Número 22 - Mayo 2011

Versión PDFBioética Animal

Un decálogo animalista

Mireya Ivanovic Barbeito
Arquitecto y Master en Rehabilitación por la E.T.S.A.M. Licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración y Master en Análisis Político por la U.C.M. Doctoranda en Ciencias Políticas. Representante en Madrid de la Fundación Franz Weber y LIBERA!


“Cuando algo es necesario e imposible, hay que buscar nuevas dimensiones”.

Jesús Ibáñez


Resumen

Ante la crisis actual, el animalismo cobra fuerza dentro del panorama de los movimientos sociales y presenta una opción capaz de impulsar un nuevo paradigma biocéntrico que sustituya al imperante antropocentrismo, generador de un modelo explotador en todas sus vertientes.

Este planteamiento revolucionario puede definirse en diez puntos, desde la exigencia del reconocimiento de derechos básicos hasta la concepción del animalismo como un ecologismo integral que necesariamente ha de tener su plasmación política para contar.

El animalismo busca la consecución de lo que, a día de hoy, todavía constituye una utopía, religarnos a la Tierra y sus habitantes, para caminar más ligeramente sobre ella.

Palabras clave: animalismo; ética; paradigma; explotación; utopía.


Abstract

In view of the current crisis, the animal rights movement grows strong among other social movements, and offers the option to promote a new biocentric paradigm. This paradigm would replace the current prevailing anthropocentrism, which is and has been in every aspect the ultimate source of our exploiter model.

This revolutionary approach could be defined on ten points, from demands of recognizing basic rights for animals to the conception of the animal rights movement as an integral ecologism, which ought to have its political expression.

The animal rights movement seeks the achievement of what is still an utopy: to link us again to the Earth and its earthlings, to softly walk again on its damaged surface.

Keywords: animalism; ethics; paradigm; exploitation; utopia.

 

Un decálogo animalista

El amanecer de la Tierra es la foto realizada el 16 de Diciembre de 1968 por el Apollo VIII y constituyó la primera imagen tomada de nuestro planeta desde su satélite. Fue una ocasión para darse cuenta de nuestro pequeño lugar en el universo y así nació una nueva toma de conciencia inextricablemente unida al surgimiento de los movimientos pacifistas, ecologistas, animalistas, etc.; aunque, desde la antigua Grecia, la preocupación por los animales ya fue un tema tratado por pensadores como Plutarco y, en la India clásica, había sido el centro de las propuestas de no-violencia. El nacimiento del movimiento animalista actual se encuentra ligado al cambio de pensamiento iniciado en aquellos años cargados de ideas revolucionarias, aunque no fue hasta 1975 cuando encontró su lugar dentro del panorama de los movimientos reivindicativos. Ese año el filósofo australiano Peter Singer publicó Liberación Animal, el libro fundamental del movimiento por los derechos animales, que Taurus ha reeditado en fecha reciente y donde, por primera vez se definiría el especismo como "un prejuicio o actitud parcial favorable a los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los de otras”.[1]

Este puede ser considerado el punto de partida del animalismo, cuya filosofía se basa en una sencilla premisa: si un ser puede sentir miedo, felicidad o tristeza, no existe justificación alguna para negarse a considerar esos sentimientos primarios, aunque no puedan expresados de forma verbal o escrita. Ciertamente, los animales no expresan en códigos su raciocinio y carecen de un lenguaje elaborado para verbalizar su sufrimiento y reclamar justicia; pero ellos y nosotros compartimos un sistema nervioso que interpreta de forma similar dolor y placer. Es el sentimiento, y a su lado el sufrimiento, lo que está en juego, no el raciocinio. Si los animales humanos nos consideramos agentes morales y tenemos en cuenta que los animales no humanos no pueden defenderse por sí mismos, es nuestro el deber de asumir la responsabilidad de protegerlos.

