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X Coloquio Internacional de Geocrítica

DIEZ AÑOS DE CAMBIOS EN EL MUNDO, EN LA GEOGRAFÍA Y EN LAS CIENCIAS SOCIALES, 1999-2008

Barcelona, 26 - 30 de mayo de 2008
Universidad de Barcelona

 

PAISAJE CULTURAL Y DESARROLLO SOCIOECONÓMICO EN UN ÁREA DESFAVORECIDA:
CONSIDERACIONES ÉTICAS Y ESTRATÉGICAS PARA UN PROYECTO DE MUSEALIZACIÓN EN EL VALLE DEL RÍO CABRIEL

MARTÍNEZ NAVARRO, José María
josemaria.martinez@uclm.es

VÁZQUEZ VARELA, Carmen
carmen.vazquez@uclm.es

Universidad de Castilla-La Mancha
Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades


Paisaje cultural y desarrollo socioeconómico en un área desfavorecida: consideraciones éticas y estratégicas para un proyecto de musealización en el valle del río Cabriel (Resumen)

La comunicación contiene la descripción cualitativa de un proceso de definición museológica desarrollado de forma participada con la población de la localidad conquense de Enguídanos, proceso participado que concluye con la definición de un plan museológico para el “Ecomuseo del paisaje cultural Valle del Cabriel”. El trabajo de investigación-acción desarrollado explora tanto las posibilidades prácticas de utilización del paisaje cultural como recurso para el desarrollo endógeno como las consideraciones éticas de la población ante esta nueva utilización de su entorno natural y cultural, las implicaciones subjetivas y las reflexiones colectivas ante las propuestas realizadas desde el ámbito académico. Las conclusiones cualitativas aquí expresadas constituyen una orientación potencialmente útil para el desarrollo de iniciativas endógenas asociadas a la utilización del paisaje como recurso turístico desde la concepción ética de un desarrollo sostenible que pretende no sólo mejorar su nivel de vida, sino hacer una contribución adicional al viejo pero no gastado lema de “pensar globalmente”.  

Palabras clave: ecomuseo, paisaje cultural, desarrollo socioeconómico, recursos endógenos, valle del Cabriel


Cultural landscape and socioeconomic development in a disadvantaged area: Ethical and strategic considerations for an ecomuseum project in the Cabriel river valley (Abstract)

This contribution contains the qualitative description of a museum definition process which developed along with the local people engagement at the municipality of Enguídanos (Cuenca, Spain), the informed process concluded with the definition of a museum plan for the “Ecomuseum of Cabriel valley cultural landscape”. The developed research-action project explores both the practical use possibilities of cultural landscape as endogenous development resource and the ethical considerations of local people seeing this new use of his natural and cultural environment, the subjective implications and the collective reflections in the face of the proposals realized by the academic partners. The qualitative conclusions here stated represent a potentially useful orientation for the development of endogenous initiatives associated with the use of landscape as tourist resource always having in mind the ethical conception of a sustainable development that tries not only to improve his standard of living, but to do an additional contribution to the old but not worn-out motto of “global thinking”.

Key words: ecomuseum, cultural landscape, socioeconomic development, endogeneous resources, Cabriel valley



En los últimos diez años hemos asistido a una renovación de la noción convencional de paisaje que ha situado este concepto en la actualidad del debate educativo y social. El paisaje ha pasado de ser concebido como la simple imagen estática del territorio o como un escenario bello para la contemplación a ser un termómetro indicativo del estado de salud de las relaciones de la sociedad con el medio ambiente y a considerarse un recurso de interés educativo (Benayas, 1992; Otero Pastor, 2000), económico (Marangon, 2007a; Tempesta y Thiene, 2006; Marangon y Tempesta, 2004) y social. A este cambio han contribuido diversos factores, entre los que destacan: a) las transformaciones aceleradas de los paisajes tradicionales, b) la crisis ecológica global, c) las aportaciones de la psicología ambiental, y d) la valorización del paisaje como recurso económico y social.

Las aportaciones de la psicología ambiental y de otras especialidades centradas en el estudio de la percepción ambiental han puesto de manifiesto la importancia de la calidad del entorno y del paisaje como factor de bienestar de las sociedades humanas (Corraliza, 2004). Esta constatación presenta una gran importancia, porque pone de manifiesto la conveniencia de dotar a las poblaciones de entornos ambientales y de paisajes de calidad. Plantea la necesidad de que las personas tengamos como escenarios de nuestras vidas entornos y paisajes de calidad, mas allá de la necesidad de preservar paisajes de gran interés en lugares alejados de nuestra vida cotidiana a modo de reservas o de museos. Distintos autores destacan la capacidad de recuperación física y mental que proporciona el paisaje, que en este contexto puede llegar a convertirse en una terapia, por no mencionar su configuración como elemento de nuestra propia autobiografía, como parte de nuestra identidad (Aponte García, 2003; Navarro Bello, 2004; Ortega Cantero, 2005).

Las transformaciones del paisaje, debidas a la expansión del fenómeno urbano en el territorio y al desarrollo de la capacidad tecnológica de transformación de la naturaleza, no son nuevas, pero en las últimas décadas han alcanzado un ritmo antes desconocido. Y en la mayoría de casos, el resultado de estas transformaciones se manifiesta en la generación de paisajes estandarizados e impersonales, dando lugar al fenómeno conocido como “banalización del paisaje”. La consecuencia de este proceso de banalización es que algunos paisajes empiezan a ser raros, adquieren el valor de bien escaso y son objeto de valorización por parte de la sociedad, que exige su protección como patrimonio social. La crisis ecológica global se manifiesta también en el paisaje. Por una parte, las sociedades perciben la pérdida de la calidad de los paisajes como una señal inequívoca de los desequilibrios que afectan en la actualidad al medio ambiente, de forma que el empobrecimiento de la diversidad en los paisajes constituye la expresión del empobrecimiento de la biodiversidad y del desequilibrio ecológico global. Por otra parte, la pérdida de la diversidad de los paisajes de la Tierra se contempla como un daño irreparable al cual hay que poner remedio cuanto antes.

