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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. IX, nº 529, 20 de agosto de 2004

WITTGENSTEIN Y LA GEOGRAFÍA CUANTITATIVA CONTEMPORÁNEA

Francisco J. Tapiador
Universidad de Lleida


Wittgenstein y la geografía cuantitativa contemporánea (Resumen)

La reciente relectura de Wittgenstein de Michael Luntley (2003) ofrece una visión coherente del autor vienés, en la que se rastrea la negación de la teoría animatoria del sentido tanto en el primer Wittgenstein del Tractatus como en el de las Investigaciones Filosóficas, lo que supone una novedad respecto a la visión tradicional de los dos Wittgenstein. Esta nueva interpretación tiene implicaciones para las ciencias sociales y en la geografía en particular, algunos de los cuales pueden ser invocados para situar a la geografía cuantitativa en su contexto epistemológico. El objeto de este artículo es mostrar como, detrás de las ideas de Wittgenstein y de su método de disolución (más que de solución) de los problemas filosóficos, residen una serie de elementos de interés geográfico que pueden servir para esclarecer el lugar de la geografía cuantitativa en la geografía, elucidando al mismo tiempo algunos aspectos de la tarea y ámbito de la geografía en general.

Palabras clave: epistemología, geografía cuantitativa, Wittgenstein


Wittgenstein and the contemporary quatitative geography (Abstract)

Luntley (2003) offers a new interpretation of Wittgenstein's philosophy, one aimed at displaying a coherent vision of the author from his Tractatus to the Philosophical Interpretations. This represents a novelty on the classical, twofold approach. Luntley's interpretation has some implications in social sciences and geography, and can elucidate the role of quantitative geography in its epistemological context. The aim of this paper is to show how behind Wittgenstein's method of dissolution-more-than-solution of philosophical problems, a series of geographical elements appear. These elements can thus be used to clarify the role of quantitative geography in geography, showing at the same time the place of geography in a general sense.

Key words: Epistemology, Quantitative Geography, Wittgenstein


El interés de la reciente obra de Michael Luntley radica en que es capaz de persuadirnos de que existe una línea de pensamiento coherente entre en primer Wittgenstein, el que se retiró a dar clases a una escuela rural después de haber afirmado resolver todos los problemas filosóficos con su Tractatus (Wittgenstein, edición de 1974), y el segundo, el que volvió a Cambridge en 1929 a continuar haciendo filosofía. Esta unidad es importante ya que, por un lado, permite que muchos de los epígonos que se convencieron con el Tractatus encuentren una continuidad de ideas en su trabajo posterior, lo que enriquece su análisis; y por otro, más importante, ofrece una perspectiva unitaria de la filosofía del hombre que revolucionó nuestra manera de enfrentarnos a los problemas filosóficos -y por tanto a los epistemológicos y gnoseológicos.

A lo largo de los ocho capítulos investigados a partir del archivo de Bergen [1], Luntley desarrolla su tesis de que, según Wittgenstein, la gramática -en sentido lógico, es decir, la manera en la que se engarzan los símbolos- depende de la perspectiva apriorística, es decir, que las condiciones para la posibilidad de la intencionalidad no consisten en un cuerpo de conocimiento teórico (una epistemología) sino en un conocimiento perceptivo que se basa en una elección apriorística del marco de referencia que se construye mediante el juicio del ser en el mundo (cfr. Wittgenstein 1967).

El trabajo de Luntley sostiene que el argumento maestro de Wittgenstein posee dos aspectos, uno negativo y otro positivo. Según el primero, el rechazo de las teorías animadoras de sentido se realiza a través de la crítica a la iteración infinita que se produce ya sea escogiendo una fuente platónica de sentido, una cartesiana o una social; y a través también del problema que surge al intentar capturar los patrones independientemente de la voluntad. Así pues, la concepción dual de considerar al significado como compuesto de

[signo + reglas normativas de uso]

conduce, o bien a un inferialismo como el de Brandom (1994), en el que la norma indica cómo se combinan los símbolos simples para formar proposiciones complejas; o al representacionismo, es decir, a considerar al signo como representación de una realidad exterior. Para Wittgenstein, sin embargo, la disyuntiva entre ambas visiones no se puede resolver si no es recurriendo al ser como aquel que se sirve del signo, es decir, a un voluntarismo que Wittgenstein discute que es anterior al uso.

