REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. XVII, nº 1003, 5 de diciembre de 2012 [Serie documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana] |
COMERCIO Y CIUDADES MEDIAS EN LA ESPAÑA DEL DESARROLLISMO
Sergio Tomé Fernández
Departamento de Geografía, Universidad de Oviedo
stome@uniovi.es
Recibido: 1 de julio de 2012. Devuelto para revisión: 23 de julio de 2012. Aceptado: 10 de septiembre de 2012.
Comercio y ciudades medias en la España del desarrollismo (Resumen)
Se analiza el crecimiento y transformación de las ciudades españolas de tamaño intermedio durante los años 1960 y 1970, desde la perspectiva del comercio. Actividad que en ese tiempo conoció una expansión sin precedentes, se modernizó y experimentó grandes cambios espaciales y morfológicos, tanto en el núcleo histórico como en el centro urbano, los nuevos desarrollos y las periferias.
Palabras clave: geografía urbana, intercambio comercial, terciarización, centro urbano
Trade and medium cities in the Spain of developmentalism (Abstract)
An analysis about growth and transformation of medium-sized Spanish cities between 1960 and 1970 is realized from the perspective of trade. During this period the trade reached an unprecedented expansion, was modernized and underwent enormous spatial and morphological changes, as in the city center, as well as new developments and peripheries. .
Key words: urban geography, trade, tertiarization, city center.
Esta aportación, al campo de la Geografía Urbana, requirió un centenar largo de consultas bibliográficas, entrevistas a quince informantes relacionados con el mundo mercantil, y búsquedas de material gráfico[1]. Es una retrospectiva hacia el pasado reciente, la parte final de la Dictadura de Franco, vista desde las ciudades medias. Ya se ha señalado que ese es un concepto de geometría variable, sobre cuya definición no hay acuerdo [2]. Entendemos que se trata del grupo situado entre las metrópolis o las grandes capitales regionales y los pequeños núcleos, por tanto poblaciones que hoy no suelen superar los 350.000 ni están muy por debajo de los 50.000 habitantes, pudiendo fijarse en el punto intermedio entre ambos valores el umbral que separa a las más grandes de las menores. Para quienes sostienen y no sin razón que por encima de ese umbral superior continúa habiendo ciudades medias, podría afinarse más precisando que el conjunto seleccionado incluye más bien las categorías inferiores entre los núcleos urbanos de tipo mediano.
Con orientación fundamentalmente cualitativa, el trabajo se aproxima a uno de los aspectos menos conocidos y que mejor reflejan el conjunto de las transformaciones urbanas, el desarrollo comercial. No en términos de redes, jerarquías, flujos o sistemas territoriales, sino el comercio dentro de la ciudad, en sentido morfológico más que funcional, centrando la atención en el sector de venta al detalle, secundariamente el mayorista y los servicios comerciales[3]. El marco temporal coincide con un gran impulso modernizador, que sentó parcialmente las bases de la revolución desencadenada en las relaciones de intercambio a fin de siglo. El interés del objeto de estudio radica en la dialéctica herencia-renovación, los cambios de escala y de naturaleza experimentados por la actividad mercantil (sucursalismo, franquicias, almacenes populares, hipermercados) y su proyección sobre el escenario urbano. Con arreglo a los procesos de crecimiento y reforma interior hubo continuidades pero también variaciones significativas en la definición geográfica de las estructuras comerciales. Su organización típica y distribuciones concretas saltan a los paisajes urbanos, en la escala de detalle, a través de la morfología comercial y la materialidad de las tiendas, situada a gran distancia de los modelos previos.
El artículo consta de dos apartados, desdoblados en ocho epígrafes. El primero aporta referencias generales, sobre los cambios funcionales en la actividad comercial, e incluye tres capítulos relativos a la dialéctica espacio-temporal y a las nuevos tipos de tiendas. El otro apartado trata de la organización espacial, el juego de afinidades y los paisajes comerciales. Contiene cinco capítulos, los tres primeros referidos a la dualidad del casco antiguo, las transformaciones del espacio central. y sus disfunciones. Los dos restantes analizan el desbordamiento de las actividades mercantiles (espontáneo o planificado) hacia la nueva ciudad, y los aspectos más formales en las zonas de implantación densa y los establecimientos.
La expansión desarrollista y los cambios funcionales en la actividad comercial
El comercio es un indicador privilegiado del tipo de sociedad que lo produce [4]. Con sus exigencias espaciales condiciona estrechamente el crecimiento y la estructura de las ciudades, estableciendo una rica y compleja relación entre sistema comercial y entorno urbano que debe medirse en términos funcionales, espaciales y de paisaje [5]. En España, para entender la herencia urbana preindustrial es forzoso valorar el papel que en ella jugaron las necesidades del intercambio, traducidas en unas primeras estructuras geográficas (calles, plazas, distribución de cometidos)[6]. Aquel estrato inicial fue objeto de renovación desde mediados del Mil Ochocientos, pero el modelado del centro comercial decimonónico no se produjo hasta la Restauración, guiado por la reforma interior y ensanche[7]. Tras ese despegue el primer tercio del siglo XX trajo un impulso de crecimiento y modernización, con organizaciones más avanzadas del espacio central y nuevas fórmulas empresariales como las cadenas de tiendas[8]. Durante la posguerra culminó el desarrollo previo a la etapa objeto de este estudio, dominado por la dualidad entre comercio tradicional y de nuevo cuño (alimentación, textiles, radioelectricidad), y un moderado avance del sucursalismo o las grandes tiendas[9]. Hasta aquí los rasgos más generales de la situación de partida, sobre la cual se produce la eclosión Desarrollista, que traerá las primeras experiencias de gran distribución periférica y los centros comerciales[10].
El despegue comercial de los años 1960-70 y su expresión geográfica deben ser considerados como parte de un proceso general de crecimiento, en el contexto de las profundas transformaciones iniciadas durante la última fase de la Dictadura franquista. Es decir el tiempo que se extiende entre el Plan de Estabilización de 1959, cierre del fallido experimento autárquico, y los años centrales de la década de 1970. Tratar de resumir aquí la numerosísima bibliografía al respecto resultaría improcedente, fuera de los límites más circunscritos al objeto de estudio. El factor clave fue de índole liberalizador, la apertura al exterior, para recibir créditos y facilitar la penetración de inversiones multinacionales en diversos ámbitos, desde la producción a la distribución y los servicios, donde también participaba el sector estatal. Un floreciente turismo aportó las divisas que, sumadas a las remesas de los emigrantes, jugarían un papel fundamental en la formación del ahorro y el capital, en el consumo y el crecimiento. Para una fracción del país aquellos años estuvieron marcados por los Planes de Desarrollo (1964-1971), instrumento económico y acción territorial que no sólo incrementó sustancialmente el peso de la industria, al menos de forma coyuntural. En paralelo y quizá con mayor fortuna a largo plazo impulsó la terciarización económica y el desarrollo comercial, claramente desde el Segundo Plan de Desarrollo[11].
El éxodo rural masivo hacia las regiones beneficiadas con los nuevos motores de vida, y en dirección a las capitales de provincia, originó un verdadero estallido urbano. Las ciudades medias no serían sus grandes protagonistas, pero sí desempeñaron en algunos casos papeles de cierto peso. Las poblaciones declaradas Polos de Desarrollo (Burgos, La Coruña, Huelva, Logroño, Oviedo, Vigo o Villagarcía de Arosa), Polos Forales (Pamplona, Vitoria), o que sin esa mención se industrializaron, caso de Castellón y Santander, participaban de un récord histórico de crecimiento urbano: en 1979 los municipios de más de 50.000 habitantes reunían el 45% de la población (37% en 1960)[12]. Descendiendo el umbral hasta los 10.000 habitantes, sumaban en la misma fecha un 66%, frente al 51% diez años atrás[13]. En el intercensal previo a 1970 los municipios de entre 50 y 150.000 habitantes con mayor ganancia fueron Alcalá, Vitoria y Avilés, seguidos un tanto de lejos por Mataró, Pamplona, Tarragona y Tarrasa. Esta última superó ampliamente la barrera de los cien mil habitantes, al igual que Elche, mientras Castellón sobrepasaba los noventa mil[14]. Un crecimiento de proporciones explosivas indudablemente fue el de Gijón, que pasó de 121.100 habitantes en 1960 a 237.700 en 1975, o el de Vigo cuyo censo salta en el mismo intervalo desde 144.914 hasta 230.611. Progresiones demográficas de tal calibre solían significar una mejor posición relativa dentro de las redes urbanas regionales, caso de Alcalá de Henares[15]. En términos absolutos acrecentaban considerablemente la demanda local de bienes y servicios, por tanto estimulaban la función mercantil, en un momento alcista que elevaba la capacidad de compra de los ciudadanos[16].
El impulso industrial perdió enseguida fuerza con la crisis energética de 1973, cediendo preeminencia a la construcción, el comercio y los servicios (relacionados en parte con el turismo) a mediados de la misma década. Pero la caída del consumo también introdujo una discontinuidad en el desarrollo comercial, y en general los servicios tendrán menos vigor que el sector fabril como fuente de empleo intensivo y motor de crecimiento urbano[17]. El efecto de la recesión universal, agudizado aquí por las condiciones específicas en que se desenvolvió la corta fase expansiva fuera de las regiones industriales históricas (improvisación, falta de cultura empresarial, ineficiencia del sector público, baja competitividad y fuerte corrupción), hizo languidecer la experiencia desarrollista, arrastrando a la propia Dictadura[18]. El milagro económico dejaba un país en desarrollo, con pruebas palpables de modernización acelerada, aunque su territorio era uno de los más desequilibrados y con mayor subdesarrollo social de toda Europa[19]. La expansión y renovación comercial estuvieron muy mediatizadas por los plazos y por las contradicciones de aquel tiempo[20]. El estirón fue rápido, corto y enseguida ralentizado, más cuantitativo que cualitativo, si bien su dimensión estructural resulta apreciable. El culto desarrollista a lo moderno provocó tensiones con el comercio tradicional, sin que de ellas tampoco resulte necesariamente un sector mucho más competitivo, pues gran parte de las tiendas abiertas entonces no sobrevivieron al fin de siglo. Por otro lado, las coordenadas dentro de las cuales se produjo el auge de la economía de distribución eran también territoriales y sociales. Aquella fue una España de dos velocidades, por el desfase entre regiones y la distancia entre las ciudades dinámicas (destinos migratorios, Polos de Desarrollo o cabeceras de entornos activos), lugares de promisión para el negocio mercantil, y las que permanecieron al margen de los principales impulsos. Muchos de los núcleos estudiados sufrieron estancamiento, acusaron la desertización de su traspaís rural, no vieron continuidad en su crecimiento de posguerra o resultaban eclipsadas comercialmente por la cercanía de urbes mayores[21]. En esos casos el cambio fue mucho menor, condicionado también por el caciquismo comercial. Incluso en ciudades mayores, más abiertas y de carácter expansivo, pesaba la fortísima segregación social y los medios limitados de las capas mayoritarias, a pesar del ascenso de la clase media. Era usual que los ricos residentes en capitales de provincia o núcleos menores de la España pobre acudiesen habitualmente a comprar a ciudades más importantes, despreciando una oferta local que, vista a través de las fotografías de época, estaba bien lejos de los niveles de calidad conseguidos en correspondencia con el bienestar del fin de siglo.
