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REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. VII, nº 413, 30 de noviembre de 2002 |
THROWER, N.J.W. Mapas y civilización.
Historia de la cartografía en su contexto cultural y social.
Barcelona: Ediciones del Serbal, 2002, 339 p. ISBN 84-7628-384-9
Joan Capdevila i Subirana
Ingeniero Geógrafo. Instituto
Geográfico Nacional.
joancap@arrakis.es
Palabras clave: Historia de la cartografía, representaciones espaciales, interdisciplinariedad
Key words: Cartography history, spatial representations, interdisciplinariety
Es plausible pensar que todas las civilizaciones han sentido la necesidad de representar los fenómenos espaciales (imaginarios, abstractos, físicos, sociales...) de forma gráfica, bien sea por cuestiones religiosas, prácticas, didácticas o simplemente por pura satisfacción intelectual. De hecho, su universalidad es afirmada en la presente obra al constatar que la cartografía aparece de forma independiente en sociedades aisladas. Así pues, el mapa es una manifestación cultural y, como tal, es fruto y reflejo de cada tiempo y de cada civilización.
Norman J.W. Thrower, nacido en Inglaterra pero cuya actividad científica se ha desarrollado en los Estados Unidos, es profesor emérito del Departamento de Geografía de la University of California y un reconocido especialista en cartografía y su historia. La presente publicación, traducida por el profesor de Historia de la Cartografía de la Universidad de Barcelona Francesc Nadal, corresponde a la segunda edición americana de 1999, que es a su vez una versión ampliada de la obra Maps and Man, publicada en 1972 en forma de manual universitario. Desde entonces han evolucionado los estudios sobre historia de la cartografía y la propia cartografía, por lo que la presente edición ha ganado en extensión y actualidad con respecto a sus predecesoras.
En palabras de su autor, se trata de una obra sobre mapas más que sobre cartografía, centrándose en su naturaleza y su desarrollo. Será un catálogo de mapas escogidos, ejemplares, relevantes, no un catálogo minucioso. No se enseña a confeccionarlos, sino más bien sobre su apreciación y su sentido. Desarrolla el papel que han desempeñado los mapas en áreas tales como la exploración, la guerra, la administración y la ciencia. Aún así, el autor desarrolla o esboza algunas otras historias relacionadas con el mapa, necesarias para entender su evolución: comenta los puntos relevantes en las aportaciones de la geodesia, de la cartografía matemática, de las técnicas de impresión, de las teorías de la percepción, de la fotogrametría, de la informática, de los satélites artificiales, etc. El ámbito temporal de la obra abarca desde las muestras cartográficas prehistóricas hasta la producción más reciente y el ámbito espacial está centrado principalmente en los desarrollos occidentales, aunque menciona también las tradiciones cartográficas de otras culturas hasta el momento en que asimilan las occidentales. La obra consta de nueve capítulos, que desarrollan la historia de los mapas de forma cronológica, y está profusamente ilustrada, aunque tan solo en blanco y negro para evitar un excesivo encarecimiento del libro. Se complementan con cuatro apéndices: en el A se lista una selección de las proyecciones cartográficas más conocidas; en el B encontramos una breve lista de definiciones de isolíneas; en el C un glosario de los términos técnicos que aparecen a lo largo de la obra y el apéndice D es una aportación del traductor, Francesc Nadal, titulada "Introducción bibliográfica a la historia de la cartografía española", ordenada en cuatro apartados, el primero dedicado a las obras de carácter general y los tres siguientes según grandes periodos históricos: Antigüedad Clásica y Edad Media, Renacimiento y Edad Moderna, y siglos XIX y XX. Finaliza la obra con las notas del autor -bastante extensas, pensadas para la ampliación de los temas-, un índice de nombres y el listado con las fuentes de las ilustraciones.
