladores de la bahia de Ocoa, ellos mismos llegando este caso tendran buen cuidado de pedir se les conceda por S.M. el nombramiento de poblacion formal, y por lo que toca a los sacramentos se les puede incluir en la jurisdiccion del pueblo de Azua que es a quien corresponde, y con lo que dieren dichos nuebos pobladores, y los que se fueren agregando, por razon de diezmos, y obenciones, pueden muy bien sufragar en adelante para extablecer en dicho pueblo de Azua un sachristan sacerdote aunque en los primeros años por cuenta de S.M. o de los mismos diezmos de Azua se le arregle una regular congrua para que los dias de fiesta les baya a decir Misa en el tiempo que no haya navios en la dicha bahia, bien entendido que sera de cuenta de S.M. o del pueblo de Azua, el poner todo lo necesario para la desencia de dicha capilla.

Nota

Que aunque tengo dicho no soy de dictamen que hasta que este bien poblada la dicha bahia no se trate de fortificarla, hago la prevencion que el parage anotado con letra L es a proposito por su fondo, y resguardo a los vientos para carenar los navios que llegaren maltratados teniendo la comodidad de una pequeña aguada que todo el año subsiste pudiendose fortificar en lo susesibo con lo que se logra tener en seguridad los navios los que quedan ocultos a toda embarcacion que atrabiesa en derechura por el frente de dicha bahia la mar afuera, es todo lo que me ha parecido combeniente exponer a los reales pies de S.M. suplicandole admita la voluntad de un basallo que desea sacrificar sus cortos interezes, y familia en serbicio de S.M. a cuyos pies rendidamente se ofrece.

Santo Domingo, y Febrero 8 del año de 1771.

Don Antonio Barba.      


                             

 Notas

[1] Cit. en Laviana Cuetos, 1984, p. 26.

[2] Moncada, 2003, p. 2.

[3] Capel et al., 1988, p. 320.

[4] Virgili Belda, 2004, p. 169. Nos basamos principalmente en este texto para construir el párrafo.

[5] Motivadas, fundamentalmente, por el establecimiento en 1697 de la Paz de Rijswijck y, desde 1700, el acceso al trono español de un miembro de la dinastía borbónica.

[6] Sobre la historia del sistema presidial de Nueva España véase Arnal, 2006.

[7] Arroyo, 2003, p. 5.

[8] Un ejemplo magnífico de este tipo de informes lo constituye la descripción de la provincia de Guayaquil, en el virreinato de Santa Fe, efectuada en 1774 por el ingeniero militar Francisco Requena. El texto fue íntegramente publicado por Mª Luisa Laviana Cuetos (1984) junto al mapa de la provincia y el plano de la ciudad de Guayaquil levantados por el mismo ingeniero. Éste también planteó en 1772 un interesante proyecto de reforma urbana para Guayaquil que ha sido recientemente publicado por Leo Carbó (2006).

[9] Capel et al., 1988, p. 339-340. Humboldt también conoció el Diario de un viaje a la antigua California y al puerto de San Diego escrito por el mismo Constanzó en 1769, manuscrito del que se sirvió para redactar el Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España (1978 [1808]). En esta obra el autor cita, por ejemplo, mediciones pluviométrica (p. 521) y observaciones zoológicas (p. 200) efectuadas por el ingeniero en América. También alude al trabajo de otros miembros de la institución como García Conde (p. 464 y 537 nota 17) y Félix de Azara (p. 263 y 265).

[10] Informe del director de ingenieros Silvestre Abarca de 1778, cit. en Capel et al., 1988, p. 330.

[11] Como se infiere del cuadro ofrecido en Capel et al., 1988, p. 263-265.

[12] Así, por ejemplo, en 1718, año de la campaña de Sicilia, ingresaron doce miembros con el grado de ingeniero voluntario.

[13] En las ordenanzas de 1768 se reguló de forma más específica la condición de los ingenieros voluntarios como “aquellos oficiales o cadetes que soliciten servir en esta clase y que hayan cursado con aprovechamiento las Matemáticas en las academias militares” (cit. en Capel et al., 1988, p. 70-71).