Figura 1. Exteriorización del consumo de masas en el centro urbano, León 1975. |
Lo moderno contra lo tradicional: las nuevas clases de establecimientos y las grandes tiendas locales
En los años sesenta está el origen remoto de unas transformaciones que sólo se pusieron en marcha durante la década siguiente, sin cristalizar totalmente hasta los años ochenta[22]. Según datos del INE, en 1965 el comercio daba empleo al 11,4% de los activos, con predominio de pequeños establecimientos para la venta de comestibles[23]. Resulta más fácil entender la secuencia de lo sucedido adoptando el esquema de la Geografía clásica francesa, que distingue el cambio en las estructuras comerciales (la reordenación del sistema comercial) y el cambio en la distribución geográfica del aparato comercial (evolución espacial y paisajística del tejido comercial), aspecto este al que nos dedicamos después[24]. En lo tocante al sistema comercial, varió su volumen y su lógica, hasta adquirir nuevas dimensiones organizativas y una capacidad diferente para hacer ciudad. Responsables de esa evolución fueron los procesos de orden general, muy particularmente el crecimiento económico y la urbanización acelerada. Interrelacionado de forma compleja con la industria y las finanzas, el comercio llega a tener un peso superior dentro de la economía, reflejo también del mayor nivel de renta de la clase media, con todas las salvedades que ya se hicieron. La segunda Revolución Tecnológica permitía suministrar una gama muy amplia de nuevos bienes de consumo, importados o de fabricación nacional y beneficiarios del proteccionismo, más o menos asequibles. Desde los electrodomésticos hasta los productos sintéticos de precio reducido para la venta universal, había una variedad relativamente superior a la actual, en ciertas clases de artículos, porque los orígenes eran también más diversos. Una mayor capacidad adquisitiva, aunque no estuviera en absoluto generalizada, se acompañó con hábitos de compra diferentes, todavía limitados, que guardan relación con el trabajo de la mujer fuera de casa o las renovadas costumbres de socialización. Ya no se adquirían sólo, como antes, alimentos a diario y artículos de necesidad en forma bastante esporádica. Apareció tímidamente la compra por ocio, se consumían otras cosas (cuidado personal, diversión, cultura) según segmentos singularizados de clientes, como los jóvenes (discos, ropa vaquera) en los años 1970. Todo ello evidenciaba la adopción del modelo capitalista de consumo de masas (Fig. 1).
En respuesta a esa cadena de estímulos se produjo la reestructuración comercial, cuyo aspecto más destacable era en principio el aumento de las dimensiones del sector. Algunas monografías locales han utilizado en distintas fechas (1970, 1975, 1979) las Matrículas de Contribución Industrial de Hacienda, para acercarse al proceso de modernización a través del tamaño de la red comercial. Incluyendo la hostelería, el volumen de licencias fiscales fluctuaba, en el nivel jerárquico inferior del conjunto de ciudades estudiado (La Laguna, Ponferrada, Cáceres) entre 560 y 1.486, de las cuales en torno a un tercio estaban vinculadas con la alimentación[25]. Como en el resto de Europa aunque con evidente retraso, la irrupción de la sociedad de consumo acentuó la influencia estadounidense, llegando, gracias a la política de liberalización económica, tanto los modelos teóricos de gestión comercial como las inversiones concretas y las empresas, con protagonismo francés. Pese a las resistencias del dispositivo comercial heredado, si no dominante al menos fuertemente representado hasta el fin de la Dictadura, la renovación fue generalizándose de muy distintas formas. Varió la relación entre actividades (comercio de lujo y de masas, servicios comerciales, mayor y detall), hubo procesos de concentración y cambios de escala, trayendo como resultado organizaciones jerárquicas más complejas y nuevos tipos de establecimientos. El pequeño y mediano comercio, casi siempre local, regional o integrado en cadenas nacionales tenderá a especializarse para poder competir ofreciendo unos niveles de calidad que en muchos casos sólo se alcanzan totalmente en los años ochenta. Por el contrario la mediana o gran distribución perteneciente a firmas españolas o grupos extranjeros (Almacenes Populares, Grandes Almacenes) sigue la pauta opuesta, se despecializa, actualizando a veces el antiguo concepto de bazar[26].
Al variar las coordenadas económicas y sociales, una porción apreciable del comercio tradicional tuvo sus días contados, viéndose en la disyuntiva de adaptación o cierre. Desaparecieron paulatinamente los puestos de venta en portales o rinconadas, aunque conservaban alguna presencia en los años setenta (composturas, cambio de novelas, fruterías). El comercio familiar a pequeña escala declinó cuando se situaba por debajo de cierto umbral de rentabilidad, o estaba vinculado a unas condiciones de existencia que comienzan a estar superadas. Pudo sin embargo sobrevivir, con mejor o peor fortuna, caso de dedicarse al abastecimiento de barrios populares; o al revés, se mantendrá porque es céntrico, porque forma parte del entorno de un mercado (de abastos o al aire), y cultiva ramos acotados (retales, mercería, guarnicionero etc). El grupo en mayor riesgo no fue indefectiblemente el de los establecimientos más pequeños, pues tiendas medianas o incluso calificables como grandes dentro del marco local correspondiente corrieron idéntica suerte. Les llevó a la ruina, o les abocó a la metamorfosis, su carácter de expendios múltiples, para la venta genérica, o su dedicación a artículos que van cayendo en desuso como los relacionados con el pequeño artesanado y con el mundo rural del pasado. Algunos negocios, entre ellos los mayoristas, empiezan a resultar incongruentes con las calles relativamente céntricas donde se encuentran. El rendimiento que proporcionan entra en contradicción con los beneficios potenciales de vías muy valoradas en el mercado inmobiliario desarrollista, y sus locales son apetecidos por actividades más lucrativas, de manera que cierran o más infrecuentemente se desplazan.
Dentro del comercio heredado aún dominaba ampliamente la venta de comestibles, sumando enormes porcentajes del total de licencias: 42% en Albacete y Cartagena entre 1976-1977[27]. Predominaba la pequeña alimentación, siendo aún muy reducido el desarrollo de la red de autoservicios, ligada a los grupos internacionales Spar y Vegé[28]. Esas cadenas voluntarias de negocios independientes (mayoristas y minoristas) pusieron en marcha una “americanización del comercio alimentario”[29], cuyo paso siguiente se dará a partir de los años sesenta con el sucursalismo regional (Caprabo, Sabeco) y nacional (Simago). Sabeco, de procedencia zaragozana, abrió en los diez años posteriores a 1968 autoservicios en Tudela, Logroño, Vitoria y Burgos. La cadena coruñesa Supermercados Claudio tenía en 1973 doce sucursales en la capital[30]. El salto del pequeño comercio familiar al autoservicio se retrasó en las ciudades medias y pequeñas, fuera de las regiones turísticas, pero existen excepciones como Orense donde hubo experiencias de ese tipo en los primeros sesenta[31]. El equipamiento local pudo quedar igualmente reforzado por la apertura de nuevos mercados de abasto en barriadas expansivas, como la ilicitana de Carrús[32]. Sea cual fuere la clase de recinto o local, sus estantes exhibían una abultada oferta de nuevos productos para compra masiva, nacionales o importados como el caldo Starlux, La Casera, El Caserío y el té Hornimans, al igual que el puré de patatas Rierá-Marsá o el Nescafé, según puede comprobarse en anuncios de revistas (Blanco y Negro, Gaceta Ilustrada) anteriores a 1970
Si cada época se resume en sus orientaciones mercantiles, con razón de más la revolución comercial desarrollista aportó unos modelos de establecimientos bien peculiares, radicalmente distintos o sustentados en las preexistencias. Los más representativos eran deudores directos del aumento en el nivel de consumo y la aparición del ocio de masas, mientras que de manera más específica pusieron en evidencia la llegada de los avances técnicos, la motorización y el despegue del turismo. Una simple enumeración razonada, sin separar el comercio propiamente dicho de los servicios comerciales puesto que se dieron juntos en el tiempo y el espacio, demuestra que el equipamiento personal, del hogar y la automoción concentraron, si no el grueso, al menos una porción esencial de las tipologías innovadoras. Dentro del primer grupo hubo por ejemplo una reestructuración en profundidad del comercio textil, sin anular totalmente a las antiguas pañerías o los almacenes generales de ropa ordinaria para una clientela rural. Ya durante la década de 1960 abrieron las primeras tiendas de ropa infantil o de bebé, con nombres previsibles (La Cigüeña, Caperucita), y proliferaron las casas donde se vendían prendas confeccionadas (punto, lana). En los años setenta, y con el imperio de los tejidos sintéticos (tergal, nylon) se produjo la mayor expansión y el salto cualitativo en direcciones variadas. Parte de las empresas se inclinaron hacia la confección de precio ajustado, ofreciendo moda al gusto que las capas mayoritarias de la sociedad percibían como moderno. Otra posibilidad era la especialización en venta separada para señora, caballero o jóvenes, germen de las denominadas boutiques que son el mejor exponente del cambio en las costumbres. Fue la época de las tiendas pioneras de ropa vaquera, situadas a veces en zonas de los cascos antiguos frecuentadas por estudiantes, pero también se produjo entonces el triunfo del pret-a-porter de calidad, con marcas de tanta difusión como las camisas Tervilor o las prendas de punto Escorpión. La panorámica quedaría incompleta de no mencionar la reiterada presencia en la red arterial de las franquicias de lanas Pingouin Esmeralda.. Hubo una renovación paralela en otra familia comercial también perteneciente al mundo de la moda, asociada física y funcionalmente a los textiles. Nos referimos al calzado, la piel y los complementos (bolsos, maletas), que van adquiriendo una acusada diferenciación social según se trate de mercancía barata y de descuento para niveles sociales medio bajos, o bien artículos muy selectos para las clases adineradas con los negocios de aquel tiempo. Aquí caben asimismo las modernas casas de óptica, joyerías y relojerías, que situaron la publicidad de las grandes firmas (Certina, Omega) en calles muy concurridas.
El equipamiento del hogar fue otro ramo particularmente progresivo, debido en gran parte a los distribuidores oficiales de aparatos electrodomésticos, que llegan al mercado en cascada. Tras los receptores de radio, tocadiscos, máquinas de fotos y frigoríficos, iniciaron su conversión en objetos de uso común las cocinas y estufas de butano, lavadoras automáticas, afeitadoras o receptores de televisión. El proceso culminó al irrumpir las aspiradoras y lavaplatos, los autorradios, transistores y radiocasetes[33]. Dentro de aquellos establecimientos primero, y como tiendas aparte después, cobró fuerza en los años 1970 la venta de música moderna grabada en discos de vinilo para consumidores jóvenes, una fracción del mercado discográfico que enlaza con el apartado de la cultura y el ocio tratado aparte. A esas alturas el gran grupo comercial relacionado con los suministros del hogar avanzó sensiblemente en otros campos algo distantes, como el de la decoración, sin ir más lejos a través de las tiendas de papeles pintados. Al propio tiempo, la difusión de los coches utilitarios obligó a desplegar un amplio dispositivo de comercios y servicios volcados a la automoción. Según sus necesidades de localización, optaban por instalarse en espacios pericentrales, travesías de carreteras generales e incluso vías de primer orden. Aumentaron llamativamente las autoescuelas, los distribuidores de neumáticos (Firestone, General, Michelin, Pirelli antes de 1970), las tiendas de accesorios o recambios y más aún los concesionarios, talleres de venta y reparación de coches, motocicletas y vehículos industriales. Contando las marcas de vehículos fabricados en España (Citroen, DKW, Dodge Dart, Land Rover Santana, Morris MG, Pegaso, Renault, Seat, Simca) y fuera de ella (Alfa Romeo, Ford, Mercedes etc.), una ciudad de la categoría de Tarragona llegaba a reunir a comienzos de los años setenta hasta trece concesionarios que, dispares en sus exigencias espaciales, consumían superficies considerables. La importancia del sector no se redujo a eso, pues ya durante la década anterior habían proliferado en las ciudades turísticas los negocios orientados al Rent-a-Car o alquiler de coches sin conductor[34].
