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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES (Serie documental de Geo Crítica) Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. X, nº 620, 15 de diciembre de 2005 |
LAS TIG EN LOS CONCURSOS DE HABILITACIÓN
PARA PROFESORES
TITULARES DE GEOGRAFÍA
HUMANA: UNA CUESTIÓN NADA ANECDÓTICA
Palabras clave: geografía española, universidad española, profesorado, habilitación del profesorado, sistemas de información geográfica
Key words: Spanish geography, Spanish universities, lecturers, staff qualification, geographical information systems
En las conclusiones de dicho artículo se alude a debates que consideran inaceptables o, incluso, lamentables, como es la cuestión de si las TIG forman parte o no de la geografía. A continuación escriben que “aunque resulte anecdótico, no deja de ser reseñable que se haya llegado a afirmar en una publicación geográfica” que debería ser inaceptable el que a las pruebas de habilitación nacional para profesores titulares de Geografía Humana puedan presentarse concursantes solamente con un programa de SIG. Una cuestión que yo mismo planteé en un trabajo que los firmantes citan[1]. Ante ello, los autores alegan que “además de perfectamente legal, con la normativa vigente sobre los concursos nacionales de habilitación, esa opción nos parece simplemente tan buena como presentar un programa docente de cualquier otra disciplina incluida tradicionalmente en el ámbito de la Geografía Humana, como sería la Geografía Rural o la Urbana”.
En el artículo aludido yo argumentaba, a partir de la experiencia de un concurso de habilitación, sobre la conveniencia de que el profesor que se va a habilitar en geografía humana muestre un conocimiento suficiente de esa parte de la disciplina.
Conviene recordar también que estamos hablando de una plaza de titular, el primer nivel en el que se trata de evaluar el conocimiento general de la disciplina a la que se va a incorporar como profesor, y en donde –también por razones legales- podrá luego impartir las materias correspondientes a las diferentes ramas especializadas (geografía rural, urbana…). En el artículo yo hablaba de las razones que parecen haber existido para poner en marcha las pruebas de habilitación, y el sentido que parecen tener las que se refieren a profesor titular. Sin duda, el debate tendría características muy diferentes si estuviéramos hablando de la habilitación a plazas de catedrático, cuando el profesor tiene una experiencia amplia, y puede haberse especializado en un subcampo de la disciplina. Y, naturalmente, también podría cuestionarse la misma existencia de las pruebas de habilitación, en cuyo caso el debate adquiría un perfil totalmente diferente.
Defender ese punto de vista no significa que no valore en mucho lo que representan las distintas ramas de la geografía, y las técnicas de que hablamos, para la disciplina y para la formación de un geógrafo. El problema es si, además, se tiene una idea clara de los contenidos generales de la disciplina geográfica. En el caso de las TIG, además, se trata de saber si se conocen unos marcos teóricos generales a los que aplicar esas técnicas, que como se dice en el artículo de los once autores, son también de aplicación en otros campos de las ciencias sociales y naturales.
Creo que vale la pena retomar en
un debate público el tema de los concursos y de las estrategias
que deben definirse para el desarrollo de la geografía en España.
El papel de las tecnologías de la información en Geografía
En el artículo de los once firmantes hay muchos puntos con los que quiero desde ahora manifestar mi total acuerdo. No me cabe ninguna duda del impacto que han tenido las TIG en la enseñanza y en la investigación geográficas, ni del papel de los geógrafos en el origen y en el desarrollo de estas técnicas, ni del carácter imprescindible de su presencia en los programas de enseñanza universitaria, ni de su utilidad para la profesión de geógrafo.
Lo que está en cuestión son otras dimensiones: en concreto, el carácter de disciplina independiente que se pretende que poseen las TIG, y la pregunta de si puede aceptarse que un profesor se habilite como Titular de Geografía Humana con solo un programa de TIG, tal como la ley permite. Trataré sucesivamente estas dos cuestiones.
Las TIG como disciplina independiente
El punto de vista de los once profesores es que la geografía es una ciencia que está constituida por diversas disciplinas. La descalificación que hacen de la antigua distinción entre materias centrales y auxiliares de la geografía –cuestión que se planteaba en los años 1950-60, y que me parece que hace ya tiempo que no se debate-, es completada en el artículo con la aceptación de que la geografía es una rama del conocimiento que está constituida por varias disciplinas, citándose concretamente “la Geomorfología, la Climatología, la Geografía Urbana, etc”. Con todos los respetos para los autores, no considero aceptable este punto de vista, como he dicho al principio, aunque puede, como es natural, discutirse. Si se hace, tal vez deberíamos examinar todas las implicaciones que ello tiene desde el punto de vista de la organización de los estudios especializados de geografía en la universidad, y de la existencia de las tres áreas de conocimiento que se aceptaron por razones de oportunidad.