En el primer capítulo, a modo de introducción, Thrower destaca algunos de los mapas que nos han llegado de los pueblos sin escritura. Aprovecha, además, para hacer algunas consideraciones sobre la cartografía y como será interpretada en la obra: su importancia, su variedad, su interdisciplinariedad y la problemática de su definición. Al hilo de esta última consideración, presenta el mapa grabado en roca en Bedolina (norte de Italia) durante la Edad de Bronce y modificado posteriormente. Su interpretación nos es desconocida, tal como sucede con la gran mayoría del legado prehistórico. Por ello resultan de gran interés las cartas náuticas de madera construidas por los nativos de las islas Marshall, ya que su uso ha llegado hasta nuestros días. Realizadas a diferentes escalas, con distinto contenido y cometido cada una, y guardadas celosamente en secreto hasta que fueron interpretadas, esta verdadera ayuda para la navegación en épocas prehistóricas es un ejemplo temprano de temas recurrentes en la historia de la cartografía. Otros ejemplos de cartografías de pueblos sin escritura se hallan en la América precolombina: es el caso del mapa del Códice Mendoza, que representa la fundación de Tenochtitlán y su historia; la representación de la cuenca fluvial del Mississippi-Missouri hecha por un jefe iowa o el mapa sobre corteza de árbol de la comunidad Yolngu.
Los mapas de la Antigüedad clásica son el tema del segundo capítulo. Los pocos ejemplos que han sobrevivido hasta nuestros días, por la fragilidad del soporte o por su carácter estratégico, provoca que de la actividad cartográfica de las civilizaciones más antiguas se tenga una visión muy fragmentada. De Egipto han perdurado planos arquitectónicos de tumbas y jardines, mapas cosmológicos y del más allá y pocos documentos cartográficos más, de los que cabe destacar el mapa de una mina de oro en Nubia del período de los Ramsés, llamado papiro de Turín. Se sabe de la actividad de sus agrimensores y de su aportación a la geometría, pero no ha perdurado ningún plano. De Mesopotamia nos llegan algunas de las representaciones cartográficas más antiguas: el plano de Nippur (c. 1500 a.C.) a escala grande, el mapa de Nuzi (c. 2300 a.C.) a escala intermedia y fragmentos de un mapamundi. De la antigua Grecia no se poseen evidencias cartográficas directa pero sí grandes avances sobre el conocimiento geográfico de la Tierra y el desarrollo matemático necesario para su correcta representación. Cabe citar la evolución de las ideas sobre la forma de la Tierra desde Anaximandro y Hecateo de Mileto (siglo VI a.C.), Herodoto (siglo V a.C.), Demócrito, Platón, Aristóteles (siglo IV a.C.) hasta Dicearco (siglo III a.C.). Eratóstenes (siglo III a.C.) y Estrabón (siglo I a.C.) sistematizaron toda la información de su época y la ubicaron en un sistema lógico. Además, Eratóstenes midió la longitud de la Tierra con notable precisión, aunque previamente ya se habían dado algunas cifras por parte de Dicearco y Aristarco de Samos. También fue quien desarrolló el sistema de paralelos y meridianos como referencia para la medida de puntos sobre la superficie terrestre. Crates de Mellos (siglo II a.C.) construyó un gran globo terráqueo e Hiparco de Nicea (siglo II a.C.) es considerado el verdadero iniciador de las proyecciones cartográficas. Marino de Tiro (siglo I) ideó una carta náutica basada en la latitud de Rodas y Claudio Ptolomeo (siglo II) fue el gran recopilador, con contribuciones específicas, de todo este conocimiento en su obra Geographia, de la cual se hicieron múltiples copias y adaptaciones. Su influencia perduró hasta el Renacimiento. De Roma si se conserva cartografía. Es de carácter eminentemente pragmático: la cartografía catastral de Orange (archivada desde el siglo II a.C.) y algunos itinerarios, como el llamado Tabula Peutingeriana, copia del siglo XII o XIII derivada de un itinerario del siglo IV.
El capítulo tercero está dedicado a los primeros mapas de Asia oriental y meridional. Empieza revisando las primeras contribuciones geográficas y cartográficas chinas, debido a su posterior influencia en su entorno. Thrower destaca los paralelismos temporales entre China y Grecia, lo que le induce a creer que hubo algunos contactos. Existen evidencias de actividad cartográfica desde el siglo VI a.C. Los mapas fueron ampliamente usados en la dinastía Han (207 a.C.-220) por gobernantes, militares y eruditos. Contemporáneo a Ptolomeo fue el astrónomo Chan Heng, que introdujo una cuadrícula rectangular como ayuda para el trazado. Durante la dinastía Chin (265-420) se establecieron las bases para la cartografía oficial china. Con la expansión posterior del territorio chino se realizaron mapas a diferentes escalas. Cabe destacar el mapa esculpido en piedra fechado en el año 1137 o el primer mapa impreso de c. 1155 (tres siglos anterior al primero en Europa). La culminación de la cartografía china indígena se debe a Chu Ssu-Pen (1273-1337), que perduró hasta el siglo XIX. Se trata, en resumen, de una rica tradición basada en sólidos conocimientos de geometría y astronomía y en la disponibilidad de instrumentos tales como la brújula, el gnomon, etc. Su influencia sobre la cartografía de Manchuria y Corea es directa y en la de Japón de forma indirecta, a través del sacerdote Gyogi-Bosatsu (c. 688-749), su principal impulsor. De Japón cabe destacar el plano de Kyoto del 1199 realizado en proyección isométrica. Por lo que se refiere al resto de Asia, el autor destaca lo embrionario del estudio de su cartografía antigua, por lo que únicamente se pueden establecer especulaciones. Destaca un gran mapa del último imperio mogol. En el siglo XVI llegaron los jesuitas a Asia, por lo que los registros cartográficos de la región estuvieron a disposición de los europeos. Pero la cartografía autóctona continuó desarrollándose de forma paralela hasta su final aceptación de las técnicas europeas.