Y es que crece el interés por el paisaje, es decir, por compatibilizar la protección de los espacios rurales, naturales, urbanos con el desarrollo económico. El impulso definitivo lo ha dado el Convenio Europeo del Paisaje, un tratado que entró en vigor en Europa en marzo de 2004 y cuyo guante ya han recogido algunas comunidades autónomas españolas legislando al respecto, en su día el Convenio del Paisaje ya afirmó que “el paisaje es un elemento importante de la calidad de vida de las poblaciones, tanto en los medios urbanos como en los rurales, tanto en los territorios degradados como en los de gran calidad, tanto en los espacios singulares como en los cotidianos”. Valencia fue la primera, al promulgar la Ley de Ordenación del Territorio y Protección del Paisaje (LOTp) en 2004 y Cataluña hizo lo propio en 2005 con la aprobación de la Ley de Protección, Gestión y Ordenación del Paisaje, junto a otras iniciativas enmarcadas en una nueva política de paisaje para Cataluña, entre las que destaca la creación del Observatori del Paisatge en octubre de 2004. La última en incorporarse ha sido la comunidad autónoma de Galicia que el pasado 28 de marzo de 2008 dio luz verde a la Lei da Paisaxe de Galicia, elaborada por la Consellería de Medio Ambiente e Desenvolvemento Sostible. Otras comunidades están siguiendo este camino, si bien todavía a gran distancia de las antes mencionadas. Entre ellas, aquélla en la que nuestro equipo desarrolla su trabajo, donde la Consejería de Vivienda y Urbanismo castellano-manchega trabaja en una futura ley que se espera sensibilizará a ciudadanos, empresas y distintas administraciones sobre la importancia del paisaje como recurso económico y estratégico para la generación de riqueza, y donde esta misma Consejería firmó un acuerdo de colaboración con la universidad de Harvard para que las cátedras de arquitectura del paisaje y planeamiento de la Escuela de Diseño de la citada universidad estadounidense coordinaran un estudio sobre el tramo medio del Tajo –entre Aranjuez y Talavera de la Reina.

Paisaje y desarrollo socioeconómico: una mirada desde la geografía

La valorización del paisaje como recurso económico y social es el resultado de la confluencia de dos procesos. Desde el punto de vista económico, algunos paisajes se han convertido en un bien escaso, adquiriendo el valor de patrimonio, y además constituyen un recurso importante para el desarrollo de formas emergentes de turismo y de ocio (turismo verde, agroturismo, turismo cultural, etc.), alternativas a las formas convencionales del turismo de masas. Desde el punto de vista social, el paisaje se manifiesta como un recurso de gran interés para el ocio y para la formación ambiental de las personas en general y, en particular, para la educación de la población en edad escolar. Así pues, diversos factores convergen para hacer del paisaje un concepto de actualidad y de utilidad social. Esta actualidad requiere de una clarificación por parte de los educadores del propio concepto de paisaje. En este sentido, queremos recordar aquí la definición de paisaje formulada por el geógrafo brasileño Milton Santos: El paisaje constituye la realidad perceptible visualmente desde un cierto punto de observación, y está integrado por elementos naturales y humanos, presenta un carácter dinámico y es el producto de la historia y del trabajo humano. Y en este punto queremos hacer notar una de las variables que a menudo se pasa por alto: el carácter dinámico y cambiante del paisaje. Como afirma el profesor Joan Nogué el paisaje se concibe, a la vez, como una realidad física y la representación que culturalmente nos hacemos de ella. Es la fisonomía geográfica de un territorio con todos sus elementos naturales y antrópicos y también los sentimientos y emociones que despiertan en el momento de contemplarlos. En definitiva, el paisaje es concebido como un producto social, como la proyección cultural de una sociedad en un espacio determinado desde una dimensión material, espiritual y simbólica (Nogué, 2007).

Partiendo de estas premisas, la metodología participativa y cualitativa empleada por el Observatori del Paisatge de Catalunya cobra todo su sentido. Si no todos los paisajes tienen el mismo significado para la población y, por otro lado, a cada paisaje se le pueden atribuir diferentes valores y en grados distintos, según el agente o individuo que lo percibe, parece lógico decantarse para la elaboración de los catálogos por una metodología cualitativa. En este sentido, la participación se convierte en el mecanismo a través del cual los ciudadanos se implican en el diseño del paisaje y contribuyen a decidir sobre las políticas que se aplican, algo en lo que, por otra parte, ya insistía el Convenio Europeo del Paisaje. La participación de la población en la elaboración de los catálogos de paisaje enriquece los resultados, legitima la iniciativa y aumenta la capacidad de la ciudadanía de ejercer un control social sobre las decisiones de la administración. Sin la participación ciudadana es imposible avanzar hacia una nueva cultura territorial basada en una gestión sostenible de los recursos naturales y patrimoniales y en un nuevo tratamiento y consideración del paisaje en su conjunto, sólo de esta forma, afirma Nogué, evitaremos la generación de más y más territorios sin discurso y paisajes sin imaginario (Nogué, 2007).

Las valoraciones estrictamente económicas del paisaje no dejan de ser muy recientes y han constituido una aportación de indudable interés realizada desde la economía. Entre los ejemplos más señeros destacan las investigaciones del profesor Francesco Maragon quien al frente de su equipo en la universidad de Udine ha venido trabajando en el proyecto Values without Prices: Economic Evaluation of Rural Landscape. En este último se parte de la urgente necesidad de realizar una evaluación económica del valor del paisaje. En tanto bien público “puro” y externalidad, el paisaje ni puede tener un precio ni puede ser producido por los ciudadanos a título privado. Así pues como externalidad positiva de una actividad económica su calidad, en una economía de mercado, sería siempre más baja del nivel socialmente óptimo. A los poderes públicos corresponde, pues, intervenir para corregir los fallos del mercado, y para aplicar estas políticas quien toma las decisiones tiene que poder estimar el valor del paisaje (Marangon et alii, 2007). Los valores estéticos e histórico-culturales, afirma Maragon, pueden ser estimados usando métodos monetarios (Valoración Contingente), siguiendo el proceso de toma de decisiones en el que dicha estimación se ha visto implicada (Maragon, 2007b). Tomando como ejemplo dos territorios vinculados a la viticultura y al cultivo del olivo en Italia y Eslovenia, el proyecto arriba mencionado ha tratado de abordar el valor económico de los paisajes rurales a fin de estimar los beneficios sociales que la población atribuye a las medidas de protección del paisaje. De forma más genérica, en una reciente conferencia impartida por Maragon y Tempesta en un seminario celebrado en el Observatori del Paisatge de Catalunya, ambos cifraron en unos 1.290 millones de euros al año los ingresos derivados de la conservación del paisaje en Italia, afirmando que el paisaje es un recurso económico ya que atrae a turistas y da más valor a las propiedades inmobiliarias.