El trabajo defiende el carácter esencial que las TIG tienen en geografía, tanto desde el punto de vista conceptual como de la enseñanza y la práctica profesional. Como los mismos autores señalan, han sido ya amplios los debates que ha habido en geografía sobre si las TIG son una herramienta de análisis o una ciencia por derecho propio. Algunos, como se dice en el texto, han defendido que en realidad se trata de una verdadera Ciencia de la Información Geográfica; lo cual por el momento no deja de ser una simple expresión de deseo ya que para ello, como hacen notar los autores –supongo que con intención-, todavía habría que desarrollar “unos fundamentos teóricos, conceptuales e incluso ontológicos mas profundos”. Un aspecto éste, el de la ontología, que sería oportuno desarrollar para que pudiera debatirse en el futuro.
Su punto de vista es que las TIG no son una disciplina, sino “disciplinas muy variadas”, entre las cuales se citan: la Cartografía temática y topográfica, los Sistemas de Posicionamiento por Satélite (GPS, Glonas, Galileo…), los Sistemas de Información Geográfica (SIG), y la Teledetección en sentido amplio. Es decir, “todas aquellas disciplinas que permiten generar, procesar o representar información geográfica”.
Tengo dudas de que a todas esas ramas del conocimiento pueda denominárselas en este momento como disciplinas científicas; entre otras razones por las mismas que ellos han señalado: la falta de unos fundamentos teóricos y conceptuales suficientemente desarrollados. Para discutir el tema sin duda deberíamos ponernos de acuerdo previamente sobre el concepto de disciplina, que, desde mi punto de vista, posee una dimensión conceptual y otra social e institucional.
Más pertinente me parece en este momento aludir a otros aspectos en los que los autores también insisten, y que son relevantes para nuestro debate.
Ante todo, el hecho de que “los geógrafos dedicados a estos temas prefieren publicar en las revistas más especializadas (cada vez más numerosas), aunque no sean consideradas como propiamente geográficas”. Lo cual, según los autores “puede indicar una cierta tendencia a la separación de muchos de estos científicos de la Geografía académica, lo que consideramos, puede resultar muy preocupante”. Añaden que
“en la actualidad están en marcha diversas iniciativas para la formación e institucionalización de nuevas disciplinas: Ciencia de la Información Geográfica (…), Geomática, Geo-computación, Geo-informática, etc. En este sentido se pueden mencionar la aparición de de departamentos universitarios en diversas Universidades con denominaciones similares a las citadas, la convocatoria de plazas de profesorado con estos mismos nombres, etc.”
Lo que explican en ese párrafo muestra una situación que se ha repetido en el pasado y que se produce ampliamente hoy día. Las disciplinas científicas no son arquetipos finalmente descubiertos por el desarrollo del conocimiento (una concepción muy cara a los teóricos del siglo XIX), sino resultado de una división social del trabajo intelectual y de procesos de bifurcación a partir de nuevos problemas clave y de oportunidades institucionales.
Sin duda en estos momentos, como en otros del pasado, se van produciendo numerosos procesos de diferenciación del trabajo de científicos que actúan en campos reconocidos de la ciencia y que, a partir de su investigación sobre un nuevo problema-clave, desean independizarse y constituir nuevas disciplinas científicas reconocidas por la comunidad científica internacional. Que eso suceda depende en buena media de que encuentren el nicho institucional adecuado. La historia de la constitución de la edafología, que estudió Pere Sunyer en su Tesis Doctoral[2], puede ser un buen ejemplo de ello, al que podrían añadirse otros más. No cabe duda de que en el momento actual una ciencia medioambiental, o tal vez diversas ciencias medioambientales, está en vías de constitución, y tiene oportunidades para ello a partir del nicho institucional de las Facultades de Ciencias Ambientales.
De manera similar, en el campo de las TIG parece que están dándose procesos semejantes de diferenciación y afirmación institucional. Que eso se consiga o no está por ver. Lo mismo que el resultado final sobre quiénes tomarán el control de esa nueva o nuevas disciplinas. Lo que no está claro en estos momentos es que sean los geógrafos, a partir de la interpretación de los datos que proporcionan los autores sobre la participación de geógrafos en el desarrollo actual de estas disciplinas, y de otras informaciones que podrían aportarse al debate.