En Europa y el mundo islámico continuó desarrollándose el conocimiento geográfico y la técnica cartográfica durante el período correspondiente a la Edad Media (capítulo 4). Hasta el año 1000 cabe citar el mosaico de Madaba (c. 590) y la Tabula Peutingeriana mencionada. Se sabe que Carlomagno dispuso de varios mapas en su biblioteca y de esa época son originarios dos tipos de mapas: los que tienen forma de T-O y los que tienen zonas climáticas, relacionados con las ideas geográficas de Macrobio (c. 400), de Orosio (principios del siglo V) y de Isidoro de Sevilla (c. 600). La máxima expresión de estos son los mapamundis circulares de Ebstorf y Hereford, ambos de finales del siglo XIII. Cabe citar también algunos mapas itinerarios, como el de Matthew Paris del siglo XIII, y el importante desarrollo de la cartografía portulana, promovida por los avances técnicos de la navegación marítima y cuyos máximos exponentes son la Carta Pisana (c. 1290) y el mapa catalán (1375) de Cresques Abraham. El mundo islámico también contribuyó al desarrollo cartográfico. Tradujeron al árabe la obra de Ptolomeo, la criticaron y la mejoraron; produjeron cartas celestes desde el siglo VII y algunos nombres propios son bien conocidos: Al Istakhri e Ibn Hawqal, ambos del siglo X, Ibn al Wardi, Al Khwarizimi y Al Idryisi, autor de la Tabula Rogeriana del siglo XII. En general destaca en este período el fructífero contacto Mediterráneo entre cristianos, judíos y musulmanes. Por ejemplo, Al Mursi introdujo la carta portulana en el mundo islámico en el año 1461, mejorándola ostensiblemente con nueva información. También se conservan de esta época vistas y planos de ciudades e impresionantes planos arquitectónicos. Thrower destaca el carácter restringido del manejo de la cartografía, tan solo accesible a la gente culta y poderosa y a los navegantes.
En el capítulo 5 se dan las claves para entender el impresionante estallido cartográfico que se dio en la Europa renacentista, centrado tanto en Italia como a lo largo del valle del Rin y sus afluentes. Thrower considera tres causas principales: a) la transmisión y traducción de la Geographia de Ptolomeo, b) la invención de la imprenta en Europa y c) los viajes ultramarinos llevados a cabo por los europeos. La obra de Ptolomeo llegó a Italia tras la caída de Bizancio en manos turcas, fue traducida y se acompañó con mapas cada vez más actualizados. Esta obra tuvo una gran repercusión gracias a su impresión. Thrower destaca el mapa del mundo de Ptolomeo en su edición de Ulm (1486), donde se observa el interés por utilizar una proyección cartográfica adecuada y una gran mejora en los detalles geográficos. Las exploraciones de nuevas rutas por los portugueses y el descubrimiento europeo de América estimularon la producción cartográfica y su desarrollo. Thrower comenta el manuscrito erdapfel (globo terráqueo) de Martín Behaim de Nuremberg (1492), que muestra el mundo justo antes del retorno de Colón; la carta de Juan de la Cosa (1500), con sus primeras representaciones del nuevo continente; el mapa de Cantino (1502) que representa el resultado del Tratado de Tordesillas y el mapa de Contarini (1506), primer mapa impreso con los nuevos descubrimientos y donde se utiliza una nueva proyección con la idea de abarcar mejor las grandes tierras que iban apareciendo. Cabe destacar las grandes innovaciones de un flamenco llamado Gerhard Kremer (1512-1594), conocido como Mercator, la principal de las cuales se dio a conocer en 1569, cuando publicó un gran mapa del mundo con la proyección cartográfica que lleva su nombre. Además, compuso un importante atlas que fue publicado en 1595 y reeditado porsteriormente varias veces por Hondius primero y Janssonius después. No fue el primero, es necesario citar por su importancia el Theatrum Orbis Terrarum (primera edición de 1570) de Abraham Ortelius. Entre su primera edición y la última de 1612 fue objeto de más de 40 ediciones y traducido a seis lenguas. A este período se le suele llamar la Edad de los Atlas: a este negocio se dedicaron Hondius, Janssonius, Blaeu, Visscher y otros. También aparecieron atlas de ciudades (como el Civitates Orbis Terrarum de Georg Braun y Frans Hogenberg) y de cartas náuticas (el primero fue el de Waghenaer, titulado De Spieghel der Zeevaerdt).