No obstante, cuando se alude a los paisajes como factores de desarrollo se está apostando no sólo por los aspectos cuantitativos y mensurables sino por el concepto cualitativo y complejo de desarrollo, que conecta con el de “ecodesarrollo”, y que apunta a la necesidad de apoyarse entre otros valores en el conocimiento, valoración y respeto de los principios básicos de organización de cada paisaje –la “vida de sus territorios”– para poder autogestionar de manera legítima toda intervención sobre ellos (Ojeda, 2004). La degradación y/o mercantilización de los paisajes no afecta sólo a las áreas de montaña privilegiadas por el actual paradigma “clorofílico”, sino a amplias extensiones del interior peninsular donde la concentración parcelaria ha consagrado la totalidad del territorio a la rentabilidad agroganadera soslayando otras consideraciones: patrimonio, paisaje, historia, memoria…en aras de una rentabilidad de cereales y forrajes apuntalada por subvenciones y proteccionismos (Riesco, xx)

La “nueva museología” y los ecomuseos como institución museística

El término ecomuseo se presta a confusión, porque en general el prefijo eco hace referencia a cuestiones relacionadas con la ecología y el medio ambiente. En este caso hay que entenderlo en el genuino sentido  griego de la palabra oikos (‘casa’, ‘propiedad’, ‘patria’), en alusión a la “microhistoria”, al patrimonio local  que se conserva y se mantiene vivo en los ecomuseos. El movimiento de los “ecomuseos” se inició en Francia a principios de la década de los 70 del pasado siglo XX para desde allí extenderse y convertirse en una sólida tendencia que vino a desafiar las aproximaciones de instituciones museísticas más tradicionales a escala mundial (ver Corsane y Holleman, 1993; Davis, 1999). La apuesta de la “nueva museología” encontró un caldo de cultivo apropiado en numerosos países, entre los que cabría destacar Brasil, Canadá (Rivard, 1984), China, Francia (Desvallees, 1980; Ecomusées en France, 1986; Evrard, 1980; Hubert, 1985), Italia, Japón, Noruega (Rivard, 1988) Portugal, Suecia y Taiwan. De la treintena de “ecomuseos” que podemos encontrar actualmente en el territorio  español, sólo un tercio responde, siendo muy flexibles, a la concepción canónica del término, mientras el resto tan sólo lo utiliza como etiqueta sin serlo realmente. Si los localizamos en un mapa, los auténticos ecomuseos se ubican en el norte, además de un par de ejemplos catalanes y canarios. No por casualidad se sitúan en su mayor parte en áreas de economía agropecuaria o minera en recesión: Somiedo en Asturias, Saja-Nansa en  Cantabria, el de los Pirineos en Jaca (Huesca), el de Valls d’Àneu en Lérida, el de Els Ports o el del Delta de l’Ebre en Tarragona, más los de la Alcogida y Guinea en Canarias, todos ellos ejemplos que pueden considerarse, a nuestro entender, dentro de los parámetros de los ecomuseos.

Aunque los nombres asociados con la aparición, evolución y difusión del movimiento han sido muchos, son, sin duda, los museólogos franceses Georges Henri Rivière y Hugues de Varine las dos figures clave, ambos pueden ser calificados sin discusión de iniciadores del ideal de la “nueva museología”. Cada uno de ellos introdujo un concepto central y, una vez combinados, se convirtieron en las bases de la filosofía de los ecomuseos. Por una parte, Rivière (Chiva, 1985) creía que, entre sus principales funciones, los museos deberían esforzarse más por situar las actividades humanas en un contexto medioambiental más amplio, mientras que, por su parte, de Varine deseaba que los museos se convirtieran en instituciones democráticas donde las comunidades locales pudieran desempeñar un papel mucho más activo en su planificación y funcionamiento (Hudson, 1992).

Apoyado en estos dos pilares, el emergente movimiento de los ecomuseos inició el desarrollo de su marco filosófico y de un repertorio de prácticas que rápidamente los situaron al margen de los museos más “tradicionales”. Las principales características que diferencian al museo tradicional del ecomuseo fueron concisamente establecidas en un par de fórmulas desarrolladas por Hugues de Varine y completadas por René Rivard (1984, 1988; ver también Boylan, 1992a; Davis, 1999). Las ecuaciones quedaron formuladas en los siguientes términos:

·        Museo Tradicional = edificio + colecciones + plantilla de expertos + público visitante.

·        Ecomuseo = territorio + patrimonio + memoria/tradición + población.

Siguiendo las afirmaciones de distintos autores, el tradicional modelo de institución museística que solemos llamar museo “decimonónico”, era y continúa siendo fetichista; está claramente orientado al objeto descontextualizado y establece lo qué es importante fundamentalmente desde una rígida visión historicista occidental, reclamando un devoto respeto al objeto mediante el silencio del templo, un respeto a lo iconizado por la ideología dominante (Maynard, 1985). En respuesta a esta problemática se creaba en 1985 el Movimiento Internacional para la Nueva Museología (MINOM), cuyos principios básicos se habían expresado en la Declaración de Québec un año antes. No por casualidad Georges-Henri Rivière fue presidente del ICOM (Internacional Council of Museums).

Los profundos cambios conceptuales y funcionales que va propugnando y articulando este movimiento se desarrollan en una profusa producción intelectual y bibliográfica destacando la del propio Rivière, quien en su obra La museología (1989), dice:

“El éxito de un museo no se mide con el número de visitantes que recibe, sino en el número de visitantes a los que enseña algo. Tampoco se mide con el número de objetos que exhibe, sino con el número de objetos que han podido ser percibidos por los visitantes dentro de su entorno. No se mide tampoco en su extensión, sino en la cantidad de espacio que el público habrá podido recorrer razonablemente para obtener un provecho real. Esto es lo que es un museo. Si no, no es más que un matadero cultural”.

De forma paralela a la evolución conceptual del patrimonio cultural la Nueva Museología nace con un objetivo y con un método claro: el traslado del protagonismo del objeto al sujeto, es decir, a la comunidad, al visitante. Se trata de la ampliación del museo como concepto. Si en 1947 el ICOM lo definía como “toda institución permanente que conserva y presenta colecciones de objetos de carácter cultural o científico con fines de estudio, educación y deleite”, en 1974 incluía los monumentos, los sitios históricos o las instituciones que presentan especimenes vivos y en 1983 los parques naturales y culturales y los centros científicos y planetarios (Boylan, 1996). A finales del s. XX, por tanto, ya no es necesario que el museo sea un edificio cerrado, ni tan siquiera que contenga colecciones antiguas u originales. ¿Qué es entonces un museo? Podríamos atrevernos a decir, así, sin pensar mucho, que es casi cualquier lugar donde se muestra o se presenta y divulga un determinado patrimonio natural o cultural, orgánico o inorgánico, vivo o no, original o no. El objeto ha perdido claramente su protagonismo absoluto a favor de su presentación, de su interpretación, de lo educativo.