La fase positiva del argumento consiste en situar los tres modelos de la fase negativa en el contexto de la intencionalidad, y es aquí donde el pensamiento de Wittgenstein entronca con los con la epistemología geográfica. El mismo Luntley reconoce la enorme influencia de Wittgenstein en las humanidades y ciencias sociales, aunque afirma que una gran parte de esta influencia se debe en ocasiones a errores de apreciación o lecturas desinformadas que pretenden que de su ataque al cartesianismo personal se derive una concepción social de la praxis, la mente y el significado, lo que se aleja de la lógica planteada tanto en el Tractatus como en sus obras posteriores.

El interés geográfico

El interés geográfico por la obra de Wittgenstein ha sido notable (Curry 1989, Janik y Veigel 1998, Strik 1998, Curry 2000, Wall 2000, Harrison 2002), y se refiere en su mayor parte a cuestiones epistemológicas que han servido para justificar las visiones más dispares, lo que no es sorprendente, ya que el núcleo básico de su filosofía, más que ofrecer un sistema que pueda ser apropiado o reconocido por los que le vindican, representa una postura sobre el conocimiento: el conocimiento depende de la voluntad del que intenta conocer, como también dependen de esta voluntad la propia posibilidad y límites de éxito de la búsqueda.

En concreto, Harrison (2002) ha intentado mostrar el papel del modus operandi del segundo Wittgenstein, el de la crítica del seguimiento de la reglas en geografía humana, como medio de conseguir nuevas vías de enfrentarse a los problemas geográficos más allá de una explicación que a su entender deja a un lado el sentido y el conocimiento. Esta interpretación es sin duda posible gracias a la indudable opacidad de Wittgenstein, que permite que las interpretaciones de sus (a propósito) oscuras obras puedan diferir lo suficiente como para defender posturas epistemológicas opuestas. De hecho, algunos han encontrado paralelismos entre el pensamiento de Wittgenstein y el de Derrida, mientras que toda una escuela ha defendido un aparente sesgo antiteorético y anticientífico de Wittgenstein, ligado al análisis de problemas concretos, y basado en una lectura particular del Tractatus. No obstante, esta última interpretación obvia que una de las claves del pensamiento de Wittgenstein es mostrar que incluso una visión antiteorética de la filosofía es una visión teorética de la filosofía, y por tanto, un mero problema gramatical del que se debe huir, algo que Luntley ha rastreado como el leit-motiv del pensamiento del autor. Así, la solución no estaría en encontrar la verdad siguiendo uno u otro método, sino en tratar los problemas concretos partiendo de una postura apriorística que define el marco de referencia, el lenguaje -los símbolos-, y por tanto el tipo de resultados que se pueden obtener; y es en este sentido que la filosofía de Wittgenstein aparece como un elemento clave para conjugar diferentes aproximaciones al fenómeno geográfico. Mucho más allá de la pobreza intelectual del enfoque de Kuhn en ciencias sociales (cfr. Ovejero Lucas 1997), Wittgenstein demostraría con su fino análisis que es posible la coexistencia (o la sucesión) de paradigmas -aquí no en el sentido de Kuhn- debido a que todos ellos aparecen a partir de diferentes voliciones analíticas a priori.

El Tractatus no es una obra para el análisis, sino una demostración práctica, es decir, un ejemplo de cómo los problemas filosóficos se disuelven cuando se ponen de relieve los apriorismos (las reglas de lectura de los signos, o, en la terminología de Wittgenstein, la gramática) y se explicitan los signos (i.e. las palabras). El objeto de la obra es demostrar que los problemas filosóficos son tan sólo aparentes y ligados a un desconocimiento de la lógica del lenguaje en la que se expresan dichos problemas. La pretensión de Wittgenstein, cuando publicó la obra en 1922, de haber resuelto todos los problemas de la filosofía se apoya en su convencimiento de que la tarea del filósofo no consiste en elucidar complicados problemas, sino es mostrar la lógica del lenguaje con claridad, resolviendo, en dicho camino los problemas filosóficos, que son tan solo aparentes.

