Tipógrafo - El operario que hace moldes o los imprime.
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Indicaciones generales. - Quien se proponga llegar a ser operario hábil, ha de cuidarse, ante todo, de no adquirir malos hábitos, o de desterrarlos, si los tuviere. Antes que a realizar crecida cantidad de trabajo, atenderá a ejectuarlo bien, poniendo mucho cuidado en caminar con paso seguro, aunque este paso sea lento. Ni los estímulos de un amor propio mal entendido, ni las execrables solicitaciones de gentes que sólo miran al lucro, deben mover al aprendiz o al principiante a forzar la educación y el desarrollo de sus condiciones naturales.
Con método, quien posea esas condiciones, las desarrollará de modo extraordinario, y quien no las posea, las adquirirá; sin él, ni uno ni otro lograrán tal beneficio.
Y como, desgraciadamente, aún hay imprentas donde no se da a los aprendices otra educación profesional que la precisa para convertirlos en materia explotable, han de ser los jóvenes que se hallen en tales circunstancias los que se cuiden de ellos mismos, tomando en cuenta nuestras indicaciones, que miran al bien del arte y del operario.
La virtud, la cualidad, hasta la condición esencial del tipógrafo -en realidad de todo el que ejercita alguna actividad-, es la atención, o sea poner en lo que se hace todas las potencias del entendimiento, no distrayéndose, razonando y procurando siempre darse cuenta del “porqué” de las cosas.
El secreto de que haya pruebas con pocas erratas, de que una obra salga bien, está principalmente en la atención que se puso al realizarla.
Si el lector es tipógrafo, habrá observado - o puede observar - que en la composición de cuadros estadísticos llenos de cifras son generalmente raros los errores, y también que los olvidados y repetidos abundan más cuando se trabaja sobre originales impresos o escritos con letra clara que cuando la letra es mala o difícil. Ello ocurre porque en el caso de la estadística y en el del original “malo”, hubo forzosamente que poner atención, mientras que cuando el original era “bueno”, la imaginación, confiada, echó a volar.
Insistamos con nuevas demostraciones, porque este asunto de la atención tiene importancia capital. No es raro que cajistas de grande instrucción y de buen entendimiento “saquen” pruebas mucho menos correctas o “limpias” que otras de compañeros de más pobre discurso y menor cultura; es que aquéllos se distrajeron y éstos no.
En general, y relativamente, la composición mecánica aparece con muchísimas menos erratas que la realizada con tipo móvil. ¿Es que los mecanotipistas todos superan en saber y en capacidad a los operarios que trabajan en la caja? No; lo que hay es que la máquina requiere una atención no interrumpida.
Ciertamente que para un entendimiento cultivado y despierto, componer a punto y coma relaciones de nombres y apellidos, actas de consejos de administración, artículos de la ley hipotecaria, etc., viene a ser tortura semejante a la que padeciera Pegaso sujeto al yugo para abrir surcos; mas esta explicación o disculpa de descuidos confirma lo que decimos.
Y siendo la atención - como lo es - oficio de la inteligencia, tanto mayor será su eficacia cuanto más y mejor hayamos cultivado la segunda, y la inteligencia se educa y se ensancha con la instrucción: estudiando en los libros, aprendiendo de los hombres y de la vida, y por la observación y el discurso propios.
Y como por la esencia misma de nuestro oficio, ningún saber le es ajeno, cuantos conocimientos y nociones generales poseamos, aún no bastarán para entender y componer “a conciencia” todo lo que se nos encomiende.
Porque, hasta donde sea posible, el cajista no ha de limitarse a reproducir mecánicamente lo que vea en el original, sino que debe darse cuenta de lo que compone, incluso para llamar la atención - siempre modesta y discretamente - cuando advirtiera algo evidentemente disparatado. ¡Cuántos desatinos quedaron sin salir en letras de molde por la intervención oficiosa de algún cajista o de algún corrector! ¡Cuántos se estamparon por no haberlos advertido estos operarios, como el famoso endecasílabo
desde el nevado hasta el ardiente polo,
la no tan famosa “pluma de gacela” y otros por el estilo!
Absurda la pretensión d que cada tipógrafo sea un “Pico de la Mirandola”, un “pozo de ciencia”, un hombre que conozca idiomas, tecnología, ciencias naturales, jurisprudencia, humanidades, etc., no es excesivo - ni tampoco es difícil - que mida bien un verso, sepa el mecanismo de las fórmulas matemáticas y químicas, tenga nociones del tecnicismo científico, posea un vocabulario tan copioso como el vocabulario medio de las personas cultas…
Por esto el consejo mejor que puede darse a cuantos anhelan ser operarios diestros y entendidos es que se capaciten para ser agentes activos en la noble tarea de grabar el Pensamiento; que en vez de reproducir servilmente lo que vean, estén en condiciones intelectuales de entender y aun interpretar y adivinar.
De este modo realizarán mejor su tarea, y además, y con frecuencia, sacarán de ella provecho no desdeñable y placer intelectual.