Si de lo que hablan los once autores es de la constitución de una nueva disciplina, de las estrategias que geógrafos y no geógrafos despliegan para controlar ese campo, de las aportaciones verdaderamente innovadoras que hacen los distintos especialistas –y no de simple aplicación de programas ya generados en otro lugar- podemos hablar de ello, y tal vez convendría realizar un debate público sin anteojeras disciplinarias.
Tengo la impresión, sin embargo, que no es ese el camino que pretenden seguir los autores. Sin duda, se sienten geógrafos y miembros de la comunidad científica de los geógrafos, y es en el interior de ella en donde pretenden desplegar sus estrategias personales y de grupo. Lo que parece inquietarles, es, según sus propias palabras lo siguiente:
“Existe un notable riesgo de que estas nuevas disciplinas atraigan también a muchos geógrafos que, de esta manera, abandonen la Geografía para converger en disciplinas que otorgan más valor a los desarrollos y aplicaciones tecnológico-instrumentales, extrayendo de ello el uso y la investigación sobre estos temas, una situación que podría considerarse muy negativa para el futuro de nuestra ciencia. En ese sentido, la reflexión que ha planteado sobre la existencia de geógrafos convergentes y divergentes (Capel 2003) se resolvería en este caso en perjuicio de la Geografía, con la salida de un grupo metodológicamente muy innovador en los tres planos, docente, investigador y profesional, infligiendo –en consecuencia- una grave fractura para su desarrollo futuro”.
Queda claro que la estrategia tiene que ver con el papel del grupo en la geografía española. Y que una serie de docentes que tiene una fuerte autoconciencia de ser muy innovadores en los tres planos que citan -lo que podemos aceptar sin necesidad de realizar ahora una discusión de detalle-, se inquieta sobre el futuro de la geografía, en el caso de que ellos u otros decidieran abandonar la disciplina.
Podemos especular sobre este peligro y tal vez llegaríamos a la conclusión de que si las oportunidades profesionales se presentan, y si la nueva disciplina de las TIG se constituye, con cualquiera de los nombres antes citados, los geógrafos más inquietos, ambiciosos y renovadores muy posiblemente abandonarán la disciplina geográfica, en relación con sus propias opciones intelectuales y profesionales. Así ha ocurrido y está ocurriendo en estos momentos en diversos campos de la ciencia verdaderamente nuevos e innovadores.
Pero, independientemente de esas consideraciones, si de lo que se trata es de la defensa de la geografía como ciencia, hemos de hablar solamente de ello y del papel de las TIG en la enseñanza, la investigación y el ejercicio profesional.
Llegados aquí quiero reiterar que las TIG en el momento actual son de gran importancia en todas esas dimensiones. Es indudable que es preciso dar a nuestros estudiantes una buena preparación en esas técnicas, para hacerlos mejores geógrafos y para un mejor ejercicio profesional en la investigación, en la docencia y en el trabajo aplicado.
Dicho eso, me parece también evidente que para ser geógrafo no hay que conocer solamente las TIG, sino otros muchos campos de la geografía. Difícilmente con solo el conocimiento de esas técnicas se podrá aplicarlas a ningún problema relevante, si antes no se tiene un conocimiento de cuales son esos problemas y de los enfoques posibles y diferenciados que existen al mismo. Es decir, que para aplicar las TIG desde la geografía hay que ser geógrafo, o haberse convertido en geógrafo, lo que no significa simplemente aprovechar las oportunidades legales para serlo, sino demostrar que se tiene un buen conocimiento de las tradiciones, las teorías y las metodologías de esa disciplina de larga y rica historia.
Las TIG en las pruebas de habilitación
La cuestión que se refiere al acceso a una comunidad científica y, de forma más concreta, a la estrategia para la selección del profesorado, tiene diversas facetas. Uno de los aspectos es el que se refiere al acceso a una comunidad científica, en este caso a la comunidad científica de los geógrafos.
Afortunadamente no estamos ya en los tiempos en que los miembros de la comunidad científica de los geógrafos españoles eran esencialmente profesores universitarios y de enseñanza media. Esa era, me parece, la situación existente entre los años 1940 a 1980, aproximadamente. Es cierto que había otras personas que hacían geografía (por ejemplo, militares, geodestas, aficionados), y que incluso publicaban en revistas que llevaban el nombre de geográficas (como el Boletín de la Real Sociedad Geográfica), pero no eran tenidos en cuenta por la parte más activa e innovadora de la comunidad científica de los geógrafos en España. Ésta estaba constituida esencialmente por profesores, algunos de los cuales actuaban al mismo tiempo como investigadores. Para ser considerado en aquellos momentos miembro de la comunidad científica de los geógrafos se requerían unas condiciones que no se reconocían en numerosos militares, aunque trataran de geografía; ni en los cartógrafos, aunque hicieran los mapas; ni en numerosos miembros de la Sociedad Geográfica de Madrid, aunque publicaran en una revista geográfica. Naturalmente, podrían hacerse muchas matizaciones a estas afirmaciones, que tal vez convendría realizar en otro momento y en un debate más general.