La visión de Wittgenstein

El núcleo de la visión moderna de Wittgenstein reside en que el mundo, para Wittgenstein, está compuesto por hechos que encajan en una perspectiva anterior a todo conocimiento, y que es intencional. La dualidad entre el inferialismo y el representacionismo se resuelve a través de evitar que los signos se refieran a una realidad exterior, devolviéndoles su lugar como signos de uso. Para que los signos ejerzan su función sin caer en dicha dualidad, Wittgenstein (siempre según Luntley) afirma que el uso de los signos se ejerce desde una voluntad (la nuestra) que surge del posicionamiento del sujeto como juez de una realidad a la que el sujeto desea dotar de sentido. Sólo en esta voluntad de dotar de sentido se resuelve el dualismo, ya que las reglas de uso del signo no necesitan una referencia exterior, sino que son proporcionadas por el que los usa.

Dicho de otra manera, la observación sólo es posible si, anteriormente, se desea dotar de sentido a lo que se observa. En otro caso, la observación será inane -como sería el caso, supuestamente, de los animales, que percibirían pero no entenderían el mundo-. La estructura de la realidad, pues, no surgiría de la observación de los objetos y de las acciones, sino que es pre-supuesta antes de empezar la observación. La estructura no se descubre, sino que es una conditio sine qua non para que la propia observación pueda tener lugar: la razón por la que observamos patrones es porque sólo podemos observar lo que cuenta con un patrón, no porque deban existir necesariamente patrones en la naturaleza. Cobra así sentido pleno la célebre cita de Einstein en la que se afirma que lo más incompresible del mundo es que sea comprensible; siguiendo a Wittgenstein (1967, 1975), el mundo es comprensible precisamente porque es nuestra voluntad (o nuestra necesidad para "estar en el mundo") hacerlo comprensible, lo que conduce a un problema epistemológico de mayor calibre (no reflejado en la tesis de Luntley), que es el establecimiento de la relación que existe entre nuestro conocimiento del mundo -no sólo el actual, siempre limitado, sino todo el que nos sea humanamente posible- con la realidad del mundo, y si esta relación es cognoscible. La diferencia entre el tratamiento que ofrece Wittgenstein y el relativismo o el behaviourismo es el papel de voluntad del agente [2], que es el que dota al análisis de un sentido determinado (además de que para Wittgenstein el análisis consiste en un mero juego lingüístico).

Si la respuesta al problema de la relación entre interpretación y realidad sólo puede ser metafísica, la pregunta carece de importancia científica. De lo contrario, y si pudiéramos probar que nos encontramos ante una proposición indecible en sentido godeliano (Gödel 1931), sería posible establecer también que la intencionalidad no tiene por qué ser exterior al binomio [signo + reglas normativas de uso], sino que puede ser interior a él pero indecible.

El lugar de la geografía cuantitativa

La intencionalidad como fuente de gramática es crucial para derivar consecuencias epistemológicas en ciencias sociales, en general, y en geografía, en particular. La posición de Wittgenstein es clara: la observación es posterior a la gramática -esto es, al conjunto de reglas que permite la interpretación de las variables. Lo que es observado depende, pues, de un marco teórico de referencia que ha de ser establecido a priori. Aunque el interés de Wittgenstein no es la creación de una epistemología (sino todo lo contrario), a partir de sus descubrimientos es posible derivar una consecuencia epistemológica inmediata aplicable a la geografía, a saber: que detrás de cada investigación geográfica existe un orden voluntario anterior, una manera de observar la realidad, que no puede ser establecida a través de la praxis de ese sistema, sino que la precede. Según sea ese marco, estaremos ante una manera u otra de entender el conocimiento y la práctica geográficas; maneras que, lejos de oponerse entre sí, y dado su carácter apriorístico e intencional, discurren paralelamente en su construcción de la geografía, sin que sea por lo tanto necesario establecer ningún tipo de oposición entre ellas por más que sus presupuestos sean radicalmente diferentes.