[14] La reglamentación de dicha escala era muy estricta y, salvo algunos cambios de poca significación, permaneció invariable a lo largo del setecientos. Al cuerpo se accedía a través de los grados de ingeniero delineador o ayudante de ingeniero e ingeniero extraordinario, los cuales comportaban la realización de trabajos subordinados. A continuación, con mayores atribuciones y responsabilidades en el diseño de los proyectos, se ascendía al rango de ingeniero ordinario, mientras que la dirección y gestión de aquéllos correspondían a las tres categorías superiores de la jerarquía: ingeniero en segundo, ingeniero en jefe e ingeniero general (Capel, 2005, p. 8).

[15] Como consta en el informe del brigadier José Aparici.

[16] Virgili Belda, 2004, p. 184.

[17] Lucuze, 2004 [1739].

[18] En la Academia de Barcelona la formación de los ingenieros se organizaba en cuatro cursos que se efectuaban en tres años.

[19] Prueba de ello es que el ataque a La Española del 23 de abril de 1655 por parte de la flota inglesa comandada por el almirante William Penn y el general Robert Venables se inició con el desembarco de las naves por Nizao y Haina. Los militares españoles lograron rechazar la ofensiva, aunque la misma flota extranjera logró inmediatamente después tomar con éxito la isla de Jamaica.

[20] Ésta y las restantes informaciones sobre la labor del ingeniero en Santo Domingo provienen de Capel et al., 1983, p. 30-31.

[21] Un cuadro con la media de años de permanencia en cada grado del escalafón se ofrece en Capel et al., 1988, p. 283. Sobre la edad media de acceso de los ingenieros a los diversos grados véase la p. 287 de la misma obra o Capel, 2005, p. 8-9. Esta cuestión también es ampliamente abordada en la tesis doctoral de Martine Galland-Seguela. Una reseña de este trabajo ha sido elaborada por Capel, 2003b.

[22] El plano está disponible en <http://www.armada15001900.net/defenderlamarylatierra.htm>.

[23] La influencia en la ciencia española del setecientos del aparato militar del Estado en general, y del Cuerpo de Ingenieros Militares en particular, ha sido recientemente subrayada por López-Ocón Cabrera (2003). El autor señala, no obstante, que “Esa militarización de la ciencia española y la obsesión de los gobernantes ilustrados por introducir saberes útiles y prácticos de aplicación inmediata, significó que la ciencia tuvo serias limitaciones para arraigar en el tejido social, y que las instituciones científicas adolecieron de falta de solidez en sus estructuras”. Prueba de ello es que a finales de la centuria España era el único país europeo cuya capital no albergaba una Academia de Ciencias o las dificultades que encontró la introducción de la ciencia moderna en las universidades (López-Ocón Cabrera, 2003, p. 196-197).

[24] En efecto, la primera parte de la ordenanza de 1718 “[...] trata de la formación de mapas o cartas geográficas de provincias con observaciones y notas sobre los ríos que se pudieran hacer navegables, acequias para molinos, batanes y riegos y otras diversas diligencias dirigidas al beneficio universal de los pueblos y asimismo al reconocimiento y formación de planos y relaciones de plazas, puertos de mar, bahías y costas [...]” (cit. en Moncada, 1993, p. 9). Alonso Baquer (1972, p. 6) ha subrayado en relación con ello la importancia que tuvo el hecho de que Jorge Próspero de Verboom, el primer Ingeniero General, procediera de los Países Bajos, cuna de los mejores cartógrafos del siglo XVII.

[25] Núñez de las Cuevas, 1991, p. 191.

[26] El carácter de patrimonio histórico que posee la producción cartográfica de los ingenieros militares del siglo XVIII es enfatizado en Capel, 2003a.

[27] Capel, 1982, p. 295-296.

[28] Alonso Baquer, 1972, p. 36.

[29] Capel et al., 1988, p. 260.

[30] Ibíd., p. 330.

[31] Según Virgili Belda (2004, p. 186), éste fue nombrado en 1778 ingeniero ordinario. El mismo año realizó un plano de la plaza de Río de Jaima y sus fortificaciones de campaña, y otro de las inmediaciones de la plaza de Santo Domingo.