En el actual estadio de necesidad de concienciación y reacción de la sociedad y ante la negativa repercusión de la crisis, el animalismo ha de esforzarse para convertirse en una opción que conduzca a la generación de un nuevo e imprescindible paradigma biocéntrico que deje atrás un caduco antropocentrismo. Este cambio de modelo se puede definir en los diez puntos siguientes.

1.- La defensa de los animales no es sino la proyección sobre el mundo animal del reconocimiento jurídico alcanzado por los hombres y las mujeres como titulares de derechos, a pesar de que a diferencia de los humanos no están en condiciones de reivindicarlos.

Nuestra época ha sido considerada “el tiempo de los derechos”. Desde no hace más de cuatro décadas hemos sido testigos del nacimiento de una tercera generación de derechos: los de solidaridad —con los pueblos y el medio ambiente—, quedando incluidos dentro de estos últimos los Derechos de los Animales; los cuales presentan una innovadora perspectiva: ampliar a otras especies la categoría de “sujeto de Derecho”, exclusiva hasta ahora del ser humano. Lo dicho no supone una novedad, sin embargo, porque ya en el corpus iuris civilis de Justiniano se consideraba Derecho Natural aquel que le es dado a cada ser vivo, no siendo sólo exclusivo del hombre. Vista desde esta perspectiva, la instauración de unos derechos básicos para los animales vendría a suponer, sencillamente, una restitución del orden natural.

Dentro del nuevo debate se acuñó un término: espejismo;[2] es decir, la asunción de la superioridad humana sobre otras criaturas, lo que, inevitablemente, conduce a la explotación animal en todas sus vertientes.

Frente a la célebre cita orwelliana –“todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros-“,[3] la reivindicación digna de ser tenida en cuenta sería la definida por Jorge Riechmann: "Todos los seres vivos tienen derechos (…) Todos los seres vivos son pacientes morales que poseen un bien propio, un conjunto específico de capacidades, vulnerabilidades y condiciones de florecimiento que definen lo que para ellos es una buena vida.”[4] Resulta ineludible que los animales tengan unos derechos fundamentales, como el derecho a la vida, a la seguridad, a la protección ante la tortura y la esclavitud; es decir, a no ser maltratados ni física ni psicológicamente, así como a la libertad individual. Si se considerasen seriamente estos derechos, se transformaría la problemática filosófica referente a los animales.

2.- La exigencia de reconocimiento del respeto hacia los animales se hace necesaria ante la experiencia real de depredación y destrucción que sufren tanto los animales como el medio natural.

Son tiempos de crisis económica, política, social y ecológica. Una crisis de modelo que se resiste a cambiar a pesar de todas las alarmas y contra todos los razonamientos y respuestas alternativas. Como decía Gramsci a propósito de los cambios de paradigma, son tiempos confusos donde lo viejo no se ha ido y lo nuevo todavía está por llegar.[5] Un tiempo caracterizado por una confusión de fines y perfección en los medios que ha llevado a sobrepasar ampliamente la capacidad de absorción de los ecosistemas. En los últimos cincuenta años, los seres humanos han alterado el planeta más que todas las generaciones anteriores. La gran “Sexta Extinción”[6] se está produciendo sobre este planeta, ya que se encuentran seriamente amenazados una cuarta parte de los mamíferos y un tercio de todos los peces y anfibios. El ritmo de extinciones es mil veces superior al natural.

