REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES (Serie documental de Geo Crítica) Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. XI, nº 688, 20 de noviembre de 2006 |
NATURALISMO Y ARTIFICIO EN LAS ETAPAS DEL CAMINO FRANCÉS
A SANTIAGO SEGÚN EL CÓDICE CALIXTINO
Oscar Pazos Rodríguez
Aterra Geociencias S.L.U.
Naturalismo y artificio en las etapas del camino francés a Santiago según el Códice Calixtino (Resumen)
Rechazando el empeño moderno de interpretar métricamente la partición del Camino de Santiago en etapas que hace el Códice Calixtino en su Guía del Peregrino, se propone una interpretación naturalista del mismo atendiendo a criterios simples y evidentes en el texto de la propia Guía. Se discute a continuación tanto la moderna incomprensión de la partición como su necesaria inteligibilidad, y todo ello en relación con las cualidades personales del autor de la Guía, Aimerico Picaud.
En definitiva, la incomprensión actual de una división en etapas basada en criterios tan simples y evidentes revela la extrema pérdida de naturalidad del hombre moderno y la arbitrariedad de sus referentes culturales.
Palabras clave: Camino de Santiago,
Guía del Peregrino, modernidad, geografía medieval, territorialización
Naturalism and artifice in the stages of the French Route to Santiago in the Codex Calixtus (Abstract)
Rejecting the modern insistence in metrical interpretations of the stages described by the Pelgrim Guide included in the Codex Calixtus, an environmental lecture according very simple, evident and explicited criteria is proposed. Hereafther, this modern misinterpretation is analized in relation whith the personal aptitudes of Aimeric Picaud, the autor of the Guide.
In conclussion, the inability to understand the Aimeric partition reflects the dramatic oblivion of natural conditions in the present cultural features at the point that, very simple geographical references for medieval pilgrims become inexplicable for moderns.
Key words: Route to Santiago, Pilgrims Guide, modernity, medieval geography, territorialization
El Códice Calixtino o Liber Sancti Jacobi es una compilación de cinco libros independientes de temática jacobea; fue ideado y compuesto en los últimos tiempos del arzobispado de Diego Xelmirez, el principal impulsor del culto jacobeo y obispo de Santiago de Compostela entre los años 1100 y 1135. El Libro V, Iter pro peregrinis ad Compostellam, o Guía del Peregrino de Santiago de Compostela es el más famoso de los cinco, y muy probablemente fue escrito en torno a 1135 por Amierico Picaud, un monje francés que lo escribió en ayuda de los miles de peregrinos que acudían a Compostela a rezar a la tumba del apostol Santiago, “el Mayor”, y “Matamoros“.
El Códice se terminó de compilar, a mediados del siglo XII, aunque la fecha exacta, así como su autoría, siguen siendo motivo de controversia. El ejemplar máis antiguo, datado entre los años 1150 y 1160, se conserva en la catedral de Santiago de Compostela y es copia de un ejemplar modelo. Una segunda copia, conocida como manuscrito de Ripoll, fue realizada por un monje llamado Arnaldo de Monte en 1173. La primera impresión, sin embargo, tuvo que esperar hasta 1882, lo que muestra el olvido que sufrió esta obra durante la Edad Moderna, compartiendo la decadencia del propio Camino de Santiago y del culto jacobeo.
Hoy, la Guía del Peregrino es reivindicada como “la primera guía turística de Europa” [1], y su publicidad aumenta con la revitalización turística del Camino de Santiago y de los estudios jacobeos. Y sin embargo, los estudios especializados sobre la geografía del Camino de Santiago y -más concretamente- sobre el Camino Francés, suelen eludir la división en etapas propuesta por Aimerico en el Códice Calixtino. En ocasiones estas etapas se mencionan apenas para indicar sus longitudes y -caso ya de extremo interés-, para criticar su falta de sentido o, al menos, de buen sentido. La crítica a Aimerico es siempre la misma, tal y como la expresan Vázquez de Parga et al. (1949) en su monumental trabajo sobre el Camino:
"Lo primero que llama la atención en este itinerario es la desigualdad de las etapas y lo desmesurado de muchas de ellas, imposibles aún para jinetes."
Y pese al supuesto desatino de Aimerico, las posteriores guías medievales mantuvieron su división en etapas apenas con ligeros cambios, por lo general añadiendo subdivisiones a distancias regulares según las jornadas de marcha o distancias entre poblaciones.