Desde la última década del siglo XX, en el marco de la filosofía y prácticas de la ecomuseología, comenzó a identificarse un conjunto de indicadores que tienden a caracterizar a cada museo individualmente (Boylan, 1992b; Corsane y Holleman, 1993; Davis, 1999; Hamrin y Hulander, 1995). Sin embargo, aunque puede elaborarse una lista de indicadores para los ecomuseos, debe advertirse que cada ecomuseo ofrece su propia combinación de los mismos. Todos los ecomuseos son únicos y dan prioridad a distintos aspectos. En suma, cada uno mostrará una configuración de los indicadores distinta, combinándolos en diferentes proporciones. La causa radica en la piedra angular del ideal de los ecomuseos, a saber, cada institución museística deberá responder continuamente a las cambiantes necesidades e imperativos locales en materia de medioambiente, economía, sociedad, cultura y política, todo ello determinado por las comunidades locales trabajando en colaboración con otras partes interesadas.

A partir de la revisión de la rica bibliografía generada tanto por profesionales de la museología como por la academia en relación con el movimiento de los ecomuseos (Mairot, 1987, 1997; Sauty, 2001), la “nueva museología” (Varine-Bohan, 1976) y el análisis de ecomuseos concretos (Varine-Bohan, 1973; Veillard, 1972), Corsane et al. (2004; ver también Corsane, 2006b) han identificado 21 indicadores (Tabla 1). Dichos indicadores están basados en una larga trayectoria de revisión e investigación en la que se incluyen los trabajos de Boylan (1992b), Corsane y Holleman (1993), Hamrin y Hulander (1995) y la relevante aportación de Davis (1999).

Cuadro 1
Indicadores para los Ecomuseos

Un ecomuseo estará…:

1.    Gobernado por las comunidades locales.

2.    Permitirá la participación pública de las partes interesadas y grupos de interés en todos los procesos de toma
de decisiones y actividades de forma democrática.

3.    Estimulará la propiedad y gestión conjunta, con aportaciones de las comunidades locales, los asesores académicos,
las empresas locales, las autoridades locales y las estructuras de gobierno.

4.    Pondrá el énfasis en los procesos de gestión del patrimonio antes que en los productos patrimoniales para el consumo.

5.    Fomentará la colaboración con los artesanos, artistas, escritores, actores y músicos locales.

6.    Dependerá de sólidos esfuerzos de voluntariado a cargo de las partes interesadas.

7.    Se centrará en la identidad local y el “sentido del lugar”.

8.    Abarcará un territorio que pueda ser definido por diferentes características compartidas.

9.    Tratará aspectos tanto espaciales como temporales, en los que, en relación con la variable temporal, se abordará la continuidad
y el cambio a lo largo del tiempo en lugar de simplemente tratar de congelar las cosas.

10.    Adoptará la forma de un 'museo fragmentado', consistente en una red con un centro y antena que articule diferentes edificios y lugares.

11.    Promoverá la preservación, la conservación y la salvaguarda de los recursos patrimoniales in situ

12.    Concederá igual atención a la cultura material mueble e inmueble y a los recursos patrimoniales inmateriales.

13.    Estimulará un desarrollo y uso de los recursos sostenible.

14.    Tendrá en cuenta el cambio y el desarrollo por un futuro mejor.

15.    Favorecerá el desarrollo de un programa de documentación sobre las formas de vida pasada y presente y
sobre las interacciones del hombre con los factores medioambientales (incluyendo  los de tipo físico, económico, social, cultural y político).

16.    Promoverá la investigación a diferentes niveles – desde la investigación y comprensión de los “especialistas” locales a la realizada
por miembros de la academia.

17.    Apoyará las aproximaciones multidisciplinares e interdisciplinares a la investigación.

18.    Fomentará la aproximación holística a la interpretación de las relaciones cultura/naturaleza.

19.    Tratará de ilustrar las relaciones entre: tecnología/individuo, naturaleza/cultura y pasado/presente.

20.    Facilitará la interfaz entre patrimonio y turismo responsable.

21.    Aportará beneficios a las comunidades locales, por ejemplo, orgullo/confianza en sí mismos, regeneración y/o ingresos.

Fuente: Corsane, 2006c. Traducción propia.

A partir de una matriz de control que incluía preguntas desarrolladas alrededor de esos 21 indicadores se pudo evaluar, en una investigación piloto realizada por Davis en 2005, la experiencia de cinco ecomuseos en Piamonte y Liguria, norte de Italia (Corsane et alii, 2007). El éxito de esa primera experiencia puso de manifiesto que los indicadores pueden ser utilizados para evaluar tanto ecomuseos como otros proyectos de gestión del patrimonio. El potencial de los indicadores como instrumento de evaluación quedó también confirmado en la interacción de las dos comunicaciones presentadas por Davis y Corsane al International Forum of Ecomuseums Communication and Exploration, celebrado en Guiyang, Guizhou, República Popular China, durante la primera semana de junio de 2005 (Corsane, 2006b). Esta es la razón por la que en esta comunicación nos vamos a referir a los tres primeros indicadores para evaluar de forma crítica el incipiente proyecto del Ecomuseo del Paisaje Cultural del Valle del Cabriel. Las discusiones alrededor estos tres indicadores son especialmente complicadas y requieren una profunda reflexión crítica ya que se refieren a las relaciones y dinámicas de poder entre distintas escalas territoriales y las partes interesadas del territorio afectado por el proyecto de ecomuseo.

El Ecomuseo del Paisaje Cultural de Valle del Cabriel

Origen y desarrollo: el contexto del proyecto

El proyecto del Ecomuseo del Paisaje Cultural del Valle del Cabriel nace el año 2006 por iniciativa del ayuntamiento de Enguídanos y aglutina a los siete pueblos reunidos dentro de la Mancomunidad del valle del Cabriel: Enguídanos, Iniesta, La Pesquera, Minglanilla, Mira, Villalpando y Víllora (ver Figura 1). Se define como una puesta en valor integral del patrimonio de la zona en base a la musealización in situ del paisaje cultural en consonancia con los proyectos museológicos de desarrollo local más evolucionados de Europa (Ecomuseos) y Estados Unidos (Parques Patrimoniales) (Birnbaum, 1994) con la finalidad de contribuir al desarrollo socioeconómico en el marco del Plan de Turismo Sostenible del Valle del Cabriel, a la vez que reforzar la identidad cultural de la población local y garantizar la conservación de ese mismo patrimonio convertido en motor de desarrollo y calidad de vida.