El animal humano ha roto los eslabones de la cadena biológica, olvidando que cada especie tiene su lugar y todas son necesarias para mantener el equilibrio. En el pasado esta armonía existió: por ejemplo los granjeros eran los guardianes del campo. Los mismos que, actualmente, se han convertido en los industriales de la Tierra. Tres millones de granjeros podrían producir alimento para dos mil millones de personas. La mayoría de sus cosechas, sin embargo, va destinada a biocombustibles y alimento para el ganado. El cuarenta por ciento de la cosecha mundial de cereales se destina a la ganadería y la tercera parte de las capturas pesqueras, a alimentar al ganado de los países desarrollados. La capacidad de recuperación de mares u océanos sin embargo no es ilimitada y la creciente presión humana sobre los ecosistemas marinos ha provocado la destrucción de hábitats irrecuperables y el colapso de innumerables especies. Sólo un dato: con un ritmo de pesca como el actual —que en medio siglo se ha multiplicado por seis—, en los próximos cuarenta años la totalidad de las zonas pesqueras se habrá agotado.[7] Y, si se estudia el consumo de carne, para entonces será necesario duplicar la producción mundial. En el siglo XX se creyó que la Naturaleza podía ser explotada indefinidamente, sin que nadie se diera cuenta de que ya estaba gritando desde la agonía. No podemos continuar ignorando su llamada de auxilio. Seguimos un paradigma inadecuado donde el crimen natural se ha convertido en mercancía, aunque los rendimientos sean de forma inevitable decrecientes.

3.- El animalismo es una forma específica de ecologismo, porque nace de una sensibilidad común, apoyada en el conocimiento científico de un proceso de degradación del planeta cuyas consecuencias catastróficas no pueden ser ignoradas.

Aunque se deje de lado toda consideración ética sobre el trato que se da a seres que sienten, como si fuesen máquinas de producir cantidades de carne innecesarias, este tema constituye una clave de bóveda para abordar los problemas medioambientales que nos afectan. De acuerdo con los datos que maneja la F.A.O. (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), las emisiones de gases de efecto invernadero derivados de la cría de ganado (dieciocho por ciento del total) superan a los que emite toda la industria del transporte (catorce por ciento del total).[8] El número de animales producidos para consumo humano también representa un peligro para la biodiversidad de la Tierra. El ganado constituye un veinte por ciento del total de la biomasa animal terrestre, y la superficie que ocupa hoy en día fue antes hábitat de especies silvestres, aunque no podemos olvidar que un monocultivo no es una selva. Así como una selva se convierte en carne, así se destruye lo esencial para producir lo superfluo. Y estas son sólo muestras de la magnitud de la crisis.

Vivimos en un mundo ecológicamente “lleno”, y el significado ético de los actos del ser humano es muy distinto al que tenían en el mundo “vacío” de siglos anteriores.[9] La conclusión no ofrece dudas: es preciso reaccionar con urgencia a fin de salvar lo que aún tenemos porque “se acaba el tiempo que nos queda”. [10]

De entrada, resulta imprescindible un replanteamiento de los hábitos consumistas de nuestra forma de vida. Frente a la prioridad absoluta de la comida en tanto que consumo individual, hace falta preocuparse por los problemas derivados de la producción industrial de carne, por el sobre-empaquetado, el uso de pesticidas, los alimentos genéticamente modificados y la sostenibilidad medioambiental de la agricultura moderna.

Hemos de crear un nuevo sistema de crecimiento basado en el principio de respeto a todos los seres sintientes, regido por las leyes de la Naturaleza, cuyo modelo sea la biomímesis, de forma que vuelva a religarnos con la Tierra y, así, el ser humano "camine más ligeramente sobre la tierra".[11] Como ha apuntado la escritora Marta Tafalla,[12] resulta necesario que alguien construya un Arca de Noé donde quepan todos los animales. Porque cada vez está más claro que nosotros, los humanos, hemos sido hasta ahora el diluvio.

4.- El animalismo se opone a la subordinación habitual e ilimitada de los animales respecto de los designios humanos. No resulta aceptable la visión tradicional de los animales y el medio ambiente construida desde y para el ser humano, de acuerdo con una imagen productivista que se encuentra detrás de los mayores desastres ecológicos de nuestra época.

La distancia permite la cosificación. A la hora de defender una posición continuista, resulta necesario ignorar que los cerdos reconocen sus nombres, tienen sueños, o que su capacidad cognitiva es, en muchos aspectos, mayor que la un niño de tres años de edad.