Hoy, hasta aquellas guías que se apellidan ‘naturales’ están organizadas según criterios políticos o según la tecnología del transporte, lo que condiciona cualquier naturalidad al prejuicio artificial y equivoca las posibilidades y motivaciones del peregrino medieval, transformado casi en un participante en el Tour de Francia (Hereter, 1998):
"Tanto Burguete como Espinal no eran parada obligada para los caminantes, ya que, por recomendación del mismo Aymeric Picaud, los 47 km que hay hasta la ciudad de Pamplona solían recorrerse en tan sólo un día."
Las etapas –que ni jornadas ni carreras- propuestas en el Códice se ajustan a una división geográfica plena de sentido y no evidencian la ignorancia general o un caprichoso sentido geográfico del autor. Esa división natural realizada por Aimerico es prueba de su personal talento tanto como de una percepcción general del paisaje en la Edad Media mucho más experimentada que la actual, y este posible carácter anecdótico o tópico de la mirada paisajística de Aimerico en relación con la de otros viajeros y peregrinos medievales y modernos es el motivo de la discusión final.
Los elementos geográficos del camino
El criterio que Aimerico usa para dividir el Camino en etapas es bien simple: ciudades, montes y ríos son los elementos primordiales del paisaje y, subordinado a ellos, el terreno otorga el carácter definitivo a cada tramo.
Las poblaciones -o mejor- lugares habitados, incluyen tanto los Hospitales del Camino como grandes ciudades y pequeñas villas, siempre principio y fin de etapa. Aimerico ensalza repetidamente la abundancia de las ciudades y el beneficio que los hospitales ofrecen a los peregrinos, dedicando un capitulillo de la Guía a enumerar las ciudades y otro a elogiar las obras de los Hospitales. Son las poblaciones lugares de refugio, descanso y recuperación para el peregrino, y el Camino recorre estos amables lugares aunque sin condicionar a su relativa importancia la longitud o el trayecto de cada transecto. Al organizar las etapas con principio y fin en villas u hospitales, Aimerico simplemente se ciñe al esquema obvio de las guías de viajes sin desviarse apenas del camino más corto.
En contraste con esa humanidad benefactora, los montes son los más graves obstáculos del camino (figura 1), e incluso aquellos cuyo paso resulta fácil son vistos como gigantescos millarios que dividen el espacio geográfico y político.
Figura 1
Transecto del Camino de Santiago de Ostabat a Santiago.
Para ver la imagen ampliada situe el cursor sobre la
misma
Escala vertical en metros y horizontal en kilómetros.
Los puntos marcan los inicios y fines de etapa desde
San Juan de Pied de Port hasta Santiago.
En ocasiones, los montes resultan tan imponentes que los desventurados peregrinos buscarán rutas alternativas que, como la de Valcarlós, les evita el penoso ascenso al Port de Cize cando non queren subi-lo monte. La dureza de las etapas de montaña fue motivo de lamento en los cantos de los peregrinos medievales (Hard, 1992) y todavía en el siglo XV, los alemanes Herman Küning von Vach o Arnold von Harff desaconsejan las rutas por Foncebadón o La Faba y proponen alternativas desviándose incluso hasta Oviedo (Vázquez de Parga et al., 1949). Pese a todo, Aimerico se muestra cautivado por la grandiosidad de las montañas, desde donde "a quén o sobe parécelle que pode toca-lo ceo coa súa man" y desde las que se presentan vistas excepcionales. Por el penoso tránsito que imponen, por las dificultades y los peligros con que las montañas le amenazan, el peregrino siente cada puerto como una etapa en si misma, pero más allá de esta impresión negativa, Aimerico advierte las moles inmensas como los hitos geográficos principales del Camino, los divisores mayores del paisaje.
Los ríos, por su parte, tienen un carácter dual: como indica el título del capítulo que les dedica Aimerico, son buenos y malos; ofrecen al caminante agua para beber y lavarse pero pueden envenenarle. Esta ambivalencia -tan frecuente en la iconografía acuática- se manifiesta también en su significado geográfico: al igual que los montes, los ríos son obstáculos al caminante, pero en ocasiones le acompañan guiándole en el camino y su presencia puede incluso servir de criterio para diferenciar una etapa. Aún más, Aimerico, que posee una visión geográfica de gran amplitud y utiliza los ríos como vertebradores del territorio, supera la noción tradicional de valle fluvial y atiende a un ordenamiento jerárquico mucho más elaborado y cercano al de cuenca hidrográfica.