Figura 1
Mapa de localización del territorio del Ecomuseo del Paisaje Cultural del valle del Cabriel

Fuente: www.valledelcabriel.org

La estructura de la institución museística, en proceso de creación, responde a los modelos de ecomuseo al uso, un Centro Receptor del Ecomuseo, situado en Enguídanos, que formará parte del Ecomuseo del Paisaje Cultural del Valle del Cabriel y funcionará a modo de hub o antennae, por cuanto constituirá uno de los instrumentos esenciales para facilitar el acceso orientado e interpretado y el disfrute respetuoso de aquellos recursos. El Centro Receptor dispondrá de una exposición permanente que proporcionará una visión de conjunto de los paisajes del valle y permitirá a los visitantes dirigir sus pasos en la dirección que más despierte su interés. También podrá encontrar en él información turística, cartográfica y documental sobre el área. El resto de la información y de las experiencias, personales e intransferibles, habrá de buscarlas el visitante sobre el propio terreno, para lo cual dispondrá también de una serie de rutas, que se prevé señalizar en breve, y que ofrecerán la posibilidad de recorrer el territorio del Ecomuseo en múltiples direcciones y desde muy variados puntos de vista o centros de interés.

Si bien la iniciativa, como ya hemos comentado parte del ayuntamiento de Enguídanos, habría que señalar que los siete términos municipales implicados forman parte de la asociación de Municipios Ribera del Cabriel (fundada en La Pesquera el día 19 de noviembre de 2001), desde la cual se obtuvo el apoyo técnico y económico para liderar el Plan de Dinamización Turística (2003-2007) que fue dirigido y gestionado por la Asociación de Desarrollo Integral de la Manchuela Conquense-ADIMAN. El alcalde de la localidad de Enguídanos, líder en este proyecto, consiguió inicialmente financiación de la Confederación Hidrográfica del Júcar para la creación de un Centro de Interpretación del valle del Cabriel en su localidad y se pudo en contacto con nuestro grupo de investigación (Capital Social y Desarrollo Sostenible) en la universidad. Posteriormente, el propio Plan de Dinamización Turística del valle del Cabriel también co-financiaría el proyecto con 51.802 € en su tercera anualidad, dinero destinado, al igual que el aportado por la Confederación, para la rehabilitación del edificio que acogería el centro, las antiguas escuelas construidas en la década de los treinta del pasado siglo XX y posteriormente abandonadas por un inmueble de reciente construcción.

Comenzados los estudios preliminares para elaborar el Plan Museológico del centro de interpretación, nuestro grupo propuso a la localidad promotora el cambio de modelo de institución museística argumentando la oportunidad de optar por un diseño de museo vivo, participado y sostenible. La propuesta fue bien recibida por el equipo de gobierno local y por el equipo técnico del Grupo de Acción Local, de forma que de modo inmediato se iniciaron las reuniones con el grupo de voluntarios de la localidad de Enguídanos para recorrer el territorio e identificar los recursos que ellos entendían como clave en la interpretación de su paisaje. Posteriormente este proceso se repitió en otras localidades con niveles de implicación desigual, aunque en general satisfactorio, para dar paso a la elaboración y presentación del Plan Museológico del ecomuseo que tuvo lugar en agosto de 2006 en el Centro Social de Enguídanos. Para esta ocasión se elaboró un conjunto de paneles con la intención de montar una exposición itinerante que fuera pasando por los siete pueblos, dando a conocer la iniciativa a residentes y visitantes durante los meses de verano, fechas en las que buena parte de los emigrantes que en su día salieron hacia Levante y Madrid regresan a la localidad. Posteriormente, durante el verano del año 2007, la universidad de Castilla-La Mancha celebró un curso de verano en la localidad de Enguídanos con el título de Ecomuseos, museos, centros de interpretación y parque culturales: estrategias de activación de recursos territoriales, en la que se presentó de nuevo la iniciativa a un público más amplio, contrastando la experiencia con otras ya en marcha en distintas regiones españolas.

A lo largo del pasado 2007 y del presente 2008, nuestro grupo viene trabajando en el proyecto de Plan Museográfico, siempre en estrecha colaboración con la población local, para recoger un amplio fondo fotográfico e identificar rutas e itinerarios. Además, la propuesta museográfica implica la indispensable colaboración con los residentes, especialmente los de más edad, ya que serán ellos los que expliquen, en pequeños videos que formarán parte de paneles retroiluminados, las costumbres, trabajos y paisajes, algunos ya desaparecidos o en riesgo de abandono. A corto plazo también nos proponemos elaborar materiales y guías más complejos así como realizar el seguimiento de los flujos de visitantes que atraiga el ecomuseo y el grado de satisfacción de turistas y residentes con el modelo. Los retrasos acumulados en la obras de adecuación del edificio de las antiguas escuelas y los problemas de liberación de fondos, en esta fase a cargo de la Diputación de Cuenca, explican que la apertura del Centro Receptor y la puesta en marcha del Ecomuseo aún no sea una realidad.

Misión y visión de la institución

Como ya ha quedado reflejado en el epígrafe anterior, los ecomuseos son un nuevo tipo de institución, un museo vivo en el que participan los propios habitantes, una especie de cápsula del tiempo in situ, en cuya dirección participan usuarios, administradores e investigadores. El ecomuseo no es, pues, un edificio, sino un área más o menos extensa (en este caso el territorio de los siete municipios) donde se encuentra el patrimonio in situ, gestionado por el conjunto de la comunidad local. Desde un principio, la misión-visión de la organización o institución museística partió de las siguientes premisas:

Desde un principio las partes interesadas asumimos que no podemos pretender mantener y legar a la próxima generación nuestros paisajes culturales sin introducir a la población rural y su cultura en el eje de la conservación del patrimonio a través de una valorización interna y externa capaz de generar una rentabilidad social que realmente les devuelva el protagonismo en su relación con la naturaleza. Adicionalmente y en relación con la participación de la población local en la gestión del patrimonio es oportuno abordar aquí el delicado tema de la continuidad en el tiempo de los proyectos museales y de los medios e instrumentos para garantizarla. Las iniciativas de valorización del patrimonio, y está no es una excepción, suelen nacer de la disponibilidad puntual de subvenciones para el desarrollo de zonas desfavorecidas siendo estas a la vez su principal oportunidad y su principal amenaza por no planificarse adecuadamente desde la fase de diseño el esfuerzo necesario para su mantenimiento.

Son innumerables las referencias en la literatura científica sobre interpretación y museología en España que hacen referencia a Centros de Interpretación de todo tipo, a pequeños museos locales de diverso carácter o a centros de visitantes con graves deficiencias de mantenimiento o sencillamente cerrados por falta de presupuesto para personal. Sólo la implicación de la población con la iniciativa desde el inicio de la misma, de forma que su rentabilidad social sea exactamente la deseada por los receptores, puede constituir una garantía sólida de continuidad para el proyecto museístico al consolidar una red de apoyos compleja basada en intereses tangibles e intangibles capaz de dar respuesta a las necesidades puntuales de la institución. 

