Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona, nº 6, 15 de enero de 1996 |
ZAMORA ZAMORA, M. C. Cómo se construye un desierto. Aprovechamientos tradicionales de los montes en la comarca del Campo de Cartagena. Tesis Doctoral dirigida por el Dr. Francisco Calvo García-Tornel. Universidad de Murcia, 1996, 2 tomos. 663 p.
Esta Tesis doctoral ha sido dirigida por el Dr. Francisco Calvo García-Tornel, Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Murcia, y defendida en el Departamento de Geografía el día 10 de diciembre de 1996. El objeto de esta reseña es dar una información de carácter general sobre el contenido de dicha Tesis.
La comarca de la región de Murcia conocida como el Campo de Cartagena es una llanura que desciende suavemente hacia el mar desde una cordillera Prelitoral de dirección E-NE -que alcanza los 1065 m en Carrascoy, pero que en general no rebasa los 645 m.-, y queda separada del Mediterráneo al sur por unas montañas litorales de 300 a 500 m de altura, que se levantan directamente sobre el mar. La llanura queda abierta hacia el Este, en donde se extiende una laguna litoral, el Mar Menor, separada el mar por una restinga, La Manga. En esa dirección O-E se orienta, en general, la red fluvial constituida por ramblas de circulación esporádica.
Se trata de una comarca de clima típicamente mediterráneo. Las temperaturas medias anuales oscilan entre 17 y 18ºC, con una amplitud térmica de 14 a 15ºC. Las lluvias, por su parte, se sitúan en unos 300 mm al año, con el típico régimen de sequía veraniega y precipitaciones equinocciales. A estas condiciones corresponde una vegetación también mediterránea, en la que, sin embargo, pueden distinguirse varias formaciones: la de las sierras litorales y prelitorales, con una vegetación muy adaptada a la sequedad y al calor, aunque con la típica distinción entre solana y umbría; la de los saladares, lugares con encharcamiento frecuente y gran salinidad; la de los arenales costeros, en especial la Manga; la de las ramblas; y finalmente, la vegetación de la llanura.
Aunque la percepción del clima puede dar lugar a una idea de degradación continua de las condiciones pluviométricas, la comarca ha tenido, en lo esencial, un clima semejante durante todo el cuaternario, y especialmente desde que finalizó el último período glacial. De manera semejante, las formaciones vegetales dominantes han sido de carácter mediterráneo desde el plioceno, pero se vieron afectadas por las oscilaciones climáticas.
En el período interglacial en que nos encontramos, la documentación arqueológica e histórica permite registrar leves episodios de enfriamiento, como la "pequeña edad glacial" del XVII, y sobre todo un rasgo que sigue siendo todavía esencial, la gran irregularidad pluviométrica, con sequías, que provocan la pérdida de las cosechas, e inundaciones, que producen grandes destrozos. La autora recoge gran cantidad de testimonios históricos que existen sobre el tema desde la edad media y añade otros tomados del archivo municipal de Cartagena, del que procede la base documental fundamental de la Tesis.
La autora advierte que el concepto de sequía va ligado a las cosechas, es decir a la oportuna caída del agua en el período vegetativo de las plantas, o bien a la existencia de precipitaciones que caen a destiempo; pero esas situaciones pueden no perjudicar de la misma manera a una vegetación xerofítica adaptada a las condiciones de sequedad y calor y que puede aprovechar las lluvias en cualquier momento que se produzcan.
En la Tesis se muestra, a partir de documentación bibliográfica de carácter arqueológico, que el proceso de degradación de la vegetación de la comarca se inició ya en la época prehistórica, y especialmente en el neolítico, en el que se produjeron fenómenos erosivos y de desertización como consecuencia de la presión de grupos humanos que fueron grandes consumidores de los productos del monte. Se acentuó con la romanización, cuando la explotación de las minas en la sierra de Cartagena exigió grandes cantidades de madera para la combustión en las fundiciones y para la construcción de los túneles. En su conjunto la región fue conocida como Campus Spartarius, lo que indica la importancia de esta especie (Stipa tenacissima) y, por consiguiente, de condiciones de aridez semejantes a las actuales.