Los animales no son objetos, aunque sean tratados como tales en el modelo antropocéntrico y productivista imperante. El antropocentrismo considera moralmente relevante sólo al ser humano, mientras que la Naturaleza y los animales sólo tienen valor en tanto que portadores de utilidad en el sentido económico.

Para Kant la inmoralidad comenzaba cuando alguien se reconocía a sí mismo como la excepción.[13] De esta forma resulta evidente el paralelismo entre especismo, sexismo y racismo. Para demostrar la integridad ética del ser humano no necesitamos una nueva moral, sólo tenemos que dejar de excluir de la existente a los animales. El principio de igualdad exige que su dolor cuente tanto como el de cualquier otro ser, independientemente de su capacidad de diferenciar entre "bien" y "mal".

Si la inmoralidad se produce cuando uno se trata a sí mismo como una excepción, habría que convenir con Milan Kundera en que “el auténtico test moral de la humanidad son sus relaciones con aquellos que están a su merced: los animales",[14] aquellos que dependen de su voluntad y están indefensos ante ella. En el momento en que se realizase esta ampliación, los debates sobre los derechos de los animales resultarían innecesarios y habríamos logrado uno de nuestros mayores avances civilizatorios, cuando el ser humano renegase de su supuesta superioridad sobre otras criaturas y cesase la explotación animal en todas sus vertientes.

5.- El animalismo es un humanismo. No existe contradicción alguna entre el mundo de los hombres y el de los animales, salvo si se intenta dar por válida la reducción del segundo a un material de uso ilimitado, incluso para las más degradantes actuaciones humanas.

Todos somos animales, pero los humanos somos animales que dotamos de sentido y transformamos el sexo en erotismo o la muerte en trascendencia. Somos un animal que va a morir; el cual, para aliviar este dolor, ha creado formas de trascendencia religiosa, si bien para “religarnos” a nuestra esencia —sin tener que rendir cuentas a dioses alienantes— cabe acudir a la verdad, a la belleza y al ejercicio de la bondad. El animalismo se guía por ellas. La belleza está presente en los animales y en la Naturaleza, y nos invita a una fusión con el todo para descubrir otra verdad, poder ver más allá del yo y encontrarnos con los otros y, finalmente, expresar el amor. Hegel decía que amar es dejar de existir para ser más:[15] —si amas, nunca mueres— y construir una propuesta sobre el amor respetuoso a todos los seres sintientes puede dar sentido a la vida sin necesidad de acudir a recursos místicos.

“Todo es según el dolor con que se mira”, afirmaba Benedetti.[16] Si consideramos su opinión es posible operar cambios sobre la realidad, porque si no nos duele es imposible transformar nada. Ha de doler para tener consciencia y saber que, por ser humanos, no somos una especie con derecho a llevar el sometimiento animal a unas proporciones sin precedentes. Así nacerá la voluntad, el querer y el saber hacerlo los cuales lograrán la transformación al vincular la experiencia de la compasión al derecho, a la ética o a la política.

El animalismo desafía al discurso hegemónico que oculta el dolor —el escondido en granjas y mataderos—, para hacerlo visible. Sería necesaria una pedagogía del dolor para que se tomase partido por los que sufren y, recordando a Walter Benjamín, peinar la Historia a contrapelo para contar la de aquellos que nunca pudieron narrarla.[17]

Si cada especie tiene su lugar, y todas se equilibran, el desequilibrio también afecta al ser humano; reflejo de esto es el aumento del hambre, la injusticia social, la aglomeración en megalópolis y la proliferación de enfermedades.

Vivimos en un sistema caduco basado en la explotación donde el dos por ciento de la población posee la mitad de la riqueza del mundo. Resulta imperativo optar por otro modelo de desarrollo. Este sistema caduco basado en la explotación —la histórica división entre explotadores y explotados— sólo nos ha conducido a un presente donde a duras penas se vislumbra un futuro. Es urgente tomar partido por una opción revolucionaria, y de momento minoritaria, que siente las bases de un futuro justo para todas las especies. Hemos de tomar el dolor y convertirlo en dignidad.

