Animales productivos. El papel económico de los animales no humanos y los retos morales que implica
Joaquín Valdivielso
Departament de Filosofia, Universitat de les Illes Balears.
Aina Capellà Vidal
Màster en Cognició i Evolució Humana, Universitat de les Illes Balears.
Resumen
Los animales juegan un papel económico muy importante en el funcionamiento de todas las sociedades, también de las modernas. La actual crisis obliga más que nunca a identificar y problematizar las funciones económicas que cumplen para poder revisarlas desde presupuestos críticos. Para ello, en primer lugar, replanteamos la analogía entre lo humano y lo animal en el ámbito de la producción. Después, se esboza una relación de los papeles económicos de los animales, y se reivindica la consideración de su «vida social». Finalmente, se cuestiona la pertinencia de categorías clásicas económicas para expresar la situación de los animales en los procesos económicos y la necesidad de redefinir su significado.
Palabras clave
Crisis Económica; Gripe Porcina; Vida Social de los Animales; Explotación.
Abstract
Animals play a pretty dramatic role in the functioning of any given society, even in modern society. The current economic downward impels us more than ever to identify and question the economic functions they assume in order to examine them from critical assumptions. First, the human-animal analogy is posed within the specific framework of conditions of production. Second, a list of the economic roles of non human animals is sketched and posed as a historical form of «social life». Finally, the pertinence of some economic classical categories is inquired and the need of rethink their meaning is defended as to express the situation of non human animals within the whole range of their social life.
Key words
Economic Crisis; Swine Flue; Social Life of Animals; Exploitation.
La primera década del siglo xxi se cierra bajo la sombra de una crisis económica de proporciones desconocidas y de profundas consecuencias en nuestra forma de representar la realidad. Más allá de la proyección y duración que pueda tener la situación económica de recesión y estancamiento en prácticamente todo el mundo, la euforia de dispendio, enriquecimiento rápido y unas posibilidades concomitantes de adquisición material inauditas en la historia de la humanidad, han dejado paso a una prevención y cautelas generalizadas sobre las futuras perspectivas económicas; una desconfianza absoluta en el conocimiento experto de analistas, consultores y gestores económicos; y, no menos, la sensación de que un futuro de consumo material reducido es cuando menos concebible. Esto parecía inverosímil a mediados del año 2008 y, más allá de la forma y grado real en que este cambio de animus embeba a distintas sociedades y culturas, grupos y estratos sociales, la sensación de resaca no es menor que la necesidad urgente de dar cobertura a los grupos más desprotegidos y castigados por el cambio de ciclo económico, así como de acometer reformas estructurales en las distintas fases de los procesos económicos, particularmente la financiera.
Los animales juegan y han jugado un papel productivo importantísimo en cualquier sociedad. No menos lo hacen en las sociedades contemporáneas, con sus economías capitalistas en búsqueda constante de expansión y sus sistemas productivos nacionales enmarañados en flujos comerciales y mercados globalizados; reglamentaciones y regímenes de gobernanza internacionales, y formas diversas y asimétricas, pero insoslayables, de interdependencia e influencia1. Este carácter de coimbricación —desigual— se ha hecho especialmente palpable en la forma en que distintas crisis recientes se han originado, dispersado y encarado en el actual clima de espiral negativa global, como la debacle del sistema financiero o el cada vez más punzante cambio climático. No obstante, rara vez se hace referencia al papel de los animales en el sistema económico y los dilemas morales y políticos que ello pudiera suponer. A excepción de la crisis de la gripe A o H1N1 —a la que nos referiremos algo más en breve—, originada en fábricas de multiplicación porcina, y, en mucha menor medida, la necesidad de preservar la biodiversidad por razones de tipo ecológico o el papel de la cabaña vacuna mundial en la producción y emisión de metano, un potente gas de efecto invernadero, nos suele pasar por alto que los animales tienen funciones económicas de primer orden, y que la forma de relacionarnos con ellos a través de interacciones sociales tan opacas y mediadas como las económicas, no deja de ser constituyente de nuestra vida social, y, en consecuencia, susceptible de ser revisada desde presupuestos críticos.
