Ronald Dworkin


"El último conjunto de problemas que describí planteaba la cuestión de hasta qué punto puede la ética ser más social que individual. ¿Tiene sentido para un individuo aceptar la idea de la prioridad ética, es decir, aceptar que sus intereses críticos dependen no sólo de sus propios logros y experiencias, sino también del éxito de grupos a los que él pertenece? Aunque no incluiré el contraste entre los dos modelos respecto de este asunto en las conclusiones del argumento que estoy desarrollando en estas conferencias, resulta de interés por sí mismo, por la luz añadida que arroja sobre los dos modelos, y porque afecta espectacularmente a la teoría política aunque aquí lo dejemos de lado.

El modelo del impacto supone que el bien crítico de cada persona consiste en el impacto que esa persona tiene en el mundo. Sólo puede, pues, defender la prioridad ética argumentando que un individuo tiene, de hecho, un impacto más valioso si piensa, no en su propio impacto, sino en el impacto de un grupo al que él pertenezca. La teoría de los juegos de estrategia y, a su amparo, la filosofía moral y política han definido una situación, el llamado dilema del prisionero, en la cual eso es verdadero. En esa situación, individuos que actuaran racionalmente persiguiendo sus propios intereses llegarían a una situación colectiva que sería peor para cada uno de ellos, y es posible que eso sea cierto no sólo cuando los individuos persiguen intereses estrechos, volitivos, sino también cuando tratan de tener un impacto objetivamente valioso en el mundo. En tales circunstancias, sería mejor para cada uno de ellos que se preguntaran no cómo conseguir el máximo impacto, sino como podría conseguirlo el grupo, para, a continuación, actuar sólo como parte del proyecto del grupo. De ese modo cada uno asegura que su propia acción producirá un mayor impacto en el mundo, llevando así , de acuerdo con el modelo del impacto, una vida críticamente mejor también él mismo.

Pero el modelo del impacto no puede explicar de ese modo nuestras intuiciones. Pues, aunque intuimos la prioridad ética, lo hacemos sólo a lo largo de lo que podríamos llamar unas líneas preestablecidas. Quiero decir que sólo nos sentimos éticamente integrados en grupos a los que, de una manera u otra, ya pertenecemos, y sólo nos identificamos con actos colectivos que están ya establecidos como prácticas del grupo. Así, nos sentimos integrados éticamente sólo en comunidades políticas de las que ya somos ciudadanos, y sólo nos identificamos con actos de esas comunidades, como las decisiones políticas, que son institucionalmente colectivos. Eso explica que seamos capaces de reconocer prioridad ética en muchas ocasiones en las que, aparentemente al menos, eso no conlleva ventajas para nuestros propios proyectos. No hay razones expresables en términos de teoría de los juegos para pensar que mi vida va peor si mi comunidad hace lo que yo no deseo que haga: la racionalidad colectiva no puede dar cuenta de mi vergüenza personal por la intervención norteamericana en Vietnam."

  • Dworkin, Ronald: Ética privada e igualitarismo político. Paidós & ICE de la UAB, Barcelona 1993. P. 155-156.