[32] La alcabala era un tributo que gravaba las compraventas y las permutas. En el primer caso era pagado por el vendedor y en el segundo por ambos contratantes. En el continente americano se comenzaron a cobrar alcabalas a finales del siglo XVI, cuando en virtud de las Leyes de Indias se estableció que “Todas las personas no exceptuadas por leyes de este título, han de pagar alcavalas de todas las cosas, que se cogieren, y criaren, vendieren, y contrataren de labrança, criança, frutos, y grangerías, tratos, y oficios, o en otra qualquier forma.” (Recopilación de Leyes los Reinos de las Indias, Titulo XIII “De las Alcavalas”, Ley II). En 1621, Felipe III añadió “Que los Governadores de Presidios obliguen a la paga de alcavala, aunque los deudores sean soldados.” (Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias, Título XVIII “De las Alcavalas”, Ley XI).    

[33] Diamond, 2006, p. 439. Este mismo autor señala que “Francia [...] invirtió mucho en la importación de esclavos y en la creación de plantaciones en el territorio occidental de la isla, hasta un extremo que los españoles no podían permitirse [...]. Durante el siglo XVIII la colonia española albergaba muy poca población, pocos esclavos y una economía reducida basada en la cría de ganado y la venta de sus pieles, mientras que la colonia francesa contaba con una población muy superior, más esclavos (setecientos mil en 1785, comparados con los sólo treinta mil de la zona española), una proporción de población libre muy inferior (sólo el 10 por ciento en comparación con el 85 por ciento de la zona española) y una economía basada en las plantaciones de azúcar.”

[34] También llamada guerra de los Nueve Años, guerra de la Gran Alianza o guerra de Orleáns. Dicho conflicto bélico, librado tanto en Europa como en las colonias americanas, enfrentó desde 1689 a Francia contra una coalición formada por España, Provincias Unidas, el Sacro Imperio Romano Germánico e Inglaterra. España obtuvo de la Paz de Rijswijck la entrega de Luxemburgo y de los territorios perdidos desde la Paz de Nimega (1678-1679), restituyéndose el status quo ante.

[35] Como reconoce el patriótico autor de Frontera de la..., 1946, p. 15.

[36] Cit. en Capel et al., 1988, p. 75.

[37] Véase, por ejemplo, Tejera, 2006 [1879].

[38] Los resultados del estudio, dirigido por el médico forense y director del Laboratorio de Identificación Genética de la Universidad de Granada José Antonio Lorente, fueron presentados a finales de julio de 2006.

[39] Los responsables del estudio apuntan la hipótesis que las tumbas de España y la República Dominicana contengan los restos repartidos del almirante (El País, 31-VII-2006), aunque también es posible que en las sucesivas exhumaciones practicadas las personas asistentes hayan ido sustrayendo diferentes partes del esqueleto (una irónica y divertida relación de las diversas reparticiones de que han sido objeto los huesos de Colón se encuentra en Eslava Galán, 1992, p. 224-227). La negativa de las autoridades dominicanas a que se practique un análisis genético a los restos conservados en Santo Domingo impide dilucidar esta cuestión.

[40] Sobre este ingeniero sabemos que ingresó en el cuerpo el 23 de marzo de 1719 y que permaneció en él durante cuarenta y dos años, por lo que su muerte o retiro debió producirse en 1761. Fue nombrado ingeniero ordinario con patente el 2 de junio de 1721 y capitán el 7 de julio del mismo año. En 1733 tenía el empleo de ingeniero en segundo y en 1739 era teniente coronel. Entre los trabajos que realizó se encuentran unos planos y perfil del almacén incendiado de San Sebastión de 1722 y un plano del arsenal de Ciudad Rodrigo (Capel et al., 1983, p. 29).

[41] Según Martine Galland-Seguela, sobre una muestra de 385 ingenieros, el 17,9 por ciento tenían padres que también eran miembros de la institución (Capel 2003b, p. 4).

[42] Capel et al., 1983, p. 31.

[43] Cit. en Capel, 2005, p. 11.

[44] Ésta y las restantes informaciones sobre la familia Álvarez Barba provienen, a no ser que se indique otra cosa, de Larrazábal Blanco, 1971.