6.- No basta con el reconocimiento en abstracto. Dos siglos de idealización compatible con la destrucción hacen ver que sólo una acción política sustentada en una toma de conciencia, hasta hoy débil, se encuentra en condiciones de poner en marcha el cambio necesario.

En nuestras manos, y en este momento, está la posibilidad de cambiar la situación actual, siguiendo una lógica progresista de ampliación de derechos. Si se quiere conseguir un mundo justo para los animales, la participación política constituye el instrumento privilegiado en un Estado de Derecho, un compromiso que plantee una globalización antihegemónica cuya base sea compartir identidades y lograr la inclusión del “otro”, ya sean animales humanos o no humanos.

Si la política es aquella parte de la acción social que se ocupa de la expresión y articulación de los comportamientos colectivos obligatorios, el animalismo se presentaría como una forma extrema de política, cuya base teórica se inscribe en el saber ecológico, y donde lo novedoso radica en una presencia primordial de la ética; es decir, en la consideración de las necesidades de todos los seres sintientes. El animalismo, por definición, establece conexiones con el espacio político de la izquierda verde, localizándose en un ámbito compartido por las fuerzas políticas progresistas, pero también por movimientos y partidos ecologistas. Espacio político e ideológico que ofrece una serie de oportunidades en el ámbito de la estrategia, al converger en los principios de igualdad y solidaridad, énfasis en la participación social o en una actividad económica dirigida desde la óptica de la justicia. Oportunidades de sinergia que no deben ser desperdiciadas. Frente a la crisis ecológica global, existe un margen para “ecologizar” el capitalismo —si se admite esta expresión—, pero dicho margen se agotará en breve y un ecocapitalismo resultará inviable.[18]

7.- La propuesta liberadora del mundo animal tiene un alcance general. No se trata sólo de luchar por la eliminación de aquellas prácticas más aparentes y conocidas de su explotación —como las corridas de toros o la caza—, sino de atender al brutal tratamiento de que son objeto los animales para la obtención de alimentos, pieles, pruebas de laboratorio, etcétera.

El enfoque animalista se basa en una concepción holística en la que todo está conectado y enlazado transversalmente por una visión “monogeísta”,[19] en contraposición a un monoteísmo maniqueo y separador. El animalismo, minoritario hasta hace diez años, empieza a moverse con inusitada energía abarcando diversos frentes, tales como la ganadería intensiva, los zoológicos, la caza, y los animales de experimentación. Así, la sensibilidad hacia el mundo animal gana cada día nuevos adeptos, dándose un creciente número de personas que están dejando de comer carne y haciéndose vegetarianas. Y lo mismo cabría decir del amplio rechazo que suscita —no sólo entre los activistas más beligerantes—, que para fabricar un solo abrigo de piel sea necesario matar a doscientas chinchillas, ochenta visones, veinte zorros, veinticinco nutrias u ocho lobos. Ante todo ello hay una sensibilidad nueva que no existía hace un cuarto de siglo.

La ética está de parte del animalismo y eso supone que el apoyo social pasivo debiera ser mucho más amplio. Somos animales sociales y necesitamos explicaciones colectivas, especialmente en un momento en el que se han borrado las pistas que durante décadas parecieron guiarnos.

8.- La perspectiva es utópica, pero nuestra concepción impone el realismo. No será un trayecto corto ni fácil. De ahí la importancia de las luchas simbólicas que, como la emprendida para la supresión de las corridas de toros en determinadas comunidades o las que propugnan la supresión de fiestas brutales, sirven para ir forjando una nueva mentalidad en la sociedad española, con una sensibilidad hoy visiblemente en aumento.

Cuando nos referimos al del movimiento animalista, quizás deberíamos hablar de una sociedad en movimiento que ya no encuentra justificación en la cultura de un determinado pueblo o en su tradición para practicar de modo sistemático el tormento de los animales. Tradición y cultura podrán explicar los principios antropológicos subyacentes en determinados actos, pero jamás legitimarlos.