Hoy la situación es distinta. Es difícil establecer cuántos son los miembros de la comunidad científica de los geógrafos españoles. Es decir, personas que se reconocen como geógrafos, que son aceptados como tales por el resto de la comunidad científica, y que realizan aportaciones científicas. Se trata de otra cuestión relevante para debatir en el futuro, al igual que la valoración de las aportaciones científicas que realizamos. En el momento actual deberíamos empezar por contabilizar a todos los miembros de la Asociación de Geógrafos Españoles, a otros profesores universitarios o de enseñanzas media y primaria que realizan trabajo científico, a una parte de los miembros de las asociaciones de geógrafos técnicos y sin duda a algunos más. Es posible que la cifra se eleve a dos o tres millares de personas, siendo muy generosos.
Otro problema diferente es cómo se accede al profesorado universitario, las estrategias que las distintas universidades y los diferentes grupos despliegan, y los mecanismos de control para ello, que tampoco es oportuno discutir aquí.
De lo que hablamos es de las pruebas de habilitación, que habilitan para ser nombrado Profesor Titular de Geografía Humana. En ellas los profesores que, por imperativo legal y tras el correspondiente sorteo, forman parte de las comisiones o tribunales de evaluación han de emitir un juicio sobre la persona que consideran más idónea para ser habilitada.
Tengo entendido que en el futuro el sistema va a modificarse, y que podrán ser habilitados todos aquellos que la comisión considere que poseen la capacitación adecuada, sin limitación del número de plazas, cosa que hoy no sucede. En esa situación, serán las universidades -es decir los grupos que las controlen- las que tomen finalmente la decisión que estimen oportuna para la contratación del profesorado.
En la situación actual, que es la que conozco por haber participado en un tribunal de habilitación, mi punto de vista sigue siendo el que expuse en el artículo citado por los once autores; es decir, que, independientemente de lo que diga la norma legal, los profesores deberíamos valorar el que los concursantes presenten un programa de geografía humana (o, en otras áreas, de geografía física o de análisis geográfico regional), y que demuestren que poseen un conocimiento general de esta rama de la geografía. Si además presentan programas en otras materias no troncales y muestran sus conocimientos especializados en ordenación del territorio, teoría e historia de la geografía, teledetección o sistemas de información geográfica, miel sobre hojuelas: estarán mejor situados que los otros a la hora de la selección.
En todo caso, no creo que pueda aceptarse a ningún concursante que no muestre suficientemente un conocimiento general de la geografía, de sus tradiciones y métodos. Es eso lo que garantizará el futuro de la disciplina de forma integrada. Tal como defendí en el citado artículo, podemos cuestionar la magnificación desmesurada de las técnicas cuando su manejo va unido a un desconocimiento profundo de los contenidos, teorías y metodologías de la geografía. Si esta disciplina debe seguir existiendo, debería haber algunos principios compartidos por todos los miembros de la comunidad científica de los geógrafos.
Las cuestiones de la selección del profesorado o de la habilitación se resuelven, finalmente, en una votación, que ha de ser razonada. Tal vez convendría que estos temas se debatieran públicamente, en beneficio de todos, y se explicitaran los criterios que guían o que deberían guiar en la toma de decisiones, los méritos que se tienen en cuenta, en lugar de que los profesores se limiten a optar por un candidato en el momento de la votación.
Me extraña que una toma de posición explícita como la que hice no haya merecido ningún comentario, aunque fuera para mostrar el desacuerdo. Valoro mucho por ello, y agradezco, la toma de posición pública de los once profesores, y es por esa razón por la que pienso que tengo la obligación de expresar públicamente mi opinión sobre su trabajo. No hago ninguna cuestión de principio sobre estas cuestiones, y no tendré inconveniente en modificar mi punto de vista si se dan argumentos que me convencen de que no tengo razón.
Los profesores que, a pesar de todo, sigan considerando que les asiste la ley, y que pueden presentarse a las pruebas con solo el programa de una materia no troncal, deberían hacer algo más que elaborar un programa breve con algunas generalidades sobre las TIG. Al menos, se debería esperar de ellos que expliciten su punto de vista sobre si las TIG forman parte o no del núcleo de la geografía, y muestren ejemplos de aplicación de esas técnicas a diversos campos de la geografía humana.