Y por último está el terreno, los detalles, los rasgos más específicos del camino, molestos en unos casos y dichosos en otros, pero nunca lo bastante importantes como para alterar la propia ruta. Forman parte del terreno tanto los fastidiosos insectos y los suelos inundados de las landas bordelesas como la abundancia de recursos de Galicia o la bárbara idiosincrasia de los vascos y navarros. Esta laxitud en lo que a las cualidades del terreno resulta de considerar a plantas, hombres y bestias como naturales del país en su sentido más literal, de modo que existe una correspondencia de carácter entre el paisaje y sus pobladores. "As xentes destas terras son feroces como feroz, salvaxe e bárbara é a terra na que viven."
Etapas
El excelente sentido geográfico de Aimerico queda ya demostrado en la organización del tramo inicial del camino, en el que acomoda las tres primeras etapas a las tres grandes unidades geomorfológicas del Pirineo: el Pirineo axial, las cuencas interiores y las sierras del pre-Pirineo (figura 2, cuadro 1). Aimerico refuerza el paralelismo entre las tres primeras etapas de las rutas de Somport y Port de Cize diciendo que son curtas o pequena, a pesar de que la segunda etapa ‘curta’ en la ruta por Somport es la mayor de todas las del camino y tres veces más larga que la anterior o la siguiente.
Figura 2
Ruta del Liber Sancti Jacobi sobre las grandes unidades geológicas
atravesadas
Para ver la imagen ampliada situe el cursor sobre la
misma
Elaborado a partir del Mapa Geológico 1:1.000.000 de la Península, Baleares y Canarias. ITGM. 1995. y Geología de España. Tomo II. Libro Jubilar J.M. Ríos. IGME1983.
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Paleozoico a Terciario inferior. |
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sedimentos de transición |
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sedimentos de transición |
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(Páramos calcáreos) |
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(Páramos terrígenos) |
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(Páramo leonés) |
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(Maragatería) |
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Hercínico sedimentario. |
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Hercínico sedimentario. |
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Zona Asturoccidental-Leonesa. |
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Zona Centroibérica |
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También es reveladora la aparente inconsecuencia que resulta de considerar la localidad de Puente la Reina fin de la tercera etapa en la ruta de Somport, pues la cuarta etapa se inicia, ya unida esta ruta con la de Roncesvalles, en Estella. Esta indeterminación entre Estella y Puente la Reina tiene, en cambio, un preciso significado geográfico, pues ambas localidades se emplazan en las últimas estribaciones montañosas antes de la depresión del Ebro, ambas dominan los pasos que, desde el valle del Ebro se abren hacia las cuencas intra-montañosas del norte, y ambas están en la confluencia de pequeños ríos con el Ega y el Arga, paralelos y vecinos afluentes del Ebro (Ega, Arga y Aragón, hacen al Ebro varón). Es decir, tanto Puente la Reina como Estella son fines de etapa adecuados –e intercambiables- si el sentido de la etapa es ‘cruzar las sierras pre-pirenaicas desde las cuencas ínter-pirenaicas’, y sólo desde la lógica de la cuarta etapa ‘cruzar la depresión del Ebro’ podemos preferir Estella a Puente la Reina como punto de partida.
De las etapas 4ª y 5ª dice Aimerico que son respectivamente a cabalo, evidentemente y tamén a cabalo. Aún ignorando si este comentario se debe a lo largo de estas etapas, (154 km, casi tanto como los 166 km de las tres etapas siguientes por la Meseta Castellana) o a cualquier otro motivo, nos basta para entender que, de algún modo, Aimerico las consideraba de forma conjunta. Y para un geógrafo, este común a cabalo significa evidentemente, ‘cuenca del Ebro’, pues ambas etapas discurren por las terrazas y los glacis de la depresión del Ebro. Una vez advertida esta identidad, conviene resaltar las diferencias entre estas dos etapas, que también son manifiestas. Así, si la etapa 4ª presenta al viajero el típico perfil cóncavo etapa de valle, la 5ª, que discurre bordeando la Sierra de la Demanda, presenta un suave perfil convexo con su cenit en el puerto de la Pedraja, del que el peregrino desciende hasta Burgos. Y en cuanto al terreno, si al cruzar el valle del Ebro el peregrino advertirá la abundancia de pálidos yesos, margas y calizas, en la etapa de Nájera a Burgos se encontrará con los vistosos conglomerados de matriz rojiza de los piedemonte que, procedentes de la Sierra de la Demanda se desparraman sobre el valle.