Es importante en este sentido llegar a la definición de un recorrido común, y en particular a la identificación de órganos e instrumentos que garanticen la representatividad de todos los participantes, la democracia y la transparencia en la gestión y la planificación de forma que la presencia y el funcionamiento del museo posibilite el conjunto de beneficios sociales reales deseado por la población, convirtiéndose así ésta población en el principal garante de continuidad de una iniciativa que siente como propia, que satisface sus necesidades y que se desarrolla según sus propias expectativas.

El patrimonio industrial y otros recursos culturales pueden constituir una auténtica variable de desarrollo. “La gestión inteligente del patrimonio está suponiendo en diversos lugares uno de los factores claves para su desarrollo económico, porque atrae turismo e inversiones, porque genera actividades y lugares de trabajo y, fundamentalmente, porque refuerza la autoestima de la comunidad” (Sabaté y Lista, 2001). El fortalecimiento de las economías locales y regionales es otra meta fundamental de estos proyectos. Los ingresos agregados en la economía por las compras tradicionales de los turistas (alimentación, alojamientos, entretenimiento, ventas al por menor, etc.) pueden estimular la expansión del comercio, crear nuevas oportunidades de negocio y dar como resultado sociedades público-privadas para enfocar las inversiones regionales, todos los cuales sirven para crear nuevos trabajos y mercados.

Sobre el tema de la revalorización y revitalización de territorios en declive, fundamentada precisamente en la revalorización y promoción de su patrimonio en base al paisaje cultural, encontramos un reducido grupo de trabajos que manifiestan una línea de análisis propositivo y reactivador de diferentes territorios y paisajes patrimoniales, planteando el patrimonio cultural como un recurso vinculado estrechamente con el territorio, “más allá del catálogo y el museo en sentido clásico” en palabras de Vall (1999), en sintonía con una sociedad postindustrial abocada a la memoria y el ocio. Destaca entre ellos la reciente investigación conjunta entre la Universitat Politècnica de Catalunya y el Massachusetts Institute of Technology (Sabaté y Schuster, 2001), cuyo valor inicial reside en que se constituye justamente en uno de los primeros estudios comparados y sistemáticos que aborda este tema, aportando una primera e interesante clasificación del tipo de recursos patrimoniales existentes (industriales, fluviales, agrícolas) tanto en las iniciativas de musealización territorial europeas como estadounidenses, ofreciendo una visión contrastada de algunos significativos casos en desarrollo, de los principios inspiradores, de algunas constantes instrumentales y de lecciones que de ellos se pueden deducir.

Es absolutamente necesario orientar el turismo hacia formas sostenibles y atentas a las exigencias de las comunidades locales, estimulando la comprensión de que el objetivo del turismo no es sólo garantizar una buena acogida y hospitalidad al turista, respondiendo a sus expectativas y exigencias, sino sobre todo, mejorar la calidad de la vida de las personas que viven en el territorio en cuestión, convirtiéndose en uno modelo de reflexión crítica sobre nuestros modelos de desarrollo: laboratorio de sostenibilidad y lugar de reinterpretación dinámica de las peculiaridades locales para la puesta en marcha de procesos de desarrollo local. En este sentido, tiene objetivos sinérgicos a los Espacios Naturales Protegidos y a las Agendas 21 locales, con las que es oportuno que cualquier iniciativa de este tipo desarrolle relaciones. La puesta en valor del patrimonio cultural como recurso económico es una estrategia que actualmente preside la práctica totalidad de las políticas patrimoniales, al amparo de las directrices iniciadas por el Consejo de Europa y con el refuerzo que suponen los programas y fondos estructurales de la Unión Europea en su intento por remontar los desequilibrios regionales.

Sin embargo, en no pocas ocasiones estas políticas de corte neoliberal están consiguiendo subvertir por completo el sentido y finalidad de la tutela patrimonial, porque tampoco entonces los bienes culturales son considerados como el conjunto de las manifestaciones y testimonios que contribuyen a explicar y dotar de significado los rasgos culturales de un colectivo. El interés se centra exclusivamente en la protección de los elementos más atrayentes a los potenciales visitantes, en el afán por obtener la mayor rentabilidad económica, que no necesariamente socioeconómica, posible. Resulta, por lo tanto, necesario adecuar realmente las políticas centradas en el binomio Patrimonio-Turismo, de manera que no se conviertan en una manipulación de las identidades al servicio de unos intereses meramente economicistas. Pensamos que es perfectamente compatible lograr la verdadera puesta en valor de los elementos patrimoniales y que ello revierta en el desarrollo económico y cultural de sus gentes (Fernández de Paz, 2006). Las actitudes al respecto son muy evidentes. Cuando la sociedad se identifica con su patrimonio, tal como ejemplifican muchas asociaciones actuales, se hacen innecesarias las reglamentaciones administrativas puesto que ella misma se convierte en su principal custodio.

En el aspecto instrumental y operativo, la primera característica de estos proyectos de desarrollo regional fundamentados en paisajes culturales que nosotros proponemos como marco conceptual es su instrumentación e implementación física en forma de parques o ecomuseos,  conceptos que llevan implícita la noción de proyecto y que como tal comporta la construcción de una imagen que contribuye a realzar la identidad a un territorio y le provee de elementos que le ayudan a desarrollarse económicamente. Es justamente esta actitud activa, dinámica, proyectual, capaz de incidir e impulsar un territorio determinado, lo que les diferencia de otro tipo de intervenciones de menor escala o designaciones y nominaciones patrimoniales de carácter más pasivo o estático. La musealización in situ del paisaje cultural aquí propuesta consiste también en salvar el patrimonio y los bienes culturales del riesgo de mercantilización. Es importante evitar, en particular, que bienes y recursos se consideren como “mercancías ubiquitarias” que se pueden comercializar sin ningún vínculo con el territorio al que pertenecen o del que provienen, sustrayendo el beneficio socioeconómico a los protagonistas que han soportado el coste de su estado de conservación actual.

