La II República: un proyecto educativo frustrado (1931-1936).


Los graves problemas estructurales que se arrastraban desde el siglo XIX condicionaron en gran medida los intentos reformadores de los diversos gobiernos de la República. La modernización del sistema educativo español requería de un proyecto intensivo y a largo plazo, algo que no pudo llevarse a cabo tanto por el inicio de la guerra civil, como por el triunfo electoral radical-cedista de 1933.

En 1931, el analfabetismo alcanzaba a un 40% de la población total, transformándose en uno de los problemas crónicos de la sociedad española. Los primeros Gobiernos de la República intentaron reducirlo mediante una serie de medidas tendentes a dotar al país de unos servicios educativos y escolares suficientes, entre los que cabe destacar: la creación de nuevos centros educativos de diversos niveles, el incremento de las plantillas de profesorado y la elevación de sus remuneraciones, el establecimiento de nuevos planes de estudio, la creación de consejos de enseñanza, misiones y bibliotecas ambulantes, la puesta en marcha de un sistema coeducativo en las escuelas normales, la laicización de las escuelas y las campañas de alfabetización de adultos.

Uno de los problemas más acuciantes era el déficit de escuelas primarias, ya que en 1931 tan sólo existían 32.680 escuelas repartidas por todo el territorio nacional, lo que significaba que más de un millón de niños/as estaban sin escolarizar. El Ministerio de Instrucción Pública confeccionó un plan quinquenal para crear un total de 27.151 escuelas primarias para cubrir a toda la población infantil.

Junto a la falta de escuelas, el otro problema principal era la falta de maestros adecuadamente formados y dignamente retribuidos. A tal efecto, se substituyó el clásico sistema de oposiciones por la convocatoria de cursillos de selección profesional para proveer nuevas plazas de maestros que cubrieran la nueva política de ampliación constante de escuelas. Los candidatos pasarían tres meses bajo el control del Ministerio recibiendo una preparación profesional y una orientación pedagógica, siendo seleccionados finalmente por un tribunal competente. La insuficiente retribución del profesorado se intentó solucionar mediante una política de ascenso de las diferentes categorías, con efectos económicos desde el 1 de julio de 1931.

La reforma se completará uniendo las escuelas normales masculinas y femeninas en escuelas normales mixtas, estableciendo la coeducación en ellas, exigiendo un examen de ingreso y un mínimo de dieciséis años de edad, así como limitando el número de alumnos a un máximo de cuarenta.

Por lo que se refiere a la instrucción femenina, se producirá un ligero incremento del alumnado femenino respecto al masculino (Estd). En el curso 1932-33, el porcentaje de alumnas ascendió a un 50,1 % sobre el total de la población femenina en edad escolar, y en el curso 1935-36 la cifra se sitúa en un 51,3 %. Sin embargo, hay que destacar que pese a las indiscutibles mejoras durante el período de la república en materia educativa, los porcentajes de escolarización continúan siendo todavía muy bajos (ESTAD), aunque se añada el número de alumnas que continuaban realizando sus estudios en colegios religiosos, que en 1932 se calcula que sumaban unas 221.779 alumnas.

En la enseñanza media, la presencia femenina era muy reducida, aunque cabe destacar el importante aumento durante los años de la II República. Lo más destacado fue el incremento del alumnado femenino en los institutos de bachillerato, que en el curso 1930-31 era del 14% mientras que en el curso 1935-36 ascendió al 31%.

Estos datos se relacionan con la presencia relativa de las mujeres en los diferentes tipos de enseñanza media y profesional. Mientras el alumnado femenino representaba en el curso 1930-31 el 39,4% del total de mujeres escolarizadas, frente al 21,1% de mujeres que realizaban el bachillerato, para el curso 1932-33 el porcentaje prácticamente se invierte, de forma que sólo el 22,9% del total del alumnado femenino realizaba sus estudios en las escuelas normales, frente a un 46,7% que realizaba estudios de bachillerato, lo que permitió un cambio de mentalidad entre las mujeres jóvenes que aspiraban a realizar otro tipo de estudios posteriores al bachillerato.

En la enseñanza superior, la presencia femenina continuó siendo minoritaria, aunque se produjo un ligero incremento durante los años 30, pasando de un 5,2% de alumnas en la universidad para el curso 1929-30, a un 8,8% en el curso 1935-36. Por facultades, se produjo un incremento cuantitativo en todas ellas. Por ejemplo en las carreras de ciencias, hubo un incremento del 9,5% al 11,1% en cinco años. En las carreras técnicas, la presencia de mujeres era puramente testimonial, una o dos estudiantes a lo sumo en carreras como arquitectura o ingenierías, lo que refleja como las barreras de tipo ideológico respecto al potencial de las mujeres para desempeñar trabajos técnicos de alta cualificación, continuaban existiendo durante los años treinta en España.


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