En Burgos comienza la Meseta castellanoleonesa y, a semejanza de la amplitud y homogeneidad del paisaje, Aimerico recita las cuatro etapas que la cruzan de parte a parte casi de carrerilla, dando sólo el punto de partida y el destino sin añadir más comentario que el de llamar urbe a León:
"A sexta vai de Burgos a Frómista. A séptima de Fromista a Sahagún. A oitava vai de Sahagún á cidade de León. A novena de León a Rabanal."
Pero incluso esta rápida sucesión de etapas, dictadas aparentemente por la partición regular de apeaderos en la monótona marcha meseteña, posee un sentido geográfico. La primera de las etapas castellanas discurre desde Burgos -entre los característicos perfiles en mesa de los páramos calcáreos- hasta Frómista, donde el páramo burgalés se pierde de vista y la toponimia de los alrededores anuncia que estamos en Tierra de Campos. La segunda etapa, de Frómista a Sahagún, nos conduce por una meseta sin apenas relieve y en la que se produce la transición de la Castilla carbonatada a la terrígena. En la primera parte de esta etapa, entre Frómista y Carrión, el camino –siempre a cotas inferiores a los 850 metros- discurre entre las vegas de los ríos y unas fértiles arcillas carbonatadas que son el origen de la riqueza cerealística de la zona y que hacen aquella villa de Carrión, en palabras de Aimerico: "próspera e magnífica, abundante en pan, viño, carne e todo tipo de productos." Desde Carrión hasta Sahagún, el suelo arcilloso cambia de gris azulado a amarillo, indicando el aumento en contenido de minerales férricos y el paso de un suelo carbonatado a otro de naturaleza ácida. A partir de Sahagún, ya en tierras de León, el terreno se vuelve decididamente rojizo, y menos fértil, más áspero a la vista, y apenas abandonada la villa se encuentra el caminante a 900 metros de altura, en pleno páramo leonés. En la amplia Meseta, esta diferencia de altura junto con el cambio en el tipo de suelo -ahora nos encontramos con las famosas rañas- es suficiente para marcar el paso a una nueva comarca. En Mansilla de las Mulas, a unos 20 kilómetros de León, volvemos a los 825 metros, pero ya la acidez del suelo y la cercanía a las montañas anulan el efecto del descenso. La última etapa, de León a Rabanal, lleva al caminante desde la gran ciudad, sede de la corte, al humilde Rabanal, contraste que Aimérico nota llamándolo expresamente pequeño: cativo Rabanal. Al elegir esta aldea como fin de la etapa, y desdeñar Astorga, Aimérico ‘apura’ la Meseta para acercarse al pie de los montes de León, comienzo de los terrenos Paleozoicos, fundamentalmente pizarras, areniscas y cuarcitas.
La etapa 10ª salva los Montes de León, el monte Irago de la Guia del Peregrino. Puesto que la siguiente es también una etapa de montaña, quizá la más dura, Aimerico alarga aquí también la etapa hasta cruzar todo el valle del Bierzo y llegar a Villafranca, "o comenzo do val do río Valvarce" al pie de la Sierra del Caurel. De cualquier modo, esos 20 kilómetros que separan Ponferrada de Villafranca son -desde la perspectiva que ofrece el Irago apenas se sobrepasa la Cruz de Ferro- tan solo el tramo final de un prolongado descenso antes de iniciar de nuevo el ascenso a los montes de Galicia. Esta grandiosa perspectiva de la cuenca del Bierzo se muestra al caminante a los 10 kilómetros escasos de Rabanal, y ya no la pierde hasta abandonar Villafranca e internarse en el encajadísimo valle del Valcarce.
La etapa 11ª, de nuevo de montaña, sube al monte Cebreiro para descender a Triacastela, na ladeira do mesmo monte, xa en Galicia. Al igual que Pirineos o Montes de Oca, Cebreiro es para Aimerico un linde, un gigantesco mojón que señala el paso de Castilla a Galicia.
La etapa 12ª de Triacastela a Palas de Rei, atraviesa la superficie fundamental de Galicia (Birot y Solé, 1954), y le permite al caminante advertir, no ya una tierra montuosa, sino una penillanura profundamente excavada por los ríos. Con esta superficie fundamental, aunque ligeramente cuarteada y escalonada, se encuentra el peregrino cada vez que abandona la profundidad de los valles, como un horizonte repetido que da unidad al paisaje y a la etapa. Y también en el terreno encontrará unidad el caminante, pues en Triacastela se inicia el metamorfismo de grado medio, -señalado por la aparición de la mica negra o biotita- y que el caminante advierte por la abundancia de los esquistos.