[45] Capel et al., 1988, p. 297.

[46] Según Galland-Seguela (2004, p. 6), esta práctica fue relativamente frecuente en las peticiones de los ingenieros, aunque en muchas ocasiones el grado de precariedad en que se encontraba la familia era exagerado para obtener el favor del soberano.

[47] El regimiento fijo de Santo Domingo había sido creado en 1738 y estaba conformado por un Estado Mayor y un batallón de 637 miembros dividido en siete compañías.

[48] Capel et al., 1988, p. 373, nota 29.

[49] Así, por ejemplo, como señala Capel (2001, p. 31), “Una obra como el castillo de San Fernando de Figueres o el de San Felipe de Barajas en Cartagena de Indias, o la construcción de un ensanche urbano, de una nueva población, de un canal o de una carretera podía ser el resultado de decenas de ingenieros trabajando a veces simultáneamente a lo largo de veinte, treinta o cuarenta años que duraba la construcción.”

[50] Hubo, ciertamente, el precedente de la Compañía de Honduras fundada en 1714, pero ésta se constituyó con un capital muy limitado y sus operaciones sólo duraron hasta 1717.

[51] Sobre las Reales Compañías véase Rodríguez García, 2005.

[52] Por decreto de 12 de mayo de 1717 la Casa de Contratación fue trasladada a Cádiz, lo que implicó la cesión del monopolio sevillano al puerto de esa ciudad.

[53] Cit. en Arroyo Ruiz-Zorrilla, 2005, p. 70.

[54] En 1767 se fundó un servicio análogo para Buenos Aires, aunque en este caso las salidas se efectuaban cada cuatro meses.

[55] La lista de los puertos de salida se amplió posteriormente a los de Santa Cruz de Tenerife, Palma de Mallorca, Almería y Tortosa, mientras que la de los puertos de llegada hizo lo mismo con la inclusión de Luisiana (1768), Campeche y Yucatán (1770), Santa Marta (1776) y los virreinatos de Perú, Chile y Río de la Plata (1778).

[56] El 27 de abril de 1717 se fijaron como nuevas categorías del cuerpo las de intendente, ordenador, subordenador, comisario, subcomisario, oficial primero, oficial segundo, oficial tercero y meritorio.

[57] Alfonso Mola y Martínez Shaw, 2002, p. 72-73.

[58] En palabras de Alfonso Mola y Martínez Shaw (2002, p. 74), este programa “comprendía la renovación de los arsenales, la implantación de los más modernos sistemas de construcción naval y la atención a los suministros navales y a la producción de pertrechos, a través del fomento de las fábricas de hierro, de lona, de jarcia y de betunes.”

[59] Soler Pascual (2002, p. 275) ha establecido de quien se trataba. Los primeros en llegar a España fueron Diego Morgan y el maestro de jarcia Henry Seyers. Más tarde vino el maestro de lona Patrick Larhey acompañado de dos oficiales: Edmund Knight y Diego Coniam. Poco después llegó el famoso constructor naval Richard Rooth y sus oficiales Thomas Hewett y John Harris. Los últimos en llegar fueron los también constructores Matthew Mullan y Edward Bryant. Rooth, Mullan y Bryant acabaron ocupando los cargos de directores de los astilleros de El Ferrol, La Carraca y Cartagena, respectivamente.

[60] Humboldt, 1978 [1808], p. 549-550. Cuba absorbía cerca del 50 por ciento de esta renta dado que recibía 1.826.000 de pesos anuales.

[61] Sánchez Valverde, 1947 [1785], p. 116, nota 142.

[62] Sobre la fecha de creación de la Armada de Barlovento, la mayoría de autores coinciden en señalar el año 1643 (De Pazzis Pi Corrales, 2003, p. 145, nota 5). Sin embargo, Caballero Juárez (1997, p. 259-260) habla de un precedente de 1601, cuando zarpó de España una armada a cargo del general Marcos de Aramburu destinada a patrullar permanentemente el Caribe, y que pronto se vio efectuando el traslado de una remesa de plata de Tierra Firme a La Habana. El mismo autor sostiene que en 1641 la formación se hizo nuevamente a la mar, pero hasta 1643, año en que se supone que fue fundada, estuvo realizando funciones de escolta de la flota de Nueva España.