El mayor bienestar, y su correlato la maduración social, creaban condiciones para expandir otros campos como el del cuidado personal (cosmética, droguería, perfumería) y entre los servicios integrados al mismo las peluquerías modernas, cuya novedad más sonada será el servicio entonces llamado unisex. Cambiaron por completo las confiterías, tanto en su aspecto como en su planteamiento pues dieron más visibilidad a sus productos, añadieron la degustación y la venta de objetos de regalo. Surgieron las tiendas de deporte (a veces por evolución de las armerías) con artículos para la montaña, la nieve, el campo y el camping, por el tiempo en que se generalizaban el camping gas y los muebles metálicos como las sillas de campo. Aparecieron los comercios de mascotas (acuarios, pajarerías) en los setenta, cuando ciudades de algún dinamismo fácilmente sumaban media docena de agencias de viajes, locales o con alcance superior: entre ellas Ecuador, Marsans, Meliá, Politour o Vincit, así como Wagons-Lits-Cook y Wasteels. La variación y enriquecimiento de las prácticas de consumo descansó parcialmente en el ocio y las diversiones, podría decirse que por delante de la cultura entendida en sentido estricto. Bien es cierto que hubo un último fulgor del cine, materializado en la generación de salas que ya no están en el centro pero todavía permanecen ajenas a los centros comerciales, y tampoco suelen ser minicines aunque los hubo. En cuanto a la literatura, fuera de las ciudades mayores o las universitarias tardó en abrirse paso el nuevo concepto de librería, distinta de la papelería o el negocio religioso; pero logró, con una cantidad limitada de establecimientos, contribuir decisivamente a la apertura y democratización del país. El entretenimiento y los hábitos de socialización también se modificaron por completo en el universo de la hostelería. Fue la época de las discotecas de tarde, los primeros pubs, whiskerías, night-clubs o snack-bares, y la edad de oro de las cafeterías que heredaron la función (no los locales) de los antiguos cafés. El sector dedicado al alojamiento conoció un impulso equiparable, gracias a los Paradores Nacionales de Turismo y, en lo que a nuestro interés más directo respecta, la cohorte de hoteles de categoría edificados en el centro o pericentro de todas las ciudades durante aquellos dos decenios.
Las ciudades canarias, las plazas africanas y los núcleos de veraneo se apartaban un poco de la generalidad al disponer de un sector específico, de índole étnica y dedicado a los artículos de importación, con origen anterior aunque ahora se ve potenciado gracias al turismo. En Ceuta los negocios exóticos de hebreos o indios buscaban las inmediaciones de la calle Real, mientras que el centro de Santa Cruz de Tenerife tenía en 1971 más de doscientos comerciantes extranjeros, la mitad de ellos hindúes trabajando con bazares de géneros orientales[35]. Sin salir de las islas, el intercambio relacionado con los puertos ganó un nuevo frente tras el cierre del canal de Suez, al arribar buques soviéticos que justificaron la aparición de tiendas volcadas al colectivo ruso, con letreros en cirílico. Mucho más impacto, tanto visual como económico, tuvo el comercio playero (hinchables y otros equipos, recuerdos etc.) que invadió las acercas de las localidades costeras, formando incluso alineaciones mixtas con la hostelería en los frentes litorales. La otra fracción del sector turístico, artesanado, gastronomía típica y souvenirs, fue capaz de hacerse sitio más excepcionalmente en el interior de España. Toledo, con sus establecimientos de las calles Santo Tomé y Judería, es un buen exponente entre los destinos más frecuentados dentro del entorno madrileño.
Buscando el engarce con el epígrafe siguiente, es forzoso reconocer que la renovación afectó tanto al destino de las tiendas como a sus tamaños. No pocas empresas habían ensayado previamente el cambio de escala, pero fueron bastante más numerosas las que aprovecharon para ello el ciclo alcista interrumpido a mediados de los setenta. Hay datos sobre el particular en las monografías locales redactadas por geógrafos, y pueden obtenerse grandes cantidades de información o documentación gráfica en las ediciones digitales de los periódicos o blogs especializados en la memoria urbana[36]. Lo que llamaríamos el gran comercio regional o local solía obedecer a uno de estos tres esquemas: la tienda grande, con varias secciones, normalmente reducida a los textiles o centrada en ellos; el drugstore o tienda-cafetería de horario amplio, y si no un gran almacén por departamentos. A modo de ejemplo, al primer grupo pertenecieron los Tejidos Gangas de Jaén, los almacenes Olmedo de Zamora o las firmas Botas Roldán y Al Pelayo en Oviedo, utilizando bajos completos de edificios o dos pisos. Los primeros drugstores habrían funcionado en ciudades balnearias, no necesariamente mediterráneas o del Atlántico Sur puesto que Gijón tuvo dos en el paseo del Muro (La Gloria y Drugstore Playa). La inversión requerida era superior en el caso de los mayores centros de compra, donde diversas secciones separadas empleaban varias plantas o inmuebles completos de uso exclusivo dotados de escaleras mecánicas. Así nacieron verdaderos grandes almacenes de capital endógeno, con muy fuerte peso y no siempre corta vida: la firma onubense Arcos; Barros y El Pote en La Coruña, o los almacenes Láinz de Santander (1974-2000), que ocupaban un bloque de siete alturas en la calle San Francisco[37].
Figura 2. Comercio de los años setenta, superviviente en Burgos. |
Del sucursalismo y las franquicias, a los Almacenes Populares: el apogeo de Simago
Presentes en España desde los últimos años cincuenta, más intensamente en los sesenta, las franquicias de origen europeo, norteamericano o nacional parecen haber seguido, durante el tardo franquismo, unas estrategias de localización que sólo alcanzan tangencialmente a las ciudades aquí consideradas. Excepción a esa regla fueron, como ya se indicó, los autoservicios de alimentación (por ejemplo Spar) y los comercios de lanas (Pingouin Esmeralda, Phildar, Stop), bastante más selectivos estos en la elección de vías públicas para establecerse. Las otras enseñas retrasaron su aparición, viéndose por el momento prácticamente reducidas a Santiveri, Prenatal y Rodier París. El umbral de negocio de la herboristería era más bajo, mientras que las marcas textiles y especialmente el pret a porter de Rodier buscó en los años setenta poblaciones con cierto nivel de renta (Gijón, Oviedo, León etc.). Sí hubo en cambio condiciones de mercado para una relativa edad dorada de las cadenas comerciales y el sucursalismo, tras las bases formadas anteriormente. Hasta 1936 vieron la luz Telas El Águila, Guante Varadé o Simeón, y después de la contienda aparecieron o se expandieron firmas como Segarra, Almacenes Olmedo, Establecimientos Álvarez, Galerías Preciados (tratada aparte) o también a escala menor las Ópticas Navarro, que en algún caso incluían bazar con artículos de viaje y regalos importados (Fig. 2). El Desarrollismo adicionó otras marcas, a los mismos sectores y al de las agencias de viajes, ya mencionado. General Óptica se extendió en forma apreciable y por medio de sociedades subsidiarias a partir de los años sesenta, instalando puntos de venta incluso en núcleos menores como Sama de Langreo[38]. En cuanto al comercio de manufacturas de moda, Zara abrió en La Coruña el año de la muerte del Dictador, cuando la cadena Cortefiel ya poseía una tupida red de tiendas propias: 26 en 1977 sumando municipios de todas las categorías; 50 en 1981[39]. De esos centros de moda especializados (trajes, confección) doce correspondían al grupo de ciudades estudiadas, casi todos en el Norte: San Sebastián, Vitoria, Pamplona y Logroño, además de Asturias y León, La Coruña y Vigo de Este a Oeste. Los restantes radicaban en Salamanca, Torremolinos y las Canarias (Lanzarote, Tenerife)[40].
Tanto o más sobresaliente durante aquel periodo iba a ser el auge de los Almacenes Populares, que en Francia se ha relacionado con las inversiones en provincias[41]. La memoria colectiva sobre la posguerra civil, y el paso a unas ciertas condiciones de bienestar en los primeros años sesenta, conserva aún fresco el recuerdo de los Almacenes Arias también denominados Saldos Arias. Desde Madrid saltaron a otras veinte localidades de categorías progresivamente más bajas (León, Cáceres, Alcázar de San Juan), abriendo locales muy céntricos con acceso directo a estantes repletos de productos arreglados de precio, entre los cuales dominaban o poco menos los plásticos. La variedad de artículos y su acumulación permitían percibir en ellos algo así como una reinterpretación de los antiguos bazares, para la clase media-baja. Vistos desde la actualidad probablemente guardarían cierta semejanza con las tiendas de los chinos[42]. Tuvo menos fortuna, trabajando sólo en ciudades de fuerte crecimiento, la cadena de almacenes Woolworth Española. Filial de la casa matriz estadounidense, inauguró tiendas de descuento únicamente en Vitoria y Santander. El establecimiento de la capital vasca, situado en el Ensanche, tuvo una corta vida (1975-1978) debido en parte a su modesto planteamiento y reducida oferta, perfil inapropiado para una plaza comercialmente bien provista. El local santanderino, asomado a la calle principal, permaneció activo hasta la disolución de la compañía en 1980[43]. El fracaso de Woolworth determina que en nuestro país la idea del Almacén Popular se asocie básicamente con la red Simago, cuyas primeras tiendas pertenecían a una empresa de origen español fundada en 1960[44]. Tres años después se hizo cargo de ellas la firma francesa Prisunic, reorientándolas conforme al ideal de almacén o supermercado popular dominante al norte de los Pirineos. Los centros de distribución finalmente titulados Simago-Prisunic constaban de tres elementos: alimentación con productos frescos, bazar de novedades y cafetería con su fuerte en las meriendas (tostadas, palomitas). Según las características del local se disponían en horizontal o en vertical mediante remonte mecánico, adaptándose si era preciso a pequeñas superficies en niveles superpuestos. De diecinueve tiendas en 1969 saltaron a medio centenar en 1976, y hasta un total de sesenta al ser absorbidas por Champion en 1998[45].