La etapa 13ª y última es, según dice Aimerico "tamén mediana". De nuevo, aunque ignoramos qué criterio caracteriza esta medianía, nos basta el ‘también’ para entender que Aimeric la considera ‘junto con’ la etapa anterior, con la que comparte un mismo sustrato de esquistos y granitos, un paisaje suavemente montuoso y un clima y vegetación similar. Y sin embargo, de Palas de Rei a Santiago, el caminante pierde de vista el horizonte de la superficie fundamental, en un entorno que, siendo similar, es mucho más cerrado. Antes de comenzar el apresurado descenso que lleva a Palas de Rei, el peregrino tiene la última oportunidad de observar un horizonte dilatado, una amplia panorámica de la penillanura gallega. En este lugar el camino atraviesa las Sierras Centrales de Galicia y deja la cuenca miñota para entrar en las compartimentadas cuencas atlánticas, en las que el caminante ya no recuperará la visión del horizonte salvo que continue su viaje hasta asomarse el océano en Finisterre. E incluso desde un punto de vista ya no paisajístico sino puramente geológico, la formación del Ollo de Sapo, que aquí coincide con la divisoria entre las cuencas atlántica y miñota, separa también subzonas del Hercínico gallego -y peninsular-, fijando un límite que, si bien sólo tiene sentido para el especialista, cualquiera puede advertir en la desaparición de las pizarras de techar, tan habituales desde O Courel.
Aimérico naturalista
Las sutilezas geográficas de la Guía del Peregrino plantean la duda de si su autor fue un hombre de excepcional talento geológico o su percepción paisajística era común en la época. Para empezar, la perspectiva naturalista de Aimerico contrasta con el empeño de los posteriores libros y guías de viajes en dividir el camino según las fronteras políticas y, cada vez más, en términos puramente contables, hasta los extremos presentes casi velocísticos, en los que las etapas se consideran según rendimientos de distancias/tiempos. Es desde este prejuicio métrico que las etapas de Aiméric se vuelven arbitrarias y, lo que es peor, inútiles, es decir, incomprensibles. Pero lo que posiblemente la soberbia de lo moderno pueda encontrar más inaceptable es que una visión geográfica tan acertada pueda ser anterior a la propia modernidad científica y, más aún, haya sido olvidada en el camino de tal modernización, pues hoy, esta percepción paisajística de Aimeric es un atributo esotérico del especialista, no accesible para el entedimiento casi exclusivamente kilométrico de la mayoría. Por ello, para el prejuicio moderno [3], sería mucho más tranquilizador pensar que Aimérico fue una sensibilidad especialmente notable, un hombre excepcional.
A mi entender, hay dos cuestiones que deben ser notadas para distinguir entre lo excepcional y lo habitual en Aimerico y su tiempo.
En primer lugar destaca la amplitud de miras de Aimerico, sus extensas referencias en el tiempo y en el espacio, evidentes cuando discurre sobre las campañas de Cesar y el origen de los vascos y que sobrepasan la mera erudición cuando elogia las vistas desde la cumbre del Cizé. En estas notas se reconoce el gusto de Aimerico por la gran perspectiva y una disposición personal que, advertida y elogiada dos siglos más tarde por Petrarca en el Mont Ventoux, ha sido significada como inicio de la modernidad por algún filósofo postmoderno (Argullol, 2002). La invitación de Aimerico a subir al Cizé para gozar del vértigo casi divino de su cumbre es la de quien busca la perspectiva del mundo, un deseo de mirar, pensar y entender desde arriba, una situación elitista, de hombre-cumbre.
Y frente a la excepcionalidad de esa mirada ambiciosa están los elementos con que Aimérico organiza paisaje y camino, elementos que pese a la incomprensión actual en absoluto son esotéricos u ocultos, bien al contrario, son explícitos como el paisaje mismo y tan sencillos como población, montes, ríos y terreno. Estos cuatro elementos son, posiblemente, el mínimo conceptual con el que se pueda construir cualquier geografía, y no sólo pertenecen al saber humano más corriente, sino que son empleados por Aimerico del modo más claro posible para que la información de la guía sea accesible a cualquiera sin necesidad de conocimiento especializado alguno. Este es su expreso deseo por letra del papa Calixto:
"Que ninguén teña a menos este libro
por encontrar nel un estilo simple. Precisamente adoptei este estilo simple
nos meus sermóns, para que tanto a xente ignorante coma a culta".
