"Els/Les drapaires"

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Extret de la novela de F. CANDEL: Donde la ciudad cambia su nombre. Barcelona, Ediciones G.P., 1967. (1ra. Edició 1947) 271 pp.

 

La trapera, la madre del que apuñaló el Juan de Dios, tenía un negocio de esto, de trapería. El negocio de trapero es un negocio que se da bastante en estos barrios. No tanto como en los andurriales de Hospitalet y en Canpicha y en Can Cullons, donde todo son traperos y basureros, pero en fin. Debido a esta catalanización del castellano o castellanización del catalán, que las dos cosas pueden ser, que está invadiendo Barcelona, a los traperos los llaman drapaires y a los basureros, escombraires. Que el idioma es una cosa viva que se acomoda y tal, es algo que ya lo diremos más adelante, si a la mano viene, y si no viene también.

El oficio de trapero o trapaire es un oficio un tanto romántico, como el de vagabundo; eso de ir en un carrillo, dale que te pego a un gong, con un Marco Aurelio de los prados uncido a él, conociendo gentes y sus intimidades, es algo muy tentador para un novelista. Es un poco sucio y un poco marrano el oficio, eso sí es verdad, pero también lo es el de mecánico y el de fundidor y el de planchista, y no tiene tantas compensaciones. Además, ser trapero, es ser un poco bolsista, jugar un poco a la Bolsa, pues los precios suben y bajan continuamente, y en ello hay riesgo y emoción. Hoy compras una partida de hierro robado a tanto; luego resulta que ha bajado a cuanto y te jorobas. Y que, como cuenta el Andresín, uno que empezó con un saco, cogiendo papeles, y ahora tiene carro, burro y un corral con tres o cuatro cerdos junto a su barraca: a pesar de ir tan sucio y tan tirado, no te creas, siempre encuentras algún plan; siempre te llaman desde algún piso para venderte un mueble usado o una percha y te sale la dueña en viso, en ropa de estar por casa, y se arma la gorda. El Francisco Candel, durante un tiempo, estuvo tentado a meterse a trapero, pero alguien se lo quitó de la cabeza.

La madre del chico que apuñaló Juan de Dios, tenía carro y burro, pero no iba por las calles comprando. Ella hacía el negocio un poco al por mayor. A ella le vendían otros traperos y el vecindario. Ella lo almacenaba en el patio de su casa y allí hacía la tría: trapo a un lado, papeles a otro; viejo en un montón, menos viejo en otro; cristal aquí, hierro allí, huesos acá, plomo allá. Luego, bien enfardado, lo cargaba en el carro y lo llevaba a un almacenista, a uno de estos magnates de los desperdicios (p.75-76.

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El Paco el Trapero iba por la calle Ulldecona, antes calle 7, golpeando su gong. ¡Clong, Clong, Clong!

!El Trapaire! ¡Compro trapos viejos, botellas, papeles, alpargatas! !El Trapaire! ¡Clong, Clong, Clong! Metía un ruido de mil diablos.

El Paco el Trapero era un tipo linfático. Sentado en el carro parecía que iba sentado en un trono. La barriga, en esta postura, s le hacía gorda como a un buda. Con una varilla de hierro golpeaba el gong. El gong también era de hierro y colgaba de un lado del carro. En la parte de atrás, en una esquina, llevaba un palitroque enhiesto del que pendían unas sucias y viejas corbatas que revoloteaban al viento. Estas corbatas eran como su escudo o su emblema, la bandera de la profesión.

El Paco el Trapero, por no saber cuantos kilos de papel, te daba un orinal. O bien una docena de platos. O una fuente de loza. Dependía de los kilos, de las avenencias y de las alzas y bajas de los precios. También daba dinero, si lo preferías. El kilo de papel, tres reales. Seis el trapo. A real las botellas; las de champaña a peseta. A tres duros el kilo de cobre. A dos el de metal. Según. Pesaba la mercancía con una romana. Una romana que hacía trampa; a su favor, claro. (p.137)