Para ello, en primer lugar, recordaremos sucintamente la analogía entre lo humano y lo animal, que la crisis de la gripe ha vuelto a poner sobre la mesa, en lo que se refiere a las condiciones de producción. Después, esbozaremos una relación de los papeles económicos de los animales, al menos en las sociedades más "desarrolladas". Finalmente, se cuestiona la pertinencia de la base normativa de la economía crítica para expresar la situación de los animales en los procesos económicos.
1. En la vieja factoría...
La extensión de la gripe porcina ha dado mayor visibilidad, en el conjunto de la opinión pública mundial, a las condiciones en que los animales ejercen de engranajes del complejo productivo globalizado. La tarea de denuncia de los procesos productivos desde presupuestos de bienestar, interés o derecho animal tiene ya mucho recorrido, y, sin duda, poco a poco, va calando en la conciencia de consumidores, distribuidores y productores, propiciando la innovación en productos, sistemas productivos, canales de mercantilización y formas de regulación que van abriendo alternativas de consumo responsable concienciado de este punto de vista. Así, se amplía el abanico de espacios en que la ciudadanía puede ejercer cívicamente sus derechos desde una concepción global o cosmopolita de sus responsabilidades, penetrando en la economía. No es menos obvio, sin embargo, que las formas dominantes de comunicación y construcción de la conciencia colectiva en nuestras sociedades generan sistémicamente desinformación, desinterés e irresponsabilidad a un nivel muy superior. De ello nos percatamos justamente ahora porque es en momentos extraordinarios cuando se nos pone ante los ojos lo que de ordinario no es tematizado de forma reflexiva.
La pandemia en marcha del virus de la gripe porcina es uno de esos momentos extraordinarios. La opinión pública mundial se muestra enormemente alertada, la noticia llena los titulares en los mass media por doquier, las administraciones despliegan costosos planes y esfuerzos titánicos para tranquilizar a la población, el complejo de la industria farmacéutica, pescador en el río revuelto de la crisis, trabaja a todo trapo en la producción de antivíricos —particularmente Roche, propietaria de la patente del Tamiflu, y sus empresas filiales y satélites—. En este momento, numerosas incógnitas rodean esta crisis sanitaria: el alcance de su difusión mundial; su incidencia real sobre la salud, al menos por comparación con la gripe estacional o con otros patógenos como el SARS; la veracidad de la información que circula, sometida a las enormes presiones cruzadas de, por un lado, los intereses farmacéuticos para que cunda el pánico y los gobiernos gasten decenas de millones de euros en vacunas y ayudas a la investigación y tratamiento; y, de otro, los grandes conglomerados industriales avícolas y ganaderos, para que se silencie el origen de la pandemia y no se modifiquen sus condiciones de producción. No obstante, parece que hay dos temas de los que hay relativa certidumbre.
Por un lado, el virus H1N1 no es nuevo. Fue identificado y bautizado en los años treinta del siglo xx, en plena Gran Depresión, y se sabe que las mutaciones de mayor incidencia sobre la ecología de la cabaña porcina comenzaron hace ahora una década, como mínimo, cuando una cepa altamente patógena arrasó las piaras de una granja en Carolina del Norte, Estados Unidos. Durante este tiempo, las condiciones de producción utilizadas en los centros de multiplicación de cerdos se exportaron a países con economías emergentes, particularmente China, los centros de producción en parte se exportaron a zonas de "maquilas" agropecuarias en economías periféricas de los países más ricos, como México respecto de Estados Unidos; y, finalmente, se hicieron dominantes en mercados cada vez más concentrados2. Así, por ejemplo, en Estados Unidos había en 1965 más de cincuenta millones de cerdos en más de un millón de granjas, cuatro décadas después, el número de granjas se ha reducido a 65.000 (15 veces menos), para sesenta y cinco millones de animales3. La ratio total da un aumento de concentración de 1:19. Esto es, en parte pero sin duda, la globalización.