Para empezar, el camino queda perfectamente
señalado por las poblaciones que cruza. Villas y ciudades son lugares
en el espacio que fijan las coordenadas y marcan el rumbo de la ruta más
corta sin convertir el trazado en un abstruso código de nortes,
derivas, kilómetros o velocidades, se haga a caballo o a pie. Para
el peregrino medieval las poblaciones no son sólo las estaciones
de servicio del automovilista contemporáneo, en cuanto que proporcionan
descanso y avituallamiento, son sobre todo la señalización
que le dirige a su objetivo, su sistema de referencia. Cuando el desierto
de gentes aún no había sido reducido al ardiente estereotipo
actual y era -o podía ser- un bosque, un páramo, un monte,
una costa o el mismo océano, lo que le caracterizaba como desierto
era precisamente su inhumanidad, su homogénea soledad. Es esta pérdida
de sí mismo y de los otros la que condena mortalmente a quien se
desvía del camino, se sale de la ruta establecida o, como cuenta
Marco Polo (año 1299), se aleja de la caravana que atraviesa el
desierto de Lop (Polo, 1979). Ciñendo la ruta a las ciudades, Aimerico
conduce al peregrino a través de las gentes, no del espacio.
Aimerico escribe para ahorrar al peregrino convertirse él mismo en explorador o piloto, en el constructor de su propio viaje, pero esto no signifca que lo aisle por completo de las tierras atravesadas. Una vez atado el Camino a las poblaciones que lo asisten, la montaña se impone como el principal referente geográfico para el caminante y límite para el paisaje. Esto resulta todavía hoy casi tan perceptible como en la Edad Media, pues aunque ahora somos viajeros volantes guardamos más o menos fresca la impresión abrumadora de las montañas y la reconocemos siquiera trascendida en las viejas fronteras, como Pirineos o el Cebreiro. En el imaginario medieval, la montaña es la frontera perfecta, de modo que el país rodeado de montañas constituye la comarca perfecta, comunidad cerrada y vuelta a sí misma como el mítico pais medieval de Gog y Magog. Así, Aimerico coloca España tras los Pirineos, Castilla y Campos "tras os Montes de Oca", Galicia "pasados os lindeiros de León e os portos dos montes Irago e Cebreiro" y, más en detalle, dispone las villas que marcan el principio o el fin de etapa respecto a las montañas a atravesar, como San Miguel, "situada na falda de Port de Cize, na vertente de Gascuña", Triacastela "na ladeira do mesmo monte, xa en Galicia". Vilafranca, "ó comenzo do val do río Valcarce, despóis de pasa-lo monte Irago".
Como Aimerico mismo dice -siguiendo sus propias o prestadas intuiciones etimológicas-, el puerto de montaña traslada de un mundo a otro, de un país a otro, de un valle a otro, de modo que en el puerto del Aurizperri, entre los valles de Urrobi y el Erro, Aimerico obvia la montaña -de importancia menor- y tan sólo señala el traslado: "Xa pasado o val [territorio dos vascos] , vén a terra dos navarros".
Pero Aimerico no sólo nombra los valles y los territorios entre montañas, sino que nos informa hasta tres veces del curso, aguas abajo, de los ríos que atraviesan esos valles o territorios. Así, nos dice que: "De Somport, baixa un río, de auga saudable, que rega España"; nos dice tambien que el Runa discurre por Pamplona y de nuevo por Ponte a Raíña, aunque el camino no sigue su curso sino que ataja por el puerto del Perdón; y que el Bernesga, pasa por León como el Torío, "pero pola outra banda, é dicir, en dirección a Astorga". Estas informaciones, absolutamente superfluas para el peregrino, muestran el interés de Aimerico por construir una geografía, pues las noticias de utilidad del capítulo dedicado a los ríos son la existencia de puentes, los abusos de los vadeadores -que trata también en el capítulo VII-, y, sobre todo, la calidad del agua, manía de Aimerico que resulta en común argumento para su moderno descrédito.