Finalmente es necesario recordar que la gestión del esparcimiento en forma de turistas o visitantes siempre ha devenido una herramienta para la promoción económica de áreas en declive, pero esta promoción no siempre ha sido beneficiosa socialmente ni acogida con agrado por las comunidades, detectándose muchas veces incluso la presencia de conflictos entre el propuesto nuevo uso turístico y los usos tradicionales, en palabras del profesor Sabaté “Podemos distinguir, a grandes trazos, dos modalidades de turismo que tienen una interacción muy diferente con el territorio. Por una parte el esparcimiento ajeno a la identidad cultural del territorio donde se practica; por la otra, el esparcimiento orientado al reconocimiento de esta identidad. En el primer caso el territorio actúa como un soporte abstracto. En el segundo caso se valora la expresión material de una cultura, de una manera específica de vivir y producir.” (Sabaté y Lista, 2001).

La defensa del patrimonio propio de cada comunidad puede actuar, hoy más que nunca, como reafirmación de las identidades frente al empuje del uniformismo cultural: la puesta en valor de las costumbres, la gastronomía, la arquitectura, los rituales, las técnicas, las artes, las expresiones y demás elementos componentes de cada cultura, se convierten así en referencias identitarias. Lo relevante, lo significativo o lo tradicional de cada cultura son, en una gran medida, conceptos plenamente coincidentes y referenciales de sus aspectos identitarios. El gran problema es la errónea significación que ha llegado a adquirir el término tradicional en el lenguaje cotidiano. Una equivocación debida en muy gran medida a los primeros estudios sobre esta parte de la cultura no erudita, realizados por los románticos, folkloristas y nacionalistas que consiguieron fijar, desde el siglo XIX, la falsa idea de cultura tradicional como un compartimento estanco, aislado e inmutable, en el que las verdaderas esencias del carácter de un pueblo luchan por mantenerse, en oposición a los cambios promovidos por la cultura urbana, industrial y moderna. Sin embargo, esa herencia integrada por conocimientos no oficializados ni institucionalizados, a la vez que se consolida como propia al grupo de pertenencia, siempre recibirá el aporte de nuevas experiencias culturales. De esta manera será transmitida a los nuevos miembros, quienes reiniciarán el ciclo en base a la cultura recibida. De hecho, no existe ningún elemento cultural, ni siquiera las expresiones, formas o rituales considerados más invariables, que no se vayan modificando en su adaptación al devenir histórico; ámbito rural y clases populares incluidas.

La propuesta musealización del paisaje cultural debe revestir un papel delicado pero fundamental en el articulado proceso de disgregación y pérdida de identidad de las comunidades, puesto en marcha por la globalización, pero también por aspectos del proceso de emancipación y de democratización de las sociedades, de los procesos de liberalización económica y por la homologación difusa que deriva de todo ello. En esta situación se corre el riesgo de una pérdida importante de los valores compartidos que unen a las personas en comunidades y las comunidades a su territorio y, por la otra, inseguridad, ansia e incomodidad que pueden desembocar en comportamientos localistas y de cierre.  La vocación de la propuesta es ser proceso, itinerario e instrumento a través del cual las personas, tanto los actuales vecinos como los que en su día tuvieron que emigrar sin perder nunca el vínculo con su pueblo de origen, puedan encontrar un camino para descubrir denominadores comunes en su sentimiento de pertenencia y orgullo a una comunidad que puede convertirse en modélica en la conservación y tutela de su patrimonio integral.

De esta forma un proyecto como el propuesto en el Plan Museológico elaborado para el Ecomuseo del Paisaje Cultural del Valle del Cabriel puede llegar a reforzar una identidad viva y variable para una comunidad rural, que no es el deseo de rescatar los orígenes étnicos o territoriales, sino un sujeto identitario activo capaz de enriquecerse con cualquier estímulo nuevo armonizándolo y vinculándolo con los demás, en una perspectiva integradora indispensable de cohesión común a partir de unos usos culturales que constituyen un magnífico ejemplo de sosteniblidad, ejemplo de un orden de relación con el medio basado en el respeto que pareció subvertido o cuestionado con la mecanización y la emigración como agresión contemporánea a esa identidad que ahora intentamos revitalizar mediante la creación de una institución que tiene que ser un medio y no un fin del recorrido emprendido. La vocación participada de la puesta en práctica de la institución propuesto se constituye adicional e intencionadamente en un “learning process” (proceso de aprendizaje) colectivo. Un punto clave para que el museo nazca y se desarrolle en los términos previstos en el presente documento es la puesta en marcha de dicho proceso participado de aprendizaje, un aprendizaje colectivo que sin duda será significativo para todos los que participemos de alguna forma en el mismo.

Como aspecto más innovador la iniciativa trasciende las tradicionales concepciones de educación ambiental, interpretación del patrimonio y pedagogía museística entroncando con el paradigma emergente de la Educación para el Desarrollo Sostenible, convirtiendo el concepto UNESCO de Paisaje Cultural como muestra de la interrelación armónica entre los seres humanos y la Naturaleza en un territorio, el Valle del Cabriel, destacado por su calidad ambiental, en un ejemplo exportable y utilizable didácticamente para fundamentar procesos de aprendizaje no formal de comportamientos sostenibles. Así la iniciativa convierte en convergentes las principales líneas de acción propuestas en las cumbres mundiales de Río y Johannesburgo en lo referente a la necesidad de mantener la población rural mediante apoyos innovadores a los sistemas de producción tradicionales, favoreciendo el mantenimiento de usos culturales sostenibles y la necesidad de trasladar a la sociedad en general, mediante el uso de la educación, la preocupación y la información necesarias para fomentar comportamientos individuales y colectivos más sostenibles.

En el razonamiento de base del proyecto, es decir, musealizar el paisaje cultural para ofrecer modelos de relación con el medio basados en el respeto, quedan integrados los componentes económicos, sociales, culturales y ambientales del desarrollo sostenible, ya que al reflejar las interacciones e interdependencias entre uso cultural tradicional responsable y calidad ambiental como una estrategia de aprendizaje dirigida a un público casual, los turistas o visitantes de la zona, trascendemos el ámbito de actuación local hacia un impacto difuso, pero en cualquier caso imprescindible, a favor de comportamientos más responsables social y ambientalmente.

Expuestas las bondades que a nuestro entender presentan los ecomuseos como alternativa de modelo de institución museística para la presentación, preservación e interpretación del paisaje cultural, no querríamos dejar de señalar que, como también ha quedado ya expresado en epígrafes anteriores, los ejemplos de ecomuseos en el territorio español son relativamente escasos, poco más de una decena los que realmente responden al concepto acuñado de ecomuseo, y su distribución territorial es claramente desigual, con una indudable concentración en las regiones septentrionales de la península a la que sólo escapan dos casos en el archipiélago canario. En otras palabras, los ejemplos de este tipo de institución en el interior de la península son definitivamente inexistentes, y ello pese a las indudables y positivas ventajas que el modelo ofrece.