Durante la época visigoda y musulmana la menor presión humana sobre la vegetación permitió una cierta reconstitución de ésta, y el desarrollo de una maquia espesa que, de hecho, solo volverá a verse seriamente afectada a partir del siglo XVI. Tras la conquista de la región por el reino cristiano de Castilla a mediados del siglo XIII abundan los testimonios de la existencia de masas boscosas en la áreas montañosas de la región murciana, de la presencia de osos, jabalíes, encebras y hasta ciervos. El estudio de la toponimia medieval permite comprobar la variedad de especies vegetales típicas de la vegetación mediterránea que se encuentran en el Campo de Cartagena. Aunque la comarca estaba muy poco poblada, a excepción de la ciudad de Cartagena, el aumento de la presión ganadera y cazadora sobre esos recursos naturales dio lugar a la promulgación de las primeras normas legales para la protección del bosque y de la caza. Desde las disposiciones de Alfonso X en las Cortes de Valladolid en 1256, para proteger los montes de encinas en Castilla, ordenando que "al que lo fallaren faciendo, que lo echen dentro", hasta las Ordenanzas para la Guarda del Campo de Murcia (que se extendía hasta el campo de Cartagena) y diversas disposiciones del concejo de Cartagena, todo un conjunto de medidas legales trataron de proteger la vegetación natural de la región.
A pesar de la escasa población que había durante la Baja Edad Media, los usos humanos del bosque y de la vegetación natural en general fueron variados. El mas importante se relaciona con el aprovechamiento de las dehesas para el pastoreo trashumante procedente de regiones interiores de Castilla. La propiedad de los pastos había sido considerada comunal en los privilegios otorgados por Alfonso X, aunque muchos de ellos fueron pasando luego a ser considerados bienes de propios; por ello las ciudades, y concretamente Cartagena, obtenían beneficios del arrendamiento de dichas tierras.
Pero la vegetación natural permitía otros aprovechamientos. También se explotaba la grana, colorante obtenido de la hembra de un insecto, la cochinilla, que crecía sobre la coscoja; dicho colorante daba lugar a un comercio rentable, muy reglamentado en el siglo XIV y en el que destaca la exportación a Italia. La barrilla, obtenida de diversas sosas barrilleras que crecían en los saladares y utilizada en la fabricación de vidrio y jabones, daba lugar asimismo a un floreciente comercio que sólo se vería afectado por la fabricación de productos químicos alternativos en el siglo XIX. La lentisquina o aceite de lentisco era utilizada para iluminación. El esparto seguía siendo usado con fines múltiples, especialmente para la construcción de sogas y recipientes, redes y calzados.
La fauna era asimismo ampliamente usada. Desde conejos y perdices, para cuya protección se estableció una dehesa por el concejo de Cartagena en 1473, hasta los caracoles, muy consumidos por la población y para cuya protección hubo que establecer cotos y vedados en 1501. La autora enumera y comenta las numerosas medidas para la protección de la caza que se establecieron durante la Baja Edad Media.
Durante ese período los riesgos que afectaban al bosque eran varios: ant todo la producción de carbón, que no solo suponía consumo de árboles, sino graves riesgos de incendio, por lo que se dictaron rigurosas medidas para su control; después, las roturaciones para la obtención de espacio agrícola, las cuales van aumentando con el crecimiento de la población; finalmente las plagas, y especialmente las de langosta, que afectaban a los cultivos y a la vegetación natural.
Durante los siglos XVI y XVII la situación fue semejante en muchos aspectos, aunque el aumento de la población y de la actividad industrial en la ciudad de Cartagena aumentó la presión sobre el medio natural. Las áreas montañosas seguían teniendo amplias formaciones forestales, especialmente de pinos y, en Carrascoy, encinas, pero la comarca en su parte mas llana estaba en su mayor parte ocupada por un enorme lentiscar, con dominio del lentisco (Pistacia lentiscus L.). Abundaban también los acebuches y enebros, así como el esparto, y en el sector inundable y semipantanoso cercano a Cartagena conocido como el Almarjal cañares, carrizos y plantas salitrosas como la sosa (Salicornia fructicosa L.).
El aumento de la presión demográfica se tradujo durante esos siglos en un incremento del consumo de leña, indispensable no solo para el consumo doméstico (directamente o convertida en carbón) sino también para la combustión en la fabricación de jabón, a partir de la barrilla, y para la fabricación de bizcocho, utilizado por las embarcaciones que salían del puerto, que fue base de numerosas expediciones militares en esos siglos. Esa actividad naval, y la construcción urbana, suponía igualmente una fuerte demanda de madera, y estimuló también una sobreexplotación de las masas forestales de las montañas. El concenjo de Cartagena intentó controlar la explotación del monte, pero fue frecuentemente incapaz de hacerlo, por las presiones del poder real que deseaba cubrir las necesidades del puerto. Gracias al riguroso regsitro de los permisos para la corta podemos conocer hoy el destino de la madera: además de los usos ya citados se empleaba en la construcción de casas, construcción de barcas, emparrados, quema de barrilla, norias y molinos.