Por otro lado, se sabe que los cambios genómicos en el virus han sido posibles por las condiciones de producción a las que están sometidos los animales. Probablemente todo se inició en las plantas mexicanas de filiales de una gran corporación global con sede en Estados Unidos. El término "intensivo" para los sistemas agropecuarios de Feed lot globalizados se queda corto a la hora de referirse a los "ciclópeos infiernos fecales en los que, entre estiércol y bajo un calor sofocante, prestos a intercambiar agentes patógenos a la velocidad del rayo, se hacinan decenas de millares de animales con más que debilitados sistemas inmunitarios"4. Las granjas apacibles, familiares, de proximidad y autoabastecimiento, son historia, al menos como centros de producción agropecuarios —otra cosa es como espacio de recreo o evasión. En la "Vieja factoría" de la canción —en realidad una granja en la que trabaja el Viejo McDonald (Eee-I-Eee-I-Oh!)—, nadie canta.
En este estado de cosas, la "interfaz entre las enfermedades humanas y las animales" se disuelve, los genes porcinos y los humanos interactúan y la mutación viral se desata. Creo que la imagen de la "interfaz", del limen o frontera entre especies que, de repente, se vuelve porosa, que ha estado, consciente o inconscientemente, en el trasfondo de buena parte de los analisis de la crisis de la gripe A, cobra, en este tipo de descripciones, un cariz "social" —en un sentido muy específico— evidente: la analogía entre la vida animal en las fábricas de multiplicación porcina, la vida de los trabajadores explotados, bajo el imaginario de los barrios y talleres obreros hacinados e insalubres desde el capitalismo manchesteriano [hasta hoy], y las matanzas en los campos de concentración del holocausto, confluye en una comunión de destino entre especies bajo la presión de la amenaza que sus propias miserias han desatado. Como ocurrió con la encefalopatía espongiforme bovina o "mal de las vacas locas", o la gripe aviar asiática, el maltrato a los animales es representado con las imágenes y discursos de la deshumanización, despersonalización y cosificación que las filosofías de entreguerras utilizaron para captar procesos de racionalización, como la producción industrial fordista5 capitalista o la "solución final" nazi, que producían de forma sistemática patologías individuales, colectivas y sociales6. Ahora, no obstante, los sujetos a maltrato en estos procesos productivos —animales humanos y animales no humanos— están cada vez más en una relación de copertenencia a una misma comunidad, difícilmente explicable por aquellas filosofías, asentadas sobre un marcado dualismo hombre/naturaleza. Este dualismo es aún más evidente a la hora de pensar y teorizar sobre economía, donde los animales aparecen indiferenciados y desprovistos de su cualidad de seres vivos en tanto que factores de producción.
2. El papel de los animales en las economías capitalistas contemporáneas
Desde que se desarrollara la economía política en el siglo xviii, cuando nace la economía moderna posfeudal y capitalista, la actividad económica en general se explica por la combinación de tres factores de producción fundamentales, tierra, capital y trabajo. Por "tierra" se entiende hoy en día el conjunto de recursos naturales que requiere un proceso económico; por "capital", las distintas formas de trabajo humano acumulado y cristalizado en saberes, cualificaciones y habilidades, tecnología e infraestructuras, dinero, etc., aunque en general restringimos el término al capital financiero y a los medios de producción; y por "trabajo" se entiende, en general, la fuerza o capacidad de trabajar sin la cual el resto de factores permanecerían simplemente inactivos u ociosos. Los animales han sido ubicados históricamente del lado del factor tierra, concebidos como energía, la energía viva que iba siendo sustituida por energía fósil con el desarrollo de la civilización industrial.