En el capítulo VI de la Guía, Aimeico asegura que el camino atraviesa ríos mortíferos, y cuenta incluso el envenenamiento de sus propia caballería en el río "chamado Salado". Semejante advertencia no deja de producir asombro y curiosidad en el lector moderno, y para explicarla, Eduardo López Pereira cita en su traducción a Vázquez de Parga "[quen] non só estudiou coma ninguén o Camiño e a súa historia, senón que chegóu a proba-la auga do río, e comenta no seu libro Las Peregrinaciones..., vol II, p. 120: 'El agua de este río es salada, como su nombre indica, pero no maligna: podemos asegurarlo por experiencia'”. Está en el gusto de cada cual preferir la experiencia de Vázquez de Parga a la de Aimerico o tratar de explicar esta invención por el odio que tenía a vascos y navarros, -pues todos los ríos venenosos los localiza en Navarra, (aunque entonces habría que explicar también por qué dice Aimerico que "O pescado, como a a carne de vaca ou a de porco, en España e en Galicia, cáusanlle enfermidades ós estranxeiros)". Yo prefiero aceptar ambas experiencias y -sin negar el chovinismo de Aimerico- tratar de recuperar la perspectiva de lo que siglos de modernización han borrado de la mirada actual: la dependencia de la tierra y el aislamiento, es decir, el endemismo.
El medieval depende para su sustento de la tierra de modo tal que se ata jurídicamente a ella para su explotación, y esto incluye no sólo obtener comida, sino los productos de su mayor o menor industria. Es esta atadura física y cultural con ‘el país’ lo que expresa Aimerico una y otra vez al recordarnos que hay vino en Navarra y telas en Castilla, aunque faltan árboles, y son abundantes las caballerías y el ganado en Galicia… Es a este endemismo -no sólo animal o mineral sino específicamente humano, material e ideal- al que Aimerico acusa de provocar "enfermidades os estranxeiros". Y si la presente, débil y posmoderna hiperrealidad de las denominaciones de origen nos tienta a relativizar la vieja y brutal franqueza de lo real, todavía contamos, para corroborar a Aimerico, con el testimonio de un viajero del siglo XIX que descubrió los penúltimos retazos del endemismo medieval por los ‘paises’ de Galicia y León. George Borrow, aventurero y predicador inglés, nada sospechoso de superstición medieval ni de animosidad contra los leoneses o gallegos, informa –como un nuevo Aimerico- de la insalubridad de los ríos leoneses en verano y de la muerte irremediable de los caballos foráneos en Galicia, debido a la dureza de los caminos, la falta de cebada o a causa “del muermo” [4].
Y así entramos en el argumento central sobre la inteligibilidad de las etapas de Aimerico, y que no es otro que el endemismo de una población dependiente de la tierra no solo en lo material sino en lo cultural, en la vida y la muerte. Si Aimerico demuestra una visión integradora del paisaje, una mirada desde la cumbre, es el paisaje el que se muestra disgregado, dividido, territorializado, violento hasta en lo específicamente más humano. Es esta proliferación de la frontera –tierra de nadie, peligrosa y yerma-, este amenazador endemismo, esta intensa atomización del territorio medieval la que aflora de modo gráfico en la cartografía moderna del medieveo, puzle tan indescifrable para el profano como un mapa geológico pero que expresa de modo perfecto esa ubicuidad de la violencia geográfica.
Ejemplo de la intervención del paisaje en lo humano es la falta de cal en Galicia, que empuja a los peregrinos a la provechosa penitencia de acarrear una piedra caliza desde Triacastela hasta Castañeda, "a fin de obter cal para as obras da basílica do Apóstolo". Y esta misma necesidad paisajística de lo humano es la que todavía en el siglo XV descubre el alemán Arbold Von Harff, asombrado por las casas de adobe de Castilla (Vázquez de Parga et al., 1949), aunque ahora la necesidad ya no la siente el viajero sino que la aprende, y es así diluida en una curiosidad geográfica moderna, de erudito coleccionista. Viajero a Egipto, Siria y Venecia y, más tarde peregrino a Santiago, Von Harff es el precursor del joven acomodado europeo del XVIII que viaja para su propia formación y entretenimiento, publicando a su vuelta unas impresiones organizadas en días y distancias, aduanas, cambios de moneda, y en las que importa sobre todo la grandeza y la belleza de las poblaciones. Como bien advierte otro filósofo (Alba, 2001), el hombre no es artificial porque abandona su humanismo, sino cuando lo exagera. Hoy, el conocimiento del medio natural ya no es experiencia de vida sino objeto de estudio.