Durante el siglo XVI y XVII el pastoreo siguió siendo importante y afectó también decisivamente al retroceso de la vegetación natural, monte bajo y herbazal. Las quemas para ampliar los pastos siguieron afectando a dicha vegetación, sin que pudieran ser evitadas por el concejo, que obtenía, además, grandes beneficios del arriendo de los pastos. Finalmente, el incremento de las roturaciones para uso agrícola y la intensificación de los usos tradicionales hizo que, en conjunto, la vegetación natural se viera afectada por una sobreexplotación que afectó a su desarrollo. Y ello a pesar de una amplia panoplia de medidas legales generales (de los Reyes Católicos en 1496, de Carlos I en 1518, de Felipe II en 1558, de Felipe III en 1601 o de Felipe IV en 1632) y municipales (de Murcia en 1533, de Cartagena en 1588, 1601, 1602, 1604, 1621) tendentes a su protección. Desde 1588 se intentó también realizar repoblaciones en los montes de Cartagena siguiendo órdenes reales, en este caso de Felipe II, y en 1626 de Felipe III.
Pero el retroceso de la vegetación natural experimentaría todavía un mayor avance durante el siglo XVIII, y especialmente tras la conversión de Cartagena en la capital del Departamento Marítimo del Mediterráneo (1728) y la construcción en esa ciudad de un importante arsenal militar (1749). Las necesidades de la marina y de las actividades económicas de una población creciente afectarían de forma irreversible al monte, por el extraordinario consumo de madera, que tuvo que ser casi desde el primer momento importada de otras regiones españolas e incluso de Italia. Al mismo tiempo, las necesidades de la marina real estimularon también una política de control de la vegetación forestal y de plantíos, es decir de repoblaciones, lo que determina un aumento de la documentación disponible. Se dispone así de una exactas estimaciones de la riqueza maderera, que han sido explotadas por la autora y que nos permiten seguir el proceso de aprovechamiento intensivo que conduce a la casi total desaparición de la cubierta arbórea que aún se conservaba en la sierras litoral y prelitoral. La Tesis hace alusión a los conflictos de jurisdicción planteados entre la Marina y el concejo de Cartagena, con triunfo siempre del poder real; a la puesta en funcionamiento de una rigurosa legislación para la conservación de los montes, con vistas a las necesidades de la marina (por ejemplo, la obligación de plantar tres árboles por cada uno cortado, la creación de viveros, la regulación de la escarda o limpieza del bosque o la institución de un servicio de guardabosques); y a la continuidad de los aprovechamientos tradicionales, entre los cuales alcanzó su máximo desarrollo el de las plantas barrilleras, que pasaron a ser objeto de cultivo.
El golpe final a la vegetación natural se daría finalmente durante el siglo XIX cuando tras la desamortización de los bienes de la Iglesia (1835) y de los bienes comunales y de propios de los concejos y del Estado (1855), amplias extensiones de tierra pasaron a manos privadas y sus dueños pudieron decidir libremente el uso de los recursos que contenían. Ello coincide con un fuerte desarrollo de la minería en la sierra de Cartagena y con un aumento de la actividad industrial y de la población de la comarca, que llega a tener unos 50.000 habitantes a mediados del siglo XIX y aumenta fuertemente en los años siguientes. Se explica que la presión sobre la vegetación natural aumentara de tal forma que acabara prácticamente con ella. Solo la actuación del Estado a través de la nueva corporación técnica de los Ingenieros de Montes introduciría políticas de explotación racional y de repoblación que tratarían de poner remedio a la situación. Espacios que habían sido de aprovechamiento comunal desde la Edad Media pasaron ahora a manos privadas y a ser explotadas según la lógica del propietario; eso que dio lugar a movimientos de protesta del concejo, aunque sin grandes resultados, lo que tal vez puede explicarse por las imbricaciones que tenían con el poder político municipal algunos de los grandes beneficiarios de estas ventas.
La Tesis fue defendida ante un tribunal constituído por los siguientes miembros: Presidente: Dr. Horacio Capel, Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona; Vocales: Dr. Angel Luis Molina Molina, Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Murcia; Dr. Andrés Sarasa, Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Murcia; Dr. José Fernando Vera Rebollo, Catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante; y Dr. Martin Lillo Carpio, Profesor Titular de Geografía Física de la Universidad de Murcia. La Tesis obtuvo la calificación de Apto cum laude.
La defensa de la Tesis dio lugar a un amplio debate en el que se plantearon cuestiones de interés. Entre ellas, la posibilidad de utilizar el concepto de cuenca hidrográfica para el Campo de Cartagena, la definición del término "desierto", en el que algunas veces domina el sentido de despoblado y otras el de aridez, o el interés de las diversas fuentes que pueden utilizarse en geografía histórica para la reconstrucción del paisaje. Dichos debates fueron suscitados por el interés de una investigación que deseamos pueda estar en condiciones de publicarse en plazo breve.
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