[63] Sánchez Valverde, 1947 [1785], p. 40.

[64] Milhou, 1977, p. 651, de quien también hemos tomado la anterior estimación del número de ingenios.

[65] La expansión de la industria del jengibre en La Española se produjo durante la década de 1570 y a principios de la de 1580 la mayor parte de los agricultores de la isla se dedicaban al cultivo de este rizoma. Sin embargo, al igual que el azúcar, las crisis de sobreproducción motivaron drásticas caídas de los precios, lo que desde 1590 motivó la ruina de muchos agricultores y una decadencia del sector que culminó a mediados del seiscientos (sobre la historia de este cultivo en el Caribe véase Río Moreno y López Sebastián, 1992). Por otro lado, la caña de azúcar volvió a cultivarse a gran escala en Santo Domingo a partir de 1870, momento a partir del cual se desarrollaron crisis mundiales de producción de este cultivo a raíz de las guerras franco-prusiana y de Secesión en Estados Unidos y de las acciones independentistas en Cuba y Puerto Rico.

[66] Moncada, 2003, p. 7.

[67] Capel, 2005, p. 13.

[68] Los albores del siglo XVII estuvieron, de hecho, marcados por las llamadas devastaciones de Osorio, nombre dado a una disposición real de 1603 por la que se forzó a los habitantes de las regiones norte y oeste de La Española a concentrarse en el sureste de la misma con la finalidad de erradicar el comercio de contrabando. No obstante, la despoblación de la parte occidental de la isla permitió el establecimiento de bucaneros, corsarios, piratas y, finalmente, plantadores franceses, lo que se sitúa en la base de la presencia francesa en Santo Domingo.

[69] Moya, 1974, p. 7. Este artículo constituye una síntesis extraordinaria de la historia de la población dominicana desde 1492 hasta el siglo XX. A no ser que se indique otra cosa, tomamos de aquí los datos demográficos.

[70] Íbid, p. 9.

[71] Sánchez-Albornoz, 1977, p. 117.

[72] Moya (1974, p. 21) ofrece los siguientes datos de población: 7.500 habitantes en 1681, 18.410 en 1718, 30.058 en 1739, 70.625 en 1769 y 119.600 en 1783. Los datos de Castillo de Uberuaga (1988, p. 138) son algo distintos, aunque en todo caso confirman el espectacular auge demográfico experimentado en la colonia española a lo largo del siglo XVIII. Según este autor, entre 1722 y 1789 la población aumentó de unos 5.000 a unos 125.000 habitantes. A partir de 1795, año de la cesión de la parte española de la isla a Francia, se desencadenó una crisis económica que provocó una reducción muy notable de la población dominicana, la cual contaba en 1819 con 71.223 efectivos, un 40 por ciento menos que en 1783.

[73] Entre dichas violaciones se encuentran, por ejemplo, el asentamiento de filibusteros en Campeche o la prohibición de que pescadores españoles fueran a Terranova.

[74] Estos territorios eran Senegal, las posesiones de la India –excepto Mahé, Yanaon, Pondicherry, Kanikal y Chandernagor–, Canadá y las restantes posesiones norteamericanas –excepto Luisiana–, Dominica, Granada, San Vicente y Tobago.

[75] Sánchez Valverde, 1947 [1785], p. 133-134.

[76] Moya, 1974, p. 24.

[77] Recopilación de las Leyes de los Reinos de las Indias, Título XVI “De los Diezmos”, Ley XVIII.

Bibliografía

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© Copyright: Gerard Jori, 2006.
© Copyright: Biblio 3W, 2006.

Ficha bibliográfica

JORI, Gerard. El ingeniero militar Antonio Álvarez Barba y su proyecto de construcción de una casa para alojamiento de la marina y de una población en la bahía de Ocoa (1771). Biblio 3W, Revista  Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad  de Barcelona, Vol. XII, nº 710, 10 de marzo de 2007. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-710.htm> [ISSN 1138-9796]


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