Los almacenes Simago encajaban perfectamente en las medianas capitales de provincia (Albacete, Almería, Badajoz, Cádiz, Salamanca, Santander, Vitoria), cabeceras regionales (Oviedo), y núcleos no capitales con volumen demográfico equivalente (Elche, Gijón, Jerez). A la vez, su apertura fue bien oportuna en poblaciones orbitales de las áreas metropolitanas de Madrid (Alcalá, Alcobendas, Getafe, Guadalajara, Leganés, Móstoles), Barcelona (Santa Coloma) o el Gran Bilbao (Baracaldo), donde fortísimos crecimientos entraban en conflicto con dispositivos comerciales subdesarrollados. Pero el gran acierto de Simago sin duda fue su arribada a ciudades menores, capitales provinciales o no, de tipologías y contextos regionales muy contrastados. Unas eran Polos de Desarrollo (Logroño) o sumaban a esa condición la de asentamientos industriales históricos (Ferrol), grandes puertos (Algeciras) o núcleos inscritos en ámbitos turísticos (Castellón, Huelva, Tarragona). Algunas tenían un perfil más sencillo, el de localidades fabriles con mayor o menor tradición (Alcoy, Avilés, Linares, Puertollano o Talavera). Otras eran centros de servicios (Santiago), cabeceras provinciales no muy activas (Jaén, Palencia, Zamora) inscritas en medios rurales bastante ajenos a las transformaciones desarrollistas. Observándolas conjuntamente tenían en común su cuota de mercado (contando las áreas de influencia) y unas estructuras heredadas no excesivamente resistentes, bien por debilidad, por ausencia de experiencias previas equivalentes o al revés, a causa de la madurez comercial por ejemplo en ciudades cantábricas. Simago buscó dentro de ellas la buena accesibilidad y alta frecuentación de los lugares más céntricos, logrando abrirse hueco en la plaza principal de Alcoy (España), Algeciras (Andalucía), Baracaldo (Herrikoplaza), Huelva (Monjas) o Santander (Ayuntamiento). Consiguió local en los ejes directores de cascos como el de Albacete (Ancha), Elche (Reina Victoria), Gijón (Corrida) o Castellón (Mayor), ayudando en este caso a revitalizarlo[46]. En ciudades donde el centro de gravedad se había desplazado hacia el Ensanche Simago colonizó sus calles principales: el Paseo almeriense, Uría de Oviedo, General Álava en Vitoria. Cuando no era posible acceder a los viales de primera categoría se colocó en sus aledaños, prefiriendo arterias de raigambre mercantil o espacios óptimamente situados y en proceso de remodelación, que suelen convertirse en apéndices o extensiones del centro comercial. Una de esas dos posibilidades se dio en las ciudades andaluzas (Cádiz, Jaén, Jerez, Linares) y castellanas (Palencia, Talavera), pero también las modernas calles de la Estación o sus inmediaciones (Zamora), los terrenos de nuevo desarrollo u objeto de reformas (Logroño) se ajustaban a las exigencias de localización de Prisunic[47].
En Albacete reutilizaron el local de un antiguo bazar, pero lo habitual era ocupar edificaciones de nueva planta, levantadas sobre solares que a menudo procedían del derribo de casas antiguas (Cádiz, Huelva) (Fig. 3). En Oviedo la obra nueva sustituyó a la Escuela Normal, en Elche al cine Victoria y en Badajoz fue demolido el Cuartel de Ingenieros setecentista[48] Al parecer la dificultad para obtener espacios adecuados podía solventarse con la intervención de su filial inmobiliaria (Sucomi), que adquiría viejos inmuebles o parcelas y construía o cedía esa labor a promotores. El bloque resultante, todavía conocido hoy como “edificio Simago” en Castellón o Leganés, podía ser de uso exclusivamente comercial (Badajoz, Cádiz, Huelva, Jaén) o reservar los altos para viviendas (Almería, Logroño, Oviedo)[49]. Cuando las iniciativas se enmarcaban dentro de operaciones más amplias, sus premisas desarrollistas dieron lugar a construcciones en vertical como la torre Simago de Badajoz (14 plantas), al pie de la cual el almacén empleaba un módulo exento. O la torre de Logroño, relacionada con el proyecto de renovación ferroviaria de la capital riojana, en cuyo bajo funcionó la enseña francesa[50]. Aunque la fisonomía comercial es tratada más adelante, anticipamos aquí lo relativo a Simago pues su impacto visual, como el de los grandes almacenes y las tiendas de alguna dimensión, fue muy considerable. Los edificios privativos introdujeron en el centro urbano formas de caja, muros de hormigón rasgados por saeteras, siguiendo criterios funcionalistas. En las construcciones de uso mixto solía repetirse un mismo patrón: bajo acristalado, una o dos alturas de pared ciega (con dibujos a veces de nido de abeja) donde se exhibía el emblema de la compañía, y arriba pisos de vivienda[51]. A fin de siglo el cambio de manos impuso modificaciones en el uso, por tanto en la materialidad de los locales, y una parte de las sucursales conocerán posteriormente compraventas y reorientaciones sucesivas. No pocas son hoy supermercados Carrefour (Express, Market etc.), Eroski, Supercor o Hipercor, cuando no Cortefiel o grandes franquicias que borraron todo rastro del pasado. Sin embargo el recuerdo permanece, incorporado incluso a la toponimia urbana menor, de manera que en Elche existe la parada de autobús Simago y en Badajoz los bajos de la torre son identificados por los ciudadanos como “las traseras de Simago”.
Figura 3. Impacto formal de Simago en Albacete. Fuente: Oliver, A.: Crónica y Guía de las Provincias Murcianas, Madrid Espasa Calpe, 1975, p. 410) |
La expansión de Galerías Preciados, los pasajes y galerías comerciales, frente a un papel limitado del Corte Inglés y los primeros hipermercados.
Vigo representó la categoría urbana inferior en los programas inversores del Corte Inglés antes de los años ochenta. La otra cadena de grandes almacenes, Galerías Preciados, trabajaba entonces con criterios más flexibles en cuanto a las dimensiones de sus centros, normalmente menores, y su enfoque concreto. Hasta 1975 únicamente tenía los establecimientos de Badajoz, Cádiz, Don Benito, Eibar, Jaén y Santa Cruz de Tenerife, algunos poco más que tiendas importantes. En 1976 Galerías ya se había instalado en Vitoria y Oviedo, con auténticos grandes almacenes, y antes de 1982 en Albacete y Burgos. Precisamente la política de crecimiento de la empresa se ha relacionado con su declive durante los años setenta[52]. En paralelo con Simago, a Galerías Preciados sólo le convenían los lugares más céntricos, en cascos antiguos (Badajoz, Burgos) o Ensanches (Oviedo, Vitoria). Ya se situó favorablemente al hacerse cargo de la empresa Galeprix, por ejemplo en Ciudad Real o Vitoria, aunque esos locales no servían si la idea era abrir un gran centro de distribución. Entonces hubo otros recursos como el de procurarse terreno en la calle más importante (Uría de Oviedo), comprando un palacete de la alta burguesía para destruirlo. En la capital alavesa, la política de remodelación urbana le permitió establecerse en la aureola del centro y definir allí un nuevo ámbito de actividad (calle de La Paz). Tanto en esta clase de ciudades como en las de categoría superior los almacenes Galerías Preciados animaron el entorno, fortalecieron el centro tradicional o provocaron su desbordamiento. En el primer caso planteaban con frecuencia problemas de acceso, y causaron un impacto visual considerable pues su volumen y arquitectura chocaban formalmente con el entorno[53].
Los nuevos centros comerciales aparecieron mediada la década de 1970, pero sólo como adelanto de la explosión posterior[54]. Casi desde su origen la gran distribución (hipermercados con galería comercial o asociados a centros mayores) encontró condiciones propicias en las ciudades medias objeto de estudio. Si el primer “hiper” abrió en Castelldefells en 1973, entre 1975 y 1978 ya entraron en funcionamiento otros cinco, periféricos o de localización extraurbana con alta accesibilidad, que cumplían al menos uno de estos dos requisitos: inserción en zonas turísticas, o situación óptima dentro de áreas metropolitanas. Gerona, Tarragona y Cádiz, además de Guipuzcoa (Oyarzun) y Asturias (Lugones), resultaban medios geográficos idóneos. La nueva modalidad de implantación ya adelantaba, incluso a través de las denominaciones de algunos complejos como el de la bahía de Cádiz (El Paseo), su papel futuro dentro de una totalidad de transformaciones. Pero por el momento la afección al comercio de las áreas centrales urbanas podía considerarse reducida[55].
Fue muy utilizada la tipología espacial de los pasajes y galerías comerciales, que ampliaba lateralmente a modo de espina de pez los recorridos de compras en las calles con más cachet, sus afluentes o paralelas: Ordoño II de León, El Paseo en Orense y la palentina Mayor Principal, así como Santa Clara en Zamora y la calle Vitoria en Burgos[56]. Previo derribo de inmuebles no residenciales (fábricas, cines, conventos y colegios religiosos) o antiguas villas ajardinadas, los bloques de nueva planta incluían viales interiores para aprovechar exhaustivamente solares de forma masiva, con mucho fondo o patios de manzana. Así sucedió en Vigo, donde eran profusos los pasajes céntricos o subcentrales que, como en otras localidades, al adaptarse al parcelario cobraran distintas formulaciones[57]. Habrá galerías y pasajes al aire libre, rectilíneos o quebrados, como calles peatonales particularmente estrechas para no robar espacio edificable. Otros serán cubiertos, o mixtos, con muy diferentes anchos. Unen dos calles, excepcionalmente tres, o son ciegos y con planta de letra P o recorrido de retorno. Pueden situarse al nivel de la calle o jugar con dos alturas y composiciones más complejas, provistas de escaleras interiores y pequeñas plazoletas o lugares de estancia. Entonces llegan a suministrar una abultada oferta de locales, por regla general exiguos o regulares de tamaño, quizá luego redimensionados cuando unos negocios fracasan pero otros se consolidan y expanden. La casuística particular de las “calles comerciales artificiales” ha sido bien diversa. Parte de ellas fracasaron al ser percibidas como lugares escondidos, cerrados o más desprotegidos que los espacios comerciales al aire libre, y por ello albergaron usos específicos como los sex-shop. Pero en España sólo muy localmente puede hablarse de contenidos marginales, pues también están muy presentes ciertos tipos de hostelería y una gama amplísima de servicios comerciales, tiendas especializadas o exclusivas[58].
La organización urbana y los paisajes comerciales del desarrollismo
Una comercialidad dual en los cascos antiguos.
Desde los años setenta, el interés que la ciudad histórica despertaba entre los geógrafos españoles fructificó en forma de publicaciones, influyentes a la hora de poner en marcha la política de rehabilitación. Aún hoy son lecturas de gran utilidad, sin ir más lejos para el propósito de este libro[59]. Coinciden en señalar, por encima de la casuística local diversa, tendencias negativas resumibles en una dinámica de opuestos: deterioro o renovación, con repercusiones bien distintas en todos los planos, incluido el comercio. Hubo excepciones significativas, caso de San Sebastián cuyo barrio viejo, bien conservado y vivo, mantenía al ocaso de la Dictadura su centralidad gracias al comercio turístico, tiendas tradicionales y restaurantes[60]. Pero lo predominante eran las otras dos situaciones o maneras de evolucionar descritas, según prevalezca la degradación o los impulsos renovadores, por separado o conviviendo en fracciones distintas del mismo asentamiento.
Unos eran los cascos (o partes de ellos) que al perder vigor siguieron trayectorias de declive y deterioro, en sentido físico, económico y social. Situados al margen del estallido urbano desarrollista, hubo en ellos abandono, falta de mantenimiento y hasta ruina física[61]. La partida de las clases altas y el envejecimiento progresivo de los otros pobladores tradicionales pudo traer consigo el vaciamiento y la desocupación, de un parque inmobiliario vetusto y carente de confort. O bien la llegada de inmigrados españoles con rentas bajas, es decir la sustitución social hacia abajo, el empobrecimiento y localmente la densificación. Sobre suelos que previsiblemente llegarían a revalorizarse en un futuro, si el barrio estaba bien situado, en los años setenta tuvieron cabida el fenómeno ghetto y la degradación social, al llegar o aumentar los gitanos y las actividades de ocio marginal a los rincones menos estimados de la vieja ciudad. En concordancia con todo ello estuvo el cambio funcional, debido al desplazamiento o la simple lejanía del centro, y por ende la mengua o la ausencia de vitalidad. Se dio en fragmentos amplios del tejido de Badajoz, Vitoria e incluso a menor escala en Ávila o Zamora por el auge que cobraron las calles de la Estación[62]. El correlato más específicamente comercial de esa decadencia fue un cierre paulatino de las tiendas familiares y servicios de proximidad, que cumplieron su ciclo de vida mientras se periclitaba el antiguo artesanado. El debilitamiento será más acusado al mermar la función residencial, pero si esta se mantiene aunque sea con inmigrados de renta baja, entonces sobrevivirá el comercio de barrio. Podía compartir espacio con la hostelería en las calles o zonas de tascas, que disfrutaron por esos años una época dorada como lugares de socialización juvenil. Fuera de ellas, al acentuarse localmente la depauperación, se ofrecían condiciones idóneas para que el barrio chino permanezca o se afiance.