Este esquema es tremendamente pobre. Los papeles que juegan hoy los animales en las actividades económicas son mucho más plurales y heterogéneos, como lo son en general los papeles que juegan en la sociedad en su conjunto. En una lista tentativa sobre los papeles sociales de los animales, Ted Benton proponía las siguientes categorías de relaciones humano/animal, de "vida social de los animales": a) reemplazar o aumentar trabajo humano, b) satisfacer necesidades orgánicas o corporales humanas (alimento y experimentación, por ejemplo), c) fuente de entretenimiento, d) usos "edificantes" en la divulgación científica, e) explotación comercial, f) mantenimiento coercitivo del orden, g) uso doméstico funcional y distintivo, h) roles simbólicos y emotivos domésticos, i) usos simbólico y estético "silvestre" no doméstico7. Todas ellas son para Benton "relaciones sociales" hombre/animal de las cuales, en su lista, solamente los usos comerciales están estrechamente relacionados con la existencia de la propiedad privada. Esto no significa que entre las restantes no haya usos lucrativos o económicos, pero, o bien se trata de actividades en desaparición en las sociedades modernas, como la sustitución del trabajo humano, o bien de actividades en las que, aún siendo económicas, o tienden a ser ilícitas —como las luchas entre perros o gallos— o son perseguidas por su valor no económico, como una corrida de toros o la posesión de animales de compañía como una práctica cultural distintiva. Aunque esta lista ha sido pensada para sintetizar las interfaces hombre/animal en la sociedad, puede servirnos para hacer una lista tentativa de los roles económicos actuales de los animales, viendo cada uno de esos usos sociales en tanto que comerciales:
a. Sustitución de trabajo. En distintas formas de agricultura ecológica vuelven a introducirse animales. Su papel no es tanto el de sustituir la energía fósil o humana, de hecho se combinan con maquinización a pequeña escala, como el de contribuir al enriquecimiento y fertilidad del suelo.
b. Satisfacción de necesidades orgánicas. Por supuesto, destaca aquí el papel de suministrador de alimento, piel, tejidos, etc. Este es probablemente uno de sus roles más visibles a raíz de las distintas crisis sanitarias y ecológicas. Las dietas intensivas en proteína animal alientan a sustituir la producción agrícola de proximidad y los mercados locales por explotaciones orientadas a la exportación, con serias y persistentes consecuencias negativas de tipo social, cultural y ecológico, en la mayoría de casos. Además, los animales para consumo alimentario son, a menudo, alimentados con restos biológicos de otros animales.
c. Experimentación biomédica. Quizás el más controvertido de los roles económicos de los animales, hoy abarca no sólo los tests para fármacos o cosméticos y la experimentación científica bioquímica, sino también la investigación en transgenia o xenotrasplantes.
d. Terapia biomédica y soporte a discapacitados. El papel de ciertas especies en el tratamiento de psicopatologías y trastornos de la personalidad está siendo clave en la mejora de los tratamientos y de la comprensión de ciertos procesos neuro-psicológicos. Asimismo puede contribuir a generar una cultura de la interacción con el animal y de revaloración de lo instintivo y afectivo en los valores predominantes.
e. Ocio y entretenimiento. A pesar de algunas excepciones como la equitación, los usos tradicionales en circos, peleas y cacerías, los animales no humanos vienen siendo sustituidos por su atractivo en reservas naturales para un tipo de turismo presuntamente "blando". Aquí cabría incluir el creciente mercado de la divulgación científica, con efectos igualmente invasivos en los hábitats naturales. En ambos casos, no obstante, de distintas maneras, también se fomenta el aprecio y responsabilización para con el bienestar animal. Este sector engloba también los usos doméstico simbólico-emotivo y silvestre simbólico-estético, en que, no tanto los animales en sí como la representación de los animales, tiene un papel clave en la industria del ocio, encarnando todo tipo de símbolos, imágenes y valores.
f. Coerción y violencia. No sólo la capacidad de intimidación civil, pública y privada, se apoya a menudo en distintas especies de mamíferos, sino que existe todo un sector de la investigación militar con ramificaciones muy lucrativas en el sector privado, y sometida a un gran secretismo y opacidad.
g. Uso doméstico funcional. Ciertas especies, particularmente de mamíferos, han encabezado un creciente uso neo-aristocrático del animal de compañía (con pedigrí) como elemento de distinción social. Otros usos funcionales (como la eliminación de roedores, etc.) están en retroceso, así se extiende la vida urbana.