El progreso cartográfico continuó durante la Revolución científica del siglo XVII y la Ilustración (capítulo 6), donde se dieron algunos acontecimientos técnicos que mejoraron las metodologías de elaboración de los mapas. En 1533 Gemma Frisius describe el método de la triangulación para la determinación de coordenadas, Leonard Digges da a conocer la plancheta en 1571, se compilan tablas precisas de efemérides astronómicas, el reloj de péndulo de 1657 construido por Christian Huygens mejora la determinación de las longitudes y a finales de este periodo se construye el teodolito altacimutal. Galileo Galilei dibuja los primeros mapas lunares. El creciente nacionalismo y colonialismo generan una importante cartografía catastral, Thrower pone por ejemplo el caso los trabajos ingleses en Irlanda. También se recuperan los mapas itinerario después del abandono de las calzadas romanas durante la Edad Media. Se generan algunos mapas de hojas de tiras y otros de áreas. El desarrollo de la cartografía temática es impulsado por el astrónomo Edmon Halley, con un primer mapa meteorológico publicado en 1686 en la revista Philosophical Transactions, en 1700 un mapa de declinaciones magnéticas representadas mediante isógonas, el primer caso conocido del uso de isolíneas (exceptuando un par de casos de cartas con curvas batimétricas), y con varias aportaciones a la cartografía hidrográfica, heredera de la tradición portulana y que luego sería muy desarrollada en la segunda mitad del setecientos dado el interés por cartografiar los nuevos descubrimientos (Cook, Bougainville, la Pérousse, Malaspina, Bering, etc.). La cartografía topográfica se desarrolló sobre todo en Francia a partir del impulso que le dio Jean-Dominique Cassini, que inició el levantamiento topográfico del país de una forma rigurosa, empleando los métodos de triangulación que había avanzado Willerbrod Snell y empezando con la medida del arco del meridiano de París, cosa que hizo el Abad Picard. El mapa topográfico de Francia (Carte de Cassini), construido sobre un sólido armazón geodésico, se terminó en 1793 con 182 hojas. La altimetría fue uno de los problemas peor resueltos y su mejora se realizó en dos frentes: a) su medida, donde contribuyó el desarrollo del barómetro realizada por Torricelli, y b) su representación, que pasó de las normales a las curvas de nivel, cuya primera aplicación a una area extensa no aparece hasta 1791 de la mano de un ingeniero francés. Los gobernantes apreciaron rápidamente la importancia de levantamientos topográficos como los de Cassini y este tipo de trabajos pasaron a ser asumidos por los poderes públicos. En las colonias también existió un gran interés por cartografiar el territorio. Destacan los trabajos en Norteamérica de John White en el siglo XVI, John Smith en el siglo XVII, el mapa de John Mitchell de 1755 representando los dominios británicos y franceses. Finalmente, hay que señalar las innovaciones en el ámbito de las proyecciones cartográficas, donde destacó la figura de Lambert durante el siglo XVIII.