Aimerico define la primera etapa de los Pirineos coincidiendo con la Zona Central Pirenaica, pero su inteligencia no necesita advertir la contundencia del sustrato paleozoico, las moles inmensas o las cumbres nevadas como perspicacias de una geomorfología esotérica aunque rudimentaria, sino que le basta una experiencia mucho más directa y conjunta, pues en ella incluye paisaje y habitantes. Cuando, pese a reconocer que vascos y navarros son tan semejantes, Aimerico los separa según un límite que hoy ya no reconocemos pero que coincide con el de la primera y segunda etapas, "Xa pasado o val, [Valcarlos] ven a terra dos navarros", entendemos que lo que separa esta frontera es a vasco-navarros montañeses de vasco-navarros de las tierras bajas, aquéllos "máis blancos de face y feroces como feroz, salvaxe e bárbara é a terra na que vivien", y éstos -semejantes pero distintos- en una tierra "rica en pan, viño, leite e gando".
Por necesidad, el peregrino medieval percibía mucho mejor que el actual la asimetría de las pendientes en los Pirineos desde Francia o desde España, la asimetría y la disposición longitudinal de las sierras prepirenaicas de Leyre, Izco y el Perdón, los imponentes escarpes rojizos en Nájera, que anuncian la proximidad del Sistema Ibérico y ponen fin a los relieves llanos y aterrazados del Ebro, y todo ello sin discernir entre plegamiento o cabalgamiento, sin reconocer la erosión diferencial o la estructura monoclinal de las cuestas. La piedra, el relieve, la vegetación y el clima forman el mundo en el que el propio peregrino vive. Por las planicies castellanas, con la guía de las montañas cantábricas en el horizonte, el peregrino medieval camina entre Quercus rotundifolia en los páramos calcáreos de Burgos y entre Quercus pyrenaica en los ácidos de Sahagún (Cabo, 1993), y descubre al pasar Frómista el clímax a partir del cual el cereal pierde rápidamente hegemonía. En el otro extremo, Rabanal, en el punto de inflexión entre el glacis meseteño y la montaña, marca también el límite al cultivo del cereal, y aún hoy el caminante menos atento puede advertir este límite neto entre la zona de bosque y matorral y los semiabandonados campos de cultivo. Y ya en Galicia, dentro de una suave homogeneidad climática, las menores precipitaciones y una ligera continentalidad térmica son suficientes para que los metereólogos diferencien la cuenca miñota lucense y las cuencas atlánticas al oese de Palas de Rei como subzonas de un mismo ‘clima interior’ atlántico (Romaní, 1994).
Al fin, aceptar que las etapas de Aimerico eran inteligibles es asumir que los medievales eran conscientes de su propia territorialización, de su identidad constituida no solo con otros hombres sino con la tierra, y que los límites a esta identidad surgían de modo natural y evidente de la propia tierra tanto como de los hombres. Aimerico, de hecho, organiza más que parte el Camino a través de las barreras que de modo natural lo dividen; montes, ríos, ciudades, desiertos y gentes son sometidos a la secuencia naturalmente comprensible de sus etapas, que unen territorios y otorgan sentido.
Notas
[1] Por ejemplo, http://www.caminosantiago.com/web/peregrinosilustres6.htm
[2] Los textos en gallego y cursiva pertenecen a la traducción comentada del Libro V realizada por LÓPEZ-PEREIRA 1993.
[3] A Vicente Almazán (1992), por ejemplo, le sorprende ‘el orden perfecto de poblaciones de norte a sur de Castropol a Tuy’ mencionadas en la Saga de Olav. Desde luego, éste es un conocimiento sorprendente hoy día, pero quizá no lo fuera tanto en un marino normando del siglo XI. De hecho, el mayor problema de la navegación astronómica moderna fue fijar la longitud, no la latitud, y a nadie sorprende de la perfecta ordenación de poblaciones que de este a oeste, de Roncesvalles a Santiago, se hace en el Códice Calixtino.
[4] De la ciudad de León dice Borrow: ‘Y dista mucho, sin embargo, de ser un lugar saludable, sobre todo en verano, cuando los calores suscitan las emanaciones nocivas de las aguas, que engendran muchas enfermedades, espacialmente calenturas’. En cuanto a ‘la locura’ de llevar caballos a Galicia, Borrow nos informa detalladamente tanto de sus propias experiencias como de las prevenciones de los propios españoles del 1830.
Bibliografía
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