El ejemplo es inevitable: las corridas de toros son una de las formas más arraigadas y más ritualizadas de tortura de los animales; pues bien, el año pasado llegaron a su término en Cataluña gracias a una movilización ciudadana rigurosamente democrática, puesta en marcha por la Plataforma 'Prou' (Basta) en 2008. Es una muestra de cómo la legislación, además de un carácter vinculante directo, a la larga mostrará una vertiente educativa indirecta sobre las próximas generaciones, educadas en una cultura de la no violencia y del rechazo al maltrato animal.

Cabe admitir que existe una secular asociación entre la fiesta y el toro, que no siempre supuso, por lo menos en principio, la práctica de actos de violencia y muerte sobre el animal tal como describe Julio Caro Baroja;[20] pero, desgraciadamente, no es lo que ha prevalecido. Por lo que se sigue identificando al toro con un agresivo Minotauro, pensamiento tan arcaizante como si todavía responsabilizásemos a Zeus de los rayos.

En este sentido resulta inevitable mencionar casos como el del Toro de la Vega, donde se realiza una persecución feroz y sádica de un toro bravo, el animal es alanceado hasta la muerte por hombres a caballo, y complementariamente a pie, hasta que el último rejón acaba con él y el matador es galardonado por su hazaña. Esta no es la única fiesta de estas características: en otros pueblos, a los toros se les coloca fuego en las astas o acaban arrojados al mar. No están lejos los días en que los gansos de Lekeitio eran martirizados vivos hasta que el más fuerte les arrancaba el cuello. Circos con animales y zoológicos también se incluyen en estos anacronismos; aunque aquí la forma de maltrato es menos evidente,[21] pero se sigue cosificando al animal como mero objeto de diversión y entretenimiento.

Llegados a este punto, conviene recordar que la agresión dirigida contra los animales constituye una premisa también del menosprecio de la condición humana. La victoria del animalismo constituye una utopía, pero una utopía que nace en un cambio de época puede encarnar una incipiente realidad.

9.- La batalla de las ideas resulta imprescindible. Lógicamente reaccionarán con fuerza los afectados por ese cambio de mentalidad y las medidas derivadas del mismo, pero también sectores intelectuales, incluso de apariencia progresista, satisfechos con el status quo. La movilización de los socios y activistas debe conjugarse con una creciente presencia en los medios.

Nadie niega que cada época modula su propia ética de manera que hay un pensamiento moral subordinado a los cambios históricos a partir del cual, en un determinado momento, se acepten las ejecuciones públicas, las corridas de toros o las luchas de gladiadores. Pero no podemos anclarnos en una moral diacrónica, sino en una sincrónica donde el elemento de comparación sean los avances sociales del tiempo que nos ha tocado vivir.

Frente a un planteamiento de pensamiento único, de la desesperanza del poder de transformación que puede llevar a cabo un solo individuo (estrategia sabiamente inculcada por el sistema de poder vigente), es necesario plantearse cuál es la consideración moral de los animales en nuestra sociedad. Perros, gatos y grandes simios van encontrando dicha consideración, pero todavía queda un largo camino para aquellos que ponen en cuestión nuestras convenciones individuales, como es el caso de los animales destinados a la alimentación humana.

10.- En el marco del movimiento ecologista, el animalismo postula un nuevo modelo de desarrollo diferente del que hoy impera bajo la globalización y, consecuentemente, un cambio radical en la conciencia colectiva. En este sentido es revolucionario, lo cual no supone la adopción de puntos de vista arcaizantes; bien al contrario, al reconocer la carga de destrucción que conlleva el régimen productivo actual, ofrece la salida para un mundo humano y viable, fundado en la no violencia.

Uno de los obstáculos con los que choca el ecologismo actual es la falta de empatía, el extrañamiento, la distancia con la que se mira a los animales, considerando la especie y olvidando al individuo.