Creemos, pues, que la creación de un Ecomuseo del Paisaje Cultural en el Valle del Cabriel, viene no sólo a ofrecer una plataforma colectiva de autorreconocimiento cultural sino a cubrir una importante laguna en el panorama de las instituciones museísticas del interior castellano donde la combinación de ríos encajados en materiales sedimentarios de cobertera, en el borde oriental de la submeseta sur, y una vegetación mediterránea, hoy muy transformada, han interactuado con la presencia humana desde hace más de dos milenios para crear un complejo y vivo paisaje cultural, modelo de sostenibilidad, para cuya conservación es imprescindible la presencia y participación de la población local.

Confiamos en que el ecomuseo del paisaje cultural en el valle del Cabriel no sólo sirva para proponer una lectura o interpretación de las interrelaciones hombre-medio antes aludidas, así como de sus cambios a lo largo del tiempo, sino que sirva a las comunidades y sociedades locales del borde oriental de la provincia de Cuenca para comenzar a tomar conciencia de que precisamente aquellos territorios y formas de vida que quedaron arrumbadas ante el avance del desarrollismo constituyen hoy, en tiempos de crisis en todas las esferas de la vida social, un activo impagable, desde los ambientes naturales de elevada calidad hasta la memoria de sus gentes, desde los testimonios prodigiosamente conservados de las faenas agrícolas de las viejas sociedades campesinas hasta las huellas más o menos visibles para el visitante de la flora y fauna silvestre.

Asimismo, es nuestro afán que el ecomuseo actúe como un instrumento de movilización de capacidades y de desarrollo sostenible económico, social y cultural de unos municipios que durante casi medio siglo se han visto progresivamente despoblados y relativamente marginados de un modelo de crecimiento cuyas consecuencias negativas ahora estamos sufriendo. Conservar para desarrollar, salvaguardar para crecer, invertir e interpretar el pasado para alcanzar un futuro posible. En este contexto el ecomuseo se define por una integral puesta en valor de los recursos patrimoniales existentes, y el Centro Receptor del Ecomuseo situado en Enguídanos forma parte del ecomuseo del paisaje cultural del valle del Cabriel por cuanto constituye uno de los instrumentos esenciales para facilitar el acceso orientado e interpretado y el disfrute respetuoso de aquellos recursos. El centro receptor dispondrá de una exposición permanente que proporcionará una visión de conjunto de los paisajes del valle y le permitirá dirigir sus pasos en la dirección que más despierte su interés. También podrá encontrar en él información turística, cartográfica y documental sobre el área.

El resto de la información y de las experiencias, personales e intransferibles, habrá de buscarlas el visitante sobre el propio terreno, para lo cual dispone también de oficinas municipales de turismo, museos locales de temática diversa, y una serie de rutas, que se prevé señalizar en breve, y que ofrecerán la posibilidad de recorrer el territorio del Ecomuseo en múltiples direcciones y desde muy variados puntos de vista o centros de interés: desde las llanuras que prolongan la Manchuela conquense hacia el este, hasta los profundos y encajados valles del río Cabriel, pasando por los bancales otrora cubiertos de frutales y huertas (figura 2) y las laderas montañosas cubiertas de pinos y vegetación mediterránea; pero también desde los espacios naturales menos transformados hasta los medios más intensamente humanizados (figura 3), desde los espacios agrícolas y ganaderos hasta los usos no estrictamente agrícolas del espacio, como puede ser la tradicional y centenaria utilización del agua como fuente de energía. En conclusión, desde el análisis temático hasta la síntesis territorial. En cualquiera de sus formas, por uno u otro camino, el viajero irá descubriendo la extraordinaria variedad y riqueza del paisaje cultural del valle del Cabriel, y la complejidad de los estratos históricos y culturales que se han entrecruzado en su espacio organizándolo.

Figura 2
Cultivo en bancales, al fondo castillo y núcleo urbano de Enguídanos

Figura 3
Cultivo de almendros en Villalpardo

Conclusiones

El trabajo de investigación-acción desarrollado hasta la fecha ha tratado de explorar tanto las posibilidades prácticas de utilización del paisaje cultural como recurso para el desarrollo endógeno como las consideraciones éticas de la población ante esta nueva utilización de su entorno natural y cultural, las implicaciones subjetivas y las reflexiones colectivas ante las propuestas realizadas desde el ámbito académico. De la evaluación preliminar se desprende que el proyecto ha tenido que hacer frente a numerosos desafíos, problemas y críticas. Quizá el primero, y no menos importante, el económico, pues partimos de un proyecto subvencionado a través de diversos fondos e instituciones, lo que ya ha retrasado mucho su puesta en marcha, y que además tiene el desafío de ser sostenible y autofinanciado en el futuro, para lo cual se requiere que el propio Centro Receptor se integre en un Centro Cultural polivalente (aula de informática del pueblo, oficina de turismo, salón de actos) que minimice los costes de mantenimiento y personal, así como garantizar el buen estado de los elementos dispersos a lo largo de las rutas, fundamentalmente señalización y soportes informativos.

Un problema no menor aparece a la hora de diseñar las rutas del ecomuseo, pues la necesidad de ser políticamente correctos impone que su trazado recorra todos y cada uno de los términos municipales implicados, aún cuando el interés y grado de conservación de sus paisajes sea notoriamente desigual. Si identificación y diseño requiere, pues, delicadas negociaciones en las que emergen presiones locales y la necesidad de centrar la discusión en la identidad territorial supramunicipal y el “sentido del lugar”, sin olvidar, en un futuro, la utilidad de interpretar y comunicar la identidad local y su significado de cara al exterior.

Otra cuestión importante es el grado de implicación de los distintos municipios integrados en el proyecto, de distinto color político y con bases económicas diferenciadas, por lo que su interés en un proyecto, que ellos ven asociado a posteriores desarrollos turísticos, es en algunos casos limitado. En cualquier caso, la institución como tal está preparada tanto para asumir riesgos como para aceptar críticas y posteriores debates. Por parte de la población, en términos generales, la respuesta ha sido altamente positiva, especialmente entre aquellos residentes de más edad, que se han convertido en los informantes cualificados y los voluntarios más entregados al proyecto, para quienes recuperar, activar y gestionar su patrimonio se ha convertido en una empresa digna de ser asumida como propia.

Por último, no quisiéramos dejar de mencionar la utilidad de los indicadores para la evaluación de un proyecto de gestión del patrimonio integral. Los indicadores proporcionan una dirección estructurada para guiar la reflexión crítica en la fase inicial de aplicación del proyecto y son, sin duda, una herramienta muy versátil en la evaluación de su funcionamiento posterior.

 

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