En todos estos ámbitos existen mercados formales con distintos tipos de regulaciones y niveles de (in)cumplimiento y formas de interpretación de las mismas. Asimismo, como puede comprobarse, el animal no es sólo un stock de recursos naturales, materia prima para consumir en los procesos productivos, sino que es también usado como un medio de producción y transformación —por ejemplo, de caloría vegetal en caloría animal—, o un bien de consumo conspicuo-distintivo, es decir, una mercancía en las distintas fases del proceso productivo. Esto en un sentido importante no es una novedad en la historia. En todas las sociedades conocidas los animales han tenido, como dice Benton, una rica "vida social" y han sido representados, simbolizados y utilizados funcionalmente de formas extraordinariamente diferentes. Los animales, como muestra con enorme riqueza la antropología cultural, no siempre han sido "los otros", y han ocupado todo tipo de "posiciones sociales" en una interdependencia inevitable con el hombre8.
Lo que se quiere destacar aquí, en todo caso, es que desde esta perspectiva los animales quedan insertos en actividades y formas de comportamiento económicas. Esto quiere decir que, en distinto grado, estos ámbitos sociales de interfaz animal humano-animal no humano están profundamente marcadas, a menudo monopolizadas, por interacciones sociales opacas, mediadas, estructurales, relaciones en que las señales que dominan las decisiones de los agentes se abstraen al menos en parte de los aspectos normativos y culturales que afectan a esa actividad. Predominan, por el contrario, las decisiones y las valoraciones en términos económicos, instrumentales o estratégicos. Esto hace que, en general, los procesos económicos se expliquen mal como la suma de actos intencionales o deliberados de personas particulares o autoridades públicas. El papel de los animales, desde este punto de vista macrosocial y con independencia de que en innumerables acciones particulares no sea así o no lo sea tanto, no es reversible sólo con apelaciones a buenos argumentos y al cambio de conciencia individual, sino que requiere la modificación de los marcos estructurales en que los agentes toman sus decisiones. Desde este punto de vista, el papel de los animales se explica mejor por los procesos sociales en que a) se generan de acuerdo a su propia lógica interna "accidentes normales", b) las estructuras sociales y las rutinas prácticas de la vida que definen la posición de los individuos, c) los agentes colectivos como las grandes corporaciones y organizaciones públicas y privadas conforman los comportamientos posibles por acción y omisión9.
Los animales, así, han de "lidiar" en un ámbito que tiende a crecer de manera "natural", por razones intrínsecas, y que espera de ellos costes reducidos y rendimientos mayores. Una de las características definitorias de las modernas economías capitalistas, señaladas insistentemente por los economistas políticos de distinto signo, es su tendencia el crecimiento basado en la inversión y la acumulación ampliada. A diferencia de las formas de crecimiento imperialistas y coloniales, en que la riqueza se incrementa por conquista, en el capitalismo aparece un inversor, con capital financiero, con el que compra o alquila factores de producción. Con ellas pone en marcha una actividad de la que resultan mercancías que espera vender, no sólo para compensar su gasto, reponer los factores y volver a comenzar, sino para sacar un beneficio. Así, la remuneración esperada a la inversión inicial persigue un conjunto de valores, en este segundo paso, por la venta de mercancías, mayor del que había al principio. La combinación de estas ambiciones iniciales y de la competencia con otros que actúan igual define el carácter expansivo de los mercados modernos. Esta es una diferencia específica y distintiva de las economías modernas que define el papel económico de los animales como objetos mercantilizados.
3. ¿Hay una explotación económica animal?