Otros centros históricos, o fracciones de ellos, evolucionaron en forma bien diferente. Eran activos, retenían al menos parcialmente su centralidad e incluso algunos ganaron protagonismo. Eso sería lo sucedido en Salamanca, mientras Cáceres ejemplificaba la bipolaridad Casco antiguo-Ensanche tan generalizada[63]. La capital extremeña era asimismo ejemplo de buena conservación morfológica, cosa más difícil de encontrar si la ciudad heredada fuera pleno centro, con alta valoración inmobiliaria y social. Entonces la demanda residencial por parte de grupos acomodados y la necesidad de espacio para el comercio y los servicios desencadenaron procesos de renovación urbana, con distinta intensidad. Cuando era fuerte o masiva en intramuros y arrabales fue calificada como “crecimiento hacia dentro”, en realidad una parte sustantiva de la explosión urbana registrada en esas ciudades. La marea de derribos, cambios de uso e iniciativas de remodelación urbana llega a ser en algunos casos de tal magnitud que se habla de una segunda Reforma Interior, más desordenada y con resultados mucho peores que la decimonónica[64].
Al construirse grandes cantidades de viviendas, esas zonas históricas centrales o subcentrales fueron repobladas con clases medias altas, por tanto se elitizaron y eso favoreció la terciarización. El proceso se alimentaba a sí mismo, de manera que la demanda de locales para comercio y servicios estimulaba a su vez la destrucción de edificios históricos, particularmente en torno a los ejes mercantiles tradicionales y las plazas, donde pervivían funciones administrativas o mercados semanales. Los despachos de profesionales, y el comercio renovado propio de áreas centrales, mantuvieron con vida las viejas arterias principales que en gran medida también conservaban su condición de paseo. Eran la calle Mayor de Alcalá, Cartagena, Lérida o Palencia; San Juan en Badajoz, Concepción y Rascón en Huelva, o Sagasta de Logroño. Destacaron las calles Herradores y Carrera en La Laguna (Tenerife), igual que Carretería en la parte baja de Cuenca[65]. Muchas otras arterias de fuerte significado histórico como San Francisco en Talavera, la calle Larga de Jerez, la calle Real coruñesa y ceutí, vieron confirmada su primacía, lo mismo que las castellano leonesas: Real (Segovia, Collado (Soria), Santa Clara (Zamora), San Lorenzo-Laín Calvo-Santander (Burgos). Algunos de aquellos viales ya estaban vedados al tránsito automovilístico por ser de escasa latitud, muy frecuentados u ocupados estacionalmente con veladores de cafés. Desde los últimos años sesenta se hicieron más frecuentes las peatonalizaciones, mediante un modelo de obra que consistía en la pavimentación con baldosas de terrazo coloreado, normalmente bicolor o tricolor (crema, azul, rojo oscuro o salmón), formando bandas, cuadrícula o grecas. Intervenciones de esa índole, aplicadas por lo regular a una sola calle (Mayor en Lérida, Maestra de Jaén, Ancha en Cádiz) demostraban y contribuían a reforzar su valor inmobiliario y mercantil[66]. La densificación de la red comercial planteó problemas crecientes de incompatibilidad con la trama histórica (descarga, tránsito, estacionamiento), valorados como un aspecto relevante de la crisis comercial en los cascos[67]. Incluso los más céntricos, donde se produjo el crecimiento y la renovación funcional, eran de todos modos espacios muy heterogéneos o duales. Ya vimos que había en ellos zonas de vinos y enclaves relictuales dedicados a la prostitución, aparte de un comercio histórico muy específico volcado al mundo rural o al mar (efectos navales). Parte de la crisis estuvo desde luego relacionada con las deficiencias estructurales del comercio tradicional (atomización, falta de rentabilidad etc.)[68].
Figura 4. Pasaje comercial construido al derribar una fábrica, en el Ensanche de León, 1973. |
Transformación morfológica y terciarización de los espacios centrales urbanos
El corazón de la ciudad desarrollista será, en gran medida, un escenario de nueva construcción, edificado bien sobre el casco antiguo y sus bordes, en el Ensanche decimonónico o más frecuentemente entre ambos, agregando desarrollos posteriores. Cuando el centro de gravedad se situaba en la ciudad contemporánea, tuvo más importancia la primera ocupación de terrenos vacíos que la superposición a tejidos preexistentes. Pero el tipo más común de espacio central, situado a caballo entre la ciudad histórica y la ciudad burguesa ochocentista, fue por regla general el fruto de importantes reformas urbanas con la consiguiente renovación formal. Podría hablarse de dos escalas y dos modalidades de intervención diferentes. En el nivel inferior estaban los procesos más espontáneos de sustitución edificio por edificio, afectando tanto a casas antiguas o bloques de pisos como chalets o villas ajardinadas e inmuebles dedicados a funciones distintas del alojamiento (naves, almacenes, garajes, talleres), sobre fincas no muy extensas. Se dio en el cuerpo central y en las márgenes del núcleo histórico, por ejemplo en Castellón donde los nuevos bloques en altura rompieron la escala de las estrechas calles[69]. Cuando la rentabilidad diferencial de algunas vías incrementaba exponencialmente la generación de plusvalor al demoler, desaparecieron prácticamente tramos completos como en la calle Toledo de Ciudad Real, con treinta derribos entre 1966 y 1979. O Los Cantones de La Coruña, borde del arrabal de La Pescadería, que asistió al cambio de las casas de galerías por paralelepípedos Estilo Internacional, donde el terciario puedo ascender hacia las plantas altas. La renovación morfológica también sirvió para incorporar al centro comercial calles laterales ocupadas con construcciones bajas, como Pilar y Villalba Hervás en Santa Cruz de Tenerife. En ciertas localidades la explosión desarrollista se repartió entre el casco y el Ensanche, caso de Almería que perdió 805 y 677 edificios respectivamente entre 1950 y 1980[70]. En Oviedo, León o Vigo el epicentro estuvo más bien localizado en el Ensanche, pero eso no variaba gran cosa los efectos: selección de usos y de clases sociales, al perderse el alojamiento de los grupos más modestos en las calles de segundo orden; repoblación selecta, terciarización y rejuvenecimiento de la actividad mercantil (Fig. 4). La pérdida de patrimonio arquitectónico se llevó consigo gran parte del dispositivo comercial primisecular, cayendo establecimientos de tanta raigambre como los antiguos almacenes Simeón del Ferrol o La Villa de París en la Puerta del Sol de Vigo[71].
Por otro lado estaban las actuaciones planificadas de entidad superior, que afectaban a fincas mayores e incluían remodelación, cirugía o usos del espacio diferentes a los de partida. En su versión más elemental, se producían sobre suelo liberado al echar abajo elementos no residenciales o mansiones patricias envueltas en recintos verdes. Si la unidad parcelaria lo permitía se abrirá un vial interior para facilitar el relleno y aprovechamiento tridimensional con pisos y locales comerciales, en los Ensanches y sus aureolas[72]. La destrucción formal multiplicaba a nivel del suelo y en vertical la superficie susceptible de usos comerciales o de servicios, con amplios locales abiertos a varias calles y a frentes de manzana opuestos. El planeamiento de la época santificó los proyectos de más envergadura, entre otros del Plan Parcial del Cuadrilátero que amplió la tinerfeña calle Bethencourt Alfonso haciendo de ella el primer eje comercial. En esos casos se desmantelaban porciones de tejido urbano degradado, obsoleto o susceptible de capitalización dada su centralidad, alterando la división parcelaria y el plano. Así fue reestructurado y objeto de reedificación un fragmento de la Vila Murada en Elche, para extender el territorio comercial. Sin alcanzar necesariamente las proporciones de una renovación bulldozer”, lo cierto es que estuvieron conectadas la ampliación del barrio comercial y la reforma interior, sin ir más lejos en Ceuta donde las múltiples demoliciones y la rectificación del trazado viario hicieron sitio para más tiendas en La Brecha o La Marina. A escala mayor la apertura de la Gran Vía en Logroño sobre los tendidos ferroviarios históricos, a comienzos de los sesenta, también configuró el eje de la futura centralidad[73].
Figura 5. Alineación hostelera en la avenida de La Marina, La Coruña. Foto Fama |
El modelo comercial: la dialéctica entre actividades y la congestión del centro
La mutación del centro urbano tuvo como punto de partida una concurrencia de actividades, parte de las cuales no necesitaban o no podían acceder a las calles más caras, de manera que se situaban al borde del viejo centro, lo hacían avanzar hacia espacios adyacentes y por tanto lo dispersaban. Otros negocios sí entraron en competencia por los lugares más céntricos, tenían capacidad para desalojar comercios preexistentes, forzando la selección funcional y especialización. Simultáneamente cierta fracción de las empresas heredadas se modernizó, con lo cual hubo reemplazo generacional y transformación cualitativa. El modelo comercial, resultante de la dialéctica entre funciones, dio lugar a un centro falto de homogeneidad y multiforme. En él convivía pero también colisionaba el sector de distribución (todavía predominantemente local) con los servicios comerciales: desde la banca, oficinas y despachos de profesionales, hasta la hostelería y restauración, el ocio y espectáculos o los servicios personales dedicados por ejemplo al cuidado físico[74].
En las ciudades menores el binomio comercio-servicios se convertía en triángulo cuyo tercer vértice era la Administración Pública. Esa regla podía variar localmente, dando lugar a relaciones más complejas al aumentar el tamaño urbano, por ejemplo en Jaén donde el traslado de los centros públicos a la plaza de las Batallas y paseo de la Estación los distanció del área comercial[75]. También se daban formas particulares de especialización por calles o distritos, que agrupaban el comercio de distinta categoría o ramos específicos (textil, calzado), del mismo modo que la hostelería y los bancos iban perfilando sus propias implantaciones[76].