El salto lógico siguiente consiste en categorizar este marco apriorístico de conocimiento como o bien objetivo o subjetivo. Es bien sabido que Wittgenstein trató de evitar en filosofía el recurso a lo subjetivo para huir de la vacuidad del solipsismo. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, la práctica de un marco solipsista al binomio de los signos y de su uso no tiene por qué conducir necesariamente a la nada filosófica, sino a una manifestación artística. De hecho, se puede argüir que el interés de una obra de arte radica precisamente en que dicha obra haya aportado un nuevo marco que anima al sistema de signos y genera una nueva gramática. El peligro del solipsismo filosófico en el arte es nulo, ya que una obra artística no es una estructura lógica del que se deban extraer consecuencias o interpretaciones, sino un acto, un objeto nuevo en el mundo. La tarea del artista sería creacionista, no discursiva [3]. El artista ejerce una nueva voluntad de orden que se traduce en un nuevo objeto (mientras que, por otro lado, los discípulos y seguidores se limitarían a aplicar la voluntad de orden de otra persona, el verdadero creador, al mismo conjunto de signos).

Así pues, las posibilidades de la práctica a través del marco subjetivo conducirían a las artes (figura 1). La famosa proposición séptima del Tractatus ("lo que no se puede decir, es mejor no decirlo")no es una frase que pretenda ser ingeniosa, ni un ejercicio de pereza intelectual, sino un reconocimiento humilde de que aquello que no pueda ser expresado según una lógica no es objeto de investigación -lo que no quiere decir que no sea valioso: las proposiciones inefables a las que recurre la metafísica o la teología pueden ser sumamente importantes para algunos humanos, pero no son del interés ni de la filosofía ni de la ciencia. El artista, por el contrario, no dice, sino que actúa, lo que también podría considerarse como una segunda lectura de la proposición de Wittgenstein. Por otra parte, a través del marco objetivo se accedería a la ciencia y al conocimiento (que es como traduzco el alemán Wissenschaft, mucho más preciso).

Figura 1
Esquema conceptual de los marcos apriorísticos del conocimiento y sus modos de conocimiento derivados

La diferencia entre las ciencias y el conocimiento residiría en el grado de formalización del lenguaje de unos y otros. La ciencia se expresa en lenguaje matemático, lo que permite derivar proposiciones que no serían fácilmente expresables según un saber discursivo, y que son además precisas, porque los problemas de que trata permiten esa posibilidad. Los conocimientos, o saberes, que se expresan por palabras según una gramática compartida por la mayoría, estarían, sin embargo, sujetos a los problemas que Wittgenstein pretendía elucidar en su Tractatus, y que no son otros que problemas lingüísticos. Algunos párrafos de las Investigaciones Filosóficas son especialmente iluminadores. En la sección 90, Wittgenstein sostiene que la investigación filosófica es una investigación gramatical cuya tarea es arrojar luz sobre los problemas mostrando los malentendidos -que son producidos por un uso incorrecto de las palabras, no por verdaderos problemas filosóficos- una de cuyas causas es el uso de analogías entre diferentes ámbitos lingüísticos. Esta confusión es especialmente patente en geografía: baste citar el uso de la analogía con la ley de la gravedad de Newton de algunos modelos geográficos que Wilson (1970) demostró hace tiempo como incorrecta; la sorprendente mixtificación del principio de incertidumbre para cuestionar los métodos cuantitativos, o el recurso a apropiarse el lenguaje de la teoría de la relatividad para dar un barniz científico a afirmaciones que nada tienen que ver con dicha teoría, por no mencionar los problemas de traducción, o la proclividad a la retórica de algunas lenguas.