Entre los defensores de los animales se usa de forma generalizada la expresión "explotación animal". Sin embargo, y a decir verdad, el sentido económico convencional de explotación es difícilmente extrapolable al caso animal. Como es sabido, esta categoría fue desarrollada y utilizada por la tradición socialista para denunciar las relaciones sociales en el trabajo asalariado capitalista que la naciente sociedad burguesa imponía a los campesinos desposeídos y habituados al tempo de los ciclos naturales en el agro. Sin embargo, a partir de Marx, "explotación" vino a tener un significado más preciso y restringido. La idea es que, en condiciones capitalistas, los trabajadores "venden" su capacidad de trabajar durante un número de horas a cambio de un salario, que les permite adquirir una cantidad de mercancías con las que mantenerse a sí mismos y a sus familias. En verdad, esta es una concepción tan restringida de explotación que tampoco puede aplicarse, estrictamente, al trabajo doméstico y a la llamada "explotación de género", lo que muestra lo limitado de su ámbito. No obstante, Marx quería utilizarla como una categoría para entender no ya una relación de poder particular, sino el motor interno del capitalismo como orden social. Así, para Marx, puede calcularse la relación que hay entre el conjunto de bienes que el trabajador puede adquirir por su salario para un tiempo determinado y el conjunto de bienes que produce en ese mismo tiempo. Cuando hay una diferencia entre ambos hablamos de plusvalor o plusvalía, según Marx, el rasgo distintivo de las sociedades capitalistas en razón de la propiedad que el capitalista tiene sobre los medios de producción. Es decir, una relación social, productiva, y de poder, sostenida en el parasitismo del burgués para con el trabajo asalariado. Me temo que en este sentido tan específico no puede hablarse strictu sensu de explotación animal, puesto que los animales no adquieren mediante dinero, valores de cambio, bienes en el mercado, y no puede por tanto calcularse la tasa de explotación, la plusvalía, que, en términos agregados es, para la economía crítica, la clave explicativa de las tasas medias de beneficio, es decir, de los ciclos económicos y las crisis. La idea es que, a pesar de la adhesión de las sociedades modernas capitalistas a los principios liberales de igualdad, existe desigualdad en el ámbito productivo, y eso genera un conflicto de intereses entre el explotado —que quiere trabajar lo mínimo para cobrar lo máximo— y el explotador —que persigue lo contrario. En esta tensión o contradicción fundamental radicaría el conflicto de clases y el carácter esencialmente antagónico de las relaciones sociales.
¿Podemos imaginar que hay también un conflicto de interés entre el animal "explotado" y su "explotador"? En el sentido de explotación como extracción de plusvalía, mesurable en el acceso a valores de cambio, insisto, creo que no. Es obvio, sin embargo, que los intereses de los animales se ven menoscabados en su rol productivo, aunque es evidente también que carecen de formas humanas de expresarlo y constituirse como actores sociales que luchen por sus derechos. Es decir, si el término explotado ha de tener sentido aplicado al ámbito animal, habrá de ser sobre otra base, por ejemplo, el acceso restringido a bienes, valores de uso, que satisfacen necesidades propias e insoslayables de la especie, y, en este caso, en un sentido no convencional o simplemente no económico. Fenómenos como el de la gripe A llevan a pensar que —a falta de términos más pertinentes para expresar la relación moralmente ofensiva que se da en esas actividades productivas fabriles pecuarias— cabe reivindicar un uso ampliado de la idea de explotación y considerar así que el uso técnico-económico se refiere a un tipo de explotación diferente pero no exclusivo. En todo caso, la definición de esos intereses requiere de la mediación de seres humanos que asuman el rol de representantes y traductores, digamos sin diccionario, de los intereses animales, que "traduzcan" las señales del mundo animal sobre bases menos antropocéntricas y después de haberse purgado de parte de los prejuicios cognitivistas que aún hoy subyacen al humanismo.