La selección de actividades comenzó a llevarse por delante los negocios fosilizados, procedentes de la Restauración. Detrás de las fábricas empezaron a abandonar los Ensanches las empresas terciarias muy consumidoras de un suelo en revalorización, comercios mayoristas, mueblerías y almacenes, o las pequeñas tiendas de alimentación[77]. Fueron derribados los primeros cines óptimamente situados, los viejos teatros de factura sencilla, carentes de monumentalidad. Desaparecieron de las plazas principales, de los cruces más animados, las mejores esquinas y chaflanes, los grandes cafés cuyos locales eran apetitosos para otros negocios, especialmente los bancos. Como la sustitución fue paulatina no impidió que sobrevivieran hasta la década de 1980, en calles bastante importantes y sin sujetarse a los dictados de la moda, expendios vetustos del tipo de las guarnicionerías, los bazares o tiendas de regalos. En el entorno de los antiguos mercados se mantuvieron abiertas las tiendas generales de suministros al medio rural, almacenes de ferretería, mayoristas de tejidos y paquetería, para los cuales constituían un refugio las calles secundarias Esa clase de vías conservó igualmente el comercio de exposición y los concesionarios de automóviles, hasta tiempos mucho más recientes. El indicador de madurez económica no fue sólo la renovación comercial, sino en igual o mayor medida el desarrollo de los servicios, que colonizaron el corazón de la ciudad obligando a denominarlo popularmente “centro comercial y de servicios”. Llegaron las oficinas (inmobiliarias, seguros), bancos, cafeterías y los primeros hoteles modernos, alterando por completo el significado de los lugares donde se situaban. Las sedes bancarias y cajas de ahorros se apoderaron de los bajos de edificios preexistentes, o construyeron ex profeso demoliendo chalés y casas antiguas, práctica iniciada ya durante la posguerra. En el primer caso sustituían a las grandes tiendas de tejidos, los bazares generalistas y sobre todo los cafés, cualquiera que fuese el tamaño de ciudad. Ese proceso se dio en la plaza Lazúrtegui de Ponferrada o Zocodover en Toledo[78]. Pero el cambio podía ser muy gradual o quedar incompleto durante años, de forma que convivían cafés y bancos como sucedió en la calle Mayor de Cartagena o en El Paseo de Almería, donde en 1966 seguían abiertos los cafés Español y Colón, los del Casino y Círculo Mercantil. Por lo tocante a nuevos inmuebles exclusivamente bancarios hay una referencia a San Sebastián, donde se afirma que ocupan el lugar de “antiguos establecimientos que solamente se abrían en la temporada veraniega”[79]. Hubo un incremento exponencial del número de sucursales bancarias, Vitoria y La Coruña ya tenían en 1968 trece y dieciséis respectivamente, y entre 1970 y 1974 se generalizaron valores de once a quince tanto en Albacete y Ciudad Real como en Reus, Salamanca o Tarragona. Era habitual una fuerte concentración espacial, en lugares como la Rambla tarraconense, la plaza de Cervantes ciudadrealeña, el entorno septentrional de la plaza Mayor en Salamanca o las calles principales del Ensanche vitoriano (Dato, General Álava, Postas). Los bancos contribuyeron muy a menudo a degradar el paisaje del centro urbano, cuando modificaban desacertadamente los bajos de edificios históricos con gran interés cultural, o promovían construcciones de nueva planta al gusto funcional, fuera de escala o de contexto, que dañaron irreversiblemente los conjuntos arquitectónicos de las plazas principales. Gran parte de aquellas entidades pasaron luego a mejor vida, víctimas de la crisis de los setenta o las reestructuraciones posteriores, pero sus locales, absorbidos por otros bancos, han conservado por regla general la función original hasta los últimos años, cuando el ajuste financiero impone ventas de activos inmobiliarios y en consecuencia cambios de uso[80].
El otro grupo más característico dentro de los servicios era el de las cafeterías. Solían abrir sus puertas no muy lejos de los cafés a los que sucedieron, más bien en vías secundarias o sólo relativamente céntricas que calles de primer orden. Si optaban por estas no siempre lograron permanecer en ellas mucho tiempo, pues habrá una nueva invasión por parte de los bancos y otro tipo de establecimientos en la década de 1980. Las demás cafeterías, quizá no tan bien situadas, tuvieron mayor perdurabilidad, desempeñaron un papel fundamental en la socialización y el cambio de las pautas de consumo, al introducir las tortitas y los platos combinados. Siguiendo en ocasiones pautas heredadas, los modernos locales con sus terrazas se concentraron o formaron alineación en lugares muy determinados como los Porches de Galicia en Huesca, la Marina coruñesa, plaza Independencia de Gerona o la avenida de España en la capital donostiarra[81] (Fig. 5). Por lo que respecta al comercio, ya se caracterizaron en páginas previas las nuevas tipologías propias del desarrollismo. Trasladándolas a la zona central de la ciudad, resultaban cuatro categorías fundamentales, una la de los medianos almacenes regionales, despecializados u orientados al textil y equipos del hogar. Las otras guardaban relación con el desarrollo técnico (electrodomésticos, música, fotografía), la elevación del nivel de vida (floristerías, belleza e higiene, peleterías), o la configuración de grupos de consumidores específicos (mujeres, jóvenes), dentro de un contexto presidido por el despegue del consumo de masas (ropa, ocio). Llegó un momento en que el centro comenzó a mostrar signos de disfuncionalidad a causa de la densificación edificatoria y comercial, en tramas incompatibles con la motorización[82]. Las respuestas planteadas dentro de un contexto desarrollista fueron de dos clases: haussmanización a pequeña escala y apertura de los primeros aparcamientos subterráneos, desmantelando espacios públicos (muchos de ellos históricos) a partir de los años setenta.
Figura 6. Publicidad comercial en la calle Uría, Oviedo 1976. |
El desbordamiento y difusión de la actividad mercantil, hacia los Ensanches, los barrios y polígonos: el papel del planeamiento
Sin llegar a procesos de difusión comercial o periferización a gran escala, el desarrollismo acrecentó la superficie urbana dedicada a la función de intercambio a través de tres vías: ampliaciones del centro, subcentros de barrio y polígonos de edificación abierta. La extensión y reestructuración del núcleo central fue lo más destacado, con diferentes manifestaciones. El nivel mínimo de transformaciones era el auge de calle próximas a las zonas comerciales clásicas, Corredera en Lorca, San José en Santa Cruz de Tenerife, variación que acaso implicaba una relativa decadencia de vías cercanas con rico pasado. Otra posibilidad fue la consolidación de nuevos centros de gravedad en los Ensanches decimonónicos o del siglo XX, como el de Santiago. Ganaron comercialidad la Alameda de Alcoy, el segundo Ensanche de Pamplona (Carlos III), Gros y Amara Nuevo en San Sebastián, lo mismo que la avenida de América en Cáceres o la plaza Imperial Tarraco en Tarragona. La descentralización podía ser espontánea o apoyarse en el planeamiento, caso del nuevo centro de Burgos (plaza de España, avenida del Cid) fijado a continuación del casco, mientras en Vitoria la reordenación del terreno ocupado por el cuartel de los Desamparados señaló el mayor polo de atracción inmediato al Ensanche. Con independencia de ello, las travesías urbanas de las carreteras nacionales también alimentaban la aparición de núcleos o ejes funcionales subsidiarios, como la salida hacia Zaragoza en Guadalajara o hacia Madrid en Lugo[83].
Los distritos más populosos, asentamientos históricos (pueblos-carretera, núcleos ferroviarios) o crecidos a partir de los años sesenta según la fórmula del barrio masivo (construcción seriada de baja calidad, trama densa, calles corredor), fueron reuniendo condiciones para un cierto despegue comercial. Se dio preferentemente en ciudades con distancias internas, con disposición lineal o aquellas donde la topografía, las barreras fluviales o ferroviarias y la presencia de industrias intercalares daban lugar a entidades de población separadas. Nudos arteriales, plazas y viales canalizadores de los principales flujos (a veces carreteras generales), al igual que los espacios charnela entre zonas de antiguo origen y desarrollos residenciales recientes, sirvieron como base para distintos modelos de localización comercial en forma de subcentro de barrio. Su progresión, todavía incipiente en la generalidad de los casos, se limitó a completar las dotaciones de un comercio corriente, de proximidad y con especialización creciente: droguería, mercería, vestido, calzado, y más raramente electrodomésticos, óptica, floristería u otros. El volumen y naturaleza concreta de la agrupación de tiendas dependía en parte de la presencia de puntos de concurrencia como estaciones o apeaderos de tren, mercados de abasto o mercadillos. La planificación urbana de la época favoreció más o menos directamente el auge de esos subcentros y en general la difuminación comercial, al manejar el principio de que en las zonas de edificación compacta los bajos de los edificios eran más indicados para usos no residenciales.
La rapidez del crecimiento en algunos núcleos industriales o capitales de provincia muy dinámicas generó demandas habitacionales que obligaron a levantar grandes conjuntos de vivienda pública o protegida en forma de polígonos open planning. Pero incluso en tales casos solía predominar por completo la parte densa de la ciudad, y por tanto se disponía de grandes masas de suelo, en planta de calle, para la función comercial o de servicios. Ahí cobró sentido la idea de que el sector terciario debería tener, en poblaciones de esa categoría, potencia suficiente como para ocupar los bajos de todas las casas, sea cual fuere su situación o condición. No es difícil ver ahí el origen remoto del sobredesarrollo comercial producido a fin de siglo, y las muy voluminosas bolsas de locales desocupados. Al urbanismo funcionalista o del zoning corresponden los primeros intentos de ordenar el desarrollo comercial, reservando suelo al efecto en los espacios residenciales de edificación abierta, con idea de equilibrar la ciudad[84]. Ahora bien, los Planes Generales de inspiración racionalista chocaron en gran medida contra las condiciones objetivas del país y la lógica del mercado inmobiliario, de manera que sus propuestas sólo llegaron a materializarse en una proporción reducida y por regla general desvirtuadas, aunque los proyectos sirvieran como referencia para el desarrollo urbano posterior. En ciudades medias, los Planes Parciales previstos no siempre vieron la luz o si lo hicieron fue de manera incompleta y con correcciones de fondo, que afectaban a las densidades edificatorias, equipamientos y zonas verdes. De todos modos el producto más típico del planeamiento franquista, el polígono del INUR con hábitat colectivo de orden abierto, fue un espacio susceptible de implantación comercial en zonas señaladas. Muchos de aquellos polígonos, tan bien diferenciados dentro de la ciudad actual, poseen sus galerías de tiendas, pero el número y características de estas obligan a hablar de espacios subequipados, entonces y hasta fecha muy posterior, incluso hoy.
Las formas del comercio, publicidad y modernización: el gusto años setenta
Al caer la década de 1960 los establecimientos y la actividad comercial empezaron a tener mucha mayor exteriorización, gracias en parte a la moderna publicidad que irrumpió con fuerza en el escenario urbano (Fig. 6). La publicidad callejera aprovechó, para colocar los mayores rótulos luminosos y murales de propaganda comercial, tres clases de soportes: cornisas y cubiertas, fachadas y paredes medianeras. La primera posibilidad, utilizada desde la anteguerra, se concretaba en edificios elevados o de carácter singular, por tanto hitos urbanos situados en plazas y cruces céntricos. Eran ideales para anunciar aseguradoras (Finisterre, La Equitativa, La Patria Hispana, La Vasconia), aparatos electrodomésticos (Balay, Iberia TV, Inter, Phillips) y bebidas (Fundador, González Byass, Schweppes); también relojes (Omega), bombillas (Osram) o colchones (Flex). Las fachadas permitían anclar los grandes anuncios verticales que, empleando todo el alzado de los inmuebles, vivieron su apogeo por aquellos años. A diferencia de los que se colocaban en la posguerra, estos no reflejaban menos las marcas de productos (si eran concesionarios o franquicias) que la denominación de los comercios, y por tanto aportaban referencias locales o regionales. Su presencia y en no pocos casos su abundante número alteró la perspectiva visual de las calles importantes, al introducir en ellas rótulos de neón que anunciaban el grande y mediano comercio del lugar, u orientaban la economía familiar con los característicos paneles luminosos de las Cajas de Ahorros, donde monedas en cascada se introducían dentro de una hucha. En lugares muy animados o con perspectiva visual suficiente como frentes urbanos, paseos marítimos o fluviales y avenidas de acceso a las ciudades, la construcción de casas altas fuera de escala proporcionó enormes paredes medianeras o testeros usados para pintar carteles publicitarios de gran dimensión. Coca Cola, Fanta, las camisas Ike, Flex o Vanguard Radio evidenciaban la sugestión de la sociedad de consumo, el apogeo de los electrodomésticos (en especial la televisión y los transistores) y la penetración masiva de las multinacionales.