Muchas de las cuestiones apuntadas se desarrollaron completamente con la Revolución Industrial, a lo largo del siglo XIX, al que se dedica el capítulo 7. En muchos países se crean organismos topográficos oficiales con la misión de levantar mapas de su territorio y recoger todo tipo de datos de carácter geográfico. Se generan mapas de usos del suelo y mapas geológicos. Karl Ritter se interesó en la educación geográfica y publicó algunos mapas con este fin. Su elección de la hipsometría ha perdurado hasta hoy como un estándar en cartografía. Humboldt representó buena parte de sus aportaciones geográficas mediante mapas, mejorando y expandiendo el lenguaje cartográfico. El uso de curvas de nivel no se generalizó hasta mediados de siglo. La expansión americana tras la Guerra de la Independencia y la forma de asentamiento escogida propició una gran actividad en cartografía catastral, lo que llevó parejo la realización de algún atlas utilizando esta información. Para el espacio urbano proliferó el mapa de seguros contra incendios, las panorámicas y las vistas oblicuas. Con el desarrollo del ferrocarril se creó un nuevo campo de la cartografía, los mapas de comunicaciones, herederos de algunos apuntados anteriormente pero transformados completamente. Además, el ferrocarril obligó al establecimiento de zonas horarias, que se popularizaron rápidamente gracias en buena parte a la cartografía. El uso del vapor en los barcos y su proliferación también obligó a un mayor refinamiento en la cartografía náutica, donde cabe destacar la obra del americano Matthew Fontaine Maury, uno de los fundadores de la oceanografía sistemática y constructor de cartas donde venían expresados los mejores trayectos en función de vientos y corrientes. En el siglo XIX tiene su origen el mapa del tiempo y en el ámbito de la cartografía temática es necesario destacar la figura de Henry Drury Harness, quien empleó novedades técnicas tales como el mapa dasimétrico, los símbolos proporcionales, y la del danés Nils Frederik Ravn, que utilizó isopletas para representar fenómenos sociales y culturales. Se cartografiaron un gran número de características poblacionales, tales como la pobreza, el crimen, las condiciones sanitarias y las enfermedades, y en muchos casos se constató que la información así representada ayudaba en gran manera a la comprensión de estos fenómenos, baste recordar el mapa que permitió ubicar al Dr. John Snow un foco de cólera en el Londres de 1855 a partir de la localización de los muertos por esta enfermedad. La producción cartográfica de las sociedades geográficas durante el siglo XIX fue impresionante y las aventuras y exploraciones de índole geográfica se convirtieron en muchos casos en prioridades nacionales. Se continuó con el estudio de las proyecciones cartográficas, de las cuales Thrower destaca las aportaciones de Reichard, Mollweide, Albers, Gauss, Gall y Airy, que continúan siendo usadas en la actualidad. Otra innovación que tuvo un uso creciente fue la del bloque diagrama, muy usado por los geomorfólogos y de forma destacada por William Morris Davis.
Thrower ha dividido la exposición sobre la cartografía actual en dos capítulos, llamados "Cartografía moderna: mapas oficiales y semioficiales" (capítulo 8) y "Cartografía moderna: mapas privados e institucionales" (capítulo 9). En el primero describe el desarrollo de la fotografía hasta su utilización actual en cartografía: la fotogrametría. Como punto de partida de la cartografía moderna señala el proyecto del Mapa Internacional del Mundo (MIM) a escala 1:1.000.000 propuesto en 1891 y liquidado en 1987 aún inacabado. Otro proyecto paralelo fue el de la Carta Aeronáutica Internacional del Mundo (CAIM) a escala 1:1.000.000, ya terminada y suplida por la International Operational Navegation Chart (ONC). Las transformaciones en las cartas hidrográficas han implicado la posibilidad de obtener más y mejor información desde la II Guerra Mundial. El International Hydrographic Bureau, con sede en Mónaco, estableció en 1903 la General Bathymetric Chart (GEBCO) y supervisa la International Chart (INT), que cubre todos los océanos a diferentes escalas y que ha contribuido decisivamente al desarrollo de teorías tales como las de la deriva continental formulada por Wegener. A mayor escala, Thrower comenta los mapas topográficos de base a escalas 1:62.500 y 1:24.000 del United States Geological Survey (USGS). A partir de estos se construyen los mapas geológicos y los de usos del suelo, de entre los que destaca los realizados por el Land Utilisation Survey de Gran Bretaña, empezado en 1930 y terminado en 1940. A pesar de que estos últimos fueron publicados a escala 1:63.360, la escala empleada para la recogida de datos fue la de 1:10.560. Esa recogida fue manual, lo que implicó a un gran número de gente. Hoy en día la toma de información se realiza a partir de imágenes tomadas desde satélites, a cuyo desarrollo Thrower dedica un extenso apartado. Otra aplicación directa de los satélites son los mapas del tiempo, hoy en día de uso generalizado. La simbolización de los diferentes fenómenos y variables meteorológicas está definida de forma óptima y estandarizada. Además, con la generación periódica de este tipo de mapas se puede generar la sensación de movimiento, que permite comprender mejor la dinámica atmosférica. Además de los organismos oficiales con atribuciones específicamente cartográficas, muchos departamentos gubernamentales cuentan con importantes secciones cartográficas. Thrower comenta los casos de los Estados Unidos y de la Gran Bretaña. Finalmente, el orgullo nacional y la independencia política encuentran su expresión en los Atlas Nacionales, de los que se citan bastantes ejemplos. Thrower acaba el capítulo realizando un repaso a los avances más significativos en cuestión de cartografía no terrestre, entre la que destaca la lunar y la de Marte.