Mucho de cognitivismo humanista hay en la idea marxiana de alienación10. Esta es otra de las categorías que encontramos en la literatura animalista, que nos habla de animales "alienados", "extrañados", "enajenados" o "cosificados". "Alienación" no es una categoría económica, obviamente, pero sirvió precisamente en la tradición socialista para expresar la desposesión social de uno mismo que no es reductible a una tasa cuantitativa de explotación. La idea de alienación, teorizada en el joven Marx, expresa bien la tensión general ilustrada, que hoy vivimos aún, entre un naturalismo y un humanismo difíciles de reconciliar. La emancipación, para el joven Marx, pasa por establecer otra relación con la naturaleza, ya que somos seres sensibles, activos y naturales como los animales; sin embargo, la alienación —definida como el extrañamiento del trabajo bajo un régimen de propiedad privada— es ilustrado como un proceso de —digamos nosotros— "animalización". El hombre queda reducido a lo animal: al ser alienado, sus potencias humanas son neutralizadas y su experiencia, empobrecida a lo animal. Su emancipación pasa, así, por una "humanización de la naturaleza", por su apropiación cognitiva, estética y práctica en una realización plurifacética. Obviamente, desde este punto de vista, no puede haber animales alienados. ¿Cómo nos podemos referir entonces a la situación de los animales en los sistemas productivos industriales? ¿Acaso no están sus potenciales de exploración, relación, comunicación, reproducción, etc., "inactualizados", como decía Marx? ¿Acaso no se encuentran también frustrados esos potenciales entre los seres humanos en numerosas ocasiones, comenzando por los procesos productivos pecuarios deslocalizados? Desde esta perspectiva, no hay diferencia, para un animal, entre vivir y vivir bien, entre la idílica "vieja factoría" y la demoníaca maquila pecuaria. Está claro que Marx sustenta su crítica a las relaciones de poder en el ámbito económico en una antropología antropocéntrica —valga la redundancia—, que jerarquiza las necesidades por su cercanía respecto de las facultades exclusivamente humanas. En consecuencia, las necesidades animales, incluidas las necesidades menos cognitivas y simbólicas humanas, salen perdiendo.
No es casualidad, por otro lado, que la misma tradición socialista-marxista que tanto ha trabajado sobre la idea de explotación, diera tan poco espacio a los animales en su análisis del capitalismo, no decir ya de su olvido absoluto en la generación de crisis. Al no afectar a la tasa de explotación, no afectan a la tasa de beneficio y no participan en la generación de una crisis. Desde los años setenta, algunos pensadores marxistas y posmarxistas, más o menos heterodoxos y más o menos concienciados con la crisis ecológica, se esforzaron por intentar integrar el papel de factores extrínsecos a las relaciones de clase en el funcionamiento ordinario del capitalismo. James O’Connor, en particular y entre otros intentos menos conocidos, señaló la existencia de una "segunda contradicción" en el capitalismo, en este caso entre la esfera de "las condiciones de la producción capitalista" y la esfera estrictamente económica —en estrecho sentido mercantil— de las relaciones sociales de producción. La esfera de las condiciones de producción estaría formada por: a) "las condiciones físicas externas" (ecosistemas y recursos naturales), b) "la fuerza del trabajo" (como fuerzas sociales y como organismos biológicos), c) y "las condiciones comunales" (el capital social). En este caso, los animales aparecen en parte como servicios ecosistémicos —biodiversidad—, recursos naturales —proteína, acervo genético, sistemas de conversión de caloría, etc.— y, de forma mucho más indirecta, como condiciones de la integridad del hombre en cuanto ser social y organismo. Lo interesante es que, para O’Connor, estas condiciones suponen un límite externo, natural, del que precisa el capital, pero que al mismo tiempo no puede producir. Muy imbuido por los discursos ecologistas de la supervivencia, O’Connor pensaba en la idea de límite como el umbral de agotamiento de un recurso natural. Ahora bien, la crisis actual nos muestra que el límite puede estar en la incapacidad de gestionar el desencadenamiento de los riesgos "normales" —imprevisibles sólo para la razón económica— como la gripe A. Lo interesante es que, para O’Connor, el capital sólo podrá huir hacia adelante cuando se desencadene esta segunda contradicción: para mantener la tasa de beneficio, recortará y externalizará nuevos costes, reduciendo in extenso la productividad del conjunto de las condiciones de producción. Es decir, la barrera es externa pero la lógica es interna al capitalismo, que sólo puede huir hacia adelante mercantilizando más ámbitos de la naturaleza, enmascarando las nuevas externalidades y precipitando nuevas carestías.