Por otro lado estaban los anuncios singulares de cada ramo, con símbolos precisos (la bandera en los estancos) y grandes marcas que proporcionaban letreros estandarizados a los que se superponía el nombre de la tienda. Los más habituales eran los de las droguerías (pinturas Titanlux), bares (refrescos Boy, Schweppes, Fanta, Coca Cola, Pepsi etc.), casas de fotografía (Agfa, Kodak), lanas (Pinguin) o tiendas de bolsos y maletas (Tauro). Junto con las relojerías (Certina, Longines, Tissot) y las características muestras de gafas en las ópticas, los letreros de colores llegaban a formar nube a pie de calle o en las plantas inferiores, dando aspecto abigarrado a las calles más estrechas por su fuerte impacto visual (calle Mayor de Albacete, San Miguel en Torremolinos). Para documentar gráficamente las transformaciones ocurridas en la morfología del comercio la tarjeta postal constituye un recurso fundamental. Entre los años 1960 y 1980 las postales conocieron su última época dorada, equivalente hasta cierto punto al auge de principios de siglo, que dejó series amplísimas de vistas urbanas muy diversas, menos estéticas y más informativas que en las tarjetas posteriores, cada vez más desprovistas de interés geográfico. Parte de las imágenes reproducidas durante los años del Desarrollismo servían para divulgar los avances del país y su proceso modernizador, de manera que no sólo se retrataban los monumentos o los lugares más céntricos sino también, con la mentalidad de la época y una finalidad más propagandística se sacaron fotos del crecimiento urbano, la construcción descontrolada, los derribos en la ciudad antigua, la motorización o las grandes obras. Todo ese material ayuda a entender los diferentes aspectos de la renovación introducida en las formas comerciales[85]. El primer extremo a considerar es la destrucción de tiendas antiguas al demoler los edificios, al cerrar el negocio o remodelar su local. La evolución de las estructuras mercantiles y la fiebre renovadora, producto de una falta de amor al pasado, hicieron desaparecer comercios y cafés históricos de indudable interés cultural, que daban calidad al entorno urbano. La banalización comercial comenzó a manifestarse al modernizar los establecimientos, práctica presente en otros países aunque más atenuada. En unos casos la reforma de las viejas tiendas sirvió para quitarles su aspecto rural, al introducir por ejemplo nuevas vitrinas[86]. Otras veces las obras ayudaron a aplicar novedades en la formalización comercial, que podían entrar en conflicto con los edificios antiguos. Lo que podríamos llamar gusto desarrollista tuvo componentes fácilmente reconocibles como las marquesinas muy salientes de acero inoxidable, sobre las que se colocaban grandes letras, y de las que caían toldos lisos a modo de cortina. Si la tienda poseía piso superior probablemente sería muro ciego, y en cuanto al bajo se impusieron los rebordes de metal, el mármol u otra piedra natural pulida y el azulejo cerámico o vitrificado para los exteriores, como el plástico (“eskai”) en el interior. Colores vivos o incluso estridentes, y formas caprichosas (por ejemplo circulares) en las ventanas de cafeterías o los escaparates, cuando estos no eran corridos, completan la definición simplificada de dicha arquitectura comercial. La adaptación de los interiores a la nueva estética y funcionalidad redujo sensiblemente la mercancía a la vista, en tiendas especializadas, restó importancia a los mostradores y multiplicó los elementos decorativos. Hacia la vía pública se incorporaron elementos importados como los toldos volados sobre la acera, al estilo hotel norteamericano, y los toldos tipo capota de influencia europea que, especialmente en sitios lluviosos (para proteger vitrinas) pero no sólo en ellos, modificaron agradablemente la figura de las calles comerciales.
Conclusiones
El estudio de la dinámica comercial, abordado según variables cualitativas durante un corto periodo de fuerte crecimiento, muestra que las actividades de distribución acusaron por igual la influencia del marco general y los determinantes locales. A partir de las implantaciones heredadas se produjo el despegue y mutación del dispositivo comercial, que refleja las transformaciones urbanas pero también las condiciona u orienta a través de sus necesidades y de las afinidades geográficas entre tipos de comercio. La redistribución funcional y espacial operada modeló el moderno centro urbano, marcó el crecimiento, la estructura y la imagen urbana, anticipando en gran medida los procesos actuales.
Notas
[1] Esos informantes fueron Sara Álvarez, Iluminación Borrell, Luzdivina Carrasco, María de la Concepción Esteve, Emilia Fernández Díez, Alfonso García Martínez, Braulio González, María del Carmen González Lois, Antonia Hidalgo, Donaciano Hernández, Francisco Luque, Ángel Martínez Robles, Francisco Quirós, José Romero y Aurelio Tomé. Con edades comprendidas entre 50 y 80 años, han sido o son comerciantes, viajantes, wencargados, dependientes, almacenistas, una cajera y una sastra, mas un Catedrático de Universidad y dos amas de casa.
[2] Boyer, 2003; Bellet Sanfeliú, 2009.
[3] Carreras Verdaguer, 1989, 1990.
[4] Beaujeu Garnier y Delobez, 1911, 1995.
[5] Levy, 1987; Pallier y Metton, 1990; Desse, 2001. Véase también la aportación del economista Rodríguez Velarde, 2000.
[6] Torres Balbás et al., 1987.
[7] Quirós Linares, 1991; Terán Troyano, 1992
[8] Al que se refiere por ejemplo el economista Mirás Araujo, s.f.
[9] Gago González, 2007.
[10] Analizados por el economista Sánchez del Río o el geógrafo Escudero Gómez.
[11] Toboso Sánchez, 2002.
[12] Terán Troyano, 1999, p. 237-261; Laborde, 2005, p. 35. Véase igualmente la aportación de la demógrafa Valero Lobo, citada por Senabre López, 2001, p. 268.
[13] Carreras Verdaguer, 1990, p. 385.
[14] Abellán García, Moreno Jiménez y Vinuesa Angulo, 1978, p. 295.
[15] Díaz Muñoz, 1990.
[16] Tarrasa pasó de 89.128 habitantes en 1960 a 138.667 en 1970 (García Ballesteros, 1972, p. 522). Elche tenía en 1970 un censo de 122.623 personas (García Bellido, 1974, p. 59) y Castellón de La Plana 93.968 (Burriel de Orueta, 1971, p. 277).
[17] Alonso Teixidor, 1989, p. 53; Campesino Fernández, 1989, p. 70; Carreras Verdaguer, 1989, p. 8.
[18] Valenzuela Rubio, 1986.
[19] Vicenç Navarro, 2009.
[20] Alonso Teixidor, 1989.
[21] Soumagne, 1990; Abellán García et al., 1978.
[22] Gómez Mendoza, 1983.
[23] Esa información procede del economista Toboso Sánchez, s.f., p. 76.
[24] Beaujeu Garnier y Delobez, 1977, p. 9.
[25] En su Tesina sobre La Laguna (Tenerife) Ramón Pérez González registra 562 establecimientos según la Lista Cobratoria del Impuesto Industrial en 1970 (1971, p. 186). Alonso Santos (1984, p. 210) aporta el dato de 1.374 establecimientos para 1979 en su Tesis acerca de Ponferrada, y Campesino Fernández (1982, p. 282) realiza una comparativa para Cáceres, entre 1960 (758 licencias) y 1975 (1.486).
[26] Beaujeu Garnier y Delobez, 1977, p. 50.
[27] Panadero Moya, 1976, p. 192; Andrés Sarasa, 1981, p. 31. Gordillo Osuna (1972, p. 282) también constata que en Ceuta la alimentación “predomina por completo”.
[28] Beaujeu Garnier y Delobez, 1977, p. 33.
[29] Esa expresión es del economista Maixé-Altés, 2008, p. 10.
[30] Jove, C., 2010, s.p.; Barbeito Curda, R., 1973, s.p.
[31] Gómez Mendoza, 1983, p. 6; Somoza Medina, 2002, p. 300 y 365.
[32] Gozálvez Pérez, 1976, p. 172.
[33] Balay, Braun, Bru, Crolls, Fagor, Kelvinator, Marconi, así como Phillips y Zénith, eran los fabricantes más habituales en la propaganda comercial de los años sesenta y setenta.
[34] Recasens Gómez, 1973, p. 180. La Coruña sumaba ocho empresas en 1968, según figura en González Garcés, 1968, p. 172.
[35] Gordillo Osuna, 1971, p. 286; Murcia Navarro, 1974, p. 405.
[36] Uno de esos blogs consultados es Jaén en la Memoria: la memoria histórica en fotografías de la ciudad de Jaén: Nuestros Comercios [En línea] http://www.jaenenlamemoria.blogspot.com/2011/04/nuestros-comercios-ii.html
[37] Sobre Oviedo véase Pérez González, J.A. (1977, p. 74). Los Grandes Almacenes Arcos, de Huelva, aparecen citados en Esos Grandes Almacenes que querían ser El Corte Inglés (29-09-2007) [En línea] http://www.skyscrapercity.com/ (24-julio-2011). Sobre los almacenes santanderinos Láinz véase La Caída de dos históricos (7-07-2000), Cantabria Económica [En línea] http://www.cantabriaeconomica.com (28-julio-2011).
[38] Tormo & Asociados, s.f.
[39] Silva, s.f.
[40] La cronología de las primeras franquicias, Rodier (1957), Spar (1959), Pingouin (1961), Prenatal (1963), Pronovias (1965), Phildar (1967) y Escorpión (1969) aparece en Bordonaba Juste, Lucía palacios y Polo Redondo (2009, p. 65). También en Alonso Fernández (2005, p. 11-12) y Gamir Orueta y Méndez Gutiérrez del Valle (1998, p. 10). Navarro, empresa asturiana procedente de los años primiseculares, abió sus primera sucursales durante la Autarquía (Navarro Óptico [En línea] http://www.navarrooptico.com (6-febrero-2011). La información referente a General Óptica procede de Tormo & Asociados, Consultores en franquicia, General Óptica, p. 1 [En línea] http://www.tormo-asociados.es/ap/ficheros/doc289.pdf (8-febrero-2011). En cuanto a Cortefiel, los datos sobre el origen de la firma están en Cortefiel. Historia de la Empresa [En línea] http://es.scribd.com/doc/51474429/historia-cortefiel 6 febrero-2011). La expansión de la red, medida en términos cuantitativos, figura en Tras las Huellas del Grupo Cortefie. El Exportador nº 42, mayo 2001 [En línea] http://www.el-exportador.com/02001/empresas/huellas.asp (6-febrero-2011). La localización de los centros de moda sitos en ciudades medias fue extraída de un anuncio publicado en 1981 en el diario ABC (Los cincuenta principales. Los 50 centros de moda Cortefiel (1981) [En línea] http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1981/08/20/002.html (6-febrero-2011).
[41] Taleb Cassuto, 1989, p. 19.
[42] Niño, Álex: Cierra el imperio del saldo, Diario El País. 24-11-1997 [En línea] www.elpais.com/articulo/madrid/ALMACENES ARIAS/cierra/imperio/saldo (10-enero-2012.