El objetivo final es la liberación animal y, en tanto los tiempos traigan esa utopía, constituye nuestro deber luchar por los Derechos de los Animales, basándonos en una cultura de la paz y de la armonía entre el ser humano, la Tierra y los animales. Los problemas que afectan a la justicia social y a la ecología se encuentran estrechamente vinculados entre sí. Para abordarlos, la estrategia animalista debe combinar la capacidad de construir opciones efectivas y simples, fusionando la radicalidad necesaria en cualquier movimiento revolucionario, con la persecución de objetivos concretos. En otras palabras, el animalismo muestra una forma de hacer activismo que recuerda al cuento de Betinho:

“El bosque está en llamas y mientras todos los animales huyen despavoridos para salvar su vida, un pequeño colibrí vuela en dirección contraria, ha ido al río para recoger agua para verterla sobre el fuego. "Estás loco, ¿acaso crees que con ese pequeño pico vas a apagar el incendio?", le pregunta el león. Responde el pajarito, "Yo sólo sé que estoy haciendo mi parte".


Bibliografía

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Notas

[1] Peter Singer, Liberación animal, Madrid, Trotta, 1985, pág. 28.

[2] Joan Dunayer, Speciesism, Maryland, Ryce Publishing, 2004.

[3] Georges Orwell, Rebelión en la granja, Barcelona, Destino,1985, pág.174.

[4]  Jorge Riechmann, Todos los animales somos hermanos. Madrid, Catarata, 2005, pág. 1.

[5] Juan Carlos Monedero, El gobierno de las palabras, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2009.

[6] Richard Leakey,La Sexta Extinción, Barcelona, Tusquets, 1997.

[9] Jorge Riechmann, Entre la cantera y el jardín. Madrid, La Oveja Roja, 2010, pág. 23.

[10] Jorge Riechmann, Gente que no quiere viajar a Marte, Madrid, Catarata, 2005, pág.196.

[11] Jorge Riechmann, Entre la cantera y el jardín. Madrid, La Oveja Roja, 2010, pág. 23.

[13] Emmanuel Kant, http://filosofia.idoneos.com/index.php/340982 Ética kantiana: la razón práctica.

[14] Marta González Garcia et al. (coord.), Razonar y Actuar en Defensa de los Animales, Madrid, Catarata, 2008, pág. 13.

[15] G.W.F. Hegel, Fenomenología del espíritu, México, FCE, 1966

[16]  Mario Benedetti, citado por J.C. Monedero, Hacia un socialismo del Siglo XXI, documental, Instituto Miranda, Caracas, 2007.

[17] Walter Benjamin, Ensayos escogidos, Buenos Aires, El cuenco de plata, 2010, pág. 64.

[18] Andrew Dobson, Pensamiento político verde, Barcelona, Paidós, 1995, pág. 52-55.

[19] Monogeismo: Término utilizado por Peter Sloterdijk, quien define el globo terráqueo como una afortunada unión de naturaleza y cultura en un objeto tan compacto como sublime. Nace de la convicción de la unicidad de este planeta como un dato diariamente rejuvenecido.
Sloterdijk, Meter, En el mundo interior del capital, Madrid, Siruela, 2005.

[20] Antonio Elorza. Conferencia en la Facultad de Ciencias Políticas, 5 Noviembre 2008.

[21] Aunque existe (confinamiento en jaulas, repetición infinita del mismo gesto, golpes…). Pedro Pozas, director ejecutivo del Proyecto Gran Simio recuerda: “Para que un elefante juegue al fútbol es necesario hincarle en las patas unas picas puntiagudas durante su adiestramiento. Y lo mismo con los tigres saltarines. Se les entrena en una plancha incandescente. Por eso, cuando escuchan el redoble de tambores en el circo brincan por temor a que la superficie se caliente”.( La Vanguardia, 5 de Marzo, 2011).