4. Comentario final
La idea crítica de potenciales irrealizados no está tan lejos de la idea de interés propio que distintas éticas animalistas y naturalistas vienen utilizando para reclamar la extensión de la comunidad moral para incluir a los animales. Sobre esta base, y saliendo en la medida de lo posible de una métrica antropocéntrica, los animales pueden ser concebidos no sólo como "objetos" o "propiedad" —la concepción que domina en las relaciones económicas—, sino como "sujetos de una vida"11. Esta es una base sobre la que evaluar la realización o no de sus potenciales de desarrollo y aprendizaje individual y colectivo, por distintos que sean de los humanos. Este es un argumento de tipo deontológico, basado en la analogía con la intuición que subyace en la denuncia de los perjuicios y relaciones de poder entre humanos, y que dio lugar, por ejemplo, al derecho laboral. Por otro lado, sin embargo, el análisis propiamente económico del papel de los animales en la economía, y que aquí simplemente lanzamos al aire a título de proyecto de investigación, también proporciona argumentos —o al menos sospechas de tipo utilitarista— para considerar seriamente la transformación de las condiciones y papeles de los animales en la economía globalizada contemporánea. De su vida también depende el desencadenamiento de crisis y riesgos que afectan, desigual pero sistémicamente, a los seres humanos.
Notas
1. Por gobernanza se entiende algo así como "un gobierno sin gobierno", es decir, la existencia de normas que regulan de hecho la interacción en un ámbito determinado de la sociedad, por ejemplo, el comercio internacional, sin que existe una autoridad pública al mismo nivel dotada de legitimidad política explícita, como sería algún tipo de gobierno mundial.
2. "Maquila" refiere a las fábricas de exportación deslocalizadas en los países periféricos por parte de las grandes corporaciones globales para evitar las regulaciones fiscales, laborales y ambientales de los países en que radican sus sedes, más restrictivas.
3. Davis, Mike: "La gripe porcina y el monstruoso poder de la gran industria pecuaria", Sin permiso, 28.4.2009, p. 1.
4. Idem.
5. El fordismo es una forma de organización de la producción y el consumo inspirada en las innovaciones introducidas por Henry Ford y en la cadena de montaje clásica, En síntesis, persigue la homogeneización y previsibilidad en todas las fases de la actividad económica, desde las fases primeras de la producción al consumidor final. El trabajo de Charlot en la cadena de montaje de Tiempos Modernos, es fordista.
6. Para la analogía con el holocausto, véase Alicia Martín Melero, "Modernidad, humanos y animales. Reflexiones en torno al concepto de holocausto", en Marta Gónzalez et altri (coords.), Razonar y actuar en defensa de los animales, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2008, pp.31-57.
7. Ted Benton, Natural relations. Ecology, Animal Rights and Social Justice, London/New York, Verso, 1993, pp. 60 y ss. Benton presenta esta lista dentro de una reflexión enormemente sofisticada y sugerente que persigue otros propósitos, aunque aquí nos servirá a estos fines.
8. Para una sugerente aproximación desde la antropología, véase Paul Shepard, The others: how animals made us human, Washington, D.C, Island Press, 1996.
9. Benton, op. cit, pp. 129 y ss.
10. Por "marxiano" se entiende aquello que puede ser atribuido a Marx sin grandes controversias, con independencia de si ha sido compartido por los movimientos sociopolíticos que se hayan inspirado en Marx, estrictamente "marxistas".
11. Marc Bekoff, Nosotros los animales, Madrid, Trotta, 2003, p. 43; Benton, op. cit., pp 148 y ss.