[43] La información proviene de dos recortes de prensa del diario El país, fechados en 1978 y 1980. Abasolo, J.: Woolworth Española S.A, en Vitoria, presenta expediente de crisis, Diario El País, 2-11-1978 [En línea] www.elpais.com/articulo/economia/ALAVA/VITORIA/MUNICIPIO/WOOLWORTH ESPAÑOLA/SA/Vitoria/presenta/expediente/crisis (28-julio-2011). El otro, sin firmar, se titula Cierre definitivo de la cadena de almacenes Woolworth Española [En línea] http://www.elpais.com/articulo/economia/WOOLWORTH ESPAÑOLA/sa/ (13-enero-2012).
[44] La red Simago ha sido estudiada por economistas como Cuartas (2003) y Castro Balaguer (2008).
[45] Gómez Mendoza, 1983, p. 12. Castro Balaguer comenta la dificultad que en algunos casos representaba para las tiendas Simago el “alocado urbanismo español”, calles estrechas y locales reducidos, donde a fuerza de imaginación lograba meterse el almacén. El dato correspondiente a 1969 procede de Noticias de Simago, Diario ABC, 9-10-1969 [En línea] <hemeroteca.abcdesevilla.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/sevilla/abc.sevilla/1969/10/09/056.html> (16-enero-2011). El de 1976 es de Castro Balaguer, op. cit., p. 5. La noticia sobre la incorporación a Champion aparece en Carrefour Francia- Champion, Información Económica [En línea] www.far.be/sodia.org/ve/carrefour/france/ecofr.htm El anuncio del diario La Vanguardia comunicaba en 1974 la apertura del Simago 38 en Alcobendas, incluyendo un mapa con las otras localizaciones (Simago: una organización en expansión para un país en desarrollo, Diario La Vanguardia 02-06-1974 [En línea] http://www.lavanguardia.com/preview/1974/06/02/ pagina 23/34235825/pdf.html (13-enero-2012).
[46] Burriel de Orueta, 1971, p. 189.
[47] De ese particular se habla en Esos otros Grandes Almacenes que querían ser El Corte Inglés, 26-05-2007 [En línea] http://www.skyscrapercity.com (20-mayo-2010).
[48] Simago se estableció en Albacete en el bazar Núñez de la calle Tesifonte Gallego (Fotos de Albacete, calle Marqués de Molins-Tesifonte Gallego (07-03-2007) [En línea] http://albacete-fotos.blogspot.com/2007/03/calle-marques-de-miolins-tesifonte.html La información sobre Elche puede consultarse en Pejitácora: El Simago (01-02-2008) [En línea] http://pejiblog.blogspot.com/2008/02/el-simago.html El dato relativo a la capital pacense es de Montero, P. El Avisador de Badajoz: Las traseras de Simago (30-04-2007) [En línea] http://elavisadordebadajoz.zoomblog.com/archivo/2007/04/30/las-traseras-de-simago.html (14-enero-2012).
[49] Castro Balaguer, 2008, p. 4, habla de “un sistema de construcción de locales revolucionario: compraban a plazos los terrenos y llegaban a acuerdos con promotores inmobiliarios a los que permitían construir edificios dejando libre la planta baja”.
[50] Galería de Nabuco: Evenida de La Rioja, una calle en construcción (16-10-2000) [En línea] http://objetivorioja.larioja.com/fotos_Nabuco/avenida-rioja-calle-construccion-470549.html (16-enero-2012).
[51] Son muy interesantes las fotos disponible en Internet de los centros Simago de Alcoy, Badajoz, Jaén y Huelva (Candela, M.: Otorgan la licencia para renovar el antiguo inmueble de Simago (6-11-2007) [En línea] www.diarioinformacion.com/alcoy/2220 ; Benitez Becerro, J.J.: Simago (2009) [En línea] http://www.misrecuerdosdebadajoz.blogspot.com/2009)07/simago.html ; Northman: “Ruta turística del mondongo choqueril”, parte II, en La Huelva Cateta (22-6-2010) [En línea] http://lahuelvacateta.wordpress.com/2010/06/22/ ; Merino Laguna, F.M.: Grandes Almacenes que existieron en la calle San Clemente [En línea] www.redjaen.es/francis (14-emnero-2012).
[52] El proceso de difusión de esa compañía ha sido seguido por Gómez Mendoza (1983, p. 12) y los economistas Toboso Sánchez (2002, p. 119) y Céspedes, Gómez y Carmona (1999, p. 257).
[53] En un anuncio insertado en el diario ABC en 1977 figura el centro Galeprix de Ciudad Real (Información de Galerías Preciados [En línea] http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1977/02/27/062.html (14-junio-2012). Al impacto formal de Galerías Preciados se refiere Gómez Mendoza (1983, p. 16), y en el caso de las ciudades andaluzas Vahí Serrano y Feria Toribio (2007, p. 42-44). Sobre la historia del gran comercio puede consultarse el trabajo de Faciabén Lacorte, 2003.
[54] Ese término lo propone Sánchez del Río (1989, p. 9), en oposición a los centros comerciales tradicionales.
[55] En el Diccionario Indisa y la voz Distribución. Historia, se recoge que Castelldefells albergó la primera gran superficie Carrefour en 1973 (http://www.indisa.es/frontend/indisa/dicc_listado.php (26-mayo-2010). Los “hiper” abiertos entre 1975 y 1978 fueron identificados gracias a las investigaciones de Castro Balaguer (2008, p. 12), Fernández García, A. (2003, p. 334), Gómez Mendoza (1983, p. 17-18) y Vahí Serrano y Feria Toribio (2007, p. 50).
[56] Delgado Huertos et al., p. 45
[57] Precedo ledo, Martínez Conde y Villarino Pérez, 1989, p. 141.
[58] Somoza Medina, 2002, p. 243, Escudero Gómez, 2008, p. 40; Desse, 2001, p. 76.
[59] Contando sólo las obras generales o de escala regional, nos apoyamos sobre todo en Delgado Huertos et al., 1984, p. 43; Campesino Fernández, 1986, p. 91; 1999, p. 69; Capel Sáez, 1977, p. 30; Carreras Verdaguer y López, 1990, p. 464; Troitiño Vinuesa, 1992, p. 25.
[60] Ferrer Regales y Precedo Ledo, 1975, p. 340.
[61] Terán Troyano, 1999, p. 327; Carreras Verdaguer y López, 1990, p. 464.
[62] Fraile Casares, 1995, p. 236; Ferrer y Precedo, 1975, p. 344; Delgado Huertos et al., 1984, p. 43.
[63] Campesino Fernández, 1999, p. 69.
[64] Delgado Huertos et al., 1984, p. 78; Troitiño Vinuesa, 1992, p. 25; Carreras Verdaguer y López, 1990, p. 464; Souto, 1982, p. 4; Rodríguez Lestegas, 1989, p. 88. La destrucción del caserío tradicional en el núcleo histórico de Guadalajara está reflejada gráficamente con gran acierto en la Tesis de García Ballesteros (1978, p. 32, 113). En cuanto a Albacete, panadero Moya (1976, p. 192) se hace eco de la renovación de edificos antiguos en las calles principales (Tesifonte Gallego, Mayor).
[65] Pérez González, R., 1971, p. 495; Guía Larrañaga, 1966, p. 141.
[66] Muchas instantáneas de esas arterias aparecen en los fascículos de la colección Las ciudades más bellas de España, publicada por la revista Blanco y Negro en torno al año 1968. Las peatonalizaciones se muestran profusamente en las fotografías publicadas dentro de la obra Conocer España, Geografía y Guía, de Salvat Ediciones (1973).
[67] Campesino Fernández, 1999, p. 69.
[68] Moreno Nieto, 1971, p. 42.
[69] Burriel de Orueta, 1971, p. 248.
[70] Pillet, 1984, p. 515; Murcia Navarro, 1975, citado por García Herrera y Díaz Rodríguez (2000, p. 234-239); Lara Valle, 1989, p. 362.
[71] Ferrol Antiguo [En línea] http://sites.google.com/site/ferrolantiguo2/callereal 28-marzo-2011), Pereiro Alonso, 1981, p. 213.
[72] Quirós y Tomé, 2001, p. 267; Alvargonzález, 1977, p. 165.
[73] Gozálvez Pérez, 1962, p. 67; Gordillo osuna, 1972. La expresión “renovación bulldozer” es de Desse, 2001, p. 50.
[74] Levy, 1986, p. 174; Beaujeu Garnier, 1977, p. 5; 1995, p. 166. Carreras Verdaguer, 1990, p. 360.
[75] Arroyo López, Machado Santiago, Egea Jiménez, 1992, p. 115.
[76] Gozálvez Pérez, 1976, p. 172 y ss.. Recoge que el casco antiguo ilicitano contenía buena parte de los servicios, la banca y la hostelería, mas el comercio corriente en los alrededores del mercado. El de nivel medio encontró lugar con la reforma de la calle Obispo Tormo, y el de lujo ganó terreno hacia Cánovas del Castillo, además se produjo un salto y desdoblamiento hacia el Ensanche, donde Reina Victoria era un centro de gravedad destacado.
[77] Levy, 1986, p. 174; Durany Castrillo, 1990, p. 64.
[78] Alonso Santos, 1984, p. 210; Zárate Martín y Vázquez González (1983, p. 106) dicen que recientemente, bancos y seguros han sustituido en Zocodover a la antigua hostelería, como el café Suizo y el café Español.
[79] Ferrer Regales y Precedo Ledo, 1975, p. 340.
[80] Esos datos proceden de las Guías Everest de Vitoria (Josefa Portilla, 1968, p. 152), La Coruña (González Garcés, 1968, p. 176) y Albacete (García Templado y Santos Gallego, 1974, p. 166), Ciudad Real (Enríquez de Salamanca, 1973, p. 170), Tarragona (Recasens Comes, 1973, p. 182-183) y Salamanca (Álvarez Villar, 1970, p. 181). Desaparecieron entre otros el Banco de Crédito e Inversiones, el Banco Ibérico, el Hispanoamericano y Bankisur; el Banco Industrial de León, el Banco de Madrid y el Mercantil Industrial, además del Banco del Noroeste y el Vitalicio de España.
[81] Hay referencias a las agrupaciones de cafeterías modernas o lujosas, de esas ciudades, en Ferrer Regales y Precedo Ledo (1975, p. 339), Gironella y García Pelayo (1965, s.p.) y Luca de Tena y García Pelayo (1965, s.p.), estos dos últimos en la revista Blanco y Negro.
[82] Era el preludio de la crisis, a la que se refirió indirectamente García Ballesteros (1972, p. 521) al plantear el conflicto provocado por los automóviles en el corazón de Tarrasa, y Moreno Nieto (1971, p. 42) que publicó el dato de afluencia circulatoria en la toledana plaza Zocodover: 8.604 vehículos.
[83] Andrés López, 2004, p. 88; Arriola, 1991, p. 245; Campesino Fernández, 1982, p. 284, Capel Sáez, 1969, p. 164; Ferrer Regales y Precedo ledo, 1975, p. 342-344; García Ballesteros, 1978, p. 346; Oikos, 1975, p. 98-99; Rodríguez Lestegas, 1989, p. 46 y Rovira y Roquer, 1992, p. 43.
[84] Alonso Teixidor, 1989, p. 57.
[85] Tomé, 1998, p. 141.
[86] Laborie, 1979, p. 46.
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(Además de los ya citados en las notas)
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© Copyright Biblio3W, 2012.
[Edición electrónica del texto realizada por Miriam Hermi Zaar]
Ficha bibliográfica:
TOMÉ FERNÁNDEZ, Sergio. Comercio y ciudades medias en la España del desarrollismo. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 5 de diciembre de 2012, Vol. XVII, nº 1003. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-1003.htm>. [ISSN 1138-9796].