El último capítulo está dedicado a la cartografía privada moderna, que comprende la producción de empresas comerciales, universidades y sociedades geográficas. El siglo XX continuó con los viajes exploratorios de tipo geográfico, donde cabe resaltar las expediciones de Amundsen, Scott y Peary a los Polos terrestres y la ascensión de Hillary y Norgay al Everest. En cada caso se mejoró la cartografía existente. Entre las publicaciones de las sociedades geográficas, muchas de ellas financiadas con dinero público, cabe destacar las revistas Geographical Review, Annals of the Association of American Geographers y National Geographic, y sus suplementos cartográficos, que han permitido experimentar y desarrollar nuevas técnicas de representación cartográfica. Estos han permitido representar mejor y mayor número de aspectos culturales, desarrollando una mejor comprensión de la importancia de la evaluación psicométrica de los símbolos. A medida que crece la capacidad de intercambio de información en el ámbito mundial, el lenguaje simbólico deviene cada vez más importante y su internacionalización de mayor interés. Thrower pone por ejemplo el caso de los mapas de carreteras, uno de los productos cartográficos más usados e internacionales de hoy en día, susceptibles, además, de ser transformados por las nuevas técnicas de posicionamiento basadas en satélites artificiales. Ha continuado también el desarrollo de técnicas para representar el relieve, ejemplificado por los diagramas fisiográficos de Lobeck, los mapas de relieve de Raisz y el uso del sombreado por parte de Harrison e Imhof. Se han construido, aprovechando nuevos materiales, maquetas cartográficas tridimensionales y se han hecho nuevas vistas oblicuas, como las de Nueva York de Hermann Bollmann. La cartografía también aparece, con mayor o menor fortuna, en los medios periodísticos. Thrower destaca aquí la capacidad que tiene una representación cartográfica para "persuadir", lo cual la presta a manipulaciones interesadas. Algunas de estas manipulaciones generan productos interesantes, tales como el cartograma de Area Proporcional, que permiten transmitir de una forma visual datos estadísticos. La presencia hoy en día de mapas en espacios públicos es habitual y presenta muy variados soportes y formatos. La investigación en el ámbito de las proyecciones cartográficas ha continuado con las aportaciones de Van der Grinten, Eckert, Goode, Boggs, Miller y otros. Como colofón a esta historia de la cartografía, el autor apunta que la rápida evolución de la informática ha transformado la manipulación de mapas en los modernos Sistemas de Información Geográfica (SIG). Thrower compara los procedimientos para trabajar con mapas informáticos entre uno de los primeros SIG, el SYMAP, y uno de los más modernos, ARC/INFO, para destacar su evolución. Como ejemplo de las posibilidades futuras que permitirá la informática, Thrower comenta la generación de mapas animados para mostrar secuencias de mapas: es la incorporación de la cuarta dimensión a la cartografía. Soluciones igualmente ingeniosas son de esperar en un futuro próximo.
Mapas y civilización
es una obra que no pretende más que dar una rápida introducción
a la historia de la cartografía en toda su amplitud, consiguiéndolo
de una forma atractiva y de fácil lectura, dando las pistas necesarias
para que el lector pueda profundizar posteriormente según sus intereses.
Si lo que se quiere es tener una visión general de como ha evolucionado
la imagen del mundo y como se ha representado, no es necesario buscar más.
Ficha bibliográfica
CAPDEVILA SUBIRANA, J. Thrower, N. J. W. Mapas y civilización. Historia de la cartografía en su contexto cultural y social. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. VII, nº 413, 30 de noviembre de 2002. http://www.ub.es/geocrit/b3w-413.htm [ISSN 1138-9796]