Puede aceptarse que existen en España, como afirman los autores, deficiencias evidentes en relación con las TIG y que conviene estimular su presencia en la enseñanza universitaria. El ejemplo que examinan en torno a la pregunta de si las tecnologías forman parte del núcleo de otras ciencias, tiene -a partir de los mismos datos que ellos proporcionan- una perspectiva complementaria que apoya lo que ellos mismos parecen impugnar. Señalan que en el área de la Biología “a casi nadie se le ocurriría considerar a la Microscopía como una disciplina ajena, ya que se reconoce que su papel es de suma importancia para la ciencia y la práctica profesional de los geógrafos”. No cabe duda de ello, pero también es cierto que la microscopía, técnica que se usa en otras ciencias además de en biología, solo tiene sentido en ésta al servicio de la resolución de problemas científicos relevantes para ella.
De manera similar, y recogiendo las ideas que ellos mismos exponen, se puede recordar que las TIG no son exclusivas de la geografía, sino que se utilizan también en otras ciencias, tales como las que enumeran: geología, ecología, edafología, geofísica, ingeniería forestal, e ingeniería ambiental. Reconocido eso, puede plantearse la siguiente pregunta: ¿sería imaginable que alguien concursara a una plaza de profesor titular de edafología o de ecología con un programa dedicado exclusivamente a las TIG? Es de los problemas biológicos de los que se parte para realizar una observación microscópica en biología; y, de forma similar, es también de problemas geográficos de los que debe partirse para decidir la aplicación de TIG en edafología, en geografía o en ecología. Precisamente, son esos problemas los que diferencian a unas disciplinas científicas de otras.
Puede aceptarse sin dificultades que “las cuestiones territoriales objeto de consideración por los geógrafos demandan no solo ideas y conceptos sino también técnicas de análisis”. Pero lo inverso es probablemente más cierto todavía, a saber: que las cuestiones territoriales objeto de consideración por los geógrafos demandan no solo técnicas de análisis, sino también –y sobre todo- ideas y conceptos. El problema es que éstos faltan en ocasiones no solo en los trabajos de los especialistas –que en algún caso son una simple exploración para una posible aplicación de técnicas- sino, y sobre todo, en algunos programas de estas asignaturas que he tenido ocasión de examinar. En lo cual seguramente están de acuerdo los autores ya que escriben que contribuiría muy positivamente a la mejora de la situación en España el hecho de que “el interés por las TIG se trasladara desde los aspectos puramente técnicos –sin restarles importancia- hasta la consideración del reto de los temas intelectuales”. Lo cual, añaden (citando a J. Monk) que “acortaría las distancias entre estos especialistas y otros geógrafos”.
Todavía más, citando
otra vez el texto de los once autores, no cabe duda de que “la ciencia
geográfica debe aportar los fundamentos teóricos necesarios
para el adecuado manejo de las técnicas que le son propias, entre
ellas las TIG”. Desde esa perspectiva, parece razonable que al concursante
que aspira a ser habilitado como profesor titular de geografía humana
se le pida que explicite los fundamentos teóricos generales que
van a guiar la aplicación de las técnicas que domina.
Bibliografía
CAPEL, Horacio. Quo vadis Geographia? La geografía española y los concursos para la habilitación del profesorado universitario. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, 2003, vol. VIII, nº 469, 25 de octubre de 2003 <http://www.ub.es/geocrit/b3w-469.htm>
CHUVIECO, Emilio, Joaquín, BOSQUE, Xavier PONS, Carmelo CONESA, José Miguel SANTOS, Javier GUTIÉRREZ PUEBLA, María Jesús SALADO, María Pilar MARTÍN, Juan DE LA RIVA, José OJEDA, y María José PRADOS. ¿Son las tecnologías de la Información Geográfica (TIG) parte del núcleo de la Geografía? Boletín de la Asociación Española de Geógrafos, 2005, nº 40, p. 35-55
SUNYER MARTIN, Pere.
La
configuración de la ciencia del suelo en España (1750-1950).
La delimitación de un nuevo objeto de estudio y el proceso de institución
de una nueva comunidad científica. Madrid: Ministerio de Agricultura/Doce
Calles, 1997. 480 p.
Notas
[1]Capel 2003.
[2]Sunyer
Martín 1997.
© Copyright: Horacio Capel,
2005
© Copyright: Biblio 3W,
2005
Ficha bibliográfica
CAPEL, H. Las TIG en los concursos de habilitación para profesores titulares de geografía humana. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. X, nº 620, 15 de diciembre de 2005. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-620.htm>. [ISSN 1138-9796].