Siguiendo este esquema, los modos de conocimiento de la realidad, el artístico, el científico y el conocimiento, no sólo serían igualmente válidos desde la perspectiva de la teoría de la negación animatoria del sentido, sino que se complementarían. Desde el punto de vista de la geografía cuantitativa, es decir, desde la geografía entendida como ciencia según un esquema objetivo en su vertiente lógico-matemática, el enfoque puramente lógico (que podríamos denominar el enfoque cualitativo) ofrecería un corpus de conocimiento valioso en el que se explicitan muchas de las variables que intervienen en el tratamiento del problema, así como las relaciones que se pueden establecer entre ellas. El enfoque subjetivo, por otra parte, podría a veces ofrecer nuevas perspectivas para una formalización creativa de los problemas (como sucedió, por ejemplo, con la traslación de nociones estéticas a la formalización geométrica de la razón aúrea y a los desarrollos posteriores en ingeniería de inspiración biológica). El último estadio del conocimiento, el del saber geográfico, podría, a su vez, servirse de los instrumentos y elucidaciones de la geografía cuantitativa y de la aproximación artística para su propósito de síntesis y de aprehensión.

Desde esta lógica, el interés del geógrafo cuantitativo no sería la búsqueda de la verdad geográfica, sino el análisis del juego lingüístico (formalizado matemáticamente) que describe el mundo desde la postura apriorística que lo concibe según un esquema objetivo formalizable. Este juego -en la terminología de Wittgenstein- es lo que se denomina análisis geográfico, juego cuya estructura interna estaría previamente definida por la voluntad del agente de dotar de sentido en clave matematizable a los problemas geográficos. El juego de la postura objetiva con formalización lógica, por otro lado, implicaría una voluntad de explicar los problemas según el uso corriente del lenguaje que utilizamos para comunicarnos, lo que permitiría en este caso transladar dichos problemas al público en general, que es un aspecto del que adolecería el enfoque cuantitativo desde el posicionamiento cualitativo.

Es en este contexto donde cabe insertar la apropiación -para algunos espuria- de Wittgenstein por parte de los positivistas del círculo de Viena, que se justificó en el interés de evitar la confusión a que conduce el discurso en la investigación cualitativa y sustituirlo por una formalización matemática inambigua. Wittgenstein nunca llegaría a explicitar en su esquema que el único lenguaje inequívoco es la matemática, aunque se encontraba bien al corriente de los trabajos de Frege, al que cita en el prefacio del Tractatus, y sobre todo de Bertrand Russell, la persona que más influyó para que abandonara su profesión de ingeniero para convertirse en filósofo, pero no compartía el interés del primero en la lógica y en la matemática. El interés de Wittgenstein se encontraba más ligado con la posibilidad de aplicar su no-método a la religión y la ética, que fueron sus preocupaciones personales durante toda su vida. A pesar de la influencia personal de Russell e intelectual de Frege, Wittgenstein prestó poca atención a estas cuestiones, para centrarse en la ética y en la gnoseología.

Se podría decir, para terminar, que la mayor parte del trabajo de Wittgenstein consiste en un intento de establecer una gnoseología de la epistemología, más que a resolver problemas concretos, aunque, en nuestro caso, sus logros intelectuales puedan servir para elucidar problemas geográficos y situar las prácticas geográficas en sus contextos epistemológicos.

Notas

[1]Disponible en internet en http://helmer.aksis.uib.no/wab/

[2] Es conocido que cShopenhauer era uno de los autores preferidos de Wittgenstein, cuyos tardíos estudios filosóficos asistemáticos le llevaron a elegir a ciertos autores en detrimentro de otros.

[3] Debo a la doctora Mercedes Arroyo una precisión relativa al papel del intérprete artístico, el cual ejercería una labor que podría considerarse como creacionista o también de transmisión de un arte.

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© Copyright: Francisco J. Tapiador, 2004
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Ficha bibliográfica

TAPIADOR, F. J.  Wittgenstein y la geografía cuantitativa contemporánea. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. IX, nº 529, 20 de agosto de 2004. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-529.htm]. [ISSN 1138-9796].


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